Cuentos infantiles

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Zapato El refran como moraleja Pajarita roja con lunares



Dedicado a mis niĂąos grandes de la Academia Bastida por estar ahi en esos momentos de clase y por ser como son de naturales.




Tenía un hueco en la punta de mi zapato, estaba roto por un lado, machacado por detrás, ya no servían para nada. ¡Lo tiraré a la basura!, pensé Y por un rato dejé allí mi zapato, mientras hacía mis tareas de la escuela. Cuando terminé me dispuse a tirar mis viejos e inservibles zapatos, pero me llevé una gran sorpresa cuando vi un lindo y calentito huevo de mi patita Loló dentro de uno de ellos. ¡Puede servirle de nidito!, pensé. Por lo menos no se moja ni pasa frío. Busqué un pedazo de tela vieja, la hundí dentro y puse el huevo encima. ¡Que alegre estaba! ¡Ya mi patito Loló tenía su camita para nacer! Puse mi zapato debajo de un arbolito, allí mi patita Lolò velaría a su nuevo bebé y mi abuela vería como pude darle otro uso a los zapatos, que si para mi no servían, sí a mis animalitos. Nunca mas pensaré en tirar algo sin antes pensar para que puede servir y les contaré a mis amiguitos de la escuela y a mi maestra. ¡Viva! ¡que llegue mañana!



Érase una vez un ratón que vivía en una humilde madriguera en el campo. Allí, no le hacía falta nada. Tenía una cama de hojas, un cómodo sillón, y flores por todos los lados. Cuando sentía hambre, el ratón buscaba frutas silvestres, frutos secos y setas, para comer. Además, el ratón tenía una salud de hierro. Por las mañanas, paseaba y corría entre los árboles, y por las tardes, se tumbaba a la sombra de algún árbol, para descansar, o simplemente respirar aire puro. Llevaba una vida muy tranquila y feliz. Un día, su primo ratón que vivía en la ciudad, vino a visitarle. El ratón de campo le invitó a comer sopa de hierbas. Pero al ratón de la ciudad, acostumbrado a comer comidas más refinadas, no le gustó. Y además, no se habituó a la vida de campo. Decía que la vida en el campo era demasiado aburrida y que la vida en la ciudad era más emocionante. Acabó invitando a su primo a viajar con él a la ciudad para comprobar que allí se vive mejor. El ratón de campo no tenía muchas ganas de ir, pero acabó cediendo ante la insistencia del otro ratón. Nada más llegar a la ciudad, el ratón de campo pudo sentir que su tranquilidad se acababa. El ajetreo de la gran ciudad le asustaba. Había peligros por todas partes. Había ruidos de coches, humos, mucho polvo, y un ir y venir intenso de las personas. La madriguera de su primo era muy distinta de la suya, y estaba en el sótano de un gran hotel. Era muy elegante: había camas con colchones de lana, sillones, finas alfombras, y las paredes eran revestidas. Los armarios rebosaban de quesos, y otras cosas ricas.


En el techo colgaba un oloroso jamón. Cuando los dos ratones se disponían a darse un buen banquete, vieron a un gato que se asomaba husmeando a la puerta de la madriguera.

El

ratón, más que asustado y hambriento, volvió a la madriguera, dijo adiós a su primo y decidió volver al campo lo antes que pudo. Los dos se abrazaron y el ratón de campo emprendió el camino de vuelta.

Los ratones huyeron disparados por un agujerillo. Mientras huía, el ratón de campo pensaba en el campo cuando, de repente, oyó gritos de una mujer que, con una escoba en la mano, intentaba darle en la cabeza con el palo, para matarle.

Desde lejos el aroma de queso recién hecho, hizo que se le saltaran las lágrimas, pero eran lágrimas de alegría porque poco faltaba para llegar a su casita. De vuelta a su casa el ratón de campo pensó que jamás cambiaría su paz por un montón de cosas materiales.


Tato tenía seis años y un caballo de madera. Un día su padre le dijo: - ¿Qué regalo quieres? Dentro de poco es tu cumpleaños. Tato se quedo callado. No sabía que pedir. Entonces, vio un pisapapeles sobre la mesa de su padre. Era una pajarita de plata sobre un pedazo de madera. Y sobre la madera estaba escrito: Para los que no tienen tiempo de hacer pajaritas. Al leer aquello, sin saber por qué, el niño sintió pena por su padre y dijo: - Quiero que me hagas una pajarita de papel. El padre sonrió: -Bueno, te haré una pajarita de papel. El padre de Tato empezó a hacer una pajarita de papel, pero ya no se acordaba. Fue a una librería y compró un libro. Con aquel libro, aprendió a hacer pajaritas de papel. Al principio, le salían mal; pero después de unas horas, hizo una pajarita de papel maravillosa. -Ya he terminado, ¿te gusta? El niño miró la pajarita de papel y dijo: - Está muy bien hecha; pero no me gusta. La pajarita está muy triste. El padre fue a casa de un sabio y le dijo: - Esta pajarita de papel está triste; inventa algo para que esté alegre.




El sabio hizo un aparato, se lo colocó a la pajarita debajo de las alas, y la pajarita empezó a volar. El padre llevó la pajarita de papel a Tato y la pajarita voló por toda la habitación. -¿Te gusta ahora?le preguntó. Y el niño dijo: -Vuela muy bien, pero sigue triste. Yo no quiero una pajarita triste. El padre fue a la casa de otro sabio. El otro sabio hizo un aparato. Y, con aquel aparato, la pajarita podía cantar. La pajarita de papel voló por toda la habitación de Tato. Y, mientras volaba, cantaba una hermosa canción. Tato dijo: - Papá, la pajarita de papel está triste; por eso canta una triste canción. ¡Quiero que mi pajarita sea feliz! El padre fue a casa de un pintor muy famoso. Y el pintor muy famoso pintó hermosos colores en las alas, la cola y en la cabeza de la pajarita de papel. El niño miró la pajarita de papel pintada de hermosos colores. -Papá, la pajarita de papel

sigue estando triste. El padre de Tato hizo un largo viaje. Fue a casa del sabio más sabio de todos los sabios. Y el sabio más sabio de todos los sabios, después de examinar la pajarita, le dijo: - Esta pajarita de papel no necesita volar, no necesita cantar, no necesita hermosos colores para ser feliz. Y el padre de Tato le preguntó: - Entonces, ¿por qué está triste? Y el sabio más sabio de todos los sabios le contestó: - Cuando una pajarita de papel está sola, es una pajarita de papel triste. El padre regresó a casa. Fue al cuarto de Tato y le dijo: -Ya sé lo que necesita nuestra pajarita para ser feliz. Y se puso a hacer muchas, muchas pajaritas de papel. Y, cuando la habitación estuvo llena de pajaritas, Tato gritó: - ¡Mira papá! Nuestra pajarita de papel es ya muy feliz. Es el mejor regalo que me has hecho en toda mi vida. Entonces, todas las pajaritas de papel, sin necesidad de ningún aparato, volaron y volaron por toda la habitación.



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