Anna politkovskaya

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Perfil - Domingo 3 de abril de 2011

Tolstoi en Chechenia Grandes cronistas del siglo XX: 3. Anna Politkovskaya

Ensayo T

enía el pelo blanco, duro y muy corto. Tenía la cara redonda, los ojos acerados de permanente ironía, y un cuerpo de abuela sólida, como si fuera la matrioshka mayor, esa muñeca rusa colorida que contiene a todas las demás muñecas. Caminaba tímida y hosca entre alfombras y cortinados. Evidentemente, no se encontraba en su sitio; sus ojos parecían querer estar en algún otro lado. Era la plácida primavera de 2002 y un extraño menjunje de periodistas, académicos y funcionarios participábamos en una conferencia en el castillo de Bonn. Algunos hablaban inglés; otros, alemán; otros más, árabe; y un pequeño grupo sólo se expresaba en ruso. En la última sesión, un periodista de la radio pública alemana, regordete y rosado, trazó una crítica atinada y demoledora a los grandes medios occidentales, como el suyo, que enviaban paracaidistas ensoberbecidos a los puntos “calientes” del globo, como Ruanda o Chechenia, y después lo reducían todo a tres datos y cuatro imágenes que no ayudaban a entender nada. “Mejor sería que no fueran”, terminó el rubicundo alemán, muy satisfecho por ser capaz de semejante autocrítica. En ese momento se levantó de su asiento, en la otra punta del salón, esta señora de pelo blanco y empezó a mover los brazos y llamar la atención de los traductores de ruso. En medio de una conferencia donde se hablaba de muertes y hambre y esclavitud como si fueran problemas teóricos, Anna Politkovskaya les pidió, les rogó a sus colegas que por favor no se fueran de Chechenia, que aunque el periodismo que hacían los grandes medios comerciales y las agencias occidentales era una soberana porquería, para una reportera rusa tratando de contar esa guerra atroz, era cuestión de vida o muerte. Y entonces, cuando se calmó un poco, Politkovskaya nos lo explicó: esas noticias llenas de errores y de imperdonable ignorancia eran para ella como el balón de oxígeno para un buzo encallado en las profundidades del mar. Sin esa presencia en los medios de fuera de Rusia, los cuerpos, los espíritus y los de-

Tercera entrega de la serie que recorre la obra y la vida de los 12 cronistas que cambiaron la manera de hacer periodismo, de John Hersey a Martín Caparrós. Aquí, el catedrático Roberto Herrscher se ocupa de la reportera rusa de la “Novaya Gazeta”, quien dedicó su vida a cubrir la guerra y el terror en Chechenia, y por eso mismo fue asesinada el 8 de octubre de 2006.

rechos de los chechenos serían pisoteados sin testigos por las tropas al servicio del antiguo agente de la KGB Vladimir Putin. Pasado el momento de dramatismo, la conferencia de Bonn siguió por los cauces habituales. Pero yo no me podía sacar de la cabeza la participación destemplada, fuera de tono, de la reportera rusa cuyo nombre, en los documentos de la conferencia, no me decía nada. Recién un año más tarde, cuando llegaron a España las traducciones de los dos libros que Anna Politkovskaya escribió sobre el conflicto, Una guerra sucia (1999), publicado en castellano por RBA, y Terror en Chechenia (2002), en Ediciones del Bronce, comencé a entender de qué estaba hablando la aireada señora de pelo blanco. Pa sa ron t re s a ño s má s. Después de esa conferencia en Bonn en 2002, volví a ver a Anna en sus dos últimas visitas a Barcelona, una vez en el Forum de las Culturas y otra en el Colegio de Periodistas. Seg uía vehemente, morda z, segura

Roberto Herrscher

y frágil. En un ruso que sonaba poético y dulce, lanzaba afilados dardos contra la “dictadura” de Putin. Y seguía pidiendo a Occidente que no abandonara Chechenia. Politkovskaya fue hasta el último día de su vida reportera del periódico quincenal Novaya Gazeta. Como tal, pasó en Chechenia todo el tiempo que le han dejado las autoridades desde el comienzo de la ofensiva rusa en el verano de 1999. Allí convivió con los perseguidos y se ganó la confianza de

victima. La periodista fue asesinada por un matón a sueldo en la

puerta de su casa, la mañana del domingo 8 de octubre de 2006.

todo tipo de chechenos, desde capítulos más adelante, otro los que participan en las gue- coronel, Mirónov, viajaba en rrillas o las apoyan hasta los avión de transporte de tropas que quieren parar la guerra o con Politkovskaya. En medio se limitan a sufrir con infinita del ruido y el hedor entablaron una conversación que los huresignación. También se adentró en los manizó y los acercó. El coronel batallones rusos, resaltando estaba herido, era de alguna los casos aislados y emocio- manera consciente de lo que nantes de decencia y valentía sucedía, y en el hospital donen algunos soldados y oficia- de la autora lo visitó le mostró les y sus familias, e intentan- otra, tenue pero existente, cara do entender el porqué y el de una humanidad posible aún cómo de la represión brutal e dentro del sistema militar ruinhumana que transforma a so que estos libros denuncian. la mayoría de estos militares Es un milagro que, en medio en animales.A diferencia de de tanta tensión y peligro, sus muchos libros de denuncia, textos sean de una belleza descontados en el lenguaje del armante, llenos de detalles oriinforme policial, acumulan- ginales, escritos con un tono do datos sin arte ni concierto, pausado y sabio, con humor y sus libros van mucho más allá con un uso magistral del ritmo del memorial de agravios: son narrativo. Ambos libros son novelas contadas en un estilo obras maestras y testimonios que debe más a las novelas de de una narradora y reportera Tolstoi y Dostoievsky que al admirable. La mañana del domingo 8 periodismo de investigación de octubre de 2006 encendí de nuestro tiempo. En medio de la urgencia por la radio y me golpeó la noticia contar y abrir los ojos del mun- atroz: un matarife acribilló a do a lo que sucede en Cheche- Politkovskaya en el portal de su edificio. Pania, Politkovssaron casi cinkaya entendía Entendía que sus co años. En la que sus personajes se merepersonajes merecían farsa de juicio se dio con cían una prosa una prosa cuidada no los culpables. cuidada, una Pero la sobred e s c r ip c ión y una descripción vive su legado. i n te l i g e n te , inteligente Sus dos libros una histor ia en castellano, bien contada. Al construir personajes com- casi 700 páginas en total, nos plejos y arriesgarse con mode- siguen hablando de un verlos narrativos que avanzaban dadero genocidio: centenares en varias direcciones a la vez, de muertos, torturados, desPolitkovskaya hablaba del po- aparecidos, desplazados de der, de la naturaleza humana, su tierra, violados, mutilados, de los límites del sufrimiento ciudades transformadas en y de la pequeña llama de espe- montañas de basura y ceniza. Politkovskaya creyó que la ranza o de decencia que laten en el lugar más espantoso del fama y la presencia de medios internacionales la salmundo. En Terror en Chechenia, dos varían de la suerte de tantos, capítulos muestran con un demasiados periodistas, en estilo precioso e insoportable Rusia, en Africa, en México, las dos caras de lo que estaba en Colombia. Igual la matahaciendo la guerra tanto para ron. Los premios e invitaciodestruir a los chechenos como nes internacionales no sirpara deshumanizar a los ru- vieron como coraza ante los sos. Al final de una noche de ataques de sus perseguidores alcohol y aquelarre, el coronel ni la salvaron al final. ¿Por qué murió? Por su traBudánov se hizo traer una adolescente chechena a su despa- bajo, por tomarse tan a pecho cho, la violó, la mató a golpes y y cumplir tan bien su misión ordenó que la “despacharan”. de contar la verdad. Por su Se hizo un juicio –casi el úni- uso de las herramientas del co por atrocidades en Cheche- periodismo narrativo hasta nia– y la defensa del coronel y las últimas consecuencias, los medios afines al gobierno para despertar conciencias, apuntaron la culpa a los solda- para emocionar, indignar, dos a quienes se había ordena- educar, informar, enriquecer y n do deshacerse del cuerpo. Tres golpear.

En sus crónicas, Anna Politkovskaya hablaba del poder, de la naturaleza humana, de los límites del sufrimiento y de la pequeña llama de esperanza o de decencia que late en el lugar más espantoso del mundo.


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