«Decir español es decir caballero» Amado Giménez Escribano:
(Lope de Vega)
su vida era la División Azul
Amado Giménez Escribano, soldado en la División Azul.
Pablo Sagarra
E
y
Óscar González
l cable telefónico ha transportado la terrible noticia: Amado Giménez Escribano ha muerto. Hacía meses que no sabíamos nada de él y ahora el mazazo de su fallecimiento. Su muerte nos deja helados. Amado era un hombre alegre, simpático, un gran entusiasta de la vida, pero claro, eran 93 años largos, y aquí, en esta tierra, no puede uno quedarse para siempre. Amado estaba marcado por su condición de veterano de guerra y, más concretamente por ser divisionario; la División Azul, más aún que la guerra de España fue para él un acontecimiento principal en su radicalidad.
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AMADO GIMÉNEZ ESCRIBANO
H
oy querríamos detenernos en Amado porque él representa, como pocos, el arquetipo del divisionario, aquél joven que abandonó hace 70 años la comodidad de la Patria para lanzarse voluntariamente a luchar contra el comunismo en los confines de Europa. Con él ponemos también nombre a ese sencillo soldado español que se alistó en la División Azul. Fueron miles los que, a comienzos de los años 40 del pasado siglo, vistiendo el uniforme caqui de nuestro Ejército decidieron un día cambiarlo por el feldgrau alemán. Amado había nacido en La Gineta, en la provincia de Albacete, el 1 de febrero de 1917. Sus padres, toda su familia, eran labradores, gentes de bien, pegadas al terruño. Con esfuerzo quisieron dar estudios a su hijo Amado y éste marchó al Seminario de Murcia donde ingresó ya mayorcito. En aquel tiempo, los extremistas anticlericales, alentados por algunas autoridades de la República comenzaron su acoso a la Iglesia, a sus ministros y a los católicos de a pie. Con el triunfo del Frente Popular las cosas comenzaron a complicarse y el Seminario empezó a sufrir el acoso de las nuevas autoridades y la creciente hostilidad de aquella parte de la población dominada por los propagandistas anticatólicos. Al filo del golpe cívico militar del 18 de julio de 1936, la dirección del
Seminario dio la orden de dispersión de los seminaristas para que se pusieran a salvo de lo que se avecinaba. Amado volvió a la Gineta como el resto de sus compañeros de estudios a sus lugares de origen. Al triunfar las armas republicanas en aquella zona, comenzó entonces la caza del cura en Murcia y Albacete que se llevaría por delante la vida de decenas de sacerdotes y religiosos en aquellos primeros meses. Algo más tarde caerían también cuatro seminaristas compañeros de Amado: José Espinosa Martínez, Antonio García Eslan, José Sánchez Fernández y José Mª Vidal Monreal. Estos cuatro seminaristas murieron en parecidas circunstancias a las que le tocó padecer a Amado ya que éste como aquéllos, tuvo que servir forzosamente en el Ejército Popular al ser llamado a filas por la autoridad de la República. Así fue, la tolvanera de la Guerra Civil, lo trastocó todo y empezó un período de persecución y miedo para Amado y su familia. En el año 1937 salió de La Gineta al ser movilizado teniendo que servir en un Batallón de Fortificaciones del Ejército de la República. Como Amado recordaba, él se salvó porque le tocó ir a una unidad en el frente de Madrid en la que su condición de seminarista no salió a relucir. No Arriba. Ruinas del Hospital Clínico en el frente de Madrid a mediados de 1937, vistas desde las trincheras republicanas del Parque del Oeste. Centro. Propaganda republicana para animar a los defensores de Madrid. Abajo. Bombardeo nacional en Madrid (Archivo Ministerio de Cultura).
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Arriba. Amado estuvo dos años en un Batallón de Fortificaciones levantando barricadas, refugios, trincheras y blocaos en el frente de Madrid. En la imagen, barricadas en las calles de la capital de España durante la Guerra Civil Abajo. Amado como soldado de la República el 13 de enero de 1938.
así en el caso de los cuatro compañeros suyos de Seminario citados, los cuales encontraron la muerte sirviendo en diversas unidades republicanas. Los cuatro fueron asesinados por sus «compañeros de armas» en diversas circunstancias entre los años 1937-1939, acusados de ser enemigos de la República, una burda excusa para acabar por ellos por su condición clerical. Amado estuvo dos años en el Madrid cercado trabajando en la línea del frente y con períodos de descanso cerca del Lago del Retiro. Tuvo escasísimos permisos, siempre se mantuvo precavido y con ganas de que aquello terminase pronto. Terminada la Guerra Civil, y como a tantos soldados del bando que había perdido la contienda, fueran o no de ideas republicanas, a Amado le cupo en suerte seguir
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haciendo el servicio militar. Ya no continuó con sus estudios eclesiásticos. Y estando en esta situación, en un Regimiento de guarnición en Salamanca, en «La Victoria», solicitó marchar al frente ruso con la División Azul. Se concentró en Logroño y partió hacia Alemania integrado en el 11º «Batallón en Marcha» que cruzó la frontera hispano-francesa el 18 de junio de 1942. En Hof, juró fidelidad al Führer en la lucha contra el comunismo y partió acto seguido hacia el frente ruso. Una vez allí fue destinado a la mítica 10ª/262º, la compañía del Capitán aragonés Juan José Portolés Dihinx, un militar de pelo en pecho –como suele decirse– procedente de la Legión y Medalla Militar Individual. De inmediato, Amado entró en línea en Gorka formando parte de una escuadra de fusileros. Al otro lado del manso río Voljov, a unos 350-400 metros estaba la trinchera rusa.
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Comenzaba una larga campaña para nuestro divisionario ya que no regresaría a España hasta la disolución de la División Azul, en noviembre de 1943. De su compañía recordaba a uno de los enlaces del capitán, Pablo –Pablito– Arredondo Garrido, que perdería la vida en uno de los combates más cruentos protagonizados por la 10ª/262º: el ataque ruso que sufrió la línea española el 12 de octubre de 1942, que fue no sólo rechazado por la compañía de Amado sino que conllevó un violento contraataque hasta las mismas trincheras soviéticas. Arredondo y varios camaradas más, como el alférez Carlos Mena Gil –éste pisó una mina, aquél fue alcanzado por un rafagazo de naranjero– cayeron, pero, como era consigna de honor en la compañía de Portolés, no se dejó a nadie sin evacuar. Por aquella acción Portolés recibiría la segunda Medalla Militar Individual y varios voluntarios, la Cruz de Hierro de 2ª Clase. Poco más tarde, paradojas de la campaña, Portolés caería herido de muerte por una bala perdida. Amado guardaba un recuerdo magnífico de su unidad, del ambiente humano. Después de haber pasado dos años en el Ejército republicano aquí se
sentía en casa. Los padecimientos sufridos le habían curtido pero no habían hecho disminuir su fervor religioso. Él era de los que valoraba en su justa medida la labor del capellán del batallón. Recuerda haber hablado con él, a solas, y confesarse en el segundo escalón dándose un paseo. Cuando marcharon «a operar», a cubrir la primera línea, antes de Krasny-Bor las confesiones se incrementaban en la compañía. Al llegar diciembre, otro invierno más, la climatología rusa se desplomó sobre la División Azul. Pero había que sobreponerse al frío y Amado apretó los dientes con su parka mientras hacía guardia al borde del helado río Ishora. Nuestro hombre recordaba nítidamente la «gran batalla» como decía él, la del 10 de febrero. El bombardeo ruso fue demoledor arrasando el dispositivo español de primera línea. La horda atacante se abalanzó sobre el sector de Krasny-Bor y también sobre el defendido por el III/262º. Los morteros y ametralladoras que acompañaban a la infantería rusa enfilaron la posición de la 10ª/262º
Arriba. El clima ruso fue un enemigo añadido, y no pequeño, para la División Azul. Centro. Amado, protegido contra el frío ruso en sus tiempos de fusilero en la 10ª/262º. Abajo. Posición española en el frente ruso.
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Arriba. Amado, a la derecha, con un compañero, cuando servía en la Compañía divisionaria de Veterinaria en el verano de 1943. Obsérvese la placa de herido en negro que lleva y como protege del objetivo de la máquina su dedo mutilado.
cuyo jefe era ahora Francisco de Paula Manjón Cisneros. Desde aquella altura se veía un espectáculo sobrecogedor, millares de figuras blancas diminutas y carros rusos abatiéndose sobre el I/262º. A media mañana Amado sintió un dolor tremendo en la mano derecha; le faltaba un dedo, había volado…; un casco de metralla se lo arrancó prácticamente de cuajo. Le taponaron la herida y lo sacaron de la trinchera; no podía seguir disparando. Al anochecer, cuando llegó la calma lo evacuaron al puesto de socorro
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Abajo. El enlace del capitán Portolés, Pablo Arredondo Garrido, caído en combate el 12 de octubre de 1942 (Archivo familia Pablo Arredondo Garrido)
del Batallón y de allí al Hospital de Sangre divisionario, a Mestelewo. Lo enviaron a Vilna, donde tardó un tiempo en recuperarse. Guardaba de la capital de Lituania un gran recuerdo, en especial de la Virgen Negra, Nuestra Señora de Ostra Brama, cuya imagen estaba situada en una antigua capilla adosada a la vieja muralla. Cuando le dieron el alta, pasó a ver a la Virgen y, como contaba, «me encapriché de un rosario que quise llevarme conmigo al frente y, a pesar de que tenía rublos y marcos para pagarlo, me decían: “niem, niem…”, no pude pagar, que era gratis…, vieron mi escudo de España sobre el uniforme alemán y me regalaron aquel rosario. Con él aún rezo a diario en mi casa».
Amado fue entonces destinado a la Compañía de Veterinaria, una unidad más tranquila, siendo rebajado de servicio de armas en primera línea. Allí trabajó como asistente de uno de los capitanes de Veterinaria en mezcolanza con personal civil ruso y con varios prisioneros que les ayudaban. Todos los días compartían la comida con varios de ellos; eran gente joven, golpeada por la guerra, pero una vez que se franqueaban eran hospitalarios, amables. Recordaba cómo los veterinarios españoles se preocupaban de atender las karobas –las vacas– del vecindario ruso. Pasado un tiempo, le tocó la repatriación llegando a Valladolid donde se disolvió su Batallón para que cada voluntario fuese a su casa. Él, antes de volver al cuartel pasó por La Gineta. Recuerda cómo se bajó en la estación del pueblo y allí estaban el
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Cartel propagandístico soviético anunciando la toma de Berlín por el Ejército Rojo ayudado por las potencias anglosajonas: Gran Bretaña y Estados Unidos.
alcalde, sus hermanos –sus padres ya habían fallecido–, el cura, etc. Era la 1,30 de la madrugada de un día de noviembre de 1943. Al día siguiente pasó a ver a la Patrona. Terminado el servicio militar, Amado decidió irse a Madrid y entró a trabajar en el Colegio de Areneros de los Jesuitas como portero y mantenedor diríamos hoy. Su vida siempre ha estado vinculada a dicho Colegio ya que, incluso en la misma iglesia de Areneros conoció un día a una chica, Mercedes Rivas, con la que se casó más tarde, naturalmente, en el mismo templo. Hubo un momento de confusión con el cura el día de la boda ya que le faltaba el dedo anular de la mano derecha, aquel que se quedó pulverizado en Rusia, pero no le importó, se puso el anillo en el anular izquierdo.
Amado continuó trabajando durante décadas en el Colegio a pesar de una dolencia en la rodilla que aceleró, no obstante, su jubilación. Por encima de todo, Amado era un enamorado de la División Azul. Como él mismo decía: «mi vida es la División Azul». Murió en la paz del Señor el 28 de noviembre de 2010. Las antepuestas palabras del gran literato Lope de Vega, «decir español es decir caballero», son perfectamente aplicables a nuestro veterano porque él sí era un caballero; y decir caballero es decir un hombre de honor, generoso y noble, que se entregó a luchar por una causa que consideraba justa sin componenda alguna, sin pedir nada a cambio, ni al marchar a Rusia ni al volver de Rusia. Hijo del momento histórico que le tocó vivir, fue consecuente con su idea de Dios y de España.
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