El carro de guerra en la Edad del Bronce Sergi Vich Sáez
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a escasez de datos fidedignos en la más remota Prehistoria, hace difícil señalar cómo, cuándo y dónde surgió la guerra por vez primera. Es cierto que debieron producirse choques hostiles entre grupos humanos durante el Paleolítico, ya fueran por motivos cinegéticos, rituales o depredatorios. Pero cabría preguntarse si sólo se trató de combates esporádicos, simples razias, o si bien poseyeron el grado de premeditación y planificación inherente a todo conflicto bélico. 2
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o sería hasta la llegada del Neolítico, al sedentarizarse la población, cuando aparecieron excedentes agrícolas que defender. Cuando el concepto de posesión territorial iría ligado a la suerte de grupo. Cuando la guerra, con toda su complejidad, tomaría carta de naturaleza en el devenir humano. Las representaciones del Arte Levantino de la Península Ibérica (10000-4500 a.C.), o las primitivas murallas de Jericó (8000 a.C.), así parecen atestiguarlo.
Tales presupuestos, se hallaban ya claramente establecidos en la sociedad sumeria, quien nos ha dejado destacadas representaciones iconográficas de los mismos. Como el «Estandarte de Ur» (2600 a.C.) o la «Estela de los buitres», erigida en honor de Eannatum II de Lagash (24542425 a.C.). En ambas se aprecian, no sólo filas y falanges de guerreros perfectamente formados y equipados, sino también, una serie de carros de guerra, incluido el de este último soberano.
Y es que para que tales conflictos se convirtieran en una realidad, era imprescindible un notable grado de desarrollo socio-económico, como ya argumentara Arnold. J. Toynbee, en su momento: «la posibilidad de emprender una guerra presupone un mínimo de técnica y organización, superior a la indispensable para mantener la vida, y estos nervios de guerra le faltaban al hombre primitivo.»
Será precisamente a estos últimos, que el filósofo alemán Oswald Spengler calificaría como «la mayor transformación militar del mundo antiguo» y que para el historiador francés Paul Garelli, bastarían para definir toda una época, a los que dedicaremos las páginas que siguen.
Arriba. Bajorrelieve de la estela de Solana de Cabañas (Cáceres) (1000-800 a.C.), con representación de carro. En la España de este período, los carros tuvieron, según parece, una función funeraria y de prestigio.
En el período Dinástico primitivo (2850-2325 a.C.), y probablemente a causa de las disputas sobre los derechos de riego en una sociedad eminentemente agrícola, los enfrentamientos entre las distintas ciudades sumerias (Ur, Uruk, Lagash, Nippur,…) condujeron a un estado de guerra endémico. Pero, dada la imperiosa necesidad de atender las labores agrarias de las que dependía la supervivencia de aquellas pequeñas ciudades-estado, las mismas fueron siempre de corta duración, y escasa mortandad, a pesar de las exageraciones de los textos coetáneos. Sin embargo, pronto se vio la necesidad de
Abajo. Moderna estatua erigida en honor de Argishti I de Urartu (785-763 a.C.). Si bien los urarteos utilizaron también el carro de guerra, como en la foto, estaban equipados al modo asirio, siendo la infantería y la caballería sus armas principales.
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carro sumerio
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contar con una infraestructura militar permanente, para hacer frente a tales contingencias. Muy pronto, cada estado contó con una milicia, surgida de un sistema de obligaciones hereditarias, compuesta básicamente por tropas de infantería armadas con picas y hachas que combatían en formación cerrada detrás de grandes escudos rectangulares. Tales unidades, eran dirigidas por oficialidad profesional, y contaban con un reducido número de carros. Dado que su construcción y mantenimiento resultaban muy onerosos, en especial por lo que respecta al adiestramiento de los animales. Tirados por yuntas de cuatro asnos o hemiones, y no de onagros como se ha venido diciendo con frecuencia, sujetos a las riendas por el labio superior, la cajas de estos pesados carros estaban construidas por un armazón de madera, unido con grapas del mismo material, y reforzado con tiras de cuero y clavos de bronce. Las mismas, se hallaban dispuestas sobre cuatro ruedas macizas, Arriba. Detalle de la rueda de seis radios del carro de guerra del faraón Ramsés II (1290-1224 a.C.) Abajo. Relieve con carros de guerra asirios persiguiendo la enemigo. Obsérvese la mayor solidez de las llantas, y el hecho de que van tirados por tres caballos.
también de madera, de entre 50 y 80 cm de diámetro, con ejes fijos y llantas de cuero fijadas con remaches de cobre. Su velocidad podía estar entre los 16 y 20 km/h en línea recta y terreno lleno; y su tripulación estaba formada por dos hombres, armados con lanzas y hachas, pues los arcos eran considerados como un arma indigna
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por los sumerios. No así por los semitas acadios, que los acabarían venciendo. Los carros de combate sumerios, no estaban destinados a enfrentarse entre sí, sino a romper las falanges y líneas enemigas, tanto por el efecto psicológico de su carga, como por el choque en sí, siendo especialmente útiles en caso de persecución. Existe la posibilidad, barajada por el especialista Quesada Sanz, de que uno de los tripulantes bajara del vehículo para lanzar jabalinas contra sus enemigos o simplemente retarlos, siendo recogido a continuación por el carro. Sea lo que fuere, su uso como arma no parece que fuera más allá de los tiempos del gran rey Sargón de Akkad (2270-2215 a.C.), si bien se mantendría como vehículo funerario y de prestigio durante largos siglos. Con todo, ello no supuso la desaparición definitiva de esta revolucionaría máquina de guerra, sino sólo un imprescindible interregno, antes de su período de máximo esplendor.
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Aunque los hurritas crearon su propio estado, Mitanni, que rivalizó durante siglos con los imperios vecinos de Hatti, Egipto o Asiria, por el control de la actual Siria, su casta guerrera de maryanni se extendió con fuerza por las distintas ciudades-estados cananeas, convirtiéndose en el núcleo fundamental de muchos de sus ejércitos durante la última mitad del segundo milenio antes de Cristo, y de lo que tanto nos habla el Antiguo Testamento. Fabricados en madera y cuero, y revestidos de metal, estos artilugios se sostenían sobre dos ruedas de cuatro radios, y eran extremadamente veloces merced a los dos caballos uncidos a un timón central, y controlados mediante bocados. Un ancho eje situado bajo la caja en una posición muy retrasada, les confería una gran maniobrabilidad. Su dotación, estaba formada por dos hombres cubiertos, al igual que los caballos, por un arnés revestido con placas de bronce a modo de escamas, portando además, cascos del mismo metal, tocados con penachos o plumas. La táctica preferida de los hurritas, organizados en unidades de estructura decimal que no solían superar las cincuenta unidades, era lanzarse a toda velocidad contra el enemigo y disparar sus flechas, para replegarse inmediatamente. Sin que por ello, eludieran el combate singular, ni el enfrentamiento directo contra unidades dispersas. Sin embargo, tales premisas sólo podían Abajo. Relieve pintado de un faraón con la corona del Bajo Egipto, que arremete con un «khopesh» desde su carro.
hurritas
Entre el 2000 y el 1750 a.C., y en una zona que podríamos situar al Norte del Cáucaso, diversos cambios socioeconómicos, llevaron a la aparición de un carro ligero y maniobrable, capaz de alcanzar notables velocidades, aprovechando los amplios y llanos espacios de la región. Inicialmente, solía ser utilizado para la caza mayor por parte de las élites gobernantes, asociada a una nueva arma con gran poder de penetración: el arco compuesto. Pero con el tiempo, daría paso a la aparición de una casta guerrera de origen indoeuropeo y de estirpe hurrita: los maryanni. Si bien, no debemos descartar evoluciones paralelas en distintos puntos del Próximo Oriente.
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resultar efectivas en un terreno llano, de ahí algunos de sus enemigos, como los israelitas en tiempos de Josué, rehuyeran el combate abierto, y buscaran el hostigamiento en zonas montañosas, donde sus enemigos cananeos no podían hacer efectiva la superioridad que les otorgaban sus vehículos. Algo parecido les ocurriría a los hititas, con los feroces montañeses gasgas. Con todo, quizás la más trascendental de las aportaciones hurritas, fuera la compleja logística con la que Mitanni apoyó a sus unidades de carros, que eran de propiedad estatal, y la compleja estrategia que se escondía detrás. Manuales de adiestramiento de caballos, como el «Tratado de
Kikuli» (1300 a.C.) que alcanzando un promedio de 1,40 m en cruz, eran más pequeños que los actuales. Los arsenales con piezas de repuesto distribuidos por todo el país, y que como señalan las Tablillas de Nuzi (siglo XV a.C.) preveían para cada carro dos aljabas con 37 flechas cada una, dos arcos compuestos, dos espadas, una lanza, un látigo, un juego de riendas de asalto y dos gualdrapas. Así como los escuadrones acantonados en las principales ciudades, demuestran la importancia que tales unidades llegaron a tener. Todos los estados del Próximo Oriente, acabaron contando con tales agrupaciones, dependiendo su número del tamaño de los mismos, convirtiendo la guerra en el segundo milenio antes de Cristo en un acontecimiento eminentemente dinámico, que eclosionaría en la batalla de Qadesh (1285 a.C.), que iba a significar, no sólo el mayor enfrentamiento bélico del periodo del que tenemos noticias, sino también el banco de prueba de dos maneras distintas, la hitita y la egipcia, de concebir el carro de guerra, que terminaría con la prevalencia de los primeros.
Arriba. Detalle de un kilix con pinturas negras (s. VII-VI a.C.) en la que se puede apreciar un carro griego, sin función militar aparente. Abajo. Carro de guerra del reino neohitita de Zinjirlí. (1000-700 a.C.)
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Egipcios
contra hititas
La introducción de los carros de guerra en Egipto, habría ido parejo a la llegada de los hicsos, que se asentaron en la zona del Delta durante el Segundo Período Intermedio (1640-1532 a.C.), a tenor de la terminología no egipcia usada para describir sus partes. Siendo prontamente asimilados por los monarcas autóctonos durante el Imperio Nuevo (1550-1070 a.C.), quienes crearon un parque permanente, con sus correspondientes cuadras y personal adscrito a las mismas, amén de conductores y tropas entrenadas en su manejo. Un nutrido grupo de escribas, tuvo asignada la tarea logística y el control de los mismos. Algo habitual en una sociedad tan burocratizada como la egipcia. El carro egipcio era de construcción liviana, con una base de madera, reforzada en algunas partes con cuero y metal, que le permitía alcanzar más de 40 km/h. Dotado de dos ruedas de cuatro o seis radios, la ubicación retrasada del eje, permitía a los conductores efectuar giros muy cerrados, sin perder la estabilidad. Para lo que se les había entrenado en taburetes móviles hasta el agotamiento. Amén del conductor, que solía portar un cuchillo, muy útil para cortar las riendas cuando éstas quedaban trabadas, el combatiente estaba armado con lanza y arco, preferentemente este último, y en algún caso llevaba un escudo de mimbre trenzado. Tal vehículo, dada su endeblez, no era muy adecuado para el ataque frontal contra carros más pesados, como demostraría la batalla de Qadesh, sino que se empleaban para romper las compactas formaciones de infantería, y perseguirlas una vez deshechas, o para acercarse a los carros contrarios lanzando flechas, y retirarse
seguidamente, dada la superior velocidad y maniobrabilidad que les otorgaba su poco peso. También los carros, constituían el elemento fundamental de los ejércitos hititas, que si bien comenzaron siendo ligeros, pronto fueron más pesados que los de sus enemigos, sin por ello perder maniobrabilidad, dada su sabia construcción. Sus ruedas, provistas de ocho radios, tenían unas llantas muy consistentes, mientras la caja iría desplazándose progresivamente hacía la parte delantera del eje. Del mismo modo, el tiro pasaría de dos a tres caballos, y en algunos casos a cuatro, Arriba. Bajorrelieve en el que se ve a un faraón tocado con su casco de guerra, a la hora de disparar contra sus enemigos. Abajo. Detalle del arcón de Tutankamón (1333-1323 a.C.), en la que le ve derrotando a sus enemigos nubios.
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Arriba. Faraón egipcio arremetiendo contra sus enemigos. Los cuatro radios de sus ruedas, corresponden a una primera fase evolutiva del carro. Abajo. Bajorrelieve egipcio del Imperio Nuevo, en el que aparecen numerosos carros de guerra.
que solían ir protegidos por petos de cuero, de los que carecían sus homólogos egipcios. Su tripulación, que sólo solía desmontar excepcionalmente en combate, estaba formada por tres hombres: el conductor, un lanzador de venablos o jabalinas, y un escudero o arquero, estos últimos equipados también con espadas. Organizados en unidades de seis a ocho vehículos, su función principal era la del ataque directo, no sólo contra las filas de infantes enemigos, sino frente a los vehículos de combate contrarios, dado que su solidez les otorgaba una mayor seguridad en el envite. Otra forma de actuación, era la que combinaba carros ligeros en los extremos, y los más pesados en la parte central, que avanzando en formación de cuña, limitaban la capacidad de la infantería a la hora de resistir tal ataque. Era precisamente entonces, cuando la tarea del portaescudo adquiría su verdadera función como protector del conductor, pues si éste perecía durante la galopada por una flecha o lanzada enemiga, no sólo se perdía el carro, sino que se quebraba la formación, y se malograba el ataque.
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La infantería hitita solía operar como soporte a los carros. Aproximadamente la mitad formaba en secciones de diez hombres que constituían una suerte de falange, e iba armada con lanza, escudo rectangular con entrantes en sus lados mayores y redondeado en los menores, al modo aqueo, y espada. El resto, estaría integrado por aliados, arqueros y tropas ligeras. Los guerreros hititas solían llevar una larga y espesa cola de cabello trenzado en la nuca, que probablemente no tuviera sólo un carácter étnico o decorativo, sino que serviría para proteger esta parte del cuerpo de los golpes dados por la espalda. La administración, era la encargada de proveer al ejército de tales vehículos, siguiendo la tradición hurrita. De ahí que uno de los impuestos que solía pedir el «Gran Rey», eran partes de carros de guerra que, una vez ensamblados, formaban
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una reserva capaz de ser utilizada en cualquier momento. Del mismo modo que se reiteraban las peticiones de caballos a sus aliados babilónicos, por ser estos mayores y más resistentes.
Asirios
otros aditamentos, y por los persas, ya en plena Edad del Hierro. Pero esta es ya, otra historia.
y micénicos
El cataclismo que para los pueblos del Próximo Oriente supuso la llegada de los Pueblos del Mar a finales del segundo milenio, no representó la desaparición de los carros de guerra, pues tanto los subsiguientes estados neohititas, como los filisteos, israelitas, egipcios y asirios siguieron utilizándolos, aunque en menor medida. Ésto, a la postre, supuso la pérdida definitiva de su categoría de arma fundamental, en favor de la caballería, que cobraría carta de naturaleza en el ejército asirio allá por el siglo VIII a.C. Sería precisamente en Asiria, donde el carro de guerra sufriría sus últimas transformaciones. Su carácter sería cada vez más pesado, con ruedas mayores de hasta ocho radios, cajas capaces de contener hasta cuatro guerreros, y, como no podía ser de otra forma, un mayor número de caballos: cuatro, si bien se mantuvieron también algunas bigas. Todo ello, y el hecho de que las armas arrojadizas dejaran paso a grandes lanzas, y escudos sujetos a las cajas, hacen pensar en que debían ser utilizados como fuerza de choque. Su canto del cisne, tendría lugar en la batalla de Qarquar (853 a.C.) en la que, si nos atenemos a las fuentes, siempre demasiado generosas, los asirios alinearían más de mil carros, lejos ya de los 3.700 que presentaron los hititas en Qadesh. También en el mundo micénico (1600-1200 a.C.) el carro de guerra habría tomado carta de naturaleza, a imitación del mundo oriental, de donde provendrían los primeros modelos. Sin embargo, no parece que se empleara como plataforma de lucha, sino para llevar a guerreros pesadamente armados al combate, en algún caso singular, tal como nos relatan los textos homéricos, y en donde mantendrían su carácter de prestigio. Con todo, el carro de guerra nunca desapareció del todo. Siendo utilizado por algunos estados helenísticos que les añadieron falcas cortantes y
Bibliografía
sumaria
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Arriba. Soberano asirio cazando un león. Ésta era otra de las funciones de los carros de guerra reales.
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