REVISTA DE HISTORIA Y ACTUALIDAD MILITAR
Veteranos de la campaña rusa
Federico Fuentes Gómez de Salazar y Fidel Delgado Pérez Pablo Sagarra
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y
Oscar González
n la historiografía actual se otorga cada vez mayor importancia a los testimonios personales. Sin perjuicio de que tal importancia es relativa y no debe sobrevalorarse, es necesario tenerlos en cuenta ya que permiten conocer la visión, por muy modificada que pudiera estar al haber pasado tanto tiempo, que los protagonistas directos tienen del hecho histórico en el que participaron. Porque la historia la hacen los hombres, cada hombre, no los documentos ni los libros. Desde su puesto en la sociedad, con el despliegue de su vida, y por muy anónima o intrascendente que pueda resultar, toda persona contribuye al suceder histórico de manera directa. Nuestra perspectiva es la de Ortega y Gasset cuando afirmaba que «la misión de la Historia es hacernos verosímiles a los otros hombres».
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n el caso de los soldados, su participación en una campaña es un acontecimiento que también contribuye a la forja de la historia, no solo militar si no también la historia general de los pueblos y naciones. Así ocurrió con la campaña germano-soviética en la Segunda Guerra Mundial que supuso, entre otras cosas, la transformación de Europa. Miles de españoles, encuadrados en la División Azul y en las Escuadrillas Azules, participaron en esa campaña. Hoy escuchamos a dos veteranos de dicha campaña cuyos relatos nos acercan a tiempos duros, de guerra y sufrimiento. El primero, Federico Fuentes Gómez de Salazar, defensor del Alcázar de Toledo y Alférez Provisional en la guerra de España, combatió como Capitán en el frente ruso. También es un testigo de excepción de nuestra historia más reciente. Su memoria privilegiada nos deja un relato conmovedor, sin rencor. Federico –persona de fuertes convicciones morales– mira hacia atrás con orgullo, pero también con tristeza, constatando que la guerra no deja bien parado a nadie. Federico Fuentes Gómez de Salazar, desde el Alcázar, nos trasporta al frente de Leningrado: «Nací en Toledo el 21 de Septiembre de 1918. Viví unos tiempos duros, con una España muy revuelta que terminó en la peor de las guerras, que es la civil. En julio de 1936, estaba preparándome para el ingreso en la academia militar. En nuestras casas nos enteramos del Alzamiento. En aquellos días, la situación cívica en España era desastrosa y terrible; no se podía ir tranquilo por la calle. Había que procurar ir en grupo, o por lo menos, en pareja. Católicos y conservadores nos reuníamos para estar
juntos y compartir ideas en un local del casco antiguo de Toledo. Moscardó declaró el estado de guerra y, tras ello, Toledo se quedó vacío. Decidí subir al Alcázar, donde se estaba congregando mucha gente que pensaba como yo. Estábamos en el patio. Sabíamos que la situación catastrófica que habíamos vivido durante las últimas semanas llegaba a su fin. Mi hermano y un tío mío –que estaban también en el Alcázar– me llamaron y me dijeron que me fuera y que no volviera, que me quedara defendiendo la casa. Al tener 17 años, necesitaba el permiso de mi madre. Me dirigí a verla para que me autorizara a entrar de nuevo en el Alcázar. Para llegar a casa tuve problemas. Iba haciendo zigzag, asomándome por las esquinas para ver si había milicianos o no. Al llegar a casa, le insistí a mi madre que me dejara regresar al Alcázar. Se negó en un principio, pero acabó aceptando mi petición, con cierto dolor, pero convencida de que hacía bien. El trayecto de regreso al Alcázar no fue nada fácil. Después de comer, salí de casa, al lado de la catedral, a 20 m, y comprobé que aquello estaba ya Arriba: Federico con gorra de plato y parka reversible de invierno (Archivo Federico Fuentes Gómez de Salazar). Abajo: Camino de Alemania junto a otros divisionarios. Federico es el tercero por la derecha (Archivo Federico Fuentes Gómez de Salazar).
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lleno de milicianos. Me fui rodeando la catedral por debajo, y sólo encontré a un grupito que estaba cargando cajas de munición en la plaza del teatro de Rojas. Los esquivé, y metiéndome por callejuelas, llegué hasta los soportales de la plaza de Zocodover. Aquí me di cuenta de que los milicianos estaban disparando al Alcázar desde los balcones, así que como no prestaban atención a lo que ocurría debajo, fui pasando de portal en portal. Por fin, entré en el Alcázar. La edad influyó mucho, pero el caso es que no pasé mucho miedo. Es más, pedían voluntarios y yo era de los primeros en presentarme. Una vez, salí a buscar trigo por la noche, fuera del Alcázar. ¡90 kilos pesaba cada saco! Mi puesto de tirador estaba cerca del despacho de Moscardó. Éste era un tipo nervioso y decidido, el jefe de la defensa, y todo estaba perfectamente organizado. Tuvimos la suerte de tener unos jefes muy competentes. Yo era un chico muy vivo e inquieto y siempre me mandaban de enlace. Nos parapetábamos en los balcones, protegidos por sacos terreros y tirábamos de flanco a los puestos enemigos. Lo que más temíamos era la artillería. La aviación, que bombardeaba con bastante frecuencia, ocasionaba pocos destrozos y bajas. No solíamos hablar con el enemigo. Pero, en una ocasión nos dieron tabaco. Fue un detalle que se lo agradecimos muchísimo. Hubo un alto el fuego y desde mi balcón echamos una canasta con una cuerda para que llegara hasta abajo. Allí nos dejaron de 12 a 14 cajetillas. ¡Pero era insuficiente! Cada cigarro fue origen de «sucesivas colillas. Pude oír a Moscardó hablar con su hijo en la famosa conversación telefónica. Obviamente, le oí sólo al padre, que estuvo muy entero a pesar de lo terrible de la situación. Las condiciones en las que vivíamos eran muy duras y vi a mucha gente morir. Respecto a las minas, primero oíamos unos ruidos pero no sabíamos qué era aquello. Los milicianos nos avisaban, «¡vais a volar!» –nos decían–. Recuerdo que mi hermano y yo nos abrazábamos, <por si acaso, porque mañana no nos lo vamos a poder dar en el aire>. Nos lo tomábamos a chirigota, pero era un
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asunto que nos preocupaba. Aun así, las voladuras no provocaron muchos muertos. Cuando llegaron los Regulares y rompieron el asedio, nos dieron tabaco. ¡Me fumé dieciocho cigarrillos aquella noche! Después del Alcázar, estuve en el frente de Madrid, en la Ciudad Universitaria. Estuve allí hasta que me llamaron para hacer el curso de alférez provisional, en febrero de 1937. A Rusia fui, por fin, en julio de 1942 con el empleo de capitán. En Logroño nos concentraron y nos dirigimos posteriormente a Alemania, a Hof. Estuve en el frente de Leningrado, al mando de una compañía de ametralladoras, la 12ª/263º, pero llegué a tener el mando de las cuatro compañías del batallón, e incluso del batallón mismo [el III/263º], al Arriba: Federico, a la izquierda, con un sargento de su compañía (Archivo Federico Fuentes Gómez de Salazar). Abajo: Tras su estancia en Rusia, en una visita a las ruinas del Alcázar junto a los compañeros de la Escuela de Estado Mayor (Archivo Federico Fuentes Gómez de Salazar)
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ser el capitán más antiguo. También tuve a mis órdenes a un pelotón de asalto que acudía a taponar cualquier intento de penetración rusa. El 10 de febrero de 1943 viví la batalla de Krasny-Bor. A un primo hermano mío, José María, le amputaron la pierna por heridas en esa batalla. José Álvarez de Lara, mi cuñado, murió allí y le tuve que enterrar. Yo no estaba en el mismo Krasny-Bor. Ese día, desde mi puesto de mando, me dediqué a animar a mis hombres. Desde luego, la preparación artillera soviética fue tremenda. El número de proyectiles que recibía cada metro cuadrado era enorme. Ese bombardeo nos debilitó. Atacaron también con la aviación y con carros. Fue una situación dura, pero distinta al Alcázar… El miedo existía, ¡por supuesto!, pero se disimulaba. Y nadie flaqueó. Después nos atacó la infantería… y muchos rusos quedaron muertos entre las alambradas y las trincheras.» Y no es casual que los hombres a las órdenes de Federico tuvieran también en él un oficial de categoría. Sus mandos le describían de la siguiente manera en mayo de 1943: «de espíritu entusiasta, conocedor de la profesión, valiente y Arriba: Federico Fuentes Gómez de Salazar. Abajo: Piezas del 105/25 mm., las utilizadas por la 7ª Batería de Fidel Delgado Pérez (Archivo Fernando Esquivias).
estudioso, posee excelentes dotes de mando, tacto y carácter. Capitán prestigioso y muy distinguido». Prosigue Federico con sus recuerdos: «Muchas cosas se me han quedado grabadas de mi estancia en Rusia. A tantos kilómetros de distancia, el orgullo de mandar una compañía de españoles es inmenso. Eso no se paga ni con todo el oro del mundo. Regresé en diciembre de 1943 y, por supuesto algo cambió en mí. Pero mi estancia en Rusia la recuerdo con entusiasmo y con tristeza, porque allí quedaron muchos compañeros.» El otro, Fidel Delgado Pérez, un castellano de raíces palentinas, nacido en Madrid y reafincado en Valladolid, que hace 70 años servía en el Protectorado Marroquí. Guripa de brega, habiendo sido movilizado en 1938, no le dio tiempo a entrar en fuego durante la Guerra Civil y no desaprovechó la oportunidad que se le presentaba con la División Azul. Fidel nos retrotrae al verano de 1941: «Estaba destinado en el Protectorado de Marruecos, en el Regimiento de Artillería nº 49 en el destacamento de Laucien, cerca de Ceuta. Estaba haciendo el servicio militar como me correspondía por mi quinta. Nadie se acordó que yo había estado como voluntario en la pasada guerra, en el requeté de Valladolid… En fin, éramos una unidad de artillería pero el ambiente era muy legionario. Estábamos en África. Ya se sabe me tatué al estilo legionario con mucha aguja y mucha sangre… [enseña los tatuajes de la época] En junio del 41, cuando lo de la División Azul recuerdo que nos formaron, llegó un jefe, nos echó una arenga y pidió voluntarios para luchar contra el comunismo y yo me alisté junto a más compañeros. No fui el primero pero tampoco el último. El espíritu era el mismo que el de la Guerra Civil; y yo quería ir a luchar contra el comunismo; mi vida en ese momento era la milicia y fui encantado. Mis padres también lo estaban; se lo
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comuniqué por carta. Había gran efervescencia por marchar. Éramos unos 200 y pico los elegidos. Muchos se quedaron cabreados por quedarse en tierra. Había uno que me insistía en darme 20 duros por coger mi puesto pero ni por nada; a mi no me importaba el dinero y eso que luego nos pagaron bien –siete con treinta pesetas diarias y cuatro marcos alemanes, dos para enviar a España y dos para gastarlos en el frente–. No me hubiera quedado por nada del mundo… Nos metieron en un mercante para atravesar el estrecho de Gibraltar, llegamos a Algeciras y de allí por Sevilla a Madrid y luego a Alemania. En Grafenwöhr me encuadré en el III Grupo de Artillería, en la 7ª Batería. Con esta unidad hice toda la campaña hasta mi regreso en abril del 43. Yo era sirviente de cierre. Mi batería era conocida como «La Legionaria» porque la mayoría procedíamos de Artillería militar y si había algún voluntario de origen civil cogía nuestro espíritu rápido.
Arriba: Cuando tantos divisionarios ya llevaban varios meses en España repatriados, Fidel Delgado Pérez seguía al pie del cañón, nunca mejor dicho, en la estepa rusa. Los rigores del clima le afectaron y causó baja por ictericia en el invierno de 1942-1943 siendo evacuado a Riga. Como tantos españoles se hizo la correspondiente foto de estudio que envió a su casa (Archivo Fidel Delgado Pérez). Abajo y página siguiente abajo, derecha: Postales.
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Al llegar al frente, nos enviaron al Voljov, cerca del río. Entramos en posición creo que el 12 octubre del 41; las piezas las arrastrábamos con caballos e íbamos detrás de los carros de municionamiento. Los rusos nos dispararon y hubo un herido en mi batería. Fue el primer herido de la 7ª y de los primeros de la División Azul, lo evacuaron. Era el día de la Pilarica; nos dieron café y chocolate. La misión de la 7ª batería era de apoyo a la infantería; nuestros cañones eran del 105/26. Eran una maravilla; no pesaban mucho, tenían doble cureña y podíamos meter pepinazos a más de 11.000 metros de distancia. Tirábamos por encima de nuestra infantería. Nosotros estábamos colocados a unos 1.200 metros por detrás de la primera línea. La dotación de mi pieza no éramos muchos, como una escuadra poco más pero muy unida; estaban el jefe de pieza, un cabo apuntador, un tío bueno, con conocimiento; luego otro encargado del cierre, que era yo, y dos o tres cargadores, uno de ellos el artificiero que hacía de cargador también. Mi misión era sencilla pero tenía que estar muy coordinado con los demás. Llamaban para hacer fuego e íbamos volando a la pieza para actuar con la mayor rapidez posible; yo abría el cierre del cañón, los cargadores metían el proyectil y seguido el estopín –una especie de fulminante para inflamar la carga–, y después yo cerraba el cierre. En ese momento cuando el apuntador ya había metido las coordenadas manejando el alza y el goniómetro, tiraba yo del tirafrictor y ¡¡pumba!!, pepinazo en el aire… Y otra vez la misma operación. La cadencia era muy buena y en un minuto hacíamos hasta 5 disparos; todo dependía de lo que mandase el capitán, el número de disparos que quería que hiciésemos y el tipo de granada que debíamos lanzar.
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Tirábamos proyectil de banda de acero y proyectil de banda de cobre. Pesaban unos 15 kilos pero tenían diferente alcance. Los proyectiles con banda de cobre eran de menor peso que los de acero pero con ellos se llegaba más lejos y además el ánima del cañón sufría menos. El servicio de piezas lo teníamos muy logrado; estábamos a lo que nos ordenaban; tantos disparos por pieza; fuego rápido, fuego de hostigamiento…; «¡Alto el fuego!... ¡alto la carga…!» Había que andarse con cuidado con los tiros cortos; una vez un proyectil de nuestra batería se quedó corto…; luego nos lo dijeron; son jorobados los tiros cortos porque hacen daño en tu propia casa. Por lo regular tirábamos bien. En mi unidad había gente de Valladolid, como Jiménez Lavín, pero mi mayor amigo era Julián Aguinaco de Bilbao. El ambiente era bueno, de franca camaradería. En la 1ª División el 98% éramos voluntarios. Luego se ha hablado de que la gente iba forzosa…; yo estuve hasta el 43 y en los relevos había de todo, pero nunca vi a nadie que no fuera voluntario. Si no eras voluntario aquello no lo aguantabas…la vida en campaña es jo…; había mucho patriotismo y alegría militar. En mi batería había un andaluz, Benjumea, que cantaba flamenco muy bien, con gran estilo». Nuestros divisionarios siguen contando cosas de la campaña y de su vida posterior que en ocasión más propicia ampliaremos.
Arriba: Telegrama sobre los haberes de Fidel cobrados en Grafenwöhr y enviados desde su Regimiento a Valladolid (Archivo Fidel Delgado Pérez). Abajo: Fidel Delgado Pérez leyendo documentos de la época.
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