La cola

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LA COLA

¿Es esta la cola para sacar la cédula? preguntó a la última persona de la larga línea. El interrogado giró ligeramente la cabeza y respondió con una especie de rugido, algo así como “hmmm hmmm” y un movimiento de la cabeza de arriba abajo, lo que ratificaba que la respuesta era afirmativa. Seguidamente le dio la espalda, por lo visto no tenía intenciones de entablar una conversación de esas que permite hacer más llevadera la espera. No había pasado un minuto cuando JJ escuchó una voz femenina detrás que preguntaba: señor ¿comienza aquí la cola para la pensión? JJ no escuchó la parte final de la pregunta, sólo había escuchado las cuatro primeras palabras. Se volteó con la actitud de un veterano y se encontró con una señora gorda de unos 55 años que tenía grabada en el rostro una estudiada sonrisa. JJ cortésmente le contestó –sí señora, es aquí y no pasará mucho tiempo siendo la última–. Con una increíble precisión matemática la profecía se cumplió, en menos de dos minutos escuchó que alguien se acercaba a la señora y preguntaba que si allí comenzaba la fila. Evidentemente esa pregunta era el salvoconducto indispensable para iniciar el proceso. El día anterior, JJ había salido de la oficina con el cheque de la quincena para depositarlo en el banco. Al intentar retirar algo de dinero, el cajero, que por cierto era muy joven y parecía nuevo empleado, le pidió la Cédula de Identidad como es usual en estos casos. —Está vencida —dijo el cajero devolviéndosela. JJ examinó el documento y comprobó que efectivamente se había vencido tan solo un par de días atrás. Permaneció frente a la taquilla en espera del dinero. —¡El siguiente! —gritó el cajero. —¿Y mi dinero? —pregunto JJ. —Ya le dije que la cédula está vencida. No puedo darle el dinero. —Claro que puede. —¡No señor! El siguiente. JJ no se quitó de la taquilla y conteniéndose insistió en que el hecho de que la cédula estuviese vencida no impedía la entrega del dinero. Mientras estaban en este diálogo que amenazaba con transformarse en una fuerte discusión, “el siguiente” ya estaba detrás de él con cara de pocos amigos esperando su turno. Hay que tomar en cuenta que “el siguiente” ya había sido llamado dos veces, afortunadamente se acercó el supervisor. Luego de comprender lo que pasaba, le ordenó al cajero que le entregara el dinero. JJ no podía contener el gesto de satisfacción, le había dado una lección al cajero que indudablemente era nuevo en la profesión. En seguida recibió la suma esperada pero en billetes de la menor denominación que existía, lo que hacía un bulto enorme que no le cabía en la cartera.


—¿Tiene

billetes de mayor denominación? —No, señor. ¡El siguiente! —gritó el empleado. —Disculpe. —dijo el siguiente casi empujándolo con el cuerpo. JJ regresó a la oficina. Tenía casi doce años trabajando en ese instituto, el cual había cambiado de nombre en varias oportunidades, como era usual últimamente que cambiaban los nombres de todo para que todo siguiera siendo igual. Ahora se llamaba Instituto Popular del Poder Ciudadano, pero en realidad él seguía haciendo exactamente las mismas cosas de siempre; manejar enormes cantidades de informes y papeles que nadie leía, especialmente los que son entregados después de una marcha de protesta en la que los caminantes se esfuerzan, en muchos casos arriesgando la vida, en enfrentamientos con las fuerzas policiales, para entregar un documento con sus quejas. Esos documentos intactos llegaban a manos de JJ para su almacenaje sin que nadie los leyera. Al principio el único que los leía era él por curiosidad, pero se había cansado porque casi siempre trataban de lo mismo; de modo que ya ni siquiera lo hacía. Cuando pasaban varios días sin protestas se preocupaba porque no tenía nada que hacer. Claro que siempre podía realizar actividades complementarias: reordenar los documentos, verificar la lista que había preparado, comprobar que cada documento estuviese en la caja correspondiente de acuerdo a la lista, prever el número de cajas que necesitaría para el próximo año, etc. Pero la mayor parte del tiempo estaba resolviendo sudoku. Esa tarde se dirigió a la oficina de su supervisor para solicitarle un permiso, ya que pensaba ir a sacar la cédula de identidad el día siguiente. —Buenas tardes, perdone que lo interrumpa, pero necesito hablar con usted. —Pase adelante, JJ, no faltaba más. En qué puedo ayudarle, siempre y cuando no sea una solicitud de aumento de sueldo. —No señor, nada de eso, es simplemente que tengo la cédula vencida y pienso ir mañana a renovarla. ¿Me puede dar medio día? Supongo que estaré de regreso por la tarde. —Pero JJ, ¿no puede hacer ese trámite el fin de semana? ¿Por qué tiene que ser mañana? No quiero que se acumule el trabajo. —Desde que le cambiaron el nombre a la oficina de cedulación sólo trabajan días laborables. Además, quisiera tener la cédula plastificada y al día para no tener problemas en el próximo proceso electoral, mintió JJ. El supervisor adoptó una actitud pensativa, se acariciaba el bigote mientras caminaba de un lado al otro de la habitación, como analizando las consecuencias que le traería al instituto la ausencia de JJ. No era una decisión fácil la que tendría que tomar. —¿Ha pensado lo qué sucedería en caso de una emergencia? —No se preocupe por eso, Esculapio quedaría por mí. Él conoce los procedimientos. —Esculapio es todavía muy inexperto. ¿Está seguro de que está al tanto? —Absolutamente. —Bien, tómese medio día. Espero que aprecie lo que hago por usted. Y pase por aquí apenas regrese, quiero ver la cédula laminada. —Creo que ahora no la están dando tan rápido, pero le traeré el comprobante temporal que me entreguen.


JJ salió satisfecho por la manera en que había manejado el asunto. Esa noche se acostó tempranito porque tendría que madrugar. Le habían dicho que la cola era por lo general muy larga, así que sería conveniente que llegara temprano para tomar el papelito con el número. Por fin estaba en la fila. Había hecho amistad con la señora gorda que estaba detrás y había conversado de una variedad de temas domésticos, desde el detergente adecuado y más económico para lavar la ropa, hasta las cremas hidratantes de las manos, incluyendo las cadenas inesperadas en la televisión. Ya habían pasado tres horas y la cola no se había movido, excepto unos pasos para ocupar el lugar del que estaba delante de él, aquel que le había contestado “hmmm hmmm”, que se había retirado de la fila. Un par de horas más tarde empezaron a entregar unos numeritos, cuando llegó su turno le preguntaron: —¿Trajo la carta de trabajo? —No. —contestó JJ— ¿Desde cuándo para sacar la cédula se necesita una carta de trabajo? El rostro del funcionario mostró una ligera sonrisa burlona. —Esta cola no es para sacar la cédula sino para la pensión. El trámite de la cédula es en la cola de enfrente —dijo el que entregaba los numeritos acentuando cada vez más la sonrisa maliciosa. —¿Esa fila larguísima? —Exactamente y apúrese porque si no, va a tener que regresar mañana, –dijo el repartidor de números, acompañando la oración con una sonora carcajada, que inmediatamente imitaron los que estaban a su alrededor. JJ estaba furioso, tuvo que empezar de nuevo en una cola que era tres veces más larga. Con razón el que estaba delante, el del “hmmm hmmm”, se había cambiado. JJ comenzó con la pregunta típica. ¿Es esta la fila para sacar la cédula? A las diez de la mañana la fila no se había movido. Al menos estaba conversando animadamente con sus vecinos con los que ya había entablado amistad, además tenía adelante una muchacha bellísima con unos ajustados jeans, que seguramente le había costado mucho ponérselos. Había desayunado gracias al comercio informal que estaba encargado de que no les faltara nada a los que esperaban en la cola. Se había comido dos empanadas de carne mechada, algo grasosas pero ricas, acompañadas de una malta bien fría. El empanadero le ofreció un picantico casero que, por supuesto JJ no pudo rechazar, le colocó el picantico a la empanada en abundancia y al comerla, se quemó la boca y el estómago. Experimentó la exacta sensación del que se traga un tizón al rojo vivo. —¡Coooño! Qué mierda es esta. —exclamó JJ mientras una lágrima recorría su rostro. —Puro chirel paraguanero del güeno compadre. —le dijo el vendedor de empanadas orgulloso porque había una permanente competencia entre los empanaderos de quién tenía el picante más arrecho, según la creencia de que mientras más picante, mejor. Al rato JJ comenzó a sentir una fuerte acidez estomacal, provocada seguramente por las grasosas empanadas y sobre todo por el picantico. El señor que estaba detrás de JJ notó que éste no se sentía bien. —¿Qué le pasa amigo? —Tengo una acidez que me está matando. —Yo tengo aquí Luytoprazol. Eso es un tiro compadre, ¿quiere uno?


JJ asintió, necesitaba agua para tomarse la pastilla. Llamó a uno de los vendedores ambulantes para comprar el agua, que resultó ser el mismo del picantico. —Qué fue papá, –se acercó el vendedor. —Coño, qué picante tan arrecho, –le dijo JJ. —Es pa machos, mi pana. —Dame agua mineral para tomarme un calmante. JJ se tomó la pastilla y al poco rato comenzó a sentir la mejoría. Ya era prácticamente mediodía y la fila no había avanzado en absoluto. Los rumores iban y venían, que ya iban a comenzar a repartir los numeritos, que ya no había cupo, que hoy no abrirían. Pero nadie quería perder su puesto en la fila. Alguien había comprado el periódico. Después de leerlo y porque seguramente le estorbaba, lo puso en circulación de manera que todos los que estaban cerca pudieron enterarse de las noticias del día; y esto por supuesto alimentó los temas de conversación haciendo la espera más llevadera. Una de las noticias en la primera página mencionaba una gran marcha en la que entregarían un documento. JJ llamó inmediatamente a Esculapio para que estuviera alerta, en caso de que él no hubiese regresado. Cansados de estar de pie algunos comenzaron a sentarse en el suelo. JJ resistió porque le parecía deprimente estar sentado en el pavimento, vestido con saco y corbata, pero cuando ya llevaba alrededor de siete horas de pie y rendido por el agotamiento, colocó una hoja de periódico en el piso y se sentó un rato a descansar. Comenzaba a oscurecer y casi no se habían movido. JJ comentó que él se iba, mañana pediría otro permiso en el trabajo y trataría de llegar más temprano a la cola. Los compañeros, que ya se habían hecho panas, le dijeron que si estaba loco. Iba a perder el puesto en cierta forma privilegiado porque lo había ocupado todo el día, los nuevos que llegarían mañana iban a estar mucho más lejos. Estas reflexiones convencieron a JJ de que era mejor pernoctar en la fila cuidando su puesto. De repente, un hombre que estaba unos cuantos pasos adelante se desplomó. De inmediato lo rodeó una multitud sin saber qué hacer, todos hablaban al mismo tiempo. Alguien con aspecto de tener experiencia en el manejo de emergencias se acercó diciendo que abrieran paso, colocó el dedo índice en el cuello del caído durante unos segundos y entonces pronunció las siguientes palabras: “Está muerto”. Una especie de quejido coral se escuchó en el ambiente, la multitud estaba consternada. Apareció una bandera, no se sabe de dónde, que fue colocada parsimoniosamente sobre el cuerpo. Al rato llegaron los bomberos, examinaron el supuesto cadáver y dijeron: “Está vivo”. Efectivamente, a los pocos minutos el hombre se recuperó del momentáneo desmayo. Al enterarse de que alguien lo había declarado muerto buscó inútilmente a ese desgraciado para darle su merecido, pero ya no estaba en los alrededores. Simplemente había desaparecido.


Así como apareció la bandera, sin que nadie supiese de dónde, apareció un dominó y estuvieron jugando hasta medianoche. El compañero de JJ no dejaba de insultarlo y decirle “huevón” por lo mal que jugaba. En una de esas, trancó el juego lanzando la pieza durísimo contra la tabla que tenían sobre las piernas gritando que ahora sí los habían jodido. JJ no entendía por qué su compañero estaba tan eufórico, sobre todo por las piezas tan altas que él tenía incluyendo el doble seis. Al bajar las piezas el compañero quedó estupefacto: —Coño huevón tú tenías la cochina, —le gritó a JJ. JJ no aguantó que su compañero le dijera nuevamente huevón y de un manotazo volteó la mesa, o mejor dicho, la tabla que fungía de mesa. Se levantó hecho un toro para darle unos coñazos al compañero gritándole que no le volviera a decir huevón. Menos mal que los demás lo agarraron a tiempo y el percance no pasó de ahí. Un rato más tarde cuando los ánimos ya se habían calmado, el compañero se acercó y se sentó al lado de JJ en tono de disculpa, pero en realidad no se disculpó ni nada. Resultó que el hombre trabajaba en una consultora y era experto en manejo de grupos, les explicó que era completamente natural el hecho de que JJ hubiera perdido los estribos durante el juego de dominó por una nimiedad. Era el conflicto que tarde o temprano se presenta en un nuevo grupo o equipo de trabajo y ellos en este momento estaban pasando por esa etapa. No era que JJ estuviese entendiendo claramente lo que el compañero le explicaba, pero asumió que era la forma en que los expertos en manejo de grupos piden disculpas y se las aceptó. –¿Qué me aceptas qué? –preguntó el compañero. –Tus disculpas, –aclaró JJ. –Yo no me estoy disculpando, huevón, estoy explicándote el comportamiento infantil que tuviste hace un rato. JJ sintió que la sangre de nuevo le subía a la cabeza, qué se creía este bolsa. Se levantó para darle los coñazos que hace un rato le impidieron suministrarle. Nuevamente su acción fue reprimida por los demás para impedir que llegara a peores consecuencias. Agotado por el ajetreo de ese día tan particular y después de ir a un baño cercano, se dispuso a dormir sentado lo mejor que pudo dentro de las incomodidades de la fila. Al despertar encontró que detrás de la chica de los jeans apretados había una mujer madura muy llamativa, lo que en lenguaje vulgar sería una “podrida de buena” ¿Será que se le coleó mientras él dormía? La chica de los jeans se la presentó y le dijo que era su tía. Ella estaba unas veinte personas más adelante en la cola, pero había venido a acompañar a su sobrina. JJ estaba encantado con la compañía, se mostró cordial y conversador, hasta les brindó un café comprado al mismo vendedor del picantico, que estaba pendiente de JJ y apenas levantaba la mano corría para ofrecer su mercancía. JJ y la tía estuvieron hablando paja toda la mañana riéndose de las tonterías que decían. La sobrina parece que se aburrió de la conversación tan tonta y dejó de participar en ella. Así JJ se enteró de muchísimas cosas de esta interesante mujer.


Había detalles que le asombraban, por ejemplo, ella sólo había padecido enfermedades profundamente morales como sarampión, paperas y lechina, lo que corroboraba la pureza espiritual de la chica mientras que él, además de las mencionadas, había tenido gonorrea y una verruga debajo de la región inguinal. Pasado un tiempo, la tía preguntó con timidez por un servicio para damas. JJ le explicó que eso ya estaba resuelto, tenía dos opciones: la primera era utilizar los baños de los comercios de comida rápida cercanos, que usualmente no tenían papel higiénico y a veces ni agua corriente, pero que no podía utilizarlos con mucha frecuencia, porque el personal de seguridad al descubrir que era de la cola, le impediría el ingreso al local. La otra posibilidad era utilizar unos baños que alquilaban algunas familias de bajos recursos que estaban al cruzar la cuadra. Ofrecían dos servicios: “parcial”, que era más barato, y “completo”, que era más costoso, pero incluía papel higiénico, que por cierto, estaba tan difícil de conseguir en esos días. Si quería ahorrar él podría facilitarle algo de papel que traía en el morral y de esa manera sólo pagaría el servicio parcial, claro que esta decisión dependía de si la necesidad era de sólidos o líquidos. La tía ruborizada, aceptó el papel sin aclarar lo de los sólidos o líquidos y se fue al baño de alquiler con su sobrina mientras JJ les cuidaba el puesto. Él estaba encantado recordando a la tía azorada por el asunto del papel, sentía una especial intimidad con la tía imaginando que utilizaría el papel que él le había suministrado. Al rato se le acercó el compañero de dominó, pero JJ estaba en tal estado de embelesamiento que olvidó los incidentes de la noche anterior y lo saludó con un abrazo. Cuando vio que la tía y la sobrina regresaban, su corazón comenzó a latir desaforadamente. La tía le regresó un trocito de papel que no había utilizado, JJ lo tomó temiendo que el temblor de la mano lo delatara, no le hubiese importado guardar incluso el papel ya utilizado por esa preciosa mujer. Cayó en cuenta de que estaba enamorado, era un típico caso de amor a primera vista, tal como les había sucedido a Romeo y Julieta. Luego desayunaron, pero esta vez JJ evitó las empanadas y sobre todo el picantico. Escogió unos cachitos y convenció a sus dos acompañantes de que seleccionaran igual que él, disfrutaba enormemente compartir el desayuno con la tía y más aún si estaban comiendo lo mismo. La fila pareció avanzar un poco, pero no sabían si era que estaban entrando al edificio o que algunas personas se retiraban. La tía manifestó el deseo de leer, mencionó que estaba leyendo un libro muy bueno de relatos llamado “Cuentos de amor y terror”, pero lo había dejado olvidado en casa. JJ le preguntó que quién era el autor, pero ella no recordaba exactamente porque era prácticamente un desconocido, un tal Cordero o Cordido pero no estaba segura. JJ dijo que había pensado en acercarse a una librería cercana a buscar algo que leer, que si por favor le podía guardar el puesto. La tía, que por lo visto se sentía halagada por las atenciones de JJ, dijo que estaría encantada de hacerlo y lo esperaría ansiosa.


Al rato regresó con el libro de cuentos en la mano. La tía le agradeció el gesto con un beso, JJ casi pierde el equilibrio; la tía se sentó en la acera a leer el libro y JJ ni corto ni perezoso se sentó a su lado. Ella le dijo que si quería lo comenzaba de nuevo para que lo leyeran juntos. Comenzaron, pues, desde el principio, el primer cuento se llamaba Cruel Soledad; acercaron sus cabezas para poder leer al mismo tiempo aunque siempre uno de los dos leía en voz alta. Con este acto, el futuro matrimonial de la tía y de JJ quedó sellado ante los ojos de la sobrina y de los propios involucrados. Esa noche nadie pensó ni por un momento en perder el puesto por lo que nuevamente durmieron recostados unos a otros. Al día siguiente uno de los buhoneros ofreció un servicio que todos estaban esperando: lavado de ropa. Si le entregaban unas medias, o una franela o la ropa interior en la mañana, la tendrían de vuelta en la tarde por un precio módico. JJ fue a comprar un interior de repuesto y un par de medias, también aprovechó para comprar otra camisa, así podría reciclar las prendas. Igualmente hicieron la tía y la chica, esta última compró otro jeans tan ajustado o más que el que llevaba puesto. Menos mal que en la fila había varios médicos y esto les permitió improvisar un servicio de emergencias sin tener que abandonar el lugar. Trataron casos de diarreas, picaduras de insectos, gripes y resfriados, dolores de cabeza y hasta un episodio de picada de alacrán que afortunadamente era de uno muy pequeño, por lo que no fue grave. Ya llevaban una semana y la fila sólo había avanzado unos pocos metros, pero claro ya estaban más cerca. Cuando llovía las cosas empeoraban un poco, aunque lo resolvían colocándose debajo de la cornisa del edificio para no mojarse tanto. A JJ no le molestaba tanto la lluvia, sino que al tener mucho tiempo las manos mojadas se le arrugaban y él no toleraba eso. Si le sucedía, se cuidaba de no tocar a la tía hasta que las arrugas desaparecieran completamente. Para facilitar la identificación de los integrantes de la fila cada uno se pegó un cartón en la espalda con el número que les correspondía. La tía tenía el 68 y JJ el 69. Una vez se escucharon unos gritos. El señor del puesto 342 había tenido un ACV y había pasado a mejor vida, si es que eso era posible. Hicieron los arreglos para velar el cuerpo en la fila, trajeron al padre y hubo rezos, al final montaron la urna en el coche fúnebre y despidieron al compañero muerto. Nadie quiso ir al cementerio para no tener problemas con el puesto. A los dos meses JJ y la tía anunciaban su matrimonio, todos los que estaban cerca fueron invitados. Sin embargo, no era prudente que un grupo grande se retirara tanto tiempo de la fila porque la probabilidad de perder el puesto era muy alta. Finalmente acordaron que se casarían en la fila, traerían al juez y colocarían las cosas en la tabla del dominó. A los tres meses todos en la fila eran como una familia, la tía estaba embarazada. Los que sacaron la cuenta no les cuadraba, si apenas tenían un mes de casados, ¿por qué la criatura iba a nacer dentro de seis meses? Así fue pasando el tiempo. Nació JJotico en el improvisado pabellón de emergencia por parto natural. Todos se consideraban tíos o padrinos del simpático varoncito, aprendió a caminar y dijo sus primeras palabras en la fila. La vida era bastante rutinaria, todos se ayudaban entre sí y podría decirse que eran felices.


Pasaron dos años, y un día JJ le preguntó a su esposa. —¿Para qué estamos haciendo esta fila? —Ya no me acuerdo, pero debe ser por algo muy importante. —Hay una nube oscura. Creo que va a llover. —Sí, mejor nos arrimamos a la pared. Entonces JJ se percató de que había estado haciendo la fila por más tiempo del que debía haber estado haciéndola. Preguntó a los demás y ya nadie se acordaba para qué hacían la fila. De hecho, el edificio estaba clausurado. Ya no funcionaba ninguna dependencia gubernamental allí. Sin saber por qué, el pánico los invadió. No podían seguir allí. Uno a uno fueron despidiéndose, temerosos de enfrentar la vida perdiendo la seguridad y protección que les proporcionaba la fila. Al día siguiente un letrero apareció en las adyacencias: aquí funcionarán las oficinas del Instituto Popular para la Protección del Ciudadano.



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