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BENITO CANETTI Auge y declive de una familia de emigrantes italianos: los Canetti
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Caracas, Venezuela
Correcciรณn de estilo: Ninoska Adames (C) Copyright 2017. Nelson Cordido Rovati Todos los derechos reservados. El contenido de este libro no podrรก ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin previo permiso escrito del autor. Hecho el depรณsito de ley Depรณsito legal: DC2017000808 ISBN: 978-980-12-9469-6
DEDICATORIA A Giuseppe Rovati, el primer y el único italiano (hasta la fecha de edición este libro) con ese apellido en emigrar a Venezuela en el siglo XIX, y a todos los demás italianos que se establecieron en este país y que han ayudado tanto a su desarrollo como nación. .
Contenido NOTA ACLARATORIA.......................................................................vii EXORDIO............................................................................................11 1. BENITO AL DESNUDO (1933).....................................................13 2. BENITO ADOLESCENTE (1944).................................................17 3. EL PRIMER AMOR (1945).............................................................21 4. FIN DE MUSSOLINI (1945)...........................................................25 5. UN LUGAR LLAMADO VENEZUELA (1945).............................27 6. VIAJE POR UN PAÍS DESCONOCIDO (1945)............................33 7. LA COLONIA TOVAR (1945).........................................................39 8. RETORNO A PARAGUANÁ (1949)...............................................45 9. UNA SANA COMPETENCIA (1950).............................................53 10. EL PRIMER VEHÍCULO (1950)..................................................57 11. CARLA (1952)..................................................................................61 12. LA FIESTA DECISIVA (1952).......................................................69 13. GPT (1954).......................................................................................79 14. EL COMPROMISO (1957).............................................................83 15. LUNA DE MIEL (1957).................................................................87 16. PRIMER HIJO CONOCIDO DE BENITO (1958).....................93
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17. NACE LA NIÑA (1959)..................................................................97 18. UNA TRAGEDIA NUNCA SUPERADA (1962)..........................99 19. MAGNICIDO LEJANO (1963)....................................................103 20. SE CUMPLE UN VIEJO SUEÑO (1966)...................................107 21. 35 SEGUNDOS (1967)..................................................................109 22. UN ENCUENTRO INESPERADO (1968)................................115 23. VIAJE A ITALIA (1970)................................................................119 24. VISITAS PRESIDENCIALES (1972)..........................................125 25. VIAJE A ESTADOS UNIDOS (1974)..........................................127 26. LA NACIONALIZACIÓN (1976)................................................129 27. UN COLEGA EN LA EMPRESA (1978)....................................131 28. NUEVA INTEGRANTE EN LA FAMILIA (1982)...................133 29. VIERNES NEGRO (1983)...........................................................135 30. SOY ABUELO (1985)...................................................................137 31. DE NUEVO SOLOS (1992)..........................................................139 32. LA JUBILACIÓN (1993)..............................................................141 33. AHORA QUE ME OLVIDÉ ME ACUERDO (1994)................145 34. UNA LLAMADA TÍPICA (1996).................................................147 35. UNA LUZ SE APAGA (1998).......................................................149 PATRÓN SICOLÓGICO DE BENITO CANETTI..........................................151 GENEALOGIA DE LOS CANETTI.............................................................153
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NOTA ACLARATORIA Yo soy ingeniero electrónico, formado con orientación científica, soy pragmático, y busco evidencias antes de decir algo. Para mí no tiene sentido escuchar cosas como “la energía cuántica está en todas partes y me enriquece” (¿saben que es energía cuántica o simplemente lo leyeron en un libro de pseudociencia, o vieron un video en YouTube abordando superficialmente del tema) o “pídelo al universo que te lo concederá”. Por eso me pregunto: ¿Qué se propone un autor al escribir una novela? ¿Qué persigue al publicarla? ¿Tiene algún propósito fundamental inconfesable, oculto, además de proporcionar entretenimiento al lector? No sé responder a esas preguntas, al igual que Fellini cuando se las hicieron pero referentes al cine. Me retiré del ejercicio de mi profesión de ingeniero en 2002 y comencé a escribir ficción. Me costó muchísimo terminar el primer cuento (La entrevista de empleo, que luego fue finalista en el IV Concurso Nacional de Cuentos Sacven 2007). Y al igual que a Fellini, ahora me parece que he estado escribiendo siempre. Solo sé que me gusta narrar historias, contarlas como nadie la hizo antes (eso intento, aunque casi nunca lo logro), busco impresionar a mis lectores, asombrar, despertar interés, muestro sinceridad o invención, eso no importa, descargar a veces mis propias experiencias cuando las considero importantes. Y al final pienso: no tiene importancia, el próximo libro será mejor… La idea inicial de este proyecto era un único libro de ficción que ix
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estaría conformado por tres partes: la primera dedicada a Benito Canetti (1933-1998), el adolescente italiano que emigró accidentalmente a Venezuela en 1945. La segunda parte relataría la historia de Mario (1958-2026), el hijo de Benito, la primera generación de los Canetti venezolanos por nacimiento. Y la tercera parte sería sobre Alfonso José (1985-2034), el hijo de Mario. (Todos son personajes de ficción). Por preferencias personales, solo me dedicaba a escribir el texto del libro los fines de semana retirado en una montaña, incomunicado del mundo, sin interrupciones de cadenas televisivas, llamadas telefónicas ni Internet. El único contacto con la civilización era la radio, la cual escuchaba unos pocos minutos diarios. Por alguna razón que aún desconozco, una vez que consideré terminada la parte de Benito, la cual tomó varios años, me fue imposible desarrollar las dos siguientes partes. No podía salir de los zapatos de Benito y ponerme en el lugar de Mario o de Alfonso José. Por ejemplo: iniciaba algún capítulo sobre Mario y al poco rato recordaba algo relacionado con lo que estaba escribiendo que debía aclarar o incluir en la parte de Benito, y entonces me dedicaba a escribir de nuevo sobre Benito. Luego volvía con Mario pero inmediatamente caía en cuenta de que había otro hecho que debía considerar o modificar en Benito. De manera que pasaba el fin de semana escribiendo sobre Benito y dejaba a Mario para una próxima oportunidad. Así pasaron tres años hasta que me di cuenta de que Benito se había vuelto una especie de dictador megalómano que no permitía que escribiera sobre sus descendientes sino sobre él. Prácticamente me hizo reescribir su historia: me dictaba y corregía el texto. Bastaba que le preguntara por ejemplo, ¿cómo conociste a Carla? O ¿qué sentiste cuando la viste por primera vez? Y comenzaba a describir en mi cabeza el asunto de la Coca-Cola en la venas de Carla y esas estupideces que terminaba incluyendo en la historia. Entonces, para poder avanzar en el proyecto tuve que convertirlo en una trilogía: Benito, sería el primer libro; Mario, el
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segundo y Alfonso José, el tercero. De esta forma, una vez publicado el libro de Benito, ya no podría modificarlo y tendría libertad para escribir sobre sus descendientes. En estos momentos usted tiene el primero de ellos en sus manos; mientras tanto, cerrado el capítulo de Benito, espero poder dedicarme a escribir acerca de Mario y de Alfonso José sin su interferencia.
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EXORDIO Al escribir la presente novela está ocurriendo en Venezuela un hecho insólito. El país que siempre fue un destino apetecible por los inmigrantes de cualquier parte del mundo, se ha transformado en tierra de emigrantes. Profesionales de todo tipo, empleados, estudiantes, comerciantes y jubilados se van del país. Por vez primera los hijos de las familias venezolanas se marchan al extranjero en busca de oportunidades que ya no existen en Venezuela, producto de la destrucción de instituciones, de la economía y de la sociedad, en un fracasado sistema político llamado “Socialismo del siglo XXI”, el cual parece que nadie entiende de qué se trata, si es que se trata de algo consistente. Pero parece que solo se trata de la ambición de un pequeño grupo de permanecer en el poder y beneficiarse de él a costa del sufrimiento de la población, engañándola con un supuesto proyecto revolucionario que no es tal, y dándoles a ciertos individuos del pueblo pequeñas dádivas con una inmensa propaganda para hacer creer que están ayudando a la población de bajos recursos. Actualmente el aparato productivo venezolano está destruido, miles de fincas expropiadas, robadas y ahora están improductivas, empresas privadas estatizadas y con bajísima productividad. No hay suficientes alimentos para la población, no hay medicinas, no alcanza el cemento, el agua potable no es suficiente y racionan su consumo, la electricidad no es suficiente y racionan su consumo, todas las 13
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importaciones de productos básicos están en manos del Estado que las maneja con una inmensa corrupción. El venezolano necesitado hace inmensas colas para obtener algunos pocos productos a precio subsidiado. Ya no trabaja, hace colas. La trilogía de Los Canetti recorre la evolución de la vida del país desde antes de la mitad del siglo XX hasta lo que podría ser la Venezuela futura en el año 2030, a través de la vida de una familia iniciada por Benito Canetti, un emigrante italiano que llegó al país al finalizar la Segunda Guerra Mundial en 1945. Los personajes de esta novela son ficticios; en realidad están a medio camino entre la historia y la fantasía. Aunque esta obra es ficción y muchísimas situaciones son producto de la imaginación, cualquier parecido con hechos y personas reales podría ser intencional... o podría no serlo.
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1. BENITO AL DESNUDO (1933)
Cuando Benito Canetti aspiró su primera bocanada de aire en Roma, Adolf Hitler llegaba al poder en Alemania. Era el 30 de enero de 1933 y sería un día memorable para Benito, no porque Hitler se hiciera con la cancillería, sino por una razón mucho menos trascendental, era simplemente el día de su cumpleaños. Sus padres, Carlo Canetti y Beatrice Buti , se habían casado dos años antes de que el niño naciera para evitar pagar el impuesto especial a la soltería y recibir los beneficios que en ese momento les daba el Estado a los matrimonios con hijos, pretendiendo aumentar el crecimiento demográfico de la nación. Su nombre nunca le agradó. Fue el resultado de una promesa hecha por sus padres exactamente ocho meses antes de recibir la
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primera nalgada que le daba la bienvenida al mundo, como un anticipo a las muchas que todavía le esperaban. La pareja había asistido a un acto público donde vieron por vez primera al Duce. Tal fue la euforia provocada en ese encuentro con Benito Mussolini y su particular carisma, que juraron llamar igual a su primer hijo varón. Otra de las consecuencias de ese encuentro con el líder fascista, aparte del fanatismo desencadenado en sus padres, fue un aumento inexplicable de la libido, por lo que Benito fue concebido esa misma noche en un feroz encuentro sexual de sus progenitores en un Fiat 508 Balilla dos puertas de color rojo, dando como resultado que el protagonista de esta historia viera la luz del mundo ocho meses después, con las consecuencias que conlleva el ser ochomesino, si es que conlleva alguna. A Benito Canetti no le gustaba su nombre porque era muy fácil de asociar con la palabra “finito”. Los compañeros de la escuela, siempre buscando un sobrenombre burlón, lo llamaban Finito Canetti. Al principio fue el motivo de varias peleas, al interpretar que le decían que estaba acabado. Además le parecía que su nombre era un diminutivo. Si le hubieran puesto un nombre normal, como Pedro o Pablo, los familiares le llamarían Pedrito o Pablito y ya está. Pero al ponerle Benito, el diminutivo se convirtió en el rebuscado Benitito, que era como un doble diminutivo demasiado denigrante. Pero el nombre comenzó a pesarle como una bola de plomo después de la muerte de Mussolini porque el mundo en general empezó a percibir al extinto dictador como un asesino responsable de las atrocidades cometidas por el fascismo en Italia y no como un héroe. Era evidente la enorme desventaja que significaba llevar ese nombre con referencia a las relaciones con sus prójimos. Quizás esas fueron razones que contribuyeron a que Benito en su niñez, a diferencia de sus amigos, familiares y de muchos en Roma, no sintiera especial atracción por los cada vez más frecuentes y majestuosos desfiles militares organizados por el régimen fascista como un abrebocas a la preparación para la guerra. Un detallito: la asistencia era obligatoria.
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Desde los cuatro años formó parte de los Hijos de la Loba, una unidad pseudomilitar donde le enseñaron a cantar el Giovinezza, himno del partido fascista de Mussolini que se repetía en cada concentración, actos oficiales, noticieros cinematográficos, transmisiones radiofónicas y conciertos; incluso más frecuente que el himno nacional italiano: El canto de los italianos. Además recibió desde esa temprana edad, al igual que sus compañeros, entrenamiento militar y las bases de la ideología fascista, incluyendo el amor y la veneración al Duce. A inicios del año 1939, cuando Benito cumplía seis años de edad, su padre marchó con las tropas italianas que invadieron Albania. La familia recibió una breve carta de Carlo fechada el 7 de abril de 1939, el día en que se iniciaba la invasión, donde les decía que estaba bien. Esa fue la última información recibida de su padre, por lo que Benito se convirtió desde pequeño en el “hombre” de la casa, provocando que el niño madurara precozmente. Al menos ya no sería castigado tanto por su estricto progenitor en escarmiento por alguna tontería que consideraba una falta ni tendría que dormir con las manos atadas a la cama, con unos cordeles adaptados a cada lado para evitar las tentaciones nocturnas de autosatisfacción. Al cumplir los ocho años dejó los Hijos de la Loba y entró a formar parte del grupo Balilla, donde el entrenamiento militar era un poco más avanzado. Balilla provenía del nombre de un niño genovés que en 1746 había lanzado piedras a un cónsul austriaco durante la insurrección de los genoveses contra la ocupación de los austriacos.
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2. BENITO ADOLESCENTE (1944)
A los once años conoció a un hombre que influyó en su carácter y en el fortalecimiento de sus valores morales; el padre Luigi Morosini. En la pequeña biblioteca de la sacristía había algunos libros en español, uno de ellos, ilustrado con imágenes de caballería, llamó la atención del joven. El sacerdote se lo prestó junto a un diccionario italiano-español. El título era Don Quijote de la Mancha. El niño
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comenzó a leerlo ayudado con el diccionario y el apoyo del presbítero que hablaba bien el español, ya que había vivido en Madrid durante tres años. Esta relación maduró hasta que Benito se convirtió en uno de los niños predilectos del párroco, quien llegó a confiarle tareas riesgosas como mensajero de recados a grupos de la resistencia. La corta edad del muchacho no llamaba la atención de los soldados alemanes en Roma. La mañana del 23 de marzo de 1944, el padre Morosini le dio un pequeño sobre para entregar a una mujer llamada Nicoletta Braschi, quien estaba disfrazada como empleada de limpieza en las calles de la ciudad, pero en realidad era una activista. Benito la encontró en la Vía Rasella, al lado de un carrito de mano que contenía una poderosa carga explosiva; eso no lo sabía el joven ni tenía por qué saberlo. Esa tarde se escucharon tres o cuatro fuertes explosiones en un atentado cometido contra un camión cargado de soldados alemanes que efectuaba su ronda diaria. Los autores del hecho lograron escabullirse sin ser molestados. Benito vio estupefacto, cómo los alemanes fuera de sus casillas, sacaban a civiles de sus viviendas, los forzaban a que confesaran los nombres de los que cometieron el atentado y los amenazaban insultando a esos “malditos italianos que tan mal les pagaban”, a pesar de todo lo que los alemanes habían hecho por ellos. Parecía que los fusilarían allí mismo. Posteriormente se tomó la atroz decisión de ejecutar a diez italianos por cada alemán muerto, eso significaba la muerte de 330 italianos. En realidad fusilaron 335 porque se equivocaron en la cuenta. Los soldados del ejército y de las SS que participaron en la matanza de estos inocentes que nada tenían que ver con el atentado, estuvieron ingiriendo licor durante muchas horas para poder ejecutar el macabro acto. Antes de terminar el año 1944, el sacerdote fue capturado y torturado para que denunciara a sus contactos, pero tanto resistió a confesar que se les murió en uno de los intensos interrogatorios.
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Benito quedó sin recursos y junto a su madre llegaron al límite de la subsistencia, comiendo pan duro humedecido con sus propias lágrimas y sudor, lo cual le daba un ligero sabor salado no muy desagradable ya q también escaseaba. Unos meses después, terminada la Guerra, Benito fue abordado por unos señores que iban a filmar una película sobre la historia del padre Morosini; por la relación tan cercana que había tenido el muchacho con este, el director de la película, nada menos que Roberto Rossellini, quería incluirlo en el reparto, para extraerle detalles de la vida del sacerdote. La película se convirtió en Roma, ciudad abierta. El rodaje comenzó en enero de 1945 y concluyó a los dos meses, pero Benito solo participó en la primera semana, sin remuneración porque los productores casi no disponían de recursos, pero al menos le daban la comida. De hecho, la mayoría de los actores del film no eran profesionales, a excepción de Anna Magnani y Aldo Fabrizi.
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3. EL PRIMER AMOR (1945)
En febrero de 1945, con apenas doce años de edad, aunque aparentaba más, Benito se encontraba trabajando contra su voluntad en una factoría alemana no lejos de Milán, seleccionando cápsulas de bala. Tuvo que aceptar el empleo porque era la única fuente de subsistencia que consiguió y debía enviarle algo a su madre para ayudarla en la manutención, aunque no fue por mucho tiempo porque al mes siguiente su madre moriría víctima de un ataque aéreo. La mayoría de los trabajadores eran mujeres, excepto él y otro adolescente, ya que los hombres mayores estaban en el frente. A las tres semanas fue trasladado a una cercana fábrica de radios para comunicaciones militares de los nazis. Estudió los fundamentos de
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los equipos de telecomunicaciones. Aprendió a soldar resistencias, condensadores y tubos de vacío bajo la tutela de los otros trabajadores que conocían el oficio. También le enseñaron a realizar soldaduras débiles, de manera que los equipos tuvieran una vida corta, pero no tan corta porque si fallaban la prueba del control de calidad, en la que simplemente un soldado alemán probaba que el radio funcionara, se vería en graves dificultades. Usualmente los radios no funcionaban más de unas semanas. Era la manera de vengarse de los “odiados” alemanes que tantos atropellos cometían contra la población italiana, pero había que ser muy precavidos, la palabra “sabotaje” les hacía temblar. Allí Benito experimentó algo para él desconocido: el fuego del amor. Una de las obreras, que provenía de San Marino, tuvo la responsabilidad de enseñarle al muchacho las primeras técnicas de soldadura electrónica y otras cosas que no estaban en el programa de la factoría. La chica de San Marino, de unos quince años de edad, quien había tenido que aceptar la asignación a la fábrica para que la familia no perdiera la cartilla de racionamiento, era la primera mujer que lo había mirado profundo . Una tarde lo esperó a la salida del trabajo. —Ciao, come va? — preguntó la chica. —Va bene — contestó Benito. —Qué jornada, ¿estás cansado? —Un poco, ¿y tú? — dijo haciendo un esfuerzo. Le atraía mucho la muchacha pero no se atrevía a tener la iniciativa de abordarla. —¿Vas a tu casa o a algún otro lugar? — prosiguió ella ignorando su pregunta. —A mi casa. —¿Dónde es? —Muy cerca, a ocho cuadras de aquí en esa dirección. —Yo también voy en esa dirección. Podemos ir juntos para conversar y conocernos un poco mejor, quizá hasta podríamos llegar a ser amigos — dijo clavando su mirada en los ojos de Benito mientras su rostro esbozaba una pícara sonrisa. Le divertía verlo ofuscado,
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Benito no sabía a donde mirar. En ese momento una ráfaga de aire frío los hizo temblar. Al día siguiente salieron de nuevo y fueron a tomarse un helado de una sola bola el cual compartieron e incluso lo costearon entre los dos porque la paga que recibían era muy exigua. En realidad aceptaban el trabajo por las raciones de alimentos a las que tenían derecho como trabajadores de la planta. Una noche, después de varias salidas, se sentaron en la acera de una calle solitaria debajo de un farol, hablaron de poesía, de música, de libros, de películas, de ellos… tomaron café que la muchacha había llevado en un termo, y fumaron. Benito estaba fascinado con los conocimientos de la chica de San Marino. Aunque él no siempre comprendía del todo lo que ella decía, de todas maneras le parecía maravillosa la forma como se expresaba. La chica le dijo que ella jamás se arrepentía de lo que hacía. Él nunca había pensado en eso pero le encantaba la resuelta actitud de la muchacha. Luego la acompañó hasta su casa como de costumbre. Al darle el beso de despedida que en las últimas noches era cada vez más largo y profundo, con los cuerpos casi fundidos en uno solo, ella por vez primera lo invitó a pasar para tomar un último café en su pieza. Lo tomó de la mano y lo guio. —Es muy difícil para una chica sola conservar su honor — dijo la muchacha al entrar en la habitación. —¿Por qué lo dices? —Tú lo sabes, no te hagas el idiota — agregó— , yo nunca he hecho nada de lo que tenga que arrepentirme. —Yo tampoco. —Tonto, a ti nunca te lo han pedido. —Me han pedido qué. Y sin mediar más palabras lo besó frenéticamente, lo desnudó y se entrelazaron en un juego de caricias. Ella se quitó el corpiño de encaje descubriendo la belleza de sus pequeños senos, duros y de pezones rosados contrastantes con su piel blanca; él la llenó de besos recorriendo su armoniosa anatomía cayendo entre sus piernas y le
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quitó torpemente las bragas con cierta ayuda de la pareja. —¿Déjame preguntarte algo, qué opinas del sexo oral? inquirió la chica, —a lo que Benito no sabía que contestar porque su única experiencia al respecto le había provocado nauseas. Sin darle oportunidad a reaccionar, la chica acerco la boca al lugar apropiado y comenzó a lamer y succionar suavemente. Luego entre gemidos y espasmos, ella empujó la cabeza de Benito hacia su pubis, revolcándose afanosamente hasta alcanzar el clímax. Disfrutaron de ese gozo, cambiaron de posición y se adentraron en la intimidad hasta quedar exhaustos. La escena se repetiría en la madrugada. En el ínterin durmieron profundamente, solo los molestó un par de veces el ratón que compartía la habitación. No hubo premeditación alguna y de esa manera inolvidable, con excesiva dosis de realidad, Benito conoció cómo se hace el amor y modificó su opinión acerca del sexo oral. A partir de esa noche, él solo pensaría en los besos y caricias de la chica de San Marino. Conversaban mucho, ella le contaba cómo era su pueblo, le describía su casa en detalle, cómo llegar, y casi siempre terminaban haciendo el amor.
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4. FIN DE MUSSOLINI (1945)
Luego de unas semanas de frenesí, el muchacho fue trasladado a Landeshut en la región de Silesia para trabajar como técnico de comunicaciones en las instalaciones del Arado E.555. Ese avión era un ala volante imponente de la aviación nazi de motores a reacción, con el que los alemanes esperaban retomar el control de los cielos, algo que por cierto no tuvieron tiempo de realizar. Hacia finales de abril obtuvo un permiso de dos días y regresó de inmediato a Milán a ver a su amor. Fue la última vez que estuvieron juntos porque habían cerrado la fábrica donde trabajaba la chica y al amanecer ella tomaría un tren que la llevaría a San Marino. Esa noche le dijo que no le había venido el flujo menstrual. 27
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Al día siguiente, el 28 de abril de 1945, Mussolini y su amante Claretta Petacci, fueron detenidos por una patrulla de partisanos que los reconoció en la localidad de Dongo cuando intentaban huir y luego los ejecutaron sumariamente. Benito Canetti vio los cuerpos de varios cadáveres en medio de un tumulto en la Plaza de Loreto en Milán. Sintió náuseas cuando a pocos metros vio un despojo desfigurado y sangriento, el cual arrastraban junto con otro que parecía de una mujer. La gente los escupía y pateaba gritando improperios. Vio que un hombre se abría el cierre del pantalón y orinaba sobre la masa descompuesta de huesos, grasa, sangre y tierra de los restos de su tocayo Benito Mussolini, aún vestido con el uniforme militar, o mejor dicho, con los harapos que quedaban. Luego, los cuerpos fueron colgados por los tobillos junto con otros dirigentes fascistas en una estación de servicio Esso, vecina a la Plaza de Loreto. “El fusilamiento de Mussolini y sus cómplices es la conclusión necesaria de una fase histórica que deja nuestro país todavía cubierto de ruinas materiales y morales”. COMITÉ DE LIBERACIÓN NACIONAL ALTA ITALIA (Clnai).
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5. UN LUGAR LLAMADO VENEZUELA (1945)
Benito regresó a Landeshut con el corazón destrozado por la marcha de la chica y afectado por los horrores de la Guerra. Esa misma noche hizo contacto con un miembro del Comité de Liberación Nacional para incorporarse al movimiento como partisano y luchar contra los nazifascistas, pero no tuvo tiempo de actuar porque dos días después de esa reunión, el 30 de abril, fue trasladado por los nazis a Noruega en un avión Arado E.555, el único que había salido de la fábrica, para que se encargara del mantenimiento de los equipos de comunicaciones de un submarino que pronto saldría en misión secreta. En el trayecto hubo una parada; hicieron escala en Berlín. El avión no aterrizó en un aeropuerto sino en una amplia avenida céntrica donde, sin bajarse de la nave, logró ver el edificio de la
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Cancillería, sede del partido Nazi, arrasado por efectos de los bombardeos al igual que la mayoría de las edificaciones adyacentes. La ciudad estaba en ruinas; casi todos los edificios destruidos. Uno que otro pequeño grupo de soldados infantiles que parecían jugar a la guerra eran los que “defendían” a Berlín. Se montaron en el avión cuatro personas: tres hombres y una mujer. Debían ser muy importantes por la consideración y respeto con que eran tratados. A las pocas horas llegaron a Kristiansund, un puerto en ruinas noruego donde se encontraban varios submarinos alemanes. Todo era muy misterioso. No le dieron explicaciones, no sabía a dónde viajarían. Lo único que sabía era que debía encargarse de los equipos de comunicación de uno de los submarinos. En la madrugada del primero de mayo de 1945, una flotilla de seis submarinos partió con rumbo desconocido para el bisoño Benito. Aunque lo mantenían fuera del contacto con los viajeros, que aun en el submarino vestían elegantemente, con el tiempo este control se volvió menos riguroso. Llegó a notar que uno de los pasajeros tenía un gran parecido a Joseph Goebbels a quien había visto en afiches y revistas. Luego, por una conversación que escuchó en la habitación contigua a la suya, creyó entender con su mediocre conocimiento de la lengua alemana, que a este oficial le costó mucho esfuerzo envenenar a sus hijos y a su esposa para que no fueran humillados cuando Alemania perdiera la Guerra, pero no tuvo el valor de quitarse la vida y finalmente logró embarcarse hacia Sudamérica en este submarino. Fue en ese momento que Benito supo el rumbo que llevaban y se preguntó dónde quedaría eso. Solo había escuchado hablar de América, no de Sudamérica. Solía conversar con un simpático marinero alemán a la hora de la cena. Se sentaban en la mesa del pequeño compartimiento que funcionaba como comedor. La única decoración del espacio era un retrato del Führer en uniforme, ubicado justo al frente del puesto de Benito.
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El hedor en el submarino era muy desagradable: el diésel de los motores combinado con los olores de la comida y de los sudores de la tripulación. Solo había dos baños: uno sin ducha para la tripulación y uno con una pequeña ducha improvisada que utilizaban de vez en cuando los cuatro pasajeros importantes. Había que economizar mucho el agua. El pasajero que más le llamó la atención fue un individuo asmático que siempre se veía triste, de estatura mediana y que tenía un gran parecido con Adolf Hitler, aunque sin bigote. Tenía una cicatriz en el labio superior y el pelo canoso cortado al rape, se le notaba una cierta calvicie. Cuando él hablaba no era interrumpido. La mano izquierda le temblaba un poco. Le gustaba platicar de Wagner. A veces, cuando pasaba próximo a su habitación, lo escuchaba silbar la Cabalgata de las Valquirias. Benito había oído muchas veces la voz de Hitler en los discursos radiales y la voz de este pasajero le sonaba idéntica. Con frecuencia estaba acompañado de una mujer que parecía su esposa. El miércoles 4 de julio de 1945 en la madrugada, un destructor brasileño chocó con uno de los submarinos encargados de proteger al convoy que se estaba sumergiendo pero aún se encontraba a escasa profundidad. Pronto apareció un segundo destructor que atacó a otro de los submarinos hundiéndolo. El resto de las naves escaparon rumbo al mar Caribe. Luego, el marinero con el que había desarrollado cierta amistad le dijo que habían tenido que cambiar el rumbo y se estaban acercando a costas venezolanas. Pasaron cerca de Curazao y Aruba. Entonces se enteró de que los mismos alemanes habían hundido otros dos submarinos del convoy, según deduce de lo que escucha. Parece que los oficiales no confiaban en que los marineros guardaran el secreto y fueran a contar lo que sabían. ¿Cuál secreto?, se pregunta Benito y comienza a temer por su vida. Pronto se acercan a la entrada de la bahía de Amuay, en la península de Paraguaná, al noroeste de la costa venezolana. Entran en ella y, en horas de la madrugada, el submarino aflora a la superficie.
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Bajan tres o cuatro individuos, entre ellos el que se parece a Hitler y la mujer que lo acompaña, con varias cajas y maletas. Una lancha los espera. Mientras los oficiales están concentrados en despedir a los viajeros, Benito logra escabullirse lanzándose al mar con un salvavidas y un envase de agua potable. La orilla no parece lejana. Aproximadamente una hora después, cuando él ya estaba algo alejado de la nave, escucha una explosión y el submarino se hunde. Con esfuerzo va nadando hacia la orilla que no está tan cerca como pensaba. Es una inmensa bahía de aguas tranquilas y no muy frías. Después de luchar varias horas y al borde del agotamiento, al amanecer llega a tierra firme. Encuentra una costa deshabitada de arena amarilla, desértica y con altos acantilados. Lo recibe un viento fuerte como nunca había sentido antes. Está tan débil que una mosca podría derribarlo con el movimiento de sus alas si volaba cerca. Amanecía y a lo lejos divisa a uno de los miembros de la tripulación, era el marinero alemán amigo que también había desertado antes de la explosión. Se acercan y descansan. Unas manchas de aceite se aproximan a la orilla, seguramente de los submarinos hundidos. La playa casi no tiene olas; es como estar ante un inmenso lago. Se quedan mirando un rato el mar desde el borde del continente americano, preguntándose si alguna vez volverían a Europa. Luego se enterarían de que habían llegado a la bahía de Amuay, el lugar donde muy pronto se construiría la mayor refinería petrolera del mundo. El marinero alemán, al descubrir que Benito estaba indocumentado, le ofreció ayudarlo a través del cónsul honorario de Aruba con quien tenía contacto, para tramitar algún tipo de documento que le permitiera transitar por el país. Benito preguntó que en dónde estaban. La respuesta fue: Venezuela. Eso no le aclaraba nada porque nunca había oído esa palabra. El alemán le dijo: —Eres italiano, ¿no? —Sí.
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—Bueno, uno de tus paisanos le dio el nombre a este territorio porque se le pareció a Venecia pero mucho más pequeño. A Benito le gustó esa historia y le pareció que sería divertido vivir en este país. El marinero le propuso viajar a un sitio poblado por alemanes, ubicado en una selva montañosa donde él tenía unos familiares, remoto pero seguro, retirado de las principales ciudades, si es que podían llamarse así los pequeños poblados de ese país. Luego de arreglar los documentos planearon viajar a una colonia donde solo vivían familias germanas desde hacía muchísimos años, ubicada a en el estado Aragua, en unas montañas parecidas a la Selva Negra alemana. El lugar estaba a unos 450 km de donde se encontraban y se llamaba la Colonia Tovar.
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6. VIAJE POR UN PAÍS DESCONOCIDO (1945)
Una vez obtenida la identificación necesaria, prepararon el viaje. Benito seguía las indicaciones del marinero quien se entendía mejor en español con los locales, ya que el español suyo se resumía a lo que había aprendido con la lectura de Don Quijote de la Mancha, que aunque le proporcionó un buen vocabulario, a veces eran palabras poco utilizadas en estas tierras. En la madrugada de un día domingo tomaron un destartalado autobús en el poblado cercano de Punto Fijo que hacía viajes semanales a Coro, la capital del estado Falcón. El viaje duraba entre dos y tres horas atravesando gran parte del sur de la península y el estrecho istmo de unos 30 km de longitud que la unía con tierra firme. Le habían dicho que apenas unos años antes el mar había cubierto el istmo y Paraguaná se había convertido por un tiempo en una isla. 35
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El paisaje era desértico pero bellísimo y las pocas plantas que sobrevivían estaban inclinadas hacia un lado por efecto de los fuertes vientos dando un aspecto surrealista, como una pintura. Se podía apreciar el mar a ambos lados de la pequeña carretera de tierra. De vez en cuando se veían manadas de burros salvajes y chivos silvestres. Antes de llegar a Coro tuvieron que detenerse porque los vientos habían cubierto la carretera con arena. Estaban en un desierto, ya no había matorrales ni burros ni chivos. Eran los Médanos de Coro, con sus lomas de arena que iban moviéndose constantemente, y no tan lejos se veía el mar Caribe. Los pasajeros se bajaron del autobús mientras paleaban la arena para abrir el camino. Benito recorrió los Médanos fascinado en medio de un paisaje que jamás había visto en su vida. El viento tibio acariciaba su rostro y supo que algún día volvería a este lugar. Se había enamorado de Paraguaná y pensó que allí era donde le gustaría vivir. Finalmente llegaron al destino. Al entrar en Coro vieron un afiche con la fotografía de un hombre inaugurando una obra. Benito preguntó quién era y le contestaron que era Isaías Medina Angarita, el presidente de la República. Buscaron un transporte para La Vela de Coro, donde tomaron un lanchón que los trasladó a Puerto Cabello. Esta travesía duró tres días. Navegaban sin alejarse mucho de la costa, de manera que Benito pudo ir contemplando los distintos paisajes que ofrecía el viaje; poco a poco el árido paisaje fue cambiando hasta llegar a convertirse en bosques con un intenso verdor. Benito pensó que ya no volvería a Italia, lo que veía lo tenía hipnotizado por la belleza. Probablemente una impresión similar a la que experimentó Cristóbal Colón cuando llegó a estas tierras. En Puerto Cabello estuvieron una semana esperando noticias de los familiares del marinero, hasta que recibieron indicaciones de cómo proseguir. Abordaron un ruinoso jeep que los llevó junto con otros cuatro pasajeros hasta la ciudad de Valencia, curiosamente antigua capital de Venezuela, al igual que lo había sido Coro, aunque
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en ese momento la capital era la moderna Caracas, hacia donde fluían casi todos los ingresos generados por la creciente actividad petrolera del occidente del país. Dos días después llegaron al pequeño poblado de La Victoria, cuyo principal mérito era una batalla ocurrida allí entre los patriotas quienes luchaban contra la tiranía española y los realistas, nombre de las fuerzas del rey de España, comandados por Francisco Tomás Morales que avanzaba hacia Caracas. Había que detenerlos a toda costa. Lo curioso es que la tropa patriota estaba conformada por jóvenes, casi niños, porque ya no quedaban soldados adultos. José Félix Rivas recibe la orden de enfrentarlos en La Victoria y procede a reclutar voluntarios pero nadie se alistó, por lo que apeló a la fuerza y pasó por las armas en las plazas públicas a quienes no se presentaban. De esta manera logró reunir entre setecientos a mil muchachitos. Difícilmente habría sobrevivido uno solo de esos niños sino es por la llegada de refuerzos al mando del coronel Vicente Campo Elías. Cada año se celebra esta gesta a nivel nacional exaltando la valentía y el ejemplo de los jóvenes, pero olvidando que estos muchachos, sin ninguna experiencia con armas, muchos de ellos con apenas doce años de edad, sacados a la fuerza de las escuelas, del seminario de Caracas y de la Universidad Central de Venezuela, y obligados bajo amenaza de muerte a luchar, fallecieron casi todos en la batalla. O sea que lo que se celebra es el envío de estos niños al cadalso. Los niños no lo hacían por defender la República, no era un acto heroico sino que lo hacían porque no tenían alternativa, eran obligados a combatir o serían asesinados por los patriotas. En La Victoria, Benito y el marinero alemán tomaron un par de mulas y emprendieron la marcha por una tortuosa trocha poco transitada hacia la Colonia Tovar. Los colonos alemanes compartían poco con el resto del país, por lo que resultaba un refugio muy conveniente para los ahora perseguidos nazis. A mitad del camino se detuvieron en los predios de una posesión llamada Pie de Cerro, perteneciente a un tal Juan Misle; en el futuro se convertiría en la Hacienda Loma Brisa, un lugar de casas de campo
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con techos de caña brava a la usanza del rancho colonial venezolano. Allí calmaron su sed con agua cristalina que brotaba de manantiales. Al día siguiente continuaron el ascenso hasta llegar a un refugio que se encontraba a unos 2.300 m.s.n.m. El refugio estaba ubicado cerca del pico Codazzi, y decidieron pasar la noche allí. No iban preparados para el frío, porque después de estar en Paraguaná con su calor generoso y los desérticos Médanos de Coro, donde el Sol hierve en cada diminuto grano de arena al mediodía, no pensaron que podría haber un lugar tan frío en este país tropical. Esa noche, cada uno envuelto en una gruesa cobija, acostados frente al fuego de una fogata para mitigar en algo el frío, el alemán le preguntó a Benito: —¿Crees en Dios? —¡Qué pregunta es esa! Claro que creo en Dios. —Eres católico, supongo; como casi todos los italianos que conozco. —Por supuesto. —¿Y por qué tu Dios permitió que ocurriese lo que ocurrió en Europa? Matanzas, la muerte de tantos inocentes, violaciones, destrucciones… —Yo no lo sé — titubeó Benito. Alguna razón tendrá que nosotros desconocemos. —¿Y cómo sabes que ese es el Dios verdadero? Habiendo tantos otros en otras religiones. —Porque es el único que resucitó. —¡Qué ingenuo! —¡Qué dices! — gritó Benito molesto. —¿Sabes lo que creo? Te lo voy a leer. No sé quién lo escribió porque lo leí en un libro que no era mío y arranqué la página. Ni siquiera sé el nombre del libro. El marinero alemán saco de un envoltorio que llevaba en la cartera un papelito arrugado, lo extendió y bajo la tenue luz de la hoguera leyó:
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El hombre ha estado consciente de que la vida carece de significado y no tiene alguna trascendencia más allá o divina pero se niega a aceptarlo y desesperadamente busca aferrarse a falsas esperanzas que él mismo crea. Si reconociera la no existencia de Dios, se daría cuenta de la inmensa libertad que disfrutaría la humanidad y se evitarían muchísimas confrontaciones inútiles entre unos y otros. Pero esta posibilidad asusta, así que prefiere la opción cómoda y tranquilizante de ilusorias verdades falsas porque una vida sin sentido es simplemente insoportable. Dios no creó al hombre, el hombre creó a Dios.
Benito estuvo unos minutos callado, como reflexionando, hasta que dijo con voz fuerte, casi gritando: —¡Dios sabe a dónde nos lleva y al final lo comprenderemos, y si aún no lo comprendemos, es que aún no hemos llegado al final! Y el silencio reinó el resto de la noche. Retomaron el camino al otro día comenzando un pequeño descenso. Desayunaron con fresas y duraznos deliciosos cultivados en los jardines de las casas y remataron con un chocolate caliente que los ayudó a entrar en calor. Antes de caer la noche ya estaban en la Colonia Tovar, lugar semejante a la Selva Negra alemana por el paisaje, las casas de madera tipo chalets, la vestimenta y el aspecto rubio de los pobladores, tan distintos a los mulatos y café con leche que había visto en Paraguaná. Esa noche se quedaron a dormir en el Hotel Selva Negra, una de las pocas posibilidades de alojamiento del pequeño poblado. Al día siguiente conoció a la familia Karsten, descendientes de los primeros colonos que fundaron la colonia. El bisabuelo del señor Karsten era una de las 391 personas que llegaron al lugar el 8 de abril de 1843. Comenzaron a trabajar en unos terrenos donados por Manuel Felipe Tovar que se convirtieron en el hogar de los inmigrantes alemanes.
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7. LA COLONIA TOVAR (1945)
Benito consiguió trabajo de inmediato cultivando fresas con el señor Karsten, dueño de un extenso sembradío. El empleo incluía la alimentación y un lugar para dormir. Aprendió bastante rápido sobre su cultivo, y simultáneamente mejoraba su español con la hija del dueño. El marinero alemán, luego de unas semanas, se marchó a Caracas, quedando Benito solo, sin la ayuda del que era su único amigo en estas tierras.
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El señor Karsten, al igual que su padre y su abuelo, había nacido en la Colonia Tovar y jamás había salido del lugar, como la mayoría de los colonieros. Su esposa, por supuesto, también descendía de los primeros colonos y, a diferencia de su esposo, había vivido algunos años en El Jarillo con unos parientes, un pueblo de alemanes cercano a la Colonia Tovar. Gilda Karsten, la hija del empleador, una bella adolescente robusta, de pelo rubio y ojos azules, mostró interés por este forastero oriundo de Europa que casi no hablaba su idioma. El viejo continente era un lugar que solo conocía gracias a las historias contadas por sus abuelos y por las imágenes de unos libros que había en la biblioteca de su casa. Ella ayudó a Benito a mejorar sus incipientes conocimientos del lenguaje alemán y de un español donde abundaban expresiones castizas y quijotescas, no muy utilizadas en el nuevo continente. El español no se le hizo difícil, aunque no pudo hablarlo nunca con el acento local. Muchos años más tarde todavía le preguntaban acerca de cuánto tiempo tenía en Venezuela porque el acento italiano era muy marcado. Aún decía natura en lugar de naturaleza. Una tarde, la muchacha buscando intimidar, observó unos diminutos granos grises en una de las orejas de Benito. —No te muevas, veamos qué tienes aquí — y con gran delicadeza, introdujo su pequeño dedo meñique en la cavidad de la oreja de Benito. Lo hizo de una manera tan sutil que Benito se estremeció y comenzó a sentir cosquillas extrañas y el miembro se le fue endureciendo— , parece arena de playa, has estado en el mar. Benito estaba sorprendido de que después de tanto tiempo todavía hubiese residuos de las playas de Paraguaná, pero pronto adquiriría la costumbre venezolana del baño diario o de dos baños diarios, tan diferente a la europea. La jornada de trabajo era dura. A veces debía llevar los bultos de fresas hasta Pie de Cerro, donde los entregaba para ser trasladados a Maracay o a Caracas. En las tardes recibía clases de idioma con Gilda y en las noches iba con ella a la plaza donde se reunían los jóvenes.
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No había absolutamente más nada que hacer ni siquiera una sala de cine. Las noches eran oscuras, a pesar de que el pueblo tenía una pequeña planta eléctrica, no era muy potente y muy pocos faroles eran encendidos. Gilda le presentó a sus amigos en la plaza, aunque mantuvo una actitud protectora, como demostrando que Benito era de su propiedad, sobre todo con las muchachas que le sonreían coquetamente. Una noche en la que regresaban solos a casa por calles desiertas de poca luz, sus cuerpos caminaban muy cerca y se rozaban. Las manos varias veces se tocaron por el envés como por accidente mientras caminaban, aunque ambos lo provocaban descuidadamente. Gilda se cansó de esperar a que el idiota le tomara la mano y de repente se la agarró sin mirarlo, pensando que si no era pendejo le faltaban solo horas. Él no la retiró. Así llegaron a la casa, sin mirarse, sin hablar y sin soltarse las manos. Esto significó para ella el inicio del noviazgo, mas no para él. Todavía le ardía en el corazón el recuerdo de la chica de San Marino. A pesar de que el trabajo en la explotación de las fresas iba bien, la vocación de Benito era más técnica, estaba orientada hacia las telecomunicaciones y no hacia la agricultura. Pronto consiguió el puesto de asistente en la oficina del telégrafo, pese a la oposición de Gilda quien prefería tenerlo cerca todo el día. Le preocupaba que algunas chicas quienes jamás habían enviado un telegrama, ahora enviaban hasta dos semanales, o simplemente iban a preguntar si habían recibido uno que estaban esperando y que nunca llegaba. El trabajo incluía el envío y la recepción de los mensajes. Benito aprendió rápidamente el código morse. Además debía llevar a domicilio los telegramas recibidos. Como eran pocos y el pueblo era pequeño, salía a entregarlos apenas los recibía; eso le permitió conocer a las familias del lugar, incluyendo en ellas otras chicas que le parecieron muy atractivas. En una oportunidad llegó un telegrama dirigido a un residente que vivía en una casa muy grande, algo alejada del centro del poblado,
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y a quien nunca había visto porque prácticamente no salía y compartía muy poco con los lugareños. Casi nadie lo conocía ya que no tenía mucho tiempo de estar en el lugar. Había llegado aproximadamente en los mismos días en que llegó Benito. Cuando entregó el telegrama, lo recibió un señor parecido a un mayordomo y le dio una propina. Enseguida se acercó una mujer impaciente que tomó la misiva. Escuchó la voz de un hombre a quien vio diciendo en alemán: Wer ist es? 1. El mismo tono de voz del pasajero importante del submarino. Con el paso de los días, Benito se percató de que la mayoría de los telegramas recibidos estaban dirigidos al señor que habitaba en esa casa. Cada dos o tres días debía llevar alguno. Comenzó a leerlos cuidadosamente y notó que estaban escritos de manera muy escueta. Un día recibió uno procedente de Bergfriedhof, Alemania, con el siguiente mensaje: “Ich habe mich entschieden, zu bleiben. William ist den USA auszuwandern. Deine Schwester, Paula H”2. Cuando fue a entregarlo, la persona quien abrió la puerta fue el hombre que había visto en el submarino parecido a Adolf Hitler, sin bigote y ahora llevaba un peluquín. Este no lo reconoció. Era un viejo de aspecto y trato amable, recibió el telegrama, le preguntó en alemán cómo se llamaba, y al escuchar el nombre dijo haber tenido un amigo llamado igual. Por el acento intuyó que el joven telegrafista no era de la localidad. Le preguntó si era italiano. A la respuesta de Benito, sonrió; entonces llamó al mayordomo para que le diera una propina y se retiró. Cuando Benito se disponía a marcharse, el hombre parecido a Hitler le pidió esperar un momento porque le daría un mensaje a enviar. El mensaje decía: “Es beruhige mich, das zu wissen. Bitte, benutz deine Initialen nicht”.3 Las siguientes entregas las recibió el mayordomo o la mujer, y después de varias semanas se encontró de nuevo con el hombre 1
¿Quién es? Decidí quedarme. William huyó a EE.UU. Tu hermana Paula H. 3 Me tranquiliza saberlo. No utilices la inicial del apellido. 2
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parecido a Hitler. Intercambiaron algunas frases; parecía que aquel hombre deseaba conversar con alguien. Benito se atrevió a preguntarle de dónde era: —De Austria — contestó— . ¿Y tú de qué parte de Italia? —De Roma. El hombre sonrió amablemente y se retiró. De nuevo el mayordomo le entregó una propina generosa. Benito concluyó que ese hombre era Adolf Hitler, causante de tanto dolor y muerte a su patria y al mundo, pero no se atrevió a mencionárselo a nadie. Temía las consecuencias que podría traer el compartir su descubrimiento. En las siguientes entregas dejaba el telegrama por debajo de la puerta y se marchaba rápidamente. Le era imposible no leer los telegramas y de ello dedujo que el hombre estaba preparando un viaje hacia Argentina. Benito pasó varios años en la Colonia Tovar. Una tarde, al salir de la oficina de correos, vio a una dama forastera acompañada por un caballero que tampoco era de la zona, paseando por la calle principal. Se notaba que estaban de paso porque en esa época los visitantes eran muy escasos. De repente la dama se desmayó. Las personas que transitaban por allí, incluyendo a Benito, acudieron presurosas en su ayuda. Al recuperar el conocimiento le preguntaron qué le había sucedido. Ella muy nerviosa mostró su mano izquierda a la que le faltaban tres dedos y dijo haber visto pasar a su lado al oficial nazi que la había torturado y mutilado en el campo de concentración de Dachau. Narró varias historias espeluznantes describiendo las torturas a las que había sido sometida. Fue una de las “pacientes” de un experimento conducido en Dachau para estudiar varios métodos de hacer potable el agua de mar. Era uno de los noventa conejillos de indias privados de alimentos, recibían solo agua de mar para beber. Estaban tan deshidratados que terminaban lamiendo el piso recién lavado para obtener algunas gotas de agua no salada. Nadie logró identificar al supuesto nazi causante del desmayo de la dama. Un tiempo después se comentó que a quien realmente había visto fue al mismo Adolf Hitler, pero no se atrevió a decirlo.
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Por otra parte, la relación de Benito con Gilda fue enfriándose. Él se había convertido en el galán más apreciado del lugar, no desperdiciaba el tiempo y coqueteaba con todas las chicas que se le acercaban. Gilda pretendía darle un toque romántico a su relación con Benito, pero este no mostraba mucho interés. —Beni, ¿me amas? —Si llegara a pensar en ti, probablemente sí. —No seas así. —Así soy. Dolida en su amor propio, Gilda, una chica liberal, que primero imagina a un bebé en la cuna antes que a un esposo en su lecho, propició una situación donde se le entregó a Benito en el garaje de su casa; su padre descubrió el incidente al sentir que la noche apestaba a fornicación. Gilda aprovechó la situación para denunciar que había sido violada y obligar, de esa manera, a Benito al matrimonio. La chica por boca tenía un agujero podrido. Apareció en público con unos moretones supuestamente propinados por el violador mientras ella se resistía, pero después se supo que esos golpes se los dio el padre al descubrir que su hija era tan regalada. Después de este incidente del cual inexplicablemente salió ileso, Benito decidió marcharse y regresó a Paraguaná.
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8. RETORNO A PARAGUANÁ (1949)
Cuando pasó por Coro vio la valla bastante deteriorada, que años atrás mostraba al presidente Medina Angarita, a quien dieron un golpe de Estado conocido como la Revolución de Octubre en 1945, cuyos cabecillas fueron Rómulo Betancourt y Marcos Pérez Jiménez en coalición con las fuerzas armadas. El aviso ahora mostraba la imagen del que recientemente había estado en la presidencia, el conocido novelista latinoamericano, autor de Doña Bárbara, el señor Rómulo Gallegos, último presidente elegido mediante elecciones, derrocado hacía dos meses, el 24 de noviembre de 1948, también mediante un golpe de Estado liderado por Carlos Delgado Chalbaud. Seguramente se les había pasado por alto quitar el aviso. 47
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Al llegar a la Península de nuevo sintió que el lugar tenía una magia atrayente, aunque primero debía conseguir un empleo para subsistir. Se presentó en las oficinas de una compañía petrolera que iba a construir una refinería en la Bahía de Amuay, ¡el lugar donde él había llegado a Venezuela años antes! Se llamaba Creole Petroleum Corporation y aplicó como técnico de telecomunicaciones, pero como no tenía referencias ni algún título que lo acreditara, lo aceptaron como “office boy”. Cuando le preguntaron la edad dijo que tenía dieciocho años, aunque apenas tenía dieciséis. En ese entonces no eran muy exigentes con el requisito de mayoría de edad por lo difícil de conseguir mano de obra, ni siquiera se necesitaba la cédula de identidad. Se sentó casi en el borde de la silla frente al empleado que lo entrevistaría. No se atrevió a sentarse con más comodidad. —¿Nombre completo? —Benito Canetti. —¿Edad? —Dieciocho años cumplidos y voy pa diecinueve, señor. El entrevistador detuvo por un momento la escritura sin retirar la mano del papel ni levantar la cabeza, y le miró directamente a los ojos. —¿Educación? —Sé leer y escribir… si no es muy largo. Comencé primaria y casi la termino. —Cero. ¿Experiencia laboral? —En una fábrica de equipos de telecomunicaciones en Italia. También en el telégrafo de la Colonia Tovar. —¿Y dónde queda eso? —En el estado Miranda, señor. Digo, en Aragua. —Jamás he escuchado ese nombre. —Además estuve un mes de cajero en un abasto. —Ajá, al menos conoces acerca del manejo del dinero. —No era necesario manejar dinero, señor, cargaba las cajas de víveres que llegaban.
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—Cero. ¿Grupo familiar? —Solo mi madre, pero hace años que no la veo porque se quedó en Europa. —Cero. ¿Por qué quieres trabajar aquí? —Bueno, quién no querría. Esta empresa es toda una institución, es la más respetable del país. —Bueno, creo que te vamos a contratar. Al fin y al cabo solo serás el repartidor de la correspondencia. No se necesita mucha preparación para eso. Benito entró en la nómina de la petrolera más grande del planeta sin saberlo. Ganaba ciento dos bolívares semanales, más que suficiente. Entregaba la correspondencia y los memorandos internos en cada oficina, pero a diferencia de las escasas entregas de telegramas en la Colonia Tovar, aquí la entrega era voluminosa. Las oficinas estaban ubicadas en unos enormes galpones sin aire acondicionado; parecía que arderían en cualquier momento. Por eso tenían las ventanas siempre abiertas. Hacía tanto calor que hasta las sillas sudaban. Algunas de esas barracas habían servido hasta 1945, año en que finalizó la Segunda Guerra Mundial, como base de un destacamento de marinos norteamericanos vigilantes de las costas de la península paraguanera para proteger sus intereses, buques petroleros que venían del lago de Maracaibo cargados con crudo a ser refinado y convertirlo en combustibles en las refinerías de Aruba y Curazao. Cosa insólita porque si el crudo se producía en Venezuela era mucho más rentable refinarlo en el país, pero el dictador de turno, Juan Vicente Gómez, quien manejaba la nación como si fuera su hacienda, no lo permitió para evitar la formación de “esos sindicatos de obreros alborotadores” que alterarían la paz de la patria. El polvo era un problema. Era de tal magnitud que Benito debía limpiar los sobres con una escobilla antes de entregarlos. Además había un montón de chivos sueltos haciendo de las suyas. Se comían todo lo que encontraban. Si se descuidaba, se tragaban la correspondencia.
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Pronto se mudarían a las oficinas de las instalaciones permanentes de la Refinería que ya casi estaban terminadas y eran mucho más cómodas. Al recibir su primer pago se dirigió a la tienda Sears que acababan de abrir en Punto Fijo con el propósito de comprar un aire acondicionado, adminículo de lujo para muchos en esa época, pero en Paraguaná, al igual que en Comala, donde los enviados al infierno al morir sienten tanto frío que regresan a la Península a buscar su cobija, ese aparato era indispensable para estar confortable en casa. Por supuesto que el monto del salario no alcanzaba sino para la cuota inicial, pero al mostrar la ficha que lo identificaba como empleado de la Creole, le dieron crédito inmediato y el vendedor lo convenció de llevarse también un radio picó. A los seis meses ya había cancelado la deuda. Comenzó a aprender inglés en un curso de la empresa después de las horas laborales, porque casi todos los jefes eran estadounidenses. Le gustó el trato espontáneo de ellos, muy diferente al trato clasista europeo; lo tuteaban, lo trataban de “chico” y hasta le daban la mano al saludarlo. A los dos años consiguió que lo enviaran a un curso de mantenimiento de equipos de telecomunicaciones, pericia que había aprendido informalmente pero ahora tenía oportunidad de instruirse en los fundamentos y las técnicas de mantenimiento directamente de quienes más conocían de eso, instructores norteamericanos, muchos de ellos veteranos de la guerra. Al finalizar el curso lo transfirieron a la sección de Mantenimiento de Equipos de Comunicaciones en el taller central. Antes de comenzar su trabajo lo rotaron durante un mes por las distintas secciones del taller, así adquirió una visión panorámica de las diferentes actividades realizadas. Una de las estadías que más disfrutó fue la de la sección de soldadura. Aprendió soldadura oxiacetilénica y eléctrica, y recordaría la época cuando conoció a la chica de San Marino. Soldaba todo lo que pasara por sus manos. Una tarde acompañó a un equipo de soldadores para realizar un trabajo en una
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de las torres de destilación. Era la primera vez que soldaría fuera del taller. Benito subió con el grupo a la plataforma de la torre donde se realizaría el trabajo y comenzó a soldar, pero al rato los compañeros le dijeron que dejara la prisa porque iba a terminar antes de finalizar la guardia y ellos necesitaban que les pagaran el sobretiempo. El último día en la sección de soldadura, el supervisor tenía que salir un momento y todo el personal estaba afuera, así que dejó encargado del taller al inexperto de Benito mientras duraba su corta ausencia. Al rato llegó un ingeniero con una emergencia, tenían un equipo importante inoperativo porque un tornillo de rosca especial, el cual no se conseguía en el país y traerlo del exterior tomaría varios días, había perdido la ranura de la cabeza por lo que no se podía enroscar con el destornillador. El ingeniero le preguntó a Benito si podía fabricarle la cabeza añadiéndole un punto de soldadura y luego con una segueta fina abrirían una ranura para que entrara un destornillador y así poder colocarlo en su lugar. Benito se sintió importante, tomó el tornillo y lo colocó en la prensa, decidió utilizar soldadura eléctrica, preparó el equipo con una varilla de acero, se puso la careta protectora y al colocar la varilla para hacer el arco, el tornillo se fundió. —¡Lo jodiste! — gritó el ingeniero. Benito se quitó rápidamente la careta y dijo que él estaba en entrenamiento. —Coño de la madre, ¿dónde está el supervisor del taller? —Ya viene, pero no le vaya a decir nada. El ingeniero se fue sumamente molesto. El incidente no tuvo mayores consecuencias y Benito continuó su recorrido por las otras secciones del taller, pero con más precaución. Finalmente comenzó en lo que sería su trabajo de ahora en adelante. Lo asignaron bajo la tutoría de un viejo técnico francés que hablaba muy mal el español y se la pasaba contando anécdotas de su vida en París. En poco tiempo Benito se convirtió en el protegido del viejo. Al principio le asignaba equipos que requerían un mantenimiento o
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reparación simple, pero viendo la destreza del muchacho, le fue asignando tareas más complejas. Inclusive comenzó a llevarlo con él cuando requerían diagnósticos de los equipos en las plantas o en las salas de control. A veces la mala pronunciación del viejo les hacía alguna jugarreta. Un día estaban diagnosticando un problema que requería diversas mediciones simultáneas en un sistema de comunicaciones. El viejo se situó en un extremo de la sala y conectó el medidor de continuidad en el equipo receptor y Benito se situó al otro extremo de la sala donde se encontraba el equipo emisor. —No to ca nal — gritó el viejo que por la distancia y el ruido en el ambiente había que alzar la voz. —No estoy tocando nada — contestó Benito a dura voz. —No to ca nal. —No estoy tocado nada — repitió Benito. —No to ca nal. —¡QUE NO ESTOY TOCANDO NADA! — gritó Benito molesto por la insistencia del viejo. El viejo se acercó y Benito cruzó los brazos en actitud de reto —“El otro canal” — explicó el viejo y regresó a su lugar para realizar la medición. La pareja hizo una buena amistad tanto en el trabajo como fuera de él. Un día el viejo estaba hablando de comida, decía que en París hacen el mejor chucrut de Europa. Benito, aunque no era amante del repollo fermentado, opinaba que eran mejores los de Europa Central como en Alemania o Polonia. Al viejo le parecía que nada hecho por los alemanes valía la pena. La discusión concluyó con una invitación a cenar en casa del viejo, donde su esposa prepararía el chucrut para salir de dudas. El día de la cena, conociendo la arrogancia del francés, Benito llevó una botella del mejor vino italiano que consiguió, un Barolo 1939, una buena cosecha justo antes de comenzar la Guerra. Al llegar a la cita, el viejo lo recibió con un abrazo, estaba encantado de tenerlo en casa y le presentó a su esposa. Benito le entregó la botella de vino italiano y la respuesta del viejo fue:
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—Gracias, pero solo el Bordeaux es vino. A Benito por supuesto no le gustó el comentario, pero le tenía tanto aprecio al viejo que lo pasó por alto. Cuando se sentaron a la mesa le ofrecieron servirse de una fuente que contenía algo pastoso con una galleticas. Supo lo que era cuando la anfitriona le preguntó si deseaba mousse de salmón. Por lo que vio, pensó que la comida sería escasa, después del salmón seguramente vendría el repollo agrio y eso sería todo, de manera que se sirvió una abundante ración para no quedar con hambre. No le importaba si estaba bueno, él comía, le gustara el plato o no, como una herencia de época de hambruna vivida durante la Guerra. Cuando vio que todos estaban servidos, Benito dijo: “Buen provecho”, los anfitriones contestaron casi al unísono: “Bon appétit”. Al finalizar pidió permiso para repetir y volvió a llenarse el plato, los demás no repitieron. Al terminar Benito, la dueña de la casa le preguntó si ya podía llevarse la entrada para traer la sopa de cebollas. Luego vendría el plato principal: filete de cerdo cocido con cebollas y vino blanco, un clásico de la comida francesa, acompañado con gratin dauphinois, papas gratinadas, judías verdes y, por supuesto, el chucrut. Y que dejara un espacio para el postre. Benito, por no controlar su impaciencia, ya estaba lleno, pero la cena apenas comenzaba. Entonces se preparó para iniciar la arremetida y dispuso hábilmente una composición en el tenedor de filete con algo de papas y chucrut. La saboreó con placer y lamentó de nuevo el apresuramiento con la entrada. Además, después del plato principal, le trajeron una ensalada de hojas verdes para limpiar el paladar y una tabla con rodajas de pan crujiente y varios tipos de quesos, especialmente uno hediondo con manchas azules que parecía descompuesto. Ese en especial no lo probaría. Fue el primero ofrecido por la dueña de la casa por lo que no pudo rechazarlo. —¿Roquefort? — preguntó la señora mientras extendía un trozo de pan con el queso apestoso.
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—Oui, merci4 — contestó Benito con una mueca que pretendía ser una sonrisa. Si al menos no hubiese comido tanto mousse de salmón, tendría espacio para esas otras cosas que se veían tan buenas, apartando el quesito rancio, por supuesto. Efectivamente, el chucrut, que había sido el motivo originador de la cena, estuvo delicioso. Ya Benito estaba que reventaba, cuando apareció el postre: creme brulée, pero pensó que se le había chamuscado porque la superficie estaba ennegrecida, como azúcar quemada. Por pena lo saboreó. Estaba muy bueno y no se había quemado, la receta era así. “Estos franceses si comen raro” pensó.
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9. UNA SANA COMPETENCIA (1950)
Después de esta experiencia culinaria y debido a los comentarios en el taller acerca de la cena, otro compañero de trabajo, David Laslzo, originario de Budapest, le dijo a Benito que el mejor gulash, a pesar de ser cocinado en varios países de Europa Central y Oriental, era el húngaro, que además se había originado en su país y se volvió muy popular en la época del imperio austrohúngaro. Para demostrarlo lo invitó a cenar a su casa a degustarlo y, si quería, le enseñaría a prepararlo.
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Benito aprovechó para aprender la receta, llegó temprano y hasta ayudó a Laszlo y a su esposa en la preparación del gulash. Pusieron un kilo de carne sin grasa cortada en dados de unos dos centímetros salpimentados y ligeramente enharinados a dorar en mantequilla. Luego saltearon tres cebollas medianas picadas en juliana junto a la carne a fuego moderado. Al estar las cebollas tiernas, añadieron dos tomates maduros grandes en trozos y seis tazas de caldo de carne, aunque Laszlo le dijo que si no tenía caldo podía utilizar agua y un cubito de carne. Luego añadieron un pimentón rojo cortado en trozos pequeños, dos cucharadas de paprika y una de Tabasco para darle el toque picante. Al hervir, lo taparon y lo dejaron a fuego lento por una hora. Entonces lo destaparon y le añadieron dos papas grandes peladas y cortadas en dados gruesos y lo dejaron una hora más. Cuando lo sirvieron acompañado con arroz blanco, a Benito le supo a gloria. Se estaba generando una simpática competencia gastronómica, porque para no quedarse atrás, los otros colegas le decían que determinado plato de su país de origen era el mejor y lo invitaban a comprobarlo. Muy pronto Feltrinelli, uno de sus paisanos, le aseguró que la pasta al pesto era la mejor. Eso sí lo conocía, pero hacía muchos años que no lo probaba. El fin de semana fue a la casa de la familia Feltrinelli para aprender a preparar el pesto y degustarlo. Lavaron cuidadosamente las hojas de albahaca fresca. Utilizaron dos porciones iguales de dos tipos de albahaca: una con las hojas grandes y globulosas, y otra de hojas pequeñas con visos morados, ambas plantas del pequeño huerto familiar ubicado en el patio de la casa. Llenaron con ellas tres cuartas partes del vaso de la licuadora, añadieron media taza pequeña de agua, media taza de aceite de oliva y a medida que licuaban le añadían queso parmesano y pecorino rallado. Le fueron agregando más aceite de oliva cuando la mezcla se mostraba algo seca y remataron con sal, pimienta y almendras fileteadas porque no tenían piñones, que era el ingrediente de la receta original. Para finalizar, el
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cocinero le agregó un ramito de perejil, unas gotas de limón y luego de unos segundos apagó la licuadora. Le dijo que el perejil y el limón eran su toque personal; eso no estaba en la receta original pero mejoraba el sabor y mantenía el color verde de la salsa porque impedía la oxidación. La competencia culinaria llegó hasta los oídos de Parker, el supervisor general de mantenimiento, un gringo originario de Cincinnati. Llamó a Benito a su oficina y le preguntó si conocía el cincinnati chili. Ante la negativa de Benito lo invitó a probarlo porque su esposa era experta en ese plato y, además, Cincinnati era la capital del chili. Benito pensaba que los platos con chili eran del sur de los Estados Unidos y así lo manifestó, entonces Parker sacó una postal que decía “Cincinnati, la capital del chili”, y traía unas fotografías de un bol con sopa de chili, otra con espagueti acompañado con la salsa de chili y hasta un perro caliente con chili en lugar de kétchup, y en la parte posterior de la postal la receta de la salsa para cuatro personas. Ingredientes: 300 gramos de espaguetis 400 gramos de carne de ternera molida 2 cebollas, finamente cortadas 1 frasco de pasta el tomate (400 gramos) 2 cucharadas de vinagre 2 cucharadas de salsa inglesa 4 ajos ½ cucharadita de pimiento rojo ½ cucharadita de pimienta negra 1 cucharilla de comino molido 1 cucharilla de canela molida ½ cucharilla de orégano ¼ taza de aceite para freír Salsa picante al gusto Queso cheddar al gusto
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El día de la cena, Benito llegó temprano para aprender a prepararla. Comenzaron cortando las cebollas y el ajo, los pusieron en una sartén con aceite caliente hasta que se doraron un poco. Entonces añadieron la carne previamente diluida en media taza de agua. Le añadieron el resto de los ingredientes, menos el queso. Después de dos horas de cocción, prepararon los espaguetis al dente, y los sirvieron en cada plato al que añadieron abundante chili y, sobre este, el queso cheddar rallado en cantidades exageradas, que casi se salía del plato. Esta combinación es la que llaman three-way. Existe el four-way que lleva además de lo anterior, caraotas rojas.
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10. EL PRIMER VEHÍCULO (1950)
La mañana del 14 de noviembre de 1950 Benito sintió miedo al ver que la entrada de la Refinería había sido tomada por el ejército. Vinieron a su mente recuerdos de la Guerra en Europa donde la presencia militar lo invadía todo. El día anterior habían asesinado en Caracas a Carlos Delgado Chalbaud, uno de los miembros de la Junta Militar que gobernaba y era candidato a presidir el país luego de las elecciones. Fue secuestrado y asesinado por un grupo que lideraba Rafael Simón Urbina y su sobrino Domingo Urbina, aunque se decía que lo había mandado a matar Marcos Pérez Jiménez, pero eso nunca se pudo comprobar.
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Designaron entonces a Germán Suárez Flamerich como presidente de la Junta de Gobierno, aunque el mando realmente lo tenía el general Marcos Pérez Jiménez. En 1951 Benito alcanzaba la mayoría de edad. A sus dieciocho años de vida, aunque en los registros de la compañía aparecía con veinte años, ya había alcanzado la posición de asistente del supervisor del taller de telecomunicaciones. Tenía fama de ser un empleado muy responsable. El horario de trabajo era desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde, incluyendo una hora libre para almorzar, pero Benito solía quedarse una o dos horas más en el taller para adelantar trabajo, sin cobrarlas como sobretiempo. Aquí la meritocracia funcionaba y ese esfuerzo sería compensado posteriormente. Como asistente del supervisor tenía la prerrogativa de llevarse a casa una de las camionetas del taller aunque nunca lo había hecho por una sencilla razón: no sabía manejar; pero al que le preguntaba le contestaba que sí sabía. Cuando salía en las camionetas para realizar algún mantenimiento en las áreas fuera del taller, observaba cómo las manejaban sus compañeros: colocaban la llave en el encendido, antes de encender el motor la mayoría hundía el pedal de aceleración una o dos veces, pero notó que no todos lo hacían. Quitaban el freno de mano. Luego venía el juego con los tres pedales porque las camionetas eran sincrónicas. Eso le pareció muy complicado, entonces cambió su plan. Aprendería a manejar observando el vehículo del supervisor, automático y solo tenía dos pedales: acelerador y freno. Cuando el supervisor estuviera ausente, a él le correspondería llevarse ese vehículo. Llegó el día esperado, el supervisor estaría en Caracas durante dos días realizando un curso de redacción de informes técnicos. A la hora de la salida, uno de los técnicos se acercó a preguntarle a Benito si se llevaría el vehículo, seguramente con la intención de llevárselo él en caso de obtener una respuesta negativa. Benito contestó, sin darle mayor importancia al asunto, que se lo llevaría mañana viernes, y hoy podía llevárselo él. Esa tarde se fue con ese empleado para observar
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por última vez el proceso de manejar el carro que él conduciría al día siguiente. Al final de la jornada del día viernes dijo que se quedaría un rato más porque todavía tenía trabajo por realizar. Esperó a que todos se hubiesen marchado, tomó las llaves del vehículo con cierto nerviosismo, cerró las oficinas, se aseguró de que no hubiese nadie en los alrededores y se montó en el carro. Transcurrieron unos segundos, respiró profundamente, introdujo la llave en la ignición sin dificultad, bombeó una vez el pedal del acelerador y giró la llave para encender el motor. No pasó nada. Un frío lo heló. Sospechó que no había girado la llave completamente. Repitió la operación y efectivamente el motor encendió. No era necesario utilizar marcha atrás porque la norma era estacionar los vehículos en retroceso. Colocó un pie apenas rozando el acelerador y el otro en el freno. Presionó el acelerador pero le pareció mucho y enseguida frenó, el vehículo se detuvo con violencia. Volvió a realizar la operación con más lentitud hasta que comenzó a moverse. Continuó avanzando en línea recta varias cuadras y cuando creyó estar familiarizado con el acelerador y el freno, se preparó para cruzar en la próxima esquina, ahora tenía que aprender a girar. Dio la vuelta sin mucha dificultad. Estuvo varios minutos recorriendo las calles de la Refinería como si estuviera realizando una inspección visual a los equipos. Cuando creyó tener cierta práctica se atrevió a salir de la planta, tenía que pasar por el portón de vigilancia. Ya estaba anocheciendo, eso disminuía las probabilidades de que el vigilante notara su ficha sin el punto verde, indicador de autorización para conducir vehículos de la empresa. Se aproximó a la caseta de vigilancia, el oficial lo detuvo y le pidió las llaves para revisar la maletera; un procedimiento rutinario donde seleccionaban un vehículo al azar para inspección. Luego el vigilante le devolvió las llaves, se despidió y Benito arrancó sin problemas. Era fin de semana, por eso había escogido un viernes, de manera que pasó el sábado y el domingo practicando en la urbanización. El
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lunes pidió un permiso en la oficina, fue a un concesionario y compró un Oldsmobile a crédito. Se lo entregaron a primeras horas de la tarde como era lo usual. Esa misma tarde se acercó conduciendo su nuevo automóvil a las oficinas de la inspectoría de tránsito terrestre para iniciar los trámites de la licencia de conducir. Estacionó el vehículo lejos de la oficina para no ser visto por algún inspector. Le pareció imprudente llegar conduciendo a la oficina de autoridad vial sin licencia de conducir. En la noche limpió el carro con un paño suave y agua Evian; más bien acariciándolo porque estaba perfectamente limpio. El día siguiente no quiso sacarlo. Había llovido intensamente y todo estaba inundado. Esta tierra es desértica pero a veces caen unas lluvias tormentosas con rayos que incendian los tanques de la Refinería y la tierra no tiene tiempo para absorber el néctar enviado del cielo.
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11. CARLA (1952)
El domingo 30 de noviembre de 1952, Benito estrenando la nacionalidad venezolana, se levantó muy temprano y por primera vez en su vida ejerció el derecho al voto. Tres partidos participaban en la contienda. El FEI (Frente Electoral Independiente) que era el del Gobierno y postulaba como candidato al actual gobernante, el general Marcos Pérez Jiménez. Copei (Comité de Organización Política Electoral Independiente) con Rafael Caldera, y URD (Unión Republicana Democrática) con Jóvito Villalba. AD (Acción Democrática) y el PCV (Partido Comunista de Venezuela) estaban ilegalizados y por eso no participaron en la contienda. Benito votó por URD porque casualmente había escuchado al doctor Villalba en un mitin apenas cuatro días atrás. La compañía lo había enviado a
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Caracas a un curso y en la noche fue por curiosidad a un mitin de URD en el Nuevo Circo. Villalba le pareció un hombre con ideas claras y además un gran orador. Al doctor Caldera no lo conocía y a Pérez Jiménez no le daría el voto porque aborrecía todo lo militar. De manera que el voto ya estaba decidido. La votación fue masiva, todos querían participar. Las primeras cifras daban la victoria a URD seguido por Copei con una votación considerable y el FEI quedaba rezagado. Pero el gobierno desconoció los resultados y el 2 de diciembre, un nuevo Consejo Supremo Electoral nombrado después de las elecciones, anunció unos resultados falsos ganando por amplio margen el FEI y Marcos Pérez Jiménez asumió la presidencia provisional ese mismo día. El mismo domingo de las elecciones, después de votar, Benito se reunió con unos compañeros de trabajo en el recién inaugurado Club Judibana. Estuvieron comentando sobre el proceso electoral hasta la llegada de una muchacha muy blanca que había estado estudiando en Atlanta. Sus padres eran italianos y ella había nacido en Milán pero se la trajeron a Venezuela antes de cumplir su primer año de nacida. —¿Y cómo es ella? preguntó Benito. —Es una muchacha normal, no muy lista y no muy tonta. Pero a Benito le pareció que esa explicación era totalmente errada. La observó desde lejos. Usaba un vestido blanco vaporoso que el viento judibanero levantaba con facilidad y, ella, coquetamente lo sujetaba después de permitir que se levantara un poco, eso hacía casi imposible no mirarle las piernas de perfecta construcción y admirable forma. Decir que Carla era la chica más bella del lugar era mezquino. Ella reflejaba la luz mejor que la demás, como dicen en el cine. A Benito le impresionó la pálida blancura de la piel de la chica con ligeros vestigios rosados, frágil, tan blanca que cuando tomaba CocaCola se podía ver el oscuro líquido pasando por sus venas. A los pocos minutos estaba rodeada de jóvenes quienes se acercaban a saludarla y trataban de acaparar su atención. Benito no la
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conocía, y sin lograr vencer su momentánea timidez, algo ya no común en él, presenció la situación desde lejos por un rato hasta que se acercó. No había mucho espacio porque todos se aglomeraban frente a la chica. El único lugar disponible era casi a la espalda de ella; una espalda perfecta, el cuello blanco, blanquísimo. El vestido totalmente apropiado a lo caluroso del lugar, era de tirantes, de manera que pudo apreciar en los hombros de la chica los dos pares de tirantes, el del vestido y el que estaba debajo de este, pero no exactamente en la misma posición, el del sostén, casi escondido debajo del borde del vestido con un ganchito para recortarlo. También pudo detallar el bello contraste del pelo negro cortísimo, casi como un corte masculino, con la blancura de la piel. Benito sentía el corazón latiendo más deprisa y se le dificultaba la respiración. Se fue arrimando poco a poco para quedar al frente de ella. Buscaba preguntarle algo interesante para que se fijara en él. Lo único que se le ocurrió fue preguntar cómo era Estados Unidos. —Bueno, se parece mucho más a las películas de lo que puedas imaginar — contestó la chica casi sin mirarlo. Benito se ruborizó por su idiotez. ¿Por qué tuvo que preguntar esa bobería? Ella fue simpática con todos aunque no mostró alguna preferencia. Pero a partir de ese día, Benito no pudo quitársela del pensamiento. Por un momento tuvo el descabellado pensamiento de que esa era la chica con la que se casaría. Era su destino y nada podría alterarlo. ¿Qué había debajo del vestido de tirantes? Se imaginaba acariciando esa blanca piel que debía ser muy suave. Ya no podría impedir la tentación del abismo. Con el paso de los días comenzó a experimentar las delicias y los sufrimientos del amor pero a solas, sin atreverse a compartirlos con la mujer que los provocaba. Su primera reacción fue huir temeroso del suplicio que parecía venir, pero pudo más la atracción natural de la especie y decidió entregarse por completo a la aventura. El domingo de la siguiente semana Benito vio que Carla se encontraba en una silla de extensión llevando sol en los alrededores
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de la piscina del club con un traje de baño de dos piezas de esos que hacen difícil no mirar. Había una silla de extensión a lado y se sentó con los lentes oscuro puestos. Cuando podía la miraba disimuladamente. Carla, por supuesto, se percató de lo que pasaba y al poco tiempo se incorporó y “descuidadamente” comenzó a colocarse la crema bronceadora en las piernas, con un movimiento lento y sensual que parecía un masaje erótico. —¿Te ayudo con la crema? Digo, para ponértela en las partes donde no alcanzas. —Imbécil. Te crees muy gracioso. Luego Benito se dirigió a la barra, pidió un whisky en las rocas doble y se lo tomó de un solo trago. Luego pidió otro y una piña colada con bastante hielo. Se acercó a Carla, le obsequió el coctel y se sentó a su lado. —Toma, te traje esto porque debes estar deshidratada. —¿Lo conozco? —Aún no, ¿cómo te llamas? —Para qué quiere saberlo si ni siquiera nos conocemos. —Curiosidad. —¡Qué curioso! —Tómate la bebida que te traje, está bien fría y debes estar sedienta con tanto sol. —No acepto tragos de desconocidos. —Pronto dejaré de ser un desconocido. ¿Cómo te llamas? —Carla. Y no suelo hablar con desconocidos. —¿Carla? No puede ser. Dime la verdad. —Carla. —Viste mi nombre en alguna parte. —No, ¿por qué? —Porque yo me llamo Carlo. —Y eso que tiene que ver. He conocido a muchos que se llaman Carlo. —¿Por qué te ríes?
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—Me parece gracioso, no sé. —Esto es una señal. Estamos hechos el uno para el otro. —¡Epaaa! ¿Qué le pasa? En esta ciudad hay un límite de velocidad. —Te invito a cenar esta noche para conocernos mejor. —¿Está loco? Ni lo conozco. —Benito Canetti, mucho gusto en conocerla. —Carla, encantada. ¿No y que se llamaba Carlo? —Sí, pero todos me conocen como Benito. ¿Estás saliendo con algún chico? —No es asunto suyo. —¿No te gusta salir con chicos? —Sí, claro que me gusta. Depende con cuál. —¿Cómo te gustan los chicos? —Pregunta demasiado. ¿Y a usted como le gustan? —A mí no me gustan los chicos. —Tonto, me refiero a las chicas. —Me gustan las que son un poco diferentes a ti. —¿Entonces por qué me invita? —Eres muy flaca para mi gusto. —Seré algo flaca pero tengo mis comodidades. —¿Como cuáles? —No te las voy a decir, estúpido, cállate. —¿Quieres hacer el favor de escucharme? —Bueno, si es absolutamente necesario. —¿Cómo es el chico con el que sales? —Es que no salgo con ningún chico en particular, en realidad salgo con varios. —Así que tienes sexo con cualquiera. —Ja, ja, ja, el que salga con chicos no significa que tengo sexo con ellos. —No sé qué pensar de ti. —Me tiene sin cuidado lo que pienses. Idiota. —Cambiando de tema, ¿vamos a cenar esta noche?
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—¿Sales con muchas chicas a cenar? —Sí. ¿Vamos a cenar esta noche? No te estoy invitando comer pizza o hamburguesas. Iremos a un buen restaurante, uno de esos que tienes que ir bien vestida y esperar a que alguien te explique la carta y luego, un mesonero distinto al que te leyó la carta, te atienda. —Invita a una de esas tantas que llevas a cenar, además, no existe un restaurante como ese en los alrededores. —Esta noche quiero ir contigo. —¿Sales con mujerzuelas? —¿Te refieres a putas? Sí, a veces. —Grosero. ¿Y sales con esas vulgares mujerzuelas cuándo no consigues chicas? —No. Siempre consigo chicas. —No parece. ¿Entonces por qué sales con prostitutas? —Me gusta ir con ellas porque experimento cosas nuevas que algunas chicas no están dispuestas a hacer. —¿Cómo cuáles? —Te las puedo enseñar en la práctica. —¡Sabes, me parece que no entiendes cómo tratar a una chica decente! Eres un falta de respeto. —Está bien, no te alteres, no te enseñaré nada de eso. Después de un rato en silencio… —¿Cuánto se les paga? —No sé, nunca les he pagado. —Mentiroso. —Te diré la verdad, solo he estado una vez con una prostituta. Fue una pequeña aventura. Uno de esos barcos que pasan en la noche. —No te creo… ¿Cuáles son tus intenciones conmigo? —Cenar contigo en un buen restaurante. —En serio, ¿quiere terminar durmiendo conmigo? —No seas tan engreída, solo cenar. —¡NOOO! —¿Desde cuándo no haces el amor?
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—Ja, ja, pero qué clase de pregunta es esa, tú como que solo piensas en sexo. —Una pregunta como cualquier otra. —Creo que me preguntas algo muy personal. No voy a responderte. —¿Anoche? —¿Anoche qué? —Qué si tuviste sexo anoche. —¡Y sigues! ¡Quítame las manos de encima! —¿A cuál te refieres? ¿La que tengo en tus hombros o la que tengo en tu pierna? —Las dos. —Las retiraré si me contestas la pregunta. —Nunca. —¿Nunca me contestarás? Entonces no las quitaré nunca. —Nunca he tenido sexo. —¿Eres virgen? —Sí. Ya lo sabes. Preguntas demasiado. Ahora quita tus manos. —Solo la que tengo en la pierna. —Está bien. Pero compórtate. —¿Vamos a la fiesta de la Billo’s la próxima semana? —¿Vamos? Qué te has creído, vanidoso. Claro que voy, pero no iré contigo. —Irás a esa fiesta conmigo, con nadie más. —No seas tan estúpido. Voy, pero no contigo. ¿Entiendes? —¿Estás enamorada de alguien? —No. ¿Por qué? —¿De verdad? —Claro que es verdad. —Yo sí. —No te lo he preguntado ni me interesa. —Yo sí… y creo que tú sospechas de quién…
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Ya en su casa, Carla pensaba constantemente en la conversación con Benito. “Que osado. ¿No era ese el idiota que le había preguntado en el club que como era los Estados Unidos?”. Por su parte, Benito pensaba que en muchas oportunidades las conversaciones más triviales, sin importancia, en lugares sin importancia, se convertían con el tiempo en los momentos más importante de su vida.
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12. LA FIESTA DECISIVA (1952)
En dos semanas habría una fiesta con orquesta en el club. Por primera vez venía la Billo’s Caracas Boys que sonaba mucho en la capital. Escucharían en persona a Manolo Monterrey, apodado el ciclón antillano. Tocarían seis sets con sus respectivos descansos entre cada uno. El día de la fiesta Carla se sentó en la mesa de sus padres como era la costumbre y con su abuela, una anciana que no desperdiciaba ningún jolgorio y que todavía vivía sus antecedentes supuestamente aristocráticos del norte de Italia, perdidos durante la guerra junto a sus propiedades.
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La chica estaba emocionada porque podría bailar un merengue que escuchaba mucho en la radio local llamado Compadre Pedro Juan. En la mesa había varios “carnés de baile”, unos cartoncitos con seis espacios para que las muchachas escribieran los nombres de los jóvenes con quienes bailarían. Un rato más tarde Carla entró en pánico. Aún tenía el carné en blanco. Nadie se había atrevido a invitarla, sería muy humillante pasar la noche sin bailar. Se decía a sí misma para darse ánimo: Dios sabe cuándo deben ocurrir las cosas. Por fin se acercó un valiente y le pidió un baile. ¡Era Benito! Carla miró rápidamente a su madre quien asintió con una leve sonrisa. Ella, para darse importancia, consultó el carné aún en blanco y le dijo que ya tenía el primero y el segundo set reservados pero podría anotarlo para el tercero. Le pidió el nombre porque supuestamente no lo recordaba, no lo invitó a sentarse en la mesa ni le presentó a sus familiares y acordaron que al comenzar el tercer set, él vendría a buscarla. Al retirarse el joven Carla le mostró el carné a su madre quién revisó el nombre y dijo que debía ser descendiente de italianos, como ella. La abuela había observado al jovencito como si fuese un cultivo en una placa de Petri. Ella sabía distinguir con gran precisión entre la clase media de primera y la clase media de segunda, y dijo que al menos tenía cara de persona honrada, mostrando su desprecio por quien ubicó en el extremo inferior de la clase media de segunda, y añadió: —Aún tiene en los labios restos de la leche materna. Espero que al menos tenga automóvil. —Pero, abuela, parece un chico formal, viste correctamente y es atractivo. —Tiene un aspecto tan normal que ni lo ves. ¡Ten cuidado!, eres una mosca en su telaraña. Al llegar el tercer set, Benito se acercó a la mesa donde se encontraba Carla. Esta lo vio venir de reojo pero miró hacia el otro
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lado descuidadamente, como si no lo hubiera visto. Cuando llegó, la muchacha continuaba mirando distraída en otra dirección y no “se percató” de la llegada de Benito. Este tuvo que hacer notar su presencia. —Disculpa, Carla, creo que este es mi set. No obtuvo respuesta. Benito repitió las mismas palabras colocándose al frente de la chica. Esta lo miró con una sonrisa que parecía de cortesía pero con cara de no recordarlo, revisó el carné y leyó: —Tercer set, Benito Canetti. Ah, sí. Se levantó y tomó el brazo ofrecido por el joven sin ejercer mucha presión. Por alguna razón desconocida para Carla, se sentía nerviosa. Cuando en la pista Benito colocó la mano en su cintura, ella se estremeció un poquito. Eso no había sucedido en los bailes anteriores. Él no hizo nada extraño con la mano, ni siquiera la apretó demasiado. Por el contrario, era muy gentil. Había colocado la mano suavemente, con la presión justa, pero el calor de la mano, o no sabía exactamente qué, le provocaba una extraña sensación que acentuaba su nerviosismo. Ella era buena bailarina, pero en este momento su cuerpo se había vuelto torpe. Ojalá él no se diera cuenta. Tenía que pensar qué pierna mover y cuánta distancia, cosas que usualmente le salían solas. Bailaron la primera pieza sin hablar. Ella estaba concentrada en no equivocar sus pasos. La segunda pieza era más movida y por momentos él la soltaba. Le pareció que lo hacía para observarla. Al final del set vino un “mosaico”, una combinación de varias piezas juntas que usualmente comenzaba con un bolero lento. Benito la rodeó con sus brazos como era lo usual en este ritmo y ella casi ni se atrevía a respirar. Sentía que el corazón le latía muy fuerte y su pareja podría notarlo. Después de un rato de falso desinterés, hacia el final del baile, los jóvenes encontraron que tenían mucho en común y no dejaron de charlar y reírse mientras bailaban e improvisaban pasos. Al terminar el set, Benito la acompañó de vuelta a la mesa y le dijo que deseaba
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bailar el próximo set con ella. Carla tomó el carné con los nombres de los jóvenes con quienes bailaría los tres restante sets y lo hizo pedazos mientras miraba sonriente a Benito. El joven se sentó en la mesa de Carla y pasaron juntos el resto de la fiesta. Carla les presentó a sus padres y luego a la abuela, quien inmediatamente verificó el lugar exacto de la yugular de Benito. —Si crees que esa “técnica” de abordar a una chica preguntándole con quien tuvo sexo y todas esas zoquetadas es buena estrategia, estás equivocado. Y menos diciéndole que la única manera de ir a la fiesta es contigo, ―dijo Carla. —¿Piensas que no es una buena técnica? —A pesar de lo que hiciste, no vine contigo, aquí estoy. No funcionó. —Claro que funcionó. Aquí estás. Cada vez que regresaban de bailar, Benito colocaba la silla metálica plegable un poquito más cerca de la de su compañera. Para un hombre, seducir, consiste básicamente en reducir la distancia que lo separa de la presa. Hay que ir ganando terreno, milímetro a milímetro, sin que se note demasiado. Cuando la distancia se hace “cero”, se puede decir que lo ha logrado, aunque hay quienes piensan que solo se logra cuando la distancia es negativa. Hacia el final de la fiesta la separación entre la pierna izquierda de ella y la pierna derecha de él, que estaban fuera del campo visual de los compañeros de mesa, era mínima; además el mantel las ocultaba parcialmente, inclusive a veces accidentalmente quedaban en contacto por poco tiempo, como evaluando las reacciones. Ya la conversación tocaba aspectos más íntimos: —Mírame a los ojos. —Ok. Carla sostuvo la mirada por unos segundos y la retiró. —Mantén la mirada. Mientras ella lo miraba fijamente a los ojos él le preguntó: —¿En qué piensas? —En nada.
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—No es cierto. Siempre pensamos en algo cuando miramos a los ojos de otro. ¿En qué piensas? —En los niños pobres del mundo. —Eres una mala mentirosa. —¿Por qué dices eso? — dijo mientras sonreía y bajaba un poco los ojos. Benito pudo mirarle la boca, grande, con labios rojos y húmedos. Sus ojos la recorrían gustosos mientras ella mantenía los párpados casi cerrados. Quizá veía a través de los párpados y sabía que él la miraba. —Vamos a hacer un brindis — dijo Benito. —Ok. ¿Por qué brindaremos? —Por ti y por mí. Por habernos conocido y por haberte preguntado por los Estados Unidos. Ella rió. —Pero no es un brindis normal. Debemos mirarnos a los ojos todo el tiempo. Sin despegar la mirada, sujetamos el vaso, lo llevamos sin prisa a la boca y tomamos un sorbo mirándonos y colocamos el vaso en la mesa sin dejar de mirarnos. Así lo hicieron, a Carla le pareció un brindis en cámara lenta. Levantó lentamente el vaso sin despegar la mirada de los ojos de Benito y en ese momento pensó que el amor a primera vista existía. Al colocar el vaso en la mesa, después de esa profunda y larga mirada, creyó que estaba enamorándose de Benito. Pocas veces, quizá nunca, había mirado por tanto tiempo los ojos de un hombre. Y pasaron buena parte de la noche con ese tipo de conversación que aburriría a cualquiera pero fascinante para personas que se sienten atraídas. Por cierto, hubo un incidente que le causó un terrible embarazo a Benito, mas a Carla mucha risa. Después del quinto set, Benito necesitaba ir al sanitario. Por error entró en el de damas, afortunadamente estaba solo. Le extrañó que no hubiese urinarios sino solo pocetas, pero pensó que a lo mejor era la tendencia arquitectónica moderna o quizás el Club estaba tan nuevo que no
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habían tenido tiempo de instalarlos. Luego de descargar, se lavó las manos, se miró en el espejo, abrió la boca y observó los dientes, cerró la boca y deslizó la lengua con fuerza por los dientes superiores. Al salir del baño, el animador en la tarima decía por el micrófono, y todos en la fiesta escuchaban, que el baño de los caballeros estaba detrás de la cancha de las bolas criollas por lo que rogaba a los hombres no utilizar el de las damas, como por ejemplo, y señaló a Benito saliendo del que él creía era el baño de caballeros: “ese joven que tranquilamente sale del baño de damas”. Todos los presentes lo miraron, le chiflaron o gritaron cosas burlonas. Benito llegó a la mesa rojo de la vergüenza hasta la raíz del cabello, y Carla estaba privada de la risa. Un rato después salieron a caminar por las calles solitarias alrededor del Club, iban con las manos tomadas y las estrellas de la noche los acompañaron celosas, como solo puede suceder cuando una pareja está enamorada. Volvieron a la fiesta que ya casi terminaba, la madre angustiada por la tardanza preguntó que dónde estaban, pero al ver el rostro de felicidad de su hija, recordó un momento similar de su juventud y no insistió. Benito regresó a su casa a pie, quería estar solo y pensar en ella, deseaba más que nada compartir sus besos y bacterias salivales, estaba lloviendo ligeramente, aunque eso hacía más espectacular el momento. Esa noche descubrió que el bowling y la piscina eran los entretenimientos preferidos de Carla, pero más importante, ¡descubrió el amor! Al día siguiente los compañeros de oficina, que lo habían visto toda la noche con la misma chica, le preguntaron: —¿Cómo te fue anoche en la fiesta? —Benito respondió con la verdad. —Me fue bien, muy bien… —Y se alejó dejando la curiosidad de sus amigos sin resolver. La conversación llegó hasta ahí.
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Se compró un traje de baño nuevo para acercase el domingo a la piscina y encontrarse con ella. Ese día se dio un largo baño de agua tibia, se puso abundante brillantina Palmolive en el pelo y se peinó con esmero. Se cepilló los dientes dos veces, hizo gárgaras con Listerine. Se colocó un poquito de Clearasil en un pequeño punto cerca de la nariz que parecía un grano de acné en potencia. Se perfumó con agua de colonia 4711, colocó el peine en el bolsillo trasero del pantalón y un pañuelo blanco al que le colocó unas gotas de 4711. Carla llevaba un insinuante traje de baño de una sola pieza, el diseño contemplaba un delicado agujero que mostraba el ombligo. Benito se esforzaba para que su mirada no se desviara en esa dirección. Por cierto, no había visto muchos ombligos en su vida, pero este en especial le parecía demasiado delicado y bonito. Pasaron toda la tarde juntos, aunque, por supuesto que no solos; siempre estaba algún miembro de la familia de Carla con ellos. En un momento en que estaban sentados en la mesa y a pesar de estar rodeados de amigos, sus piernas no se veían pero estaban en contacto, Benito con mucho esfuerzo decidió que era el momento de averiguar el grado de receptividad de la muchacha. Planeó un ataque que consideraba “suicida”. Esperó un momento en el que ella no estuviera hablando y, con la mayor naturalidad, depositó su mano en el muslo de la muchacha solo por un momento, como para llamarle la atención porque le iba a decir algo, como el que palmea el hombro del amigo para llamar su atención a lo que le va a decir. En el momento de colocar la mano en la mitad del muslo de la chica hizo una ligera pero sensual presión, una especie de dudosa caricia que podría despertar sensaciones eróticas, mientras decía algo sin importancia mirándola a los ojos. Enseguida retiró la mano y continúo hablando. Ella lo escuchaba embelesada, había aceptado el contacto. Años después, ya casados, ella le confesó que nunca había olvidado el atrevimiento decisivo de la mano en el muslo y lo recordaba como algo muy especial.
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Cuando llegó el momento de despedirse, Carla se acercó, le puso los brazos alrededor del cuello y depositó un suave beso en la boca cerrada del chico. Él percibió un olor a fruta madura. No supo si devolvió el beso, quizá permaneció pasivo con los ojos cerrados mientras cataba a la chica. Antes de retirarse, Carla le dijo: —Quiero preguntarte algo. ¿Puedo contar contigo? —Seguro, pregunta lo que quieras. Estoy a tu completa disposición. —No, no, la pregunta es esa. Que si puedo contar contigo. Una grata sonrisa se dibujó en la cara de Benito y asintió con suavidad sin retirar la mirada de sus ojos, quedando un pacto sellado entre ambos. Esa noche Benito se percató de que era ella o nadie, y dijo a sus amigos que Carla sería su esposa. Lo dijo con tal determinación que se casaron cinco años después, aunque no por propia iniciativa. Luego vinieron las visitas oficiales a la casa de la chica dos o tres veces por semana, generalmente vigiladas por la abuela que era lo mismo a que los vigilara un rottweiler y posteriormente por la hermanita de Carla, de manera que el primer beso tardó bastante en ocurrir, pero después del primero, Benito los anhelaba porque esos labios le volvían la sangre loca, conociéndolos por dentro y por fuera. Al principio, a la abuela, con aspiraciones aristocráticas para su nieta, no le agradaba la relación con Benito. La septuagenaria tenía un oído muy agudo que le permitía escuchar los murmullos de la pareja de enamorados. Dicen que su oído era tan fino que podía escuchar los pensamientos de las personas a su alrededor. Cada noche rezaba un rosario dedicado a las sangrantes llagas de Jesucristo para que esa visitadera finalizara. Repetía el siguiente consejo a la nieta: No seas estúpida, no te cases por amor o porque un chico sea atractivo, eso es pasajero, cásate por su posición y su dinero. Y si no tiene ninguna de estas cualidades, olvídalo. La vida me ha enseñado que un matrimonio convenido, según posición y fortuna, tiene todas las ventajas sobre otro
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por amor. En Francia, que al fin y al cabo es el único país civilizado del mundo, una chica como tú, jamás se casaría con ese imberbe.
—Pero abuela, ¿cuál es el problema con Benito? Yo lo amo. —Precisamente, tenías que enamorarte de un individuo de semejante calaña. —¿Qué calaña? —No sé, pero de que la tiene, la tiene. Creo que usa pachulí. —No abuela, no utiliza pachulí sino Pino Silvestre, que tiene un aroma delicioso y está de moda. Todos los jóvenes elegantes la usan. —Gran cosa. Pino Silvestre… ese muchacho debe ser bipolar. Con el paso del tiempo la abuela fue aceptando al joven pretendiente. Solía dejar en la mesita de la sala, justo donde la pareja se sentaba, algún trozo de torta o cualquier otro postre por ella preparado como invitándolos a degustarlo pero sin invitarlos expresamente. Con el tiempo llegó a convertirse en la más ferviente defensora de Benito. Aunque no dejaba de mencionarle el hecho de que era descendiente de caballeros cruzados y hasta llegó a decirle que sus antepasados eran amigos íntimos de Carlomagno. ¿Qué clase de vida podría llevar Benito para ser digno de tales antepasados y semejante alcurnia? Pero esa preocupación no duró mucho cuando comprendió que la mayoría de esas historias estaban en la imaginación de la abuela.
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13. GPT (1954)
Después de un año de noviazgo, Benito aún no se manifestaba. La chica comenzó tímidamente a preguntarle acerca de sus planes futuros y lo que pensaba del matrimonio. En vista de que el novio parecía no entender la indirecta, optó por ir al grano del asunto y sugerir la conveniencia de casarse, pero él se excusaba diciendo que todavía no disponía de los recursos económicos adecuados. Pronto sería promovido a la nómina mayor y entonces podrían contraer matrimonio. Efectivamente, en septiembre de 1954 Benito fue promovido de la llamada nómina menor a la nómina mayor conocida como GPT, siglas que significaban personal Gerencial, Profesional y Técnico. Los
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empleados pertenecientes a esta categoría eran considerados “personal de confianza”, no formaban parte de sindicatos y no ganaban ingresos adicionales por sobretiempo, pero tenían mejores aumentos anuales, podían vivir en una urbanización exclusiva llamada Campo Médico, donde también vivían los expatriados, quienes además disfrutaban de otras prerrogativas. Las casas no tenían cercas divisorias, estaban rodeadas de inmensos jardines con grama que resaltaban en aquel desierto. El día en que Benito recibió la promoción a la nómina mayor, invitó a Carla al Club Bahía, el club de los GPT al que no tenía acceso la nómina menor. Entraron al bar acompañados del hermano de la chica y contrario a la costumbre de beber cerveza o cubalibre, pidió un whisky con soda y dijo que de ahora en adelante esa sería su bebida. —Abrázame, nadie nos mira — dijo Carla en un momento en que su hermano fue a saludar a alguien. Estuvieron por un minuto acariciándose hasta el regreso del hermano. Un rato más tarde Carla recordó un incidente y se lo comentó a Benito: —¿Recuerdas al señor Andrade, el periodista que vive a dos casa de la mía? —Sí, ¿qué le pasó? —Esta mañana llegaron de la Seguridad Nacional, entraron a la fuerza y se lo llevaron esposado, delante de gritos y llantos de la familia. Fue terrible, nunca había visto nada como eso. Dicen que fue por orden de un tal Pedro Estrada. De nuevo venían a la mente de Benito situaciones similares a las vividas en Italia durante la Guerra. Era un fantasma que no desaparecía del todo. Mientras, en el plano profesional, las cosas siguieron mejorando para Benito, poco después de la promoción a GPT fue nombrado supervisor del taller de instrumentos, donde tenía a su cargo un total de treinta y cinco personas. Pasaba el tiempo y nada que Benito proponía matrimonio.
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—Abuela, qué le pasará a Benito que no se decide — pregunta Clara angustiada. —A veces hay que darle al novio una ayudadita. —¿Como cuál? ¿Permitirle algunas intimidades? —Todo lo contrario, que no aprete la mercancía hasta que sea suya. —¿A cuál ayudita te refieres? —Involucra a tu padre. Esto es una decisión de hombres. —Pero, abuela… —Piénsalo con calma. Al final, todo saldrá bien. Y si no sale bien es que todavía no es el final. Carla pensó que pronto Benito pediría formalmente su mano, ya había apretado bastante la mercancías sin que la abuela lo supiera, pero estaba equivocada; pasaron dos años más sin que él mostrara ninguna intención de casarse. Ya obstinada pensó: “si quiere mi culo tiene que aceptar todo lo que viene con él”; por lo que la chica decidió urdir una jugarreta para lograrlo. Una noche le dijo a su padre que esperara a Benito porque venía a proponerle matrimonio y como seguramente le costaría abordar el tema, que le ayudara un poco. Benito no lo sabía…
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14. EL COMPROMISO (1957)
Tenían cinco años de noviazgo y Benito aún no se decidía a casarse. Con el tiempo ya era casi de la familia y los padres de Carla les daban ciertas libertades como ir al Club sin chaperón. Parecía que Benito se sentía cómodo con la situación pero Carla estaba desesperada. Fue entonces cuando la novia preparó la siguiente estratagema: el sábado en la noche asistirían al matrimonio de un compañero de trabajo de Benito y por primera vez irían solos con la condición de que regresaran antes de la una de la madrugada. Esa tarde Carla le dijo a su padre que Benito pediría su mano y como era un muchacho tímido, quizá necesitaría alguna ayudita. El padre de Carla se sentó en el porche a tomarse un whisky con soda y un chorrito de Coca-Cola como era su costumbre; nunca más de dos tragos. Pasaba el tiempo y Benito no llegaba. El señor comenzó el
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segundo whisky, esperando la inusual solicitud del pretendiente. Benito no llegaba y Carla comenzaba a impacientarse. Cuando su padre terminó el segundo trago, la chica le preparó el tercero un poco suave, temiendo que su padre se viera afectado por los efectos del alcohol, mientras su hermana y su madre esperaban en la sala la llegada del inocente. Al terminar el tercer trago, el papá dijo que ya era suficiente y se disponía a entrar. Carla le preparó un cuarto trago y le suplicó esperar un poco más. En eso escucharon que se aproximaba el vehículo de Benito. Las féminas dejaron al cabeza de familia solo en el porche para que se encargara de la situación. Benito entró vestido impecable con un traje negro nuevo especialmente adquirido para la fiesta y una corbata de rayas. El padre de Carla pensó que era un bonito detalle vestirse de etiqueta para pedir la mano de su hija. Luego del saludo, el padre de Carla le ofreció un whisky el cual aceptó y llamó a su hija para que se lo trajera. Carla le trajo el trago, besó a su novio y le dijo que la disculpara unos minutos, aún no había terminado de arreglarse y los dejó solos. Los dos hombres hablaron de todo: política, trabajo, economía, chismes, pero nada de matrimonio, tema que por cierto, no estaba en la agenda de Benito. Les trajeron otros tragos: el quinto del señor y el segundo de Benito, y nada que el joven se atrevía a pedir la mano de la chica, o mejor dicho “no se le ocurría”, mientras Carla, su madre y su hermana escuchaban impacientes la conversación a través de la ventana de la sala. Susurraban entre ellas frases como: “pero sí hablan tonterías”, “y qué espera papá para provocarlo”. Un rato después, cuando los temas de conversación se agotaron, el padre de Carla palmeó con su mano la pierna de Benito como para darle ánimo y le dijo: —Tranquilo, todos pasamos por esto, puedes hablar de tus planes con Carla en confianza. Benito de primera no entendió la indirecta pero se sintió azorado. Parecía que el señor estaba esperando que él dijera algo más.
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El silencio se prolongaba y no se le ocurrió otra cosa para salir del paso que decir: —Pues sí, señor Cassini, Carla y yo pensamos casarnos pronto. En ese momento salió de la sala Carla como si no hubiese escuchado nada y el papá la abrazó y le dijo que le daba el consentimiento. Enseguida salieron la madre y la hermana con una cara de sorpresa y alegría. Miraron a Benito como esperando que les dijera lo que estaba pasando. Él miró a Carla a los ojos, enseguida dirigió la mirada a la madre, luego a la hermana, volvió a mirar a Carla, le tomó la mano y dijo que quería casarse con ella. Abrieron una botella de champagne para celebrar y le preguntaron a la pareja cuándo sería el enlace. Benito desprevenido y para salir de la situación y poder irse con Carla a la fiesta, dijo que en unos meses. —¿Como para octubre? — preguntó la madre cándidamente— . A lo que Benito, tratando de alargar un poco la fecha dijo: — como para diciembre, y todos asintieron, inclusive Benito. De repente, justo después de esa frase, una interminable lista de obligaciones cayó sobre sus espaldas, aunque él todavía no lo sabía: comidas familiares, distribución de mesas, ensayos de vestuario, discusiones, ponte derecho, sonríe, arréglate la camisa, pareces un payaso… Fue más tarde en la fiesta a la que asistieron esa noche cuando Benito comenzó a tomar conciencia de las consecuencias de sus palabras, pero ya era muy tarde para volverse atrás y Carla estaba tan feliz que le permitió ciertas intimidades. Ya estaba dispuesta inclusive a entregarse carnalmente.
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15. LUNA DE MIEL (1957)
Después de la ceremonia eclesiástica se trasladaron a la casa de Carla donde tendría lugar la celebración. Los padres de la novia habían preparado una estupenda fiesta para la boda de su hija. Los cuatro: el padre, la madre, Carla y Benito, se colocaron en ese orden en el porche de la casa para recibir a los invitados. Cada uno de los convidados iba felicitando a los cuatro anfitriones y presurosamente entraban en busca de algo de beber. El comedor lo habían acondicionado para exhibir los regalos, había de todo, desde portarretratos baratos hasta vajillas de plata.
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Cada regalo con la respectiva tarjeta de quien lo había obsequiado. Uno de los entretenimientos de las bodas era ir a curiosear los regalos usualmente exhibidos en algún espacio de la casa especialmente preparado para ello, lo cual generaba temas adicionales de conversación: “¡Qué bello el regalo de los Martínez!”. “¿Viste el obsequio de perencejo?”. “¡Qué tacaño fulano!”, etc. Hasta habían algunos que no llevaban regalo sino una tarjeta de presentación y, en algún momento oportuno, cuando ya casi nadie entraba a la sala de regalos, sustituían la tarjeta de algún bello presente por la suya, aunque casi siempre los descubrían al día siguiente, cuando la suegra revisaba con una meticulosidad extraordinaria los obsequios y las tarjetas, y llegaba a la conclusión de que ese no era su regalo, además, como era repetitivo, ya sabían quiénes eran los dos o tres invitados que solían realizar esa triquiñuela y, por supuesto, la información corría de voz en voz por la comunidad. Carla bailó el primer vals con su padre y eso hizo lloriquear a las familiares cercanas, al igual que había ocurrido en la iglesia. Luego bailó con el novel esposo, enseguida con todos los hombres de la familia y con los amigos. Algunos no tan amigos pero no querían desperdiciar la ocasión de apretar a una novia tan bonita hasta que Benito la rescató. Los novios pasaron el resto de la fiesta sentándose un rato en cada mesa para compartir con los invitados. La comida estaba deliciosa aunque por el ajetreo, Carla y Benito casi no tuvieron oportunidad de saborearla. Un poco después de medianoche los novios se escaparon sin despedirse. Carla solo le avisó a su madre que se iban, pero era tal emoción que no sintió ninguna pena por dejar la casa y a su familia. Esa noche recorrieron en el Oldsmobil de Benito el solitario istmo que separa Paraguaná de tierra firme y se alojaron en una pequeña posada en La Vela de Coro. La habitación y el mobiliario era muy elemental, pero a los recién casados le pareció un paraíso, tenía una ventana en dirección al mar por donde entraba algo de brisa que atenuaba el calor típico de la zona.
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A la mañana siguiente, bien tarde, la propietaria de la posada les preparó un suculento desayuno de perico, caraotas, arepas corianas con queso de cabra y nata, porque según dijo pícaramente, tenían que recuperar fuerzas después de la “ferviente actividad de la noche”, típica de los recién casados. Benito y Carla continuaron el viaje de luna de miel cuyo destino era Caracas, ciudad que ninguno de los dos conocía. Tenían reservada una habitación en el Hotel Ávila, el mejor de la capital. Carla había insistido en su interés en conocer la Colonia Tovar, que tanto mencionaba su esposo, pero este se negaba aduciendo que allí no había nada interesante. Lo menos que deseaba era encontrarse con sus antiguas conquistas en la luna de miel. Al salir de Valencia tomaron la recién inaugurada autopista Valencia-Tejerías, construida por el presidente Marcos Pérez Jiménez. Pasaron por la estación de peaje donde les entregaron una tarjeta perforada de las utilizadas por las computadoras en la que se indicaba cuánto deberían pagar de acuerdo a la salida que tomaran. Si salían en Maracay, la más próxima, pagarían 0,50 bolívares. Si salían en La Encrucijada deberían pagar 1,00 bolívar, y así continuaba la tarifa incrementándose de acuerdo al kilometraje recorrido. Como ellos iban a Caracas debían salir en Las Tejerías, que era el final de la autopista porque todavía no llegaba a la capital, el costo era de 3,00 bolívares. Benito colocó cuidadosamente la tarjeta en la guantera para que no se doblara y sacó tres monedas de 1,00 bolívar para tener el pago a la mano. Por cierto, las monedas eran de una aleación que contenía plata, por eso era común referirse al dinero diciendo: “¿trajiste la plata?”, “¿cargas plata?”; expresiones todavía utilizadas, aunque las monedas ya no contengan ese metal. A Benito le costó un poco aprender a conducir en la autopista. Debía mantener una velocidad constante dependiendo del canal que utilizara. Se encontraba en el canal rápido y según los avisos era para 80 km/h. A Benito le pareció una velocidad un poco alta y decidió que para acostumbrarse sería mejor utilizar el canal lento de 60 km/h
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y cambió de canal sin percatarse de que venía otro automóvil muy cerca que le tocó corneta, pero no pasó de un pequeño susto. La pareja estaba disfrutando de ese halo de modernidad que era la autopista, se sentían realmente en el siglo XX. Antes de llegar a Maracay entraron en el túnel La Cabrera. Nunca habían entrado en un túnel. A pesar de estar iluminado debían encender las luces del vehículo según los avisos. Al entrar notaron que la radio dejó de escucharse. Salieron de la autopista en el distribuidos Las Tejerías, allí tomaron la carretera panamericana para dirigirse a Caracas. Al pasar Los Teques la carretera de dos canales se transformaba en cuatro canales; dos de ida y dos de venida, sin isla. También era una novedad porque las carreteras asfaltadas en el interior eran solo de dos canales. Luego pasaron San Antonio de los Altos y continuaron el viaje hasta que vieron el hipódromo La Rinconada desde lo alto, indicación de que ya estaban entrando a Caracas. Tomaron la autopista Coche y quedaron sorprendidos por la cantidad de edificios y pasos a nivel que encontraban. Las obras de construcción del distribuidor El Pulpo los dejó boca abierta, aunque todavía no estaba completado. Finalmente llegaron al Hotel Ávila. En la habitación había una botella de Champagne y flores para los recién casados. El hotel era lo más lujoso que habían visto alguna vez, semejante a las de ciertas películas de Hollywood. Al retirarse, el camarero les preguntó: “¿necesitan algo de la farmacia?”. Al día siguiente subieron al teleférico, la vista los dejó sin respiración. Se quedaron un rato abrazados contemplando la ciudad. —Nunca olvidaré esto — dijo Carla. —Yo tampoco — y la besó. Hicieron las visitas típicas a los sitios históricos. Fueron a la plaza Bolívar. Carla quería hacer el recorrido efectuado por el capitán general Juan Vicente Emparan desde el cabildo a la catedral el 19 de abril de 1810, travesía que no llegó a concluir porque Francisco Salias lo tomó del brazo y lo conminó a regresar al cabildo. Los soldados de la guardia del capitán general intentaron tomar sus armas, pero el
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oficial venezolano que los comandaba no les permitió intervenir. Un rato después aparece Emparan en el balcón y hace la famosa consulta a la multitud congregada en la plaza mayor: —¿Están vuestras mercedes satisfechos con mi gobierno? ¿Están conformes con mi mando? Un silencio ocupó los espacios. El padre Madariaga, a quien después Bolívar le hizo la vida imposible, colocado estratégicamente detrás del capitán general, les indica con el dedo que digan que no. Después de un largo minuto se oye una voz que grita: ¡NO! y centenares de voces gritaron: ¡NO!, ¡NO!, ¡NO! —¡Pues yo tampoco quiero el mando! –vociferó Emparan. Esto dio inicio al largo y doloroso proceso que llevó a Venezuela a su independencia del reino de España. Luego los recién casados visitaron la Casa Natal del Libertador, el parque el Calvario, el Panteón Nacional y el Paseo Los Próceres recién inaugurado. Aprovecharon de visitar una tienda de muebles donde un asesor levantó un plano aproximado de la sala de la casa de la pareja en Judibana, de acuerdo a las informaciones suministradas por ellos y diseñaron un ambiente simulando la sala con sofás, alfombras, mesas, lámparas, cuadros y hasta floreros. Benito y Carla quedaron encantados y con pocos cambios aceptaron la propuesta. Les enviarían todo a domicilio en una semana. Cuando regresaron a casa, iban con una visión optimista del futuro que le esperaba a este país, el de más rápido crecimiento económico y prometedor futuro en América.
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16. PRIMER HIJO CONOCIDO DE BENITO (1958)
Al llegar a casa, los esperaban los padres y demás familiares de Carla ansiosos por constatar cómo les había ido, sobre todo por la agitada situación política que se vivía en la capital. Se había realizado un plebiscito el 15 de diciembre donde los electores decidirían si Pérez Jiménez seguiría gobernando o no. Contrario a lo esperado, los resultados fueron abrumadoramente favorables al dictador, y enseguida la resistencia los catalogó como fraude, por lo que los ánimos estaban caldeados, pero la pareja se veía feliz, evidencia de que se entendía muy bien. Además, Carla manifestó creer que estaba embarazada. 95
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—¿Qué tiempo de embarazo tienes? — preguntó la madre tratando de averiguar si el bebé había sido concebido antes del matrimonio. —Siete días, mamá. Ocurrió la primera noche — contestó Carla ruborizándose. —No te preocupes, hija. Haré una cita en la clínica y te acompañaré para confirmarlo. La madre quería asegurarse de que el embarazo no había tenido lugar antes del matrimonio. Esos primeros meses fueron todavía la continuación de la luna de miel. Todo el tiempo retozando, besándose y tomado el vino de la misma copa. Carla se levantaba muy temprano para prepararle el desayuno a su marido antes de que saliera a trabajar. El primer día preparó unos huevos fritos enteros, siguiendo un cursillo que había hecho unas semanas antes de casarse porque en su casa nunca había entrado en la cocina sino para tomar agua. Los huevos se quemaron un poquito por debajo pero por arriba estaban crudos y los panes cuadrados los puso demasiado tiempo en la tostadora eléctrica que le habían regalado en el matrimonio y quedaron negritos. La flamante esposa le preguntó a su marido que si les gustaban, Benito dijo que sí para no defraudar a su mujercita. El almuerzo tampoco fue muy agradable. El pollo guisado sabía mal, el arroz sí estaba bueno porque lo preparó en una olla eléctrica arrocera automática, también regalo de bodas. Lo único que había que hacer era añadir el agua de acuerdo a la cantidad de arroz según una tablita pegada a un lado de la olla y añadir sal, ajo molido, media cebolla y medio pimentón. La olla se apagaba sola cuando el arroz estaba listo y mantenía la temperatura caliente por dos horas. La mañana siguiente Carla preparó tostadas francesas. Un buen intento, pero Benito se las comió por no defraudar las buenas intenciones de su consorte. La semana siguiente Carla le dijo a Benito que tomaría unas clases especiales de cocina con Ana Teresa Cifuentes, “la perfecta ama de casa”. La empresa la traía especialmente para que dictara un curso de cocina y economía doméstica a las esposas de los empleados GPT.
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Benito la apoyó pensando que esa era la solución para mejorar su alimentación. Carla se volvió experta en picar un pollo entero. Sabía exactamente por donde pasar el cuchillo para dividirlo en dos, cómo retirar la piel, qué partes había que desechar, pero al final, el sabor del plato servido era desagradable. Un día Benito le dijo a su esposa que no era necesario levantarse tan temprano para prepararle el desayuno, él podía calentar un par de rebanadas de pan y prepararse un bocadillo, así ella podía descansar un poco más. Ella se tomó en serio la proposición y nunca más le preparó el desayuno. Años después Benito era quien lo preparaba para ambos y así fue hasta el fin de sus vidas. El 14 de marzo, día del cumpleaños de Carla, Benito le regaló un televisor Silvertone que adquirió en Sears. Esa tarde, luego de instalar la antena en el techo, vieron el primer programa: El Show de Renny que se transmitía desde las 6:00 p.m. hasta las 7:30 p.m. A partir de ese día se volvió rutina verlo juntos todas las tardes, hasta que cambiaron el horario al mediodía. El 12 de julio, al regresar del trabajo, Benito le dijo a su esposa: —He visto al presidente de Venezuela y le he dado la mano. —¿Qué? —Como te lo digo, Wolfgang Larrazabal visitó la Refinería y de repente estaba saludando a los trabajadores y, entre esos, estaba yo. Vestía el impecable uniforme blanco de la marina. Fue muy emocionante cuando me dio la mano y me preguntó cómo me llamaba y cuántos años tenía trabajando en la Refinería. A medida que el embarazo progresaba, Carla se volvía más antojadiza. No se sabe si por alguna exigencia de la naturaleza o por un capricho que su condición le permitía. A veces a las once de la noche la futura madre tenía antojos de pepitonas y Benito tenía que salir a esa hora a ver dónde las conseguía, aunque fueran enlatadas. Para aliviar a Carla de las labores del hogar contrataron a una muchacha de servicio fija. Era una joven de diecinueve años, de piel oscurita y cabellos negros, más baja que alta, de aspecto triste, si es
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que tiene algún interés describir detalles de una jovencita que solo sabe fregar pisos, lavar ropa y cocinar un poco. Llegó el momento del parto, Carla fue llevada al Hospital Familiar, perteneciente a la compañía donde trabaja Benito y allí vio la luz del día Mario Canetti: el primer Canetti nacido en el Nuevo Mundo.
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17. NACE LA NIÑA (1959)
El año siguiente vino la tan esperada niña; aunque no suene muy original, querían tener la parejita. La llamaron Ornella. La completa felicidad, cerraron la fábrica y Carla se esterilizó. Cuando la abuela revisó a la recién nacida hubo algo que no le gustó: los deditos de la niña eran igualitos a las patas de un pollo. Tal fue la expresión de la señora que Benito no se contuvo: —¿Qué le sucede, abuela? ¿Hay algo que le preocupa? —No es nada importante, hijo. 99
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—¿Entonces, por qué esa cara? —Dicen en mi pueblo que un bebé con deditos de pollo significa corta vida. Y sin que la escucharan murmuró para sí misma: muy corta. —Son solo supersticiones, abuela, no se preocupe. Pero la abuela sí se preocupó, temerosa de lo que pudiera ocurrirle a su nieta.
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18. UNA TRAGEDIA NUNCA SUPERADA (1962)
Después de la caída de Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958, el país entró en una etapa democrática. Desde el 13 de febrero del siguiente año, fecha de la toma de posesión, la presidencia la ejerció Rómulo Betancourt del partido Acción Democrática, quien fue electo en un proceso electoral limpio. A pesar de todo, las intentonas de golpes de Estado continuaban, pero eran controladas por el Gobierno. Hasta hubo un intento de magnicidio, el primero en la historia reciente de Venezuela. Betancourt había dicho pocos días antes del atentado en un programa de televisión lo siguiente: “¡Que se me quemen las manos si 101
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toco el erario público!”. El 24 de junio el presidente fue víctima de un atentado en la avenida Los Próceres, en Caracas, una bomba estalló muy cerca del vehículo que lo trasladaba, provocando fuertes quemaduras en las manos del mandatario y pérdida parcial de la audición. Pero superó valientemente el percance y continuó ejerciendo la presidencia. Mientras, lejos de la capital, en Paraguaná, los Canetti eran un matrimonio que llevaba una vida apacible en la unión de sus dos adorados hijos: Mario y Ornella. En el aspecto laboral las cosas también marchaban excelentes. Benito se había ganado el respeto en la compañía y su carrera profesional lucía atractiva. Bien lejos quedaban los dolorosos recuerdos de su juventud en la Europa encendida por la Guerra. Un día, Benito se despidió de sus hijos y de su esposa que se encontraba en la sala de baño para marcharse a la oficina, como era su rutina. Tomó las llaves del vehículo que estaba en el garaje. Este era un espacio cerrado con una puerta basculante. Realmente el portón era algo estrecho, por lo que el espacio entre los bordes de la puerta y del vehículo no era mucho. Eso ocasionó, al principio, varios rayones en la pintura al sacar el carro del garaje, usualmente en retroceso, pero con la práctica era cosa del pasado y los rayones no habían sucedido más. En esta oportunidad, luego de calentar el motor unos minutos, Benito comenzó a retroceder lentamente mirando por los espejos retrovisores. De repente escuchó una especie de “crac” y creyó percibir un gemido. Bajó el vidrio de la ventanilla y asomó la cabeza. Lo que vio lo dejó aterrado: ¡la cabecita de Ornella había quedado atrapada entre el vehículo y el borde de la puerta! Había sangre en el suelo y la niña estaba inmóvil. Sus gritos atrajeron la atención de Carla. Ambos desesperados, en ese instante eterno, con el cuerpecito en sus brazos no atinaban cómo proceder. Todo fue inútil, la niña había fallecido casi instantáneamente. De nada sirvieron los rezos y las peticiones a Dios. ¿Será que Dios es tan impotente como los hombres? ¿Por qué permitió que esto sucediera?
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Era una niña inocente. ¿No y que era bondadoso y deseaba siempre lo mejor a los seres que él había creado? ¡Bullshit! La casa de los Canetti perdió todo vestigio de alegría. Unos días después Carla intentó quitarse la vida inyectándose creolina en las venas, pero no utilizó suficiente cantidad y Benito, a tiempo, la llevó a emergencia donde lograron salvarla. La tuvieron en la sala de observación varios días hasta que Carla le dijo a Benito: —Sácame de la Sala de observación porque la verdad es que nadie me observa. Y entonces Carla regresó a casa. La encontró desolada y todo le incomodaba. Comenzó a asistir a sesiones con un psiquiatra hasta que se dio cuenta de que el que necesitaba un psiquiatra era su propio psiquiatra. Por otro lado, Mario no comprendía por qué su hermanita se había ido a estudiar al cielo y en las noches era usual escucharlo conversando y jugando con ella. Le hablaba como si ella estuviera a su lado. Benito, por su parte, fuma, se droga, se embriaga, se masturba, hace todo lo que antes repudiaba. Dicen que la vida está llena de posibilidades, pero lo que ocurre en la práctica es que cada persona tiene en realidad muy pocas posibilidades, si es que tiene alguna…
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19. MAGNICIDO LEJANO (1963)
El 22 de noviembre, viernes a las 2:30 de la tarde, Benito se dirigía en la camioneta de la empresa a inspeccionar unos instrumentos que se encontraban fuera de la Refinería, en el lugar donde llegan los oleoductos a Paraguaná por donde viene el crudo de la zona del lago de Maracaibo, cuando escuchó en la radio que el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, había sido víctima de un atentado en Dallas y no se sabía con certeza su estado. 105
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Un rato después escuchó la trágica noticia de que Kennedy había muerto por dos disparos que recibió, uno en la garganta y otro en la cabeza. Esa noche Benito y su esposa descansaban en la sala, tristes, porque admiraban a Kennedy. Benito tomó el libro de cuentos que estaba leyendo desde hacía varios días y comenzó justo donde había quedado la noche anterior. El relato se llamaba “La muerte de un presidente”. Acabo de conocer la noticia de un loco que creyó poder viajar en el tiempo caminando de espaldas. Además lo documentó diciendo que había hecho un descubrimiento extraordinario, pobre diablo. Ahora está en un sanatorio en la sección de alta peligrosidad, porque en sus estúpidos experimentos le quitó la vida a su esposa pensando que si caminaba de espaldas un buen trecho viajaría al pasado y entonces podría revertir el hecho. No sé cómo pudo ser tan ingenuo. Todo el mundo sabe que eso es imposible. La verdadera manera de viajar en el tiempo tiene que ver con la respiración. Por ejemplo, si la contienes unos segundos en el correcto estado de relajación quántica notarás que el tiempo para ti transcurre más lento, mientras en el exterior sigue su curso normal. La primera vez que lo hice, después del proceso de relajación quántica, estuve treinta y cinco segundos sin respirar, con los extremos de los dedos índice y pulgar en contacto sin hacer mucha presión, que son los más externos de la mano cuando esta se encuentra con las palmas en posición frontal. Al abrir los ojos me pareció que todo seguía igual, creí que no había funcionado, hasta notar que el reloj del horno microondas mostraba la hora con adelanto de treinta y cinco segundos exactos respecto a la hora mostrada por mi reloj Omega, que lo llevaba conmigo porque nunca me desprendo de él y, al igual que yo, el tiempo se detuvo para mi reloj mientras duró el experimento. Supongo que no es necesario decirles lo emocionado que me encontraba. Ahora deseo viajar al pasado. Para ello es necesario inspirar muy lentamente por un largo periodo de tiempo, por supuesto en estado de relajación quántica (esa es la parte que no describo en detalle aquí, porque estoy preparando un curso para enseñar a utilizar la técnica y poder recibir un usufructo). ¿Que dónde la aprendí? En la India, por supuesto. Ya tengo todo listo pero voy a esperar hasta mañana a las 6:02 a.m., justo el momento en que el Sol comienza a aparecer en el horizonte y Marte retrógrado en Virgo. Estoy listo, ya estoy sentado con las piernas cruzadas y tengo las puntas de los dedos en posición, faltan solo unos segundos… ¡Partida! Comienzo a inspirar con gran lentitud, siento una sensación
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extraña, como si me estuviera convirtiendo en vapor, viajo por una especie de túnel blanco. Abro ligeramente los ojos y veo algo sorprendente: el reloj del microondas está retrocediendo lentamente pero a una velocidad que se puede apreciar. Si aprieto un poco más las yemas de los dedos, la velocidad de cambio del reloj aumenta. Puedo controlar la velocidad del viaje simplemente con la presión que ejerzo en las yemas de los dedos. Me detuve el 13-3-2013. Es el día del anuncio del nuevo Papa. Siento un pequeño mareo pero debe ser normal. Enciendo la televisión y efectivamente están transmitiendo desde el Vaticano “Habemus papam”. Esto es una maravilla, voy a viajar un poco más lejos. Quiero ir a Dallas la tarde del 22 de noviembre de 1963, el día del asesinato de Kennedy. Vuelvo a unir los dedos, me concentro en la relajación quántica que con tanta práctica la logro muy rápido y viajo al pasado… Oigo voces y gritos, siento el calor del Sol en el rostro. Abro los ojos, estoy en Dallas, veo que voy en un carro sin capota y mucha gente alrededor que grita y me saluda. No veo al presidente, pero al voltearme a la derecha, a mi lado, está sentada Jacqueline con un vestido blanco saludando a la gente, se voltea y me da un beso. Yo llevo un traje oscuro idéntico al utilizado por el presidente el día del atentado. Además de viajar al pasado puedo convertirme en los personajes históricos, me he convertido en Kennedy, es asombroso. Estamos en la calle Houston, llegando a la esquina donde está el edificio del Almacén de Libros Escolares de Texas. Quiero bajarme del auto. Esto es una equivocación. Hablo pero nadie me escucha. Intento alertar a los guardaespaldas de lo que va a pasar pero me ignoran. Oigo una detonación y siento un fuerte dolor en la garganta. He recibido un disparo en el cuello, parece superficial. Giro la cabeza para advertir al guardaespaldas que está detrás pero en ese momento él me dispara y esta vez es definitivo. Intento unir las puntas de los dedos pero no me responden…
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20. SE CUMPLE UN VIEJO SUEÑO (1966)
Raúl Leoni, un nuevo presidente, también del partido Acción Democrática, estaba en el poder. Había vencido a los reincidentes Caldera, Villaba, Larrazabal y a los nuevos aspirantes Uslar Pietri, y Ramos Giménez. El cambio de mando se efectuó con normalidad el 11 de marzo de 1964. Cinco años pasaron desde la pérdida de la hija para que los Canetti volvieran a la vida. En 1966 decidieron dejar la casa que les proporcionaba la empresa y adquirir una vivienda propia, un sueño de ambos interrumpido por la tragedia de la hija. No lo habían hecho antes porque querían mantener todo en la habitación de Ornella exactamente como ella lo había dejado. Al mudarse creían que se alejarían de su hija. 109
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La nueva casa les dio una cierta esperanza y les ayudó a superar la dolorosa pérdida. Primero adquirieron el terreno, luego contrataron a un arquitecto para que la diseñara. Tuvieron muchas reuniones y discusiones con él, revisando los planos hasta que finalmente completaron el proyecto. Luego comenzó la construcción. Cada detalle había sido estudiado minuciosamente: los pasillos, las habitaciones, la cocina, la decoración. No había un cuadro o una alfombra de más ni de menos. Estas actividades mantuvieron a Carla ocupada y poco a poco logró superar la desdicha, aunque no del todo, porque ese fantasma la acompañó el resto de su vida.
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21. 35 SEGUNDOS (1967)
Un día Benito llevó a su casa las revistas Life, Momento y Elite. Esta última, de enero1967, traía en la portada una imagen impactante: una fotocomposición a color de las torres del Centro Simón Bolívar de Caracas, siendo destruidas por un terremoto, mientras los bloques 111
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de El Silencio se derribaban en una pavorosa nube de polvo. Dentro de la revista había un reportaje firmado por Luis Duque titulado: “¿Un terremoto destruirá a Caracas?”. Allí se afirmaba que el sabio Alexander Von Humboldt había dicho en 1800 que en un plazo de ciento cincuenta años Caracas podía ser completamente devastada por un gran terremoto. Benito le mostró la revista a Carla y ambos sintieron temor de pasar por una situación como esa. Luego de leer el artículo, Benito dijo que no había motivo de alarma, ya habían transcurrido más de ciento cincuenta años y no había sucedido nada. En los primeros días del mes de junio, Benito tuvo la oportunidad de ver a pocos pasos a otro presidente de la República, esta vez era Raúl Leoni que visitaba la Refinería. Era usual para Benito viajar a Caracas varias veces al año, ya fuera para entrenamiento o para asistir a reuniones en la casa matriz. Esta vez le tocó viajar el jueves 27 de julio. Se hospedó en el Hotel Monserrat ubicado en la avenida del Ávila, a pocos metros de la plaza Altamira. Una de las cosas que le gustaba del sitio era la fachada de la edificación del hotel semejante a un gigantesco tablero de ajedrez, además de que los edificios y las avenidas a su alrededor eran nuevos y estaban en perfecto estado. Aunque sus actividades de trabajo terminaban el viernes, decidió quedarse hasta el domingo para hacer un poco de turismo local, además de que la ciudad estaba de fiesta celebrando los cuatrocientos años de su fundación. El sábado subió a El Ávila en el teleférico, era la segunda vez que lo hacía. La primera fue diez años antes con Carla en la luna de miel. Recordó con nostalgia esos momentos y deseó que su esposa estuviera con él en ese paseo. Gran parte del día estuvo entretenido admirando la ciudad desde las alturas y explorando caminos en la montaña. Al bajar a la ciudad, antes de llegar al hotel, se dirigió a la plaza Altamira y se acercó a un carrito de perros calientes riquísimos, tal vez porque el agua turbia donde calentaba las salchichas nunca la cambiaban. Los perros los preparaba un italiano llamado Filippo
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Sanglimbeni, que por ser coterráneos, habían desarrollado una especie de amistad perroclientera. Se comió dos deliciosos asquerositos, cada mordisco de tres centímetros, por lo que bastaban cuatro mordiscos para acabar con un perro. Por supuesto, los acompañó con una Coca-Cola; esa fue su cena. Ya de noche, en la habitación del hotel, encendió el televisor Silvertone, la misma marca del que él había comprado en Sears en Punto Fijo, y comenzó a ver la transmisión del concurso Miss Universo. En ese evento representaba a Venezuela la bella caraqueña Mariela Pérez Branger, que había generado una fuerte polémica con su triunfo en el Miss Venezuela, atribuido a su linaje de alcurnia ya que había llegado de Inglaterra donde estudiaba becada Bioquímica, una semana antes de la elección de Miss Venezuela cuando ya estaban cerradas las inscripciones del concurso, pero no se sabe cómo fue aceptada y finalmente ganó el cetro. Cuando fue entrevistada por el presentador del Miss Universo, la candidata venezolana demostró su dominio del inglés porque conversaron en ese idioma con gran fluidez. A las 8:02 de la noche el conductor del concurso estaba a punto de revelar el nombre de la primera finalista y las manos de Mariela Pérez Branger y Silvia Hichtcock (la candidata de Estados Unidos) ya iban a cogerse como es usual en esos momentos, cuando un ruido aterrador hizo que Benito saltara de la cama, un ruido que parecía emerger de las profundidades de la Tierra y quedó grabado por mucho tiempo en su mente. Las paredes se movían, algunos objetos en la habitación se cayeron, el cuadro decorativo que estaba en la pared se desprendió y el agua de la jarra que solían colocar para calmar la sed se derramó. Benito llegó hasta las escaleras con dificultad porque el piso se movía y le era difícil mantener el equilibrio. Bajó de prisa por las escaleras oscuras, no había luz, y se encontró con muchos huéspedes, algunos en ropa interior, que bajaban gritando. Al llegar a la calle todo era confusión. El sismo duró 35 largos segundos.
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Al rato, cuando se tranquilizó un poco, después de llorar sentado en el suelo como un niño, se atrevió a examinar lo ocurrido. Vio que el edificio del hotel estaba intacto, pero no así otros que habían sufrido daños enormes. El edificio Palace Corvin, que estaba al lado sur del Hotel Monserrat, tenía dos torres: una al frente mirando al oeste de la ciudad y otra al fondo mirando al este, colindando con los espacios de la hacienda La Estancia. La torre este se derrumbó totalmente. El tanque de agua que estaba en la azotea de esa torre inundó los alrededores. Había personas atrapadas en los escombros y algunas parecían muertas. Las personas que estaban en la torre oeste gritaban pidiendo ayuda porque habían quedado aisladas, ya que al caer la otra torre había arrasado con las escaleras y los ascensores, y no tenían cómo bajar. Observó otro edificio, el Caroní, que se desplomó y trancó el paso vehicular. Una doméstica que estaba tendiendo ropa en la azotea terminó desmayada pero con vida en la acera de enfrente a las ruinas del edificio, solo tenía heridas leves. Benito caminó hacia la avenida Francisco de Miranda y observó que el edificio Neverí, ubicado en la esquina de esa avenida y la Luis Roche, justo al frente de la plaza Altamira, y que había visto entero unos minutos antes cuando consumió los perros calientes, estaba totalmente destruido. En el camino vio gente llorando, heridos sangrando y hasta cadáveres. Entre los escombros encontró una pequeña niña que sollozaba. La tomó en sus brazos, no estaba herida pero temblaba y gemía desesperada en busca de su madre. Benito logró calmarla un poco y al rato una mujer llegó corriendo gritando ¡Eliza, hija! Supo que la niña se llamaba Eliza Martínez al igual que la madre y que la criatura tenía cinco años. No volvería a ver ni a la niña ni a la madre hasta que años más tarde Eliza se convertiría, por una de esas sorpresas del destino, en su nuera. Esa noche Benito durmió al aire libre en la plaza al igual que muchos otros que no se atrevían a entrar en los edificios. Había una diferencia con respecto a los horrores que había visto de muchacho
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en Europa durante la Guerra; aquellos habían sido ocasionados por el hombre, pero estos habían sido obra de Dios. Al día siguiente regresó a Judibana pero ya no sería la misma persona. Una inquieta calma lo acompañó el resto de su vida.
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22. UN ENCUENTRO INESPERADO (1968)
Una vez, Benito se encontraba en el automercado CADA de Judibana en compañía de su hijo Mario, de repente una señora, cuya descripción pormenorizada no será explicada o tendríamos que alargarnos en demasía, baste decir que era algo gorda, de aspecto descuidado y con algunas canas, con una mini falda… no, con una microfalda verde huevo, y que estaba en uno de los pasillos haciendo compras aunque no llevaba carrito, tomando sorbos de una lata de refresco, lo saludó con entusiasmo: —¡Hooola! —Hola — contestó Benito educadamente sin reconocer a la dama, observando que en uno de los dedos de la mano que sostenía la lata, llevaba un vulgar anillo del tamaño de un tumor cerebral avanzado. 117
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—¿Cómo te ha ido? ¿Qué es de tu vida? — preguntó la mujer emocionada como si se dirigiera a un viejo y querido amigo. —Pues, bien, todo normal — definitivamente, la dama debía confundirlo con otro porque él jamás la había visto. —Tengo una baja de azúcar. Además la ciencia médica está como loca con eso de que hay beber mucha agua… que es buena para los riñones y todas esas cosas, pero yo odio el agua, menos mal que existen las gaseosas — sonrió la dama mirando la lata de refresco. La sociedad de consumo no ve con buenos ojos que una persona ingiera un refresco en el automercado aunque lo pague al salir, si es que lo hace. —¿Y qué más chico? — continúa la señora con interés en conversar. —Aquí. —¿Y qué haces aquí? —Comprando. —Eso ya lo sé. Me refiero aquí en Paraguaná. —Vivo aquí — contestó mientras pensaba que ahora la señora se daría cuenta de su error y le pediría disculpas por haberlo confundido con otro. A Benito le parecía divertido y esperaba ver de qué manera la mujer resolvería la confusión. Entonces la mujer pronunció dos palabras que lo helaron: —¡Benito Canetti! — escudriñándolo con la mirada. Benito sintió un frío en las piernas. Entonces la mujer sí lo conocía. Era él quién no la recordaba. Rápidamente hizo un recorrido mental por las posibilidades, debía ser alguna secretaria que lo conoció cuando comenzó a trabajar en la Refinería, pero entonces no le hubiera preguntado qué hacía allí. —Tú como que no te acuerdas de mí — le dijo la dama. —Deme una pista. —¿Deme? Antes hubieras dicho “dame”. Te daré una pista: Colonia. Benito hizo un esfuerzo por relacionar la palabra “Colonia” con alguna marca de perfume o con alguien pero era inútil.
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—¿Qué fragancia? —Ja, ja, Colonia Tovar, gafo. 1946 o 1947. La mente de Benito voló a esa época tratando de ubicar a la señora. ¿Sería alguna trabajadora del lugar con la que tuvo contacto o la madre de alguna de sus amigas? Se parecía a la mamá de la que fue novia, Gilda. Pero le pareció algo joven para serlo, habían pasado más de veinte años. —Gilda — le tuvo que decir la señora. —¿Gilda Karsten? —Gilda Karsten, por fin te acuerdas. Jamás hubiera acertado. Aquella preciosa muchachita rubia de ojos azules se había convertido en esto. Era como si estuviera hablando con una desconocida. Nada, absolutamente nada en esa mujer le recordaba su viejo amor. A Benito le costaba disimular el shock y la repulsión que la mujer le inspiraba. —Tú estás igualito. —Tú también — mintió Benito porque no encontraba qué decir. —¿Y ese jovencito es tu hijo? Se parece mucho a ti. —Sí, se llama Mario. Saluda a la señora. Gilda le guiñó el ojo diciendo: —Debía ser nuestro. — ¿Y tú cuando te fuiste de la Colonia Tovar? — Preguntó Benito intentando cambiar el rumbo que estaba tomando la conversación. —Hace muchos años, por un escándalo que se armó con un asunto relacionado a la taxidermia pero prefiero no hablar de eso. Benito aprovechó para preguntarle sobre algo que siempre lo hostigó. —Y qué pasó con aquel señor extraño que recibía muchos telegramas —¿El que se parecía a Hitler? Se marchó al poco tiempo al Sur. Parece que por los lados de Argentina. Muchos en la Colonia dicen que era el propio Adolfo Hitler, ja, ja, ja. Qué imaginación. ¿Quién
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puede creer que ese señor tan importante vivía en nuestro pequeño e insignificante pueblo. Benito se sentía tan incómodo que deseaba terminar el encuentro lo antes posible. Bruscamente se despidió con la excusa de que se le hacía tarde. Gilda lo besó con cariño y él con educación. Le pareció que olía mal y la cara se la sintió pegajosa.
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23. VIAJE A ITALIA (1970)
Benito no había regresado a Europa desde su llegada a Venezuela hacía veinticinco años, en 1945, al finalizar la Guerra. En realidad no había viajado al extranjero desde entonces. Así que decidió tomarse unas vacaciones por el viejo continente, volver a Italia y encontrarse con sus raíces. Carla estaba encantada con la idea. Dejarían al niño con los abuelos maternos y sería para ellos una especie de segunda luna de miel. Realmente necesitaban pasar un tiempo solos porque sentían que el matrimonio se había enfriado y se dedicaban demasiado al niño, olvidando prestarle atención a la vida conyugal. Hasta el sexo se había vuelto infrecuente. No hacían el amor desde el 69, aunque Benito tampoco lo hacía con otra, no le era infiel; ella sí. 121
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Volaron desde el aeropuerto de Las Piedras de Paraguaná a Maiquetía en Avensa y luego a Madrid en Viasa, clase económica, pero que tenía fama de servir las mejores comidas durante el vuelo. Disfrutaron mucho el viaje: las viandas, las bebidas, conversaron como antes, hacían chistes, leyeron, durmieron. Cuando comenzaban a aburrirse, anunciaron la llegada al aeropuerto Barajas. Se asomaron por la ventanilla y vieron Madrid desde las alturas. Les pareció preciosa. Se alojaron en el Hotel Inglés, el más antiguo de la ciudad, ubicado en la calle Echegaray, a pocos metros de la Puerta del Sol. Descansaron un rato y en la tarde bajaron a realizar su primera incursión por la ciudad. Lo primero que hicieron fue ir al café Las Delicias. Se sentaron en una mesa de mármol que parecía una lápida al revés. Vieron que en una de las mesas estaba el escritor español Camilo José Cela, autor de La colmena, quien había estado en Venezuela hacía unos cuantos años escribiendo una novela ambientada en el llano venezolano por encargo del gobierno de Pérez Jiménez con la intención de que restara prestigio a Doña Bárbara, ya que el escritor de esta era adeco. Se tomaron una copa de vino, la cual acompañaron con unos chorizos que no habían ordenado pero era cortesía de la casa. De allí caminaron a pie por la Calle Mayor hasta llegar a Plaza Mayor. Al día siguiente fueron al museo del Prado. Les impactó ver el cuadro original Las Meninas de Velázquez. De la mitad de la pintura hacia arriba todo es oscuro, una habitación con dos lámparas en el techo y cuadros colgados en las paredes, pero en general hay poco que ver. En la mitad inferior hay nueve personas. En el centro hay una niña muy blanca, de pelo rubio, ricamente vestida. Es la infanta Margarita que está con la cara algo volteada hacia su izquierda en dirección a los enanos que juegan con el perro, muy natural que a su edad eso le llamara la atención; pero los ojos miran al frente, como si en ese instante algo la hubiese interrumpido de manera inesperada y primero volteó la mirada y aún no ha tenido tiempo de girar el rostro. Probablemente miraba al rey y a la reina que acaban de entrar en la habitación. ¿Cómo sabemos que los reyes entraron? Porque en el
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espejo que está al fondo se ve su imagen reflejada. Es el rey Felipe IV y su consorte Mariana de Austria. Parece que todos en la habitación comienzan a reaccionar ante la presencia real, aunque no simultáneamente. A la derecha hay una dama de compañía en una actitud extraña; a estas damas se les llamaban Meninas, y de allí el nombre del cuadro. Ella debió ser la primera en verlos porque está comenzando a hacer una reverencia. La otra dama de compañía arrodillada a la derecha de la princesa dándole una jarrita con agua no se ha percatado de la llegada de los reyes porque está ocupada en servirle. La pareja que conversa distraídamente detrás, a la derecha de la pintura, otra dama de compañía y el guardadamas, tampoco parecen haberse percatado de la presencia real. Al fondo observamos a un hombre en unas escaleras más allá de la puerta. Se trata de otro de los servidores de la infanta. El extremo lateral izquierdo de la pintura está tapado por un cuadro en el que está trabajando un pintor que es precisamente Diego Velázquez. ¡Pero qué es esto! ¿Es acaso esta pintura un autorretrato? ¿Qué hace el pintor en el cuadro? Velázquez también parece haberse dado cuenta de la presencia real porque ha interrumpido su trabajo. O quizás Velázquez está pintando precisamente a los reyes que posan ante el largo caballete.
De España viajaron a París. “La mejor manera de conocer a París es en metro”, dijo Benito, recordando una lección en un curso de francés que comenzaba con esa frase. Y de esa manera conocieron París. Lo que más les impresionó de Francia no fue Versalles ni la Torre Eiffel, sino unos enormes cerdos rosados con una flor en el culo en las festividades de un pequeño poblado fronterizo. Después de una semana llegaron a Italia. La primera ciudad que visitaron allí fue Roma. La informalidad de la ciudad y el “irrespeto” por la normas hizo que Carla recordara Caracas. Tenían que ser muy cuidadoso para cruzar la calle porque les daba la impresión que los motorizados trataban de atropellarlos, al igual que los vehículos. A pesar de eso Carla reía, estaba encantada, pero Benito sintió otra cosa. Recordó que por esas calles caminó en otros tiempos, tan distantes que dudaba si los vivió él mismo o si lo había leído. Estaban
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llegando a la esquina en la Vía Rasella, donde años atrás, al final de la Guerra, Benito había entregado un sobre a una tal Nicoletta Braschi, quien estaba disfrazada como empleada de limpieza y esperaba instrucciones para volar los explosivos que escondía en el carrito de limpieza. Él no lo sabía, solo estaba cumpliendo el encargo que le entregó el padre Morosini y, de haberlo sabido, ¿hubieran cambiado las cosas? Una sombra de infelicidad o quizá de inquietud amargaba su alma, aunque exteriormente parecía disfrutar explicándole a Carla cosas de la ciudad, pero no los detalles dolorosos como ese de la entrega del sobre que a la larga ocasionara la muerte de su querido amigo y protector, el padre Morosini. Aún recordaba exactamente el día: 23 de marzo de 1944. Luego fueron a San Marino. Carla no entendía el interés de su esposo en visitar ese lugar, ella prefería ir directamente a Florencia. Pero Benito llevaba una carta oculta, deseaba saber de su amor de juventud, del que quizá había surgido un hijo suyo, pero esto no lo sabía Carla. Para el día siguiente Benito preparó una intensa actividad turística, con visitas a lugares históricos, paseos por parques, museos, tiendas y al final de la tarde Carla estaba agotada. De manera que cuando Benito la invitó a conocer San Marino nocturno, la muchacha estaba tan cansada que le dijo que fuera solo, ella se quedaría en la habitación durmiendo. Su plan había dado resultado, se dirigió a la casa de su antiguo amor. Aunque nunca había ido, recordaba con precisión la dirección que tantas veces ella le había mencionado en sus conversaciones. Tocó a la puerta y esperó. Tocó una segunda vez y un niño abrió la puerta. Benito lo observó buscando algún detalle que le pareciera familiar. No notó ninguno. Le preguntó por su madre. El chico la llamó y entonces se presentó la chica de San Marino. No había cambiado mucho. Al reconocerlo, lo abrazó mencionado su nombre varias veces. —Benito, Benito. Creí que habías muerto.
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Así se enteró de que ella había tenido un hijo suyo, pero por los horrores de la Guerra y la carencia de servicios médicos en los hospitales casi destruidos y sin recursos, había muerto de difteria antes de cumplir el año. Ella se casó años después, tuvo dos hijos y a los ocho años de matrimonio enviudó y no se había vuelto a casar. El niño que le había abierto la puerta era el mayor. Benito también le contó detalles de su huida a América, su vida en Venezuela, le habló de su esposa, de sus hijos y, después de un rato, se abrazaron y lloraron juntos.
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24. VISITAS PRESIDENCIALES (1972)
Benito tuvo oportunidad de conocer a muchos de los presidentes del país. A excepción de Rómulo Betancourt y alguno que otro, casi todos visitaban la Refinería. Ese año el presidente Rafael Caldera la visitó y de nuevo Benito vio a un presidente de la República en persona. Los detalles de mantenimiento de la Refinería que estaban retrasados: tuberías oxidadas, calles con huecos, edificios que hacía tiempo requerían una mano de pintura, todas esas cosas fueron resueltas a una velocidad increíble y eran tema de conversación en la noche con su esposa. 127
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El presidente visitó entre otras cosas la sala de control HDS donde trabajaba Benito en el mantenimiento de los sistemas de control, totalmente computarizada, la más moderna de Sudamérica. Allí las operaciones se realizaban en un ambiente parecido al de la NASA. Luego, en 1979, Carlos Andrés Pérez, el mismo que había nacionalizado la industria petrolera en 1976, y que a partir de esa decisión el ingreso per cápita de Venezuela dejó de crecer, visitó la Refinería. De nuevo maquillaron las instalaciones en las calles por donde se desplazaría el coche presidencial, pero las medidas de seguridad del máximo jefe de estado habían cambiado La casa militar decidió a última hora cuál sería la ruta para prevenir posibles atentados y las calles por donde pasaría la comitiva presidencial, las cuales no habían sido embellecidas. Otra visita pintoresca tuvo lugar en 1982. Esta vez la visitó Luis Herrera Campins y se seleccionaron algunos trabajadores para que almorzaran con el presidente en el Club Bahía. Benito fue uno de los escogidos. Por cierto que la visita al menos sirvió para que arreglaran el baño del Club, porque daba pena en las condiciones que se encontraba, no fuera a ser que el presidente lo necesitara. Se adquirió una poceta preciosa pero el presidente no la utilizó.
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25. VIAJE A ESTADOS UNIDOS (1974)
En 1974 Benito había concluido los nueve niveles de inglés en la escuela de la empresa, incluyendo el último nivel de conversación. Para perfeccionar su entrenamiento en ese idioma, lo enviaron a Boston, a Inlingua, una academia especializada en la enseñanza del idioma a personal usualmente de empresas que eran las que podían afrontar los altos costos. La enseñanza era personalizada, un profesor o una profesora por alumno. Durante seis semanas Benito estaría en inmersión idiomática total. El profesor de la mañana no era el mismo de la tarde. Durante el almuerzo, en alguno de los restaurantes cercanos a la escuela, era acompañado con un profesor diferente para continuar las prácticas de conversación. Inclusive los fines de semana las actividades lúdicas eran seleccionadas de antemano, según las preferencia de Benito, y un profesor lo acompañaba. De esa manera asistió a una representación de Hamlet de la que comprendió muy poco, pero tan solo escuchar el 129
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inicio del brillante monólogo: “To be, or not to be: that is the question”, justificó la ida. Fue a juegos de béisbol cuando jugaban los Medias Rojas de Boston, fue al acuario, visitó museos, empresas, bancos, etc. Una vez le tocó una profesora de origen iraní que tenía muchos años viviendo en Estados Unidos y dominaba perfectamente el idioma. Era una joven soltera muy bonita pero que despedía un rancio olor axilar. El cubículo donde recibía las clases era muy pequeño, justo para dos personas, provisto de una mesita, dos sillas, una pizarra y un colgador para los abrigos. Era diciembre y el frío en la calle obligaba a protegerse con diversas prendas. Cuando llegaba la profesora y se quitaba el abrigo y la bufanda, el olor aumentaba, hasta que con el paso del tiempo la nariz de Benito se iba acostumbrando y ya casi no lo sentía, aunque al final de la sesión, él olía igual que ella. Las prácticas del idioma los obligaban a abordar diversos temas. En una oportunidad conversaban acerca de la publicidad: —The advertising is misleading. It makes us believe we need things that really are not necessary — dijo la profesora. —Of course, companies are only interested in selling their products — fue la respuesta de Benito en correcto inglés. —You maybe not believe this: For example in the case of deodorants they make you believe they are indispensable. I do not use it at all and as you can tell, I do not need it.5
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—La publicidad es engañosa. Nos hace creer que necesitamos cosas que realmente no son necesarias. —Claro, las empresas solo tienen interés en vender sus productos. —Fíjate, por ejemplo, en el caso de los desodorantes. Te hacen creer que son indispensables. Yo no los uso y como puedes notar, no me hace falta. 130
26. LA NACIONALIZACIÓN (1976)
El presidente de la República, Carlos Andrés Pérez, nacionalizó la industria petrolera el 1 de enero de 1976. Estaba previsto que las instalaciones petrolera de las operadoras pasaran a manos del estado al finalizar las concesiones. Eso debía ocurrir en 1983, pero el presidente en su afán protagónico la adelantó y vino entonces el nacimiento de Petroven (Petróleos de Venezuela S. A.), Resultó que ese nombre ya estaba registrado por lo que luego tuvieron que cambiarlo y quedó en Pdvsa. Petroven actuaría como la casa matriz con catorce empresas subsidiarias que son las operadoras. Las principales son: Lagoven (antigua Creole), que es la empresa donde trabaja Benito, Maraven (Shell), Meneven (Gulf), Palmaven (Sun), Llanoven (Mobil), CVP (la empresa del estado venezolano) y otras ocho empresas menores.
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Entre los trabajadores corría la incertidumbre, se decía que a lo mejor muchos de ellos serían despedidos o que perderían las prestaciones sociales acumuladas. Nada de eso sucedió, al menos de inmediato. La mayoría de los petroleros fueron despedidos muchos años después, en el 2003, por el presidente Hugo Chávez, como respuesta al paro petrolero. Pero Benito se tranquilizó porque después de anunciada la nacionalización nada cambió para él. Unas semanas después de la nacionalización, el 30 de marzo, al llegar Benito a casa, su esposa le dice que el ministro del Interior, Octavio Lepage, ha cerrado el canal televisivo Radio Caracas Televisión por setenta y dos horas, por haber difundido ciertas informaciones referentes al caso Niehous, un industrial norteamericano que era presidente de la Owen Illinois en Venezuela. Un comando armado de varios hombres entró en su casa en la urbanización Prados del Este en Caracas el 27 de febrero, sometieron a su esposa e hijos y luego se llevaron al padre. Todavía no se sabe nada de su vida.6
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La guerrilla mantuvo a William Frank Niehous en cautiverio en la selva hasta que fue rescatado por la PTJ (Policía Técnica Judicial) tres años después. 132
27. UN COLEGA EN LA EMPRESA (1978)
Mario regresó graduado de ingeniero eléctrico de la Universidad de Georgia y al poco tiempo fue aceptado en la Refinería que ahora nacionalizada pertenecía a la empresa estatal Lagoven, por cierto la más grande de las doce empresas que se formaron en el proceso de nacionalización. Benito no cabía de orgullo al presentar a su hijo a los colegas. Al principio, iban todos los días a media mañana al cafetín a tomar un café y conversar, hasta que esta costumbre fue cayendo en desuso, porque con frecuencia uno de los dos tenía ocupaciones que les impedían ir. Mario fue bien recibido en el departamento al que lo asignaron y pronto comenzó a destacarse.
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28. NUEVA INTEGRANTE EN LA FAMILIA (1982)
Mario era bastante enamoradizo y cambiaba de novia con frecuencia hasta que un día le dijo a su padre que tenían que hablar. Mario le habló de una muchacha que había conocido hacía aproximadamente un año, en uno de los viajes que la compañía lo enviaba a Caracas. Desde entonces habían mantenido una relación sentimental. Estaban enamorados y querían contraer matrimonio. Esperaba invitarla tanto a ella como a sus padres unos días a Judibana para que la conocieran. Llamaron a Carla para que supiera la noticia de su hijo. La madre tuvo que hacer un esfuerzo para no llorar al ver a su muchachito convertido en un hombre y que pronto abandonaría el hogar.
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—¿ Y cómo se llama la chica? —Eliza Martínez. La mente de Benito viajó a aquel terrorífico 29 de julio de 1967, la noche del terremoto de Caracas, cuando tuvo en sus brazos a una pequeña niña con ese nombre. —¿Cuántos años tiene? —Veinte años — contestó Mario. Benito calculó la edad que podría tener aquella niña. Habían pasado quince años de la tragedia y la niña en aquel momento tenía unos cinco años. Podría ser ella. Quince días después, Eliza, sus padres y su hermana fueron a pasar el fin de semana en Judibana para conocer a la familia del novio. Se alojaron en el Hotel Jardín, una de las pocas opciones de la zona, tenía una placa que mostraba tres estrellas, pero en la práctica era de dos o de una. Eran tan ahorrativos que la pastilla de jabón para la ducha la picaban por la mitad. Allí se reencontró con las dos Elizas del terremoto: la madre y la hija ya convertida en mujer.
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29. VIERNES NEGRO (1983)
El 18 de febrero Benito se sorprendió al conocer que el bolívar, que durante años se había mantenido estable a 4,30 bolívares por dólar, había sido devaluado abruptamente por el presidente Luis Herrera Campins a 6,99 bolívares para ciertas importaciones y se creó un mercado paralelo. Sus finanzas se confundieron. Ahora todo sería más costoso. Y no se atrevía a convertir sus excedentes en dólares porque le parecía muy costoso. Mala decisión porque a partir de ese momento la divisa
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norteamericana no ha dejado de subir. Benito se consoló diciéndole a Carla, “menos mal que pudimos utilizar los dólares baratos en la educación de Mario en una buena universidad en Estados Unidos.
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30. SOY ABUELO (1985)
La llegada de Eliza a la familia significó un renacimiento para los Canetti. Ella fue como la hija que perdieron en aquel horrible accidente. Por otra parte, los padres de Carla ya habían fallecido y su hermana se marchó al extranjero, por lo que Eliza veía a sus suegros como si fuesen sus padres. Ella los visitaba varias veces a la semana y los domingos solían tener un almuerzo familiar. La nuera los motivó a redecorar la casa que hacía tiempo no recibía ningún cariño. Carla comenzó a ir a la peluquería, le hacían las uñas y cambió su atuendo, orientada por la
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capitalina nuera que tenía muy buen gusto tanto en decoración como en modas. Pronto recibieron otra noticia que hizo que la felicidad se desbordara de la copa: Eliza estaba embarazada y era un varón. Habían esperado saber el sexo para contárselos. Benito pasaba por casa de Mario todas las tardes a ver a su nuera y asegurarse de que el embarazo iba bien. Le llevaba frutas y todos los antojos que la futura madre deseaba. Una tarde recibieron la llamada de Mario. —Estoy saliendo a la clínica, Eliza tiene contracciones. Mario y Eliza habían tomado el curso del parto psicoprofiláctico. Él llevaba la cuenta de las respiraciones y no se despegaba de su mujer. Finalmente Alfonso David vio la luz del día y lloró cuando le dieron las nalgadas, como una indicación de lo que le esperaba en este mundo cruel. Los días de los Canetti cambiaron, ahora vivían pendientes del nieto. Cada vez que Eliza y Mario tenían que salir dejaban al nieto al cuidado de los abuelos que estaban encantados. Alfonso David fue creciendo y, como pasaba con muchos niños de su generación, fue un prodigio de la computación. Una vez, a los seis años, llamó al abuelo para mostrarle un juego en la IBM PC, la cual manejaba con naturalidad mientras que el abuelo no se atrevía ni siquiera a tocar una tecla. Le estaba explicando que con la tecla F1 podía cambiar las condiciones del juego y con las flecha direccionaba al protagonista de la historia que buscaba un tesoro. En eso su mamá lo llamó, el nieto le dijo al abuelo que esperara un momento a que regresara. Al salir de la habitación, cuando ya estaba en la puerta se volteó y le dijo al abuelo: —¡No toque nada! — temiendo que una imprudencia del viejo le estropeara el juego. Benito recordó que exactamente esa frase se la creyó escuchar a su supervisor muchos años antes cuando estaba comenzando a trabajar en la Refinería. Y este niño de apenas seis años ya la sabía usar muy bien.
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31. DE NUEVO SOLOS (1992)
Iniciando el año 1992 Mario le comunica a su padre que ha sido transferido a las oficinas centrales en Caracas, a una posición de mayor responsabilidad. Él se irá solo en abril para adelantar la remodelación del apartamento que habían adquirido y en agosto se irían Eliza y Alfonso David, de manera que el niño comenzaría su primer grado en un colegio capitalino. La transferencia de Mario dejó a los padres desolados, sin el hijo, la nuera y el nieto. Al principio, Mario y la familia venían a visitar a sus padres aproximadamente una vez al mes, pero la vida en la gran 141
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ciudad es muy absorbente y con el paso del tiempo, las ocupaciones y los compromisos, las visitas se hicieron cada vez mĂĄs infrecuentes. Al final venĂan solo en vacaciones y para Navidades.
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32. LA JUBILACIÓN (1993)
—¿Cuánto tiempo llevas en la empresa? — le preguntó Benito a un viejo obrero soldador que trabajaba en la compañía desde antes de que él entrara. —Toda la vida. Estoy esperando la jubilación pero siempre me dicen que falta un año. —¿Y por qué te quieres jubilar? —Ya estoy cansado, todas las mañanas levantarme temprano para hacer siempre lo mismo, me aburre. No me entusiasma venir a coger un electrodo para soldar. Tengo problemas visuales, no veo bien. Muchas veces el trabajo no sale como se espera y me regañan. Preferiría dedicarme a mis nietos, al jardín, a cocinar, a leer, a irme a la playa cuando me dé la gana con mi esposa. 143
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—Te entiendo, pero yo no pienso así. Quiero seguir trabajando hasta que me muera. No sabría qué hacer con tanto tiempo libre. Además, si acaso estuvieran pensando en jubilarme, ya me habrían jubilado. Un día llamó la secretaria de la Gerencia de Mantenimiento a Benito y le dijo que el gerente lo esperaba a las 10:00 a.m. en su oficina. Esa mañana le notificaron que estaba prevista su jubilación para mediados de año. Que era una recompensa merecida y que a partir de entones podría dedicarse a las actividades que quisiera sin tener que preocuparse por su manutención porque el bono mensual de jubilación le cubriría todas sus necesidades. Por otra parte había una serie de cursos que la empresa le daría para prepararlo en esa nueva etapa de su vida. Comenzaría su entrenamiento dentro de dos semanas en un resort de la isla de Margarita donde les hablarían de cómo emplear el tiempo en entretenimiento, actividades productivas, sociales, culturales y hasta cómo invertir prudentemente sus ahorros. Esa tarde llegó a su casa confundido y deprimido. Sabía que ese momento iba a llegar, pero siempre pensaba que faltaba mucho tiempo. Lo comentó con su esposa y en la noche, en la soledad de la sala de baño, lloró. Trabajó hasta el viernes 30 de julio. El primer lunes después de la jubilación Benito no sabía qué hacer. Se sentía como un extraño en su propia casa. Le parecía que estorbaba a su esposa en las labores del hogar. Le dijo a Carla que iba a ponerle gasolina al carro. Tomó el vehículo y salió a dar una vuelta sin rumbo determinado. Llegó hasta el pequeño centro comercial del pueblo, entró en la panadería, compró un pan dulce y un café pequeño, se sentó a degustarlo pero se sentía incómodo, dejo el pan casi entero, le hacía falta su mundo en la Refinería. La vida de Benito y de Carla entristeció. Cada vez salían menos y se aislaban más. Las únicas distracciones de Benito eran el tallercito que tenía en el patio de la casa y el ajedrez, que lo jugaba todos los miércoles en la noche en el Club.
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BENITO
Hacia 1997 Benito fue perdiendo el interés en el ajedrez. Se había convertido en el último de la escalera, porque los jóvenes con mucha más agilidad mental siempre le ganaban. Ya no era tan rápido y sus estrategias fallaban. Por otra parte, la relación de Benito y de Carla empeoraba. Discutían casi por cualquier cosa. Ese año decidieron visitar a su hijo en Caracas. Avisaron con tiempo pero tuvieron que ir del aeropuerto de Maiquetía a Caracas en taxi porque a última hora su hijo les había notificó que tenía una reunión en el piso diez de la empresa con la junta directiva y no podía faltar, pero que no se preocuparan porque al llegar a casa Eliza y Alfonso David los estarían esperando. Ya el nieto casi no los recordaba por lo que no se portó muy cariñoso. Lo que les causó más dolor fue cuando se enteraron de que no dormirían en el apartamento de su hijo porque argumentaron que era muy pequeño. Los habían acomodado en el Hotel Tamanaco, el mejor de la ciudad, donde podían descansar a gusto. A la semana, después de haber compartido algunas horas ni siquiera diarias con sus descendientes, a quienes los múltiples quehaceres en la gran ciudad los mantenían ocupados, decidieron regresar a casa. Al día siguiente de haber regresado a Judibana, Carla le dijo a Benito: —Querido, necesito comprar una peluca negra. —¿Para qué? —Para cambiar, estoy cansada del pelo rubio, una mujer tiene que cambiar de aspecto de vez en cuando para mantener su autoestima. Lo leí en Vanidades. —Tú tienes el pelo negro. Basta con que no te lo pintes de rubio. Y te compras una peluca rubia cuando quieras cambiar de aspecto. —Contigo no se puede hablar. Siempre te opones a lo que yo digo. Me pintaré pelirroja y compraré dos pelucas: una negra y otra rubia.
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—Tendrías razón si no estuvieras tan equivocada. ―respondió Benito indignado por el sutil agravio. —¿Te fijas? Nunca me das la razón. ―Gritó con tal intensidad que las trompas de Eustaquio de Benito se encogieron. —Por qué gritas así ¿Has perdido la razón? —No puedo perder la razón porque según tú, nunca la tengo. —Mi amor, ―respondió Benito haciendo un titánico esfuerzo para no alzar la voz― tienes toda la razón, pero la poca razón que tienes no aplica en este caso. —No es lo mismo dos personas que quieren estar juntas a dos personas que tienen que estar juntas. Esto es válido tanto para un matrimonio como para una pareja desconocida que se queda encerrada en un ascensor. Nosotros no estamos en un ascensor. —Querida esposa, no veo la necesidad de emplear esa expresión, pero el caso es que describe nuestra situación con notable exactitud. —Por cierto, te llamó un viejo amigo tuyo. ―continúa Carla en un tono algo conciliador. —Ignoraba que me quedaran viejos amigos. ¿Quién es? —Un marino alemán que dijo que había viajado contigo en el submarino que los trajo a Venezuela. Dejó un teléfono para que le devuelvas la llamada. ―Es inútil. No lo recuerdo. Debe estar equivocado.
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33. AHORA QUE ME OLVIDÉ ME ACUERDO (1994)
Benito comenzó a olvidar las cosas. Nunca recordaba dónde había dejado las llaves. Solía tomar pastillas para la memoria pero casi nunca recordaba cómo se llamaban. Al cerrar los ojos, olvidaba cómo era su rostro. Una vez salió a la farmacia a comprar Omeprazol porque Carla sentía un malestar estomacal. —¿Qué sientes? Preguntó Benito. —Siento que me está naciendo un cactus en el estómago. Al llegar a la farmacia olvidó qué era lo que buscaba y tuvo que regresar a casa. —¿Conseguiste las pastillas? —¿Que pastillas?
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—Las que te pedí. —¿Puedes creer que olvidé el nombre del medicamento? —Omeprazol. Te has vuelto muy olvidadizo. No prestas atención a lo que digo. —¡Claro que presto atención! Un olvido le pasa a cualquiera. Ya vengo — y se dirigió al lugar donde siempre estaban las llaves del vehículo pero no las encontró. —¿Has visto las llaves del carro? —Las debes tener aún en el bolsillo porque acabas de regresar. —Ah…, aquí están. Al llegar a la farmacia una vez más no recordaba lo que iba a comprar. Tuvo que regresar de nuevo a casa. Carla le anotó en un papelito el nombre del medicamento. Benito salió de nuevo pero olvidó que llevaba el papelito y ni siquiera recordó que iba a la farmacia. Fue a la panadería, se tomó un café y compró pan de trigo. Carla tuvo que ir con él a comprar el Omeprazol. Ella ya no recuerda cuándo hicieron el amor la última vez y no quiere hacerlo nunca más con él. Todo lo que él hace la irrita y lo que dice le aburre. Le parece que su esposo ahora tiene un cuerpo de lagarto con los párpados tan llenos de venitas azules que pudiera funcionar como el plano de un metro. A pesar de que la pareja a lo largo del tiempo ha ido adquiriendo rasgos similares en la medida en que la soledad los va acompañando. Rasgos fúnebres y tiesos. Pero las diferencias de comportamiento cada vez los distancian más.
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34. UNA LLAMADA TÍPICA (1996)
—¿Aló? —Hola, papá. —Hijo, ¿dónde andas? No vayas a regresar muy tarde. —Papá, estoy en Caracas. —¡En Caracas! ¿Y qué estás haciendo allá? —Vivo aquí, ¿recuerdas? —¿Y cuándo te fuiste? —Hace cuatro años. —¿Cuatro años? No me habías dicho nada. —Cada vez que hablamos te lo digo. Siempre te llamo dos veces a la semana. —¿Y qué estás haciendo allá? —Vivo y trabajo aquí. —¿Solo? 149
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—No, con Eliza y Alfonso David. —¿Y quién es Eliza? —Mi esposa, ¿no la recuerdas? —¿Te casaste? —Sí, papá. ¿Y tú cómo estás? —Te casaste y no me había dicho nada. Yo estoy muy bien, hijo, ¿y tú? —Muy bien. ¿Te acuerdas de Felipe, el ingeniero que trabajaba conmigo en la misma oficina? Me dijo que te había visto el fin de semana en la plaza y que tenías muy buen semblante. —Yo no estoy enfermo del semblante. —¿Me pasas a mami? —Seguro, recuerda no regresar muy tarde, es peligroso, y cierra la puerta con llave.
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35. UNA LUZ SE APAGA (1998)
Habían pasado tantos años que el rostro de Benito ya no expresaba lo que sentía. Durante su vida prefirió relacionarse con sus iguales, y como ya casi no había iguales, no se relacionaba con nadie. Estaba más rodeado de muertos que de vivos. Para caminar tenía que utilizar unas muletas. Tenía tan poca carne en las nalgas que no podía estar sentado mucho tiempo. Los dedos de los pies se le habían puesto como cabezas de morrocoy. Se había convertido en una especie de escarabajo, obeso, cada vez más pequeño, piernas gordas, 151
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respiración fatigosa. Se percató de que casi no conocía a su mujer. Era como una extraña con la que vivía y, a pesar de que tenían más de cuarenta años durmiendo en la misma cama, se había convertido en una desconocida, casi ni hablaban. Todas las personas con que trataba, que no eran muchas, le eran extrañas. Ya ni se conocía a sí mismo. Tenía la sensación de que los dientes se le caían uno a uno. No se lavaba la boca sino cuando él mismo no soportaba el hedor. Luego se percató de algo peor: él no era nadie. Benito Canetti no era nadie. En ese momento decidió interrumpir su vida. Carla no advirtió el hecho hasta que despertó y lo vio inerte a su lado en la cama matrimonial, con una especie de sonrisa en el rostro, prueba de que su muerte había sido apacible. Solo entonces Carla supo que el muerto estaba muerto. Y pensó: el ser humano está conformado por dos componentes, el exterior y el interior. Si se muere el exterior, queda el interior…
FIN
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BENITO
PATRÓN SICOLÓGICO DE BENITO CANETTI
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BENITO
GENEALOGIA DE LOS CANETTI
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NELSON CORDIDO ROVATI Barquisimeto, Venezuela. (1949). Ingeniero electrónico, escritor, pelitólogo y editor. Finalista del IV Concurso Nacional de Cuentos Sacven 2007 con el relato La entrevista de empleo. Finalista del I Concurso Internacional de Cuento Breve con el relato El portón negro (México - 2008). Mención publicación en el IV concurso Nacional de Narrativa Salvador Garmendia 2009 con el libro Claro que me atrevo y otros relatos. Varios de sus cuentos han sido publicados en la Revista Nacional de Cultura (n.º 335), la Antología del Trasnocho (2007), las antologías La fiesta de la ficción (2010) y Nudos y desenlaces (2013). Autor de los libros: Cuentos de amor y terror (2006), 35 minutos (2012), 35 relatos (2013), y de la colección: Las películas que debe conocer – Tomo I: Los inicios del cine (2013), Tomo II: La década de los cincuenta (2014), Tomo III: La década de los sesenta (2015) y Tomo IV: La década de los setenta (2016).
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Autor de diversos talleres, entre ellos: Los libros que hay que conocer, Las películas que hay que conocer, El erotismo en el cine, Grandes momentos de la música en el cine, La historia del cine estadounidense, Panorama del cine francés, Panorama de cine polaco, Grandes momentos de la música en el cine y otros.
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