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Capítulo 4

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Fry tenía tan sólo treinta y dos años cuando el 14 de agosto de 1940 llegó a Marsella con los nombres de unas doscientas figuras culturales y 3.000 dólares atados a las piernas. Sus motivaciones eran conmovedoramente sencillas, tal como escribió después de la guerra en sus memorias Surrender on Demand:* «Sabía que entre las personas atrapadas en Francia había muchos escritores, artistas y músicos cuyo trabajo me había proporcionado gran placer. No los conocía personalmente, pero sentía un gran amor por todos ellos y tenía una deuda de gratitud por todas las horas de felicidad que me habían dado sus libros, sus cuadros y su música. Ahora corrían peligro y mi obligación era ayudarlos, del mismo modo que ellos, sin saberlo, me habían ayudado a mí en el pasado». Fry había visitado Berlín en 1935, donde había presenciado una paliza sufrida por dos ancianos judíos, por lo que sabía que la amenaza para todos esos artistas era muy real. Se ofreció voluntario para evacuarlos aprovechando sus vacaciones; creía que podría llevar a cabo la tarea en tan sólo un mes. Por lo menos, Fry tenía motivos para creer que gozaba de un firme apoyo en su país. La lista de nombres que llevaba en el bolsillo la había elaborado el Comité de Rescate de Emergencia con la ayuda de los escritores exiliados Thomas Mann y Jules Romains, el teólogo Jacques Maritain y Alfred H. Barr Jr., director del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Además, Eleanor Roosevelt, la primera dama de Estados Unidos, que siempre se destacó por defender los derechos humanos, presionó al Departamento de Estado para que concediera «visados de emergencia» a esos refugiados de talento. Pero cuando, después de cruzar Portugal y España, Fry llegó finalmente a Marsella, se dio cuenta de que su situación no era nada halagüeña. A pesar de que ha* Publicadas por primera vez en 1946, la autobiografía se publicó también más tarde bajo el título Assignment Rescue.

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blaba perfectamente el francés y el alemán, no tenía contactos. Tenía instrucciones de «salvar» a doscientas personas. «¿Pero cómo iba a hacerlo?», escribió más tarde. «¿Cómo iba a ponerme en contacto con ellos? ¿Qué podía hacer por ellos en cuanto los hubiera encontrado? Ahora que estaba en Marsella me di cuenta de repente de que no tenía ni idea de cómo o por dónde empezar.»1 Pero las cosas fueron encajando a una velocidad sorprendente. El primer contacto de Fry fue Frank Bohn, a quien había enviado la Federación Sindical americana para rescatar a líderes sindicales europeos fugitivos y que ya sabía cómo sacar a personas de Francia. Si tenían un visado para viajar al extranjero, generalmente podían lograr un visado de tránsito y llegar a Portugal a través de España, o tal vez incluso un visado de salida de Francia que les permitiera abandonar legalmente del país. Durante las semanas inmediatamente posteriores a la derrota francesa, algunas personas obtuvieron permiso para embarcarse hacia el norte de África. Ésa era la mejor solución. Otros viajaron clandestinamente a España y lograron llegar a Portugal sin papeles. También existía la opción de adquirir pasaportes y visados falsos en Marsella. En el caso de refugiados de renombre, sin embargo, utilizar documentación falsa aumentaba el riesgo de ser arrestado y terminar en manos de la Gestapo. En cualquier caso, Fry pronto se puso al día de todas las posibilidades. A través de Bohn alquiló una habitación en el Hôtel Splendide, en el boulevard d’Athènes, y empezó a enviar cartas a los refugiados que disponían de una dirección conocida. Al cabo de una semana, por toda la Côte d’Azur se había extendido ya el rumor de que había llegado a Marsella un americano con dinero y visados en el bolsillo, «como un ángel caído del cielo», en palabras del propio Fry.2 Su presencia incluso se mencionó en dos periódicos locales, Le Petit Provençal y Le Petit Marsellais, lo que provocó la llegada de un aluvión de refugiados al Hôtel Splendide y llevó a la policía local a llamarlo a la comisaría e interrogarlo. La coartada de Fry era una carta de la sección internacional del YMCA,* que afirmaba haberlo enviado a Francia para ayudar a los refugiados a obtener visados internacionales y proporcionarles algo de dinero para subsistir. Sin embargo, a partir de aquel momento Fry supo que lo vigilaban y empezó a preocuparse por si dejaba pruebas incriminatorias en su habitación * Siglas de la Young Man’s Christian Asociation, Asociación Cristiana de Jóvenes. (N. del t.)

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que pudieran caer en manos de la policía durante una redada. Pero su mayor protección era su nacionalidad norteamericana; Estados Unidos habían reconocido el Gobierno de Vichy y aún no estaban en guerra con Alemania. Lo que Fry (y las autoridades francesas) pronto descubrirían era que el cónsul general americano en Marsella, Hugh S. Fullerton, no aprobaba en absoluto sus actividades. La ayuda llegó por parte de un heterogéneo grupo de benefactores norteamericanos, refugiados europeos y voluntarios franceses, entre ellos Miriam Davenport, una estudiante de arte en París que había conocido al poeta alemán Walter Mehring huyendo hacia el sur; Mary Jayne Gold, una playgirl rica, que demostró ser tan generosa como superficial; el artista y aventurero Charles Fawcett; el intrépido judío alemán antifascista Albert O. Hirschmann, que más tarde se convertiría en un distinguido economista americano y al que Fry puso el apodo de «Beamish»; Franz von Hildebrand, un elegante austriaco que hablaba inglés con acento de Oxford; Lena Fishman, una judía polaca que se convertiría en secretaria de Fry; el protestante francés de izquierdas Daniel Bénédite, que, tras la expulsión de Fry de Francia en septiembre de 1941, se haría cargo de la operación, y muchas personas más, la mayoría de ellas refugiadas. El joven vicecónsul norteamericano, Hiram Bingham IV, estuvo proporcionándole a Fry visados y documentos de viaje a escondidas hasta que su jefe lo expulsó de la sección de visados en la primavera de 1941. La Marsella de los primeros meses de Fry gozaba de una bulliciosa vida cultural. La red radiofónica gubernamental, Radiodiffusion Nationale, se había trasladado a esa ciudad junto con su orquesta y un pequeño grupo de actores que participaban en sus radionovelas. Artistas tan variados como el compositor Reynaldo Hahn y Paul Paray, Josephine Baker y el director cinematográfico Pagnol también trabajaban allí. El violoncelista catalán Pau Casals, que había decidido no abandonar Francia, empezó a ofrecer conciertos en Marsella y continuó haciéndolo por todo el sur de Francia hasta finales de 1942, cuando los alemanes asumieron el control de la zona ocupada. La revista literaria Les Cahiers du Sud había retomado su actividad y, aunque estaba sujeta a la censura de Vichy, publicaba a muchos escritores antifascistas. Durante una época, su sede se convirtió incluso en una improvisada residencia para escritores refugiados y muchas noches sus oficinas se transformaban en dormitorios. La actividad teatral se reanudó, la ópera volvió a abrir las puertas y un cantante desconocido

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llamado Yves Montand debutó en el escenario. Tantos judíos parisinos ricos y de clase media se habían trasladado a la ciudad durante el éxodo (y habían permanecido en ella) que el escritor Lucien Rebatet rebautizó la ciudad como Marseille la Juive: Marsella la judía. Para Fry, en cambio, Marsella era una tierra de nadie llena de espías de la Gestapo, policías franceses corruptos y refugiados a mansalva (se estima que unos 150.000 de una población de 650.000 personas). La ciudad era un lugar en el que los refugiados podían estar un día intercambiando cotilleos en un café del puerto y, al día siguiente, escondidos por temor a ser detenidos, donde uno podía comprar visados chinos y pasaportes polacos y checos falsificados, donde los soldados británicos que no habían llegado a tiempo para la evacuación de Dunkerque intentaban lograr mediante sobornos un pasaje en alguno de los barcos que partían hacia el norte de África, y donde incluso era posible enviar correo al extranjero, así como recibirlo. Francia estaba derrotada y Vichy gobernaba oficialmente en la zona no ocupada, pero Marsella continuaba siendo algo así como un puerto seguro para los artistas e intelectuales alemanes y austriacos que constituían el objetivo directo del artículo 19, que permitía su detención y deportación a Alemania. Algunos abogados independientes ayudaron a Fry a conseguir visados y salvoconductos a través de los canales oficiales. Fry también conoció a algunos agentes de policía que estaban dispuestos a desafiar o ignorar las nuevas reglas. Y cuando todo lo demás fallaba, siempre podía recurrir a la parte más turbia de Marsella. Él y su equipo pronto se movieron por el mundo del hampa como peces en el agua. En un determinado momento, Fry accedió incluso a trabajar como agente secreto de Londres para facilitar la huida de soldados británicos. En otra ocasión, su equipo solicitó la ayuda de la mafia corsa que, según escribió Fry, estaba también involucrada en la «trata de blancas, negocios en el mercado negro y el tráfico de drogas».3 Fry y Beamish pronto aprendieron a actuar como espías: por ejemplo, mandaban mensajes a Nueva York ocultos dentro de botes de pasta dentífrica que llevaban los refugiados que habían obtenido permiso para salir legalmente de Francia. Cuando se trataba de salvar vidas, todos los medios estaban justificados. Las memorias de Fry revelan todas sus ansiedades y decepciones, pero a ojos de los observadores externos, l’américain irradiaba una calma muy tranquilizadora. «Hacía gala de una encantadora mezcla

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de determinación y de ingenio, de una actitud a la vez metódica, casi formal, y traviesa», recordaría Hirschmann mucho después de la muerte de Fry, en 1967. «Su elegancia en el vestir (su sello distintivo era un traje oscuro de rayas y una pajarita), combinado con su cara de póquer, resultaron ser un activo muy importante a la hora de negociar con las autoridades».4 Efectivamente, como Fry fingió actuar siempre dentro de la legalidad, nunca dudó en exigir a las autoridades francesas que repararan sus numerosas ilegalidades. Al mismo tiempo, sin embargo, su incapacidad para ayudar a todo el mundo lo atormentaba. Pronto decidió ir más allá de su lista inicial de doscientos nombres, más aún teniendo en cuenta que algunas de esas personas ya habían abandonado Francia y otras, como Willi Münzenberg, habían muerto. Para poder gestionar la creciente demanda de sus servicios, en octubre Fry se mudó a un piso más grande, en el número 60 de la rue Grignan, y formalizó una sociedad bajo el nombre de Centre Américain de Secours. En mayo de 1941, había recibido ya cartas de 15.000 refugiados y había abordado 1.800 casos, que correspondían a 4.000 personas. Quedaban aún los refugiados internados en el cercano Camp des Milles y en otros campos de la zona no ocupada. Apenas los que había en Marsella atesoraban una acumulación de talento extraordinario: «En nuestras filas hay suficientes médicos, psicólogos, ingenieros, pedagogos, poetas, pintores, escritores, músicos, economistas y personajes públicos como para dinamizar un país entero», observó Victor Serge, el antiguo escritor comunista al que en aquellos momentos perseguían tanto Berlín como Moscú. «Nuestra desgracia posee tanto talento y experiencia como el París de los mejores tiempos. Y, sin embargo, nada de ello es visible; en apariencia se trata tan sólo de un puñado de hombres atormentados, exhaustos, al borde de un ataque nervioso.»5 A finales de 1940, Fry y su equipo evacuaban refugiados a un ritmo impresionante. Algunos de los fugitivos eran jóvenes y estaban dispuestos a asumir riesgos; otros eran viejos, débiles y, a veces, un tanto engreídos. El propio Fry, por ejemplo, acompañó a Lisboa a Heinrich Mann, su mujer y su sobrino Golo, lo mismo que al novelista alemán Franz Werfel y su mujer, Alma Mahler-Werfel, que llevaba consigo numerosas partituras que habían pertenecido a su difunto ex marido, Gustav Mahler. Una de las guías más habituales era Dina Vierny que, a sus veintiún años, era la musa y modelo del escultor Aristide Maillol, que le sacaba casi sesenta años. La muchacha se ponía un vestido rojo

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y esperaba junto a la estación de tren de Banyuls-sur-Mer, un pueblo de pescadores próximo a la frontera franco-española, desde donde guiaba a los refugiados (que le enviaban primero Frank Bohn y, más tarde, Fry) por los Pirineos hasta llegar a España a través de pasos de montaña secretos. En un principio Vierny buscó sus primeras rutas, pero en cuanto Maillol, nativo de Banyuls-sur-Mer, se enteró de lo que hacía, le enseñó cuáles eran las mejores vías de salida de Francia. Vierny era una judía rusa (además de simpatizante trotskista) y, como tal, estaba sujeta al decreto del Gobierno de Vichy del 4 de octubre que dictaba que todos los judíos debían ser internados o puestos bajo arresto domiciliario. En 1941 la policía la detuvo de Banyuls-sur-Mer y la trasladó a Perpiñán para interrogarla, pero Maillol contrató un buen abogado que consiguió que la soltaran de inmediato y la mandó a la Riviera a posar para Bonnard y Matisse para alejarla de la frontera. Cuando regresó, reanudó su actividad clandestina. Aproximadamente cada diez días se desplazaba a Marsella para coordinar sus actividades con Fry y su equipo. Hans y Lisa Fittko no eran miembros del comité de Fry, pero se revelaron como dos aliados inmensamente valientes y valiosos. Fugitivos de la Alemania nazi, ambos habían sido internados durante la «guerra de broma», Hans en Vernuche, donde también se encontraba Walter Benjamin, y Lisa en Gurs, donde habían mandado a la hermana de Benjamin, Dora. En junio de 1940, los Fittko lograron huir y, después de reunirse en Marsella, Lisa se desplazó a Banyuls-sur-Mer para explorar maneras de salir de Francia por tierra. Por suerte, el alcalde del pueblo, Vincent Azéma, un antifascista, le indicó cuál era la mejor ruta a través de los Pirineos. Durante los ocho meses restantes, hasta que se vieron obligados a huir en abril de 1941, los Fittko ayudaron a más de cien refugiados a cruzar la frontera española y nunca pescaron a ninguno. Sin embargo, es cierto que una de las primeras operaciones de fuga terminó de forma trágica, aunque no fue por culpa suya. Hans le pidió a Lisa que acompañara a Walter Benjamin a España y la mañana del 25 de septiembre de 1940, acompañados por dos refugiados más, Henny Gurland y su hijo adolescente Joseph, el grupo salió a inspeccionar la ruta que pretendían tomar. Aunque tan sólo tenía cuarenta y ocho años, Benjamin pronto declaró estar exhausto y, cuando llegó el momento de regresar a Banyuls-sur-Mer, insistió en dormir en el suelo, donde se habían detenido. A la mañana siguiente, Lisa y los demás se

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reunieron con Benjamin y, turnándose para cargar con su pesado maletín, cruzaron finalmente la frontera española. En cuanto avistaron el pueblo pescador de Portbou, Lisa dio media vuelta y regresó a Banyuls-sur-Mer. Sin embargo, cuando Benjamin y los demás llegaron a Portbou las autoridades les negaron la entrada oficial a España, si bien les permitieron pasar la noche en un hotel del pueblo. Deprimido y desesperado, convencido de que no lograría escapar jamás, Benjamin ingirió aparentemente una sobredosis de morfina y murió a la mañana siguiente. Antes de perder la conciencia, le dio una nota a Henny Gurland, que ella memorizó y destruyó. Según contó más tarde, la nota decía: «En una situación sin salida, no tengo otra opción que poner el punto y final. Es un pueblecito de los Pirineos, donde nadie me conoce, donde mi vida va a terminar.»6 Pero no todos los que figuraban en la lista de Fry estaban ansiosos por marcharse. Fry fue a ver a Gide y a su hija Catherine* en Cabris, cerca de Cannes, pero éstos rechazaron su oferta de auxilio. Fry sabía que los nazis estaban cortejando al escritor, pero que éste se negaba a colaborar. «Gide conocía las posibles consecuencias de su decisión», escribió Fry más tarde. «Y, aun así, se negó a abandonar Francia. Era su hogar y estaba decidido a quedarse».7 (Sin embargo, Gide se trasladó finalmente a Túnez en mayo de 1942). Fry acudió a ver a Matisse a su estudio de Cimiez, con vistas sobre Niza, pero tampoco logró convencerlo para que se marchara de Francia. Similar fue la respuesta que obtuvo de Malraux, que vivía con su amante, Josette Clotis, y su bebé en la Villa La Souco de Roquebrune-Cap-Martin, delante del Mediterráneo y cerca de la frontera italiana. Malraux se reafirmó en sus opiniones antinazis y contrarias al Gobierno de Vichy, pero eligió permanecer en Francia. No obstante, Fry consiguió que aceptara algo de dinero y más tarde le entregó parte de los royalties americanos de Man’s Fate, la traducción inglesa de La condition humaine. Naturalmente, Gide, Matisse y Malraux eran franceses y no eran judíos. Los escritores y artistas con orígenes alemanes y/o judíos tenían motivos de peso para abandonar Francia. Una de las que se negó a hacerlo, sin embargo, fue Gertrude Stein, la adusta matriarca de los * Aunque era homosexual y, al parecer, nunca consumó su matrimonio de 1894 con su prima Madeleine, en 1923 Gide tuvo una hija, Catherine, con Élisabeth van Rysselberghe, hija de su confidente Maria van Rysselberghe, más conocida como La Petite Dame.

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escritores americanos expatriados. Ella y su compañera, Alice B. Toklas, ambas judías, habían pasado el verano de 1939 en su casa de Bilignin, en un pueblo de una región situada 110 kilómetros al este de Lyon conocida como Bugey y que había sido su refugio favorito durante los últimos quince años. En el momento de declararse la guerra, habían hecho un viaje relámpago a París para recoger ropa de abrigo, así como también el retrato de Cézanne de su esposa y el retrato de Picasso de Stein, pero ya no regresaron a la capital hasta después de la liberación. Sobrevivieron a la ocupación sin mayores problemas. Antes de la entrada de Estados Unidos en la guerra, en diciembre de 1941, los alemanes no las consideraban «extranjeros enemigos» y su pueblo se encontró en la zona no ocupada hasta un año más tarde. Además, Stein era una anticomunista convencida que nunca ocultó su admiración por Pétain. Además, contaba por lo menos con un amigo bien situado: el traductor francés y viejo amigo suyo Bernard Faÿ, especialista en estudios americanos al que Vichy nombró director de la Bibliothèque National en sustitución del respetado judío Julien Cain. En 1941, Faÿ y Stein accedieron a publicar una selección de discursos de Pétain en inglés en Estados Unidos, para la cual Stein escribió un prólogo en el que comparaba a Pétain con George Washington en los siguientes términos: «Primero en la guerra, primero en la paz y primero en el corazón de sus compatriotas». Desde luego, más tarde debió de alegrarse de que el proyecto quedara frustrado cuando Estados Unidos se unió a las Fuerzas Aliadas. En cualquier caso, ella y Faÿ se mantuvieron próximos durante la ocupación y es posible que éste brindara una cierta protección a Stein y Toklas. De hecho, después de la guerra y durante el juicio por colaboracionismo, Faÿ afirmó haber evitado el arresto de Stein y de Toklas, y haber impedido que los alemanes se apropiaran de las obras de arte que habían quedado en su nuevo apartamento del número 5 de la rue Christine de París. Eso sí, la guerra conllevó no pocas penurias para las dos mujeres, que debían desplazarse a pie a pueblos lejanos para comprar comida en el mercado negro. En una ocasión, a principios de 1943, mientras se trasladaban a vivir a una casa nueva en el pueblo cercano de Coluz, recibieron un mensaje en el que les recomendaban huir a Suiza. «Yo dije que no», recordaría más tarde Stein en Wars I have seen (Las guerras que he visto), «siempre querían que nos marchásemos de Francia, pero nosotras estábamos decididas a quedarnos allí».8

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Samuel Beckett también optó por permanecer en Francia; o, mejor dicho, regresó a París a finales de 1939 y declaró que prefería «Francia en guerra antes que Irlanda en paz». Como ciudadano de un país neutral, gozaba de cierto grado de protección, pero detestaba a los nazis, por lo que decidió unirse al éxodo de parisinos que partieron hacia el sur. Tras considerar brevemente marcharse a Irlanda, se unió también al regreso masivo a la capital. Al cabo de poco tiempo, él y su compañera, Suzanne Dechevaux-Dumesnil, se vieron involucrados en la Resistencia: Beckett traducía al inglés informes de los servicios secretos que se enviaban a Londres y Suzanne actuaba como mensajera. En verano de 1942, y temiendo ser arrestados, decidieron esconderse. Tras conseguir papeles falsos, salieron de París en tren y se dirigieron hacia Lyon. Desde allí, se desplazaron a pie hasta el Rosellón, al norte de Aix-en-Provence, donde Beckett trabajó en una granja y ocasionalmente participó en las acciones de Resistencia del maquis local. El otro irlandés insigne que residía en Francia, James Joyce, estaba ya enfermo en 1940, y aunque abandonó París antes de la llegada de los nazis, pasó varios meses en la frontera este de Francia, esperando una autorización para entrar en Suiza. Finalmente llegó a Zurich, donde murió en enero de 1941. Por su parte, hubo dos escritores ingleses que respondieron de forma muy distinta a la ocupación alemana. Somerset Maugham, que hacía ya tiempo que vivía en la Riviera, dejó Francia inmediatamente y se marchó a Estados Unidos. En cambio, P.G. Wodehouse y su mujer, Ethel, que vivían en Le Touquet, en el Canal de la Mancha, fueron arrestados como extranjeros enemigos. En junio de 1941, el escritor fue liberado de un campo de concentración en Alemania y trasladado a Berlín, desde donde realizó cinco intervenciones radiofónicas que, si bien joviales y anecdóticas, provocaron las iras británicas. En 1943 los Wodehouse pudieron regresar a París, donde residieron hasta la liberación. En una subsecuente investigación se demostró que Wodehouse había actuado más como un insensato que como un traidor, pero Gran Bretaña lo declaró igualmente persona non grata y el escritor pasó el resto de su vida en Nueva York. El caso de Simone Weil fue uno de los más inusuales entre los refugiados, a pesar de que muchos de éstos demostraron una marcada tendencia a la excentricidad. Nacida en una familia judía agnóstica, con un matemático brillante por hermano, Simone se declaró bolchevique ya a los diez años. Como muchos de los estudiantes más brillantes de Francia, antes de cumplir los veinte estudió en la École Normale

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Supérierue de París, donde se mantuvo fiel a sus principios radicales. Después de licenciarse, combinó la filosofía pedagógica con el trabajo manual para así poder compartir la vida de los obreros. Pero no se detuvo ahí. Empujada en apariencia por un sentimiento de culpa por la próspera infancia vivida, empezó a negarse placeres y a vestirse con andrajos; además, comía tan poco que hoy la habrían considerado anoréxica y pronto se ganó el apodo de La Virgen Roja. A mediados de la década de 1930 empezó a perder la fe en el comunismo y se aproximó al anarquismo y el sindicalismo.* Incluso se desplazó a España para ofrecer sus servicios a la causa republicana, pero la violencia la horrorizaba y, además, era demasiado corta de vista para ser útil. De hecho, tras un accidente en el que sufrió quemaduras de tercer grado en una pierna, abandonó el frente para siempre. Entonces, en 1937, tuvo una experiencia mística en la capilla de San Francisco de Asís, en Asís, y poco después abrazó la fe cristiana a pesar de no estar bautizada. Tras la caída de París, ella y su familia encontraron refugio en Marsella, donde Simone siguió escribiendo, ahora fundamentalmente sobre asuntos relacionados con la fe. Al mismo tiempo, y más por principio que por necesidad, encontró un trabajo de labradora. Consiguió papeles falsos bajo el nombre de Simone Werlin, pero al parecer no hizo ningún esfuerzo por contactar con Fry. Finalmente, ella y su familia cogieron un barco y llegaron a Nueva York en junio de 1942. Sin embargo, casi de inmediato Weil empezó a planear un viaje a Gran Bretaña para poder estar más cerca de Francia. A finales de ese mismo año llegó a Londres, donde se incorporó a las Fuerzas Francesas Libres de de Gaulle, aunque no accedieron a su deseo de regresar a Francia en paracaídas. Enferma de tuberculosis, se negó a ingerir comida o a recibir tratamiento médico y murió en Ashford el 24 de agosto de 1943, a la pronta edad de treinta y cuatro años. Casi todos los textos filosóficos que terminaron dándole fama se publicaron de forma póstuma. * En el apartamento de los Weil junto al Jardín de Luxemburgo, el 30 de diciembre de 1933, Trostsky presidió la reunión fundacional (o preconferencia, tal como él la llamó) de la Cuarta Internacional, que fue creada oficialmente en junio de 1936. Mientras Trotsky se alojaba con los Weil, al parecer Simone provocó sus iras al criticarlo por haber ordenado la masacre de unos marineros amotinados en 1921. Tal como cuenta Adolf Holl en The left hand of God, en Julio de 1936, en una carta dirigida a Victor Serge, Trotsky afirmaba haber conocido bien a Simone: «Durante un tiempo se mostró más o menos favorable a nuestra causa, pero entonces perdió la fe en el proletariado y en el marxismo. Es posible que vuelva a virar hacia la izquierda.»

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Otros refugiados insignes no tenían a quién acudir a parte de Fry. Entre los judíos alemanes que éste logró poner a salvo a través de España se encontraban el Premio Nobel de Medicina Otto Meyerhof, el psiquiatra Bruno Strauss y los escritores Lion Feuchtwanger, Hannah Arendt y Konrad Heiden, biógrafo de Hitler. Los músicos judíos más famosos que escaparon a través de la organización de Fry fueron tal vez la clavicembalista Wanda Landowska y el pianista Heinz Jolles. Mehring, el poeta protegido por Miriam Davenport y antinazi declarado, se llevó varios sustos antes de abandonar Francia. Tenía un permiso para entrar en España, pero temía que lo reconocieran y lo entregaran a la Gestapo. Fry le consiguió un pasaporte checo y convenció a Mehring de que su aspecto era demasiado desaliñado como para que alguien lo tomara por un poeta distinguido. «De hecho, era tan menudo que lo llamábamos Baby», recordaría más tarde Fry. «Poseía un único traje arrugado, el mismo que llevaba a su llegada a Marsella. Parecía más un vagabundo que un poeta, por no decir un bebé».9 Mehring nunca llegó a España; lo arrestaron en la frontera francesa y lo mandaron al campo cercano de Saint-Cyprien. Fry logró su liberación, pero a continuación Mehring, aterrorizado, fingió estar enfermo y se negó a abandonar la habitación de Fry en el Hôtel Splendide. Finalmente, Fry le encontró un pasaje en un barco que zarpaba de Marsella. Cuando ya iba a embarcar, un agente de la policía francesa se plantó ante Mehring y le mostró un documento en el que aparecía su nombre junto a una orden de prohibición de abandonar Francia. El agente se retiró un momento a consultar el asunto y, cuando regresó, anunció lacónicamente que debía de haber dos Walter Mehrings y autorizó sin más la partida del poeta. Jacques Schiffrin, el editor judío de origen ruso que acompañó a Gide durante su viaje por la Unión Soviética en 1936, estaba también ansioso por eludir a los nazis. En su condición de hombre completamente integrado de la escena literaria parisina, tenía buenos motivos para esperar el apoyo de sus colegas. En 1923 había fundado Éditions de la Pléiade, que debía publicar clásicos rusos en francés; ocho años más tarde, añadió también clásicos franceses modernos a su editorial, que rebautizó como La Bibliothèque de la Pléiade. En 1933 Schiffrin tuvo problemas económicos y la Pléiade fue absorbida por Éditions Gallimard, aunque siguió siendo un sello de prestigio. Sin embargo, el papel de Schiffrin en tanto que fundador pronto quedó olvidado.

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En el verano de 1940, Schiffrin trasladó a toda su familia a SaintTropez después de que unos oficiales alemanes ocuparan su apartamento de París. Entonces, en noviembre, recibió una breve carta de Gaston Gallimard en la que éste le informaba de que lo cesaba de su cargo como editor de la colección de la Pléiade. Gallimard no tuvo el valor de contarle el verdadero motivo de su cese (que Schifrin era judío) y explicó que se trataba de una simple reorganización que obedecía a «la nuevas directrices de nuestra editorial».10 Sin embargo, los amigos neoyorquinos de Schiffrin se habían asegurado de que su nombre constara en la lista de Fry. Finalmente, el 6 de mayo de 1941, Schiffrin recibió la noticia de que él y su familia podían embarcarse en un barco rumbo a Casablanca el 15 de mayo. En una carta dirigida a Gide cinco días más tarde, describió la incertidumbre que rodeaba la vida de la mayoría de refugiados: «Desde nuestra llegada a Marsella, vivimos sujetos a una nueva forma de tortura. Se hacen todo tipo de planes que se desmoronan ese mismo día; obtenemos los papeles, visados, pasajes, pasaportes necesarios, etc., pero si el siguiente paso de la cadena falla, todo el trabajo previo no ha servido de nada. Para intentar salvar lo que parece perdido para siempre, me arrastro por las calles con la esperanza de encontrar a alguien que conozca a alguien».11 Al llegar a Casablanca, los Schiffrin fueron arrestados por las autoridades de Vichy y no llegaron a Nueva York hasta más de tres meses después de partir de Marsella. Los surrealistas eran tal vez el grupo de artistas más visible de Marsella, donde habían creado algo así como un mundo propio en una mansión ruinosa llamada Villa Air-Bel, a las afueras de la ciudad. Bénédite la había encontrado mientras buscaba un lugar donde Fry pudiera refugiarse y huir de la presión a la que estaba sujeto viviendo las veinticuatro horas del día en el centro de Marsella. Con sus camas dieciochescas, la elegancia pasada de moda de sus salones y su amplia cocina, Villa Air-Bel resultó ser un lugar ideal. En octubre de 1940, a Fry se le unieron algunos miembros de su equipo (Bénédite y su mujer, Mary Jayne Gold, y también Miriam Davenport) y Victor Serge. Sin embargo, el huésped más destacado de la casa fue André Breton, que llegó con su mujer, Jacqueline Lamba, y la hija de ambos, Aube. A consecuencia de ello, durante los meses siguientes Villa AirBel se convirtió en una especie de comuna surrealista, en la que Breton ejercía de gurú. «Se lo pasaban bien», recordaría Stéphane Hesel, que estuvo un tiempo en Air-Bel antes de unirse a las Fuerzas France-

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sas Libres en Londres, «pero al mismo tiempo tenían miedo. El miedo es un incentivo de la buena vida: disfruta mientras puedas».12 A principios de diciembre de 1940, sus vidas se vieron perturbadas cuando, durante un registro domiciliario, la policía francesa encontró una vieja pistola que pertenecía a Breton. Fry y los demás estaban al corriente de que Pétain preparaba una visita oficial a Marsella, a la que Hirschmann respondió en consecuencia. «He adquirido la costumbre de largarme en cuanto el líder de un país fascista visita la ciudad», le dijo a Fry.13 Sin embargo, todos los demás (más algunas visitas) se encontraban en Villa Air-Bel cuando la policía llegó y pronto comprendieron que iban a arrestarlos. Por la noche, y en compañía de otros 570 nondésirables, los encerraron en la bodega del Sinaïa, un buque de carga anclado en puerto de Marsella. Tras dos incómodas noches, Fry y Gold le enviaron una carta al capitán en la que le recordaban que estaba reteniendo ilegalmente a dos ciudadanos norteamericanos. El capitán los invitó inmediatamente a su camarote, donde se deshizo en disculpas, culpó al Gobierno de Vichy por convertir su barco en una prisión y les ofreció un vaso de coñac. Finalmente, durante el cuarto día de detención, Fry y los miembros de su equipo fueron liberados. Para imaginar más claramente el número de refugiados que había en Marsella en 1940, basta decir que hicieron falta cuatro barcos, cuatro fortines y tres cines, además de las cárceles y prisiones oficiales, para albergarlos a todos. Una de las personas que pasó un breve tiempo detenido era un librero que había colocado en su escaparate fotografías de Pétain y del almirante François Darlan flanqueando la novela de Victor Hugo Les misérables (Los miserables). «En total, arrestaron a veinte mil personas», comentó Fry secamente. «La visita del mariscal había sido un gran éxito.»14 Los surrealistas esperaban aún sus visados y Villa Air-Bel seguía atrayendo a visitantes y curiosos, muchos de ellos pertenecientes al círculo de artistas y poetas del propio Breton, entre ellos Wilfredo Lam, André Masson, Max Ernst, Jacques Lipchitz, Benjamin Péret, Remedios Varo, Roberto Matta, Jean Arp y Marcel Duchamp. Todos ellos terminarían abandonando Francia. «Muchos surrealistas acudían a la casa cada día para hablar de sus cosas y conjurar sus preocupaciones en la medida de lo posible», escribió más tarde Breton.15 Así, por ejemplo, Breton organizaba debates y hacía que los artistas trabajaran en obras colectivas, como por ejemplo un juego de cartas donde los palos tradicionales fueron reemplazados por Amor, Sueños, Revo-

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lución y Conocimiento. Existen fotografías de muchos de esos encuentros; en una de esas series de fotografías se puede ver una exposición al aire libre de la obra reciente de Ernst, que la mujer de Saint-Exupéry, Consuelo, le ayudó a colgar de los árboles. «Vinieron todos los miembros de Deux Magots, más locos que nunca»,16 escribió más tarde Fry, que se refirió a la novia de Oscar Domínguez, una «francesa gorda y entrada en años, pero rica», a los poemas de Péret, que parecían los textos que se ven en las paredes de los aseos públicos, y al pintor rumano Victor Brauner, que tan sólo tenía un ojo y que pintaba mujeres y gatos también con un solo ojo. «André [Breton] sacaba su colección de viejas revistas, papeles de colores, crayones, tijeras y botes de cola, y todo el mundo se ponía a hacer collages», escribió también Fry. «Al final de la velada, André decidía cuál era el mejor trabajo y dedicaba gritos de “Formidable!” “Sensationnel!” o “Invraisemblable!” a cada uno de los dibujos o collages».17 Otra de las personas que visitó la villa fue Peggy Guggenheim. Después de huir de París el 11 de junio, Guggenheim había alquilado una casa en Lac d’Annecy, al este de Lyon, donde tenía refugiado también al artista de origen alemán Jean Arp y su mujer judía, la pintora Sophie Taeuber. Mientras preparaba el envío de su recién adquirida colección de obras de arte de Grenoble a Nueva York, le pidieron que pagara el pasaje de barco a Estados Unidos para la familia Breton, para Ernst y también para Pierre Mabille, el médico de los surrealistas. Peggy accedió a conseguir billetes para los Breton y Max Ernst, pero, como no podía ser de otro modo, exigió un cuadro de Ernst a cambio. Asimismo, decidió visitar la Villa Air-Bel con su amigo Victor Brauner, que también necesitaba ayuda. Sin embargo, el ambiente amenazante de Marsella la inquietó tanto que le dio algo de dinero a Breton y a Fry y se marchó precipitadamente a Grenoble. Cuando regresó a Villa AirBel, semanas más tarde, los Breton, Serge, Lam, Masson, la escritora Anna Seghers y el antropólogo Claude Lévi-Strauss se encontraban ya a bordo de un barco abarrotado con destino al Caribe. Pero Peggy encontró un consuelo: Ernst seguía viviendo en la casa y, al tiempo que intentó sonsacarle más cuadros, lo sedujo. Más tarde la adinerada heredera afirmaría que «pronto descubrí que estaba enamorada de él».18 Las semanas siguientes estuvieron cargadas de dramatismo y melodrama. Peggy empezó a percibir el peligro que corría en Francia por su condición de judía y comenzó a planear su partida del país, pero no quería marcharse sin su nuevo amante. En varias ocasiones acompañó

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a Ernst al consulado americano en Marsella, con la esperanza de que el apellido Guggenheim sirviera como método de presión. Finalmente, la solución llegó a través del Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde trabajaba el hijo de Ernst. Alfred Barr testificó en una declaración jurada que Ernst sentía «verdadera aversión por cualquier forma totalitaria de gobierno» y Ernst consiguió un visado de emergencia. El 1 de mayo de 1941, veinte meses después de que lo arrestaran por primera vez en Francia por ser un étranger nondésirable, Ernst cruzó la frontera española con sus lienzos enroscados dentro de una maleta. Aunque parezca asombroso, el aduanero francés que inspeccionó su equipaje le dijo que era un gran artista y lo dejó pasar. Pero en Lisboa le esperaba otra sorpresa: la atractiva Leonora Carrington, a quien no había visto desde hacía un año y que había pasado varios meses en un hospital psiquiátrico del norte de España. Esa desagradable noticia sorprendió también a Peggy Guggenheim cuando ésta llegó a la capital portuguesa unos días más tarde. Peggy pronto comprendió que Ernst seguía enamorado de Leonora y llegó a la conclusión de que lo había perdido. Pero Leonora, que había aceptado casarse con el diplomático mexicano Renato Leduc, mantuvo su palabra a pesar de la desconcertada actitud de Max. Más de cuarenta y cinco años más tarde, en una entrevista, Leonora dijo: «Había algo muy raro en la relación entre Max y Peggy. Yo sabía que no amaba a Peggy.»19 El 13 de julio, Peggy y su séquito, que constaba de un ex marido, su ex esposa, siete hijos y Ernst, salieron de Lisboa en avión con destino a Nueva York, donde se reunieron con Breton y el resto de exiliados surrealistas. Cinco meses más tarde Peggy se casó con Ernst. Era, tal como dijo la propia Peggy, la mejor manera de asegurar que no deportaran a Ernst por tratarse de un extranjero enemigo. Pero su matrimonio no duró demasiado. Cuando Ernst se marchó de Marsella, en la lista de Fry quedaban aún un buen número de artistas que esperaban un visado. Marc Chagall, sin embargo, llevaba un tiempo dudando. A pesar de ser un judío de origen ruso, había logrado la nacionalidad francesa en 1937 y se sentía a salvo en su granja de Gordes, al este de Avignon. En una carta a las autoridades francesas explicaba que había elegido Francia como su país de adopción ya en 1910 y que «desde entonces, mi carrera artística se ha desarrollado por completo en Francia. Siempre me he sentido muy orgulloso de que me considerasen un pintor francés».20 El 8 de marzo de 1941, Fry y Bingham pasaron el fin de semana con Chagall

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y su esposa, Bella, y le entregaron una invitación formal de Barr para trasladarse a Estados Unidos, pero una vez más el pintor aseguró que estaba bien donde estaba. Durante el mes siguiente, una redada contra los judíos, acusados de actuar en el mercado negro en la zona no ocupada, alarmó a los Chagall, que acudieron rápidamente a ver a Fry en Marsella. El 9 de abril se produjo una redada policial en el Hôtel Moderne que acabó con Chagall entre los judíos arrestados y trasladados a la cárcel dentro de una furgoneta policial. Bella Chagal informó inmediatamente a Fry, que respondió con su ímpetu habitual y advirtió severamente al agente responsable de la policía francesa de que «Vichy se mostrará sumamente avergonzado y usted recibirá seguramente una reprimenda» por haber arrestado «a uno de los mejores pintores del mundo».21 Apenas treinta minutos más tarde, Chagall fue liberado. Pero incluso entonces, Chagall insistió en viajar con todos sus cuadros. El 7 de mayo, y cargados con una tonelada y media de equipaje, los Chagall salieron de Francia en tren y después de cruzar España llegaron a Lisboa, donde cogieron un barco con rumbo a Estados Unidos. El éxodo continuó. El escultor judío de origen ruso Lipschitz, al que Fry tuvo que recordar una y otra vez los peligros a los que se enfrentaba, salió de Marsella una semana más tarde. El poeta Péret y su amante, la artista española Remedios Varo, llegaron a México a finales de 1941. Duchamp llegó a Nueva York en junio de 1942. Y Arp y Tauber, a quienes negaron el visado estadounidense, huyeron a Suiza en noviembre de 1942. Willy Maywald, un fotógrafo de moda alemán que había llegado a Francia en 1931, tuvo que esperar aún más tiempo. Estuvo internado en varios campos durante la «guerra de broma», pero logró escapar en mayo de 1940. Mientras esperaba a que Fry le consiguiera un visado, se alojó en casa de unos amigos en Cagnes-surMer, entre Niza y Cannes, donde abrió un taller de zapatos y objetos de rafia para ganar algo de dinero para él y los demás refugiados. Finalmente, en diciembre de 1942, logró entrar en Suiza. Una de las colaboradoras más leales de Fry fue la Condesa Lily Pastré, la acaudalada heredera de la fortuna Noilly Prat. También ella abrió las puertas de su Château de Montredon, situado en un barrio del sur de Marsella, a artistas, actores y músicos, entre ellos Casals y la pianista rumana judía Clara Haskil, que ofrecieron conciertos allí. El 27 de julio de 1942, Pastré ofreció una representación nada corriente de A Midsummer Night’s Dream (El sueño de una noche de verano)

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dirigida por el actor Jean Wall y por Boris Kochno, antiguo ayudante y libretista de Diaghilev, con el vestuario elaborado por un joven Christian Dior utilizando las cortinas de Pastré. La música de acompañamiento corrió a cargo de la Orchestre National de la Radiodiffusion Française, dirigida por Manuel Rosenthal. Pastré también alojó a fugitivos, y ayudó a Haskil y a los Arp a llegar a Suiza. Cuando los alemanes asumieron el control sobre el sur de Francia, ocuparon parte del château, aunque la avispada condesa continuó apoyando la cultura en Marsella. Algunos artistas refugiados nunca salieron de Francia. Sonia Delaunay, una pintora judía de origen ucraniano cuyo marido, el pintor francés Robert Delauney, murió en octubre 1941, sobrevivió escondida en Grasse, cerca de Cannes. El fotógrafo francés Willi Ronis, también judío, abandonó París durante el éxodo y encontró trabajo en una compañía teatral ambulante que viajaba por toda la zona no ocupada. Cuando los alemanes ocuparon el sur del país, también él se escondió. Los artistas Bellmer y Wols, que habían estado en Camp des Milles con Ernst, sobrevivieron también a la guerra, lo mismo que Brauner y Jacques Hérold, ambos judíos rumanos, que no encontraron ningún país dispuesto a acogerlos. Otros no tuvieron tanta suerte. Chaïm Soutine, judío de origen lituano que fue uno de los grandes pintores del período de entreguerras, había vivido en París desde 1937 con una judía alemana, Gerda Groth. Ella fue internada en el campo para mujeres de Gurs en mayo de 1940 y ya nunca se volvieron a ver. En marzo de 1941, Soutine se marchó de París con Marie-Berthe Aurenche, la ex esposa de Ernst, y juntos llegaron a Champigny-sur-Veude, en el centro de Francia. Aunque a partir de mayo de 1942 se vio obligado a lucir una estrella amarilla, continuó pintando. Sin embargo, en el verano de 1943 su salud empeoró súbitamente y lo trasladaron rápidamente a París, donde murió el 9 de agosto. (Picasso, Cocteau, el poeta Max Jacob y Groth fueron algunos de los asistentes a su funeral en el cementerio de Montparnasse.) Tanto Tristan Tzara, fundador del dadaísmo, como el actor Sylvain Itkine se unieron a la Resistencia, aunque Itkine fue asesinado por la Gestapo pocos días antes de la liberación de Francia, en agosto de 1944. Fry lamentó especialmente la pérdida de dos socialistas alemanes preeminentes, Rudolf Hilferding y Rudolf Breitscheid, que fueron arrestados y entregados a los nazis por parte de la policía francesa, a pesar de las presiones de Fry. La versión oficial es que Hilferding se ahorcó en una

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prisión francesa en 1941, mientras que Breitscheid murió durante el bombardeo aliado de Buchenwald en 1944, pero Fry siempre creyó que ambos habían muerto a manos de los nazis. Durante el verano de 1941, a Fry se le acumulaban los problemas y las presiones para que abandonara sus actividades que le llegaban tanto del Departamento de Estado como del Comité de Rescate de Emergencia de Nueva York y de la policía francesa. Desde su llegada a Marsella, Fry supo que no podía contar con el apoyo del cónsul general americano. En una visita a finales de 1940, Fullerton le aconsejó que abandonara Francia antes de que lo arrestaran y le enseñó un telegrama del Departamento de Estado que criticaba sus actividades. En enero de 1941, el diplomático se negó a renovar el pasaporte de Fry a menos que éste accediera a regresar a Estados Unidos. La Embajada americana en Vichy tampoco se mostró más cordial. Más tarde, Fry recordaría que siempre que acudía para intentar conseguir más visados, el chargé d’affaires «estaba demasiado ocupado para atenderme».22 Fry tampoco recibió más apoyo cuando nombraron embajador al almirante William D. Leahy en enero de 1941. En una ocasión, un tercer secretario le informó de que la policía francesa tenía un expediente sobre él. «Yo le dije que las policía tenía expedientes sobre todo el mundo», replicó Fry.23 Entretanto, y debido probablemente a las presiones del Departamento de Estado, el Comité de Rescate de Emergencia mandaba señales contradictorias a Fry; éste seguía transfiriéndole dinero pero, al mismo tiempo, expresaba su inquietud ante las constantes demandas para que consiguieran más visados del Departamento de Estado. A finales de 1940, un periodista norteamericano llamado Jay Allen se presentó en Marsella y afirmó que lo enviaba el Comité para sustituir a Fry. Fry y su equipo simplemente lo ignoraron. Mucho más preocupante, en cambio, era el hecho de que Fullerton compartiera con las autoridades francesas su malestar por las actividades de Fry, pues eso facilitaba mucho las cosas para que éstas eliminaran a tan fastidioso altruista. El 10 de julio de 1941, Fry tuvo que acudir a declarar ante el nuevo jefe de policía de Marsella, Maurice de Rodellec du Porzic, adscrito a la línea dura y que, en palabras del propio Fry, empezó recordándole que «le ha causado usted muchas molestias a mi buen amigo, el cónsul general de Estados Unidos». A continuación le indicó que tanto el Gobierno de Estados Unidos como el comité de emergencia habían solicitado la repatriación de Fry «sin de-

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mora». Fry protestó, pero el jefe de policía le aseguró que si no abandonaba el país por propia voluntad, lo arrestarían y obligarían a vivir en un pueblo «donde no pueda hacerle daño a nadie». Finalmente, el 15 de agosto, Fry accedió a abandonar el país, aunque antes le preguntó a de Rodelle du Porzic por qué era tan crítico con él. «Porqué ha ido demasiado lejos protegiendo a judíos y a antinazis», fue su respuesta.24 Al día siguiente, Fullerton le entregó a Fry un nuevo pasaporte, válido tan sólo para viajar a Estados Unidos. Pasó la fecha límite del 15 de agosto y Fry seguía en Francia, pero dos semanas más tarde las autoridades lo arrestaron y lo trasladaron a la ciudad fronteriza de Cerbère. Su equipo lo acompañó y le organizó una comida de despedida en el restaurante de la estación, al término del cual cogió el tren a España. Daniel Bénédite, que había demostrado su valor en numerosas ocasiones, asumió la dirección de las operaciones y cientos de refugiados más lograron salir de Francia antes de que la policía francesa cerrara el Centre Américane de Secours en junio de 1942. Se calcula que Fry y su equipo salvaron a unas dos mil personas, diez veces más de las que constaban en la lista con la que había llegado a Francia en agosto de 1940. De vuelta a Estados Unidos, Fry criticó las políticas de inmigración norteamericanas y advirtió del destino cada vez más sombrío de los judíos europeos en un artículo publicado en diciembre de 1942 en el New Republic, titulado «The Massacre of Jews in Europe» («La masacre de judíos en Europa»). La única consecuencia inmediata fue que el FBI le abrió un expediente. Acto seguido, Fry desapareció de la vida pública, escribió sus memorias y se convirtió en profesor de instituto. Pero Dina Vierny, por ejemplo, no se olvidó de él. En 1967, unos meses antes de la muerte de Fry, convenció a André Malraux, que por aquel entonces era el ministro de Cultura francés, de que nombraran a Fry caballero de la Légion d’Honneur. Habían pasado más de treinta años, pero Vierny aún lo recordaba con cariño: «Conocía a aquel hombre. No tenía el físico que uno espera en alguien que se dedica a esos asuntos. Era modesto como san Jorge ante al dragón. Nunca se le ocurrió que pudiera ser un héroe, un verdadero héroe americano. Pasó tan sólo 389 días en Francia, pero intentó por todos los medios, a menudo ilegales, salvar a otros, sin pararse a pensar ni por un momento en el peligro que él mismo corría. Era un hombre encantador, educado, curioso, considerado y centrado exclusivamente en su tarea. Más tarde lamentó no haber podido salvar a más personas.»25

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Con ese caudal artístico, literario e intelectual abandonando Francia (o viéndose obligado a permanecer escondido), parecía que las artes y las letras quedarían en manos de los partidarios de Vichy y de los simpatizantes nazis. ¿Estaba justificado el éxodo? Era evidente que los activistas judíos y antinazis entre las filas de los refugiados europeos no tenían más opción, pero muchos artistas franceses (los directores y actores que se marcharon a Hollywood y los surrealistas a los que Fry ayudó) tomaron una decisión mucho más personal. «No creo que se avergonzaran de marcharse», dijo Hessel en referencia a los artistas que terminaron en Nueva York. «Sentían que debían salvar su arte, su reputación y su contribución al arte mundial».26 Pero su huida les valió no pocas acusaciones de cobardía y de egoísmo por parte de quienes optaron por quedarse, e improperios aún más graves procedentes de la derecha, que los definió como les mavuais français emigrés en Anglo-Saxonnie, (los malvados emigrantes franceses al mundo anglosajón). En realidad, sin embargo, faltaba poco para que se celebrara el primer aniversario de la ocupación y la vida cultural de París era un hervidero; la mayor parte de formas artísticas florecían y no sería descabellado afirmar que quienes se habían marchado simplemente habían despejado el terreno para que los nuevos talentos los reemplazaran. Y había muchos nuevos talentos dispuestos a hacerlo.

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