Picadero 25 2010

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25 años de la Fiesta Nacional del Teatro

Desde Banfield, Beatriz, historia de una caricatura Entre 15 y el 24 de marzo se llevó a cabo en la ciudad de La Plata la XXV edición de la Fiesta Nacional del Teatro. La programación del encuentro, organizado en esta oportunidad por el INT, el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires y la Municipalidad de La Plata, estuvo integrada por 32 espectáculos. Aproximadamente 10.000 espectadores participaron de la actividad que, además de la grilla de espectáculos, contó con muestras regionales, mesas redondas, talleres y devoluciones de algunos espectáculos. Las funciones se llevaron a cabo en las salas A y B del Pasaje Dardo Rocha, el Coliseo Podestá y el Teatro Argentino. En estas páginas se da cuenta de algunas de las experiencias participantes

CECILIA HOPKINS / desde C.A.B.A

• Beatriz y su titiritera, Laura Pagés.

En su imagen plástica, en su poder evocador y su encanto, allí reside buena parte del poder cautivante de un títere, objeto inerte que simula vida. No obstante, lo que resulta decisivo es el accionar del manipulador: el juego de disociación que realiza al prestar su voz al personaje. Al moverlo en función de las necesidades dramáticas, sucede en escena mientras lucha por “actuar su ausencia”, a los efectos de no llamar la atención del espectador y volverse virtualmente invisible. En su libro De los objetos y otras manipulaciones titiriteras, Rafael Curci observa que hay titiriteros que, en el trance de crear sus marionetas, se asumen como verdaderos demiurgos. Esto sucede, según el especialista, cuando se “parte del precepto de que todo es materia maleable para sus propósito expresivo”. Especialmente sensible para descubrir superficies de las cuales quitar lo que sobra para dar nacimiento a una nueva criatura, los titiriteros actuales reconocen en el narrador polaco Bruno Schultz a un teórico del arte del titiritero. En su Tratado sobre los maniquíes, el autor afirma: “la materia posee una fecundidad infinita, una fuerza vital inagotable que nos impulsa a modelarla. En las profundidades de la materia se insinúan sonrisas imprecisas, se anudan conflictos, se condensan formas apenas esbozadas. Toda ella hierve en posibilidades incumplidas que la atraviesan con vagos estremecimientos. A la espera de un soplo vivificador, oscila continuamen-

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te y nos tienta por medio de sus curvas blancas y suaves nacidas de su tenebroso delirio”. Laura Pagés puede ser incluida en la lista de los titiriteros demiurgos. La goma espuma fue el material elegido por ella a la hora de construir a su personaje, único intérprete de la obra Beatriz, la historia de una mujer inventada. Pero no eligió cualquier goma espuma. Atenta a las directivas del co-autor y director del espectáculo, el experimentado Sergio Mercurio –quien le había aconsejado que utilizara un grosor definido de ese material– la artista notó que el colchón de su cama respondía a las medidas indicadas. Sin dudarlo practicó un corte en la sección posterior del mismo. Así obtuvo el bloque sobre el cual talló la cabeza de Beatriz. Una cabeza que, literalmente, estuvo consustanciada desde su origen con los sueños (e insomnios) de la titiritera. Más tarde, una peluca que había sido de su abuela se constituyó en otro de los aportes ligados a la biografía de la propia Laura. En cambio, al vestido del personaje lo encontró en una feria americana. Enseguida supo que Beatriz no podía lucir de otro modo. Así entonces, vestida de satén floreado y peinada de peluquería, Beatriz se presenta ante su público. Apenas comienza a hablar, deja de ser una marioneta de tamaño natural tallada en goma espuma para ser una señora de barrio hecha y derecha. No importa que a su lado, con el rostro convenientemente velado, se vea a su manipu-


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