EL DECLIVE DEL HEROÍSMO TRADICIONAL Y EL SIMBOLISMO DE LA VACIEDAD Sin relato que lo glorifique, el Héroe no es Héroe Tzvetan Todorov I.
LOS PRIMEROS HÉROES DE LA LITERATURA ÉPICA
Desde los inicios de la historia, el hombre ha necesitado de dioses, semi-dioses, héroes (estas dos últimas categorías a menudo se asimilan), así como de víctimas. A través de los actos de los dioses y héroes dados a conocer al público por la tradición épica oral o escrita, se edificó un modelo de conducta que contribuye a que los hombres no trasgredan los límites que la sociedad establece, a veces en forma autoritaria, o a veces más democrática. Esos confines siempre son recordados a los hombres cuando se apartan de los parámetros aceptados por la sociedad o se rebelan contra el orden dado. El primer héroe de la historia literaria nació en los años 2500 antes de nuestra era y llevaba el nombre de Gilgamesh. Si bien es un personaje mítico, que la leyenda coloca en la ciudad mesopotámica de Uruk, se pretende que habría existido y sido el quinto rey de Uruk hacia el año 2650 antes de nuestra era(1). En realidad, Gilgamesh no es muy conocido en la tradición occidental aunque su leyenda coincida con la primera transcripción del Diluvio, el cual antecede al reino del rey sumerio. Su caída en el olvido fue tal que la ideología judeocristiana pudo apropiarse de la historia del Diluvio y transformarla en el símbolo bíblico que pretende explicar el origen de la odisea humana. En la leyenda, Gilgamesh era un monarca orgulloso de su fuerza y belleza y que, por ser rey y pensar que era omnipotente, infringe las normas impuestas por los dioses a la humanidad. Actúa soberbia y despiadadamente para con su pueblo, pero su actitud despótica excede el umbral de tolerancia de los jueces divinos. Su desprecio hacia el principio de ponderación es también un reto a la muerte, ya que se cree inmortal. Los dioses toman entonces la decisión de castigarlo para poner un freno a su hybris y tiranía. En vista de ello,
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crean Enkidu, un ser que fabrican a partir de arcilla y cuya fuerza equipara la de Gilgamesh. La intención de las autoridades divinas es hacer de Enkidu un contrincante de Gilgamesh capaz de dar a este último una lección y así inculcarle los límites del principio de “justo medio” dentro de los cuales todo hombre mortal debe confinarse. Desafortunadamente para los dioses, los dos rivales se convierten no en enemigos sino en los mejores amigos del mundo. Se divierten ostentando su fuerza inigualable al luchar contra poderosos personajes del mundo y vencerlos(2), por lo que los dioses deciden provocar la muerte de Enkidu, devenido en el alma mater de Gilgamesh, enviándolo de regreso a la tierra de la que había surgido. Es perdiendo a su inseparable amigo que Gilgamesh entiende por primera vez el dolor que la muerte puede producir en un ser, y decide emprender la travesía de las Aguas de la Muerte para descubrir el remedio contra el óbito, buscando para ello al anciano más longevo del mundo, quien vive en el jardín del sol. Este Noah bíblico, llamado “Utnapishtim”(3), es el único en tener la llave del reino de la inmortalidad. Narra a su huésped Gilgamesh la historia secreta del diluvio y cómo Enki, el rey del Océano primordial que encierra al mundo en sí, salvó a la humanidad al hacer de él, Utnapishtim, el sobreviviente de la catástrofe acuática. En otros términos, la inclinación de Enki hacia el hombre(4) lo había conducido a revelar al anciano el designio infausto que sus homólogos, los dioses Enlil y Anu, tenían previsto para la Tierra y a enseñarle cómo escapar de este destino y recrear la humanidad. Todo eso le cuenta Utnapishtim a Gilgamesh, además de instruirle la manera de llegar a las plantas divinas de la inmortalidad. Pero el héroe mesopotámico nunca pudo apoderarse de ellas ni, por consecuencia, acceder al estatuto de inmortal, dado que, en el momento de cogerlas, las plantas le fueron sustraídas(5). Pese a ello, Gilgamesh no cayó en la desesperación. Más bien, su peregrinaje lo llevará a aceptar y entender su condición de mortal(6). Reconocerá que la única inmortalidad es la que coincide con la celebridad adquirida en base a la instauración de un gobierno bueno y justo, al empeño en hacer primar los intereses del pueblo por encima de todo, y a la edificación de monumentos y construcciones arquitectónicas propias a la civilización humana. A fin de recompensarle por haber retomado el camino de la humildad y dado, dentro de esta línea de redención, la prosperidad a la ciudad de Uruk, los dioses le concedieron la gloria que le permitió mantenerse vivo en la memoria histórica de su pueblo, un recuerdo que además se
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universalizará, ya que en el siglo XX arqueólogos descubrirán no sólo las ruinas de Uruk sino también, en el Mar del Norte, una joya con la figura del rey sumerio estrangulando a dos leones(7), ratificando con ello el coraje de este monarca legendario. Se podría argüir en contra de la presencia de un personaje como Gilgamesh en el panteón mundial de los héroes castrenses y afirmar que sus peripecias se inscriben más bien dentro de un proyecto individualista, puesto que el protagonista de la historia emprende una búsqueda de orden existencial. Pero las preocupaciones que lo afligen, a pesar de ser rey, coinciden con las que han tenido los hombres a lo largo de los milenios. Y el accionar de Gilgamesh, luego de su proceso de redención, influyó decisivamente en la forma de gobernar su pueblo y de lograr la prosperidad en su nombre. Así que, aun si antes de su reconversión se diferenciaba radicalmente de un héroe de la posterior gesta griega, el cual se dedicaba más a la perpetuación de su nombre, al recuerdo de su lugar de origen en la Memoria de la historia y al reconocimiento de los dioses que lo protegen, Gilgamesh tuvo una participación activa en la consolidación de su ciudad transformándola en un bastión, construyendo gigantescas murallas que permitieron contener a sus enemigos exteriores, en particular a los provenientes de Kish, otra potencia al norte de la baja Mesopotamia(8). No es difícil imaginarse que este proceso de reedificación de Uruk ocupa un espacio importante en la mente de la gente de entonces pues el relato de Gilgamesh empieza con la revelación de que la ciudad está en plena reconstrucción. Es evidente que este periodo es trascendental, ya que representa una ruptura entre las dinastías que preceden el advenimiento del reino de Gilgamesh y las que sucederán a este último(9). Estamos en un periodo en que los reyes anteriores a Gilgamesh eran tiranos, totalmente ajenos a la causa de sus súbditos, una actitud que, como hemos visto, atrajo al inicio del reino de nuestro héroe sumerio la atención de los dioses, quienes intervinieron a fin de impedir que Gilgamesh continuara hostigando a su pueblo. Ello significa que el relato de Gilgamesh se inscribe dentro de un cambio de paradigma, que lleva a la reformulación de las relaciones dirigente-pueblo e individuo-sociedad. Pero no solamente se están definiendo las pautas y responsabilidades sociales que incumben a cada ciudadano y gobernante frente a sus compatriotas. La historia de Gilgamesh pone al descubierto el surgimiento de una toma en consideración del sujeto
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en sí, solo en el mundo aunque rodeado de dioses. Gilgamesh es un hombre asaltado por problemas existenciales fundamentados en su condición de mortal y en el carácter contingente de su vida, y a los que, aun siendo rey, no puede escapar. En ese sentido, aunque fuera en un primer momento equiparado a un Dios inmortal, Gilgamesh ofrece a sus prójimos una imagen un tanto reconfortante de la vida en el mundo en la medida en que se convierte en un humano con sus debilidades y miedos. En otras palabras, al poner de relieve los sentimientos de desasosiego y ansiedad que lo afectan y al lograr vencerlos, el rey de Uruk presenta un modelo sociopsicológico viable que lleva a que la gente se identifique con él, lo respete y, de esa manera, sea más propensa a aceptar su situación de dominada y el statu quo. Como vemos, dentro del contexto de la literatura épica antes expuesto, que está impregnado de un mensaje político, un héroe, aunque esté rozando las fronteras del reino divino, no es un dios. Es un mortal cuyo estatuto suele colocarse por encima del promedio humano por las proezas que realiza. Sin embargo, no todos los guerreros que mueren heroicamente son declarados héroes, sino sólo los que los dioses designan como tales. En el marco de su teoría del mito de las razas, Hesíodo expone esta idea al dividir las razas en cuatro categorías: oro, plata, bronce y hierro. La época de oro equivale a una era paradisiaca, de Dikè (justicia); la de plata encarna la decadencia y la impiedad, por lo que Zeus le puso fin; la de bronce se confunde con la hybris (la desmesura); y la del hierro es inherente al desorden, la violencia y la muerte. Para Hesíodo, los hombres de la raza del bronce están imbuidos de la hybris militar. Son hombres fuertes, brutales, temerarios, que inspiran el terror, como Ares. Su única preocupación es hacer la guerra y por lo tanto mueren en la guerra(10). Al unirse después de su deceso a los difuntos del Hades, se hunden en el anonimato(11), lo cual es, para los griegos, la peor de las calamidades, pues el sueño de cada uno de ellos es perennizar su imagen por medio de la memoria (Mnemosine) que los aedas mantienen viva al difundir oralmente las hazañas protagonizadas por los hombres ejemplares. Curiosamente, Hesíodo sitúa a los héroes entre la raza de bronce y la del hierro y señala que al morir también caen en el olvido aunque algunos logran escapar al nefasto anonimato y acceder a la isla de los bienaventurados en el más allá. Si pueden obviar este funesto destino es porque Zeus, en tanto “padre de los
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guerreros dioses”, concede la gracia a esos anèr (guerreros), término que, en Grecia, es prácticamente sinónimo de héroe(12). El poeta Homero es representativo de este periodo de perpetuación del recuerdo por medio de la narración oral, siendo la Ilíada el apogeo del recuerdo de héroes y de la gesta antigua que Aquiles el aqueo, Héctor el troyano, y en menor medida Áyax, dan a conocer a través de sus proezas. Cada uno simboliza un heroísmo propio, poniendo en evidencia una variedad de modelos que corresponde a la naturaleza caleidoscópica del humano, de la política y, en consecuencia, de la guerra. Por ejemplo, en lo que atañe a este último aspecto, la actitud de Aquiles e Ulises ilustran dos modos de combate totalmente diferentes, a saber: una forma de guerra convencional y una noconvencional. Aquiles es el perfecto soldado joven, heroico, con coraje, que representa a la guerra regular y pelea dentro de un marco normativo bien determinado en que acuerda con su adversario dónde y cuándo se dará el enfrentamiento. Por su lado, Ulises, de mayor edad, más político, revela ser el verdadero predecesor de Sun Tsu y de la guerra asimétrica cuando, para contrabalancear el exceso de fuerza del enemigo, recurre al uso de estratagemas (como el del caballo de Troya) y emboscadas, que coinciden con un modelo de guerra irregular(13). Asimismo, la causa a la que los héroes de la guerra de Troya se unen tiene para cada uno una significación diferente: si bien encarna la excelencia y, por ende, la búsqueda de la gloria, Héctor, adversario de Aquiles, sirve un ideal ligado a la patria. Aquiles, por su lado, ofrece un lado del heroísmo que se inscribe dentro de los parámetros actuales del individualismo. Ello lo lleva a adoptar puntos de vista que tienden a sobreponer su amor-propio y orgullo por encima de la causa común. Colérico, prefiere renunciar a las generosas reparaciones ofrecidas por Agamenón, rey de Mecenas y comandante de los aqueos, quien lo había ofendido. Y si bien Agamenón, yendo contra su condición de rey, no tuvo reparo en inclinarse ante Aquiles, su subordinado, éste no eximió al rey aqueo de la culpa que le incumbía por haberlo vejado. Al rechazar los honores concedidos por Agamenón, Aquiles revela una forma de heroísmo radical marcado por el maniqueísmo, pues el sentido de honor que lo habita excluye que se coloque en una posición intermedia. Es decir toma todo o nada, se sitúa arriba o abajo, y no transige cuando del honor se trata. Son esos rasgos de radicalismo muy corto de luces que conceden al heroísmo, tal como lo concibe Aquiles, un halo de individualismo.
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Además, en base a la línea de raciocinio que acata, Aquiles prefiere morir joven, heroicamente, cumpliendo con un destino divino bendecido por Zeus, así como dejar su recuerdo vivo en la memoria de la historia que tener una larga vida caracterizada por la banalidad y el olvido(14). Considerando que los griegos no creían en la inmortalidad del alma, como lo hacen los cristianos(15), y si descartamos la teoría de la metempsícosis abordada por Pitágoras, la Memoria (Mnemosine) es la cumbre del reconocimiento póstumo y eterno. No se puede evitar pensar que la ambición rabiosa que tiene cada combatiente de figurar en el repertorio de Mnemosine procede en cierta medida también de una mentalidad individualista. Los héroes griegos son complejos. Por un lado, sus actos recalcan cualidades como el coraje, la solidaridad, el respeto ante la experiencia de los ancianos, el cual llevaba a los más ilustres a no dudar en recoger en las asambleas la opinión de Néstor, el sabio anciano que había vivido tres generaciones. Por otro lado, Ulises es tramposo. Aquiles es intolerante y un tanto caprichoso en su forma de ofuscarse y de afrontar a Agamenón y a sus compañeros soldados griegos; cruel cuando, luego de vengar la muerte de su amigo Patroclo dada por Héctor, profanó el cadáver de éste al arrastrarlo detrás de su carro a través del campo de batalla durante días, violando así las normas rituales divinas y terrestres(16). Los dioses griegos no escapan a la regla y tienen igualmente su lado poco glorioso. Hera, la esposa de Zeus, es celosa y no duda en hacerle escenas en reuniones donde asisten otros dioses y diosas. Poseidón es conocido por sus iras desmedidas. Como se puede observar, los héroes y dioses son proclives a caer a veces en la ambigüedad al no estar desprovistos de los defectos inherentes a los humanos. Pero es justamente en base a esas imperfecciones que los residentes del Monte Olimpo y sus protegidos, los héroes, pueden aparecer más cercanos a los hombres. Visto desde esta perspectiva, cumplen muy bien con su función si se admite que el héroe simboliza un: “sistema de valores considerado como ideal, una imagen a la que cada uno participa vía un proceso inconsciente de proyección e identificación”(17). Esta definición del héroe es absolutamente congruente con el contexto histórico en que se desarrolla la Ilíada. Si bien Homero no era un historiador, lo cual indujo a J. Chadwick a decir que “Homero
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era un mentiroso”(18), y aun si el relato de la Guerra de Troya puede haber sufrido no solamente aclimataciones históricas y culturales sino también interpolaciones, tal como se sospecha, el aeda presenció cambios sociopolíticos importantes(19). En la época en que Homero supuestamente vivió, se había puesto en marcha el proceso de colonización griega. El modelo de la ciudad en tanto centro de decisión política estaba emergiendo(20) no sólo en la madre patria sino que era también reproducido por los colonos en los territorios conquistados. Además, según lo planteado en 1795 por Friedrich August Wolf en sus Prolegómenos a Homero, la transcripción en forma coherente de los poemas de Homero fue realizada por Pisístrato en el siglo VI antes de nuestra era. Como sabemos, Pisístrato, gran estratega y maestro de la política exterior, fomentó la colonización militar y económica de Atenas en los territorios vecinos de Grecia. Dentro de esta óptica, podemos considerar que la difusión tanto oral como escrita de la gesta homérica convergía con un deseo de vigorizar la fuerza combativa de los soldados griegos que estaban, en virtud de la evolución política de esta época, expuestos a participar en una guerra de conquista. No nos olvidemos tampoco que, dentro del régimen educacional griego del que sobresalen valores como el coraje, las virtudes políticas y la solidaridad, la tradición poética épica y oral con su conjunto de héroes heredado de Homero ocupa un espacio privilegiado(21). Fue durante siglos parte integrante de la paideia, o sea del sistema de enseñanza de los griegos, y perduró hasta que Platón la impugnara por ser enraizada en un contexto ficcional, mitológico, y la reemplazara por un corpus educacional fundamentado en la filosofía, ya que ésta correspondía más a la verdad en ese momento de la historia. Es decir que la épica de Homero tuvo un alto contenido político al ser promotora de valores que influirían en la organización de la polis. II.
LA EVOLUCIÓN DEL HÉROE HASTA EL SIGLO XXI
La condición de héroe ha variado a lo largo de la historia. Como lo hemos visto en la tradición occidental, el primer héroe fue asimilado a Aquiles, de características fuertemente individualistas, que suplanta al héroe sumerio, quien da más la imagen del héroe que termina orientándose hacia la causa social. Los romanos tomaron prestado de los griegos sus héroes (entre muchas otras cosas). Inspirándose de la
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Ilíada y la Odisea, hacen de Eneas, el protagonista de la obra La Eneida que escribió Virgilio, un sobreviviente de la guerra de Troya. Pero van más allá del heroísmo griego al dotarlo de un proyecto nacional e histórico fundamentado en la formación del pueblo romano(22). Bajo la influencia de San Agustín (354-430 de nuestra era), el cristianismo procuró remediar la paradoja que promovía de forma simultánea al guerrero, emblema de la muerte, y a la fe cristiana, supuestamente destinada a ser el vehículo de un ideal de pacifismo. Se convirtió entonces al guerrero cristiano en “soldado de Cristo”(23), lo cual conllevaba la fuerte connotación de mártir y/o santo. Agustín, si bien consideraba que los héroes cristianos eran superiores a los héroes paganos, no restaba a los romanos de la antigüedad el mérito de haberse sacrificado por la Ciudad terrestre mientras, según él, los cristianos lo hicieron por la Ciudad celeste(24). En el marco de su análisis, se empeñó a establecer un paralelo entre los actos heroicos de los paganos y los realizados por personajes del Evangelio, aseverando que los cristianos eran superiores a los paganos en la medida en que sobrepasaban a estos últimos gracias a la “verdad de la religión”(25). Para Agustín, el político romano Titus Torquatus, que fue tres veces cónsul en los años 347, 344 y 340 antes de nuestra era, encarnó el modelo de abnegación absoluta al sacrificar a su propio hijo, evidenciando con ello su capacidad de hacer prevalecer sobre los intereses particulares una causa más noble que encumbrara el nivel moral, ético y espiritual en general(26). No obstante los mártires y caballeros, la documentación de la Edad medieval en materia de héroes no es muy profusa. En Francia se instaura luego del declive de la caballería un periodo de silencio en cuanto a la actividad heroica. En el siglo XVII el héroe resurge bajo la figura del “Rey de Guerra” quien se roba la fama en todos los campos: social, político, militar(27). Luís XIV fue una ilustración de esa tendencia. En la gesta del mismo siglo se asoman también superhombres, que se ponen al servicio del rey, como el Cid del dramaturgo Pierre Corneille(28). A partir de la instauración del EstadoNación, y sobre todo de la Revolución francesa, el héroe será el nuevo patriota que se sacrifica en nombre de las instituciones, del territorio y de los valores nacionales(29). Paradójicamente, tiene un fin trágico y vergonzoso, puesto que, pese a ser un símbolo de la República, termina en una fosa común(30). La guerra de Secesión americana ha hecho del proceso de heroización un escenario manipulable a
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voluntad con la aparición de la fotografía en los teatros de guerra(31). En el lado europeo, es durante la primera guerra mundial que la fotografía procede a una selección discriminatoria de las perspectivas en las que caen los soldados, convirtiendo al aparato fotográfico Kodak en: “el primer verdadero pintor de la guerra, el más feroz, más auténtico”(32). La carnicería de la Primera Guerra mundial metamorfoseó al soldado en estadística así como saturó a la gente, que optó por apartar la vista de sus muertos. Con los regímenes autoritarios, nazi, fascista, estalinista, se rehabilitó la figura del héroe en la edificación de un nuevo modelo sociopolítico(33). III. EL FIN DE LOS HÉROES VIRTUOSOS Y EL SURGIMIENTO DE LOS ÍDOLOS VANOS Hoy en día, el inconsciente colectivo todavía tiene en mente un arquetipo de héroe que no difiere mucho en su esencia de aquel que predominaba en la época homérica. Reúne en sí las mismas dos dimensiones: una constituida por el destino de un individuo al servicio de una causa superior pero que no tiene otro remedio que enfrentar su muerte en solitario; y otra conformada por la trascendencia del héroe-sagrado que encarna el modelo a seguir en materia de coraje, ardor en la batalla, aceptación de la muerte, y que le otorga al grupo combatiente una identidad y un espacio en la memoria histórica del país. Pero el héroe militar ya no está de moda. La preferencia de la opinión pública tiende a inclinarse más hacia el lado de la víctima que del combatiente. Con la introducción del concepto de “cero muerto”, la gente eligió olvidarse de la muerte, un fenómeno que CNN ha entendido a la perfección desde la primera Guerra del Golfo por lo que sabe desde entonces escoger cuidadosamente a sus muertos y a las escenas de muerte(34). Además, el ethos militar que propugna valores como el coraje y el sacrificio está siendo seriamente socavado por las nuevas tecnologías de guerra que convierten al soldado en un simple operador de computadora, que sólo necesita apretar un botón para, desde decenas de miles de kilómetros de su lugar de actuación, matar directamente o mandar a
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matar vía una base militar al exterior de su territorio. En efecto, la introducción de drones en la gestión de los problemas internacionales cambia la naturaleza de la guerra (y, por ende, el concepto de heroísmo) no sólo a nivel fenómenológico sino también esencial, dado que: “[la guerra] ya no se asemeja a aquella definida por Clausewitz, quien la veía como un duelo entre dos entes donde cada uno de ellos trata de imponer su voluntad al otro, sino que toma el rostro de un combate que se desenvuelve con un solo atacante sin contrapartida, eliminando así del corazón de la guerra la noción de combate” (35). Como se desglosa de lo expuesto anteriormente, el héroe es producto de su tiempo sociohistórico y el reflejo de un sistema de valores que los relatos referentes a sus proezas ponen de relieve. Desvela la naturaleza de las relaciones sociales y de un sistema normativo que se forjan dentro una comunidad. O sea, contribuye de forma decisiva en la proyección de un modelo o de un orden societal, por lo que siempre ha sido un símbolo usado por las entidades que gobiernan. Hoy en día sufrimos la profusión de nuevos íconos que no tienen nada en común con los héroes de antaño motivados por sus virtudes casi inimitables. Ya no son aquellos que coadyuvaban, mediante un acto de sacrificio, a la construcción de la nación, de la identidad colectiva y a la difusión de un patrón de virtudes que solía fascinar a la gente. Al contrario, en la actualidad se propulsan bajo los reflectores a modelos de falsa valentía, personajes de la farándula, cantantes, grupos musicales y artistas, como aquella actriz que se sometió a una ablación de los senos para combatir un cáncer inexistente y que, por este acto, fue oficialmente declarada “heroína”. Esos dizque actos de heroísmo, cuya promoción por los medios de comunicación resulta ser intensa pero efímera vista la futilidad los define, encajan muy bien en el contexto de búsqueda de placer vacío que caracteriza a las masas. Se puede hasta afirmar que este tipo de simbolismo responde además a la fuerte presencia, entre los ciudadanos del mundo, de Thanatos, que se encarga de llenar el abismo mental e intelectual creado por una ideología de consumismo hueca(36). El dramaturgo alemán, Bertold Brecht, tenía razón cuando ponía en la boca de la protagonista de su libro, La vie de Galilée, las palabras siguientes: “pobres de los pueblos que necesitan héroes”(37).
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Planteado en otros términos, como lo hace J.P. Albert, ello se transforma en: “es triste que un país no tenga los recursos éticos y morales suficientes y esté en la obligación de recurrir a elementos externos para paliar la situación”. Porque, así como el héroe es susceptible de poner de relieve valores nobles, también puede ser un indicador de la desagregación de estos. Es ahí donde la búsqueda de actividades orientadas hacia lo lúdico y lo momentáneo revelan el estado de crisis sociocultural. Durkheim señalaba al respecto que un rito que se reduce a sólo buscar la diversión ha perdido su función y está amenazado(38). La actual fábrica de héroes lo ilustra a la perfección. Notas: La larga duración del tiempo de vida que se supone reinó Gilgamesh apunta a que no se habría tratado de un solo rey, sino más bien de una dinastía llamada Gilgamesh. (2) Hércules vencerá los mismos peligros y criaturas malignas más tarde en la mitología griega. (3) Utnapishtim también es conocido como Ziusudra por los sumerios y Atrahasis por los acadios. (4) Enki tiene mucho en común con el Prometeo griego quien ayuda a la humanidad con la técnica del fuego. El dios sumerio puede ser considerado tanto como el protector como el reconciliador del hombre con el medio adverso del agua y de la navegación. (5) Histoire mondiale du déluge. Les énigmes de l’univers, Edition Robert Laffont, Paris, 1978. (6) En realidad, el relato de un Gilgamesh en pos de sí y su periplo a través de los océanos de la Muerte simbolizan la búsqueda de la inmortalidad del alma más que del cuerpo físico. Es el tema de un proceso iniciador y de individuación común a la mitología, que responde a la cuestión del sentido de la vida humana en el universo y del cómo acomodarse con la idea de la muerte. Ver Jean Bottéro et Samuel Noah Kramer, Lorsque les dieux faisaient l’homme. Mythologie mésopotamienne, Editions Gallimard, Paris, 1989. (1)
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Ver Version française de Classics Revisited de Kenneth Rexroth, traduite de l’américain par Nadine Bloch et Joël Cornuault, Éditions Plein Chant, 1991, en: http://www.bopsecrets.org/French/rexroth/cr/1.htm (8) Ver Gilgamesh, Wikipedia, en: http://fr.wikipedia.org/wiki/Gilgamesh (9) Ver Jean Bottéro, L'Épopée de Gilgamesh: Le grand homme qui ne voulait pas mourir, Editions Gallimard, Paris, 1992. (10) Ver Jean-Pierre Vernant, Mythe et pensée chez les Grecs, Editions la Découverte, p.31. (11) Ibid., pp.20-28. (12) Ver Homère, Iliade. Préface de Pierre Vidal-Naquet, L’Iliade sans travesti, Editions Gallimard, Paris, 1975, p.28. (13) Ver La guerre des origines à nos jours. Achille et Ulysse: force et ruse dans la Grèce antique. Jean-Vincent Holeindre. Grands Dossiers Hors-série N° 1. Novembre-décembre 2012. (14) Ver «L’idéal héroïque», «Les chemins de la connaissance», avec Marie-France Rivière. Entrevue faite à Jean-Pierre Vernant; así como el libro de Pierre Vidal-Nacquet, Le monde d’Homère, Editions Perrin, France, 2002, pp.57-58. (15) Ibid. (16) Ver Hubert Laizé, Leçon littéraire sur l’Iliade d’Homère, Presses Universitaires de France, 2000, Paris, pp.75-76. (17) Ver P.-A. Deproost, L. Van Ypersele, M. Watthee-Delmotte, Héros et Héroïsation. Approches théoriques. Héroïsation et questionnement identitaire en Occident: Héroïsation/antihéroïsation-civilisation/ barbarie. Collectif. Cahiers électroniques de l'imaginaire, 2005, p.1. (18) Ver Homère, Iliade. Préface de Pierre Vidal-Naquet, op.cit., p.16. (19) Ibid., p.26. (20) Ver Pierre Carlier, Homère, Editions Fayard, France, 1999, p.79. (21) Ver L’idéal héroïque, Les chemins de la connaissance avec MarieFrance Rivière. Entrevue réalisée à Jean-Pierre Vernant. (22) Ver Héros et Héroïsation. Approches théoriques. Op. cit., p.6. (23) Ibid., p.7. (24) Ver H. Inglebert, les héros romains, les martyrs et les ascètes: les uirtutes et les préférences politiques chez les auteurs chrétiens latins du IIIè au Vè siècle. Revue des Etudes Augustiniennes. Nº40. 1994, pp.305-325. (25) Ver les héros romains, les martyrs et les ascètes, op. cit., p.317. (26) Ibid. (7)
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Ver Gérard Arboit, A nos morts, médiatiser la mort au champ d’honneur: un enjeu mémoriel et politique. Quaderni nº62, hiver 20062007, p.81. (28) Ver Les héros entre mémoire et histoire en : http://classes.bnf.fr/rendezvous/pdf/heros_1.pdf (29) Ver Pierre Centlivres, Daniel Fabre et Françoise Zonabend, La fabrique des héros, Editions de la Maison des sciences de l’homme, Paris, 1998. (30) Ver Gérard Arboit, A nos morts, médiatiser la mort au champ d’honneur, op.cit., p.83. (31) Ibid., p.86. (32) Ibid. (33) Ver Les héros entre mémoire et histoire, op.cit. (34) Ver Gérard Arboit, A nos morts, médiatiser la mort au champ d’honneur, op. cit. (35) Ver Artículo de Joseph Confavreux, Attention, Philosophie de guerre en Mediapart.fr., p.2. (36) La expresión “ideología hueca” tiene por autor intelectual a Fernando Bárcenas. Ver su artículo El heroísmo como símbolo estéril en: www.elnuevodiario.com.ni (37) J.P. Albert atribuye lo enunciado a Hegel. Sin embargo, es en Brecht, en su libro Galileo Galilei, que se puede encontrar lo dicho. Ver Bertold Brecht. La vie de Galilée. Éditions L'Arche. 1997. P.118. No he podido confirmar la autenticidad del origen de la frase que J.P. Albert cita en Du Martyr a la Star. Les métamorphoses des héros nationaux en La Fabrique des Héros en La Fabrique des Héros, op. cit., p.16. (38) Ver Jean Maisonneuve, Les conduites rituelles, Presses Universitaires de France, Paris, 1988, p.20. (27)