3 minute read

COLUMNA DE OPINIÓN

Columna de opinión Calidad mejor que cantidad

Ramón Luis Álvarez Arbesú / Biólogo e Ingeniero Forestal y del Medio Natural. Doctor por la Universidad de Oviedo dentro del Programa de Organismos y Sistemas Forestales. Jefe de Parques y Jardines del Ayuntamiento de Avilés, Principado de Asturias.

Advertisement

Hace unos días me llegó un estadillo para las estadísticas de mi ciudad. Era para aportar datos del “número de árboles que rondan los (número), lo que se traduce en una media de (x árboles) por habitante en espacios públicos. La especie con más ejemplares es el (nombre) y el árbol más antiguo de la ciudad es un (nombre) ubicado en (nombre)”.

Es una obviedad que, en una estadística así, prima la cantidad antes que cualquier otro parámetro de mayor interés para nuestra gestión del arbolado. Ocurre algo parecido con el dato relativo al árbol más antiguo, puesto que sólo se trata de conocer cuál es el más viejo sin importar el estado en el que se encuentra.

Una información fácil de manejar como la citada será utilizada por el criterio superior como referencia de mejora dentro de su ámbito de responsabilidad de manera que su objetivo anual será tener más árboles, sin tener en cuenta otras posibilidades como mejorar las proporciones de seguros/peligrosos, baratos/caros (de mantener) o la idoneidad ecosistémica con el ámbito urbano… porque la estadística no le ha proporcionado esos datos.

En nuestra gestión del arbolado, un objetivo de primera magnitud debe ser dotar al árbol individual (incluso aquel que está en una masa) del espacio que necesita para su desarrollo adulto. Lo cierto es que, si no es así, tarde o temprano iniciará una ruta que mutilará su arquitectura, encarecerá su mantenimiento y desembocará en la decadencia o el riesgo.

Una masa o una alineación (simple, doble, ...), cierto tiempo después de ser iniciada con plantación a una densidad “normal” para el tamaño “juvenil” o -incluso intermedio- de la especie, acaba alcanzando la convergencia de copas, momento en el que deberíamos tomar la decisión de retirar ejemplares buscando el espacio necesario para cada árbol en su estado adulto. Esta acción conseguirá espacio para que el árbol que permanece, si el resto de condiciones urbanas es el adecuado, continúe su crecimiento con la morfología característica (la más segura las más de las veces), alcance el tamaño normal (de manera que el mantenimiento no será -casinecesario) y genere los beneficios ecosistémicos que todos esperamos para un individuo de su especie.

Sin embargo, al menos en situaciones como la descrita, la cantidad es enemiga de la calidad. Es altamente improbable que un gestor de alta dirección vaya a entender (ni autorizar) que se talen árboles por el simple motivo del espacio de desarrollo adecuado del árbol en su etapa adulta (difícil concepto de comprender para un profano) por lo que el resultado final es la imposición de una gestión de árboles sin espacio y, por tanto, sin morfología ni tamaño correctos, incapaces de generar los beneficios esperados y, para más dolo, caros de mantener y probablemente inseguros.

Tenemos que combatir el tipo de estadísticas del primer epígrafe mediante la promoción de otras que prioricen nuestros árboles urbanos de primera calidad en relación al resto (menos valioso). Debe ser un lenguaje fácil de entender, por ejemplo, similar al de las etiquetas de la DGT o a las notas académicas: ECO para los valiosos en todos sus aspectos; PA (progresa adecuadamente) para los que van creciendo adecuadamente y acabarán siendo ECO; otra categoría para situaciones de transición y; D (deficitarios) para los altamente incorrectos, de alto coste de mantenimiento y/o con escaso beneficio ecosistémico. Los árboles ECO son objeto de protección y deberían estar inventariados en un catálogo municipal informado públicamente y defendidos por un espacio de exclusión de todo tipo de infraestructuras conformado por un cilindro cuyas dimensiones (para una especie estándar) serían 30 m de altura, 4 m de profundidad y un radio de 25 veces el radio del tronco a la altura normal, de manera que no se podrían otorgar licencias en ese espacio. Las clases de transición y D son objeto de actuación directa y no deberían existir obstáculos administrativos o urbanísticos dentro de nuestro ámbito de responsabilidad para su retirada (con o sin sustitución).

Con las cifras de árboles de alta y baja calidad en nuestras manos podríamos explicar a los políticos que, con suma frecuencia, en arboricultura, dos no es el doble de uno. Creo sinceramente que una iniciativa de este tipo en la AEA sería una ayuda en la defensa de la calidad frente a la cantidad.

This article is from: