2 minute read

Iniciativa Mexicana

Por Francisco Cesáreo Mendoza León

Cada vez que salgo a caminar por la calle, ya sea por ocio o para cumplir obligaciones, me doy la oportunidad de observar el comportamiento de las personas. Siempre hay algo que aprender de ellas.

Advertisement

En cierta ocasión debía hacer un pago en una sucursal bancaria e, ingenuamente, decidí acudir alrededor de las 14:00 horas. Al parecer es la hora perfecta en la cual los desidiosos acordamos llevar a cabo nuestros compromisos financieros.

Al llegar a la entrada de esta sucursal, se debe tomar un papel que expulsa una pequeña máquina impresora que se asigna el turno a cada cliente.

El banco, tal vez por cortesía o por conocimiento de la distracción tan cotidiana de algunas personas, asigna a alguien de su personal para entregar dichos turnos.. La persona asignada a esta prescindible tarea tiene también la gentileza de resolver dudas a los recién llegados y, en ocasiones, los guía hasta el departamento competente para asistirlos. En esta ocasión fue lo que ocurrió: el chico decidió asistir a alguien para llevarle hasta el departamento correcto, por lo que interrumpió la entrega de los turnos.

Una señorita delante mío, con actitud apresurada y fastidiada, acompañada de una señora aún mayor, al ver que el chico se fue para asistir a la dubitativa cliente, se mostró aún más fastidiada porque se había detenido la entrega de turnos; acto seguido, la acompañante le comenta: "pues tómalo tú". Ella, en colérico tono, argumentó: "¡no!, me lo tiene que dar él". Fue en este momento cuando decidí esperar (aunque desde un principio estuve muy de acuerdo con la recomendación de su señora acompañante) para ver si ella esperaría a que el muchacho regresase o si accedía a tomar el número por cuenta propia.

Después de alrededor de 20 segundos, la iniciativa la tomó una mujer de dos lugares atrás. Ella, al igual que muchos de los presentes, supo que no era obligación del empleado darnos el turno sino que ello se trataba simplemente de una cortesía. Una vez que la mujer reticente vio que alguien tomó un turno, por su propia cuenta, ella emuló el acto. Fue aquí donde pude constatar que no se trataba de una actitud fanática por el servicio, sino de una mentalidad en la cual la decisión de actuar, por iniciativa propia, es casi nula. Esto, aunado al miedo a ser recriminados, es lo que hizo que la reticencia de la colérica mujer se hiciera presente.

Fotografía tomada de rsdireito.com

De este evento, puedo deducir tres cosas:

1. La gran mayoría de las personas, aquí en México, creemos que solamente existe una manera de ejecutar las cosas: aquélla que conocemos y con la que nos sentimos más cómodos.

2. Aunque estemos al tanto de la existencia de diferentes maneras de lograr un resultado esperado, se siente una incomodidad o un miedo para cambiar nuestra percepción. Al mexicano le cuesta salir de su zona de confort.

3. La actitud del mexicano es como la manera de caminar del gato. Este pequeño felino pone una pata en un lugar y, si el punto donde postró su pata delantera es segura, en ese mismo punto tendrá que poner la pata trasera para así completar un paso. Este ejemplo es análogo en referencia a que tenemos que esperar a que a un tercero intente una alternativa diferente. Una vez que constatamos que esa alternativa es segura, la adoptamos. En términos muy generales, los mexicanos no tenemos iniciativa y tenemos miedo al cambio.

Vale la pena hacerse la siguiente pregunta: ¿será por estas tres razones (u otras más) por las que en México los avances tecnológicos o de cualquier otra índole son muy escasos? En retrospectiva, esto es lo bonito de observar a la gente cada vez que uno se somete al exterior.

This article is from: