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¿Por qué debe de haber humanidades en ingeniería?

El reto del Humanismo en la educación

Por Jorge Kuri

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La historia de lo que actualmente conocemos como la “Universidad Nacional Autónoma de México” se ha ceñido fuertemente a los distintos contextos históricos que han configurado la historia del México hispanizado. La UNAM de ser una escuela para preparar a la nueva burocracia y autoridades religiosas del México recién colonizado, es hoy en día un centro de saber y un indiscutido referente de la educación a nivel mundial.

Si bien hoy en día la UNAM goza de cierta estabilidad, no debemos olvidar que durante su génesis como entidad educativa autónoma, también ha sido objeto de muchas transformaciones administrativas, así como transformaciones del contenido educativo ofertado, es decir, que se ha modificado el propósito de la educación para poderse coordinar con las coyunturas nacionales. Dichas convulsiones han devenido en una estructura educativa, robusta, compleja y en constante crecimiento.

Sin embargo, así como la universidad ha estado conectada a los contextos históricos que han marcado a nuestra nación, no podemos negar cierto relacionamiento del panorama nacional y global actual, con la impartición de la educación contemporánea. Este contexto, donde predominan las coordenadas económicas, donde la precariedad es sinónimo de flexibilización y donde los eufemísticamente llamados ajustes neoliberales han invadido cada pliegue de nuestras vidas cotidianas, ha tenido un efecto innegable para los individuos, y necesariamente en la enseñanza y en la estructura de los modelos educativos.

Dicho contexto nos ha orillado a sumirnos en una crisis humanitaria, de desconfianza, de paranoia, de vértigo e inestabilidad, donde cada vez más nos encontramos a nosotros mismos volcados hacia lo exterior, buscando la satisfacción y la diferenciación mediante el consumo, procurando en primer lugar el bienestar individual. Estas predisposiciones que asumen los individuos como modos de hacer las cosas y de pensar la realidad, hablando en este caso del micro-ámbito de la universidad, permean a todos los actores que construyen esta institución, desde el personal administrativo, pasando por los docentes, hasta los estudiantes y la sociedad en general.

Esta predisposición de competencia, de individualismo, de colocar al “yo” sobre la colectividad, es desplegada en los ámbitos cotidianos, y en las instituciones básicas, como la familia, el trabajo y la escuela, así como en nuestro relacionamiento cotidiano, e incluso íntimo con los demás. Es común escuchar hoy en día términos como “competencias” por encima de los valores para definir las capacidades de los individuos, lo que nos lleva a considerarnos a nosotros mismos más como mercancías que como sujetos reflexivos, donde el más “calificado” es quien podrá tener más opciones de movilidad, económica y social.

¿Porque mencionamos a la sociedad dentro de esta reflexión?, por la sencilla razón de que es la sociedad la que bajo un esfuerzo colectivo sostiene la formación de los estudiantes desde la fundación de la Universidad. Por tal motivo, es la sociedad la que en primera instancia debería estar vinculada con los procesos internos de la universidad, ya que la producción científica e intelectual idealmente debería estar orientada a un mejoramiento social y de la comunidad en la que vivimos. Una interpretación posible de la frase “Por mi raza hablará el espíritu” parece indicarlo así. José Vasconcelos en 1921 propone esta consigna para la universidad pensando en que seríamos los mexicanos quienes daríamos seguimiento a nuestra identidad bajo las consignas de la espiritualidad y la libertad.

Sin entrar en debates complejos sobre la “filosofía de la ciencia” para descubrir el fin último de la producción científica de nuestra universidad, podemos discutir que el lema propuesto por Vasconcelos, el cual ha sido estandarte de la identidad universitaria, pugna precisamente porque el conocimiento sea utilizado para el bienestar de colectivo y para mejorar nuestra calidad de vida, ¿Pero los estudiantes, docentes, y personal administrativo saben que esto debería ser así?

Aparentemente no, es tarea de los investigadores e instituciones de gobierno dar conocer una percepción más actual sobre cuáles son las expectativas de los actores principales dentro y fuera de la universidad, con el propósito de tomar decisiones. Veamos por ejemplo que aun hoy en día, cuando una persona no muestra “buenos modales” en alguna situación, escuchamos a menudo a tono de broma o reprimenda que dicha persona es “mal educada” porque no asistió a la escuela. Esto, y muchos otros ejemplos, son la muestra clara de las percepciones comunes que abundan en torno a la función de la escuela, pues se le entiende como un lugar donde los sujetos cultivan buenos modales, o bien donde se crean buenos ciudadanos, o también como un medio para la inserción laboral.

Es dentro del contexto actual que experimenta la realidad mexicana, donde la universidad invariablemente se ve atravesada por intereses de los trabajadores, de la sociedad, de los estudiantes, y autoridades, que nos preguntamos: ¿es la UNAM un medio formativo de ciudadanos para un promover una sana convivencia en sociedad; o es un medio para preparar contingentes para la vida laboral? Sin duda este cuestionamiento es demasiado abierto e implica, para su total entendimiento, un esfuerzo mayor que este simple ensayo, sin embargo queremos poner sobre la mesa estos temas: ¿Cuál es el papel de la UNAM hoy en día para la sociedad y para los estudiantes?

Un buen punto para iniciar el análisis de la formación social-humanística que ofrece la UNAM, y en concreto el área de Ingenierías, sería el plan curricular. Este plan de estudio, idealmente debiera ser el acuerdo directo de los diálogos surgidos entre la sociedad, las autoridades académicas, las autoridades institucionales y los estudiantes. Ya que dependiendo de las necesidades y acuerdos mutuos de dicho dialogo, es que los planes de estudio deberían consolidarse. Sin embargo, nos preguntamos si esto es así, ya que en gran mayoría de los casos los estudiantes, quienes están en la primera fila, no se preguntan, ni se cuestionan el plan de estudios que se les ofrece. Entonces, los estudiantes al no plantearse una reflexión sobre lo que se les va a enseñar, ¿no acaso están siendo condicionados por intereses ajenos?, o bien ¿los estudiantes y la sociedad están siendo excluidos de estas revisiones?

Cada área de especialización del saber responde a sus dinámicas concretas, sin embargo las ingenierías hoy en día, así como sucedió con la ingeniería minera a la cual se le adjudico la tarea importante de utilizar el saber para propiciar una explotación más sistematizada de los recursos nacionales, tienen un papel vital dentro de la construcción y mantenimiento de las sociedades modernas. Una publicación de Forbes del año 2015 1 menciona cuales son las carreras mejor pagadas y con más opciones de empleo en México, y de las diez mejores pagadas 6 de ellas son ingenierías en informática e industrial, 3 de ellas tienen que ver con marketing y comercio, y la última con la arquitectura. Sintomático del contexto actual, vemos cuales son las necesidades actuales del sector productivo.

Es precisamente en este tipo de hechos donde más preocupa la inclusión del factor humanista dentro de la formación de los ingenieros, y en general de los estudiantes de las ciencias exactas. Cuesta trabajo creer que aun hoy en día, a los estudiantes, no solo de ingeniería sino de carreras afines, no les sea fácil justificar el impacto social de su investigación. Es por ello que se necesita retomar estos elementos en la formación educativa, entendida esta iniciativa como ”…el modo de configurar el proceso como un sistema de influencias educativas que realzan los valores humanos, que educan para la vida social y propician el pleno desarrollo personal como genuina expresión de dichos valores, en función del progreso social.” 2 Es decir, si hay una alta demanda de ingenieros para el desarrollo productivo, es altamente deseable que tengan incorporadas las pre-disposiciones a contribuir a su entorno social y colaborar con la otredad en la búsqueda de una mejor calidad de vida.

En conclusión, la autonomía con la que goza la UNAM, es garantía de la libertad de catedra y de los contenidos impartidos, sin embargo esta “varita mágica” debe usarse responsablemente y debe reforzarse siendo incluyente, no solo de manera interna, sino con más sectores de la sociedad que requieren también de la producción de sus saberes.

La UNAM en sus inicios, brindaba educación de clase, solamente para las élites, hoy en día al rechazar a aproximadamente 130 mil estudiantes, nos hace replantear la democratización de la educación que algún día se imaginó Pablo Gonzalez Casanova. Podríamos decir, que la educación de clase lo sigue siendo, más por cuestiones estructurales que por buenas intenciones, sin embargo pienso que es deber de los estudiantes que sí pudieron acceder a la universidad, poner énfasis en su deber social, y retribuir a la sociedad con saberes de calidad, a la que hoy por hoy ha financiado sus estudios.

En suma, proponemos sobre una eventual agenda, la necesidad de incorporar mediante el currículo, la formación humanista en los estudiantes, para que sean conscientes de su papel ambivalente, en tanto jóvenes y en tanto futuros profesionistas, en la construcción social y el en futuro de México. Para ello debe densificarse un dialogo entre la sociedad, las instituciones, las autoridades académicas y administrativas, y los estudiantes, ya que de lo contrario la futura matricula de profesionistas no tendrá puente alguno que vincule sus saberes con el desarrollo social y el bienestar individual y colectivo. Queremos mencionar que nuestra reflexión no está orientada a una crítica de las libertades que puede brindar de la autonomía, o a la pertinencia de los estudios que se lleven a cabo en la institución, este cuestionamiento se orienta en cambio, a la definición de las prioridades de los implicados en la vida universitaria.

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