FANZINE Selvas de Ciudad
Selvas de ciudad En semicírculo se abre la selva de casas: unas al lado de otras, unas detrás de otras, unas encima de otras, unas delante de otras, todas lejos de todas. Moles grises que caminan hasta que los brazos se les secan en el aire frío del sur. Moles grises que caminan hasta que una bocanada de horno del norte les afloja las articulaciones. Siempre haciendo el signo de la cruz. Reproduciéndose por ángulos Con las mismas ventanas de juguetería. Las mismas azoteas rojizas Las mismas cúpulas pardas. Los mismos frentes desteñidos. Las mismas rejas sombrías. Los mismos buzones rojos. Las mismas columnas negras. Los mismos focos amarillos.
Debajo de los techos, otra selva, una selva humana, se mueve. Pero no en línea recta. Troncos extraños, de luminosas copas, se agitan movidos por un viento que no silba. Pero no alcanzo sus actitudes, ni oigo sus palabras, ni veo el resplandor de sus ojos. Son muy anchas las paredes; muy espesos los techos. Alfonsina Storni
Desde la otra orilla A Georg Trakl A Jaime Huenún y su lectura interclusa La ciudad no es más que un despliegue en agua cristalina y arrastra en azul tu cuerpo al desplome. Un ramo de jeringas te viste de luto y tu corazón bombea envuelto en demencia. Hay un forastero que galopa al anca de los murciélagos y hace intentos por no girar su cabeza hacia el costado. Un edificio apaga su fuego marmóreo y es calmo y desliza por ti un pulso encarnado y reptil.
La sombra sobre el río es de alarido ‘pajaril’ y es blanco el graznido Juan Luis e inasible el granate coágulo que fermenta el lamento.
Deambular es ahora un qué de soplos y una búsqueda silente de guijarros que de uno en uno Repta entonces y sin engaños son raudo precipicio en las grietas que cría el serpentea sucio el miembro entumecido y cruje en solitario el cristal de una alabastro. lágrima. Trakl caminante y celada de huérfano decir no desea no evita el golpe en oscuro en un lunes muy anterior a aquel de Vallejo que entonces en rosáceo y frente al ojo celeste fue entrando en el añil profundo y más
Trakl vago interdicto del Bosque Negro abismo encadenado al pulso escindido abrazo irrumpes en profundo y cerúleo y truenas como la arcilla al vientre y te haces familia una con la noche. Es lumbrosa tu lóbrega habitante de cuarzo y latente el abrigo de tierra a la medida. Un alma ajena destila el rojo por hacerlo suyo y atraído y negro el farellón en el risco de tu ojo es sello y lacra en boca de cavernas en olvido. Cielo e infierno avecindado en tu corazón. Un leve toqueteo de alas sobre el arroyo transparente. Un murmullo de ángeles a la espera. Trakl. Hombre y poeta. Cae tu cuerpo y el agua es más tan bermeja que pretexto te resulta tibio el aliento. Izas tu cola en señal de ardua patria y ya eres salto en la otra orilla.
Verónika Zondek
Selvas de Ciudad
Por Ninyalita