NOA Ediciones
ANTIQUA
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Título: Antiqua © del texto: Jean Pierre Quiroz Rivera www.escritorjeanpierre.webnode.es © de la portada: Javier Garrit Hernández © de esta edición: NOA ediciones www.noaediciones.es www.noaediciones.com E-mail. info@noaediciones.com Tel. 964454451 Maquetación: Javier Garrit Hernández Primera edición: julio de 2013 Depósito legal: CS 246-2013 ISBN: 978-84-940914-2-1 Printed in Spain - Impreso en España Imprime: Publidisa www.publidisa.com Todos los derechos reservados. Queda prohibida, según las leyes establecidas en esta materia, la reproducción total o parcial de esta obra, en cualquiera de sus formas, gráfica o audiovisual, sin el permiso previo y por escrito de los propietarios del copyright, salvo citaciones en revistas, diarios, libros, Internet, radio y/o televisión, siempre que se haga constar su procedencia y autor.
Jean Pierre Quiroz Rivera
ANTIQUA
Para mis padres
CAPÍTULO 1 EL REGALO DE CUMPLEAÑOS Lucas estaba sentado al borde de su cama, solo, mirando la caja que tenía en sus manos. Era su cumpleaños, pero no se sentía feliz. Cumplía doce años y las celebraciones habían sido en grande en toda la Ciudad Capital del planeta Alfa Antiqua y, según le habían dicho, en todas las ciudades de todos los planetas del Sistema Estelar de Antiqua. Porque Lucas era Príncipe de Antiqua, hijo del Gran Emperador Rómulo III, a quién había visto pocas veces. Una de esas veces había sido unas horas atrás, en el elegante y vacío palco oficial de la Plaza de la Victoria, donde Lucas se encontraba acompañado por el acostumbrado destacamento de guardias imperiales que lo escoltaban. Aún no llegaba a la mitad del desesperantemente largo desfile principal, visto también por un par de miles de personas agolpadas a ambos lados de la Plaza, y transmitido en directo a todo el Sistema Estelar y a todo el Universo poblado a través del sistema de holovideo de la Red. Cuando sus ojos estaban a punto de cerrarse por el sueño, su padre apareció por un costado en medio de un enorme séquito, y al instante la multitud había lanzado gritos de alabanza. El Emperador era un hombre alto, de facciones duras y proporcionadas, que habría destacado por sí solo del resto de las personas aunque no hubiese tenido su alto cargo. Se había acercado a su hijo y con gran ceremonia le había entregado su regalo, sin mirarlo directamente ni una sola vez. Luego se había dado vuelta y había saludado a la multitud que volvió a rugir por varios segundos, aun cuando él ya había salido del palco, sin despedirse de su hijo. Aunque estaba acostumbrado a ser ignorado por su padre, el hecho que fuera su cumpleaños lo hacía sentirse un poco más triste de lo habitual. Ahora, en su propia habitación, dudaba si abrir el regalo que le había dado. No era curiosidad lo que sentía, sino la esperanza de que lo
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que contuviera la caja le dijera que de alguna forma su padre lo quería. Se trataba de una caja más bien pequeña pero pesada, envuelta en un papel brillante que cambiaba de motivos y colores cuando se movía. Pensaba que, como siempre, sería algún objeto ornamental de incalculable valor, traído de algún planeta exterior de algún sistema remoto, que no tendría más utilidad para él que un monedero para un monje asceta del planeta Pegaso. Pero también podría ser otra cosa, algo personal, como había imaginado muchas veces, quizás un juguete de su padre cuando niño y que aún guardaba, o algún objeto que había pertenecido a su madre. Pero tenía pocas esperanzas de ello. Finalmente se puso de pié, guardó la caja sin abrir en un cajón del mueble que estaba al lado de su cama y se acostó. Pero no siempre Lucas estaba tan triste. Dos años antes habían traído a Diana para que fuera su compañera de juegos. Diana era hija de Eneas, su mayordomo personal; tenía su misma edad y unos grandes ojos pardos que hacían juego con su largo cabello liso castaño. Desde entonces podía jugar con ella tres horas cada sábado y cada domingo, que era cuando no tenía clases con sus tutores. Esperaba con ansias esos momentos, que lo sacaban de la soledad en que vivía. Estaba seguro que ella era más inteligente que él y que sabía mucho más acerca de muchas cosas. En los juegos siempre lo dirigía y a él le gustaba eso. La había visto la semana anterior. Ella le hablaba como a un igual, como siempre, sin importarle que él fuese un príncipe y ella la hija de un sirviente: —Tienes que mover más los controles si quieres que lleguemos pronto al planeta Pegaso. Parece que nunca te hubieses subido a un crucero estelar —le decía ella apuntando hacia los cojines y bloques plásticos con que habían construido su nave espacial. —Sabes que nunca salgo del palacio y menos del planeta. En realidad nunca me he subido a un crucero de verdad, así que tienes que enseñarme como conducirlo. —Tú no sabes nada —lo reprendía—, tienes que centrar la palanca de mando, bajar los comandos laterales y apretar el botón de aceleración, así; así, cuidado con los asteroides, baja poco a poco, muy bien, ¿ves que no es tan difícil?
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—¿Has viajado mucho por el espacio, Diana? Yo nunca he ido y no me imagino como puede ser. —Bueno, en verdad sólo una vez, cuando vinimos a Alfa Antiqua. Viajé sólo con mamá, porque papá ya estaba aquí. No recuerdo mucho en realidad, era muy pequeña. —¿Cómo, no eres de este planeta? —le dijo sorprendido—. ¿De dónde vienes entonces? —Del planeta Silvana, pero tampoco lo recuerdo mucho. Tú nunca preguntas tanto, ¿te pasa algo?, ¿por qué de pronto te interesa tanto el espacio? —La próxima semana es mi cumpleaños —su cara se puso seria de pronto. —Lo sé. Debes estar muy emocionado, cumples doce años y habrá una gran fiesta, hasta un desfile. —No, no lo estoy, sólo serán ceremonias oficiales y recepciones. Tendré que saludar a muchas personas que no conozco y que seguramente no me gustaría conocer. Además, nunca puedo verte en mis cumpleaños. Y más encima —su cara se puso sombría—, ahora tendré la edad para ir a un internado. —Sí, mi papá me contó que irás al Colegio Protocolar del planeta Nixia. Él dice que es un colegio muy bueno. —¡Pero es otro planeta, y ya no nos veremos más! —No seas exagerado, vendrás para las vacaciones, además mi papá te acompañará. Yo debería estar enojada contigo, porque te lo llevarás y no lo veré en casi un año. —Pero te quedas con tu mamá. —Es cierto... —ella lo miró y se dio cuenta de lo que le pasaba—, dime, ¿piensas mucho en tu madre? —No la recuerdo, murió cuando yo era un bebé, pero creo que a veces sueño con ella. —¿Cómo que crees que sueñas con ella? —Es extraño, de vez en cuando una mujer muy hermosa aparece en mis sueños y yo invento que es mi mamá. —¿Pero no reconoces su cara? —Nunca he visto una holoimagen de ella, creo que no hay ninguna en el palacio, y nunca he preguntado.
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—¿Y qué sucede en tus sueños? —Muchas cosas —su cara se iluminó—, a veces ella juega conmigo, o me canta canciones que nunca he oído. Otras veces conversamos. A menudo se pasea con un libro enorme que nunca lee. En dos sueños ha estado triste y yo le he preguntado qué le pasa. La primera vez no contestó y la segunda vez me dijo que era porque la nieve no se derretía. Yo nunca he visto la nieve, no entendí que quería decir. —Es extraño, tampoco entiendo… —le miró los ojos que apuntaban directamente al suelo—. ¿Cuándo la viste por última vez? —Soñé con ella anoche. Me decía que no me preocupara, que el colegio no sería tan malo, que sólo debía tener confianza. Cuando nos despedimos me dijo que si era valiente me daría un regalo en mi cumpleaños, y que siempre estaría conmigo. —Bueno, entonces… —pero Diana no dijo nada más, porque se dio cuenta que el chico lloraba en silencio. La puerta de la sala se abrió, pues la hora de juegos había terminado. Lucas recordaba ahora esta última conversación metido entre las sábanas, en la oscuridad. En ese momento se sentía más solo que nunca. Al otro día partiría para Nixia y no vería a Diana en mucho tiempo. Aunque Eneas lo había cuidado desde hacía ocho años, también era distante y algo extraño, y no era lo mismo que su amiga. Además, recordaba el sueño con su madre. Su cumpleaños estaba terminando y secretamente había creído que realmente recibiría un regalo de ella. Quizá no había sido suficientemente valiente. Una lágrima rodaba por su mejilla cuando se quedó profundamente dormido. Comenzó a soñar que estaba en un largo pasillo iluminado sólo por unos tenues globos luminiscentes. Hacía frío. Las paredes eran de una piedra blanca pulida, sin ninguna decoración. Sintió temor, y caminó por el pasillo hasta el final, donde habían tres puertas cerradas, de acero macizo, adornadas con rebuscados dibujos de oro y plata. Tenían cerraduras electrónicas de combinación, como las que podían verse en algunas puertas del palacio. Sintió un ruido a sus espaldas y se volvió rápidamente. Caminando por el pasillo hacia él venía su madre vestida con un vestido blanco que parecía flotar cuando avanzaba, trayendo un pequeño cofre en las manos. Cuando llegó hasta él le dijo:
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—Has sido muy valiente, Lucas. Te traigo el regalo que te había prometido —le entregó el cofre y él lo tomó entre sus manos. —Esperaba que no me lo entregaras en un sueño —dijo Lucas. —Entonces crees que esto es un sueño —lo miró a los ojos sonriendo, pero él no respondió—, de todas maneras no hay diferencia. Y bueno, ¿no vas a abrirlo? —Claro… —abrió el cofre y vio que adentro había un gran prendedor de platino con forma de estrella de cinco puntas, con un gran diamante blanco al centro que brillaba de forma casi cegadora. Le preguntó a su madre—. ¿Qué es? —Es la llave de una de esas puertas —le respondió ella. Lucas se dio vuelta y miró las puertas. Las cerraduras computarizadas que tenían se habrían mediante combinaciones de letras y números, y no con llaves. Miró de nuevo el prendedor sin entender. Mientras se daba vuelta preguntó: —¿Cuál puerta…? Pero su madre había desaparecido.
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CAPÍTULO 2 ANEMONNIA Al día siguiente, Lucas despertó con un sobresalto. Mejor dicho, fue despertado con un sobresalto. Eneas entró muy temprano en su habitación, aún no había amanecido, y lo despertó de manera efusiva: —¡Vamos Príncipe, levántese! ¡Tenemos que salir rápido, o perderemos el transbordador para abordar el crucero a Nixia! A Lucas le costó un momento darse cuenta de lo que pasaba, pues aún no despertaba completamente. Eneas abría los cajones y ponía ropa en la maleta que había traído consigo. En uno de ellos encontró el paquete aún envuelto. —¿Aún no ha abierto el regalo que le dio su padre? —No tengo deseos de hacerlo aún —dijo medio dormido. —Al Emperador no le gustaría nada si lo supiera. —No creo que le importe en realidad. —No diga eso Príncipe. Lo guardaré en su equipaje y lo podrá abrir cuando lleguemos. Probablemente su padre pensó en algo para sus estudios, como un dictáfono o un planetario portátil. Lucas pensó en ello. No se le había ocurrido esa posibilidad. En ese caso el regalo sería tan interesante para él como si le regalaran una piedra de río. En realidad, probablemente una piedra de río sería más interesante. Eneas seguía guardando cosas en las maletas. —Apresúrese Príncipe, que el crucero no atrasará su partida por nosotros. —¿Por qué no? Soy el Príncipe. Además pensaba que mi padre tendría sus propios cruceros para llevarme. Después de todo es el Emperador, y es mi primer viaje al espacio —le dijo a Eneas, que lo observaba. —Por supuesto que tiene sus propios cruceros, pero nosotros entraremos en el Anemonnia, pensé que sus tutores se lo habrían explicado.
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Lucas recordó algo acerca de la preparación para gobernar, sobre apagarse, hacerse pequeño, invisible o algo así, y la palabra «Anemonnia» sonaba en alguna parte. En realidad nunca prestaba mucha atención a sus clases, lo que era un verdadero dolor de cabeza para sus tutores, que siempre tenían que ingeniárselas para no ser despedidos por su falta de progreso. —Creo que es algo así como «el olvido», ¿no es cierto? —No exactamente. Debería estudiar más, siempre se lo digo, pero usted no hace caso. Ahora no importa, en Nixia tendrá que hacerlo. «Anemonnia» significa que estará solo y perderá sus privilegios de príncipe. En realidad, ambos estaremos solos... en ese lugar perdido... —la preocupación se reflejó por un instante en la cara de Eneas, enmarcada por una calva completa y una barba cana muy corta. Lucas pensó de pronto que no sabía nada del lugar a donde se dirigían. ¿Podría ser que por fin su padre hubiera decidido deshacerse de él, enviándolo muy lejos? Siempre había tenido ese temor, y quizás el Anemonnia era la confirmación de ello. Aún le parecía que olvido era la palabra con la que uno de sus tutores se había referido al concepto, y para él era lo mismo que vacío. De pronto se alegraba mucho de que Eneas lo acompañara. —Eneas... ¿cómo es Nixia? —Es un lugar helado, muy helado a decir verdad. Es el planeta de nuestro Sistema más alejado de la estrella Antiqua, pero eso también debería haberlo estudiado. Hace más de seiscientos años se fundó allí el Colegio Protocolar, casi al mismo tiempo que se colonizó Alfa Antiqua. Tendremos que repasar la historia del Sistema durante el viaje. Será un milagro si logra aprobar el primer año. Los regaños de Eneas por su falta de aplicación en los estudios no eran nuevos para Lucas, pero se habían intensificado mucho en las últimas semanas. Sospechaba que eran para prepararlo para lo que le esperaba en Nixia, donde según le había explicado, la exigencia sería diez veces mayor, y ya no contaría con sus privilegios de príncipe para escapar de sus deberes. Tomaron un desayuno muy rápido en la misma habitación antes de subir a los deslizadores de gravedad que los llevarían al espaciopuerto. La caravana de vehículos que los escoltaban partió. Seis deslizadores
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encabezaban la comitiva, dos los flanqueaban a cada lado y cinco cerraban la formación. En cada uno debían ir cuatro guardias uniformados y armados, además del conductor. Lucas podía reconocer a un guardia imperial con solo verlo. Nunca tenía contacto con ellos ni se metían en sus asuntos, pero durante todos sus cortos años siempre habían estado allí, escoltándolo, aunque a él le parecía que más bien lo vigilaban. En esta ocasión era más exagerado, como si esperaran que pasara algo. Los vehículos avanzaban rápidamente, suspendidos a treinta centímetros del suelo de las calles principales de la ciudad, cerradas especialmente para ellos. Lucas veía a través de los cristales del vehículo los altos edificios que iban dejando atrás. Los rascacielos se elevaban como agujas hacia el cielo, que se reflejaba en todo su azul sobre sus superficies vidriadas. Trataba de imaginar las personas que vivirían y trabajarían en ellos, ajenos al mundo del palacio. Pensaba en los chicos que allí habría, que eran libres de jugar con quienes quisieran, y de ir donde sus padres los llevaran, padres amorosos que se preocupaban de ellos. A medida que iban quedando atrás empezó a extrañarlos, a sentir nostalgia de un mundo que apenas conocía, pero que era el único que hasta ahora podía llamar hogar. La ancha carretera que desembocaba en el espaciopuerto se encontraba vacía, como todas las calles por donde habían avanzado. A medida que se acercaban, Lucas podía divisar transbordadores y otras naves menores que despegaban en forma regular. La idea de un viaje espacial le estaba subiendo el ánimo poco a poco. La caravana se estacionó en una puerta lateral del edificio principal del espaciopuerto, e inmediatamente comenzó un agitado operativo en que los guardias se ubicaron rodeando el deslizador donde Lucas y Eneas se encontraban. El espaciopuerto era un conjunto de amplios e iluminados edificios curvos con grandes ventanales ovalados en los muros y en el techo, junto a una compleja serie de pistas de despegue y aterrizaje. Lucas se decepcionó un poco cuando se abrió la puerta del vehículo y se dio cuenta que los anchos cuerpos de los guardias le dificultarían ver a su alrededor. Empezó a caminar con sus escoltas y entraron a través de un concurrido vestíbulo. La gente que allí se encontraba murmuraba y trataba de ver quién estaba en medio del grupo. Pronto se empezó a correr la voz de que el Príncipe Lucas estaba allí, y cada vez más personas se
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juntaban alrededor. Un rugido apagado hizo a Lucas levantar la mirada hacia el techo, y a través del amplio ventanal curvo vio como pasaba un gran transbordador rumbo al espacio. —¿Le gustan las naves espaciales, Príncipe? —preguntó Eneas al ver que observaba atentamente. —Nunca antes había visto una de tan cerca. —¿Está asustado? Los viajes espaciales son seguros desde hace mucho tiempo, y el capitán del crucero en que viajaremos tiene mucha experiencia en esta ruta, me ocupé de investigarlo. —No, no estoy asustado para nada. En realidad tengo muchas ganas de abordar el crucero y viajar —volvió la mirada a su mayordomo y dijo—: Eneas, ¿será Nixia distinto a Alfa Antiqua? ¿Podré ver a otros chicos y tener amigos? —Por supuesto que tendrá amigos, en un colegio como al que va hay muchos chicos que serán sus compañeros de estudio. Pero no se haga ilusiones con respecto a Nixia. Es un planeta muy frío y sus habitantes tienen fama de ser más fríos aún. De pronto el grupo entró en una amplia sala sin ventanas que se encontraba completamente vacía, sin muebles siquiera, y las puertas automáticas de corredera se cerraron aislándolos del grupo de gente que los seguía. Los guardias se apartaron hacia los bordes de la sala, dejando a Lucas y Eneas en el centro. Allí el chico vio que en el extremo de la sala frente a ellos estaba una figura alta vestida con una amplia túnica adornada con dibujos en varios tonos de púrpura. La figura empezó a caminar hacia ellos y Lucas pudo darse cuenta que se trataba de Justus Bare, Sumo Sacerdote de la Catedral del Sol de Alfa Antiqua, quien era la mayor autoridad religiosa del Sistema, pero con casi nulo poder político. Lucas lo había visto varias veces en ceremonias oficiales, en esas raras ocasiones en que lo acompañaba su padre. Sabía que el Emperador le tenía poca estima y casi siempre estaba molesto con su presencia. —¿Qué pasa ahora? —preguntó Lucas a Eneas en voz baja. —La ceremonia del Anemonnia, por supuesto. Lucas no siguió preguntando. Sospechaba que tendría que haber sabido eso también, y no tenía ánimos para otro regaño por su poca dedicación al estudio.
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Cuando el sacerdote llegó donde estaban, dos chicos acólitos aparecieron detrás de su grueso cuerpo, con sendas túnicas verde oliva. Uno de ellos sostenía una gran copa dorada, adornada con brillantes piedras preciosas azules y amarillas. El otro acólito sostenía a su vez un cofre igualmente adornado. El Sumo Sacerdote puso las manos sobre la cabeza del Príncipe y miró hacia lo alto. Lucas deseó haber puesto más atención en sus clases, pues no tenía la menor idea sobre qué debía hacer en ese momento. Sinceramente esperaba no meter la pata. El Sumo Sacerdote, siempre mirando a lo alto, comenzó a decir: —«Oh, Gran Disco que calientas la Primera Piedra del Universo, recuérdanos. Desciende sobre este joven hasta su corazón, para que pueda guardar siempre tu calor y no esté solo en los tiempos del olvido». Lucas se sonrió pensando que había tenido razón en que se trataba de «olvido» y miró a Eneas de reojo, quién frunció el ceño. El acólito que sostenía el cofre lo abrió y lo acercó a Lucas. El Príncipe miró dentro y vio que estaba vacío. Tuvo la desagradable sensación de que le tocaba hacer algo en ese momento. Después de unos incómodos segundos de silencio Eneas disimuladamente lo pateó en los tobillos y le indicó su mano derecha. —El anillo, el anillo —murmuró entre dientes. Lucas se miró la mano y un fugaz recuerdo de sus clases pasó por su memoria. Sin mucho convencimiento se quitó el gran anillo, símbolo de la Casa Real a la que pertenecía, y lo depositó en el cofre. Al hacerlo pudo ver que el acólito hacía grandes esfuerzos por no reírse. Como no retiraba el cofre, Lucas trató de recordar si debía quitarse algo más, y escuchó a Eneas que decía, ya no tan disimuladamente: —El collar —su cara mostraba un gran disgusto, al igual que la del Sumo Sacerdote. Lucas se quitó el collar con la figura del disco solar que llevaba bajo su camisa, depositándolo también en el cofre. Para su alivio, el acólito cerró el cofre y retrocedió un paso, pero nuevamente pasaron unos segundos sin que nadie hiciera nada. Antes que Eneas pudiera hablar el Sumo Sacerdote dijo impacientemente: —¡Por la Gran Galaxia, Príncipe, su camisa! Sin atreverse a discutir, Lucas se sacó rápidamente la camisa finamente bordada que llevaba puesta. Como estaban en la estación más calurosa del año, no llevaba nada bajo ella, quedando con su torso des-
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nudo. Nadie hizo ningún gesto de recibirle la camisa, por lo que la dejó caer al suelo. —Sus zapatos. Por supuesto se sacó los zapatos. —Y ahora sus pantalones. —Pero… —¡Shhh! Cuando terminó de desvestirse, el acólito de la copa se acercó hasta él. Se sentía terriblemente incómodo en medio de esa gran habitación vacía, vestido sólo con su ropa interior y con todos los guardias mirando. Recibió la copa y se dispuso a beber de ella. Contenía una cantidad ridículamente pequeña de un líquido transparente. Lucas bebió y, aunque no percibió ningún sabor, sintió que un agradable calor subía desde su estómago y se propagaba por todo su cuerpo. El Sumo Sacerdote sonrió, y con su gran mano le revolvió el cabello. Sin decir una palabra se retiró junto a sus acólitos por el lado contrario al que había entrado, seguido de los guardias que marcharon en dos filas, cerrándose las puertas tras ellos. En la sala sólo quedaron Lucas y Eneas. El mayordomo sacó del bolso que llevaba colgando del hombro una sencilla túnica bordada y unas sandalias que le entregó al Príncipe. Lucas se puso esa ropa y siguió a Eneas por las puertas que se abrieron frente a ellos.
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CAPÍTULO 3 DESPEDIDA DE ALFA ANTIQUA La puerta daba a un salón mucho mayor que el anterior, muy iluminado por grandes ventanales en el techo, y repleto de gente. Tenía una altura de cinco pisos y numerosas filas de personas subían y bajaban por escaleras automáticas que llegaban a distintos niveles. También podían verse androides de información y otros de utilidad desconocida para Lucas. Al chico siempre le llamaban la atención los androides, pues no había ni uno solo en palacio, cosa que no dejaba de extrañarle. Avanzaron entre la multitud con completa libertad. Lucas se sentía extraño, pues era la primera vez que caminaba entre la gente sin una escolta de guardias imperiales a su alrededor. Comenzó a pensar que no estaba tan mal pasar desapercibido y se entretuvo mirando a las personas. Nadie parecía reconocerle y muchos caminaban apresuradamente, seguidos por carros de maletas que flotaban con la inconfundible luz violeta del campo de levitación bajo ellos. Algunas personas, que se notaban más acomodadas, tenían maletas que levitaban por sí mismas. Se dio cuenta que ni Eneas ni él llevaban sus maletas, las que seguramente habían sido enviadas directamente al crucero espacial. Un grupo de siete u ocho personas llamó su atención; iba encabezado por un hombre mayor, acompañado de un chico moreno que debía tener la misma edad que Lucas. Detrás venían cinco empleados que guiaban una gran cantidad de equipaje, la mayoría autolevitante, además de dos carros con baúles y paquetes. Cuando pasaban, las personas se apartaban y murmuraban, por lo que Lucas pensó que debían ser personas conocidas, aunque no los recordaba de ningún acto oficial al que hubiese asistido. Le preguntó a Eneas, apuntando al grupo: —Eneas, ¿sabes quiénes son ellos? —Ese es Cícero Cruz y su hijo Baldo. El chico también asistirá al
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Colegio Protocolar en Nixia. Aunque será su compañero, le aconsejo que no se meta con él. —¿Por qué dices eso? —Cícero Cruz es empresario de transportes, de hecho es el dueño de la Línea de Cruceros Antiqua, en la que viajaremos. Es una persona de mucho dinero y de mucha influencia en nuestro Sistema. El problema es que es un abierto opositor al Emperador. Lo ha criticado en forma pública en varias ocasiones. —No sabía que mi padre tuviera oposición. —Hay muchas cosas que usted no sabe de su padre, Príncipe. Lucas se detuvo y se quedó mirando a Eneas, que siguió avanzando. Tenía razón, había muchas cosa que no sabía de su padre. Volvió a mirar al grupo de los Cruz, y se le ocurrió que sería muy interesante conversar con ellos. Estaba en eso cuando escuchó la voz de Eneas que lo llamaba a diez metros de distancia: —¡Lucas, apresúrate que estamos retrasados! El Príncipe corrió para alcanzarlo, entendiendo que el exceso de confianza de su mayordomo se debía al Anemonnia. —Disculpe por llamarlo de esa manera —le susurró Eneas al oído—, pero recuerde que debemos pasar desapercibidos. —Sí, por supuesto, pero si me llamas por mi nombre la gente me reconocerá. —Su nombre se hizo muy popular después de que nació, por lo que hay muchos chicos que se llaman así. Siguieron caminando por un pasillo en dirección a la zona de embarque, y de pronto Lucas vio a alguien que hizo que le saltara el corazón. A unos metros delante de ellos estaba Diana, que lo miraba con una radiante sonrisa en la cara. Al instante los dos chicos corrieron y se abrazaron. —¡Diana, que bueno que viniste! —¡Qué gusto me da verte también! Pero, ¿qué ropa es esa? —Es mi ropa para ser común y corriente. —Bueno, pero yo no he visto a mucha gente vestida así, sólo cuando vamos a pasear al campo. —Sí, en realidad por aquí tampoco he visto a gente vestida como yo. De todas maneras es estupendo que hayas venido a despedirme.
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—Claro, también vine a desearte buen viaje. —Ah, por supuesto, viniste a despedir a tu padre. —A ti también, tenía muchas ganas de verte antes que partieras. A propósito, esta es mi mamá. La mujer que estaba junto a Eneas se le acercó, lo abrazó y le dijo: —Es un gusto conocerlo por fin, Príncipe, Diana me habla mucho de usted. Le traje algunas cosas para su viaje y para su estadía en Nixia. Sé que le serán muy útiles. La madre de Diana le entregó un paquete cuidadosamente envuelto. Se trataba de una mujer muy hermosa, con el mismo pelo y las mismas facciones de su hija. El cariño con el que lo abrazó y el regalo que le entregó lo pusieron muy feliz, hasta le dieron ganas de llorar. No había pensado que alguien fuera a despedirlo y a desearle buen viaje. A continuación Diana y su madre se despidieron de Lucas y Eneas. Los dos chicos se dieron un largo abrazo y se separaron con Diana secándose las lágrimas. Todo el encuentro en realidad fue muy corto, pues se encontraban bastante retrasados. Se pusieron en la fila de ingreso a los transbordadores. Miró a Eneas y se dio cuenta que también había soltado algunas lágrimas. —Eneas, yo… lo siento mucho. —¿A qué te refieres, Lucas? —Es por mi culpa que tienes que separarte de tu familia. —No digas eso. Es mi trabajo y lo hago con mucho gusto. —Gracias. Lucas vio que el grupo de los Cruz pasaba por una puerta lateral sin hacer fila, siendo recibidos con especial deferencia por un empleado de la línea de viajes espaciales. Después ellos mismos atravesaron una entrada donde les requirieron sus documentos. Una vez dentro de la zona de embarque no alcanzaron a avanzar mucho cuando fueron detenidos por un empleado de la línea de cruceros. —Disculpen, deben acompañarme por aquí —dijo el hombre, indicándoles una puerta ubicada en un muro alejado. —¿Hay algún problema con nuestra documentación? —le preguntó Eneas. —No, sólo acompáñenme. —Ya casi es hora del despegue, no podemos perder este transbor-
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dador —le respondió Eneas, con una voz más enérgica. Lucas empezó a sospechar que algo irregular estaba pasando. —No lo perderán, se lo aseguro —la voz del hombre reflejaba nerviosismo—, por favor acompáñenme, no me haga llamar a los guardias. —Evidentemente usted no sabe quiénes somos —le dijo Eneas. A Lucas le sorprendió esa insinuación de romper el Anemonnia. —No, no lo sé, pero créame que eso no importa —respondió. La cara de angustia con que el empleado de la línea de cruceros le respondió hizo ceder a Eneas, quien avanzó hasta la puerta que le indicaba manteniendo a Lucas detrás de él. El hombre le abrió la puerta rogándole con la mirada que entrara. Avanzaron a un cuarto más bien pequeño, cerrándose la puerta tras ellos. Eneas se detuvo en seco cuando vio que estaba ocupado por ocho hombres altos vestidos con el inconfundible uniforme rojo de los guardias imperiales. Lucas se adelantó, porque sabía que eso sólo podía significar una cosa. Buscó detrás de los hombres y vio a su padre. Los guardias se apartaron y el Emperador avanzó hasta ponerse frente a su hijo. Eneas buscaba algo que decir, pero no le salían las palabras, debido a la imponente presencia de Rómulo III, aún más alto que sus guardias. Llevaba un traje más bien sencillo donde destacaba un gran collar, réplica exacta del que Lucas había entregado minutos antes, pero el doble de grande. —Vi tu ceremonia de Anemonnia hace un rato —le dijo a Lucas con su profunda voz—, estuvo muy bien. La amabilidad del comentario le extrañó mucho al chico, más aún considerando cómo efectivamente se había desarrollado la ceremonia. Se quedó mudo. —El tiempo que pasé yo mismo en el Anemonnia —continuó diciendo su padre—, fueron los mejores años de mi juventud. Espero que tú también sepas aprovecharlos. A continuación se produjo un incómodo silencio. Evidentemente el Emperador esperaba que Lucas respondiera algo, pero como su hijo siguiera mudo, volvió a hablar. —Debes entender que todo lo que aprendas este año en Nixia será de crucial importancia para tu futuro… y para el futuro del Imperio. No desperdicies el tiempo. Otro silencio incómodo.
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—Bueno, espero que tengas un buen viaje, adiós —concluyó. Por un instante el Emperador no supo que hacer, y al fin repitió torpemente el gesto del Sumo Sacerdote, revolviéndole el pelo con la mano. A continuación se dio media vuelta y, de espaldas, se dirigió a Eneas por primera vez. —Eneas… —¿Sí, Su Alteza? —Eneas bajó la cabeza y miró al suelo, aún cuando el Emperador no podía verle. —Recuerda que eres responsable por la seguridad del Príncipe. —Sí, Su Alteza. Finalmente Rómulo III salió de la habitación por una puerta en el lado contrario de donde habían entrado Eneas y Lucas, escoltado por sus guardias. Después de unos segundos de silencio, Eneas dijo: —Eso no fue muy inteligente. —¿Qué cosa? —respondió Lucas. —No hablarle a su padre. Se dirigió directamente a usted. Pudo haberse enojado. —¿Tienes miedo del enojo de mi padre, Eneas? Eneas titubeó un instante. —Sí —respondió. —No me pareció que se enojara. Salieron de la sala por la misma puerta por la que entraron. Afuera los esperaba el empleado de la línea de cruceros, quien, sin embargo, parecía muy sorprendido de que hubieran salido. Sin ningún preámbulo les preguntó: —¿Qué pasó ahí dentro? —Eso no es de su incumbencia —respondió Eneas, con el rostro impasible. Siguieron caminando hasta la rampa de embarque, y entraron al túnel que llevaba al interior del transbordador.
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Jean Pierre Quiroz Rivera, nació en Ecuador (05-09-1997), pero reside desde los tres años en Ibiza. A los quince años ha terminado la primera obra que da a conocer, Antiqua, obra de ficción, aventuras y con toques fantásticos, destinada a lectores de todas las edades que disfruten con este género. Se cumple así el sueño que siempre ha tenido de compartir con otros lo que la imaginación le dictaba.
En el Planeta Alfa Antiqua vive el Príncipe Lucas, encerrado en palacio, sin más comunicación que la que le proporcionan su mayordomo Eneas y su hija Diana, con quien se reúne para jugar una vez a la semana. Lucas es el hijo del Emperador del Sistema Estelar Antiqua, Romulo III, aunque prácticamente no mantiene relación con él desde que su madre murió siendo muy pequeño, y al que ve en contadas ocasiones. Ahora, el Príncipe Lucas cumple doce años, eso significa que tendrá que ir a estudiar al Colegio Protocolar situado en el planeta Nixia. Sumado a que debe someterse a la ceremonia del Anemonnia, lo cual significa que durante su estada en el Colegio Protocolar no tendrá sus privilegios de príncipe y será tratado como un igual, por profesores y compañeros. Todo un gran acontecimiento para él, que pasará de no poder salir del palacio a viajar por el espacio y tener la oportunidad de conocer gente nueva. En su estancia en Nixia el joven Lucas conocerá a otros chicos de su edad con los que entablará amistad, también descubrirá cosas de su padre y de su madre desconocidas para él, así como la existencia de las Cofradías en el Colegio Protocolar y oirá hablar por primera vez de los cinco Totemos y de los Vigilantes. Además, desde hace algún tiempo su madre se le aparece en sueños para protegerlo y guiarlo hacia su destino. ¿O tal vez no sean sueños? www.noaediciones.com www.noaediciones.es www.escritorjeanpierre.webnode.es
ISBN 978-84-940914-2-1
9 788494 091421