Henri Rousseau. Escritos 1884-1914

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Henri

Rousseau Escritos 1884-1914

Traducciรณn Guido Sender


cubierta El sueño (detalle), 1910 Óleo sobre lienzo The Museum of Modern Art, Nueva York página 2 Yo mismo: retrato-paisaje, 1890 Óleo sobre lienzo Národní galerie v Praze, Praga

© de la edición La micro, 2017 Fuencarral, 115 - 2ºA 28010 Madrid © de la traducción Guido Sender coordinación editorial Noelia Romero diseño de la colección Pablo Nanclares impresión Brizzolis isbn 978-84-941342-4-1 depósito legal M-31975-2017 Impreso en España Printed in Spain


ÍNDICE — Nota autobiográfica Entrevista

6 12

de Arsène Alexandre

Cartas

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Crónicas de arte

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de Guillaume Apollinaire

El «Banquete» Rousseau

86

de Maurice Raynal

— Bibliografía y webgrafía

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Epitafio

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de Guillaume Apollinaire


Nota autobiogrรกfica 1895

Una noche de carnaval, 1886 ร leo sobre lienzo Philadelphia Museum of Art, Filadelfia




HENRI ROUSSEAU PINTOR * París, 10 de julio de 1895

Nacido en Laval en el año 1844, dada la falta de posibles de sus padres, pronto se vio obligado a emprender una carrera distinta a aquella a la que sus gustos artísticos lo destinaban. No debutó en el arte, pues, hasta el año 1885, tras muchos desengaños, solo, sin otra maestra que la naturaleza y con algunos consejos de Gérôme y Clément.** Sus dos primeras creaciones se expusieron en el Salón de los Campos Elíseos; tenían por título Una danza italiana y Una puesta de sol. Al año siguiente volvió a crear: Una noche de carnaval, Un trueno. A continuación, A la espera, Un pobre diablo, Tras el festín,

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Nota autobiográfica redactada para el segundo volumen, nunca publicado, de Portraits du prochain siècle; obra del editor parisino Edmond Girard.

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Jean-Léon Gérôme y Félix-Auguste Clément fueron ambos pintores de estilo académico. Clément, vecino de Rousseau, fue quien le facilitó un permiso oficial para hacer copias en el Louvre.

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La guerra, 1894 Óleo sobre lienzo. Musée d'Orsay, París Pasa espantosa, dejando por doquier desesperación, lloros y ruina. —Leyenda de la obra en el folleto del Salón de los Independientes de 1894 10


La partida, Cena en la hierba, Suicida, A mi padre, Yo mismo: retratopaisaje,* Scouts atacados por un tigre, Centenario de la Independencia, La libertad, El último del 51º, La guerra, Retrato del literato Alfred Jarry** … más unos doscientos dibujos, a pluma y a lápiz, y cierto número de paisajes parisinos y de los alrededores. Tuvo que pasar pruebas muy duras hasta darse a conocer entre los numerosos artistas que lo rodean. Se ha perfeccionado cada vez más en el género original que ha adoptado, y está a punto de convertirse en uno de nuestros mejores pintores realistas. Como signo distintivo, lleva la barba enmarañada y forma parte de los Independientes desde hace ya mucho tiempo, convencido de que a un autor cuyo pensamiento se eleva a lo bello y al bien se le ha de dejar que produzca en total libertad. Nunca olvidará a los miembros de la prensa que supieron comprenderlo y que lo sostuvieron en sus momentos de desánimo, y que lo habrán ayudado a convertirse en lo que debe ser. Henri Rousseau

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El término «retrato-paisaje» fue acuñado por Rousseau para indicar un retrato de cuerpo entero sobre un paisaje, un tema del que el artista se consideró pionero.

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Alfred Jarry, dramaturgo y poeta fundador de la Patafísica, fue una figura clave en la vida de Rousseau. Oriundo de Laval como él y treinta años más joven, ambos se conocieron en París en torno a 1893. Jarry fue de los primeros en reconocer el genio de Rousseau y en introducirlo en la bohemia de Montmartre, siendo él quien le dio su famoso apodo: el A ­ duanero. Gran admirador de su cuadro La guerra [p. 10] –primer gran éxito de Rousseau en el Salón de los Independientes– y de su estilo «primitivo», le encargó un retrato que se expuso sin mucho éxito en el Salón de 1895 y que aparentemente destruyó el propio Jarry.

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Entrevista de Arsène Alexandre 1910

Alegres bromistas, 1906 Ă“leo sobre lienzo Philadelphia Museum of Art, Filadelfia




LA VIDA Y LA OBRA DE HENRI ROUSSEAU PINTOR Y ANTIGUO RECAUDADOR DE ADUANAS [Comœdia, n.o 901, 19 de marzo de 1910]

Un día que pintaba un tema fantástico, tuve que abrir la ventana porque el miedo se apoderaba de mí. —Henri Rousseau, citado por el pintor P. S. [¿Paul Signac?]

El Salón de los Independientes abre sus puertas, y puertas tiene muchas. Por ellas entraron en los últimos veinticinco años un buen número de artistas en su momento desconocidos, y por las mismas puertas salieron en cuanto hubieron encontrado admiradores y marchantes. Debería escribirse un día la historia de esta Sociedad importante y amorfa, que guarda una fisonomía más o menos constante pese a contar siempre con elementos renovados. En ella veríamos un resumen, tanto más expresivo por cuanto proporcionado no solo por las eminencias, sino por una media entre los esfuerzos del arte actual y sus fracasos, lo que no es menos digno de interés. 15


A la espera de que un intrépido escritor, que precisaría el talento necesario para igualar y al mismo tiempo reunir armoniosamente La obra de arte desconocida y Bouvard y Pécuchet, acometa ese gran trabajo que no tendría en absoluto remuneración, conviene advertírselo, hoy querría presentar una modesta aunque singular contribución. No se nos ocurre mejor forma de celebrar la inauguración de los Independientes que estudiando a la persona y la obra de Henri Rousseau, quien, desde la fundación del Salón, ha deleitado y asombrado al público. Son conocidos sus cuadros, casi las únicas producciones verdaderamente cándidas de nuestra época. Pero, aparte de un número reducido de privilegiados o entusiastas, ¿quién se vanagloriaría de poder conocerlo en persona? Pensé que sería justo ir a visitarlo para que después, no pueda reprochársele a esta crítica una de esas lagunas que demasiado a menudo encontramos reprochables, cuando se trata de figuras importantes o curiosas, a aquellos que antaño asumieron la misión de hablarnos del arte y de los artistas de su tiempo. Así pues, fui a ver a Henri Rousseau a su casa, y se me resarcieron ampliamente las dificultades y fatigas de una exploración por un barrio algo híbrido y muy lejano, que añade a la dulce y conmovedora humildad de Montrouge la frugal aspereza de Vaugirard. En su taller pequeño y luminoso, decorado con algunas de sus obras, algunas reproducciones de Watteau y de ciertos boloñeses, así como con varios yesos agradables aunque sin gran estilo, encontré a un hombre perfectamente sencillo, cortés y en apariencia muy contento de vivir y trabajar. Estaba perpetrando sobre el lienzo una pelea de animales en una selva virgen; ustedes saben que se le da particularmente bien 16


este tipo de espectáculo. Sin esforzarme, obtuve de él la confesión de que nunca había viajado más allá de los invernaderos del Jardin des Plantes; y por la manera en que me habló vi de inmediato su naturaleza entusiasta. —No sé si a usted le ocurre lo mismo —me dijo—, pero cuando entro en esos invernaderos y veo esas plantas extrañas de países exóticos, ¡creo haber entrado en un sueño! Yo mismo me siento un hombre del todo distinto… Esto no significa —añadió por sentido de la justicia— que nuestra propia naturaleza no sea igual de fascinante. Este año ha mandado a los Independientes un gran cuadro inspirado una vez más en la flora tropical, El sueño [p. 19]. Henri Rousseau me dio a leer en una tablilla pequeña y dorada, parecida a una página de un manuscrito tibetano, la «explicación» del cuadro, que había preparado para colocarla debajo del marco: Yadwigha en un dulce sueño plácidamente dormida oía el son de una musette de un encantador biempensante. Mientras la luna baña las flores y los árboles que verdean, feroces serpientes prestan oídos a los aires alegres del instrumento. —Los cuadros necesitan una explicación, ¿no le parece? —me dijo—. La gente no siempre entiende lo que ve. —Sin embargo —objeté—, incluso sus cuadros alegóricos me parecen claros. 17


—Es verdad. Pero siempre es mejor poner unos versos. Le pregunté de dónde había sacado ese nombre tan americano de Yadwigha (yo pensaba que de alguna novela de ahora) y me respondió que era de una joven polaca que había conocido en su juventud, cuando era recaudador de aduanas municipales –y no ­aduanero, como se ha dicho siempre, por un error que conviene rectificar para la historia–*. Entretanto, yo examinaba un poco todo cuanto me rodeaba: su paleta, que en ese momento usaba para pintar los verdes de su selva virgen, puesto que él pinta todos los tonos iguales de un cuadro a la vez, y nunca he visto una paleta empastada con tantos verdes; su expresión confiada, pero no exenta de malicia, su aire desenvuelto y campestre; y al fin, en un rincón del pequeño taller, un personaje que al principio no había advertido, un anciano que se empeñaba en pintar sobre su regazo una figurita desnuda copiándola concienzudamente a partir de una página de un periódico ilustrado, reproducción de una ninfa del señor Raphaël Collin. —Es un vecino, un amigo —me explicó Rousseau—, no me atrevo a llamarlo alumno. Viene a trabajar aquí y está contento. Tiene setenta y cuatro años; es un pintor de paredes retirado; pero solo hace cuatro o cinco años que es artista. Se echaron a reír. Los buenos señores parecían encantados de ser parte integrante, aun modesta, del mundo privilegiado de las artes. Rousseau tiene solo sesenta y cinco años, pero también empezó relativamente tarde su carrera pictórica.

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Para ser exactos, Rousseau trabajó desde 1871 a 1885 en la puerta de ­Vanves de París como recaudador del octroi, una especie de tasa que se aplicaba al permitir la entrada de ciertos bienes de consumo en los municipios.

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El sueño, 1910 Óleo sobre lienzo. The Museum of Modern Art, Nueva York 19


Cartas 1884-1910

El puesto de recaudaciรณn de aduanas, c. 1890 ร leo sobre lienzo The Courtauld Gallery, Londres



La musa inspirando al poeta, 1908-1909 Óleo sobre lienzo. Museo Estatal de Artes Plásticas, Moscú 50


A GUILLAUME APOLLINAIRE* París, 31 de agosto de 1908

Apreciado amigo: Perdóneme por no haber respondido enseguida a su carta, estaba en el campo trabajando y no volví hasta ayer. He recibido también su encantadora postal, que le agradezco. En cuanto a su retrato, podrá venir a partir del 15 de septiembre, por la mañana o después de comer, que sería preferible según creo. Planeo, después de hacer el envío al Salón de Otoño, pasar unos días junto a mi hija, pero estaré de vuelta en la fecha que usted me indica. En cuanto vuelva puede mandarme una nota, más tarde nos pondremos de acuerdo sobre el tamaño del lienzo, etc. Esos días voy a ir al [jardín de] Luxemburgo a pintar un fondo. He encontrado un rincón bonito, muy poético. Tuvimos una velada encantadora, muy familiar y artística. Había anunciado su presencia, y prometí que sería la próxima vez, que tendrá lugar andando octubre; voy a hacer trabajar duro a la orquesta. Termino porque tengo mucho que hacer, le deseo salud, que siga bien el viaje y siempre mucho éxito. A la espera de verlo pronto, un cordial apretón de manos. H. Rousseau

Rue Perrel, 2 bis, XIV

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Apollinaire conoció a Rousseau en 1906 a través de Alfred Jarry. Al igual que este, quiso ser retratado por el pintor; en su caso, junto a su compañera, la artista Marie Laurencin (La musa inspirando al p­ oeta, p. 50). A lo largo de las jornadas de posado surgió una amistad cercana que permitió al Aduanero adentrarse en los círculos de vanguardia de la época.

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A EUGÉNIE-LÉONIE Sábado por la noche, 19 de agosto de 1910

A ti todos mis pensamientos.* Mi Léonie bienamada: Antes de acostarme, tengo que decirte dos palabras sobre esa reflexión que me hiciste en Vincennes cuando esperábamos al tranvía sentados en el banco. Me dijiste que si bien yo no te servía para nada, al menos te servía de bufón. ¿De quién es la culpa de que yo no te sirva para nada desde el punto de vista de la convivencia? O crees que no sufro, o crees que no me haría feliz sentir más a menudo las sensaciones de amor que experimentan dos seres cuando se aman como nos amamos tú y yo, sensaciones que son naturales. La mujer, como el hombre, no debe prohibirse el derecho ya que la naturaleza nos hizo así, nos creó el uno para el otro. Cristo decía: «Todo árbol o todo ser que no produce no es útil».** Por lo tanto debemos procrear, pero a nuestras edades no hemos de temer por eso. Sí, me haces sufrir mucho, puesto que afortunadamente todavía tengo sentimientos. Unámonos y verás si soy incapaz de servirte. Tú por tu parte sé menos fría conmigo, no me rompas el corazón cuando voy a acariciarte, como amargada y sin responder a mis acercamientos más que con pena y lamentos. Y por qué actuar así conmigo, porque nos conocemos en esto,

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Escrito en la esquina superior izquierda de la primera página, bajo el dibujo de la flor de un pensamiento.

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Rousseau suaviza aquí la siguiente cita evangélica: «Todo árbol que no lleva buen fruto, se corta y se echa en el fuego» (Mateo 7:19).

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creo, y porque nos amamos. Es verdad que, a nuestra edad, no nos casamos solo para esto, pero al final ni el uno ni el otro hemos dicho la última palabra. Y por qué, de un tiempo a esta parte, lloras, estás más preocupada; es porque comprendes ahora todo el mal que se nos ha hecho. Comprendes que podrías estar tranquila en nuestro hogar, no ir más a casa de otros, ser adorada, mimada por tu Henri que tanto te ama. Por qué causarnos otra vez tanta pena, tantos reproches infundados, por qué vivir separados de este modo. Todo por culpa de gente que te perjudica más que otra cosa. Mañana podríamos haber pasado un bonito domingo juntos, felices, muy felices, ¡pero no! En lugar de alegría en nuestros corazones, tendremos tristeza, en lugar de pasear, de respirar el aire puro del campo, juntos los dos, estaremos separados, alejados el uno del otro, y a ti te parece bien. Tienes tus razones para no querer dar disgustos, para no regularizar una situación incierta, pero no uses esta voluntad firme que tienes para hacernos sufrir, úsala para hacernos bien y para hacernos felices a los dos, verás si entonces no te serviré convenientemente. Mil besos afectuosos. Tu Henri todo tuyo. H. Rousseau*

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Apenas dos semanas después de escribir esta carta, el 2 de septiembre de 1910, Henri Rousseau fallecía en el hospital Necker de París a causa de una herida gangrenada en una pierna.

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Crónicas de arte de Guillaume Apollinaire 1907-1914

La boda, c. 1905 Óleo sobre lienzo Musée de l'Orangerie, París




EL SALÓN DE OTOÑO* ROUSSEAU EL ADUANERO [Je dis tout, 19 de octubre de 1907]

Este buen hombre envió algunos lienzos. El jurado los admitió. Pero el señor Frantz Jourdain, a quien sin duda se le escapó ese voto, mandó colgar los cuadros en la sección del Salón consagrada a las artes decorativas, y luego, sacándose de los bolsillos los retales de [rojo] Adrianópolis que siempre lleva a guisa de pañuelos, improvisó una cortina delante de los cuadros para cubrir y esconder enteramente las obras del Aduanero. Esta acción extraña escondía un misterio. Rousseau lo descubrió por casualidad.

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Esta crónica de Apollinaire, escrita para el periódico amarillista Je dis tout, se trata mayormente de una sátira sobre el Salón de Otoño de 1907, la cual contiene esta pieza dedicada a Rousseau; una de sus primeras invenciones sobre el personaje del Aduanero, a quien por entonces apenas conocía. No obstante, su objetivo principal a ridiculizar era el presidente del Salón, Frantz Jourdain, sobre el que ya había escrito al comienzo de la crónica.

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El día de la fiesta de inauguración, ese anciano se lamentaba. —Me reprenden —decía—. Pero no he hecho daño a nadie. Si no querían mis cuadros ¿por qué no los rechazaron? Los señores del jurado eran libres de hacerlo. En ese instante, rodeado por una aglomeración de admiradores venidos de Bélgica, pasó el señor Frantz. El viejo Rousseau tuvo un mareo. Se tambaleó. Lo sostuvieron. Y, habiéndose repuesto, exclamó: —Es él, ese señor. —De quién habla —le dijeron—, acaba de ver pasar a su presidente, el señor Frantz Jourdain. —¡No es posible! —murmuró el anciano aduanero. Entonces nos contó esta historia conmovedora: Treinta años apostado en la frontera, detenía al contrabandista, cacheaba a la contrabandista, hasta que, cuando me hice brigadier, una noche, en el tren de las diez, a un hombre correctamente vestido que viajaba con un permiso cacheé sus prominencias posteriores. ¡Oh tiempos lejanos! ¡Lejanas estaciones que el gas tan mal iluminaba! El señor transportaba cuatro mil cigarros. Le abrí un proceso verbal. Aquel tiempo pasó. Ciertos nombres: Gauguin, Cézanne, me hostigaban. Por su arte dejé la aduana. 76


Con este sobrenombre: el Aduanero, no soy el último de los pintores. Pero una ventana se ha abierto en mi recuerdo. Acabo de reconocer a aquel viajero orgulloso por vengarse de que por mi culpa viajara mal. Compadecimos largamente al desdichado Rousseau, constatando las diferencias profundas que existen entre las aduanas y las artes plásticas, y nos fuimos a ver el Zola de M[anet].

¡CUIDADO CON LA PINTURA! EL SALÓN DE ARTISTAS INDEPENDIENTES 6000 LIENZOS EXPUESTOS [L'Intransigeant, 18 de marzo de 1910]

[…] Rousseau, el Aduanero, ha mandado un gran cuadro ti­tulado El sueño [p. 19]: en un sofá de 1830 duerme una mujer desnuda. A su alrededor crece una vegetación tropical poblada de monos y aves del paraíso y, mientras un león y una leona pasean tranquilos, un negro –personaje misterioso– toca la flauta de tres agujeros. El cuadro desprende belleza, es indudable… Creo que este año nadie se atreverá a reírse… Y si no, pregunten a los pintores: son unánimes, lo admiran. Lo admiran todo, se lo aseguro, incluso ese sofá estilo Luis Felipe perdido en la selva virgen, y tienen toda la razón. […]

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El «Banquete» Rousseau de Maurice Raynal 1914

El sueño (detalle), 1910 Óleo sobre lienzo The Museum of Modern Art, Nueva York




EL «BANQUETE» ROUSSEAU* [Les Soirées de Paris, n.o 20, 15 de enero de 1914]

En el «Banquete» Rousseau, en 1908, nada fue premeditado ni organizado. No hubo alboroto en exceso, ni veleidades estúpidas al estilo de Montmartre, ni disfraces, y solo gracias a la calidad de ciertos asistentes fue que la fiesta tomara las proporciones que vamos a dar a conocer. La fiesta se organizó en la ya célebre casa del número 13 de la rue Ravignan. De madera, hecha a mano, la compararon primero a una granja, luego a un barco-lavadero,* * y finalmente a un inmueble que parecía destinado a los incendios de cinematógrafo

*

Apollinaire encargó este texto al crítico de arte Maurice Raynal como parte del número especial de Les Soirées de Paris que dedicó a Rousseau.

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Los barcos-lavadero (bateaux-lavoirs) eran embarcaciones fluviales amarradas corrientes en París en el siglo XIX. El famoso inmueble fue irónicamente bautizado como el Bateau Lavoir porque según sus habitantes crujía como un barco y por tener un único lavabo para todos.

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contra los cuales, en cualquier caso, todas las compañías se negarían siempre a asegurarlo. Ocupada sucesivamente por Maufra, Picasso, André Salmon, Van Dongen, Max Jacob y Mac Orlan, la casa alterna locuras, bello trabajo y dramas. Hoy, caída en desgracia, no cobija más que a unos pocos obreros con ínfulas artísticas, a fabricantes de cuadros falsos y, por penoso que resulte escribirlo, a un comerciante de cocos. La sala elegida para el festín fue el taller de Picasso. Aquello era un verdadero cobertizo que se sostenía gracias a unas vigas formidables, aunque demasiado imponentes para ser de verdad. En las paredes, despojadas de sus habituales ornamentos, habían colgado solo unas pocas máscaras de negros, hermosas, una tabla monetaria y un mapa de Europa; en suma, lo estrictamente necesario. El lugar de honor lo ocupaba el gran retrato de Yadwigha, la maestra polaca* [p. 91]. Habían decorado la sala con guirnaldas de farolillos. Por último, sostenida con caballetes, estaba la mesa, que parecía un servicio muy variado de cubertería. A las ocho de la noche todo estaba listo, salvo la cena. Los invitados iban a ser bastantes. Se contaban tres aficionados y coleccionistas venidos casi con urgencia desde Nueva York, Hamburgo y San Francisco, además de pintores, como la señorita Marie Laurencin, Jacques Vaillant, Georges Braque, A. Agero, etc., y escritores y poetas como Guillaume Apollinaire, Max Jacob, Maurice Cemnitz, André Salmon, René Dalize, un servidor y muchas damas encantadoras y hermosas que no vestían «a lo artista».

*

La admiración de Picasso por esta obra, que había descubierto en el puesto de un chamarilero al precio de cinco francos, fue uno de los motivos inspiradores del banquete. La identificación de la mujer como Yadwigha es dudosa.

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Retrato de una mujer, 1895 Óleo sobre lienzo. Musée Picasso, París 91


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