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La mรกs faulera


La más faulera Diseño de portada: Bredna Lago Ilustración de portada: © Kapitosh 1 Shutterstock © 2018, Mónica Lavín

Mónica Lavín

Derechos reservados © 2018, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V. Bajo el sello editorial PLANETALECTOR M.R. Avenida Presidente Masarik núm. 111, Piso 2 Colonia Polanco V Sección Delegación Miguel Hidalgo C.P. 11560, Ciudad de México www . planetadelibros.com.mx Primera edición impresa en México: enero de 2018 Primera reimpresión en México: abril de 2018 ISBN: 978-607-07-4534-8 No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos

de

Autor

y

Arts.

424

y

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Penal).

Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase al CeMPro (Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de Autor, http://www.cempro.org.mx). Impreso en los talleres de Litográfica Ingramex, S.A. de C.V. Centeno núm. 162, colonia Granjas Esmeralda, Ciudad de México Impreso en México

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Printed in Mexico

DESTINO


La más fau1era

S

iempre he sido torpe. He roto muchos vasos, tirado reba­ nadas de pastel o ensaladas con mayonesa sobre los sillones;

me he golpeado contra las esquinas de todas las mesas en la espi­ nilla, en la cadera, me he dado. en la cabeza con las trabes bajas, el nicho de las puertas de los coches y los espejos retrovisores; he picado con la punta del paraguas a la gente y he tirado adornos con mi morral de libros. Pero en aquel entonces, todo esto no era verdaderamente grave, el problema era a la hora de los partidos. Era la más faulera, difícilmente llegaba el fmal del juego sin escuchar: "la número 5 sale por faules". Entonces me sentaba en la banca con la boca seca y la palidez que me provocaba el coraje, quería patear el piso, llorar de rabia y no podía más que tratar de detener mis sienes que retumbaban cuando me cogía la cabeza con ambas manos mientras recargaba los codos sobre las piernas aún agitadas.


inco faules, ¿por qué cinco faules?, si mi intención era

en horas de entrenamiento, mis fines de semana en partidos

jugar limpio, con destreza, lograr saltar al momento del tiro

jugados, mi mes en torneos ganados. Mi diversión era el mo­

para tapar el balón sin que mi cuerpo se proyectara hacia el de

mento de tomar jugos o refrescos con el equipo después de

la contraria. Eran rozones, exceso de impulso, energía des­

un juego, mis amigos eran los del equipo varonil con quienes

bocada, entusiasmo desmedido: torpeza. Si por lo menos mis

compartíamos los partidos y las porras.

golpes hubieran sido intencionales... ; habría salido entonces orgullosa de la cancha, como si ello fuera una confirmación más de mi dureza golpeadora. El entrenador me hubiera sonreído consciente de que no lo hago de mala fe y de que mi impotencia me pone en el límite de las lágrimas. Siempre me lo recuerda al empezar el juego: ''Andrea, cuidado con los faules, manotea, evita la canasta pero no te acerques tanto". Cuando logro tapar algún tiro de esa forma aséptica, clara, con la que la mano asesta con fuerza en el corazón del balón al momento en que se desprende de los brazos, me grita un "bravo, así se hace", que me llena de contento. Mis primas y las vecinas con las que me veía los fines de semana no entendían que prefiriera el entrenamiento y dor­ mirme temprano para el juego del sábado en la mañana a ir a la fiesta del viernes. Mamá me reprendía por mi aspecto poco femenino: siempre en tenis, pantalones o shorts, sin la menor sofisticación en el peinado o el arreglo. No podía con los za­ patos delicados o con algo de tacón: mis piernas y mis pies estaban habituados a la suela de hule que los deslizaba sobre el cemento o la madera .del gimnasio. Mis tardes se medían

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Un espectador

S

ólo papá fue capaz de entender aquella necedad mía. Un día me acompañó a un juego, el torneo había iniciado dos

semanas atrás y los resultados no nos favorecían. Cuando nos quitamos los pants y los dejamos sobre la banca después de que el entrenador dio el cuadro, mi corazón empezó a latir desafo­ radamente. Nos acercamos al entrenador rodeándolo y después de acordar la táctica, el silbato llamó al inicio. Entonces volteé a verlo, estaba sentado en lo alto de las gradas. Empuñó la mano con el pulgar hacia arriba en señal de apoyo. Yo no sabía lo que era tener a un papá como espectador. Durante el juego no quise voltear más a verlo, ni cuando en­ cesté ni cuando inauguré mi récord de faules. Tenerlo como juez era imaginarlo sorprendido por la posibilidad de los aciertos y las fallas.


J gu mal, las contrarias eran mayores, mucho más ex­ p rim ntadas, y mis faules se sucedieron uno tras otro ante 1 impasividad zorrona de las contrincantes. "Cinco faules la 5." Entonces sí lo miré resignada, con ganas de sentarme a

-Espero que nos acompañe otro día, señor. Hoy no fue el mejor partido. Todas dan mucho más. -Con gusto -se despidió papá y puso su mano sobre mis hombros-. Vámonos, hij a.

su lado y confesarle que ése era mi problema, evidente ahora

Ni siquiera volteé para despedirme del equipo y de Julián.

para él. El entrenador comprendió lo súbito de mi salida, sa­

Iba triste. Hubiera preferido reprobar un examen a fallar en

bía que mi padre asistía por primera vez a un partido. Una vez

la cancha. ¡El único día en que papá cedía su domingo de

que me senté a su lado, sólo dijo: "más serenidad, Andrea".

periódico y descanso para verme jugar!

Permanecí el resto del juego en la banca, con la chamarra

-Te invito un jugo -dijo de pronto mi papá.

puesta y la impotencia de no poder ocupar más la cancha.

Sentados en la cafetería, me atreví por fin a confesárselo.

No quería mirar a mi padre ¿Para esto lo había hecho venir?

-Muchas veces me sacan por faules.

De ahora en adelante tal vez ya no alentaría mis ilusiones

-Qté lástima, porque das muy buenos pases y esos tres

basquetbolísticas. Al terminar el juego con el marcador en nuestra contra, mi padre se acercó. Lo presenté a Julián, el entrenador. -Mucho gusto, señor. Andrea es siempre una jugadora entusiasta. -Ya vi -dijo papá sonriente. Yo miraba el piso sonrojada; en realidad tenía ganas de salir corriendo, de llegar a casa, meterme a la cama y taparme la cara. -¿Qté pasa, Andrea? -me consoló papá levantando mi barbilla. -Nada -dije seca, temiendo que la voz se me quebrara en medio de una frase más larga.

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encestes limpios valieron la pena. -¿Tú crees? -¿No oías mis gritos? -No es cierto, papá. -Ya remediarás lo de los faules. Te falta colmillo. Las del otro equipo fauleaban sin que se notara. Me quedé mirando el vaso de jugo de nara�a. Papá volvía a sorprenderme con su sabiduría. -Cuando jugabas futbol, ¿hacías faules? -Desde luego, y a veces iba fuera. Pero aprendí a ser discreto y a faulear sólo cuando era inevitable. Aguantar el impulso de la fiera. Astucia, hija. Eso se da poco a poco. Algunos la adquieren más pronto que otros.

II


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r

increíble, el nudo en la garganta se resbalaba con el

dulzor ácido de la naranja mientras escuchaba a papá. Un t uevo

propósito se impuso: no sólo tenía que ser hábil botan­

do, pasando, corriendo, tapando, encestando, sino tenía que adquirir astucia. Colmillo, como decía papá.

La prima Rosaura

D osaura cumplía años ese viernes. Yo tenía entrenamiento !'\..ese día, pues el sábado iniciaba el torneo escolar para ar­ mar la selección. De los equipos de primero, segundo y tercero de secundaria se formaba uno solo, el que representaría a la escuela. Julián dijo que el entrenamiento más que duro en lo físico sería sobre estrategias en un tablero. A mí me encantaba eso. Durante las clases, sobre todo la de historia, llena de fechas y nombres sin explicaciones, apuntaba jugadas en la parte de atrás de mi carpeta. Hacía como que tomaba los apuntes pero luego se los pedía a Salvador. Pobre Salvador, algún día tendría que aceptar bailar con él en una fiesta. Sé que por eso me prestaba sus apuntes para fo­ tocopiarlos y que por eso iba los sábados a la escuela a echar po­ rras al equipo de nuestro salón. Salvador era gordo y respiraba

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t cuando subía las escaleras. Hasta los lentes se le ban. Los demás se burlaban de él.

Hice la lucha con mamá. -No puedo faltar, mañana comienza el torneo escolar.

"Ya contrata un limpiavidrios, Salvavidas."

Las de tercero son muy buenas y el equipo de segundo A

Así le decían por buena gente, pues siempre ayudaba a las

tiene muchas jugadoras altas.

nifi.as.

-Si no es la liga fulanita de tal o la zona, es el escolar.

"No le digan así", protestaba.

Nunca puedes ir con la familia salvo en vacaciones.

"Es el único caballeroso."

-Má, es importante.

"'Ay, s1, e1 e·¿ 1 campeador."

-Los 15 años de Rosaura también son importantes.

Como ése era el libro que leíamos en la clase de literatura

El argumento era aplastante: Rosaura no volvería a cum­

,

y a las mujeres nos gustaba mucho lo que explicaba la maestra

plir 15 años.

Conchita sobre los códigos de honor de los caballeros, los

-¿Puedo llegar un poco tarde?

niños del salón, que eran bastante bestias, se burlaban.

-Tus primos viven en Satélite. De Mixcoac a Satélite

Pero Rosaura, que era la hija de la hermana de mi madre,

está difícil llegar pronto en viernes.

cumplía 15 años; ¡a quién se le ocurría ese viernes! No creía

Me senté derrotada en el sofá de la sala. Virginia nos trajo

que me dejaran faltar. "Otra vez con tus partidos", se burlaba

unas quesadillas para cenar. Yo no tenía hambre. Era apenas

Eugenia, mi hermana.

lunes y la semana me parecía negra.

Si cumpliera 16 no habría tanto problema, pensaba yo.

-Mamá, Rosaura me cae gorda -dije rotunda.

Pero hay gran fiesta, con conjunto de rock, misa y -afortu­

Eugenia escupió la leche y me miró incrédula mientras

nadamente- sin escalinata con hielo seco. Rosaura era muy

limpiaba el estropicio. Nunca me atrevía a contravenir a mis

cursi, le hubiera encantado. Inventó que en lugar de vals iba a

padres, sólo peleaba mis espacios basquetboleros . Lo malo

bailar con sus chambelanes un popurrí moderno que llevaba

era que ocupaban tres tardes a la semana, los sábados por la

un mes ensayando. Se pintaba las uñas y los labios de rosa.

mañana y a veces los domingos también.

Lo peor era que su novio, Ricardo, que jugaba futbol ame­

-No es cuestión de que te caiga bien. Es tu prima. Su

ricano (y que era guapo), invariablemente se ponía a platicar

mamá es mi hermana. ¿Te gustaría que una hija tuya faltara

conmigo de deportes.

al cumpleaños de una hija de Eugenia?

Creo que por eso Rosaura odiaba que yo jugara basquetbol.

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ia me miraba burlona. Así, gordita y pícara, no po­

-Es que Rosaura quiere estudiar diseño de modas, qué

dill im:tginarme que fuera la madre de alguien. Pero no me

pena que no hubiera esa carrera en mi época. Menos mal que

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responder.

-¿A qué hora salen de casa? -pregunté como última posibilidad. -A las siete -dijo mamá. -¿Y si pasan por mí a la escuela?, es de camino. Yo me cambio en los baños. Mamá se fue meneando la cabeza, ésa era su manera de

tienes clara tu vocación. Ricardo apareció detrás de Ros aura y saludó efusivamente. -¿Cómo está la basquetbolera? -me guiñó un ojo: -Por poco se queda encestando en casa -se burló Eugenia. -Es que mañana empieza el torneo escolar. -No cambias -agregó Rosaura con fastidio.

decir que se daba por vencida y que sí, que pasarían por mí.

-Yo también tengo partido mañana, pero en Monterrey.

En casa de Rosaura habían colocado sillas en el garaje y la

-¿Contra quién?

sala se transformó en un gran salón también rodeado de si­

La conversación se había vuelto de dos. Los demás se ale­

llas. Meseros iban y venían. Había mucha gente. Rosaura se

jaron. Al rato volvió Rosaura por Ricardo, iba a empezar el

acercó a nosotros al vernos llegar. Eugenia me dio un codazo,

popurrí.

el vestido azul claro con rosas de tul en el escote era insopor­

-Nos vemos luego -dijo a manera de disculpa.

tablemente apastelado. Tuvimos que reprimir un ataque de

Más me valía alejar su sonrisa de mi mente. Era el novio

risa. -Qyé bonito vestido -exclamó Eugenia con ironía. -¿Te gusta? Es parecido al de Vivian Leigh en Lo que el

viento se llevó. -¿En serio? -preguntó papá, que no podía creer que Vivian Leigh hubiera usado algo así.

de mi prima y era mayor que yo, tenía 17 años. ¡Pero qué bonitas pestañas! Sobre todo, ¡qué a gusto se platicaba con él! Busqué a Eugenia para ver el baile juntas, aunque resulta­ ra peligroso por aquello de la risa. Por fin di con ella. -¿Qyé crees?, dice Rosaura que si te vuelve a ver platicando con su novio le va a decir a mamá.

-Bueno, con algunos cambios que yo diseñé.

-¿Qyé le va a decir? -pregunté asombrada.

Mamá entró al quite:

-Yo qué sé, que le estás coqueteando. El baile había empezado pero yo no podía mirar a Rosau­ ra. Sentí una ira enorme, unos deseos irresistibles de irme.

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o no había querido ir. Todos mis amigos se habían ido a lo jug

s

mientras yo terminaba de cambiarme en los baños

d 1 escuela. Ricardo tomaba a Rosaura de la cintura y hacían figuras con lás demás parejas en una coreografía ensayadísima. Me uní a los aplausos distraída. No podía acallar mi malestar. -No le hagas caso. Es una tonta.

Vi el destello azul celeste de su vestido moverse entre los danzantes. -¿Me permites? -se interpuso mi prima. -Oye, Rosaura, yo la saqué a bailar; estaba sola e intento ser cortés con tu prima. -No necesito cortesías -contesté irritada. Me alejé de prisa, sin mirarlos. Necesitaba en�rar a un

-Pero Ricardo no.

baño. Las lágrimas se me agolpaban traicioneras. Esperé tras

Eugenia me miró adivinando mis pensamientos.

la puerta cerrada minutos eternos con la vista clavada en el

-Olvídalo. Ya se hartará de ella. O tal vez no.

paisaje marino colgado en la pared. Dejé correr el llanto ra­

-No hubiera venido, ¿ves?

bioso. Luego abrí el grifo y me eché agua para lavar las hue­

-Acuérdate de lo que dijo mamá de cuando tú y yo ten-

llas de los ojos enrojecido s.

gamos hijos -dijo con sorna. Un chico se acercó a sacar a bailar a Eugenia. Yo me pe­

Afuera tocaban. -Ocupado.

gué a la mesa disimulando la incomodidad de no tener con

-Abre, soy Eugenia.

quien hablar y de estar como a la espera.

Entró y cerramos de nuevo.

Busqué con la mirada a papá y a mamá para unírmeles. Hablaban con los tíos y otra pareja. Ricardo se acercó. -¿Bailamos, prima?

muy simpáticos. No me preguntó nada. No era necesario. Ricardo se había

-Sí -dije apenada, temerosa de la mirada de Rosaura.

ido de la fiesta y Rosaura nunca me perdonaría sus deslucidos

-Olté bonito les salió el popurrí -dije diplomática.

15 años.

-¿Te parece? -Sí. -A mí no me gustan esas cosas, pero qué quieres, es el cumpleaños de Rosaura.

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-Ven a divertirte, hermana. Vamos con los Cosío. Son


Nace una selección

J\ 1 final de los torneos interescolares ya había logrado do­ r\.minar este cuerpo fuerte y torpe que rebasaba los límites de sus propósitos. Salvé varios partidos sin la obligada expul­ sión: mis saltos, gracias a los extenuantes entrenamientos, eran más perpendiculares; mis asechanzas para arrebatar un balón al bote, más medidas; mis incursiones a encestar bajo el tablero, menos arrolladoras. Durante los juegos siempre tuvimos la mirada escudriña­ dora del entrenador, a quien no sólo le bastaban los resultados del marcador. Mientras nosotras nos refrescábamos la cara en los baños de la escuela, reprochándonos las fallas cuando per­ díamos o alabando cierto pase magistral cuando ganábamos, el entrenador deliberaba con algunos del equipo de tercero de secundaria que se habían convertido en sus consejeros. En una libreta de pasta azul anotaba el juicio final, los récords de

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faules, violas, doses ganados, tiros libres, encestes,

fue resquebrajándose. Las que se alineaban al frente preten­

, ' so lo sabíamos, pues después de los juegos interes­

dían esconder su júbilo en consideración de las que no habían

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:

s solía hacernos sus comentarios. Ahora la función de

corrido con la misma suerte.

libreta era crucial, pues del batallón de muchachas bas­

Mi corazón latía agitado. Tenía la boca seca. Ocho es­

quetboleras debía escoger a diez para formar la selección del

taban ya al frente, orgullosas. De pronto escuché: ''Andrea

colegio. Julián sufría, pues al fin y al cabo todas éramos sus

Domínguez", y busqué decidida una mirada cómplice: Ma­

alumnas y todas deseábamos ser elegidas, llevar el uniforme

nuel, el norteño, al otro lado del patio me sonrió. Me puse

distintivo, jugar contra otras escuelas y viajar a provincia.

de pie con mis compañeras de equipo, que para entonces ya

Había un muchacho alto de Sonora que estaba siempre

comenzaban a sentirlo suyo. "Bienvenida", me dijo Paloma.

cerca de Julián. A pesar de ser nuevo (apenas había entrado

Con Araceli, también de segundo de secundaria, la selección

este año), jugaba mejor que nadie. No en vano, decía Julián,

quedó integrada.

en el norte jugaban desde chiquitos en todos lados. Además la frontera estaba muy cerca y a veces competían con escuelas del otro lado. Se llamaba Manuel. Yo no me atrevía a mirarlo mucho, no quería ser una más de las descaradas admiradoras del norteño.

Julián pidió el apoyo de las demás y aplaudió nuestro esfuerzo: -Pertenecer a la selección es un mérito que hay que con­ quistar constantemente. Entonces puso su mano al centro y pidió que pusiéramos

El día del último partido, el entrenador nos pidió que

las nuestras una encima de la otra, y gritáramos a coro el

aguardáramos en la ba'nca para escuchar los nombres de

nombre de la escuela. Los muchachos de la recién integrada

quienes integrarían la selección. El silencio fue aplastante

selección varonil, de la cual Manuel era ya el capitán, unieron

cuando Julián se paró frente a nosotras con su libreta azul

sus manos a la pirámide.

como escudo contra el malestar de las jugadoras que que­

Nos tocaba el reto de enaltecer al colegio, de portar un

daran fuera. Primero nos felicitó, explicó la importancia de

nombre y tener un espíritu más allá de la cancha de los re­

una seleéción y los criterios para integrarla. No nos debíamos

creos. Destapamos los refrescos que Julián había comprado

desanimar si esta vez no formábamos parte de ella, ya nos to­

para todos, y después de beberlos y celebrar, nos quedamos

caría. Las muchachas que él nombrara debían pasar al frente.

sólo los integrantes del equipo de la selección.

Con la mención de cada nombre la fila tensa que aguardaba

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-Bueno, muchachos, desde el martes comenzamos el 1

trcnamiento de la selección. Cuento con toda su entrega

-dijo Julián. Esa noche resultó difícil conciliar el sueño. Mi hermana Eugenia se despertó cuando me acerqué al escritorio y prendí la luz para escribir en mi diario. -¿Qyé traes, hermana? No son horas de estar despierta.

El p rimer reto

-Es que hoy me eligieron para formar parte de la selección de básquet. -Ya era justo, no piensas en otra cosa. Hubiera querido contarle a Eugenia que a veces sí pensaba

bonito. Me acobardé, mejor lo escribí y cerré mi diario con

E

llave.

tra una preparatoria. Julián lo anunció un viernes. Cada equipo

en otra cosa, que había un muchacho que me miraba muy

llos fueron los primeros en comenzar. A las dos semanas de haber iniciado los entrenamientos ya teníanjuego con­

entrenaba en una cancha distinta, pero al mismo tiempo. Al final del día, festejando que se acababa la semana y no había tareas ni trabajos que entregar, nos echamos una cascarita. Mezclamos los equipos para que estuvieran parejos y jugamos. Julián nos dejaba relajarnos y se unía a la diversión. -Cada vez llegas más tarde los viernes -recalcaba mamá. -Es que es seleccionada -le explicaba Eugenia. -¿Y esos pants? -Son los del equipo -contesté orgullosa de mis pants negros con tres franjas de colores al hombro. Ese viernes nos lo dio libre Julián.


..

-A ver, Sebastián y Manuel vayan a la oficina de depor­ tes por las cajas que dicen básquet. Allí en el patio nos entregó nuestros paquetes. La semana pasada nos habían tomado medidas. -Apresuré la entrega para que mañana vayan bien vestidos. -¿Nosotras también? -preguntó Araceli. -Desde luego, los equipos tienen la obligación de apoyarse. La selección de basquetbol del colegio es una. La idea nos entusiasmó, los uniformes también. Corrimos

Las mujeres nos fuimos a sentar bajo la canasta. Paloma, que siempre tomaba el mando, comenzó a repartir. -¿Qyién quiere el4? Araceli sin duda, pues ése había sido su número antes de la selección. Paloma se brincó el 5 y siguió repartiendo. -Y tú, Andrea, ¿por qué no has escogido? -No has mencionado el 5. -Es que ése siempre ha sido mi número. -El mío también -dije dispuesta a defenderlo. -Toma el1 5.

al baño a probamos los shorts y los pants negros, la playera

-Tómalo tú.

blanca. Subirse el cierre de la chamarra frente al espejo con­

Julián se acercó después de haber term

firmaba el honor de ser seleccionado. Era una responsabili­ dad. El nombre del colegio estaba bordado en la espalda. -Te queda muy bien, Andrea -dijo Manuel al toparnos en el pasillo de los baños de regreso a la cancha. Lo miré ruborizada. Imaginé cómo nos veríamos cami­ nando juntos con el uniforme negro. -¿A ti cómo te quedó? -pregunté torpe. -La chamarra, un poco corta de mangas -estiró sus brazos inmensos. -Es que tienes los brazos de mono -lo molesté. -¿Por qué crees que escogí jugar básquet? Conforme fuimos salpicando la cancha de negro, Julián sonrió complacido. El equipo cobraba forma. -Aquí están los números. Escojan.

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los muchachos.

inado de hablar con

-¿Qyé pasa? -Andrea quiere el 5, que siempre he sido mi número, tú sabes, Julián. Julián me miró. Paloma no me intim idaba con su estatura y corpulencia, y mucho menos con su plan autoritario. -También ha sido mío.

-Pero yo soy de tercero, lo he usad o más tiempo. -A ver -dijo Julián-, cuando esto sucedía en mi equipo el entrenador nos decía 'gánense lo". Por hoy el 5 no es de nadie. En el primer partido que jueguen las dos toman otros números, y la que mejor respond a ese día, se lo lleva. El equi­ po de los muchachos será el jurado. Me pareció bien.

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S r d nuevo el 5 costaría trabajo. Paloma ni siquiera se t1

pidió. Supongo que le parecía ridículo someterse a esas

pru bas. Araceli, Raquel y yo nos despedimos de los muchachos con un "hasta mañana" tímido. Al día siguiente, a la hora del juego, vi que Manuel llevaba el 5 en la espalda.

¡A sudar!

L

os entrenamientos comenzaban a las tres de la tarde.

Apenas teníamos tiempo de comernos una torta en la

cafetería de la escuela y de cambiarnos. Procurábamos hacerlo en la primera media hora después de que tocaban la campana de salida y aprovechábamos la segunda para tirarnos en el pasto del kínder. El sol nos daba en la cara. Araceli decía tonterías que nos hacían reír: que Ramón era bizco, que Paloma era una mandona, que Manuel parecía gorila con esos brazos. Era la hora de la risa; Raquel se reía tanto que tenía que correr al baño y apenas libraba hacerse pipí allí mismo tirada en la hierba. -¿Pero qué les pasa? En medio de nuestras carcajadas, Manuel y Ramón se habían acercado sin que nos diéramos cuenta. Las carcajadas explotaron ante su presencia inesperada y justo después de haberlos mencionado.


¿ 1 od mos sentamos a oír el chiste?-preguntó Ramón.

-

-Pero menos ágiles -señaló Manuel.

- ' s que no te va a hacer mucha gracia -contestó Ara-

-Qy.é bien has estado observando -lo molestó Teresa.

li on ojos pícaros que asomaban entre sus rizos. -Mejor hablemos del juego del sábado, ¿qué les pareció?

-preguntó Manuel

-Julián quiere que le ayude -se defendió "el bato", como le decían, por norteño. -¿Como a qué? -preguntó Raquel.

-Lento -dijo Raquel.

-¿A qué será, boba? -se burló Araceli-. ¡A entrenarnos!

-Eran muy sucios -agregué yo.

-¿En serio? -pregunté disimulando el gusto que me

-Bueno, ¿y nosotros? -intervino Ramón. -Tú no metes ni una canasta -se atrevió a contestar Araceli con un gesto que descubría lo mucho que Ramón le gustaba. -Nada más porque tú eres la mejor encestadora del equi­ po, pero no todos somos iguales. -Bueno ya, somos equipos compañeros y con el entre­ namiento seremos mejores. ¿O no, Andrea? -intervino Manuel. -Sí, aunque a mí me cuesta mucho trabajo tablerear. Ya ves cómo nos está insistiendo Julián en coger el balón de re­ bote en el aire y encestar -respondí. -Eso sobre todo me toca a mí que soy poste -dijo Manuel. -A mí me toca ser de todo -agregó Ramón. -Qy.ién te manda ser comodín -nuevamente arremetió Araceli. -Ahora con la selección tal vez yo sirva mejor de media.

daba. -Y hablando de entrenamientos -dijo Teresa-, ya son las tres y cuarto. Los cinco salimos a toda velocidad hacia la cancha. Ju­ lián ya había comenzado. Cada equipo, alineado en dos filas, corría pasándose el balón a todo lo largo de la cancha. Nos íbamos a incorporar a nuestro respectivo grupo cuando Ju­ lián gritó: -Oigan, ustedes, tres vueltas trotando en todo el patio, 50 sentadillas y 20 lagartijas. Y el que se tarde más lo repite. Cada vez que pasábamos junto a los equipos se oían risas y burlas. En las lagartijas las tres mujeres nos quedamos solas, pues Ramón y Manuel acabaron pronto. Teresa estaba pálida. -Tengo ganas de vomitar la torta -me dijo mientras doblaba los codos para intentar la lagartija 19. Entonces Araceli terminó y yo simulé perder fuerza y rei­ nicié la 20 cuando Teresa acababa su serie.

Paloma y Sara son más altas -reflexioné en voz alta.

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3'


-Andrea, repite el ejercicio, sin las lagartijas -se com­ pl leció Julián. Raquel fue al baño. Paloma me miró triunfal cuando me incorporé al equipo.

-¿"El bato" nos invitó un jugo? -preguntaron asombra­ das mientras volvíamos a la cancha con los pants y nuestras mochilas a despedirnos de Julián. -No se retrasen de nuevo, pues el castigo aumenta.

-Ese 5 se te va -me susurró con sorna.

-Es culpa de Ramón -volvió a la carga Araceli.

Ya volvía Teresa visiblemente recuperada. En el último

-De Araceli, más bien -se defendió Ramón.

tramo del entrenamiento, Julián se acercó y dijo que Manuel

-Bueno, niños, ¿nos vamos? -dijo Manuel.

le ayudaría a mejorar las deficiencias individuales durante la

Y echamos a andar. Adelante iban Ramón, Araceli y Te­

última media hora de cada sesión. Entre las chicas se hizo un silencio. Manuel puso un ejer­

resa. Manuel me venía explicando lo que tenía que hacer para saltar vertical y liviana.

cicio. Yo lo miraba sentada sobre el balón; estaba cansada, mi

-Si nos va bien en el interescolar le digo a Julián que lleve

generosidad con Teresa se la cobraban mis piernas acalam­

a los equipos a Caborca, los atenderían de lujo. Camita asada

bradas. Manuel se acercó al final.

todas las noches, guitarreada, montar a caballo, duraznos para

-¿Estás cansada, Andrea? -Me duelen las piernas. -Entonces ya no vamos a hacer mucho hoy. Sólo una serie de 10 tablereos. Yo la aviento, tú brincas y sueltas. Me puse de pie. El'balón botaba en el tablero. -Eso, estira los brazos, suelta en el aire. -No puedo más -dije con fatiga. -¿Y si te invito un jugo en la esquina? Me cayó como balde de agua fría. -A tus amigas también. Ya sé que caminan juntas al autobús.

aguantar en los partidos. Allá si cala el sol, es desierto. Olté bonito sonaba aquello. Mientras bebíamos nuestros jugos de naranja, escuchábamos . Me imaginaba el desierto con cerros de arena y nada a la vista. -¿A poco crecen plantas? -preguntó Teresa, que seguro tenía la misma idea que yo. -¿Plantas? Hay sembradíos de trigo, viñedos, algodón, jitomate. Es cuestión de echarle agua a esa arena. No e como en las películas, con camellos y túnicas. ¿Nunca han ido al desierto mexicano? -No, hay que ir -contesté tajante. -Yo prefiero ir al mar, que nos organicen un juego en Veracruz -dijo Araceli.

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-También -dijo el bato-, pero antes deberíamos ir a mi rancho. Ramón y Manuel nos acompañaron hasta la parada. Todas les dimos las gracias. Manuel me ayudó a subir al camión. Llegué a casa aún con la sensación de su mano en mi brazo.

Por el5

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uch chas, mañana hayjuego -anunció Julián un v1ernes.

Paloma y yo nos miramos. Las dos sabíamos que iríamos por el 5. -Es contra el Tabares. -¿Las vecinas? -Sí, mañana a las 10 de la mañana en sus canchas. -¿En sus canchas? -preguntó Araceli, que parecía perder su temeridad. Era nuestro primer juego como selección y jugaríamos en terreno enemigo. Encima, yo lucharía por conquistar mi nú­ mero y Paloma también. -Muchachos , p aren el juego -gritó Julián-. Acérquense.

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Llegaron agitados y sudorosos. Busqué la mirada de Mauel mientras el e�trenador pedía que nos apoyaran mañana.

-Me parece que es hija de los Salazar. -¿Y quiénes son?

Ninguno debía faltar aunque no jugara. Nosotras necesi­

-Amigos de mis padres.

tábamos todo su apoyo. Y desde luego todos debíamos ir

-Uy, no te nos pongas propia que hoy vas por el 5.

uniformados. Nos quedamos de ver en la entrada de nuestra escuela, más valía entrar al colegio enemigo como un grupo unido que de uno en uno. Así lo hicimos. Cuando dieron las 9:30 habíamos llegado todo el equipo de mujeres y la mayoría de los muchachos; marchamos hasta el Tabares, cruzamos la

Araceli refrescó el recuerdo de la doble lucha que hoy me tocaba librar. Como si Julián estuviese leyendo mi pensamiento, se acercó para dar la alineación. -Todos los días hay que luchar por ser la mejor del equi­ po y por vencer al contrario.

entrada y el patio frente a miradas curiosas. Nos esperaban en

El contrario era mejor nombre que el enemigo. Sólo que

la cancha. Julián saludó al entrenador enemigo como si fuera

Paloma no me parecía la contraria en esta ocasión sino la

su amigo -seguramente lo era- y nos señaló la banca de

enemiga, la engreída poseedora del mismo deseo: ser el 5.

enfrente, que sería nuestro cuartel esa mañana. Manuel no había llegado, extraño siendo el ayudante del

-Juegan Araceli de media; Charo y Raquel de alas, y Paloma y Andrea de postes.

entrenador. Entonces Ramón y Pablo eran los que nos da­

La sangre se me heló. Ni siquiera miré si la hija de los Sa­

ban las bolas mientras calentábamos en nuestra canasta. De

lazar entraba a abrir juego. Me tocaba ser poste con alguien

cuando en cuando calábamos al otro equipo: quién encesta­

que para empezar era más alta y corpulenta que yo. Y para

ba, quién era la más al�a, o la más rápida. Ellas hacían lo mis­

acabarla de amolar, Manuel no hacía acto de presencia.

mo, pues nuestras miradas se esquivaban constantemente. -Te va a tocar la 12, está de tu vuelo -me susurró Araceli. Sí, era alta, pero no demasiado. Su cara me pareció conocida.

Todos juntamos las manos, la banca y el cuadro, el en­ trenador y los muchachos, y gritamos "zeppelines", qu era como se llamaba el equipo de la escuela desde hada mucho tiempo. Paloma saltaría en el "dos". Antes de qu dieran el silbatazo, me miró a mí, "la enemiga", y luego a la contraria.

-Creo que la conozco -le contesté a Araceli.

Una muchacha del otro equipo interceptó cl gane de Palo­

-Pues ella te mira mucho.

ma en el aire y dio un pase largo a su compafl.era, que ya se

37


lgaba bajo la canasta. Tiró. La pelota botó en el tablero,

Me miró severo. La Salazar tenía dos tiros libres. Del otro

cuperé y la devolví a Araceli. La adrenalina fluyó impe­

lado del área Paloma me miró con la sonrisa de la Monalisa.

d

II C

1

r

tu sa con ese inicio espectacular del Tabares. Araceli calmó el balón y pudimos armar juego. Charo perdió el enceste y las contrarias se descolgaron de nuevo. Eran veloces. Esta vez, de tres pasos llegaron bajo la canas­ ta y anotaron. La que interceptó el lance era peligrosa, daba

Las dos aguardábamos el fallo del segundo tiro para recupe­ rar la pelota. Falló, y Paloma y yo saltamos por el balón. Lo comenzamos a pelear a jalones. -Somos del mismo equipo, tonta -le dije entre el force­ jeo y las risas de las contrarias.

pases certeros. El entrenador pidió tiempo fuera: cambio de

-Q¡é me importa -contestó altanera.

táctica, marcaje personal. Fue cuando me tocó cuidar a Vir­

Lo solté avergonzada y me quedé sin fuerzas para correr al

ginia Salazar. Con sus piernas largas se descolgaba a toda

pase. Araceli lo recibió, lo pasó a Raquel y encestamos. Otra

prisa. Era un buen poste.

vez ese saque que nos tomaba desprevenidas y el pase a Vir­

Paloma y yo ya no nos mirábamos más, el juego estaba

ginia Salazar. Pero yo, que me había quedado detrás, lo anti­

reñido y el marcaje nos tenía atentas. Araceli tiró y anotó.

cipé, me atravesé, lo pasé a Paloma, que tiró y dio al tablero.

Aprovechando nuestro j úbilo, la rápida sacó a toda prisa,

Cuando ella iba a recuperarlo, yo salté y tiré en el aire como

pasó el balón a Virginia y no pude alcanzarla. Encestó. Julián

había estado practicando con Manuel. Encesté. La gente en

me gritó que estuviera atenta. Entonces recordé el S, de nue­

la banca gritó, Paloma me miró insultante.

vo el S. La empecé a perseguir como perro. La hostigué con

-Esa bola era mía.

mis manos, siempre buscando sus movimientos.

-Pues muévete rápido -le dije soberbia.

-Ya déjame, Andrea -reclamó desesperada cuando no le permití recibir pases. Le estaba acorralando, bajo la canasta recibió un pase e intentó tirar, yo di de lleno en el balón. -¡Faul! -gritaron. -No fue faul -le dije furiosa al árbitro-, está sordo, no oyó el sonido hueco del balón.

Q¡ise celebrar mi pequeño triunfo, busqué a Manuel y para mi sorpresa estaba vestido de traje oscuro, recargado en el fuste de la canasta. Me guiñó un ojo. Después de eso todo fue distinto. Me sentí más ligera, más segura y menos torpe, hasta que Julián me sacó. -¿Por qué? -reclamé sorprendida. -Hay otras compañeras. -Pero voy por el 5, Julián.

39


l rimero vas por el triunfo.

No me importaba lo cochina, me importaban los cochi­

Allí me quedé mirando a Araceli, a Paloma y a la chica

nos dos tiros libres que le esperaban. Con el corazón desbor­

S üazar encestar. Julián las llamó y cambió la defensa: sería

dado y sin mirar más que la red de la canasta, deseé con todas

marcaje personal. A Paloma le tocó la Salazar. Julián volteó a

mis ganas que fallara. Y falló. Le volvieron a dar el balón. Se

verme con dulzura cuando el equipo volvió a la cancha. Era

concentró, respiró y lanzó un tiro limpio. Cuando me apre­

una prueba.

suraba a lanzárselo a Raquel, sonó el silbato. El juego había

Manuel se mantuvo bajo la canasta el resto del juego. Me

terminado con un punto a favor de las contrarias. Lancé el

intrigaba verlo tan bien vestido y me sorprendía que sin su

balón al piso, rabiosa conmigo, y me apreté la cabeza. Esta

atuendo deportivo también se viera guapo. A las dos o tres

vez Manuel se acercó y puso sus manos sobre mis hombros:

descolgadas de Virginia, el entrenador pidió cambio y entré por Paloma. Salió echando chispas. -No se vale, lo hiciste a propósito -reclamó a Julián. -No sólo hay que encestar, Paloma, hay que dar todo

-Bien jugado, Andrea, bien jugado. Hubiera querido lle­ gar a tiempo pero tuve que arreglar un asunto. No me alegré, seguí con la cara hundida. No quería ver al equipo.

para evitar que encesten. ¿Por qué crees que Andrea comete

-Lo siento -dije al llegar junto a Julián.

faules?

Sólo Paloma me miraba victoriosa.

El juego estaba reñido y la porra contraria era más po­

-Fue un buen juego, muchachas. Me siento complacido

tente que la nuestra. Faltaba muy poco para que terminara

por la pelea. Además es el primer partido de la selección,

el juego cuando Araceli intentó un tiro de media que nos

espero mucho más para los siguientes.

despegara del empate. Fue desafortunado . Recuperó el balón uno de los postes contrarios y lanzó el pase mortal.

El Tabares se acercó y nos dio la mano a una por una. Todas dijimos un tímido "felicidades".

La Salazar lo atrapó y en mi desesperación por tapar el

-El próximo es en nuestra sede -dijo el entrenador.

tiro, esta vez mi cuerpo cayó sobre el de ella, derribándola.

-¿Te lastimé? -le dije a Virginia.

El faul fue ostentoso. Le di la mano para que se pusiera

-No, ya ves que fue para bien -dijo con toda malicia.

de pie.

-No hay duda de que es mío el 5, ¿verdad, Julián? -pre-

-No sabía que fueras tan cochina -me dijo Virginia.

sumió Paloma una vez que se fueron las triunfadoras. Yo ape­ nas alcé le vista. Estaba segura de que ya no me correspondía.

4'


-1' llar en el juego por exceso de voluntad es algo que se pu d mejorar. La discordia y la vanidad personal estorban al •quipo, espero que sepas moderar eso. He decidido que el 5 sea tuyo pero que Andrea sea la capitana de la selección. Allí se necesita generosidad y entrega. El resto de las chicas me abrazaron. Yo aún no sabía si lamentar lo del 5. Me parecía que Julián le había dado una

Fogueo sobre ruedas

lección a Paloma. El honor me correspondía a mí.

S

iempre pensé que conocería Oaxaca con la familia en uno de esos habituales viajes turísticos que a mis padres les

gustaba hacer en coche. Pero Julián nos había dado una invita­ ción para participar en un torneo en Oaxaca. -¿Por qué Oaxaca? -preguntó Eugenia en el desayuno el domingo. -Pues porque allí debe tener algún conocido el entrena­ dor -resolvió papá. -Hubiera sido mejor Veracruz o Acapulco, ahí por lo menos hay mar -se burló Eugenia. -A lo que vamos es a jugar -respondí. -No me digas que no vas a pasear. Fue la primera vez que mamá dijo que parecía divertido. Por la manera en que dio un sorbo a su café sabía que tenía su permiso y que había recordado algo.

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-Yo fui a Oaxaca con una amiga de tu abuela a pasar mis 15 uf'los. -¿Es bonito? -pregunté entusiasmada por el apoyo de mamá. -Ya han pasado muchos años, y no tengo idea de cómo

Salimos un viernes después del colegio. Allí estaba el ca­ mión esperándonos. Llevábamos nuestro maletín. Las dos semanas antes del viaje pasaron de prisa con la emoción de viajar como selección a otra ciudad donde estaríamos los dos equipos juntos horas enteras.

será ahora, pero en ese entonces a mí me parecía muy espe­

Fuimos la envidia de toda la escuela. La alegría se nos

cial. Los !turbe vivían en una casa colonial con patio al cen­

desbordaba mientras subíamos y acomodábamos las maletas

tro, las ventanas daban a un callejón estrecho. Justo el día de

en el compartimiento para equipaje; finalmente nos despedi­

mi cumpleaños me llevaron serenata unos muchachos.

mos con una sonora porra de la escuela y de la ciudad de Mé­

-Ya decía yo que tu entusiasmo se debía a algún amorío -bromeó papá. Eugenia y yo la imaginamos entre los barrotes de una ventana con la piel y la sonrisa frescas.

xico. Los chicos se sentaron en la parte de atrás del autobús y nosotras adelante. Julián había pedido que lleváramos tortas para aguantar las largas horas de carretera que al principio distrajimos comiendo, cantando, jugando "dígalo con mími­

-Tú como eras un donjuán, crees que sólo eso me impor­

ca" hasta que las curvas de la sierra y el cansancio nos ven­

taba, pero mi amistad con Dolores, los tazones de chocolate

cieron. Entonces Julián aprovechó el silencio y la caída de la

en que sopeábamos el pan y esos paseos por la tarde en los

tarde para explicarnos qué era un round robin; jugaríamos el

portales cuando íbamos a tomar un refresco eran todo un

sábado y si ganábamos, el domingo íbamos contra el otro ga­

deleite.

nador del sábado. Si perdíamos el sábado, quedábamos fuera.

-Y los muchachos, ¿iban a los portales? -preguntó Eugenia con picardía. Mamá se sonrojó. -A veces. Un día les enseño las fotos, niñas. Ya estarán casi descoloridas. -Y a mí, ¿me las vas a enseñar? -dijo papá con ciertos celos.

L':lego dijo que saber jugar con la casa en contra era parte del aprendizaje de una selección. -Además -se río-- vale la pena desayunar en el mer­ cado de Oaxaca. Desde que supe que iríamos de viaje me entusiasmaba la posibilidad de estar cerca de Manuel mucho tiempo. En ese momento de sueño cuando sólo se veía el paisaje oscuro

-Sólo algunas.-bromeó mamá.

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ht1l icra querido recargarme en su hombro en lugar de en el

-Sí, allá está mi familia.

de Ara y escucharlo platicar de las noches en el desierto.

Araceli regresó y casi grita cuando vio a Manuel allí. Se

Araceli se paró para ir al baño y yo me quedé sumida en ese paraje estrellado adivinando las formas de la vegetación allá afuera. Una voz de hombre me sobresaltó. -Es bosque de encino.

había quedado platicando con Raquel y no se había dado cuenta de que su sitio estaba ocupado. Manuel se puso el dedo en los labios indicando silencio y me susurró "nos vemos". Araceli se sentó con ojos de plato.

Manuel se acomodó a mi lado.

-Yo creo que le gustas.

-¿Y Araceli? -pregunté sobresaltada.

Miré por la ventana para ocultar mi sonrisa.

-Le amarré un trapo a la boca y la obligué a cederme su asiento bajo amenaza de meterle el pie durante el juego si se oponía. Me reí con el gusto de saber que él también había querido estar a mi lado. La oscuridad del camión nos protegía del choteo que seguramente sobrevendría si nos veían juntos. No me importaba que hicieran bromas con otro, pero con Ma­ nuel sentía una enorme timidez. -¿Por qué llegaste de traje el otro día? -Venía de la boda civil de mi tío. -¿Con el que vives? -Sí, el que era soltero hasta hace dos semanas. -¿Y ahora dónde vivirás? -Mientras está de luna de miel, allí me quedo. Como luego vienen las vacaciones de verano, ya me preocuparé al regreso. -¿Te vas a Caborca todas las vacaciones? -pregunté ante el abismo que me .parecían siempre esos dos meses fuera del basquetbol. Ahora, las razones se multiplicaban.

47


Al son de la marimba

E

l juego de las chicas era a media mañana, el de los hom­ bres por la tarde. Apenas pude ver desde nuestra ha­

bitación, que daba a la plaza, los grandes árboles y el kiosco alrededor del cual mamá seguramente caminó. Desayunamos con el uniforme puesto en el restaurante del hotel. -Mañana madrugan para que desayunemos en el mer­ cado -propuso Julián. Estábamos emocionadas conversando ruidosamente y de­ voramos con avidez la comida. Al terminar, el entrenador nos dio una hora para holgazanear, nos veríamos en el lobby, caminaríamos al gimnasio, que estaba muy cerca. Ara, Raquel y yo salimos a la plaza de cantera verde. El cielo era azul intenso y el aire limpio. Comenzábamos a sentir calor con la chamarra y los pants puestos. Estábamos

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s

ntadas en las bancas del parque cuando vimos a Paloma y a

Manuel caminando alrededor del kiosko. -Como novios de pueblo -dijo Raquel. Araceli le dio un codazo. Yo los miré en silencio. Deseaba que no advirtieran nuestra presencia.

-Y Manuel muy a gustito -intervino Raquel ya casi

n

la puerta del hotel. Mejor no lo hubiera dicho. É se era mi coraje. Subí a toda prisa al cuarto y me encerré en el baño. Qy.ería llorar de ira, de impotencia. Manuel no me pertenecía, estaba claro. Nadie

-Vámonos -dije mientras me levantaba.

le pertenece a nadie. Sin embargo, la noche en el autobús

Ellos ya venían de regreso y nos los topamos de frente.

me había hecho creer que existía una complicidad. Un pacto

Paloma sonrió oronda. Manuel me miró directo a los ojos. -Buenos días, capitana -saludó Paloma con ironía.

secreto se desvanecía. Baj é cuando todos ya estaban en el lobby. Echamos a an­

-Mala tarde, diría yo -murmuró Araceli entre dientes.

dar calle arriba como un tropel de caballos excitados, pavo­

-¿Tienen algún asunto con el ayudante del entrenador?

neando nuestra estampa retadora. El gimnasio estaba a unas

Manuel miró al horizonte perturbado.

cuadras. Cuando entramos sentimos el golpe del calor bajo el

-Ninguno -dije seca-. Más vale que regresemos al

techo de lámina. Las gradas estaban llenas, el equipo contra­

hotel, ya va siendo hora. Y eché a andar por delante. Las chicas me alcanzaron. -Es una pedante -dijo Raquel-, ni un pase le voy a dar en el juego. -Momento. Eljuego está por encima de nuestras simpatías -ordené investida de capitana. Hasta entonces me daba cuenta de lo que irritaba a Palo­

rio calentaba en medio de la cancha. Esperábamos un abucheo general, tal como cuando noso­ tros lo hacíamos con las escuelas visitantes. Pero aquí hubo respeto, un silencio que nos hizo sentir terriblemente ex­ tranjeros. El entrenador del equipo de Oaxaca se acercó a la banca donde nos instalamos. Saludó a Julián y nos dio la bienvenida. Antes del juego, ya estábamos sudando.

ma, el que yo tuviera ese lugar y también, hasta ese momento,

Julián dio el cuadro y todas nos pusimos listas para el salto

entendía la responsabilidad no sólo en la cancha sino fuera de

de dos que siempre le tocaba a Paloma. Esta vez me contuve

ella de buscar la cohesión del grupo, el espíritu de equipo que

para no mirar a Manuel antes del juego, su apoyo me estor­

ella hacía tambalear.

baba. Cuando el silbato sonó y el balón se puso en juego, la

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-¿A poco no te molestó? -siguió Araceli.

marimba comenzó a tocar. Nos desconcertó por un segundo

-Sí, pero hoy. no puedo enojarme con ella.

y luego se volvió un sonido más entre el bote del balón sobre


el cemento, los gritos y las porras de la sede que opacaron las de nuestros equipos. El calor nos comenzó a agotar. Julián pidió tiempo para dar indicaciones y para que bebiéramos agua. Paloma estaba especialmente enrojecida. Julián le preguntó si estaba bien o quería un cambio. Seguiría, ¿cómo iba a darse por vencida? Nos iban ganando. Los que estaban en la banca nos gri­

Monte Albán

taban "ánimo" cuando pasábamos cerca, la marimba tocaba "La llorona" y el graderío parecía un buque en llamas. Le­ vantar la pelota, lanzarla, despegarse, correr, eran esfuerzos superiores bajo ese calor. De pronto el árbitro silbó, Paloma,

Todas corrimos a verla, Julián le dio agua. Manuel le toma­

P

ba el pulso. Estaba pálida. Nos asustamos. Alguien pasó un

habían perdido por una canasta y su ánimo estaba decaído. Yo

frasco de alcohol y Paloma reaccionó al olerlo. Tenía la cami­

me sentía culpable de su fracaso. Cuando Manuel encestaba no

seta empapada en sudor. Entre Manuel y Julián la cargaron y

demostraba mi alegría. Paloma, por el contrario, ya recuperada

la recostaron en una banca. El árbitro dio otro pitazo para que el juego siguiera.

de su baja de presión, y con el calor amainado, se regodeaba en ' . "bravos y "ammo, muehachos,.

Manuel estaba sentado al lado de Paloma y la tenía cogida de

Llegamos al centro ceremonial en dos camiones, uno para

la mano. Yo encesté, me hicieron faul y volví a encestar. Todo

cada equipo. Intentamos ser cordiales unos con otros mien­

el coraje se volvió ímpetu que, contagiado, volteó el marca­

tras atravesábamos el centro ceremonial, aún con nuestros

dor. Bajo el son de la marimba, y sin la mirada de Manuel,

pants, para llegar a la pirámide situada al poniente, allí don­

ganamos.

de nos esperaba el espectáculo solar. Nos sentamos en los

esperando un pase largo bajo la canasta, se había desmayado.

ara la caída de la tarde el equipo anfitrión había orga­

nizado una excursión a Monte Albán. Los muchachos

,

escalones y miramos el color nara�a del cielo. Comprendí que era un lugar para estar cerca de los dioses. Fijé mi vista en el disco casi rosa que se hundía en el horizonte como una

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53


da en la ranura de una alcancía. Por instantes no existió

el roce de Manuel cuando se sentaba a mi lado en la ban­

nndic, no importó mi coraje hacia Paloma ni mi resentimien­

ca. Olvidé por completo la presencia de Paloma hasta que

t por Manuel. Sentí el gozo de haber dado un buen juego y

alguien la mencionó. No estaba allí. A pesar de su actitud

la placidez de la grandeza de ese paisaje.

conmigo, me inquietó. Dije que iba al baño del hotel, toqué

n

Una mano sobre mi hombro me sacó de mis cavilaciones.

en su habitación.

Ni siquiera me había dado cuenta de que Manuel estaba sen­

-Soy Andrea -respondí antes de que abriera.

tado en el escalón detrás de mí. Volteé sorprendida. El sol se

Me miró con extrañeza .

perdía y el cielo estallaba en colores de fuego. Manuel tardó

-¿09é haces aquí?

en quitar la mano de mi hombro. La muchedumbre nos pro­

-Vine por ti.

tegía de la evidencia. Lo quería.

-Ni que te importara tanto.

De regreso optamos por mezclarnos los anfitriones y los

-Vente a divertir con todos -le dije por respuesta.

fuereños. Manuel tiró de la manga de mi sudadera cuando

-No estoy de humor.

pasó hacia el camión de los oaxaqueños . También me fui

-A lo mejor te pones de buen humor -insistí-. ¿Te

hacia allá con Araceli y Raquel. Paloma, afortunadamente,

pasa algo que me quieras contar?

no tuvo la agilidad. El júbilo nos ocupó todo el camino de

Paloma recargó los codos en sus piernas y sostuvo su cara

regreso, nos quedamos de pie casi en corro para mirarnos las

entre las manos. Era bonita, pasada de peso, pero de faccio­

caras. Cantamos canciones mexicanas que todos nos sabía­

nes finas.

mos, como "No volveré", ya casi llegando a la ciudad el tono

-Ya que insistes te diré que mi problema eres tú.

subió y las canciones picarescas con sus finales disimulados

Me quedé helada. No encontré respuesta. Ella siguió.

nos hicieron reír.

-Sí, ayer Manuel me confesó que le gustabas .

Manuel y yo cruzábamos miradas entre risas. Compartir ese atardecer nos había reconciliado. Julián insistió en que nos durmiéramos temprano, pero esa noche, después de despedirnos del otro equipo, salimos a disfrutar la plaza. Contamos chistes y seguimos cantando.

Recordé mi coraje al verlos dando vueltas alrededor del kiosko. Sentí el alivio de mis celos infundados. -Lo siento -dije con torpeza. -09é lo vas a sentir, si es como para estar muy contenta -contestó con rabia.

En bola no nos daba vergüenza desafinar. Me gustaba sentir

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55


-Ahora que lo dices -me defendí-, tienes toda la ra­ zón, porque él me gusta. -A mí también -dijo abatida. Entonces me senté a su lado y la abracé. Extrañamente, no me rechazó. -Puede ser un buen amigo tuyo y habrá otros muchachos. -Pero no Manuel -insistió.

Antes de vacaciones

Era difícil consolarla cuando yo era la que estorbaba. Pareció leerme el pensamiento. -Aunque tú no existieras, yo no le gustaría a Manuel. Como que no tengo mucha suerte con los muchachos. -Si no te defendieras tanto, si demostraras que también fallas ... Paloma se quedó callada, sentí una enorme ternura por ella.

O

axaca fue una lección de solidaridad. A veces cuando mamá se ponía a tararear "La zandunga", que ahora

yo ya reconocía, recordaba el calor pasmoso del gimnasio con techo de lámina y la pieza que acompañó el triunfo. Desde ese

De afuera nos llegó el sonido de las voces cantando muy

viaje, Paloma y yo platicábamos más. Al ser ella depositaria de

de cerca. Las dos nos asomamos por el balcón. Los que can­

la confesión de Manuel, era cómplice de nuestro acercamiento.

taban en las bancas nbs llevaban serenata. Paloma y yo nos

Eso parecía complacerla. Araceli no entendía muy bien el cam­

miramos y sonreímos. Sospeché que podríamos llegar a ser

bio y hasta se encelaba. Pero la verdad es que cada vez jugába­

amigas.

mos con un mejor sentido de equipo. Sí, los dioses zapotecos y Julián habían intervenido para que así fuera. Chicos y chicas nos acompañábamos en los partidos con un apoyo que alegraba a nuestro entrenador. La voz comenzó a correr. Después del último juego antes de vacaciones haríamos una fiesta sorpresa a Julián. Como cumplía años a mitad del verano no estaríamos en la escuela.

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Se merecía el festejo aunque fuera por el simple gusto de agradecerle sus lecciones y empuje. Ahora que ya los pants habían perdido el brillo de la novedad, los calcetines se escu­ rrían gastados, los juegos ganados eran más que los perdidos, los trofeos se acumulaban en la vitrina del salón de deportes y la montaña de manos y el grito antes de comenzar el juego estaban cargados de confiado entusiasmo, sabíamos que ha­ bía pasado el tiempo desde que se formó la selección. Ahora éramos un equipo. Debe haber sido la certeza de que era el último juego de la temporada, porque a los 10 minutos del partido con el Co­ legio Inglés yo ya llevaba tres faules. Tenía rabia, rabia de volver a perder el control y la sagacidad para defender, de tapar bolas sin rozar el cuerpo, de saltar vertical y no sobre la contraria. Rabia también de ir perdiendo. Las del Inglés eran rápidas. Interceptaron. La 8 que yo cuidaba recibió el

Mi corazón latía iracundo. La contraria falló tambi én el segundo y Paloma atrapó el rebote. No tuve fuerzas para des­ colgarme. Entonces me gritó Julián desde la banca . -Andrea, reacciona. Pedí tiempo con las manos. Sentía las lágrimas agolpa rse en los ojos. Además no quería salir por faules. Oye me cam­ biaran. Había perdido la voluntad y era el último juego antes de las vacaciones. Entró Sara por mí. Salí sofocada. Julián no me dijo nada. Sabía que lo había defraudado. Tenía unas enorm es ganas de llorar. Qyería decirle que lo sentía y no pude. Sara era len­ ta y no respondía a la velocidad del juego. Seguíamos abajo en el marcador. Julián estaba furioso. Entonces comen zó a despotricar. -De qué te sirvió avanzar, tanto entrenamiento, si se te olvida en la cancha, si haces tres faules en 10 minut os.

para brincar vertical, pero la rocé al golpear la bola. El árbi­

-El tercero no fue faul -dije con la voz entrecortada . -¿Y no puedes sobreponerte a la injusticia? ¿No puedes dar batalla luchando hasta demostrar al árbitro su error? Por­ que los árbitros se equivocan. Y una vez señalada la falta no pueden pedir perdón. Vas a entrar a la cancha y vas a sacar

tro marcó faul. Alcancé a ver a Julián que de pie azotaba su

esa casta que demostraste en Oaxaca, vas a dar todo porque

cuaderno contra el piso.

éste es el último juego de la temporada. Aunque te saquen por faules.

balón y lo lanzó adelante de la1 5 que ya se descolgaba. No me fijé que Paloma estaba ya abajo y corrí desesperada a ata­ jar un enceste casi seguro. Tuve el temple en el momento en que la jugadora levantaba la pelota por encima de su cabeza

-No fue faul -grité. -Tranquila -me dijo Paloma al irse a colocar para el rebote.

ss

Nunca había visto así a Julián. Mi corazón latía con el coraj e de sus palabras. Entré al relevo por Sara.

59


e la banca. -Duro, Andrea -gritó Manuel desd tos para bajarle los <21tedaban ocho minutos. Ocho minu y anotar. Julián me humos a las contrarias, para defender razón y no el instinto puso de centro, a dar juego, a usar la quebré el ritmo veloz salvaje. Intentamos pantallas y jugadas, imientos . Dimos bo­ del juego de las otras y armamos mov a usual. Recobramos la las a Araceli, que anotó con su calm

El cumpleaños de Julián

confianza.

ue perdimos , la senEl quinto faul fue inevitable, y aunq dio la mano a cada una. sación no fue de fracaso. Julián nos un apretón y me miró a Yo fui la última. Entonces me dio los ojos. ote. -Nunca deje s que lo de afuera te derr

Busca tu propia

ste. fuerza. Lo sabes hacer, ya lo demostra pudor, quizá sin la Entonces salieron las lágrimas sin tiempo lento de las vaca­ comprensión de los demás. Venía el ido a los días se había ciones, la añoranza por lo que daba sent n, a Paloma, a Raquel Í instalado . Extrañar a el juego, a Juliá enamiento, mis tenis y a y a Araceli, las torta s antes del entr cha de la uva. Manuel, que se iría a Caborca a la cose

L

a fiesta se organizó en casa de Paloma. 11 nfa una casa

grande, dos hermanos y, como nos enteramos e e día, una

tía que los cuidaba pues su papá viajaba mucho. 1 or u mamá nadie preguntó. Fue brusco entrar a una vida, cl ba quctbol sólo mostraba una parte, seguramente la más gozo

a,

d la vida

de Paloma. En realidad poco sabíamos de lo qu h.bía tras el uniforme. El dilema fue llevar a Julián sin que se percnt r de que era una fiesta para él. Paloma se volvió de pués d l ju go una actriz descomunal. Fuimos a tomar un refr comenzó a llorar en la mesa. Julián se a

r ó.

co y Paloma

espués Ju­

lián nos lo contó todo en la fiesta: Paloma 1 pidió que fuera a hablar con su familia pues pensaban qu

u interés por el

basquetbol era por el entrenador, un hombr ya hecho que seguramente abusaría de su pequeña.

6o


Todos disimulamos mientras veíamos a Paloma limpiarse las lágrimas y a Julián ponerse colorado. Sólo a Paloma pudo ocurrírsele tal enredo. "Déjenlo en mis manos", había dicho sin ponernos al tanto de su plan. -Tiene que ser mañana, Julián, pues mi padre está en México -insistió Paloma.

y una libreta en cuyas tapas aparecía una canasta de básquet. Le diría a mamá que era el regalo de Julián. Pero en realidad sólo la libreta era paraJulián, el llavero era para Manuel. Pen­ sé que si de allí colgaba sus llaves me tendría presente todo los días. Araceli y yo quedamos de vernos en casa de Raquel para

-Pero, es que mañana ... -contestó Julián, que quería

tomar el autobús juntas. Ya antes habíamos dado el dinero

festejar su cumpleaños de otra manera que no fuera dando

para que Paloma tuviera el pastel, los refrescos y los sánd­

una explicación a la familia de Paloma.

wiches. Casi todos llegamos puntuales. Nos abrió la tía de

-Es sólo un momento. Nos vemos en el café La Plaza y

Paloma y nos pasó a un salón grande que ya estaba prepa­

de allí nos vamos juntos a mi casa. Por favor, de eso depende

rado para la reunión. Había globos pintados como balones

que pueda seguir jugando.

de básquet, un letrero con "Felicidades Julián", y sillones y

Cuando salimos de la tienda y fingimos despedimos de

sillas apartados hacia la orilla sobre la loseta brillosa. Manuel

Julián hasta el final del verano, Paloma nos guiñó el ojo en

estaba en una esquina repasando los discos que podríamos

señal de que todo estaba arreglado para el día siguiente en

escuchar.

su casa. Estaríamos allí a las seis de la tarde, ella llegaría con Julián media hora después. Faltaba tanto para las seis de la tarde desde la hora del de­

Saludé primero a los que estaban en el camino y llegué hasta donde Manuel, quien, ensimismado, no me había visto. -Ya no tardan -le dije por la espalda.

sayuno, que ese sábado no sabía cómo acortar el tiempo. De­

-Qyé bueno que llegaste, para que me ayudes a encon-

seaba que Manuel me hablara, hasta ahora me daba cuenta

trar una canción de cumpleaños. ¿No te he saludado, verdad?

de que nunca nos habíamos dado los números telefónicos. La

-y me dio un beso en la mejilla.

frecuencia de vernos en juegos y entrenamientos tenía un ritmo que nunca hizo necesarias las llamadas. Estábamos seguros de encontrarnos en el terreno que nos unía. Al mediodía fui a la papelería, sabía que mamá no estaba y le pedí al empleado que me anotara un llavero con un tenis

6z

Fue una fortuna estar de espaldas al resto porque sentí que la cara me estallaba de rubor. -Ni yo -contesté y le devolví el beso, con el rubor y los testigos a mi espalda. Era el último día que lo vería en dos meses.


De pronto se oyó un rumor, alguien apagó las luces y to­ dos nos agazapamos tras los muebles. Manuel y yo nos que•

damos pegaditos. Se oyó la voz de Paloma.

desde allí hizo señas para que se acercara Manuel. Despué me llamó a mí. -Estoy orgulloso. Cierro este año contento. Sólo quiero

-Por aquí, Julián, ahora le aviso a mi padre.

confirmar que aunque yo dejara de ser su entrenador ustedes

Entonces se encendieron las luces y mientras Julián con­

seguirían manteniendo el espíritu del equipo.

templaba absorto el decorado, todos salimos de los sillones, exclamamos felicidades y nos acercamos a abrazarlo. Manuel puso "Las mañanitas" cantadas por Pedro Infante. Cuando Julián se sentó aún no recobraba la serenidad. -Si te tienes que ir en media hora, como quedamos ... -bromeó Paloma. -Me atrapaste con tu historia, espero que no sea verdad. -Mi papá ni siquiera sabe cómo te llamas -dijo Paloma con cierta amargura. La reunión se llenó de anécdotas, juegos, chistes, bromas

Manuel y yo nos miramos. Algo había de despedida en las palabras de Julián. -Tenlo por seguro -contestó Manuel-, pero explícate. -Me ofrecen una jefatura de deportes en una escuela en mi tierra. Es tentador. -No quiero que te vayas �e rotunda-. Tú me has enseñado lo que sé. -Pero ya lo aprendiste -se defendió Julián-. Confío en ustedes. El basquetbol es nuestra pasión; entonces, ¿cuál es el problema?

y apodos. Circularon la comida y los refrescos. Las canciones

-¿Y cuándo sería eso? -preguntó Manuel. -Me espe­

que escogía Manuel se antojaban bailables, pero nadie se ani­

ran después de Navidad, aún tendremos unos meses cuando

maba. Hasta entonces sólo nos conocíamos como jugadores,

se acaben las vacaciones.

era difícil romper el hielo.

-Ya tomaste la decisión, ¿verdad? -le dije triste. Julián

Manuel preguntó la hora e hizo un gesto de desazón.

asintió. Entonces lo abracé, que los demás pensaran que era

-Yo sí me tengo que ir en media hora para tomar el au­

por el cumpleaños, no me importaba.

tobús. Traigo mi maleta y todo. Sentí el estómago revuelto. Sentados en círculo como es­

-Empuja siempre a tu equipo, eres una buena capitana. Manuel se quedó mudo. La campana lo salvó de la tristeza.

tábamos no podíamos platicar solos. Hubiera querido darle el

-Me tengo que ir.

llavero. Julián estaba parado junto a la mesa de los refrescos y

-Cuídala, vale la pena. Sobre todo ahora que vas a ser el entrenador.


-¿Te refieres a Andrea? -preguntó desconcertado. -¿Acaso no estás de acuerdo? -guiñó un ojo Julián. Manuel me miró y sonrió como si lo hubieran descubierto. -Claro, coach. ¿Dijiste, yo entrenador? -Creo que puedes hacerlo muy bien, ¿aceptas? -No te preocupes, todo está bajo control -contestó Manuel como en las nubes.

Descanso a los tenis

-No, no todo -dije con tristeza. Manuel buscó su maletín y se despidió de todos. Finalmen­ te volvió al rincón donde Julián y yo seguíamos callados. Apro­ veché para colocar el paquetito en la mano que estiró hacia la

-Luego lo abres.

C

-Hasta septiembre, preciosa -susurró.

no. Habían pasado dos semanas infernales, sin un solo día de

Ya no pude contestar, mientras Julián y él se daban un

botar la pelota y sentir su textura tensa bajo mis manos. Euge­

abrazo de despedida, me deslicé al baño. Era un buen lugar

nia y yo ayudábamos en la papelería durante la mañana. Era un

para llorar.

pacto con nuestros padres desde niñas.

mía mientras se despedía.

uando papá dijo que iríamos una semana a Acapulco, dejé de luchar contra la tristeza que me producía el vera­

-¿Te pasa algo? -me preguntó mi hermana un día. -¿Por qué lo dices? -Nada más has acomodado el cajón de los sacapuntas tres veces. -Es que me gusta que queden los rojos juntos, los ama­ rillos juntos, los metálicos juntos. -Claro -dijo Eugenia con ironía-, eso es importan­ tísimo. De seguro extrañas tus juegos y tus entrenamientos. -Algo -contesté parca.

66


-Qyé aburrido vicio, hermana. A mí las vacaciones me

de lunares y sandalias rojas yo era capaz de saltar, empujar,

parecen lo mejor para hacer lo que se me pegue la gana. No sé

ganar el pase y dar el balón en el preciso instante en que la

cómo aguantas eso de levantarte temprano los sábados, tener

corredora salta en el aire. Mi hermana y sus primas me jala­

juego los domingos. Qyé vida.

ban burlonas:

-No sólo extraño la rutina de los juegos. -Ah... gato encerrado. Me empieza a gustar más tu vicio deportivo.

-Segurito que quisieras andar en shorts y tenis, y que ni te importaría si son unos pelados con los que juegas. Yo me defendía:

-Se va Julián, el entrenador.

-Cuando estás en la cancha no hay pelados, hay juego.

-Yo creí que me contarías algo más interesante.

En la fuente de sodas con rocola la música me distraía del

-Nos quedamos Manuel y yo de responsables.

deseo de salir y pegar mi cara a la reja para mirar cómo juga­

-¿Manuel?

ban. Me gustaba observar a los verdaderos jugadores, no a los

-Un muchacho de Sonora, le dicen "el bato".

cascareros sin técnica. A ésos se les notaba, sus movimientos

-¿Y dónde está ahorita?

eran inventados, funcionaban por la fuerza de la práctica, pero

-En Sonora.

mirar un buen resorteo con tiro al aire, un dominio del bote

-¿No será eso lo que extrañas?

esquivando los manotazos de los contrincantes, era un gozo.

-¿Cómo crees? -No, si yo sé que sólo te gusta el basquetbol -se burló Eugenia.

De regreso de Acapulco, donde el sol, el mar, jugar ba­ raja, el golfito, Eugenia y mis primas me hicieron olvidar la añoranza, los días transcurrieron despacio de nuevo. Algunas

Era verdad, ese verano no sólo extrañaba los juegos y la

chicas del equipo se juntaban a cascarear los sábados, pero

bulla del equipo, extrañaba la mirada y la manera de hablar

mamá ya tenía planeado que fuéramos a la comida de fulano,

de ManueL

a la primera comunión de mengano, a la costurera. Parecía

En Acapulco no toqué un solo balón, a pesar de que me

que se había propuesto acabar con mi afición. Debí vestirme

hervía la sangre al pasar junto a una cancha cuando íbamos a

con cierto arreglo de "mujercita" -como decía mamá- para

tomar un helado al centro del puerto. En esas canchas popu­

estar tras el mostrador y para todos es-tos compromisos que

lares las cascaritas estaban en su apogeo. Miraba con nostal­

mis primas -incluida Rosaura, que había terminado con

gia, con ganas de mostrar a todos que a pesar de mi atuendo

su novio porque "sólo le importaba su futbol americano"- y

68


hermana disfrutaban y en los que yo permanecía silenciosa y

me siguiera en las comidas, me tomara del brazo para ruzar

nostálgica, con la sensación de que perdía el tiempo y la destre­

la calle, me visitara en la papelería y yo -enjaulada- tuvi

za, que no sudaba ni sentía el golpeteo de la sangre en las me­

que conversar con él en groseros monosílabos.

jillas después de un gran esfuerw: 30 sentadillas con el balón

-Vamos a patinar hoy en la tarde.

arriba, abajo, 20 tablereos, 10 vueltas a la cancha, tiros de faul

-No puedo.

sin recuperar el aire. Mi cabeza estaba muy lejos de los bico­

-Van a ir las Gómez y Nacho.

lores, los sacapuntas, las monografías y las reuniones sociales.

-No importa.

Cada lunes deseaba que el tiempo pasara rápido, que

m

-Ándale.

comenzaran las clases, los entrenamientos, las tardes y fi­

-No sé patinar.

nes de semana con el equipo, que llegara la hora del sueño

-Yo te enseño.

con la fatiga física alaciando los músculos, dando ese reposo

-No quiero.

inmejorable.

-Señorita, me da un bote de resistol -pidió un cliente.

En una de esas idas a casa de las Gómez, mientras jugá­

-Cómo no.

bamos voleibol en la cerrada, apareció Pedro. El resto de las

-Anímate, Andrea.

vacaciones y cada vez que íbamos para allá aparecía Pedro.

-01te no.

-Es simpático Pedrito -insistía Lucía.

-¿Cuánto le debo?

-¿Pedrito? -le contestaba Eugenia-. Si es un

-Por favor -insistía mientras yo abría la máquina

grandulón. -Poco agraciado -contesté yo, que ya había notado su insistencia por estar cerca de mí en el juego, cuando tomába­ mos refresco, o en el dominó.

registradora. -Tres pesos. Gracias -contesté por encima de la insistencia de Pedro. -Voy a tu casa por ti.

-Yo creo que está mono -prosiguió Lucía.

-No quiero, Pedro.

Eugenia y yo nos miramos, estaba claro que a ella le gus­

Me molestaba que se aprovechara de mi imposibilidad de

taba Pedro, quien desde que había conseguido mi teléfono

enojarme frente a los clientes. 01tería que me dejara en paz.

me hablaba un día sí y otro no.

Sólo era feliz con Manuel y los del equipo, pero Manuel estaba

01té injusto era el asunto, Lucía se merecía las galanterías

en Caborca, y eso era muy lejos. Caborca, vaya nombre, me lo

de Pedro. En cambio yo no soportaba que Pedro me hablara,

7'


imaginaba como un pueblo del oeste lleno de caballos y hom­ bres altos y fornidos como Manuel, con pick ups como la que él decía que allá manejaba y salpicado de canchas de basquetbol, asadores de carne, viñedos y trigales. Me lo podía imaginar por las cosas que contaba Manuel. Decía que en su pueblo se asaba carne en los patios porque en verano anochecía tarde y alguien siempre sacaba la guitarra y se cantaban canciones. Echaba de

Las suavecitas

menos esa posibilidad mientras acomodaba con todo cuidado los cajones de gomas y plumas que acababan de llegar para la temporada escolar Sentía que cada cajón concluido suponía menos horas para encontrarse con todos y usar mis camisetas y pants nuevos. Eso pedí de cumpleaños, eran blancos con fran­ jas naranja y verde en las mangas y en una pierna.

N

o podía esperar a que sonara la campana indicando el fin de las clases. Era martes, primer día de entrenamiento,

Mamá accedió pero al regalo agregó un vestido rosa, cor­

primer día de ver a Manuel. Julián había pegado un aviso en el

to, sin mangas. No estaba mal. Me lo puse en la reunión que

corcho de la oficina de deportes, la reunión era a las cuatro de

organizaron las primas esa tarde para celebrarme. Desde lue­

la tarde en las canchas. Comí una torta de las de la esquina con

go no invitaron a nadie del equipo, todos vivían en colonias

Raquel, que también se quedó a esperar la hora. Podía conside­

cuyos nombres ni siquiera conocían. Estaba resignada a los

rar ir a casa y regresar, pero temía cualquier incidente que es­

espacios distintos, me reía con los primos mientras no toca­

tropease la tarde, como que se necesitara ayuda en la papelería

ran el tema sagrado. ¡Cómo no iba a estar contenta esa tarde

porque era mucha la gente cuando empezaban las clases.

si con el vestido rosa y los 16 años recién estrenados había

Hicimos la tarea recargadas en las bancas que rodeaban

recogido de la mesita de la entrada una postal con paisaje

el patio. Apenas me podía concentrar en la tarea de trigono­

desértico! Manuel se había acordado de mi cumpleaños. Lo

metría, volteaba nerviosa para mirar a Manuel aparecer en el

demás resultó ligero; como si la felicitación fuera un tenedor

paisaje. Llegaron Araceli, Juan, Ramón y Paloma, especial­

para poder disfrutar una comida, la que fuera. Al fin y al

mente contenta. Nos saludamos sin hablar mucho de lo que

cabo sólo faltaban dos semanas para comenzar las clases.

habíamos hecho. Por fin veía su figura desgarbada, con ese

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73


gesto liviano por acudir a la cita con lo que más le gustaba:

de naranja, las coca-colas bebidas de un jalón, el balón a rít­

el básquet. Deseaba que verme motivara también su gesto

mico bote, la concentración para tirar desde la línea de faul ,

alegre.

la velocidad para descolgarse y tomar por sorpresa al enemigo

-Hola -dijo y dio besos a las mujeres y abrazos a los batos. Al llegar a mí, que seguía a horcajadas sobre la banca, tomó mi barbilla entre sus manos y la alzó.

interceptado, la marcación persona a persona despertando el instinto bestial de la presa, el sudor disparado por la adrena­ lina, la adrenalina manteniéndonos alerta, la fuerza, la de­ fensa, las secreciones con olor a almuerzo, a enojo, a miedo.

-¿Cómo pasaste tu cumpleaños?

El carrusel había comenzado a girar y la intensidad en la vida

La timidez me asaltó. Entre más me gustaba menos pa­

consistía en esas dos horas de la tarde corriendo bajo el sol, en

labras encontraba para hablar sin titubeos, para palmearle la

esas dos horas del sábado retando al enemigo, en esas horas

espalda con el compadrazgo habitual.

que a veces podía hurtar al domingo para cascarear en las

-Muy bien, gracias por la tarjeta -respondí, cuando en realidad quise decir "gracias a la tarjeta''.

canchas de la universidad contra los anónimos recurrentes. La intensidad consistía también en la mirada de Manuel

Debíamos ponernos la ropa de deportes y salir a la can­

interceptada como un balón de cancha a cancha, su mano

cha. Julián nos dio la bienvenida y nos habló de lo duro que

en mi espalda cuando se despedía, el mechón de pelo lacio

había que trabajar para recuperar la condición perdida en los

y castaño que se retiraba de la frente, sus bromas francas, la

vacaciones, pues en un mes comenzaba el torneo interescolar.

manera en que recogía los pants que yo había tirado descui­

Desde luego no dijo' nada acerca de retirarse del equipo en

dadamente a un costado de la cancha.

diciembre. Por un momento me pareció que no había sido cierto o que había cambiado de opinión.

Manuel y yo tomábamos un refresco recargados en un coche frente a la "Nelly". El resto del equipo estaba por allí

No importaba que esa noche no pudiéramos estirar los

desperdigado. Me contó de la cosecha de la uva en la que tra­

buzos para guardar el maletín en la parte alta del clóset ni

bajó durante el verano, de la frontera y lo que se había com­

que resultara tan difícil quitarse los tenis, pues las agujetas en

prado del otro lado, de las carnes asadas y las noches tibias,

los músculos de las piernas no había quién las desatara. No

de la cacería en el desierto, de las víboras, los coyotes y las

importaba, pues el carrusel había empezado a girar de nuevo:

codornices silvestres. Yo esperaba que entre matorral, viñedo

Manuel, las chicas, los juegos, las bromas, las tortas, los jugos

y guitarreada me hubiera extrañado un poco.

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71


A las semanas de haber iniciado los entrenamientos, Ara­ celi invitó a los dos equipos a su fiesta. Vivía en Nativitas; pensé que en casa no me dejarían ir, pues más al oriente de Narvarte y más al norte de Polanco todo les parecía peligro­ so. Inventé que era en la calle de Pestalozzi y que nos llevaba el padre de Raquel, a quien conocían, pues a menudo estu­ diábamos juntas. Era con la única que combinaba el deporte y los deberes escolares. Pero Manuel pasaría por mí. Sabía que no estaba bien mentir; pero no todo era mentira, Raquel vendría junto con Manuel, tocaría a la puerta y saludaría a mis padres. No, no estaba bien, pero era seguro que si decía la verdad no me dejarían ir. Me ilusionaba ir al lado de Manuel en la pick up que había traído su hermano desde Sonora, junto a su cuerpo fuerte y grande, oyéndolo contar cómo se metía con una camioneta entre los plantíos de su tierra, cómo cargaba la caja de uva y cómo las manos le quedaban moradas de tanto manosear racimos. Eran las siete de la noche, tocaron el timbre y salí a abrir la puerta a Raquel con mi vestido rosa de cumpleaños, con las zapatillas de charol que le complacían a mamá y con el corazón ansioso porque a mis padres no se les ocurriese aso­ mar las narices fuera de la puerta. Dijimos adiós, prometimos regresar a las 12 y respiramos aliviadas después de cerrar la puerta a nuestras espaldas y divisar la pick up azul marino al

abrirnos la portezuela nos ayudó a subir, prime ro a mí, lu g a Raquel. -Con ese vestido está difícil subir -sentenció . Yo me quedé desconcertada sin saber si hubie ra

sido mejor

seguir de tenis Y. mezclilla. -Un poco -contesté lacónica. Manuel conducía con aplomo. Yo iba segur a de que no tendría que estar luchando en la reunión por disimular que me encantaba al tiempo que buscaba la mane ra de tenerlo cerca. Ya estaba cerca de él. Todos salieron a ver "la troca", como le decía Manuel, y hasta se treparon a la caja jubilo sos. Después nos chotearon de que veníamos echando tiros Raquel y yo, con vestido, chofer y coche. Hablamos de basquetbol, ¿de qué más?, as( empezábamos siempre y así también terminábam os, difíci l­ mente nos unían otras cosas. Nuestras famil ias eran distin · tas, y si en algo se parecían lo ignorábamos pues evitábam sacarlas a colación. Luego alguien puso música para bailar; Arace li y Ram6t

rompieron el hielo y fueron los primeros en animarse. M lt nuel me hizo un gesto para que los acompañár amos.

Primero fue una buena tanda de movidas, y ya entrada lll noche, las suavecitas. Manuel me tomó de la cintura, yo o· loqué mi mano húmeda en la suya, enorme. Baila mos mud una larga canción. Yo hacía esfuerzos por acalla r el corazót que se me salía por las sienes, el cuello, las punta s de los pi s.

otro lado de la acera. Manuel me dio un beso y después de

77


Comenzó la segunda canción. -Qyé bien estás tirando de tablero -me comentó como si hubiese estado pensando mucho tiempo la forma de rom­ per el silencio y parar el sudor de mi mano en la suya.

lleno de palabrotas en lugar de puntos y aparte s. Sí, segu ra­ mente me veía más femenina que Gloria. Muje r. Nadie me había dicho mujer, sólo mamá una vez y de o. forma, casi triste.

-Te parece?

-¿Qyé piensas? -preguntó intrigado.

-Sí, creo que si practicas podrás tablerear y tirar antes

-En que no me veo como Gloria.

de caer.

-No, y menos con ese vestido. Te ves preciosa.

-Eso está muy difícil.

Bajé la vista. Manuel acercó su mejilla tibia a la mía.

-Yo te entreno.

-Ya quería verte.

-Está bien, lo intentamos.

-Yo también.

-Tienes mucha garra para el juego.

Acabó la pieza a nuestro pesar. Pusieron uno de esos bai­

-Me paso, ya ves, siempre me sacan por faulera.

les en los que hay que reunirse y alzar las manos, agacharse y

-Es cuestión de control y de malicia. Juegas ingenua, las

aplaudir. Sentía que lo habían hecho a propósito. Me despe­ gué de la cara de Manuel como de una almohada al desper­ tar, resignada.

que te conocen te provocan, y lo logran. -¿Y cómo me vuelvo mala? -Poco a poco -se rio Manuel. El silencio cayó de nuevo como una cortina pesada, estar cara a cara fuera de' la cancha era un juego cuyas reglas no conocíamos. Nos faltaba valor. Por fin se atrevió Manuel: -Me gusta que seas femenina aun en el juego. -¿Femenina yo?, pero si soy ruda y brusca. -Puedes ser eso, pero no pierdes tu figura, figura de mujer. Pensé en Gloria, con ese cuerpo cuadrado, con esos ma­ noteos siempre en la cara del contrario, con el fleco que le tapaba los ojos, con su andar de pies arrastrados y el hablar

7fl


Sin dormir

E

l partido en la Normal era el jueves. De los resultados dependía que calificáramos para el interescolar de la ciu­

dad. El entrenador nos tuvo a marchas forzadas durante las dos semanas anteriores. Apenas estudiábamos -a pesar de que él insistía en que si reprobábamos alguna materia quedábamos fuera del equipo-. Apenas comíamos; hablábamos de las estrategias, practicábamos formaciones nuevas, rompimientos, bloqueos, a las ocho de la noche caíamos rendidos, pero en la madrugada nos despertaba un cosquilleo en el estómago, una sensación incontrolable de que de nosotros dependía el futuro del equipo. En un solo partido podían destrozarse las ilusiones, las horas sudadas, los dolores de pierna, los regaños familiares, los insomnios incompartibles, o se podía paladear el triunfo, 1 orgullo, cosechar el esfuerzo, los quebraderos de cabeza, aspimr

8r


a derrotar a otros, o ser derrotados por equipos más fuertes, enemigos superiores. Mamá no pudo contar conmigo para visitar a la abuela, ir al dentista, comer o cenar. No creía que un partido un jue­ ves de noviembre por la tarde pudiera tener más importancia que el cumpleaños de papá o sus dolores de muelas. Mi her­

Julián no quiso que nos viéramos el miércoles, nos exigió descanso, serenidad, pensar en el juego, imaginarnos dando lo mejor de nosotros, repasar nuestras fallas más comun es e intentar concentrarnos en la forma de resolverlas. Manu el y yo fuimos a tomar un helado por la tarde. Estuvimos calla­ dos. Caminamos de la mano y nos despedimos pronto .

mana me miraba asombrada cuando revisaba mi uniforme

-Descansa -me dijo al irse-, todo va a estar bien.

cada noche verificando si el número 7 estaba en su lugar, si

No pude dormir, pensé en las manos de Manuel, en el beso en la mejilla muy cerca de mis labios. No bastaba. Pensé

las calcetas no estaban rotas, si la banda de la cabeza estaba limpia. Papá me vio tan absorta y tan cansada que me pre­ guntó si quería que él fuera. Le dije que no, no quería estar presionada por algo más que no fuera el equipo, las contrarias y yo misma. Ya era bastante guardar el secreto -Julián nos

en mi cuerpo y mis brazos ansiosos que torpes golpea ban, avanzaban, me expulsaban. No quería que me sacara n del juego, quería tener la posibilidad de actuar. No podía fallar­ me. No podía fallarme...

había llamado a Manuel y a mí a su oficina días antes-: él no estaría para el interescolar, quedaría en nuestras manos, sobre todo en las de Manuel. Manuel se preocupó por verme todas las tardes antes del entrenamiento oficial para que yo practicara el tableteo e in­ tentara tirar de resorte. Lo intentaba sin lograrlo del todo. Me sentía mal de no estar a la altura de sus enseñanzas. Te­ mía equivocarme a la hora del juego por echar mano de téc­ nicas nuevas para mí. No se lo dije, pensaría que el tiempo dedicado había sido en vano. Además él también había es­ tado nervioso, no es poca cosa convertirse en entrenador en algunas semanas.

82

H1


¡Qye no me saquen!

E

l despertador me levantó sobresaltada. Era el día. Jugaría­ mos sólo el equipo femenil. Deseé que no hubiera clases

de química ni de geografía, menos de civismo, quería estar en casa mirando revistas, descalza en mi cuarto hasta que diera la hora de vestirme con calma, ir al baño, mirarme a los �jos en el espejo y darme ánimos: "Tú puedes, Andrea. Tú puedes lograr no salir por fati­ les, tú puedes bloquear tiros, dar pases precisos, interceptar y romper." Pero no, nada fue así. Las clases comenzaron a las siete de la mañana. El juego era a las cinco de la tarde. Hubo que lle­ var la maleta, que estaba lista desde la noche. Mal comí una torta al acabar las clases, me cambié en los bafios sin tiempo de retarme en el espejo, correr al gimnasio, escuchar los últi­ mos consejos de Julián, que nos hablaba de las contrincantes.

ss


-Tienen experiencia, colmillo, es un equipo formado . hace tiempo, ganaron la zona el año pasado. Hay buenas ti­

gritaban "bravos" y "muy bien", nos llamaban por nuestros

radoras de media y de poste, una muy alta pero lenta.

nombres, nuestros números. Driblábamos, tirábamos a las

Subimos al camión junto con el equipo de los hombres, que eran nuestra porra incondicional, y algunos amigos.

Calentamos. Los muchachos nos pasaban balones, nos

canastas, encestábamos, comenzábamos a sudar. El entrenador nos llamó y dio el cuadro. Como capita­

-Seguramente el otro equipo tendrá más porra. Aquí

na me tocó abrir, siempre era mejor estar desde el principio,

son muy apáticos. Así es que, muchachos, a gritar y a apoyar

entonando el ritmo del juego, que entrar a medias con el

-remató el entrenador.

cuerpo frío y el ánimo descontrolado. Nos indicó la estra­

Y los muchachos corearon un "A la bio ..." que nos alegró

tegia: defensa de zona. Calma, armar juego, sorprender con

y nos puso en el camino de la confrontación. La adrenali­

rompimientos. Nos quitamos los pants de prisa. Manuel se

na se activó, en la clase de anatomía podría haber dado una

acercó y me apretó una mano; me susurró un "te acompaño"

buena explicación de sus efectos eufóricos. Me sentía fuerte,

al oído. Todo el equipo apiló las manos, Julián puso la suya

preparada.

hasta arriba. Gritamos Zeppelines y corrimos a la cancha. El

Desde que bajamos del camión el entrenador nos hizo atravesar el patio corriendo en fila y entrar con ese ímpe­

árbitro pitó y lanzó el balón al aire para el "dos" que abrió el partido. Hubo manotazos, la pelota estaba en juego.

tu al gimnasio donde las contrincantes aguardaban unifor­

El partido se desarrollaba con velocidad, estaba parejo.

madas de rojo; nos miraron desafiando nuestra entrada un

Logramos un rompimiento, pasé el balón y Araceli, cerca del

tanto arrogante. Veníamos de escuela particular, eso de por

tablero, encestó. Más tarde ellas devolvían el juego. La 6 roja

sí nos colocaba en distinto bando. Nuestros uniformes se

tiró de media cancha, manoteaba al tiempo que lanzaba al

veían lucidores. Los tenis eran blancos, todos iguales. Las

aire y marcaron faul. Protesté rabiosa, la contrincante sonrió.

contrincantes se quitaron sus pants y se quedaron en shorts y

-A veces se equivocan -me murmuró triunfal.

camiseta, los tenis eran variados. Seguramente así había sido

Anotó los dos tiros. Cobraban ventaja. Empecé a acu­

otras veces, pero ese día me fijé, puse atención en el enemi­

mular faules. Llevaba tres, la desesperación me vencía. Fin­

go tratando de descubrir sus debilidades. Me sentí apenada,

té y anoté desde el centro del área. Había tiempo fuera, el

me parecía ostentosa nuestra entrada, nuestros tenis de piel,

entrenador nos incitó a anotar más. Dijo que íbamos bien,

nuestros relojes guardados en los maletines.

sólo iban cuatro puntos arriba. Terminó el primer tiempo y

86


no logramos invertir el marcador. Descansamos. Manuel se

se pusiera de pie. Ella se tapó la boca, por entre los dedos le

acercó y me acarició el pelo, me dijo:

chorreaba sangre. Me di cuenta de que la había lastimado

-Tira con calma, controla el cuerpo, evita el faul ofensi­ vo, te lo están buscando. Volvimos a la cancha, Julián no me sacó. No quería que me sacara, quería encestar, tapar, reivindicar mi fama faulera, perder ingenuidad.

con el codo. Me acerqué consternada. -Perdón, ¿qué te pasó? -¡Qye la saquen! -dijo una contraria señalándome. -Le tiró un diente -protestaron sus compañeras mientras lo buscaban desesperadamente por el suelo.

Gloria anotó, luego Raquel tiró de faul y encestó. Empa­

Me uní a la búsqueda con una sensación de ridículo te­

tamos. Me descolgué veloz, tiré, fallé, atrapé y anoté de re­

rrible. Una de ellas encontró el diente. El árbitro pidió que

bote. Escuché el grito de Manuel desde las bancas. La ventaja

sacaran a la jugadora maltrecha y que la revisaran en la enfer­

nos daba nuevos bríos y empezábamos a despegarnos de las

mería. A mí me pidió que tuviera cuidado y el juego siguió.

contrarias. Armamos algunas jugadas buenas, respaldadas

Pero había perdido la concentración, pensaba en la ira de la

por el respiro que dan los puntos arriba. Ahora eran las con­

muchacha, la sangre entre sus dedos y los labios, el diente que

trarias las que comenzaban a jugar con desesperación, tira­

voló por el aire y rodó sobre la duela; pensé que se quedaría

ban sin encestar, fallaban en los tiros libres, cometían faules

con un horrible hueco al frente, pensé en sus tenis de lona

innecesarios. Su vulnerabilidad nos hacía crecer. Su lucha se

deslavada, en lo que le costará un diente postizo o que le res­

volvía feroz. Atrapé un balón que rebotó en el tablero contra­

tauraran ése. El entrenador me gritó. El juego siguió pero mi

rio y cuando iba a lanzarlo dos manos enemigas se afianzaron

actuación se había vuelto parca, insustancial. Me llamaron a

a la pelota. Forcejeamos pero no lo soltábamos. Antes de que

la banca. Seguíamos arriba, las contrarias no lograban recu­

pitara el árbitro indicando el "dos", jalé fuertemente hacia

perarse, menos ahora que el agravio las había puesto fuera de

un costado y desprendí la bola de las otras manos al tiempo

sí, sin estrategia, con desplantes cascarero s. Ganamos.

que mi codo daba contra algo. Lancé el balón a Raquel, que

Me puse los pants. No se acercaron a felicitarnos como es

corrió a toda prisa por delante de la muchacha que la cuida­

la costumbre. El resto del equipo estaba feliz, Julián también.

ba. El árbitro silbó, a mi lado una jugadora estaba doblada

Yo estaba intranquila, quería hablar con la chica lastimada,

en el piso. Me acerqué, sus compañeras también, las demás

proponerle mi ayuda, no había sido mi intención tirarle un

corrieron a ver lo sueedido. El árbitro le dio la mano para que

diente.

88


Volteé hacia la banca que había ocupado el equipo

rojo. Ya

. No dije no estaban, seguramente las encontraría en los baños de Ma­ nada a nadie. Aproveché los abrazos y la felicitación de rebote, nuel al entrenador, que se la devolvía por mi tiro a reparar el para escabullirme a los vestidores. Entré decidida daño. Me recibió un baño silencioso. Alguien gritó: - ¡Es ella!

En cama

equipo Y tras las puertas de los excusados salieron las del cara y una rojo que taparon mi "oigan yo ..." con un golpe en la se despeña­ patada que me derribó mientras manos y puños pa de mi ron sin medida. Se revolvieron en mi mente la estam que rompí padre en las gradas cuando me vio jugar, la taza la vajilla en un supermercado y por la cual hubo que pagar faul, faul, entera, la mejilla tibia de Manuel, el grito de faul, hasta contar cinco, el triunfo y la sangre.

P

aloma entró cuando me tenían en el piso del baño. Cuenta que dio tal grito que las contrarias salieron a toda prisa,

asustadas de verme tumbada, con un ojo abultado y sangre en la cara. Tras Paloma llegaron las demás. Manuel me cargó y Paloma iba insultando, diciendo que se vengaría. Entonces desperté. Alcancé a oír a Paloma indignada. -No se vale. Manuel estaba mudo, al sentirme mover en sus brazos saliendo del desmayo, se inclinó y me dio un beso en la meji­ lla. Lo miré sin hablar, agradecida y un poco asustada por la sangre que se le había pegado a la boca. Manuel y Paloma me llevaron en un taxi al hospital. Ju­ lián se tenía que hacer cargo de regresar al resto del equipo en el camión de la escuela en el que habíamos venido. Paloma se sentó atrás y Manuel me extendió en el asiento colocando mi cabeza sobre su regazo. Él se fue adelante. Con

9I


un pañuelo Paloma detenía la sangre del pómulo. Manuel me daba la mano.

Antes de dormir, Eugenia entró al cuarto para acompañarme mientras cenaba con desgano.

-¿Qyé tengo en la cara? -pregunté temerosa.

-¿El del hospital es "el bato", verdad?

-Te abrieron el pómulo, capitana. Pero es cuestión de

Asentí con la cabeza.

que te den unas puntaditas. La cara es muy escandalosa -me

-Ya sé por qué lo extrañabas.

consoló Paloma.

Al día siguiente la primera que llegó por la tarde, después

-¿Sabes?, me duele mucho el costado.

del entrenamiento, fue Paloma. Le di las gracias y me con­

Cuando salí de urgencias, me esperaban además de Ma­

tó cómo había gritado al verme sobre el mosaico blanco del

nuel y Paloma, mis padres y Eugenia. Tenía una costilla rota

baño entre sangre y con todas las chicas pateándome.

y, en efecto, me tuvieron que coser la cara, un ojo estaba mo­

-Ya no me expliques -le pedí.

rado. No era mi mejor estampa.

-Lo siento. Te extrañamos hoy en el entrenamiento.

Mamá frunció el ceño al verme. Papá caminó al lado de la silla de ruedas en la que me llevaron al coche. Manuel y Paloma iban atrás con Eugenia. -Yo sólo le quería ofrecer mi ayuda para un nuevo diente -le expliqué a mi padre. -¿Un diente? -Sí, le tiré un diente a una muchacha, por eso fue el pleito. -No te preocupes, hija, ya se cobraron el diente. Manuel y Paloma se bajaron del coche en avenida Insur­ gentes prometiendo que me visitarían pronto. Esa noche me llamó Manuel. Fui una tonta porque no hice más que llorar. Estaba triste, las fuerzas me habían abandonado. -Llora, Andrea, te hace falta.

-En dos meses estaré bien. Me parece una eternidad. Para entonces se irá Julián. -¿Julián? -Qyé tonterías digo -corregí. -Algo sabes -inquirió Paloma. Me sentí obligada, por amistad, a confesarle que Julián dejaría el equipo. -Debes guardar el secreto. Sólo Manuel y yo lo sabemos. -Como soy capitana suplente, yo también tengo derecho a saberlo. -¿De veras? No había pensado en eso. Me da gusto. El 5 será capitana. Eugenia entró a la habitación con Julián y Manuel, éste la ayudó a acercar unas sillas.

-No sé ni por qué lloro. -Yo sí sé, no te preocupes.

92

93


.

-¿�é dice mi faulera? -me apretó la mano el entrenador. -Ya ves, inevitable torpeza. -Qyé va, fue un accidente desafortunado y una conducta antideportiva la del otro equipo. Ya lo reporté a la federación. -Por cierto, traigo esto de parte de nuestro equipo -me dijo Manuel y extendió una tarjeta en forma de balón con las

-¿Saben? Estoy orgulloso del equipo, ha sido

un

! u

trabajo. Sobre todo hay lealtad y un objetivo común. N

11

1

haré falta. -Te echaremos de menos. -Planearé juegos entre los equipos de Manuel y los m íoll. No dejaré que me olviden. Cuando se fueron estaba cansada. Puse la tarjeta del ba­

firmas de cada uno de los muchachos. La abracé contra mi

lón en mi buró y al apagar la luz de la lamparita advertí

pecho y me quedé callada. Los gestos de cariño me hacían

sobre amarillo, adentro había un número de fieltro rojo y u t

llorar.

tarjeta. La leí:

Julián y Paloma salieron un momento, supongo que Julián

un a

Para mi amiga: es tuyo el 5.

le estaría informando de su decisión. En un mes serían las

Que te mejores pronto.

vacaciones de Navidad y después quedaría Manuel a cargo

Te quiere,

de los equipos.

Paloma

Manuel se quedó a mi lado, se inclinó hacia mí y me dio un beso tibio en los labios. -Esta vez no te manché de sangre -le dije nerviosa. -Ni me di cuenta. -Parecías vampiro -nos reímos. -Los vampiros no se encariñan con sus víctimas. Me sonrojé y bajé la vista. Me miró a los ojos. -Yo te quiero, Andrea. Entraron de nuevo al cuarto; no sé si Manuel alcanzó a escuchar mi "yo también". Julián dijo que Paloma ya estaba enterada de los cambios, pues mientras yo me recuperaba ella era capitana suplente.

94

Esa noche, las estrellas estaban conmigo. Acepté la valecencia de dos meses y dormí tranquila.


MÓNIC LAvfN "'

N ac i ó e n la C i udad de M é x ico. Est u d i ó

Indice

Biología, j u g ó basq uetbol ( f u e parte de la selección de la U n iversidad Autónoma Metropol itana)

y u n d (a se decidió por

su verdad e ra pasi ó n : ser esc ritora. Des­

( y e n la lectu­

La más faulera

5

c u b rió q u e en la escri t u ra

Un espectador

9

ra) caben todos los m u ndos. Además de

La prima Rosaura

13

Nace una selección

21

El primer reto

25

¡A sudar!

29

e n colaboración con Marra Pe rujo Lavín,

Por el 5

35

Es p u ro cuento. Gu(a fácil para escribir

Fogueo sobre ruedas

43

cuentos.

Al son de la marimba

49

Monte Albán

53

Antes de vacaciones

57

El cumpleaños de Julián

61

tado

Descanso a los tenis

67

Elena Poniatowska por Yo, la peor.

Las suavecitas

73

Sin dormir

81

¡ Q1Ie me saquen!

85

En cama

91

escri b i r c u e ntos

y n ovelas ( más de vein­

te l i bros) se ded ica a contag iar e l g usto por la lect u ra

y a dar talleres de narrati­

va. Por eso escribió L e o luego escribo y,

Ha sido P remio Nacional de Literatu ra G i l berto Owen por el li bro de cue ntos Ruby Tuesday no ha muerto, P remio N a­

rrativa de Colima por su novela Café cor­

y P remio I beroame ricano de N ovela

Tam b i é n para jóvenes ha p u b l icado La línea de la carretera ( P ianetalector)

y

algu nas n ovelas de divu lgación ciendfica: Planeta azul, planeta gris

y

La nube de

Magritte.

Perte nece al Sistema Creadores.

Nacional

de


"Cinco fau les. ¡ La número cinco, fuera!". Así terminaba el partido para Andrea, que se i ba a l a banca con la cabeza agachada y u nas ganas tremendas de l lorar. ¿Por qué siempre cometía tantas faltas? E l la sólo que ría evitar la canasta. Ni m odo, era así, u n a jugadora a pasionada, o mejor dicho, la más fau lera. Su vida giraba alrededor d e u n b a l ó n d e básquet. Prefería entrenar que ir a una fiesta. Le gustaba más el uni­ forme que un vestido. Pero la vida no se trata de lo que más nos g u sta ...

Una historia d e primeros amores, de amistades forjadas e n l a cancha y de u n d e porte tan veloz e intenso como l a juventud.

ISBN: 978-607-07-4534-8

'·'+iild·) M.R.

9

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