Pavel Brito - Cuentos de sustos

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CU1NI0� DE��IO�

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� editores mexicanos un!dt?s, s. '

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Ser,i�·Tvlagia y Fantasía .f.·

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íNJJlCE

D. R. © Editores Mexicanos Unidos, S. A. Luis González Obregón 5, Col. Centro, Cuauhtémoc, 06020, D. F. Tels. 55 21 88 70 al 74 Fax: 55 12 85 16 editmusa@prodigy.net.mx www.editmusa.com.mx

Coordinación editon'al: Mabel Laclau Miró

Introducción

Ilustración de portada: David Chávez Diseño de portada: Daniel Martínez Ilustraciones de interiores: David Chávez Formacióny corrección: equipo de producción de

.........................................

El circo de las pesadillas

......................

Editores Mexicanos Unidos, S. A.

Draenia

Niiembro de la Cámara NaCional

La mancha que se comió

de la Industria Editorial. Reg. Núm. 115.

a mi hermanito

Queda rigurosamente prohibida la repro ucción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, sin permiso escrito de los editores. la. edición: 2014

La muñeca sin ojos

..............................

Esperando al ogro

A la rorro ro

...

..........................

978-607-14-1660-5

ISBN (serie)

978-607-14-1656-8 •

Impreso en México

···�lfílllfl'l l�I .IU' 9 78607t 416605

....................

C��Co

........

27

35

43

53

61

-. ............. 69

..

Mi maestro es ··hn hombre lobo ' La casa del

. ....

. ........ . . . .............. . ...........

Diario de un joven vampiro

9

19

....................................

Isela, la bruja cibernauta

ISBN (título)

Printed in Mexico

................................................

7

.....

. ....

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77

87


lNIRODUCClóN

A

unque no puedas verlos, ellos están junto a ti, observándote. Listos para presentarse

cuando menos lo esperes. Desean j ugar con­

tigo o llevarte con ellos a su mundo sombrío. Conoce bruj as, vampiros, ogros, fantasmas y espectros de todo tipo, ellos quieren ser tus amigos. Disfruta de los sobresaltos y la diversión en el Circo de las Pesadillas y la casa del Coco. Juega con la muñeca sin ojos o con Draenia, en su lugar favorito: el cementerio. Huye de la mancha que se esconde en los muros de las habitaciones y de��a devorarte, y 'Clel ogro que

atrapa y engo:r;:�� a los �niños para comerlos - ·

con queso derretido.


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Cuentos de sustos

Toma tu lámpara de mano

y

métete debajo

de las cobijas a leer las historias más espeluz­ nantes y entretenidas que Sustosy escalqfríos tiene para ti.


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El circo de las pesadillas

1:::' rika tenía todas las rodillas raspadas. Se t::. había tropezado tres veces por correr muy rápido, pero no le importaba. Tenía que contarle, cuanto antes, al resto de la pandilla. La propaganda de color azul con roj o que lle­ vaba en la mano era la única prueba con la que contaba: la feria estaba en la ciudad. Ya lo había escuchado por el altavoz de un auto compacto blanco con nariz de payaso, pero sólo pudo estar segura cuando miró la publi­ cidad que repartía el enano de los pantalones bombachos y �l sombrero de bombín. -Toma, mondadientes, dile a tus arpigos la gran noticia: ¡la feria está en la ciudad! -N o

rueda de la fortuna. Eso era más que suficien­ te para convencer a cualquiera. El parque, en donde se reunían sus amigos lucía vacío. Erika se sentó en los columpios para tomar aire. Los demás no tardarían en llegar. "Seguramente estarán todavía pidien­ do permiso para salir", pensó. El primero en aparecer fue El Chino. Sólo Erika sabía que su verdadero nombre era Roberto Carlos: él prefería que lo llamaran El Chino. A su lado jugueteaba El Babas, la mascota del grupo. Sus ojos eran tristones y enormes, al igual que sus orej as. Quizá por eso era el consen­ tido de las niñas. Después apareció Chabela, toda risueña, brincando por la calle. Al final

llamo mondadientes, me llamo :.

llegó Alonso, derrapándose con su bicicleta.

-Como sea, ve y dales la buena nueva con

Erika les mostró el volante como si estuviera

me

Erika. una sonnsa.

Y la corneta del auto-pay?-so sonó, lleván­ dose al enano con su mensaje _9-e alegría a otra "·

parte, perotErika tenía la propaganda de media hoja con la imagen de la montaña rusa y la

haciendo un comercial de champú, con una sonrisota que no le cabía en la cara. -¡Uegó la feria!

-

El anuncio albqFotó a latpandilla. Hasta El

Babas brincoteaba de gusto. El Chino quería


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Cuentos de sustos

13

El circo de las pesadillas

subirse a los caballitos, Chabela a los autos

mecánicos y luces multicolores. Casi siempre,

chacones, Alonso a las tazas locas y Erika a las

las ferias huelen a algodón de azúcar y palo­

sillas voladoras.

mitas de maíz; por eso ahí los niños se sienten

-¡No se hable más! -sentenció Chabe­

como pececillos en el agua.

la, parándose en -una banca para que todos

Se subieron al carrusel, en donde El Chino

la escucharan-. ¡V ámonos a la feria ahora

se mareó y no quiso siquiera hablar de acom­

mismo!

pañarlos a la rueda de la fortuna. Alonso fue

Y hacia allá se dirigieron: Alonso, por de­

al tiro al blanco y se ganó una vaca de pelu­

lante con su bicicleta; Erika detrás de él, a

che. Erika y Chabela probaron suerte en los

paso veloz, como si fuera a ir a las olimpiadas;

aros, pero sólo consigttieron unas alcancías

enseguida Chabela a corta distancia, tratando

horribles de Cantinflas.

de ir al mismo ritmo que él. El Chino y El

Después de subirse al transbordador espa­

Babas los seguían de cerca, sudando la gota

cial, los niños descansaron un rato en una

gorda.

banca. Alonso aprovechó la oportunidad para

, .

En menos de una hora, que a ellos les pareció una eternidad, llega­ . ron al sitio marcado en

e� mapa de la pro­

pag?LJ].da. Los rodea­

ban éaxpas de franjas rojas y bÍancas, juegos

buscar un baño. -¡Genial! Éste ha sido el día más divertido de mi vida -exclamó El Chino. -¡Guau! -lo apoyó El Babas mientras Cha­ bela le rascaba las orejas. En esas estaban c�ando Alonso lle�gó barrién­

dose como en u�;partido de béisbol y sofocado por el esfuerzo.

..


14

Cuentos de sustos

-¡Vengan todos, tienen que ver esto, es un juego nuevo! Todos lo siguieron sin hacerle preguntas. lle­ garon hasta una carpa grande y verde. Estaba un poco alejada de la feria, y en la entrada ha­ bía un letrero luminoso en donde podía leerse:

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El circo de las pesadillas

reflectores se encendieron, y un espantapá­ jaros vestido como maestro de ceremonias apareció en la tarima. -Damas y caballeros, niñas y niños, bien­ venidos sean ustedes al Circo de las Pesadillas. Aquí serán testigos de actos asombrosos nunca antes vistos, y lo mejor de todo: sin pagar un solo peso. De pronto, una nube de humo blanco los cubrió por completo, ·,y 'la función comenzó. Cuando la neblina se disipó, Erika estaba sola en medio de un bosque de zarzas. Máscaras

-¡Qué bien, una casita de los sustos! -par­ loteó Chabela. -Yo no entro -dijo El Chino y se abrazó a El Babas. -A un lado, miedosos, yo voy- primero -retó Erika y entró a la carpa, seguida de los demás. Adentro sólo había cuatro ·sillas y un esce•

nario en donde no cabía ni un elefante. Los

de carnaval reían entre las ramas espinosas y retorcidas de los árboles. Erika reconoció ese lugar. Estaba d�ntro de una de sus pesadillas. Sabía lo que iba a pasar: los changuitos, a los que tar1to temía cuando visitaba el zoológi­ co, irían por ella. Trató de escapar montada en una mariposa gigante, pero era demasiado tarde: cientos de ch:impancés se co1garon de ··� su cuello. Erika ce':fró los ojos y esperó desper..

tar pronto.


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Cuentos de sustos

Alonso apareció en otro escenario: un la­ berinto infinito lleno de trampas y tesoros. Se encontraba adentro de su videojuego favori­ to: Los Super Hermanos Gemelos. A prime­ ra vista, Alonso pensó que se trataba de una fantasía común y corriente. Pero no podía controlar sus movimientos. Golpeaba mons­ truos y duendes con sus manos y brincaba so­ bre precipicios sin quererlo. Del otro lado del cristal, al final del laberinto, uno de los Super

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Hl circo de las pesadillas

Hermanos Gemelos apretaba botones y mo­ vía una pequeña palanca. El Chino no quería moverse de su lugar. Sa­ bía que algo extraño estaba sucediendo, pero no le interesaba saber qué ni por qué. Frente a él, una pradera de color verde pasto se perdía en el horizonte, y el sol sólo era una . mancha amarilla de crayón. Estaba en una de las páginas de su libreta de dibujo. Reconoció d

inmediato sus elefantes con alas y sus h n1l citos de palo malhechos. Una sombr

re­

ginanlc

oscureció el cielo. Era el platillo volador más l(�o que El Chino hubiera dibujado jamás, y destruía las casitas cuadradas con techos de triángulo con sus rayos de plumón negro. El Chino se quedó paralizado por el miedo. De pronto escuchó los ladridos de El Babas, seguido por las aspas de un helicóptero. Chabela piloteaba la aeronave; había escapado de sn propia pesadilla. -Vamos Chino, vence tus miedos. Acuérdate de que esto

_p{ un sueño, y en los sueños

puedes hacer lo qiie;quieras.


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Cuentos de sustos

Entonces El Chino se hizo gigante y de un puñetazo mandó al ovni de regreso a su plane­ ta. Chabela voló hacia el siguiente escenario, en donde Erika se había transformado en una leo­ na y perseguía changuitos por doquier. Alonso también se había liberado, y le ayudaba a Erika disparándoles bolas de fuego a los monos. En ese instante, el tiempó se detuvo. Una niebla espesa los cubrió otra vez por completo y no supieron nada más.

- -.

,_...

-¡Vengan todos, tienen que ver esto, es un

'

juego nuevo! -escucharon claramente Erika,

1

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El Chino y Chabela, y se le quedaron viendo a Alonso.

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-No, ya es muy tarde, mejor vámonos -res­ pondió Chabela, y todos estuvieron de acuerdo. -¿Nunca han sentido como si ya hubieran vivido algo? -preguntó El Chino, pero nadie contestó. A lo lejos, afuera de una carpa verde, ,

un espantapájaros. vestido como maestro de ceremonias les sonreía.

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..... ......

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.. ,


21

Draenia

·

raenia, ¿recuerdas tu primer día de clases?

D

directo a la dirección, en donde el licenciado Bui­

Los otros niños se reían de tus lentes de fon­

trón te hablaba de los valores y reglas de la socie­

do de botella y de las calaveritas de plástico que

dad, mientras tú pensabas que tal vez sería mejor

colgaban de tu mochila. Nadie te hablaba. Na­

haber dicho "vampira" o "tiranosaurio Rex".

die jugaba contigo. "Todos son unos tontos", pensabas, y te refugiabas detrás de tus historietas

-Bueno niña Godínez, ya puede regresar a su clase.

favoritas: La niña chatarra contra los zombis mutante.s,

Y tú te ibas arrastrando tus zapatos de plata­

El escarabajofontástico en la isla de los Hombres Mos­ ca, Las aventuras espaciales de Super Brl!Jay Gargolín.

forma y le sacabas la lengua al director Buitrón

¿Te acuerdas Draenia de lo que contestabas

cuando ya no podía vert�. Justo a tiempo para salir al recreo a buscar lagartijas y gusanos. Ca­

cuando te preguntaban qué querías ser cuando

racoles y hiedra venenosa. Cochinillas y raíces

fueras grande? Memo, decía "bombero"; San­

muertas. En fin, los ingredientes para prepa­

dra decía "enfermera"; Leti decía

rar tus pócimas mágicas que no podías probar

"maestra". Pero tú, Draenia,

porque tu mamá las tiraba a la basura.

decías "enterradora". Y en-

¿Recuerdas cómo llegaste aquí? Caminabas

tonces hacías reír a todo

rumbo a tu casa y entonces nos viste. Dormíamos

el grupo, y la maestra

tres metros bajo tierra, como de costumbre,

ponía la misma cara que

cuando sentimos tus pasos llegar al cementerio.

puso cuando Luisito Pi­

Para ti fue como llegar a un parque de� diversio­

neda le· echó pegamento

nes. Corrías como loquita de. un lado a otro. Sal-

en su silla,

tabas tumbas, trepabas estatuas, olías ramilletes

,

y .te

mandaba

..�"

.


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Cuentos de sustos

------

Draenia

------

23

de flores. Rodabas por las pequeñas colinas de

amanecer. Luego te fuiste acercando cada vez

césped. Se te veía feliz. Tanto, que sin que te die­

más y más, hasta que estuviste tan cerca que

ras cuenta, empezó a oscurecer. Y viste a nuestros

podías hacer sonar nuestras costillas como si

esqueletos salir a la superficie y tuviste escalofríos.

fueran una marimba.

Los fantasmas te rodearon y cantaron: '1\ la víbo­

-¿Y tú cómo te llamas?

ra, víbora de la mar . . . ", y después, 'Jugaremos

-Draenia, Draenia Godínez.

en el bosque mientras el lobo no está, porque si

-Mucho gusto, yo soy eljinete sin Cabeza.

el lobo aparecl a todos nos comerá. ¿Draenia,

A que sí te acuerdas de lo que pasó esa noche.

estás ahí?".

Hablaste con el fantasma de Einstein, con el de

¿Te acuerdas que no pudiste soportarlo

Beethoven, e incluso con el del muñeco Pimpón,

más y saliste corriendo a toda velocidad hasta

que como era de cartón había muerto la prime­

tu casa? Llegaste con el uniforme sucio y los

ra vez que se metió a nadar en una alberca.

zapatos embarrados de lodo. Y tu mamá te

T ú nos enseñaste muchas' cosas, ¿recuer­

regañó y te dejó sin postre por un� semana.

das? Nos dijiste el nombre de las estrellas. Nos

Tampoco pudiste dormir. Estabas asustada y

enseñaste a iluminar con lápices de colores.

fascinada al mismo tiempo. N o querías regre­

N os

sar aquí; pero lo hiciste.

hacer galletas con for­

Al

principio te escapabas al fiio de la me­

mostraste

cómo

ma de murciélago. N os

dianoche en tu bicicleta. ·Nos mirabas desde

dijiste

los ingredientes

las rejas de la entrada. VeÍas nuestros juegos

de tu fórmula ultra?e­

y nuestra$ fi€stas en las que"bebíamos ponche

creta para hacer q:ue'los

de tuétano y bailábamos charlestón hasta el

demás se conviertan .en

.


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Cuentos de sustos

------

Draenia

------

25

pollos. Nos enseñaste a jugar otros juegos: el

explotar. Fue una hermosa Nochebuena. Acuér­

bote pateado, las escondidillas, las traes . . .

date que como no había regalos, les pusiste moños

En la escuela ya no eras la misma Draenia. Te quedabas dormida en la clase de ciencias socia­

a las piedras del cementerio y nos las regalaste. Después, dejaste de venir. Tus padres te habían

les. En tus sueños, volabas en un aeroplano de huesos sobre un desfile de esqueléticas multitu­ des con máscaras y trajes multicolores.

queletos se veían tan tristes como los modelos de

--A ver Godíhez, ¿quién fue El Pípila? T ú contestabas que un señor que se había hecho pipí en la cama y otra vez acababas en la dirección, mirando de reojo el búho diseca­ do del licenciado Buitrón, mientras escucha­ bas su incesante blablablá.

descubierto mientras te escabullías de la cena de Naviciad. Los fantasmas ya no bailaban. Los es­

'

plástico que los maestros tienen en sus salones para dar la clase de anatomía. Los fuegos fatuos se apagaron de aburri�iento porque no tenían con quién corretear. Desapareciste por completo de la ciudad. Mandamos a las ratas y a las sombras a buscar­

Así pasaron los meses. Uegó la Navidad. La ciudad se cubrió de festones y foquitos parpadeantes.

te. Revisaron tu antigua casa, en donde ahora

Nacimientos y pinos. Posadas y piñatas. Pero aquí en el cementerio, el ambiente era distinto. Nadie

escuela, en los parques, en los hospitales, en los

vivían un par de viejitos sordos; buscaron en tu supermercados y en las bibliotecas, sin éxito. El

nos visitaba. Nadie compartía sus luces de benga­ la con nosotros. Pero tú sí, Draenia. Tú colgaste

cementerio ya no fue el mismo sin ti.

adornos navideños en el retorcido árbol seco de los mausoleos. Tú encendiste tLÍs fuegos artificiales

ñas como tú. Las atraíamos disfrazá:ndonos de

para que viéramos sus chispas y los "escucháramos

En nuestra desesperación, buscamos otras ni­

�í

-

.

magos y mimos. hguna se quedó. En cuanto descubrían que éramos esqueletos o fantasmas, :(;v.,

\)


26

Cuentos de sustos

se les erizaba la piel y salían corriendo a todo

galope� Tú también nos extrañabas. O eso fue lo que nos contaste cuando regresaste en tu bici­

cleta, tres meses después. Estabas exhausta, sucia y

llena de raspones. Habías viajado veintitrés ki­

lómetros desde la ciudad vecina donde te habías mudado.

,

,

No pudiste soportarlo más y seguiste el rastro de los fantasmas solitarios que vienen

y

van en

las calles de todas las ciudades del mundo. Pre­ guntaste por nosotros

y

pedaleaste,

y

seguiste

pedaleando; pedaleaste toda la noche. Te acos­ taste sobre nuestras tumbas, te acuerdas, ¿ver­ dad? Y esta vez soñaste con calaveras de ·azúcar, con vampiros blancos y momias rosas. Te veías tan cansada que no quisimos despertarte. Y las puertas del cementerio se cerraron con cadenas y

candados mágicos. Y te hicimos nuestra reina� ¿Ya empiezas a recordar, Draenia? Entonces

quédate con nosotros, apenas ha empezado a oscu­ recer y tenemos toda la eternidad para jugar juntos.

·�


La mancha q ue se comió a mi hermanito

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KrA i hermanito Carlos estaba enfermo. 1Vlcomo tenía mucha calentura, veía es­

carabajos y ciempiés que caminaban por las paredes y . se es¿ondían cuando entraba la en­ fermera Espoketa y d doctor Rolando. Carlitos no los quería ni ver cuando lo hospi­

talizaron, pero después contaba las horas que faltaban para quf le tocara su inyección. El doctor sólo pasaba por las mañanas y por las noches. Carlitos prefería las mañanas porque

cantaban los pájaros y sor María Elena le leía cuentos y le traía crucigramas; mientras la señorita Espoketa le arreglaba la cama y le daba el desayuno, casi siempre fruta, g�latina,

huevo y un vaso de leche. CarlitG>s me decía entonces que extrañaba <iomerse un tazón gi­ gante de hojuelas de maíz azucaradas y ver

conmigo Las aventuras del oso sarnoso lbs sábados al mediodía, justo antes de Los tecnociborgs ado.

lescentes karatecas espaciales.

.

Carlitos odia a los insectos. Los odia porque

cuando alguien quiere hacerlo eñojar, todo lo

29

que tiene que hacer es buscar una alimaña de buen tamaño y ponérsela en la mano. Por eso odia a los escarab�os. Primero eran unos cuán­ tos. Nadie los veía más que él. Mi hermano me contaba que el doctor podía tener una barba en­ tera de bichos y estar como si nada. Alicia, la niña con apendicitis de la cama de enfrente, tampoco

los podía ver, a pesar de que el dueto de ventila­ ción en donde se escondían estaba detrás de ella.

En esos días apareció l¡:;t Mancha. Cuando Car­ los me contó acerca de ella, yo no quise creerle. -Cierra los ojos y se irá como los escaraba­ jos -le dije-. Es por la fiebre, pero ya se te va a pasar. La Mancha no lo dejaba dormir.

Sólo

podía cerrar los ojos cuando la enfermera le ponía la anestesia: Tampoco soñaba. Se. "

despertaba ya de dí� cbn

la frente sudorosa y ia ·tabeza


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Cuentos de sustos

------

hirviendo por la calentura. Hasta los escara­ bajos y ciempiés dejaron de preocuparle. -¿Puedes ver a la Mancha? -No. -¡Pero si está frente a ti! Eso me decía los días que iba a visitarlo. Los fines de semana, cuando le llevaba su golosina favorita (un paqué.te de Choco Locos), se queda­ ba mirando fijamente el techo y me pedía que no lo dejara solo con la Mancha. Carlitas em­ pezaba a preocuparme, así que le pregunté al doctor Rolando qué era lo que le pasaba. -No te preocupes, tu hermanito va a estar

31

La mancha que se comió a mi hermanito

La seguí por los pasillos del hospital. Bajé por las escaleras de emergencia. La Mancha se es­ curría como tinta por los escalones. Me quité un

zapato y se lo aventé. Pensé que eso la detendría.

Qué equivocado estaba. Lo que a continuación pasó fue terrorífico: la Mancha creció hasta al­

canzar m1 estatura, y en menos de un segundo abrió sus horribles fauces y se comió mi zapato.

En mi desesperación, me deslicé por el barandal y huí de ese lugar lo más rápido posible.

Le conté mi experiencia a mi abuelo; no me creyó. Le conté a mi papá; me dijo que no cenará tan pesado, porque me daban pesadi­ llas. Al f inal le platiqué mi aventura con la

bien, sólo tiene delirios.

Más tarde me daría cuenta de que el equivo­ cado era yo. Fue el segundo lunes de sus días en

el hospital. Fui a visitarlo por la tarde, después de la escuela. Pero Carlos no estaba: se lo habían llevado para hacerle unos análisis. Me quedé un rato sentado junto a su cama. Al�cia dormía pro­ .

fundamente: Entonces la vi. La Mancha existía.

Mancha a mamá,· pero me contestó que no me preocupara tanto por mi hermanito, por­ que pronto saldría del hospital. Nadie me creía y yo no podía quedarme con los brazos cruzados mientras esa monstruo­ sa Mancha acechaba � Carlitas, esperando a que se quedara do_rmido para comérselo con .

.


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Cuentos de sustos

------

todo y cama. La próxima vez, la atraparía. Tomé mi mochila y me equipé con las mejores armas que encontré en casa: tres botellas de quitamanchas en spray, diez estrellas ninjas de plástico y un paquete de toallas absorbentes. Al día siguiente corrí hacia el hospital con todo mi armamento, apenas sonó la chicha­ rra de la salida dé'Ía escuela. "Ninguna mancha horrible va a comerse a

La mancha que se comió a mi hermanito

Manchas en forma de pulpos, de calaveras, de gatos erizados. Manchas misteriosas como fan- . tasmas. Pero de la mancha que buscaba, nada. De pronto, escuché el chasquido de alguien que masticaba haciendo ruidos extraños y· espantosos. Era la Mancha. Aún no me había visto, es­ taba muy entretenida comiéndose las medici­ nas y las vendas de todos los pacientes. Había

mi hermanito", pensé. En la recepción, casi tropiezo con un grupo de

crecido desde nuestro último encuentro: esta­

ancianos por la prisa que llevaba. El ascensor se

Le disparé con las dos botellas de spray qui­

estaba tardando demasiado, así que subí dando grandes zancadas por las escaleras de erhergen­ cia. En el pasillo del piso seis no había: nadie. Dejé de correr; algo no estaba bieh y lo iba a averiguar. Me asomé con cautela en el cuarto de Carlitas. No había nadie, ni siquiera la niña con apendicitis. Entré apuntando con dos botellas de quitaman­ chas en sprq:y, como los policía� de las películas de acción. Revisé las paredes con cuidado, como lo hacía mi hermano. Manchas hábía muchas.

ba más gorda y más horrible. tamanchas al mismo tiempo. La Mancha au­ lló. Cada vez que le disparaba se hacía más y más pequeña, tan pequeña como la man­ cha que veía Carlitas. La Mancha huyó por el pasillo y des·­ pués por las escaleras� -.

Yo la perseguí �asta el sótano del hospitaL


34

Cuentos de sustos

Finalmente, el engendro estaba acorralado. En ese instante le descargué todo el líquido quitamanchas que tenía en mis manos. Eso fue todo. La Mancha desapareció. Cabizbajo y triste- porque la Mancha se ha­ bía comido a mi hermanito, subí al sexto piso para llevarme sus cosas. Ahí me encontré a la señorita Espoketa, quien al ver mi cara larga me preguntó: -¿Qué te pasa, pequeño? ¿Por qué no estás feliz, si hoy dieron de alta a tu hermano? -No es cierto, la Mancha se lo comió. No dejó ni su ropa -repliqué.

, -Te doy mi palabra de honor. Garlitos está .

en tu casa desde esta mañana, puedes hablar­ le por teléfono en la recepc-ión. No lo podía creer, pero era cierto. Cuando lle­ gué a mi casa, Garlitos veía la tele como si nada hubiera pasado. Con el tiempo, J?i hermanito se curó por completo y nunca volvimos a ver ni a saber nada de la Mancha.

LA MUÑECA �lN o)o @ .


La muñeca sin qjos

A

57

na era una niña caprichosa que obtenía

fotografias con Dinora, y en todas aparecía

todo lo que se le pegaba la gana, así fuera

sonriente y feliz. Ana y Dinora paseando en

una pirámide egipcia o un unicornio enano,

carreta. Ana empujando a Dinora en el co­

un globo aerostático o un tesoro pirata. En

lumpio. Ana contándole a Dinora un cuento

cierta ocasión, Ana caminaba junto a sus pa­

antes de dormir. Dinora y Ana en el come­

dres cuando vio en el aparador de una tienda

dor, preparándose sándwiches de mermela­

la muñeca de rizos' dorados más hermosa de

da de diez pisos. Ana y Dinora construyendo

todo el ancho mundo. Sus mejillas eran rolli­

castillitos de arena en la playa. De picnic.

zas; su sonrisa, alegre y contagiosa. Su vestido

Andando en bicicleta. Jugando en la tina de

era de seda turca con encajes de brocado y

baño.

/

unos guantes de terciopelo blanco. Su cabeza estaba ornada con un moño de color mora­ do. Pero lo que más atrajo la atención ?e Ana

eran sus ojos azul€s y brillantes como gemas.

La atraían tanto, que quería tocarlos y tener­ los para ella sola y para nadie más. No pasó ni un minuto antes de que. Ana su­ plicara a su padre que se la comprara, y éste así lo hizo. Loca de contenta, �na y la muñe­

ca de porcelana se hicieron a�igas insepara­ · bles. Jugaban a la merienda con té y galletas, e iban juntas a la plaza. Ana se tomába muchas


38

Cuentos de sustos

Pero la felicidad no dura para siempre, y un día la familia fue visitada por la tía Enriqueta, una pariente cercana muy avariciosa que te­ nía cierta predilección por las joyas. Cuando vio a Dinora, sus dedos artríticos y tembloro­ sos se acercaron a la cabecita de la muñeca. -¡Quémaravillosoparde diamantes tiene tu muñequita, querida! Si pudieras venderlos, po­ drías comprar cientos de muñecas de porcelana. Ana no quería tener cien muñecas de porce­ lana; con Dinora le bastaba, así que no le dio mucha importan<;ia al comentario de su tía. Meses después, la tía Enriqueta se quedó a ...

.

dormir en la casa de Ana. N o había podido olvidar los ojos de Dinora, así que esperó pa­ cientemente a que la niña se dl.lrmiera y, con el sigilo de un hipopótamo escurridizo, cambió a ..

Dinora por otra muñeca idéntica que había conseguido en una tienda del pueblo. Después .

fue directo a la cocina, y con un cuchillo mantequillero extraJo los dos ojos de diamante de

39

La muñeca sin rijos

Dinora. Luego arrojó a la muñeca por una ventana, lo más lejos que pudo. Los rayos del sol hicieron que Ana frunciera el ceño. Bostezó. Estiró los brazos. Se lavó los dientes y le dio los buenos días a Dinora, pero su muñeca favorita no estaba. Ana la buscó por toda la casa. Buscó en el ático, en el sótano, bajo las camas. Corrió a la habitación de su tía Enriqueta. Lo sospecha­ ba, pero no lo creía; la tía Enriqueta dormía mientras apretaba contra su pecho lo

s

d

diamante de Dinora, quizá soñando con per­ las, zafiros y esmeraldas. Ana se enojó mucho y trató de arrebatarle los ojos de su muñeca a la tía Enriqueta, pero ésta se despertó y no quería dárselos. Repen­ tinamente, la tía se q�edó muda del susto. La sombra de Dinora estaba en el umbral de la puerta; tenía dos pequeños boquetes en lugar de ojos. La tía sol�p el par de joyas y éstas sa.

·�

lieron volando por la ventana.


40

Cuentos de sustos

------

-·-¡Esa muñeca está embrujada! Exclamó y se echó a correr. Nunca más se volvió a saber de la tía Enriqueta.

41

La muñeca sin qjos

En el cuarto amanecer, otra niña recogió a la muñeca mientras lavaba la ropa, y así Di­ nora fue a dar a una granja donde vivían tres

Los padres de �a no estaban muy contentos

hermanitas con su madre. Las niñas adopta­

ni con ella, ni con su muñeca, así que la obliga­

ron al juguete, y para que no se notara que no

ron a separarse de su mejor amiga y se mudaron a otro vecindario. El padre de Ana envolvió a la muñeca con una tela y la arrojó al río, en donde flotó durante tres días y tres noches.

tenía ojos, le colocaron una venda alrededor de su cabeza. A los pocos días, Dinora desapareció, dejan­ do un rastro de diminutas huellas que se per­ dían en lo profundo del bosque. Las tres niñas y su mamá no quisieron seguirlas. Sabían

qu

lo que Dinora buscaba no estaba ahí. La muñeca sigue extraviada entre las som­ bras de la noche. Busca sus ojos y sueña con el día en el que pueda ver a Ana de nuevo. Si al­ gún día los ves en el aparador de alguna joye­ ría, no dudes que Dinora te está observando.

.•


'�..


Esperando al ouro

� 0 ------------

----

�lliíí• ra un día horrible en Ogrolandia. Espeluz­ gárgolas le llevaban el periódico a

------

45

Adriana se la pasa ba llorando. Leti, la niña de lentes que decía tener excelentes calificaci ones '

que sería una maña_n a ogra, con lluvias ogras

afirmaba que seguramente estaban soñando y pronto despertarían. Óscar se entretenía mo­

por la tarde. Con nubes ogras, árboles ogros

lestando a Leti,

sus ogrezcos dueños. El Diario Ogro pronosticaba y

ciudadanos ogros por las ogras calles. 1

En la casa del ogro Nicasio, los cimientos retumbaban por sus fuertes ronquidos. Nicasio era un flojo irremediable

y

Ángel era un pesimista que

repetía por lo menos una vez al día: "Es inútil, nunca saldremos de aquí". El más lúcido de los prisioneros del ogro era

la palabra j abón

Ricardo, quien no sólo llevaba la cuenta de los

no estaba en ningún diccionario de su casa. De hecho, le tenía tal aversión, que se había

días, sino que también �dministraba el engrudo que el ogro Nicasio les daba por comida y deli­

dado a la tarea de tachonada de los libros de

neaba planes para escapar de la jaula, a pesar de

su de por sí pobre biblioteca, en donde��ra casi

que nadie le hacía caso.

y

imposible encontrar una lectura interesante.

Había títulos como: El ogro excelente, Ogritud en '

éxtasis, Cien años de ogredad y ¿· Qy,ién se ha llevado mi ogro? No obstante, había un libro muy especial para él: 100 recetas sencillas para cocinar niños. Desde hacía varios días, el.ogro Nicasio te­ nía en engorda en una jaula a cinco pequeños. Ninguno d� eÚos sabía cómo h_�bía llegado hasta ahí, y todavía tenían puestas sus pijamas.


46

Cuentos de sustos

------

-No hay escapatoria, el ogro nos comerá de todas maneras -decía Ángel. -Según mis cálculos matemáticos, el ogro no existe -afirmaba Leti. -¡Quiero a mi mamá! -berreaba Adriana y seguía llorando. -Todo es culpa de' la "cuatro ojos"- acusaba Óscar, y se ponía-� discutir con Leti. A pesar de la situación, Ricardo no perdía la esperanza de que un día regresara a casa y se acabarían las épocas ogras. Como cada mañana, mientras los niños apenas se estaban limpiando las lagañas, uno�pasos colosales se acercaron con pereza. Era e f" ogro

Nicasio, que tras brindarles una sonrisa torcida y chimuela; se acercó a la jaula y les dedicó unas palabras de mal aliento. -Fi, fao, fo. Pero qué delgados están, debí comprar mejor un paquete de niños gordos . instantáneos. En fin, estén listos o no, mañana me los comen� así de flaquito s. Me prepara­ ré un puré de niño en salsa de tom.áte . . . N o,

� VJ

47

Esperando al ogro

no, no, mej or me los voy a comer fritos con una guarnición de almendras y queso derreti­ do. Pero no estén tristes, todavía tienen horas para seguir jugando. Fo, fo, fo. El ogro Nicasio hizo una mueca siniestra y se fue sobándose la panza, imaginando cómo cortaría a los niños con su cuchillo gourmet, si en trocitos o como filetes. Los niños reaccionaron de inmediato. -Mmm, según la lógica aristotélica, no hay de qué preocuparse. Prqnto despertaremos de esta pesadilla -aleccionó Leti. -¿Ven? Se los dije, el ogro va a comernos y no podemos hacer nada -chilló Ángel. -Todo es culpa de la "cuatro ojos" -senten­ ció Óscar, y comenzó a jalar las trenzas de Leti. -Tenemos que escapar -opinó Adriana. . Ricardo iba a decir lo mismo, pero fue me­

j or así. Adriana sólo había llorado desde el pri­ mer día que amanecieron en la jaula. Por eso los demás se queda�ofi perplej os. Adriana carraspeó, sorbió sus mocos y explicó su plan a los �

otros prisioneros.


48 ·

Cuentos de sustos

-Todos hemos leído cuentos de hadas, ¿no?

Usemos ese conocimiento para vencer al ogro. -Adriana tiene razón --secundó Ricardo-. Aún si éste es un sueño, ninguno de nosotros quiere terminar entre los· dientes de ese ogro ho­ rripilante, así que hagamos un plan. Y así, Ángel dejó su pesimismo sólo por ese día; Leti enfocó sus conocimientos en resolver el problema del ogro; Óscar prometió no j a­ larle las trenzas; Adriana dej ó de llorar, y Ri­ cardo anotaba en su cabeza las mejores ideas y las volvía a plantear. Antes del anochecer, los niños ya habían trazado un buen plan . ...

Amanecía en Ogrolandia. Ogras gotas de rocío resbalaban por ogras flores. Ogros mons­ truos cantaban vidriosas armonías, anuncian­ do un nuevo despertar. El ogro Nicasio se levantó más temprano. Normalmente, no se paraba de l_a cama hasta el mediodía, pero ésta era una ocasión especial. Y hasta los ogros respetan las ocasiones especiales. Tum, tum y recontra tum.

e

_Es_ p_ e m_ n_M_a_ o l ��-o

________ ______

__ __ ____ ___

49

Ogras pisadas hicieron temblar los fras cos de la alacena. Lo primero que hizo el ogr o

Nicasio fue tomar el libro de

100

recetas senci­

llas para cocinar niños, acomodarse en una silla

y sub ir los pie s en la me sa. -Mmm, veamo s: niño envuelto, niños fritos en mantequilla, niños empanizados, niños des­ huesados con crema de ajo.


50

Cuentos de sustos

------

.-Psss, psss, señor ogro, acá arriba. Cómame por favor -afirmó entusiasmado Ricardo, aso­ mando la cabeza entre los barrotes de la jaula. Yo -Fi ' fao' fo ' no comas ansias, sabandiia. :J mismo pondré tu cabe�a en un palillo como aperitivo. -Me parece muy pien, así nunca te diré la mejor receta del mundo: niños frescos a la bota de siete leguas. Y para picar más la curiosidad del ogro, le sacó la lengua y metió la cabeza. -Fo' fo pues si no me dices ahora mismo, te '

sacaré las tripas y te freiré a fuego lento. -Hazlo si quiere� -retó Ricardo-,-pero ninguna receta se compara con ésa. -Está bien, tú ganas, sab�ndija. ¿Qué es lo que quieres? -Que lo pidas "por favor", y primero bája­ me y ve a lavarte las manos, no seas cochino. Y así lo hizo. -Ahora escpc}J.a bien: necesité los siguientes ingredientes: cinco niños que se llamen

@

51

Esperando al ogro

Leti, Ángel, Adriana, Ricardo y Óscar; una bota de siete leguas; agua, zanahorias, calaba­ zas, tomate, aj o, cebolla, sal y pimienta. El primer paso es colocar a los cinco niños adentro de la bota de siete leguas. Vamos, ha­ zlo, no tengo todo el día. Y el ogro obedeció. -Después agrega el agua, la verdura picada, el ajo, la cebolla, la sal y la pimienta. Y el ogro siguió al pie de la letra sus ins­ trucciones. -Tengo hambre, '¿cuándo voy a probar este manjar? -se quejó el ogro. -Ya estás muy cerca. El siguiente paso es muy importante; si no haces lo que te digo, el platillo no estará completo. Toma la bota con cuidado de no tirar a ningún niño y arrójala lo más alto que puedas. Luego cierra los · oj os y cuenta hasta un millón. Cuando los 0-bras de nuev0, ¡voilá! El <

plato aparecerá mágicaménte frente a ti, listo para comerse.

� �


52

Cuentos de sustos

El ogro Nicasio se quedó pensativo, a pesar de que tema el cerebro del tamaño de una codorniz. -No me estás engañando, ¿verdad? ¿Me da­ rías tu palabra de hónor? -Tan seguro como que,mi nombre es Óscar. Y el ogro tomó la bota y la arrojó lo más alto que pudo. Cuando co.rnprendió el engaño, Leti, Adriana, Óscar, Ángel y Ricardo ya estaban muy, muy lejos. Cuentan sus vecinos que el ogro Nica­ sio se volvió vegetariano, y ahora no puede ver a un niño ni en pintura.

... . ,,


55

A la rorro ro

'

�·,

\

\� 1 señor y la señora Frankenstein, famosos t:::. científicos, esperaban a su niñera. Lucían

El retrato de la tía Eleonor, quien sólo tenía un OJO.

impacientes. El murciélago del reloj

Silvia no se sorprendió. Como toda niñera,

cucú dio el chillido de las siete de la noche. El

conocía las casas de las familias del vecindario y

señor Frankenstein se sirvió otro matraz de café,

algunas parecían tan extravagantes como la de

mientras la señora Frankenstein revisaba su bol­

los Frankenstein. Pero ninguna casa poseía una

so por decimocuarta vez. El timbre desafinado

cocina como la que Silvia vio. Había alambi­

de la puerta sonó repentinamente.

ques, tubos de ensayo, cientos de frascos, probe­

elegantes

e

¡

-¡Es ella! -festejaron ambos.

tas, matraces, máquinas antiguas y generadores

Mua, mua, mua: besos y apretones de mano

eléctricos. Silvia no quiso tocar nada. Se acercó

recibieron a Silvia, la chica niñera que se encar­

a un armatoste blanco c�n notas pegadas en­

garía del bebé.

cima -a su juicio, el pariente más cercano del

-Se nos hace tarde. Las instrucciones las de­ jamos pegadas en el refrigerador. El núm�rb de ·,....

·

refrigerador-. Tomó la nota rosa membretada con su nombre y la leyó con cuidado:

nuestros teléfonos celulares está ahí. Chau, chau. ¡Kablam!, la puerta de la calle se cerró. Sil­

via se acomodó los lentes y caminó tímida­

mente hacia la cocina. Las paredes de.Ja casa contaban historias misteriosas. El título de la universidad del señor Franke� stein. El pre­ mio Nobel de la señora Frankenstein. La ca­ beza disecad� de· un león. La espada de com­ bate del tatarabuelo, el general Fráhkenstein.

'.

Querida Silvia, estos son tus deberes de hoy:

El bebé se despierta como a las ocho: juega con él. Llena su biberón coula pócima roja (está en la . alacena), agrégale un chorro de leche y d�selo a '-,.._ --

.-:J.

_

____


57

A la rorro ro

/Á las nueve de la noche, quédate en el pati�

Calentó unos pedazos de pizza, se sirvió un

·

él. Le gusta ver la Luna. A las once, es hora de ir a la cama. Los juegos favoritos del nene son: las

matraz de refresco (en

escondidillas, el columpio y el caballito.

sos, sólo matraces), se

esa casa no había va­

Por ningún motivo le des al bebé la póci­

ma

arrojó en el sillón más

roja después de las ocho y cuarto.

Hay pizza para ti e'n el refrigerador. PD:

largo y cómodo, pren­

Si algo sale mal, dale al bebé el biber ?..

dió la televisión y ¡oh, ·

!a pócima verde . ..._>:,·'

�---

Silvia guardó la nota y subió a la habitación del bebé. No sabía en dónde estaba, pero siguió el sonido de sus pequeños ronquidos y se asqmó en la oscuridad. Un �uarto oscuro es como una caja de sorpresas. De pronto se encien9-e la luz y aparece una fiesta de cumple�ños o un completo

desastre. Pero Silvia no distinguió nada fuera de lo normal. El bebé dormía tranquilamente. Como no había nada mejor que hacer hasta las ocho Silvia fue a la sala a ver tele�eries, pensando '

que tal vez el e�tra!J.o recado del señor y la señora Frankenstein era otra más de sus extrayagancias.

decepción!: la transmisión fue interrumpida por un mensaje del presidente en cadena nacional sobre el producto interno' bruto. "Bueno, quizá '

termine rápido", pensó la chica. Sus párpados se hicieron pesados como piedras y en unos segun­ dos se quedó dormida. Crashes y trishtrashes hicienm que Silvia se levantara como un relámpago. Eran las ocho y media, y algo no estaba bien. Los retratos y tro­ feos de la familia yacían estropeados por el piso; pedazos de alfombras y cortinas colgaban de las lámparas. De pronto, una especie de animal sa­ lió disparado como bótido de la cocina y se diri­ gió al patio trasero, dejando tras de sí un rastro y

de destrucción.


58

_____

s_de_sus_ tos Cue_ n_ to_ _ _ __ _ _ _ _ __

Silvia quería gritar, pero se contuvo. Como la mejor niñera del barrio, no podía rendirse. Fue a la cocina, tomó la escoba y el recogedor,· y en un santiamén barrió todos los recipientes roto s.

Luego preparó el biberón -d�l bebé con la pócima verde y siguió al pequeño al patio trasero. - y¡ 7en bebito bebito bebito -llamó Silvia sin -"' encontrar respuesta. Sy' acercó al columpio que estab a colgado del único árbol del jardín de los Frankenstein. Se hizo un silencio de película de suspenso, y al siguiente segundo Silvia pudo ver '

·' ;

al bebé . Su cuerpo estaba semiarqueado y cu­ bierto de escamas. Era del doble del tamaño de un bebé normal. Tenía dos diminutos cuer�os y unos ojos enormes y gatunos. Al sonreír, Silvia al­ canzó a atisbar un afilado diente creciendo en sus

mandíbulas. La chica trató de '-atraparlo, pero el bebé era escurridizo como una rana y se e�cabu­ lló entre sus piernas con dirección a la planta alta. "AJá, ahora no tiene a donde ir'� , pensó la ni­ .. ñera y se arremangó la camisa. Silvia tomó un ··pedazo de pizza y subió de puntitas por las escale­ ras, calladita, casi flotando. La cabeza lé dolía. En

A la rorro ro

-------

59

su corta trayectoria como niñera, no recordaba haber lidiado con un bebé tan problemático. Es­

cuchó algunos chapoteos. El pequeño monstruo había llevado su estela de destrucción al baño de

los Frankenstein.

Muy despacio, Silvia colocó la pizza frente a la puerta del baño, en donde nacía un riachuelo que, al llegar a las escaleras, se convertía en cascada. El bebé masticaba el tubo de la pasta de dientes y

se bebía la botella de acondicionador de la señora

Frankenstein. El olor deJa pizza atr�o su aten­ ción: el grasoso salami, el queso derretido . . . Al pequeño monstruo le brillaron los ojos y se acer­ có babeando mansamente hacia la humeante re­

banada. Tragó saliva, abrió los labios y. . . Silvia le puso el biberón dentro

de la boca. El bebé bebió la pócima verde y se hizo pequeñito, tanto que Sil­

via lo cargó y lo llevó· de regreso a su cuna. Las es'

camas se le habían cáído .

Su espalda ya no estaba


60

Cuentos de sustos

encorvada y los cuernos que coronaban su frente desaparecieron. Viéndolo como realmente. era, a Silvia no le pareció tan abominable. -A la rorro niñq, a la rorro ya -cantó la jo­ ven niñera. Después, Silvja se quedó dormida.

A las doce en punto, d señor y la señora

Frankenstein volvieron a su casa. Al ver el desas­ tre ocasionado por su propio hijo, ni siquiera se

enojaron. El señor Frankenstein oprimió el botón de un control remoto y un ejército de robots se encargó de dejar la casa limpia y ordenada. La señora F rankenstein encontró a Silvia y al bebé abrazados y roncando. -Míralos, parecen dos angelitos -le informó al señor Frankenstein. .

··�

-Sí, es la mejor niñera que hemos temido. Desde aquella noche, Silvia "Be convirtió en la niñera de los Frankenstein y jamás volvi� a ol­ vidar darle la pócima roja al bebé antes de las ocho y cuarto, quien cuando no se transformaba en monstruo era todo ternura.

LA

]

BRlJJA ClBflNAUIA


ew_ b� h __ be_ rn_ ,_ w_ r�a_ um ci_ a_

�·! la bruja Isela no la calentaban ni el Sol, ni la J\Luna, ni todas las estrellas juntas. Acababa de cumplir quinientos años, y se había dado cuenta de que a los niños ya no les asustaba la brujería. La magia negra sólo les provocaba bostezos. Los maleficios sólo les hacían cosquillas. Había pro­ bado transformarlos en ranas, cuervos, ratones y cerditos, pero les paré.cía tan divertido que la bru­ ja Isela terminaba convirtiéndolos otra vez en ni­ ños, con tal de no escuchar sus despreciables risas.

Tampoco funcionaban las invocaciones. De­ monios, fantasmas, trolls y espíritus malignos los .,

impresionaban tanto como un muñeco de pe­ luche gigante. "Qué bonitos cuernos tiéhe ese señor"; "Qué chistoso, un hombre ·�pescado"; "Miren, una sábana con ojoE( ; comentaban los niños al ver sus hechizos. Pobre bruja Isela. Se sentía tan deprimida que sobre su cabeza flotaba una nubecilla negra hin­ chada de rayos y truenos. Suspiraba apoyando

la cabeza en el balcón de su ventana, recordan­ do los tiempos en los que la gente le· tenía tanto

__ __ ________ ____ __ __ __

miedo que la perseguían para quemarla

63

en leña

verde. Añoraba irse de parranda con sus amigas durante la Noche de Bruj as, y tocar a las puer­ tas de los provincianos pidiéndoles dul ce o tru­ co. Extrañaba encantar princesas y con vertir príncipes en sapo. --¿Qué sería de los cuentos de hadas sin no­ sotras las brujas? --refunfuñaba. Y entre suspiro y suspiro, su bola de cristal (que es algo así como el teléfono celular de las brujas) comenzó a parp dear y a echar humo. En su interior apareció la imagen de su prima Ho rrorina. lsela y Horrorina se saludar on con cacareos brujiles, como dos gallinas clueca s. -Malos días, prima lsela, hace muchas verru­

gas que no te veía. Te noto algo apachurrada. -¡Ay, prima Horrori­ na! Si tú supieras . . .

-Cuéntame, cuén­ tame -respondió Ho� -

rrorina muy interesada.

·

_


64

Cuentos de sustos

----�---

Y así, la bruja deprimida le contó su desgracia. El

hablar de su tristeza la hizo soltar gruesas lágri­

mas de ácido sulfUrico que dejaron el piso como

coladera. Ct1ando'su prima Horrorina terminó de escuchar, no pudo más que reírse. -¡Ay, primita! Lo que tienes que hacer es modernizarte. Averiguar a qué le tienen mie­

do los niño s de hoy. ·'A mí me pasaba lo mismo que a ti, hasta que entré al mundo de la tecno­ logía. Ahora asusto a los niños hechizando sus computadoras; maldigo sus mensajes de texto y les hago la vida imposible con mi programa de te­ levisión por Internet. ¡Actualízate, primita, actua­ lízate! Oh, espera, tengo que irme, está erÍfrando otra llamada. Luego seguimos platicando. La bola de cristal se apagó� A la bruja Isela no le parecieron tan disparatadas las pala�ras de Horrorina. Además, si alguien sabía de brujería

era precisarnente ella: mil años no los tiene cual­ quier bruj a. Esa misma tarde, I�ela se compró

una compt1tadora: con Internet y un manual de computación grueso como un ladrillo. Observó

Isela, la bruja cibernauta

65

el ratón de cerca como si fuera un bicho raro. No

sabía cómo conectarlo. Repasó el manual una y otra vez. De la primera a la última página. -No entiendo -concluyó, y al grito de "¡sha­ zim, shazum!" hizo funcionar la computadora. Bueno, no tenía la apariencia de una computa­ dora común y corriente. En vez de cables, le bro­

taban tentáculos. El ratón para mover el cursor en la pantalla tenía dientes y pelo, y la pantalla era un ojo gigante en donde de,.pronto aparecían imáge­ nes.

El

teclado tenía patitás de insecto, y cada vez

que Isela se descuidaba, éste se bajaba del escritorio y se ponía a caminar por las paredes. Sin embargo, la bruja se sentía más cómoda con ese modelo. Se sentó en una silla, apareció un tazón de botanas de queso con su varita mágica y comenzó a nave­ gar por Internet, dispuesta a darles un buen susto a los niños que habían dejado de temerle en la vida real. Hacía tiempo que la bruja Isela no tenía una tarde tan productiva. �ntró a las computadoras de unajuguetería e hizo caminar a todas las muñecas. La tienda se

quedó vacía en cuestión de segundos.

9


66

Cuentos de sustos

Luego se metió en las casas de los niños. A unos les convirtió en arañas sus correos electrónicos. A

67

Isela, la bruja cibernauta

-Ay, brujita, me gustan mucho tus trucos, pero la bruja Laura los supera por mucho.

otros, les hizo sangrar sus pantallas. A algunos más

Era lo que más o menos escuchaba de los ni­

los encerró en un castillo virtual plagado de bichos

ños que estaban embobados con la nueva página

cuadriculados, sacados c:ie videojuegos violentos.

en Internet. Si antes de ser una bruja cibernauta

Definitivamente había sido buena idea con­

se sentía deprimida, ahora estaba peor. Se sentó

vertirse en una bruja cibernauta. Lo que Isela no sabía es que los niño{de la era de la tecnología

frente a su bola de cristal, dispuesta a reclamarle

no se asustan dos veces con los mismos trucos. En

al instante apareció dentro de la bola.

las semanas siguientes, la bruja Isela tuvo que ex­ primir su imaginación para seguir asustando. Su

a su prima Horrorina. La llamó por su nombre y -¡Primita! ¿Cómo te ha· ido? Supe que seguis­ te mis sabios consejos.

dotación de fantasmas y monstruos pronto quedó

-¡Sapos y culebras! --en el idioma de las bru­

distribuida en las computadoras de toda la ciudad. Su libro de hechizos,. poco a poco, se quedaba

jas, decir "sapos y culebras" es como decir una grosería-. Ahora estoy peor que antes: he pasa­

sin páginas. Hasta que un buen día, la; gente se

do de moda, ya no hay truco mío que no conozca

cansó de ell'it. Había una nue­

cualquier pelagatos, y todo por seguir tus consejos.

va página web que recién . se había convertido en

-¡Qué horrible te ves cuando estás enojada!

,...,

la sensación: labrujalau-

brujas. Bueno, tienes que actualizarte,

ra.com. La bruja Laura

¡Oh! Está entrando otra llamada. Nos vemos.

,

era más gruñona, temible, fea y mala que Isda. 1

.

Qué bueno que te dedicas a asustar niños y no tú

sabes.

..

Y la bruja Isela s.e puso a l:lorar. En esas esta­ ba cuando tocaron a la puerta. Se asomó por la


68

Cuentos de sustos

mirilla. Un grupo de niños con carteles y fotos suyas la esperaba. -¿Qué es lo que quieren, enanos? Ya se me acabaron los trucos.

Al verla, los niños vitorearon y gritaron su

nombre.

-Somos el Club de Admiradores de la Bru­ '-" ja Isela, hemos visto �us brujerías y queremos aprenderlas. Por favor, haremos lo que sea. La bruja Isela cerró la puerta. La idea no le pareció tan descabellada. Además, siempre ha­ bía querido tener unos aprendices. Imaginó una nueva era, una en donde las artes mágicas (�eran

apreciadas y no temidas. Ya podía ver el letrero que pondría afuera de su casa: "Escuela de He­ chicería de la Bruja Isela". Chasqueó los dedos.

Las puertas y ventanas se abrieron ?e par en par. Miró al cielo. La tarde era horrible; los alumnos estaban ansiosos, el ca�dero mágico ·

_

burbujeaba en el fuego y pronto empezaría la primera clase.

!


Diario de unjoven vampiro

( LUNES

2

>

DE JUNIO

.r.--uerido diario: me aburro tanto en este cas­ tillo que he empezado a limpiar las telara,.

ñas y a sacudir el p,olvo. Recorro los calabozos de arriba a abajo, cansado de platicar con es­ queletos que no responden. A últimas fechas, prefiero conversar con las armaduras. Tampoco dicen nada, pero si me ·quedo callado, puedo es­ cuchar al viento silbando dentro de ellas, como si me contaran historias de caballeros medievales. A veces quisiera que los animales hablaran. Así podría ir al foso de lagartos a hablar sobre temas profundos con ellos. Tal vez las ratas tendrían conversaciones interesantes sobre los cuartos�e­ cretos que aún no conozco, o los murciélagos me

ponerme filtro solar y lentes oscuros e ir a es­ piar a los niños de mi vieja escuela. Antes de ser un vampiro, tenía muchos amigos ahí. Todos han crecido mucho. Mientras yo sigo parecien­ do un niño de primero, ellos son más altos y ya van en quinto año. En el recreo juegan futbol. Dulce es muy buena para tirar penales y Juan es un portero fantástico. Me hubiera gustado quedarme más tiempo, pero no puedo estar bajo los rayos del sol por lapsos prolongados y el bloqueador que tengG sólo dura pocas horas.

( JUEVES 1 2 DE JUNIO) Hoy hubo lluvia de estrellas en el cielo. Subí a la torre más alta del castillo y eché un vistazo por el telescopio. Dicen que si

entretendrían con sus anécdotas;sobre andanzas nocturnas en la ciudad. Aaaaajum (bostezo), qué .dificil es ser inmortal.

ves una estrella fugaz . en

( MARTES I O DE JUNIO)

poco tiempo. Hoy vi

Hay momentos en la vida de un vampiro que no .

'

son tan malos. Hoy, por ejemplo, se me. ocurrió

71

el cielo y pides un deseo, éste se te concederá al más de cien estrellas fu­ gaces. Pero yo sólo pedí una cosa: tener amigos


72

Cuentos de sustos

con quienes j ugar. Si se me cumplen todos mis deseos, tendré cien amigos.

am� en_ e_ un� v_ v_ � __ · a_ �_d_ � _ �z_ ·ro

__ __ __ __ __ __ __ __ __ __ _

75

Yo tampoco, pero sucede que de vez en cuando pasan cosas raras. Me parece ver a alguien en la biblioteca. No escucho sus pasos. No he visto sus

ojos. Pero lo siento. Ojalá ese fantasma existiera. Al

( SÁBADO 1 4 DEJUNIO)

Estuve todo el día en el � laboratorio. Descu­ brí una fórmula para transformar el jugo de betabel en sangre fresca. Sabe a chamoy y es mejor que la sangre d� las gallinas y las vacas. ¡Yomi, yomi!

menos así tendría compañía.

( MARTES 2 DE SEPTIEMBRE) Después de las tediosas vacaciones, he reto­ mado el plan del que te hablé hace unos días. Mi primera víctima será Dulce. Ya sé dónde VIve, porque una vez nos invitó a su fiesta

( JUEVES 24 DEJULIO )

.

Después de pensarlo muy bien, he encontrado la solución a mis problemas: voy a convertir a los niños de la escuela en vampiros. Prometo ·,que . no les dolerá. Bueno, será menos dolorpso que • '

una inyección. Sólo un piquet�to. Un pellizco. Casi nada. ...

( LUNES 1 1 DE AGOSTO)

Mientras los otros niños están de vacaciones, yo estuve encerrado como caracol, vieq_do la Luna por la ventana. ¿Tú crees en los fantasmas, Diario? .

.

.

de cumpleaños. Llegaré a medianoche y me transformaré en neblina para entrar por su ventana. Luego, la traeré al castillo volando en la oscuridad. Sé que se enoj ará cuando se dé cuenta de que la saqué de su casa. Por eso le voy a regalar una muñeca y muchos balo­ nes de futbol. Ya quiero que sea mañana.

( MIÉRCOLES 3 DE SEPTIEMBRE ) Dulce no quiso que l9: mordiera. No ·me reco­ noce y me tiene miedo. Creo que me aflojó un


74

Cuentos de sustos

75

Diario de unjoven v ampiro

colmillo de leche de un balonazo. Tuve que en­

Dice que extraña a sus papás y a sus amigos de la

cerrarla en el calabozo. Escogí la celda de una

escuela. Mañana mismo iré porJuan.

princesa porque es la más bonita. Hace rato le llevé algunas fruta; y jugo de betabel para que

( LUNES 1 5 DE SEPTIEMBRE )

mirada es tan triste como la mía. Yo sólo quiero

Toda la policía de la ciudad rodea el castillo. Juan y Dulce están conmigo. Juan quiere que lo

hacerla inmortal y jugar con ella todos los días.

transforme en vampiro cuanto antes, pero ahora

Nunca podré entendef a los humanos.

pienso que no es tan buena idea. He sacado a

cenara, pero parece que �no tiene hambre y su

Dulce del calabozo. Creo que aquí se acaba todo

( VIERNES 1 2 DE SEPTIEMBRE )

y no me queda otra salida rpás que entregarme. '.

ciudad entera busca a Dulce. Hay sirenas de

Es una lástima, Dulce ya me había perdonado y

patrullas ululando en todas las calles y policías en

me prometió que si la liberaba, regresaría a jugar

cada esquina. Tengo en mis manos el periódico de

conmigo los fines de semana. Adiós querido Dia­

La

ayer. La noticia principal es: niña desaparecida

alerta al vecindario. Hay un retratq hablado �'

de un hombre malencarado y:con un parche en el ojo que no s·e parece en nada a mí. Dulce ha estado llo­ rando. Ya le llevé ositos de felpa, coches eléctri­ cos, un videojuego por­

tátil y un futbolito, pero nada parece consolarla.

rio, te dejaré cerca de mi ataúd para que todos puedan verte y se den cuenta de que no soy un vampiro tan malo después de todo. Los vecinos apuntan con sus linternas a la puerta. Quieren

que salga con las manos en alto. Es el fin.

( PÁGINA FINAL )

Hola de nuevo, Diario., Uf, qué días tan difíciles han sido éstos. Estuve � punto de que me atrapa­

ran y por un pelito pude escabullirme. Te contaré


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Cuentos de sustos

lo que pasó. Iba a entregarme a la policía, ¿re­ cuerdas?, pero Dulce y Juan tuvieron una idea. Me dijeron que huyera por algún pasadizo secre­ to mientras ellos quemaban mi ataúd. Fingirían mi muerte, y para hacerla más creíble, colocaron el esqueleto de un enano dentro de mi cama. Para cuando entró la policía, las llamas ya habían consumido mi pequé'í1o ataúd. La noticia corrió como rayo por la ciudad: dos niños valientes ha­ bían acabado con el vampiro que los había se­ cuestrado. Yo permanecí escondido en un cuarto secreto del laboratorio. La policía clausuró el cas­ tillo y revolvió mis cosas durante meses. Vinieron reporteros y gente curiosa que sólo quería romar­ se una foto para su colección. Se lleva��n al zoo­

lógico a mis lagartos y a los �urciélagos. Al final me quedé solo otra vez. Buenb, no exactamente:

como Dulce yJuan me habían prometido, regre­ saron en cuanto las cosas se calmaron. Ahora mismo me están esperando para jugar un par­ tido de futbol. Espero que Juan siga siendo un buen portero. ! P.D. : Creo que al final, el deseo que le pedí a las cien estrellas fugaces se hizo realidad.


Mi maestro es un hombre lobo

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La voz del otro lado de la línea se escucha­ ba alterada: -¿Otra vez se te olvidó la tarea, Chuchín? Tú tienes la culpa, si vieras menos películas de se trata de una antena que me permite p er­

terror y estudiaras más, no te pasarían estas

cibir las ondas extrasensoriales ) . Les habla-

cosas. Y ya te he dicho que no me llames así.

/

ré acerca de uno d�/ los misterios que han

-Entonces, ¿no vas a ayudarme?

estremecido a la opinión pública mundial.

-El reporte se pospuso porque el maestro

Se trata del expediente 0707-PELOS : "El

Abundio Severón se va a un congreso de Re­

extraño caso del maestro hombre lobo". Todo come nzó, como en muchas historias

Colgué la bocina. Más tranquilo por la

de terror, una noch (t fría y tormentos a. El cielo relampagueaba como el flash de una cá�ara fotográfica . La lluvia inces ante repiq� eteab a

en los techos de las casas . �epe ntinamente, un grito se perdió en medio-�del estru endo so aguacero. Se trataba de mi voz . Habí a olvi­

dado leer Platero y yo y hace r mi reporte es­ colar. Telefoneé a mi mej or amig o, el Agente -. Púrp ura, mej or cono cido como Vícto r. '

'

-Agente Púrpura, ésta es una emer genc ia: tenem os una clave roj a en la calle cinco .

gañología. ¿Qué nunca pones atención?

noticia, me metí a la cama y tuve agradables pesadillas. Al

día siguiente, fui de los primeros en lle­

gar al salón. Presentía que un acontecimien­ to sobrenatural que cambiaría por completo el curso de la humanidad estaba por suceder. Claro, cada semana siento lo mismo. Pero esta vez no me equivocaba. La señorita Cuadra­ do, directora de la es[:uela, nos esperaba en el escritorio del profe� or Sev�rón. Junto a ella, permanecía de pie un hombre alto y barbón.


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Cuentos de sustos

Nunca podré olvidar sus oj os temibles, como los de un perro rabioso. -Chuchín, deja de ver así al maestro sus­ tituto y siéntate . ·dijo la directora-. Buenos . días, niños, hoy es una ocasión muy especial. Como ustedes saben, el maestro Severón no estará con nosotros éstas semanas. Les pre­ sento a Espiridión C ascarrabias, el profesor sustituto; espero que sean buenos con él y lo obedezcan como si fuera el maestro Abundio. Démosle la bienvenida con un aplauso. La señorita Cuadrado se retiró a su oficina. El maestro Cascarrabias nos miró de arriba a ....

abajo con sus ojos extraños y desorbitados como los de una bestia humana. Bueno, eran muy feos. Cascarrabias carraspeó clos veces y nos dij o con una voz de ultratumba (creo que te­ nía tos ) : -Mientras el profesor Severóp esté ausen­ te, aprenderán a ser más disciplinados. Sa­

quen una hoj a y escriban su nombre; haremos

un examen sorpresa de historia universal.

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Mi maestro es un hombre lobo

Estábamos petrificados de horror. Sin embargo, hicimos la prueba a regañadien­ tes. Serían dos semanas dificiles. Esa misma tarde empecé a sospechar que el maestro Cascarrabias ocultaba un secre­ to. Eran las dos de la tarde; las clases habían terminado; yo había pasado a la biblioteca a pedirle a la encargada que me devolviera mis revistas de ovnis. De repente, una gar.ra peluda me tomó por el hombro: era Cascarrabias. Su sonri­ sa era todavía más horrible que su mirada. Pensé en recomendarle un buen dentista. -Te he estado observando, Ross. Revisé tu

examen, esfuérzate más o pasarás el año de panzazo. El

maestro

Espi­

ridión parecía muy confiado hasta que · vio la cadena de pla­

ta que colgaba de mi cuello; entonc es

·


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Cuentos de sustos

-------

se puso nervios o y abrupt amente caminó hacia su auto. Fue casi como un encuentro cercan o del tercer tip o . Tenía una p rimera

pista. Le conté sobre mi encuen tro al Agen­ te Púrpur a. D eb e haberm e escucha do muy alterado , porque p rometió acompa ñarme a investig ar en la noche de luna llena. Él lle­

varía su cámara fotográ fica; así obtendría­ mos prueba s irrefutables de la existenc ia de los hombr es lobo de una vez por todas, y

además desenm ascarar íamos la verdad era identid ad del maestro Espirid ión C ascarra­

b ias. Esta vez me llevaría los cubiert os de plata de mi mamá. Necesit aba plata:�mucha plata.

El Agente Púrpur a acudi<ipuntual a la cita: once de la noche enfrente de la escuela.

-Hola Chuchín, traje pollo frito. -N o hay tiempo para eso. Ven, estoy segu,

ro de que hoy veremo s al licántropo entrar en

, acción. Ten lista la cámara. -Buen o, pero el pollo frito se queda.

Mi maestro es un hombre lobo

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N os ocultamos tras uno s arbustos y espe ra­ mos a que lleg ara la med iano che , porque es cua ndo se libe ran las fuer zas del mal . Apun­

ten, niño s: hay que acostarse y cepillarse los dientes ante s de las doc e de la noc he. El Agente

Púrpura jugaba tetris con su telé fono celular, y yo ponía a pru eba mis nervios de acer o bus ­

cando actividad par ano rmal. Vi un secuestro extraterrestre, cinco fantasmas y un pie grande,

aunque cuando el Agente Púrpura reveló las foto s sólo vio gente nor mal sacando la basura.

Pero él no tiene una antena extr asen sorial en la cabeza.

Al filo de las doce comenzamos a fastidiar­ nos. Nec esitábamos acción.

-Ya me can sé de jugar a los agentes secr e­ tos. Vám ono s, y prometo prestarte mañana

mis DVD 's de los Expedientes Secretos X. --S hhh , algu ien vien e.

Ent onc es escu cham os su aullido. Era un canto animal que pónía la piel de gall ina. N o

podía eng añarno s. La luna llena iluminaba sus


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Cuentos de sustos

ojos enloquecidos. Tenía puesto el mismo sué­ ter a cuadros que el maestro Espiridión no se quitaba ni cuando hacía calor. A primera vista parecía un simplé. perro, pero estaba parado sobre sus patas traseras� Además, era más alto que nosotros, y su pelaj e hirsuto y gris le daba un aspecto terrorífico: Había llegado el momento de actuar. Tomé un te12:edor de plata y se lo arrojé directo al corazón. El hombre lobo chilló y rugió como

Mi maestro es un hombre lobo

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loco, y sin pensarlo dos veces se abalanzó so­ bre nosotros. Corrimos despavoridos por la avenida cen­ tral de la ciudad. El hombre lobo nos seguía a corta distancia, mostrándonos sus abomi­ nables dientes. Doblamos en una esquina y tratamos de perderlo entre los árboles de la plaza central. Trepamos al quiosco y nos col­ gamos de la estructura del techo. El hombre lobo se lamía los bigot.e s mientras esperaba a que cayéramos en sus fauces. Casi fue el fin de los investigadores paranormales, de no ser porque a lo lejos alguien le silbó a la bestia sal­ vaje. Se trataba de una pequeña de seis años. El hombre lobo se acercó para lamerle la cara como si fuera un cachorrito. Después, se tiró boca arriba para que le rascara la panza. Bajamos de nuestro refugio. La niña parecía amistosa; nos sonrió · y enseguida nos dirigió unas palabras: -Perdonen a Esp1ri, es muy travieso, pero en el fondo sólo quiere jugar. Gracias por no


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Cuentos de sustos

hacerle daño. Las noches de luna llena se pone muy inquieto. -Su actitud me pareció sospecho­ sa, así que la interrogué sólo para estar seguro. -¿El hombre .lobo es tuyo? -Es mi papá. La revelación nos dej ó helados como pa­ letas. Acompañamos �a la niña hasta su casa. Nos despedimos y prometimos no revelar el secreto. Por la mañana, todo volvió a la nor­ malidad. El maestro Espiridión Cascarrabias hizo un dictado dificilísimo. Se veía enfermo y desvelado. Una semana más tarde, regresó el profesor Abundio, más enojón e implacable que antes. En cuanto a mí y el Agente."Púr­ pura, dejamos los temas paranormales por un tiempo. Ahora somos los fcitpgrafos oficiales del anuario de la escuela. Pero a veces, en las noches de luna llena, si nos limpiamos bien los oídos, podemos escuchar el aullido escalo­ friante del profesor Cascarrabias.


La casa del Coco

.. i i amigo Beto y yo no creíamos en el \Vl.coco. Los únicos cocos que conocía­

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-¿Y ahora qué hacemos? -preguntó Beto. Nos quedamos callados un momento. Por

mos eran los que nos bajaban de las palmeras cuando íbamos dé vacaciones a Acapulco. Nos

unos minutos, lo único que se escuchaba era

reíamos de las niñas que nos decían que iba a venir el Coco a castigarnos si nos portába­

ridad y pude reconocer su cara de travesura. É sa era la cara que ponía cuando se le ocurría

mos mal. N os daba mucha risa imaginarnos un enorme coco cm{ dientes de tiburón persi­

una idea genial.

guiéndonos como un pacman por la calle. Un fin de semana, Beto se quedó en mi casa a jugar videojuegos. Mi mamá nos advirtió que debíamos acostarnos temprano. -Si no me obedecen, va a venir el Coco y Nosotros no le hicimos caso a su advertencia. Vy noo

acomodamos en

nuestros lugares, dispuestos a pasar una I?adru­ gada completa de acción y artes marciales. Ha­

bíamos preparado un tazón de p alomitas con mantequilla y una jarra de agua de limón. De pronto, justo cúando apenas íbamos a tocar los controles, se fue la luz.

-¿Y si buscamos al Coco? Estallamos en risas. En eso, una silueta mis­ teriosa abrió la puerta y nos habló con una voz severa y adormilada. ' -Ya duérmanse niños, o va a venir el Coco por ustedes. Después cerró la puerta. Seguimos riendo en

se los va comer. Pusimos .Nirya Peleadores

el cricrí de los grillos. Miré a Beto en la oscu­

voz baja. Cuando terminamos, Beto insistió. -Ya en serio, ¿a poco no te gustaría saber de una vez por todas si existe o no? -¿Para qué? Nosotros no creemos en él. -Lo que pasa es · que tienes miedo. Beto trató de co �vencerme una y otra vez. -Está bien -fe dij e, ·con tal de dej ar de discutir-, vamos a buscar al Coco, pero si no


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Cuentos de sustos

existe, harás mi tarea de matemáticas durante una semana.

La casa del Coco

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Negué con la cabeza. -Entonces, ¿a dónde nos llevará esa puerta?

-¿Y si sí?

, No le contesté. Sólo tomé mi linterna de los bqy

scout y alumbré el armario. Nos acercamos y des'

cubrimos un pantano con ropa, juguetes y seres abominables, como la pizza fría de hacía tres días, mis calcetines sucios y lci''íaguna de soda que había derramado en la mañana. Nada del otro mundo. -¿Ya te convenciste? -pregunté . -Vamos a ver qué hay debajo de la cama. Yo le seguí la corriente a Beto. N os acostamos er'i el piso y nos arrastramos hastalaspatas de mi cama. Ahíencontramos5tra clase de monstruos asquerosos: chicles..de fre­ sa masticados, envolturas de p�pas fritas, chi.,.

charranes y mi tortuga Lucrecia, que tenía semanas desaparecida. - ¿Ya podemos irnos a dormir? Beto no me contestó. Sus ojos examinaban el piso detenidame:ate. · Ni siquiera parpadeaban. -¿Tienes un sótano?

No me había dado cuenta, pero justo bajo mi cabecera había una portezuela de madera podrida, oculta entre mi equipo de buceo y al­ gunas camisetas rotas. Nos arrastramos pecho­ tierra hacia ella. Para nuestra fortuna, ésta se abrió sola. U na escalera de piedra nos indicaba el camino hacia lo desconocido. No pensaba bajar ahí. Ni loco que estuviera. La escalera no tenía firi y el olor a humedad se

fusionaba con otros hedores que Beto y yo clasifi­

camos de la siguiente forma: gato muerto, huevo podrido y queso añejo.


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Cuentos de sustos

La casa del Coco

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El aire que salía de la puerta nos revolvía el

Si bien ver tantos huesos juntos nos pareció

estómago. Pero como mi amigo es más curioso

horroroso, no se comparaba con lo que vimos

que yo, bajamos. Beto iba adelante, alumbrando

más adelante, al abrir la puerta plateada que

el camino con la li:qtérna y yo iba detrás de él, ar­

estaba al fondo de esa habitación.

mado con mi bat de béisbol. Y bajamos, y baja­

En el siguiente cuarto había una galería in­

mos. Y seguimos bajando. Creíamos que pronto

mensa. Las paredes tenían miles de cuadros

llegaríamos al centro de. la Tierra. Hacía muchí­

que se perdían en las alturas. En cada uno de

simo calor y el aire eri'cada vez más espeso.

ellos podía apreciarse el retrato de un mons­

Al fin, llegamos hasta una puerta de bronce con

truo distinto. Uno era una bola de pelos con

muescas y dibujos de niños que estaban llorando.

diez patas. Otro, un pulpo siamés con dece­

-Ya vámonos -le dije a mi amigo-. Este

nas de tentáculos. No hos quedamos mucho

lugar está muy feo.

tiempo, Beto prácticamente corrió hacia la si­

Beto no quiso escucharme. Cruzamos el um­

guiente puerta, una de color dorado.

bral hacia lo descono.cido. Lo que vimos7nos

Del otro lado, había una habitación más

dejó con la boca abierta. Había huesos y-,cráneos

grande que todas las anteriores. El olor a rancio

de todo tipo de animales reg�dos por el piso.

ahí era más fuerte y la luz de la linterna sólo

Elefantes, rinocerontes, cocodrilos, gorilas, ptero­

podía alumbrar nuestros rostros. Nos quedamos

dáctilos. No quise admitirlo, pero entre todos esos

calladitos. Uno al lado del otro.

':•

esqueletos, había uno que otro que parecía huma­

Beto se acercó poco a poco, y yo lo seguí, pero no

no. Las manos me sudaban y un frío espantoso

porque quisiera, sino porque él tenía la linterna.

me hacía tembla:rt de. pies a cabeza. Beto también

Lo que vimos entonces lo hemos discutido Beto

tenía miedo.

y yo cuando hablamos de esa noche. Y siempre


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Cuentos de sustos

La casa del Coco

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llegamos a la misma conclusión: ninguno de los

-¡A desayunar niños!

dos vio al mismo Coco. Para mí el Coco se pare­

Era la voz de mi mamá. Beto y yo amaneci­

cía a un perro rabi?so con el cuerpo de un extra­

mos debajo de la cama. La puerta secreta ha­

terrestre. Para Beto el Coco era una especie de

bía desaparecido. Al principio pensamos que

sombra con ojitos pequeños y rojos, como los

todo había sido un sueño. Pero de ser así, Beto

de las ratas. Teníamos los pelos de punta. Beto

y yo habíamos soñado lo mismo. Yo más bien

fue el primero en corr�r. Yo salí corriendo detrás

pienso que la puerta que encontramos no era

de él. El Coco nos seguía. Corrimos y corrimos,

precisamente la entrada a la casa del Coco, sino

hasta llegar a las escaleras. Ahora parecían más

a nuestra imaginación. Y ése es el lugar donde

��·

altas que cuando habíamos béÜado. Subimos lo

siempre ha vivido él. No lo sabemos, no hemos

más rápido posible, el Coco nos pisaba los talo­

vuelto a ver la puerta. Eso sí, ahora no nos reí­

nes. Sólo he subido tantos escalones cuando me

mos cuando alguien nos dice que va a venir el

llevaron a las pirámides de Teotihuacan.

Coco por nosotros.

� oco

Al fin alcanzamos ·el último escalón. E

se había quedado muy atrás. Tratamos de abrir la puerta con todas nuestras fuerzas. Estaba atascada. El Coco se acercaba. A la linterna se le acabó la batería y Beto se había quedado pa­ ralizado. Nuestro futuro dependía de mí. Sos­ tuve el bat de béisbol y esperé a que el Coco se acercara, perd nu'nca llegó. Beto se desmayó y yo me quedé dormido esperándolo.


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;./

Este libro se terminó de imprimir en el año 2014 en los talleres de Trabajos Manuales Escolares, S. A. de C. V. Oriente 142 No. 2 1 6 Col. Moctezurna 2da. Sección C.P. 1 5530, México, D.F.


Disfruta de los sobresaltos que vivirás en este libro. Juega con una muñeca sin oj os que te quitará el aliento, o acompaña a Draenia hasta un lugar

secreto y fantástico. Huye de la mancha que se esconde en los muros de las habitaciones y del ogro que atrapa y engorda a los niños para co�érselos con queso derretido. Brujas, vampiros, ogros, espectros y hombres lobo te harán pasar un buen rato con estos cuentos fantásticos y divertidos.

PAVEL BruTo es licenciado en Ciencias de la Comunicación por parte de la UNAM y egresado de la Escuela de Escritores de la Sogem. Asimismo) obtuvo mención

honorffica en el certamen de cuentos sobre vampiros ((Criaturas de la Noche)))

organizado por el Instituto Coahuilense de Cultura. En el año 2 O1 Ofoe el segundo

finalista del virtualiry literario Caza de Letras organizado por la UNAMy Alfoguara.


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