Ricardo Herren - Conquista erotica de las indias

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Ricardo I-Ierren '

La conquista erรณtica de las Indj_as

Planeta


COLECCION MEMORIA DE LA HISTORW53 Dire cción : Rafael Borras Betriu

Consejo de Redaccion: María Teresa Arbó, Antonio Padilla, Marce! Pla ns y Ca�los Pujo!

© Ricardo Herren

Crosio, 1991

@Editorial Planeta, S.A., 1991 Córcega,.273-279, 08008 Barcelona (España) Ilustración al cuidado de Af!tonio Badilla

Di s eño colección y cubi er ta de Hans Ro mberg Ilustraciones cubierta: re tra to anónimo de Cristóbal Colón, Museo Naval, Ma�lrid, y mi ni atura de " Historia de las Indias\ de Diego Durán, Bibli o t eca Nacional, Madrid (fotos AISA) Procedencia de la·s il�straciones: Archivo Editorial Planeta, Museo de Amé ri ca (Madrid).

Primera edición: agc•sto de 1991 Depósito Legal: B. 19.975-1991 ISBN 84-320-4542-X. .Primera reimpresión (Argentina): octubre de 1991 Hecho el depósito que prevé la.ley 11.723 ISBN 950-742-137-U Reimpresión d.e Editorial Planeta Argentina S .A. LC . Viamonte 1451 Buenos Aires (Arge11tina) Impreso en la Argentina


Introducción Los españoles Los in dios

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73 79 88 94 103 109 119 129 138 149 160 164 177 186 193 200 206 217 226

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243 251

El encuentro: «Usaban de ellas a su vol un tad » A fuerza: de az ot es Por el amor de una india «En vez de azadones manejaréis tetas» La pasión de Hernando de Guevara El toque c as tel.l ana El asesinato de Anacaona Los indios se aca b an ... ... Pero la cos echa de mujeres nunca se a ca ba Pezones de oro Señores de horca y cuchillo « G ra ndes hilanderas, buenas hembras » La s in par Marina El retorno de los dioses Las tres mil hembras de Moctezuma El mercado. de esclavas La Numari.cia mexicana Don H e rn án y sus muchas quer idas Quinientas vírgenes p a ra los hijos el.el Sól «Encerraban los genitales en thozas» «Los frailés a n dan como p•:itros de.satados » El paraíso de Mahoma «El puerto de la jodienda» Epílogo: La América mestiza ·

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·


A mi padre, que, entre muchas otras cosas, me enseñó a amar la Historia. A. mis abuelas indias, cuyos genes generosos contribuyeron a fijtJ.r mi a m o r a la tierra. A mi bisabi1elo bávaro, pionero en Argentina, que en Esperanza, Santa Fe, fue muerto de un flechaw en la espalda.


INTRODUCCIÓN un sentido, ia co ¡;iqu ist a españo­ de América fue una conquista de mujeres.

En

la

MAGNUS MORNER

I La mesnada del almirante Lope de la Puebla, natural de Lan· da de� Burgo, Soria, navega durante dos meses por la ruta equinoccial hasta llegar a las costas del golfo Triste, en la actual Ve11ezuela. Desde allí remontan el río Orinoco y l ue­ go toman por el Apure. Son de los primeros europeos en pisar los inmensos lla­ nos del norte del subcontinente suramericano: hombres ru­ dos, gente de guerra con sús yelmos y armaduras, espada, lanza y adarga, arcabuces y b all estas Desembarcan, cruzan el Aqmca y, fras una esforzadaniarcha, la h ueste espa.­ ñola consigue alcan�ar el pr:-imer. pobl a do de los indios achaguas.«Los tercios todos regáronse por la inesperada aldea. Mas la desnudez de los habitantes lqs exci t ó en sumo gra­ .

·

do. Aquellas mujeres eran muchas de ellas jóvenes y her­ mosas, aWlque con la piel extremadamente morena; con los pechos al aire y las partes pudorosas del mismo modo, sin la menor señal de vello. Los soldados se sinti ero n fuerte­ mente atraídos y comenzaron a meterse en el interior 'C!e las viviendas. »Las indias mirába.nlos con no poca extrañeza y curiqsi· dad; aquellos h�mbrcs cubiertos de acero, con barba,s, Ja

n


mayoría con el

cabello corto llamábanles mucho ia ater., ción."Ellos lo comprendían así y hacían esfuerzos p or acer· c árseles , pero ellas huían... »Los conquistadores pasaron ahí to do el d ía y toda ia noche ... La Pi:1ebla envió a un o de sus legionarios al Paso, donde hab í an quedado los soldados con las acémilas y la s barcas. Era Ia·medianoche c uand o ap·areció el enviado, con los tercios dejados y las acémilas. Llegó con ellos el vine. . . y con el vino completóse el manjar de la yuca y las sabro­ sas carnes de peces y c iervo s. »Los p ellejos [de vino] quedaron exhaustos; a los indios los primeros tragos no les vinieron bien a la t ri p a, mas ca­ tados los primeros sobrevenían otro s y otros. La solda des­ ca satisfizo sus apetitos, sus hambres, sus pasiones'. A la mañana, la masa i ndígena y la ma sa europea se mezclaban y se retorc.ían e n la orgía pl acente ra y bulliciosa. (... ] Era aquélla la tierra de los encanto s , de la moli�ie, de la d'ulzu"f:ra. » La Puebla) tra·s la noche de placer, bautizó el pobl ado con el pio nombre de Sa� Esteban de los Llanos . Esta es una crónica romántica, �eguramente apócrifa, .e·scrita por Diego Albéniz de la Cerrada dos siglos después .:de la época en que, supuestamente, ocurriert>n los hechos.1 :1:oescribe una situación, más o menos ideal, que, sin embar­ ··go, es probable que se haya da.fo en la reali d ad nume rosas veces, aunque los cronistas del siglo XVI omitie ran descri­ birlas con tan g enerosos rasgos como el galante A lbén ii de la c�rra.<la lo hace en el siglo xvm. Con mucho menos cortesanía y b uen estilo quedan, sin embargó , numerosos registros ciertos de la otra fiebre que, · además de la del oro y l� de la fama, agitó incansablemente · a los conquistadores españoles en América. . Durante la campaña de México, un so ldado de Palos de la. Frontera, de quien el cronista Berna! Díáz del <;;astille> sólo recuerda su ape1lido, Álva rez , tuvo en tres año.s trein­ ta hijos en hembras arnericanas.2 ·

Co n tenida en el legajo 2 999, sec ci ón Mam.1scritos, de la Biblio­ Nacional de Madrid. 2. América fue un invento europeo: antes de la. \legada de éstos no existía e ntre las poblaciones n ativas una id e a contine - ntalY; cónse·:. cuentemente, no tenía nombre. Pasando uor alto el inevitable ab::.nr· do -del orig�n de esa denominación, americanos so,il.; ��'j>riiii�r �u¡{ar� _ los ll mados umdios,,, por otra confusión iniciaLJ;i �L�'(: � I._i:;"lenq__� de � los disparates que actualmente se llame •american,os>> a los descen­ d ien tes de los últimos europeos en llegar al continente, los cuales pro· bable1'.1ente son Jos que menos derecho histórico tienen a· tal ge nti!il.

teca

12


Las huestes españolas al mando de Alvaro de Luna --ape· hombres- desarrollaron tal actividad sexual con muj�res abo.tigenes durante la conquista de Chile que, en su campamento, «hubo semanas que parieron se­ senta indias de las que estaban al se;:vicio» de los soldados. En Asunción del Paraguay, mientras tan t o , el pre!;bíte­ ro Francisc9 González Paniagua, denunciaba en 154.5 que e l «español que está contento con cuatro indias es porque no puede haber ocho, y el que con ocho porque no puede haber dieciséis [. .. ] no hay quien baje de cin co y de .seis» manceb as indígenas. :Éstos son sólo algunos ej em p l os de la i�fatigable activi­ dad genésica.de los conquistadores españ oles con m ujeres americanas desdé el Descubrimiento hasta mediados del si­ glo XVI, que en conjunto 'constituye, ·probablemente, el fes­ tín licencioso• más gr ande y prolongado de la Historia. Casi cinco sig.los más tarde, los frutos de aquel proceso de miscegenación comen zado con e�te ejercicio maratonia­ no del arte de amar están a la vista: decenas de millones de mestizos pueblan el continente am e:rica no como testimo­ nio vivo del más gigante sco proceso 1le mezcla racial cono­ cido que ha producido la H um a nidad . E s tos, relativame n· te, pocos varones españoles consiguieron cambiar, con n=.s un centenar de

hembras indígenas, lá composición étnica del Nuevo .Mun-· do: la absoluta m ayorí a indígena fue reemplazada, a lo lar· go de los s iglos, por los mestizos. Hoy los indios puros son sólo una escueta minoría en el conjun�o de Jberoamérica.

II «Oro, mujeres, sudor humano, ha sido el botín de argonau­ tas y conquistadores desde que el hombre salió de sus bra" seros de la prehistoria, y progre s ó y se o rganizó .1> 3 En las innúmeras invasiones de un pueblo ¡:.or otro, las hembras

del conquistado siempre, o casi siempre, han servido para

cio. Esta tal vez se deba al curioso hecho de q�e Estados Unido:; de América es uno de los pocos países del mund<> que carecen de nombre propio, ya que su denominación es apenas una descripción del siste· ma político y una vaga referencia geográfica. 3. Antonio Tovar, Lo medieval en la Conq11ista y o·:ros ensayos ame: ricanos, México, 198 r.

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saciar los apetitos de los vencedo res e, inevitablemente, para engendrar en ella s una e stirpe mestiza. Mestizos so.1 casi todos los p uebl os de Europa y, en Il!ª" yor o menor grado, todos fos del planeta. 1,o sorprendente ·

del caso amerii:ano, en todo caso, son las· proporciones c:le la miscegen ación que acabó creando un mundo nuevo, y su contraste con le) o·currido en la tardía colonización anglosa­

jona de América sep tent ri ona l Esta mezcla de razas, que prefigu ra el futuro de la Human i dad -si es que la Huma­ nidad tiene futuro-, ante el vertiginoso aumento de las co­ .

municaciones entre los pueblos del planeta. Como ocurre con la amplia mayoría de los grandes pro­ cesos históricos, ésta no es una historia de aventura s ga ! antes y arnore� volcánicos con final feliz, aunque· éstos, oca­ sionalmente, no falten. La Conquista d e América, en su conjunto, fue un largo y doloroso proceso donde abundó

·

.

la brutalidad, el latrocinio, el so m etimi ento , la esclaviza­ ción, el desprecio por el o tro .

<:;:orno muy contadas excepciones, lo que predomina en las relaciones entre conquistadores y hembras aborígene.s es -desde la p<!rspectiva de los prime ros el amor ca rnal y la relación u!ilitari3., ant es que el amor pa sión o la d evo ción conyugal. .Se puede afi rmar de un modo general, como hac e Morner.� que «la c aptur a de mujeres fue s ólo un ele­ me nto más en la esclavización general de los indios que tuvo lugar en el Nuevo Mundo durante las primeras décadas del siglo XVI». -

­

Sin embargo, en la larga sucesión de encuentros sexua· les entre europe o s y am eri cana s no están ausentes las pa­ siones desbord3.das que, por ej e mplo llevan a varios ibéri­ cos a abandonar a los suyos y a huir a tierra de indios por el amor hac i a una mujer de piel morena. O la devoción fiel ,

y l e altad incondicional que prodigaron las americana� a sus amos de piel pálida. Las fuentes de las que me he valido son las crónicas y los documentos de la é poca de la Conquista, que se extien­ de hasta mediados del s iglo xv1. He querido e iudir toda fan­ tasía o versión novelada de los hechos para que é s tos -tal corno los rel a t a n las crónicas conteinpo rá neas hablen por sí solos. -

Por pudibundez, o po r que se consideraba normal en la 4. .Magnus Morner, La mez.cla de razas en América Latina, Bue­ nos Aires. 1970. 14


época, no abundan las referencias a la actividad erótica de los españoles en América. No obstante, hay suficientes tes­ ti m oni os para poder trazar un cuadro expresivo· de este as­ pecto nada baladí de lá Conquista americana que t,an a me­ n udo ha s'ido escamoteado, disimulado o pasado por a l t o en los manuales de Historia. ·

III

La cosecha de mujeres no acaba, nat.uralmente, con la Con­ quista, sino que prosigue hasta nuestros días con variacio­ nes obvias. Pero presentar un panorama ·completo d�. casi 500 años de relaciones entr_e e sp añ ole s e i n díge na s no �ólo 'tendría un a extensión descomunal sipo que sería capaz de aburrir a las ·ovejas: las situaciones, naturalmente, se repi­ ten y se han répetido hasta el hartazgo. De modo que m� he limitado a los primeros decenios de la presencia españo l a en América, que han dej ado una impronta que dura.hasta hoy. Y he. tomado sólo algunas· cam pañas conquistad...1ras y colonizadoras, las que he considerado más importantes; como buen ejemplo de lo oue ocurrió en todo el continente. Intencionalmente omito a otros grandes act ore s en la me z c la raci.al del Nuevo Continente: los negr o s , traídos de Áf rica como esclavos, generadores de mulatos y .za mbos, y de las infinitas co·mbi:µaciones raciales que se dieron y se dan en Hispanoamérica, que merecen una obra a parte. Para fac.ilitar la lectura he traducido fielm e nte , en las citas, !os textos escr¡tos en español arcaico al castellano mo­ derno , procurando que no perdieran la sustancia. En cuan t 9 a la interpretación de los hechos, he procura­ do escapar de las leyendas negra y rosa que, sorprendente­ mente aún.siguen vigentes en historiadores de prest igio. Con dém asiada frecuencia t oday í a, el p at rio t i smo y los prejui­ cios suelen anteponerse a una versión comprensiva de los acontecimientos y de sus protagonistas. Pueden entenderse y explicarse históricamente el indig�nismo latinoa meri ca ­ no con su demon�zación de lo e s p añ ol y divini z ac ión de lo \ abo ri gen , tant . Q como el hispanismo imperial que rezuma \desprecio por lo americano junto ccn una exalic\d6ii úir-· 1zuelera de lo español. Pero ambos están igualmente l ej o s de la realidad y han contrjbuido eficazmente a distanciarnos. Por eso esta obra .parte de un in t en t o de...poner en sittta15


ción histó rica a españoles por un lado y am eric anos por el otro. Si es i ne v it abl e caer en el anacroni,s�o c;le juzgar con ojos actuale s a personajes del siglo xv o xv1, o a individuos cuyas cul t uras se habían desarrolla do aisladamente, dentro de s u pequeño roa.reo geog rá fico, también es prude n te hacer el esfuerzo, siempre imp erfe cto, de m e te rnos idealmente en sus pe lle jos -en suma, de comprende rlos-, aun cuando no los j usti fi qu emo s r:noralmente; e s o es harina de otro c.ostal.

Uno puede explicarse la obs es .1.ón por la sangre· y el caniba· l ismo de los aztecas, pero es difícil no sentir, al mismo tiem, po, un rech azo visceral frente a esas prácticas, porque perte­ necemos a ..una cultura en la que la antropofagia, el incesto y el homicidio constituyen sus tres grandes tabúes. Del mis· mo modo, las ac tuacione s de tantos psicópatas de yelmo, es­ pada y 'ad a q�a no p ue den despertar la simpa�ía d e nadie. ··El lector al que le interese sólo la sucesión d e los hechos p uede saltarse Jos capítulos iniciales, más ensayísticos que .. narrativos, d�dicados a esp añ o les e indios. Pero yo no lo n:· .

-

� r'' ·�.. He sido cqns cien L e de que la historia . de la Conquista es ;:;:·mal conocida . d e e s t e l ado y del otro del Atlá ntico . El relato ��tbtni�ndo. ·

. .-tle loshechos que aquí interesan se inscriben dentro del marco ·�de la historia de la dominación españo la del Continente, sin ;��él cual se ent e:iderían mal. El desarrol lo de esta obra es, p ues, "p redomih arite ment e cronológico, e incluye la narrl:!ción de las Circunstancias en que se produjo la conquista erótica de las In· días y de las indias. Aunque he obviado etapas en la que los tes t i mon ios sobre las relaciones españoles-ind.ias -orígenes del m e stizaj e- eran escasas o no aportaban nada n u e vo. Hubo también rela c.iones indios-españolas. Como una ca­ bal muestra de l as estrechas relaciones que existen entre sexo y poder, alli donde los españoles no consiguieron un rápid'o triu'nfo sobre los indígenas por la obstinada-resistencia de ·é�tos, se pro duj o «el mestizaje al revés»: los indio� fecunda­ ron en vientres de esp a ñolas, en su gran mayoría cautivas, los hi jos que acabarían si e'ndo sus amos, com().le pronosticó altivamente un capitán español a un indio en el sitio de la guarnición chilena de A rauco : la bravía nación araucana sólo fue sometida después de la independencia, a fines del siglo p asad6 . Pero este asunto result«. en sí misrriotan·va-sto y com· plejo que ya es otra historia.

Madrid, abril de .1991. 16


LOS ESPA�OLES

I

•América es de;>cubierta por y para los europeos en 1492.1 Pero pasaráp veintisiete años antes de que los españoles, asentados inicialmente en las Antillas, consigan conquistar uno de los dos grandes i mp e ri o s dei continente. En los ifios que precedén al de 1519, los peninsulares en América: se limitan a asentarse en varias islas del Caribe, desde doñde lanzan expeaiciones al Co:ntinente, r.auchas de las �uales fra­ casan con fuertes pérdidas de vidas y hacienda. . Durante el reinado de Fernando el Católico, qu�Jallece en 1516, �os españoles sólo logran in stalarse en una peque­ Ü¡i re gión del Continente, llamado entonces con toda razón Tierra Firme: el Darién, aproximadamente en el actuá1 te­ rrito·rio atlántico de Colombia de Panamá. Pese a la enorme vitalidad y ra ?idez de descubi"imie�1. tos y ocupaciones o conquistas y a las más de catorce tone­ ladas de oro americano que ll e gan entre 1503 y 1520 a la Península, en los primeros años &l siglo XVI América ya ha descorazonado a muchos. Hacia fin es del reinado de Fer­ nando V, lo s yacimientos insulares estaban a go tán dose y' los t ra baj adores indígenas se e ncontrab an en franca extinción. Tras la euforia inicial, la Conquista y el Descubrimiento pa­ san por períodos de desilusión y escepticismo que limitan las emigraciones de .españoles a Indias. Cuando Carlos I -

y

."

,

l. También para los americanos, postl!riormente. Como se ha di­ cho ya, los aborígenes carecían de una idea contiqental de su tierra hasta que la Conquista y. el imperio españoles se la dio. Por tanto en 1992 podría conmemorarse tanto el Descubrimieqto como la foven­ .ci ón de América. (Cfr. Edmundo O'Gorman. La invención de Amifrica.) 17


asume el trono de Castilla, en 1517. el proceso da un vuelco sustancial. Dos a·ños más tarde, Hernán Cortés desernbar� cará en las costas atlánticas de México. La fabulosa con­

quista del imperio de los aztecas dará i,m impulso notable a nuevos esfuerzos conquistadores: la mitología medieval que hacía hervir el cerebro de los españoles (Eldorado, la Ciudad de los Césares, la Fuente de Juvencia, la Cibola, etc.)

parece cobrar nuevamente visos de realidad. El emp e rado r no se había enterado de la aventura de

Cortés cuando manda organizar la expedición de Hernando de Magallanes encargada de cumplir, casi treinta años más

tarde, el objeth o del viaje de Colón: llegar a A s ia y a la Es­

peciería, tierras que ya habían alcanzado -por el este.;_ los portugueses, con gran. provecho económico.

Para rio violar los tratados con la Corona lusitana, era

preciso encontrar el modo de superar Ja extensa barrera

de 14 000 kilómetros de longitud que ofrece el Continente

y llegar con las naves al otro mar, por el que se accedía

a Asia, que Va:>co Núñez de Balboa había descubierto en

1513 desde las costas occidentales del istmo de Panamá. Para ese entonces se sabia o se sospechaba que desde

Canadá al río de la Plata, explorado por Juán Díaz de Solís

en 1516: no existía tal paso interoceánico. Era preciso bus­

car más al sur. La expedición de Magallanes, costeada por el monarca esp añ ol y por empresarios privados, que ·invir­ tieron 4 000 ducados

(el equivalente de medio millón de pe­

setas actuales, aproximadamente) en la aventura, consistió

en cinco naos con provisiones par.a dos años y 265 hombres

de tripulación. Al año siguiente, Magallanes consiguió des­ cubrir el paso interoceánico en el ex-tremo sur. Tres años después de haber zarpado, un puñado de sobrevivientes (18

en una sola nao) al mando del guipuzcoano Juan Sebastián Elcano regresaban a la Península, tras haber dado la prl­

merci. vuelta al planeta en el sentido de los paralelos, cuan­

do los español�s ya eran prácticamente dueños de México. Al año siguiente Juan Ponce de León, el conquistador

y colonizador de Puerto Rico, desembarca en la Florida, que había descubierto nueve años antes. Entre 1522 y 1526 los

españoles recorren y conquistan parte de la región de Amé­ rica Centr�l que separaba al nuevo dominio de Cortés de los enclaves dl! Tierra Firme. Un año más ta rde Francisco

Pizarro descubre el imperio de los incas, que conquistara entre 1532 y 1533 con un puñado de hombres.

En el Atlántico sur, Pedro de Mendoza funda Buenos

18


Aires en 1535 y parte de sus hombres se instalan l 500 kiló­ metros al norte, en Asunción del Paraguay dos años después. Desde el Perú, Pedro de Valdivia ocupa una parte de Chi­ le hacia 1540 y Franc'isco de Orellana .recorre el Amazonas en 1543. La fiebre exploradora y descubridora no cesará en los siguientes años y s iglos : hacia 1540 Francisco Vázquez de Coronado recorre el sur de Estados Unidos bu sca nd o la mí­ tica ciudad de C1bola o la I1o menos fantástica Quivira (a fines del siglo xvm, l o s marinos españoles llegarán hasta las costas de Alaska), y en la segunda mitad del 1500,-Pedro Sarmiento de Gam·ooa funda dos c i udades con colonos es­ pañoles en el estrecho de Ma g allan es. Pero a medi a do s de ese siglo, la Conquista propiamente dicha había casi termi­ nado/dejando paso a la colonización: en 1556 la monarquía española recomienda que se hable de descubrimientos y de pobladores en ve:z; de emplear los t é rmino s Conquista y con­ quistadores usados hasta entonces. Cuando el emperador abdica, unas c uan tas dec�nas de miles de españoles han conseguido somete r y controla r un territ o ri o de alrededor de 2,5 m illo ne s de kilómetros cua­ .

drado,s (unas cinco veces la España actual), poblado por unos sesenta mill ones de personas que representaban aproxima· <lamente la quinta parte del género humano de a q"l.lel en­ ton ces. En c omparació n el número total de españoles debía de ser, aproximadamente, de unos siete millones de individuos, entre los súbditos de los reinos de Castilla (las tres cuarta·s partes), Aragón y Nava rra que h abi taban medio millón de kilómetros cuadrados de una tierra escasa en recursos na­ tur ales En la que pronto iba a convertirse en ca pi tal del imperio, Madrid, yivían 37 000 personas hacia mediados del siglo xvr, en Sevi.l.la 90 000, en Toledo, la antigua c apita l vi­ s igó t ica, 55 000. Los dos grandes imperios americanos, el azteca y el inca, . pob l a dos por más de 40 millones de persona s, fueron con­ qui s ta do s por poco más de un millar de españoles en total, unos pocos extranjerds blancos y decenas de miles de in dí 1 genas aliados. ¿Quiénes eran estos hombres, capaces de sernejap.tes. proezas militares, a quienes una parte de la histori9grafía ha cubierto de ditirambos y l a otra ha execrado con saña? El Catálogo de pa.sajúos de Indias indic.a que fa mayo­ ría eran a n dal uce5 (d 36 por ciento) en el primer .medio si,

,

.

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-


glo. Le se g uían los castellanos (28 por ciento) y luego l os extremeños (alrededor del 14 por ciento) . ? Esto es lo que indican los registros oficiales, incomple­ to s , ya que sólo dan cti.enta de los pasajeros legales. cuyo desplazamiento estaba con trolado por las autoridades. Esos mismos catálogos dan la. cifra de 45 000 aproximadamente para el total viaj aron a ·Amér i c a en el si­ glo xv1; tantidad, luego, muy exigua y que_refleja1sólo u na parte de la totalidad. Algu nos especialistas 3 c reen que habría qu e multiplicar por seis (lo que daría unos 270 000), mieniras que o t ro s defienden cantidades algo menores. Lo ·

�e españoles que desde

cierto es que, aunque los flujos anuales de emigrantes fue­ ron variables y hubo años , en el s iglo xv1, e n que nadie via­ jó a las Indias (al menos oficialmente), durante el reinado de Feli pe II se levantaron voces de alarma po r el despob la· miento de la Península, ha s ta el p un t o de que, en la segun­ da mitad del siglo, el monarca se vio obligado a poner coto

.a .la s angría d�inográfica, lim i tando los desplazamientos al ;·;.:Nuevó Mundcl'.;;A la emigración hacia ras I:Qdias se habían '·unido como fa.Etores de despoblación, primero, l as camp a· · ñas militares de I talia y l uégo las de Flandes que sacaban de Castilla unps 8 000 v arones por año durante el reinado de Felipe II. E.n todos los casos se trató princip al m en te de hombres jóvenes en edad de procrear, a quienes además se . le s p u eden atribuir una cierta calidad por su cap aci dad de riesgo y su inte ligen cia, en gen-!ral superior a la media. Este rl:renaje ocasio.nó prcb:?.blementc �·algun� pérdida en la ca­ l lda d genética pe la totalid ad de la población» que quedó en España.4 " La historia.de la Conquista y colonización es, en cierto s e nti d o, la d� las ábi s m ales contradicciones entre los bue­ nos deseo s ºde la mon.arquía y lo que ocurrió en la práctica. Las ilusiones y fan.tasías de sper ta d as por el Descubrimien· to del Nuevo Mundo ll evaron desde muy temprano a los mo­ narcas españoles a intentar p reser var fl los territorios de allende el océano de las lacras que padecí� 1�. so.ciedad es­ pañola. Para el lo se procu ró limitar legalmente el· acce s o ·

2.

La hueste de Hernán Cortés estaba compuesta por. un treinta castellanos·;· 13 por cie11t� de extremeños, 5 por ciento de vascos y 1 por ciento de gallegos. Las proporci ol)es son similares � las d l Catálogo.. , � . 3. Georges _Baudot, _La vida cottd1a;-a en la �me::ica f!spanola en · tiempos de. Felipe 11. Siglo XVI, Madrid . 4. J. H. Elliot, El Viejo 1Vfundo y el Nuevo, 1492-165(), Madrid, 1984. por ciento de andaluces, 20 por ciento de

j.:_

20

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a la·�· �ndiá;''���fü�'chos se ctores 'de la población peninsular qt:.e; ·seg-�ri'"la::.Go!"cna., eran indeseables. Para empe zar, los dis i den tes religiosos -categoría que incluía a judíos, islámicos y protestantes, aunque se. hubie­ sen reconciliado con la Iglesia- tenían prohibido pasar a América .. Los ..yiajeros de Indias debían ser cristianos vie­ jos, es dec ir , provenir de un linaj e que hubiese practicado ese credo durante los últimos dos siglos, por lo menos. A los no españoles s e le ponían serias.dificultades para atravesar el océano, incluso aunque se tratase de miembros

extranjeros de órdenes r-eligiosas. No obstante hubo nume· rosas excepcione s : necesitado de pobladores. l�lancos, en 1526 C arlos r auto rizó a sus súbd i t os del continente euro­ peo a pasar a las Indias. Gitanos y abogados e s taban igualmente excluidos de la em igración , estos últimos «porque se consideraba particu­ larmente dañina su profesión por su influencia sobre los indios y colonizadores, su afición a los p lei tos, su pasión por la trácala _ y su capacidad de engullir bienes y f ort unas en procesos interminables».5 O tros indeseables, como de­ lincuentes, pillos o píca ros y prostit•.itas, al menos en la le­ traº de la l ey, estaban impedidos de c ruza r el Atlántico. La realidad estuvo bastante lejos de lq_s deseos.· de l as autoridades, desde el princ i pio : la tripulación del ;primer viaje de· Colón se completó con algunos pr�;idiarios·-� Tras el segundo viaje dd Almirante , los que volvían ele l a s In· dias hicieron tal campaña en co ntra de las tierras recién descubiertas que para el tercer viaje de Colón ;;e recur:rió -

nuevamente a lós convictos. Tampoco fa ltar on las prostiti..;.�ª-$.. En agosto de 1526, dos re al es cédulaS,···fitmadasMpot"él secreta rio del empe ra dor y por tres piad9sos obispos (los de -Os��. C�nari as y Ciu­ dad Rodrigo), autorizaron la instala-::i6n· de sen dos lenoci­

nios en Santo Domingo y en San· Juan de Puerto Rico c.on .\ mujeres que, al menos parcialmente, e ran blancas. Según IPérez de B arr a d as ,• en 1516, el secretario del rey, Lope de · : conthillos, tcriía en Santo Domingo diez o doce m�zas desempeñándose como prostitutas. Hacia fines del siglo , en 1 Ia rica Potosí había hasta 120 profesionales del am or pago, eu buena parte europeas, para servicio de los señores que

4esdeñaban ayuntarse con i�dias o mestizas ..Esclavas hlan-

Georges Baudot, op. cit. 6. •J. Pérer, de Barradas, El" mestizaje

5.

,1mericano,

Madri�,

1948. 21


cas, principalmente moriscas, fueron enviadas legalmente a part ir de 15.12 a América para que c as aran con los espa­ ñoles que se negaban a mezclar racialrnente su descenden­ cia legítima. Aunque la.; hembras peninsulares estaban exceptuadas· del permiso oficial para viajar a América, y a pesar de los esfuerzos de la Corona para que los colonos emigraran con sus respectivas esposas, el poblamiento europeo del nuevo continente lo hicieron casi e xc lusivament e los varone:;; en­ tre 1493 y 1539 la proporción de mujeres fue. apenas de seis cada cien. En los veinte años s iguientes , el porcentaje se elevó a dieciséis, repartidas aproximadamente en partes iguales entre casadas o viudas y solteras.7 Esto, no obstan­ te el exceso de muj ere s que h?.bía en Europa ·al final de la Edad Media --por la sangría de varones debida a las gue­ r ras y conquistas- y a las oportunidades de matdmon ios ventajosos con indianos que podían presentárseles a muchas. Pero. lo más importante es que la emigración real supe­ ró con cr.eces a la legal y las interdicciones impuestas foe­ ron alegremente b ur l <;idas por muchoºs miles de viajeros de Indias: por SO ducados (un as 60 000 pesetas de la actuali• dad} e ::- a posible embarcarse ilegalmente en las carabelas, na os y galeones que viajaban a América. Por ese medio se infiltraron decenas de miles de personajes de toda laya de­ s eosos de hacer fortuna en América; conversos o «herejes», judíos y moriscos, delincuentes, prostitutas, gitanos, pillos, marginados so-:iales de t.oda laya y, naturalmente, abogados . «Por todos los informes, los hombres que fueron a La . Española en los primeros diez años eran la mi\s escogida colección de gentuza que nunca se juntó: ex soldados, no­ bles arruinados, aventureros, criminales y convictos. El que hubiera algunos hombres de ideas elevadas entre ellos, no altera apreciablemente el panorama general, y su presen­ cia, en cualquier caso, es sólo una conjetura», piensa el his­ toriador Lesley Bird Sim pson .ª No es mucho más favorable la opinión del mismísimo Cristóbal Colón. O la de Hernán Cortés en carta al empera­ dor: «La mayoría de l.os españoles que han venido aquí son y s i a tales pe rson as de baja calidad, violentos y vicioso � ····

7. Más de la mitad de las mujeres peninsulares llegadas a Améri­ ca en los primeros setenta años de dominio español eran andaluzas, una cuarta parte castellanas y un 15 por ciento extremeñas. 8. Lesley BirJ Simpson, Los conquistadores y el indio americano, Madrid, 1970. 22


se les diera permiso para ir l ibremente a los p ueblo s de los indios. convertirían a los i ndi o s a sus vicios.,.

Pa ;a Miguel de Ce rvantes. las Indi as er a'n «refogio·y am­ paro de los d ese spe rado s de España, í.glesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, p,aJa y cubi erta de los juM \(,Uf;\ Q� (.;-v-(t.VP.•l\tc, gadores».9 Sin e mbargo estas descalificaciones globales de los via­ .jeros de Indias no pueden ignorar que en los registros ofi ­ 'º ciales hay i nfin i d ad de l a bri e g os y artesa nos . Campesinos y «� fic i ales de manos», como se los llam a­ ba e n ton ces, constituían la mayor parte de los súbditos de una nación eminentemente rural y agrícola como la '.Espa­

ña del siglo xv1. La proporción de hidalgos (pertenecientes a la alta o baja n obleza) que llegaron a Améri c a entre 1520 y 1539, por eje mpl o., fue sólo del 4,6 por ciento, cuando el porcentaje de nobles en la población españ ol a era del 10 por ciento aproximadamente. En líneas generales, comq afir­ ma Kepeízke, «todas las capas de la sociedad español a se .encuentran represen ta das tam b i é n. en el Nuevo Mundo»,11 y los que m ald ec ían a los emigrantes probablemente ideali­ zaban al conjunto de los españoles o ignoraban lo que d a­ ·

ban

de

'sí sus p á isanos cuando se los ponía en

situación;

fuera de los 'más esf ri ct o s bretes de la sociedad penin-

sular.12

·

Como siempre ocurre, emigraban hacia América aque­

llos individuos quE; veían estrechadas sus posi bilidades en su suelo. natal: car,1pes.i nos sin ti erra,. artesanos sin trabc:,t­ jo, gente sin oficio, segund on es perjudicados por la �ristitu­ ción del mayorazgo que daba al primogénito la tota li dad 9. A! menos en este caso, no se puede ignorar que el Manco de Lepanto tal vez juzgara con resentimiento: il)tentó ir a las Indias como funcionario colonial, pero su instancia fue rechazada. 1 O. Esto coincide con los hallazgos hechos por el chileno Mario Góngora sobre la condición social y el" oficio de los primeros españo­ les llegados a su país. 11. Richard Konetzk e, Amé rica Latina. ll. la época colonial, Ma­ drid, 1987. 1 2. El prejuicio español contra lo americano (qu� no se hace ex­ tensivo a lo estadounidense en la act.ualidad) surge en el s iglo X\;I y pervive hasta nuestros días. Según él, todo lo proveniente de Hispa· noamérica (individuos y bienes) es, forzosamente, de categoría infe­ rior. Probablemente la envidia a los in di anos ricos y la idea dt que lo americano e ra extraño, s alvaj e y basto, hayan c9ntribuido a fabri­ carlo. Este prejuicio pudo haber estado presente :Yª en las opiniones que los p eninsulares de l 1500 v ert í a n sobre s us paisanos· que cruzaban el océano.


de

los bienes de la herencia paterna, marginados o perse­ guido�. Y ambién aquella fuerte pr.oporción de av n ture­ ros y soldados de fortuna ansiosos de conqúistar por las armas o por un golpe de suerte la fama, la honra y la rique­ za que ya no podía conseguirse en España de i ual odo. «Cuando los españoles se embarcan para venir a estas tierras -se burla el franciscano ToribiQ de Bepayente, Moco· linia, su Historia de los indios de la Nueva España-,u a unos les ice , a otros se les antoja, que van a la· tierra de Ofir, de donde el rey Salomón llevó el oro muy fino, y que allí se acen ricos cuant•.)S a ella van; otros piensan que

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van a las i.�las de Tarsis o al gran Zupango, a do por todas partes es an o el oro, que lo cogen a l a as; otro� dicen que van en demanda de Las Siete Ciudades, que son tan gran· des y·tan ricas, que todos han de ser señores de salva. . ¡Oh locos y más que ocos! ¡Y si quisiese Dios y tu iese por bien que de .cuantos han muerto por-· estas partes resucitase uno para que fueSi! a desengañar y testificar y dar voces por . " el .m o, pár� que no v niesen los hombres a tales lu ar - a buscar la u rte con sus a os! » Sl exceptúa a al unos religiosos misioneros y a otro

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puñado de fundonarios de la Corona imbuidos de su senti· :- do del deber y del servicio, el común denominador de los es la ambición de 1iqu as de fama, p n­ � _ _ _ _ i c1pa l y, veces, umco motor la em1grac1on a Amenca.

\ v�ajeros de Indias a

de

II Con demasiada frecuencia se ha juzgado la actuación de los conquistadores y colonizador(!S es añoles en América con ojos del si l XIX O XX. Por. eso mismo, antes de emitir los inevitables juicios é i cos sobre la conquista de mujeres, hom­ b res y tierras, parece prudente intentar una aproximación al mundo cultural del que eran portadores sus. principales protagonistas. Sujetos que, ciertamente, no·h'abían sido in­ fluidos por las grandes transformaciones que se produje­ ron en el mundo occidental es e Edad ,Moderna y, so­ bre todo, en los últimos dos siglos, a p·artir.de la Ilustráción y que conforman Ja mentalidad del hombre contemporáneo. Los conquistadores spañole� eran personas del medie· ·.::/���¿*���:·� .., ·�...... .

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13. 24

Madrid,

i 985.


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VQ tod avía , au1� i1e indudablemente influidos

por los aires renóvadores ..del Renacimiento, «h•)mbres que vivían en fa terisiori fesulta te de sus supersticiones medieva les y de su e sp íritu moderno de curiosidad».11 Pe ro no hay que olvi­ dar, como a fir ma Elliot, que "el Ren;:icimiento suponía en a lgunos aspectos, al men os en su primera etapa, una cerra­ zón más que una apertura del pensamiento. La veneración por la antigüedad se hizo más servil; la autor idad adquirjó nUeVaS fuerzas frente a la experiencia».IS Hoy per cibi mos como de sc om u na le s la ignorancia y la pobreza de conocimientos de que adolecían los europeos del si glo xv1, Pero· entonces el l os , lo mismo que los hombres de todas las épocas, estaban persuadidos �e que en su tit�m­ po- se había llegado a la cumb re de la sabiduría. Su punto de referencia era el p asado y no el futuro ignoto. Esto, des­ de luego, no cerraba a cal y can to 1.1 posibiÜdad de nuevos progresos, pero los li mitaba en l a medida en que la autori­ dad de la tradición ejercía su enorme influencia conser­

p

vadora. Para el hombre del final del medievo exist1an básic�men: te dos fuentes de autor i dad para fundamentar su welta11s­

chaaung y explicarse el mundo que Jo rodeaba: la fe r eligio­ con sus documen tos fundamentalt:s, el Nue.vo y el Ap.tiguo Te s t amen t o, más la autoridad de la lgles �fl,.: ,y sus _ p_ad r�-s; y por otro lado, lo s clásicos griegc1s y romano s. � .;· sa

Cuando un m u ndo e�traño como el de las Indias a pare­ sus ojos, descubridores, conquistadores, cronistas citan permanentemente estas fuentes para respaldar sus ex­ p lic aciones o especul aciones . Es obvio : lo ·desconocido se digiere cotejándolo con lo conocido, haciéndolo entr�r. aun­ qtie sea con fórceps, dentro del li mit ado universo de la pro­ pia cultura. Los europeos no salen de s� estrecha representación \1 mental del mundo cuando llegan a América, sino que inten­ , tan meter a América en su universo m en tal . De ahí el azoramiento que les produce á los e spa ñ o l es <lel 1500 ciertas constataciones, como la de que los indios no eran ni blancos, ni negros, ni n�oriscos o canari o s , que constituían las ú nicas categorías raci a les y de.pigmentación de la piel de los seres humanos que se conocían en Europa h.asta entonces. Para poder meter a los indios en sus esquece ·ante

14.

I. A. Lconard, Los libros del conq•dstador;· México, 1979.

15. J. H'.

Elliot, op. cit.

25


mas conocidos, los españoles recurren a argu cias que hoy pare�en cómicas, como imaginar que los indígenas.eran des­ cendientes de alguna tribu perdida de Isr:ael; o· suponer que, en realidad, e r a n blancos. pero como andaban desn u d o s, la pi el se les tostaba con el sol. Debido a esta actitud inevitable, los primeros decenios de la Co nquista (y, en muchos aspectos, los últimos cinco

siglos también} son de una . incomprensión mutua que per­ m an e nte � ente raya en lo trágico y también en lo cómico. Entre las instrucciones que los Reyes Católicos dan a uno de los p r:i m e ros gobernadores de Santo Domingo, Ni­ colás de Ovando, está la de que el funcionario se ocupe de , impedir que los indios «Se bañen tan frecuentemente como ! lo hacen ahora, porque somos informados de que les hace mucho daño». No hay m ás que recordar la histori<:i o leyenda sobre la camisa de Isabel de Castilla, para percibir des­ de qué persp'!ctivas higiénicas se real izaba la recomen­ daci ón . El aborigen de A mérica fue idealiza <?.o como el arqueti­ po de la purez a y la inoce ncia, ciudadano del Edén, o mal­ decido y pintado como. «Un monstruo, nunca visto, que tie ­ ne cabeza de ignorancia, corazón de ingrati tud, pecho de inco nstancia , espaldas de pereza .Y p ies de miedo», según el p a d re Gum:llla. Para el obispo de Puebla de los Angeles, Juan Palafo x · y :Mendoza, en c am bio, los indios estaban li­ bres de cuatrc 1 pecados capitales: codicia, ambición, sober­ b.ia· e ira. Son más templados qt,te otros en la gula, pereza y sensualidad . Su pobreza es voluntaria y más rígida que la de los franciscanos, su gran virtud es la paciencia. Ante los agravios, «!o ordinario es padecer, callar y pasar y, cuan­ do mucho, ausentarse de unas tie rras a o tra s » . Según el al­ miran t e Colón, «son gente de amor y sin cudicia... En el mun­ do creo que no hay mejor gente ni mejor tierra: ellos amall: a sus prójimos com o a sí mismos, y tienen un habla la más dulce del mundo, y mansa, y siempre con risa».16 Se po­ drían multiplicar ad infinitum las opin i ones polarizadas en un sentido o en otro. Cualquie ra de estas valoraciones �x­ tremas liquidaban toda.posibilidad de comprender una ci­ vilización extraña, regida por distintos valores, .prod�cto de

16. En carta a los Reyes Católicos. Estas opiniones del Almirante no le impidieron al genovés dedicarse prontamente a la caza de indí­

genas para intentar venderlos como esclavos en España y, de ese modo, engrosar sus arcas personales.

26


\ una evolución diferente,

adaptada a una realidad que nada

: tenía que ver con la e_uropea. Pero no se les podía pedir

a lo� hombres de aque lio s tiempos. Tras la f ascinaci ón iniéial por los

más

buenos salvajes, vino el desprecio hacia los iridios, hacia lo d i fe rente e incompren­

sible, a menudo c ond e n a ble , aunque no faltaron r elig iosos que siguieron mirándolos caritativamente.

El Vaticano se vio ob l i gado a dictaminar, tra s se sudas reflexiones y no pocas dudas, que los indios americanos eran seres h um anos y t e n ían una alma q ue s alvar. «Al err q r de los conquistadores, que en su mayoría c on­

sideraban y trataban a los indios como animales, correspon­ día el error de los indios, quienes, tan paradójicamente, veían en el conquistador a un dios>>, señala Urs B it ter li .1 7

Ill

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· Los conquistadores esp�fioles eran hombres provenientes de una soc;:iedad férreamente je rarquizad a no sólo por la costumb re sino también por la legislación vigente. La iguál­ dad de los ciudadanos ante la ley es, en t o do caso, un prin­ cipio que sólo aparecerá en Europa después de las revolu­ ciones norteam eri ca na y francesa. Esta organización jerárquica se consideraba fundamental para mante�e r el or­ de n social, político, económico, moral de la sociedad y difí­ cilmente se imaginaba, entonces,. una alternativa a ella. Los hombres blancos que recalaron en A m éri ca durante los primeros decenio s después del Descubrimiento habían ,nacido en un país formado por dos comunidades separadas

entre sí: la de los no b le s o hidalgos y la de los plebeyos o

e s ta do llano. Los pr imeros constituían la clase o estamento

privilegiado: estaban exceptuados de·impuestos, ocupaban

en cada comunidad la mitad de los cargos munidpales , cual­

quie ra fuera su número, n o �staban sujetos a prisión por

deudas y, si eran castigados con la cárcel, ésta era distinta de la de los plebeyos; no sufrían pen a s infamantes, y en la práctica sus delitos eran juzgados con una benevolencia in­

finitamente mayor que la que se aplicaba al común. La no bleza se asociaba al prestigioso oficie> militar: den17. Urs Bitterli, Los salvajes y los· civilizados. El encuentro de Euro· ' pa y Ultramar. 27


tro de la concepción medieval y en cierto modo platón i c a de la socied:;id, los hidalgos defendían a la colectividad con las armas, e.l clero -otro estamento pri.vÜegiado- se ocu­ paba de ias re l a c i ones con-la divinidad y los plebeyos soste­

nían al conjunto social con su trabajo y sus ccntribucioues o pechos. No rmalll"'.ente se nacía hidalgo,- no se hacían hidalgo.s. La nobl�za era un.a. cuestión de sang re y, como tal, estaba suje ta a la herencia , pese a. que, en la práctica,. era pqsÍbl e llegar a ella a través de med ios legales e ilegales. El m01iar· ca po dúi COíked�r- hidalguías e i ncluso venderlas; mediante adulteraciones de los padrones municipales algunos conse­ guían p a sars e del registro de plebeyos al de hidalgos; o uti· lizando falsos testimonios probar que la propia familia siem­ pre había sido tenida por hidal ga . A p artir de 1505, las leyes de Toro. que regulaban los mayorazgos, permitieron a lo s ricos acceder a la nobleza . Todo esto, naturalmente, costa­ ba dinero y, p o r tanto, no estaba al alcance de c ualquie ra. Las inasas; por su parte, aceptaban como natural este :�:�s.tado de cosás. «Entonces el camino que. se ofrecía al am­ ,,_bicioso, al descontento, no era el de procurar el derroca­ -7.miento del sistema, sino tratar de buscar mejor acomodo ·:· cten tro de éh, 18 y la riqueza era uno de los recursos más

:i,eficaces, tanto· o ·

más que en estos tiempos. En un estrato sup erio r de la p lebe estaba:o. los crist� a­ nos vi ej os , aquellos que podían mos.triir pureza de sangre . Por debajo de. ellos en la estimación social, los cristianos nuevos o conversos, provenient.�s de un ljnaje de judíos o moriscos. Los primeros no disimulaban su orgullo y su sen­ tido de la di gni da d que han sido proverbiales en el español de a pie y que se reflejan cabalmente en las obras literar ias y teatrales del Siglo de Oro. Plebeyos e . hidalgo s estaban unidos por _la concepción caballeresca d.e la vida y su estricto código de honor, a1 me­ nos como ideal no s i empre realizado ni realizable. Ei: lo que río cabe duda de que ambos estamentos esta­ ban ideológicainente hermanados era en el ideal de la vida noble; vivir opulentamente sin trabajar. El más .alto valor. en cuanto a perspectiva vi tal es -com o dice el historiador Ronaldos Vainfas- <<el h abitus aristocrático de .la .frivoli­ dad, del desdén por el"trabajo, del apego a la ociosidad».

18. Antonio Domínguez Or�iz, El tólicos y los Austrias, Madrid. 1974.

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Antigfto Régi��;�;..l�s· Reyes Ca­


Los funcionarios coloniales se quejan permanentemen­ te .a: la ·coroI1ª�· <? al Consej o de Indias de que labrjegos y , ar tes anos se n iega n: a ej er ce r sus oficios cuando llecran a 0 las Írl.di'as>_�S fÍi� ·:tonsiguen oro o d ominar imperios quie­ ren, ·al me nos, vivir como si fue.:>en señores, aunque sea de . aborígenes: encomenderos. En A méri ca, los estamentos so­ ciales se alteran fácilmente: por debajo del gañán español ·hay una caterva de indios para dominar y explotar . En 1542, después de casi veinte años de e xperien c i a en México , el misionero franciscano Toribio de Benavente, Mo­ tolinia, 19 escribe sobre los estancieros de su país de mi­ sión: « ... la m ayor parte son labradores de España, hanse enseñoreado de esta tierra y mandan a los señores princi­ pales naturales de ella como si fuesen sus ·esclavos .. ., se ha­ cen servir y temer como si fuesen señores ab solutos y natu­ rales. y nunca hacen otra cosa que c'cemandar, y por mucho que .les den nunca están contentos; a doquiera que están todo lo enconan y corrompen, hediondos como carne daüa­ da, y no se ap lican a hacer nada sino a mandar; son zánga­ nos que comen la mi e l que labran las pobres abejas, que son los indios ». En realidad, no h ací an más que.imitar la

\

con ducta de los señores que hacían otro ta n t o

en Espa ña.

Cualquier ganapán que llegaba a las Indias se sentía hi­

dalgo con todos los privilegios inherentes a este esta do, y · aún más, en la medida en que po r debaj o de�'e.l estab� :sepa,· ·e: rado p or un· abisn;io de los indígenas. Cua ndo hada 1582 el monarca español ordena vender a lgu nas hidalguías en el

Perú ·para recaudar fondos destinados a las exhaustas ar­ de la Corona, el virrey Martín Enríquez de Almansa le contesta que eso es imposible puesto que «no hab ría tres que las comprasen porque en las I n dia s todos so n caballe­ ros, y esto es una de l as cosas que las puebla». Durante el s i glo XVI to davía la caballería, su rgida en Europa en las postrimerías del prime': m i lenio, era una ideo­ logía que impregnaba por completo la vida de los españo ­ les de todas las c la se s . Las novelas y cantares de gesta --ex·

cas

presiones no sólo literarias, sino t�mhién ideol ógicas-, con

.las fantásticas p roezas de sus héroes, eran enormemente populares, sobre todo a par ti r de la invención de l a impren­ ta. «Una sociedad e mpapada de estas obras y sorpréride·n­ temente crédula re sp ecto a la veracidad de su contenido, tendía de modo natural a modelar, �11 cierto aspecto, su vi19.

Op. cit. ,29


sión del mu nd o y sus principios de conducta sobre la .base de los extravagantes conceptos popularizados por los libros de caballería. ¿Qué cosa más natural que el misterioso mun­ do americanc• proporcionase un esce n ario para su realiza­ ción? Po r ignorantes e iletrados que foeran Pizarro, Alma­ gro y s us compañeros, todos ellos habían oído hablar del reino de las amazonas y esperaban hallarlo.» 2º Las ficciones del mundo de la caballería están omrüpre­ sentes en los primeros años de la Conquista. Bernal Díaz del Castillo, soldado de Cortés) cr on i st a de la campaña de México, recuerda que cu ando él y sus compañeros vieron las ciudades aztecas «nos quedam os admirados y dec íamos que parecía a las cosas de encantamientq que cuenta en el libro de Amadís», _la más po p ular de las novelas de caballería de la é poc a . ·

IV

A m edi ados del siglo xm, el mallorq uín Ramón Llull escri­ bió el Libr.e de /'ordre de caval/eria, un tratado que consti· tuye una obr a de indudable autoridad, im it ada, e op ia da y t raducida a varios idiomas europeos -entre el los el castellano- en los siglos posteriores, donde explica las esen· cias de la práctica y la ética caballerescas. Llull comienza por asegurar que fa caballería fue insti­

tuida para defender a la gente y par a contenerla en tiem· pos inm . emoriales, tras la caída del hombre. «El más leal, el más fuerte y el de valor máS noble» es elegido para esa tarea, uno entre mil. El caballero debe poseer, en primer lugar, «la más no­ b le de las bestias·�. el caballo, la mejor arm adura y u n escu­ dero para qu.e le sirva. Su manutención tiene que correr a cargo del pueblo, que trabaja y a quien él defiende con su es fue rzo y, si es pr eciso con su vida. La cond ici ó n de caballer o debe ser he redi tar ia, por lo que hay que instruir a los hijos en el ar te de la equitación y de la guerra a través del ejerdcio de la caza, poni�ndose a prueba en ju s tas y ,

torneos, y le er las crónicas de las proezas de .los héroes de la a nt igüedac,l para tomar ejemplo. Y, sobre todo, el caba­ ller o debe transmitir a sus descendientes la ética propia de e s ta condición. 20. 30

J. H. Elliot, La Espatia impe,rial, Madrid, 1989.


. l?r!mer d eb� r del c aballe ro es defender la fe de Cri s­ to contra los Infieles: el e�pí ri tu de Cruz-ada. Además, tie ne que proteger a los dé_bi l e s como las mujeres, lps ni:&os y to� huérfa no s contra las arbi trariedades de los fuertes y . s�r fiel a su señor de est e mundo . El caballero ·e s ta rá sie m p re dí s p.u e s to a s a lir de su c a s t i l l o para p e r s e gui r. a los malhe: chores y d efender a sus víc t i.rnas . Para c umpl i r con estos

El

debéres deberá instruirse en las vir:udes imprescindibles:

l eal tad, s ab i du ría , caridad, sinc e r i dád, vigor, l arg ue za ,

hu�

m i l dad y, sob re todo, valor. El c a b all e ro evitará e l orgullo y a pr e c iará e l honor, s e rá cortés y de n o bl e s palabras, bien

v e s t i do y hospitalario; s e abs tendrá de la ociosida d, de la

t raición y de la l uju ri a . La p res entación t i e n e tintes religio­ sos que p o ste r io res tratadistas obviarán p a ra poner más ·el ac e n to en l as glorias t errenales del caballero. Como dice Mau ri c e Keen,11 <da caballería su p on e una

búsqueda constante y nunca s a ti s f e ch <1; por alcanzar el éxi­ t o » . O t ro t eó rico (y prác tico) de l a c aballería, Godofredo d e Charny, establece un prin c.i p i o básico: «El que logra más es el más valioso.» Con todo, De Charny no ignora el lado re ligioso de l a cab a l l e ría: es un medio de sal vación, ta n to

eleva d o que cualqu i e r o t ro . ·J ean de Bueil, el gran capi tán francés en la guerra c o n t ra l ? s i n g les e s , asegura que « riosotros, pobres soldados, salvaremos n u es t ra s almas por las a rma s de Ja· rr.'i � rn a manera que po d r í amos vivir en con-. templación con uria dieta de raíce s » . De Charily sostiene que la caballería impone normas mucho más estrictas que las de c ual qu ie r orden religiosa: aquel qu e toma las armas por una causa justa salvará su a lm a corno el a·n acoreta o el monje. Pese a que la caballería e s eminent.e mente seglar, con ­ o más

verge y se asocia con lo religioso �el �aballero e�, s ob re todo, un soldado de Cristo en defen s a �e la fe,� al mismo tiem2 l . . .Maurice Keen, la caba l/e n'a, B a rc e lona, 1 986. 22. Hernán Cortés expresa claramente e s t a ideología cuando ex­ horta a sus hombres a p e ne tra r en · Méxicc . .. y yo los animaba dic ién· doles que mirasen que eran vasallos de vuestra a l teza, y que jamás en los espaiioles en ninguna parte hubo_ falta, y que es tábamos en dis· pos ición de g a na r para vuestra maj e s tad los mayores reinos y seño­ ríos que habfa e n el mundo. Y. q ue dernás · de hacer lo que como .cris­ ti a no s éramos obligados en pugnar contra los enemigos de nu e s t ra fe, y por ello en el otro mundo ganaríamos l a gloria y en éste conse­ guíamos la mayor prez y ho n ra que h a s.t a nuestros tiempos ninguna generación ganó. Y que mirasen que teníamos a Ojos de nuestn1 par· te, y que a él n i n guna· cosa es imposible, y que lo viesen por las victo· 31


po que su mayor obj e tivo como hombre será siemp re la sal­ vación pqr el medio que Dios le ha pues�o �n su camino y de acuerdo 'con su c ondici ó n social y su vocac i ón

Todo esto es

.

el' ideal. Aun sin salir' de lo puramente cloc

t rinario, la caballería estuvo carcomida pór .claras contra­ dicciones. La Iglesia p rohibía l o s duelos, que para el caba­ llero constituían s u p ri n c ipal ejercicio de armas y de' valor. Por o tra p a r t e , poco se coúclecía el ej ercicio profesional de la guerra y sus efectos de matanzas, cautiverios, de s t r uc ciones con la c omp a s iv a y dulce doctrina p re dicada en los Evangelios. Sin embargo las necesidades de una sociedad dividida en feudos que lucharon entre sí a lo largo d e toda la Edad Media, se impusieron �JC;r encima de cualquier disquisición teológ'ica. Más. abismales aún fueron las diferencias entre l a ética d e l a caballería y su práctica, sobre todo en las postrime­ rías de la Edad .Media. El modo de aprender el oficio de las armas y templarse en él era, inevitablemente, hacer la ­

.

gµ:erra. ·Además;

para los hidalgos pobres de toda Europa, que apenas tenían recursos que les permitieran comprarse los caballos y armamentos necesarios para ejercer de caba­ lleros, l a � guerra tenía el s iempre poderoso atractivo del botín. -;•·:; Cervantes expresa esta mentalidad, en la que la supue s ta justicia o h e r oí s m o enmascaraban el ansia de riquezas, c u an do le hace d ec i r a don Quijote, qu e va a enfrentarse trein t a o pocos más desafora­ con los molinos de viento: dos gigantes, co n quien pienso hacer batall a y quitarles a todos l as vidas, con c u y o s despojos comenzaremos a e nri ­

­

quecer» . Konrad de .i\fo genberg persuad�a a los jóvenes de la nobleza pobre p a r a que b u sc a ran }a. fortuna en las gue­

rras de Italia.21 Este país y o t ro s d e Europa s e llenaron de caballeros y de condottieri extranj eros y nq.ci o n al es , que s e convirtie­ ro n en una plaga para la s ufri d a población. No cabe duda de que « la escuela de armas y de l a caballería podía con­ vertirse con gran facilidad en escuela de bandolerismo».H rias q u e h.abíamos hab i d o, donde tanta gente de _ !9d"'enemigos eran muertos y de los nue s t ros ninguno . .. (Hernán Cortés:' cii.rfa-enviriaa a la rei n a doña Juana y al emperador Carlos V, su'• hijq::·:;'en' Cartas de relación de la conqu ista de México, Madrid, 1 982:'.:. :;:·, : 23. La pob reza del cab a l l e ro era un motivo para, P,�rqi:r. la condi.: .:=-:.' ·"'···· ,-. .. " ·. ción de noble. 24. Maurice Keen, op. cit.

32


Y no sólo la escuela cie cabaÜería s ino el ejercicio mismo de la c aball e ría podí a resultar en un p ing ü e negocio para c abaÍl e'f.ó� á.v1d o $ de hacer rápi das fortun¡¡i.s c o n lós botines que c ob r ab an , y ·én. horror, desolación y mu e r t e para sus n um eros as víctimas. Carlos VIII de Fran ci a, en el siglo xv, l anzó una memo­ rabl e expedición de rapiña a la península. italiana, que in­ c l uyó el s a c o' de Roma, e l expolio de Nápoles y la vi o l a c i ón sistemática de las mujeres itali anas por parte de los solda­ dos. Esto n o impidió que el rey francés se sintiera un cru­ zado defensor de lz. .fe contra l os s arracenos y soñara con coronarse rey de Je'r usalén. Sus adversarios españoles, al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, no l e s iban a la zaga en materia de ac t os vandálicos. Mucha·s fortunas ama­ sadas a fuerza de pil laje en Italia se invirtieron luego en expediciones ame ri c a nas ,25 y numerosos conquistadores de Indias hicieron su escuela de guerra en l a asolada península. La di fe ren c i a entre los caballeros de la alta nobleza y los mercenarios de las compañías l ibre s que gu erreaban por su cuenta cuando acababan una fa e n a a las,.órdenes de un señor, era puramente forma l . Phil i pp e de ézie re s descri­ bió a estos se gun d o n e s sin recursos qµe ca causa de l a po­ breza están frecuentemente o b l iga dos a parti�ipar en gue­ rras que son inj us ta s y tiránicas para mante��r su .estado pe nobleza , ya que no conocen otra profesión más :que la de las armas y obran tan mal con ello que s�ría e sp an tos o i:-ontar todo el pillaje y los crímenes. con que oprimen a ia gente pobre» . Ricos y pob res se sentían ig ua l m ent e seduci­ dos por e l botín y re currí an a los mismos métodos aberran­ tes para la ética c ab a lle re sca a fin de conseguir sus objeti­ vos. Miles de señoríos fueron fundados en los p rime ros cinco siglos de este milenio con fortunas am�1sadas con e l pillaje, las violaciones, · l o s asesinatos, ·ia e x pl ot �c i ón -inmiserjcor­ . de del trabajo ajeno. Fortuna y honor, oro y fama van íntimamente u n ido s en la ide o l ogí'a caballeresca, más allá de las teorizaciones d e lo s tratadistas que se refieren s iempre a los i d e al es y no a la re a l i d a d . En e l mejor de l os qi.sos, para mantener las virtudes caballerescas (fal la de codicia, largueza, gene-

M

2 5 . Notoriamente, la frl!-casada e:-:pedic:ió:1 de Ped ro de Mendoza al Río de la Plata fue finanr. iada con el botín obtenido por el primer fundador de Buenos Aires en las gue rras de Ital ia. Martín del Barco Centenera recuerda que l\1eadoza fue dinero robado entre romanos ....

"ª

conquista de-paganos I con


rosidad, hospi talidad, e tc.), era n ec es ari o c on t a• con cuan­

tiosos recursos ecor:iórnicos. Además, el ejercicio _de la gue­ rra y de l o s torneos implicaba siempre el ri es go de caer cau­ tivo; esto no c onst i t uí a un deshonor (huir sí lo era); pero

acarreaba la obligación de pagar gruesas surrias e n rescate, que p od ían a rruinar al más poderoso. El c aba l l e ro no busca acumular el oro con la mi s m a f i­ n al i da d que lo h a c e n los burgueses, es decir, como capi tal para multiplicarlo: el comercio era la innobílis rriercatura vedada a los caballeros cristianos que, curiosamente, es pro­ tegi d o y ex a l t ado en el islamismo, religión creada por un comerciante entre comerciantes. La fiebre de riquezas c a­ balleres c a e s t á motivada porque el oro b rinda la pos i b i l i ­ dad d e realiz.�r el ideal de la vida noble, c<)mo s e ñ o r de va­ sal lo s rodeado de toda la parafernalia de los -símbolos de su status y p o d e r , dedicado a una vida improductiva ejer­ ciendo las únicas ac t ividades di gnas de un noble: cazar, com­ petir en juslas y torneos, guerrear, ejercer su dominio so­ bre los súbdit.os, enriquecerse con el p ro d uc to del t rabajo de ellos. Las b ru t al i dad es que los conquistadores ca s te l l anos per­ petrarán en América en el s i g l o xvx con la po b l ació n indíge­ na son, en l o sustancial, una

re petición de s i glos , con

hecho en Europa a lo largo de

lo que se había la j usti ficación

de esa 'contradictoria ideología caballeresca y d e l espíri tu de Cruzada que solía enmascarar una c o d icia superlat iva y una l uj uria des con trolada . En este sentido los e s pan ol � s · no inventan nada. Los usos y l as costumbres de la guerra, y los modelos de vida ociosa que l a l eyenda negra intentó p resentar como propios de es­ pañole s particularmente crueles, c od ici os o s, pródigo s y n ada industriosos consti tuía, en realidad, un p a t rimonio de to­ dos los europeos,2• cuyo oficio era el de ias armas. 2 6 . Y no s o l o europeos. Los islámicos -turcos. árabes, mogre­ bíes-, lo misrr:o que los pueblos orien tales, tampoco hacían gastos d e genero s i dad y humanismo con los enemigos y con la población ci­ vil e n aquellos tiempos. Se rán necesarios dos s i glos más para que en Europa aparezcan concepciones menos brutales de la guerra: alen ta­ das por el humanismo del siglo xvm.

34


V

Los c astella11os tenían s u prop i a experiencia nacional que los había forj ado de un modo p eculih dentro d e esa gran cultura europea d e la guerra, la c aballería y los ideales nobles. ·En 7 1 1 , los árabe.3 musulmanes invaden la Península y la ocupan casi totalmente, a excepción de una franj a junto al Cantábrico, Galicia y algunas zonas de los Pirineos, en el escaso tiempo de siete años. Casi ocho siglos necesitarán los cristianos para recuperar su territorio. y e�p u l s a r a los moros . El espíri tu de Cruzada, copiado en buena parte del d e

l a yijad, o guerra santa d e los musulmanes, permanece vivo a lo largo de todo este tiempo. En oleadas sucesivas e inter­

mi tentes, los cris t i anos lanzan c ampañas· contra los árabes -de las que a me n udo participan c aballeros y soldados de otros países europeos-, empujando a los musulmanes hacia e l sur.. Hay largos períodos de paz y rela ti va conviven� cía durante los cuales l os caballeros no se quitan la arm�­ dura ni se apean del caballo: la poderosa clase milita·r que se ha creado en Cast i l l a aprende pronto a vivir no sólo d e los b o t ines d e guerra sino también de l os t ributos d e los

amenazados. Los pequeños y débiles reinos d e taifas mu­ sulmanes consiguen sobrevivir impidiendo su invasión y des ­

trucción por los c ab all e ros c rí s tfanos merced a que les pa­ gan fuertes sumas, en un sis tep1a que, en lo sustancial . no se diferencia mucho del empleado, siglos más tarde, por los gángsters en Chicago o por las organizaciones terroristas actuales. La ideología y el pathos o mística . que recubre y poten­ cia toda e s t a ac lividad es e l espíritu réligioso d e C ruzada con tra l os infieles. Con todo, las primeras incursiones con­ t ra los árabes tras la invasión de 7 1 1 no fueron i mp uls ada s por el espíritu religioso, sino por el afán de cobrar ·rescate.

Corno l o expresa Elliot, « en aquellas p rimeras campañas los

nobles castellanos comprobaron a su entera satisfacción que la verdadera riql1e·�a provenía esenci almen�e d�l s aq � e o y �e la tierra. As í pues, sus más al tas admiraciones quedaron reservadas para l as "Virtudes militares de valentía y honor. De ese modo se estableció el concep to del p,e!fecto hidalgo, como hombre que vivía p a ra la guerra, que podí a realizar .

35


lo imposible gracias a un gran valor físico y a un constante

esfuerzo de voluntad, que regía sus relaciones con los .otros

de acuerdo con un e stri c to código de honor y que rese rva­

ba sus res p e t o s para el hombre que había ganado riquezas

por las fu e rza s de las armas y no con el ejercicio d e un tra­ bajo manual. ,Este ideal de hidalguía era esencialmente aris­ tocrático, pero las c i rc un s tancia s contribuyeron a difundirlo por toda la sociedad c a s te l lan a, ya que la migración popu­

lar hacia el sur, a re m o lq u e de los ejércitos victoriosos que caracterizó a . l a R e c on qu i s ta, alimentó el d e s p r ec i a popu­ '

"

lar por la vida sedentaria y los b ienes. fijos e imbuyó así en el pueblo jdeales semejantes a los de la ari s tocracia » . L a i dea· d e Cruzada e s una superestructura ideológica

que se emplea en Europa lo mismo que luego en América como tnotor emocional para la guerra y la conquista, como c ínica just i fica c ión de cualquier acto van d á l i co o expedi­ ción de saqueo, o como excusa de los monarcas para aumen­

tar las contribuciones de sus vasallos. Y, a v e c e s todo j un­ a 'fa· vez. P ue lo que Orwe l l l l am ó double thinking, o c ap aci d a d de. creer en dos o más cosas contradictorias 'én tr� sí. al mi S m o t i empo, no s e in ve n tó en 1984. ,

orq

"to

·'la

VI Entremezclado con el espíritu de Cruzada estuvo el man­ dato evangélico. No era lo mismo luchar co ntra los infieles, que rechazaban l a re l i gión c rü,tiana, como ocurría co n tu r cos y árab e s que hacerlo contra pueb l os que nunca habían oído hablar de ella, como los indios. El Pap a había dado los territorios de Amárica a la Corona española para que convi rtiera a l o s indígenas. Pero ¿ cómo debía h acerse esa lab o r ? Los usos de la époc a señalaban que cuando una po­ b l a c ió n de infieles se sometía, los vencedores les perm i t ían

­

,

seguir viviendo en b a rrio s s eparados y mant�niendo sus. cos­

tumbres

y creencias, aunque tuvieran que p'agar :.m tributo

a sus �uevos señores cristianos. Pero los que se res i s tían e ra n reducidos a la esclavitud, ve n d i dos y �y. p r o d u c to s e r­ vía para pagar los gas tos de la guerra. Respecto a l o s indios americanos se admi tía qu e s ó lo aquellos aborígenes captura dos e n una guerra j u st a e ran esclavizab les, mient ras que los indios pacíficos debían ser cons iderados súbdi tos de la Corona. La cuestión era saber

, ;_�; ·t(�;;�· · �·:'

36


cuán�o u.na guerra e ra justa o injm.ta. En los primeros

años

de la Conquista quedó claro que para las huestes castella­ na'� tod·a guerra de ia que eilos participaban y les c o nv inie­ se era j usta. A pa rt ir de 1513 se recurrió al hoy· i r ri so rio sistema del requerimiento,27 un formalismo en la p ráct i ca , fue. p oco más que un a mera coartada moral paráj"i.istíficár��lsometimiento por la fuerza. De todos mo­ dos, la permanente preocupación él ica y t eol ógi ca de la Co­ r ona y de muchos clérig os y juri�tas por las relaciones con los indi os y los derechos de la mo narquía española sobre ellos, es una típica reacción ·me i eval de. esta España que no acertaba a salirse de la vieja m en talidad. Lo moderno

jurídico que,

d

hubiese sido no haberse planteado !;iquiera el problema de la legiti mi d ad de la Conquista, como harían más tarde otras naciones europe as . El apoderamiento de las islas Cana rias, la lucha final contra los árabes en España h as ta la final rendición de Gra· nada y la s guerras de Italia dirigid;1s por el Gran Capitán son el ensayo de lo qu.e se llevará a cabo en América en el terreno bélico. Muchos de los s old a os y de los caudillos de la Conquista eran veteraµos de hs .g�er�as de Granada y de las campañas italianas. La conq1tista de América se rea­ lizará con el mismo espíritu y s i mil a res usos de guerra que la Reconquista: botí n y escl avi z a c i ó::i de los,.�nemigps,.,gos r e com pensas legítimas según el derecho bélíco de la�.�poca .. « Creíanse cab all eros y era n, en r<�alidad, s alteadores de caminos>�/ª porque, fa difer en ci a entre unos y otro s e ra

d

27. La hueste españolrt estaba obligada, cuando se encontraba fren­ te a un pueblo aborigen, a que el escribano le leyera (y un intérprete - s i lo había- lo tradujera) un texto redactado por el letrado real Pa­ lacios Rubios: el requerimiento. En él se les explicaba la cosmogonía cristiana y la donación que el Papa había h1,!cho a los reyes de España de sus tie rras . Finalmente se exhor t ab a a lo s in dios a someterse al monarca y a convertirse al cristianismo. Si lo s aborígenes no acepta· ban, se les podía hacer una e gue rra justa» y esclavizarlos junto a sus

mujeres e hijos. La formalidad suen a disparatada y así la cali fi có fray B arto lomé de Las Ca sas, para quien los requerimientos eran «injus­ tos, absurdos y de derecho nulos». Sin e.mbargo, al m smo tiempo sig· nificaban una in usual preocupación ética, �egún la mentalidad de la época, por parte de la monarqu í a española, aunque la solución se hu­ biese planteado en términos tan al ej ado s de ta realidad, en lo que pa­ rece, además, una búsqueda de conciliación entre quienes so s tenían que era menester hacerles p r imero la gue rra a los indios para,. una vez sometidos, pred ica rl es el Evangelio y los que defendían fo1mas de catequización no vio lenta s . 28. Georg Friederici, Der Charakter du Entde<;..kung und Erobe.­ rung Ame.rikas durcl1 die Europder, Stuttg.irt-Gotha, 1925.

i

,37


más aparente que real. Bernal Díaz del Castillo observa que los soldados de Francisco de Gar:ay, en la campaña de Pá· nuco, ;,se juntan de quince en quince y de veinte en veinte y se andan robando los p ue b l os y tomando mujeres por fuer­ za, como si estuviesen en tierra de moros». A un lado y a otro del Atlántico, junto al oro . la� hembras constituyeron parte principal del botín de guerr.a o presa fácil de los ape titos de los caballeros y su falta de pruritos éticos para abu­ sar de su superioridad física. Las contradicciones entre los usos arraigados de la so­ ciedad civil y la doctrina .cristiana que iban a implantar y predicar en América no provocaron; por lo general, gran­ des crisis de conciencia entre los conquistadores y coloni­ zadores del Nuevo Mundo. El sacramento de la confesión in articulo mortis los re­ dimía de cualquier atrocidad que hubiesen cometido en sus vidas. De ahí la obsesión de los conquistadores por incor­ porar a sus mesnadas a religiosos que los confesaran en caso de·ser heridos de muerte y les abrieran "las puertas

del paraíso, independientemente del mérito de sus actos a lo largo de sus vidas.29

La fe católica se prestaba fácilmente al cinismo y a la hipocresía moral, un aspecto criticado a menudo por los indígenas. La religión de la época era extremadamente for­ malista, al punto de que, por ejemplo, la Inquisición en Es­ paña, en los años veinte del 1500 se ocupa de perseguir y

condenar a dev•)tos de corrientes como la de los alumbra­ dos que predic<?.ban una religión más intimista, alejada de los rituales exteriores del boato eclesiástico: esto, simpl�­

mente, se veía como una amenaza a la. ortodoxia. En todo caso, la conciencia morai de los primeros dece­ nios de la Conquista -la que evidencia claramente la inco­ herencia de los cristianos entre lo que dicen creer y 'lo que hacen- la encarnan los dominicos. En· 1511 -¡diecinueve años después del comienzo de la esclavización de los indí­ genas!, más vale tarde que nunca- fray Ant9nio de .Monte­ sinos se enfrenta a los encomenderos con su célebre ser­ món en la iglesia de Santo Dom41go. 29. Hay excepc:iones, naturalmente, aunque sea a tor9 pasacio .. Ber· nal Díaz del Castillo recuerda a por lo rr.enos seis compañeros de a :­ mas suyos durante la conquista de México qU:e, después de la campa­ ña de Cortés, acabaron abandonando todos sus bienes -algunos eran ricos- y entregándose a la vida monacal: cinco franciscanos y · uno dominico, más un séptimo que se hizo anacoreta. · 38


\

Los frailes se niegan a dar la comunión a los enco'Tlertderos y, pese a la persecución a que los someten los españo­ les de Indias y a los argumentos de lo:,; áulicos de Carlos V,

como Juan Ginés de Sepúlveda,3° consi g\Íen la abolición definitiva de la esclavitud de los indios 31 con la promulga­

ción de las Leyes de 1542.n

Sin embargo ese avance fue más teórico que práctico: las humanitarias Leyes de Indias se aplicaron poco y mal

en América, gracias a la cínica coartada con q u e se reci­ bían las disposiciones reales del otro lado del Atlántico: «Se acata, pero no se cumple.» La Corona toleró esto en la prác­ tica porque tenía razones de peso para ello: sin indios que trabajaran duramente, los cristianos no tenían cómo alimen­

tarse y, por tanto, su pre senc ia en Am érica estaría amena­

zada. Además, al menos inicialmel).te hasta que comenzó la

importación m asiva de esclavos negros, el trabajo de los in­ dios era indispensable para que siguieran llegando las re­ mesas de oro y plata que, c ad a vez, eran tnás vitales para

la economía de la Península: los I1JOnarcas necesitaban pa­ gar sus guerras dinásticas y de religión para mantener el imperio y la bandera de la Contrarreforma. Durante mu­ chas décadas, en Potosí, los indígenas mantuvieron el mo­ nopolio tecnológico d•:! la conversión del mineral en plata. Éstas eran razone.> de suficiente peso como para que la Corona, aparte de dictar n o rm a s jurídicas de preclaro con­ tenido humanista, careciera de voluntad política de hacer­ las cumplir.33 Por el contrario, cuando se trató de asuntos que. afectaban directamente a los intc!reses del Estado, la 30. De Se púl veda capellán e historiógrafo del emper�dor fue el más des t ac ado defensor de la conquista de América y de la esclaviza­ ción de .los indios. Se basó para e!lo en las doctrin . as aristotélicas que sostenían la «esclavitud natural• de ciertos pueblos •inferiores•. La evangelización debía ser p rece di da por un¡i. «guerra justa• p�ra some­ terlos a Ja obediencia natural a la que estaban obligados en razón de inferioridad. 31. En las culturas americanas la e s clavizació n de los enemigos y la toma de mujeres y niños como botín en las guerras entre pueblos indígen as o contra los españoles, lo mismo que e l exterminio del ven­ cido, jamás provocaron el más mínimo cuestionamiento ético. 32. En este se n t i do la hipocresía de la Corona era análoga a la de sus agentes conquistadores en América. .

,

33. Doce años antes había sido prohibida por la Corona; pero l a decisión fue revocada cuatro años después. L a norma d e 1542 encon­ tró varias excepciones, i:ntre ellas en: Chile, donde los araucanos opo· nían una feroz resistencia al dominio español, lo que justificó la es­ clavización de los mapuches.

39.


monarquía demostró que tenía los hombres y los medios para desfacer entuertos con todo rigor y eficacia. Tal es el caso de los intentos feudales "de algunos conquistadores o sus descendientes, como el de Martín Cortés en México o las guerras civiles entre los Pizarra y los Almagro, alzamien­ tos o pretensiones que fueron cortados de cuajo.

VII un mundo fanáticamente se­ guro de que la .única religión verdadera era la suya· y de que, además, era la mejor para el !Jerfeccionai;niento del ser humano. «Se veían a sí mismos como un pueblo elegido y por tanto superior, que tenia encomendada una misión di­ vina encaminada a la consecución como fin del imperio uni­ versal..; E.! mayor deber y la mayor responsabilid¡¡td de Cas­ tilla er1i�:e] defe'iítler 'j exte " nder la fe, conduciendo a una forma de-vida civilizada y cristiana (ambas cosas eran con­ sideradas sinónhrias) a todas aquellas gentes ignorantes que, por misteriosas razones, no habían oído hasta entonces el mensaje�·del Evangelio.»3� Cualquier otra forma de devo­ ción religiosa .era· aberrante: estaba inspirada por el de­ monio. Como no consiguen salir de su propio mundo cultural, los peninsulares llaman «idolatría» a la religión practicada por los indígenas, e «ídolos» cuando no, simplemente, u de­ monios», a sus dfoses. Arrancarlos de e·sas creencias y prác­ ticas era, para 1os españoles, no sólo cumplir con el manda­ to de su Dios {«Id y pre di ca d a todas las naciones ...»), sino también un acto de sublime caridad y generosidad, porqu,e, amén de introdu�irlos en la «dvilización», se les daba: la oportun�dad de la salvación de sus almas. El rechazo y la negativa a acept ar el mayor obsequio que, según ellos, po­ día h�cerse eri es'te mundo -nada menos que la Verdad y la salvación eterna- desataba las iras y la violencia contra los impíos contumaces. Esperar otro enfoque del problema en el siglo xv1 sería tan anacrónico como riclic;ulizar a Julio César por no haber utilizado las armas de ·fu �gp -�v:s�rs c�inp añas· contra los g alos. Al fin Y- al cabo, como afirma el etnólogo francés Jean

Los castellanos .provenían de

·

34.

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J. H. Elliot, 'España y su mundo,

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,..

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1500-1700'.{�:�d�id, 1990.


Monod, «España prometía un estatuto de ser humano al sal­ vaj"e dispuesto ·a entrar- en el camino de la g�a�ia divina; los norteamericanos jamás consideraron cohabitar con los indios�.35 La arrolladora co!).quista de Amfrica fue una tarea titá­ nic� : ���!i�� �e:.,.g_q,r. un puñado de homb'res qÚe no solamen, 1 te estaban convencidos de que eran poseedores de la Ver­ -1 dad y de que estaban protegidos por sh Dios, sino que además· pertenecían a una cultura en pleno apogeo. Cuan­ do se inició la gran aventura americana los españ�les aca­ baban de desalojar a los moriscos de -su territorio y en po­ cos años más se !"Onvertirían en la potencia de mayor relevancia en Europa. La superioridad tecnológica bélica con respecto a las grandes civilizaciones americanas es relativamente peque­ ña y no alcanza pata explicar conqui:;tas portentosas en las que pocos centenares de hombres dominaron imperios eón cientos de miles de guerreros y decenas de millones de ha· bitantes.3' Más decisivo fue; entre otros, el factor pslcoló� gico: los españoles venían de un:a civilización confiada en su capacidad y en su superioridad. El optimismo exultante de los peninsulares se enfrentaba a culturas, como la azte­ ca, profundamente fatalistas, que tenían qut mantener vi­ vos a sus dioses implacables y al mundo, a··.fuerza de: san­ gre y muerte con permanentes sacrificios.'.1lumano$;it. Los modelos caballerescos les daban uná delirante con­ fianza en la ilusión de que, en cualquier momento, se· haría realidad el sueño acariciado: oro, ciudades fabulosas, rei­ nos de quimera, hembras, esclavos. Tras las conquistas prin­ cipales apar�cen las entradas de quienes quieren ir siem­ pre más allá y, que a menudo, deben ser detenidas por las autoridades. Hasta sir Walter Rale�gh, pirata ::r tradicional enemigo de los españoles, se sorprende de esta capacidad de los con\ .

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3:. u Viva la etnología•, en El etnocidio a través de las Américas, México, 1976. 36. Teniendo que operar a tan gran distancia de sus bases de apro­ visionamiento en la Península, los conquistadores sufrían con mucha frecuencia problemas logísticos que, materialmente, los colocában en las mismas o peores condiciones que los in dio s : la pólvora se acaba­ ba, la s cuerdas de arcos y ballestas se rompían, las armas de fuego se estropeaban, las herraduras no podían reponerse, l9s caballos mo­ rían o tenían que ser devorados y sólo contaban con los recursos �a· turales del país que los aborígenes conocían, en prin.::ipio, mejor que ! los extranjeros. ·

41


quista.dores para resistirlo todo. «Es muy difícil o imposi· ble encontrar r•tro pueblo que haya soportado tantos reve­ ses y miserias cómo los españoles en sus descubrimientos en las Indias ... Tempestades y naufragios, hambres, derro­ tas, motines, calor, frío, peste y toda clase de enfermeda­ des, tanto conocidas como nuevas, además de una extrema pobreza y de la carencia de todo lo necesario, han sido sus

enemigos. Muchos años se han acumulado sobre s"us cabe­

zas, mientras recorrían apenas unas leguas. No obstante,

más de uno o dos han consumido su esfuerzo, su fortuna

y su vida en la búsqueda de un dorado reino, sin obtener de él al final más noticias que la:s que al principio ya cono­ cían. A pesar de todo lo cual... no se han descorazonado. A buen seguro están de sobra compensados con esos teso­ ros y esos parz.ísos de que gozan, y bien merecen conser­ varlos en paz.» Este frenético impulso dura casi un siglo, hasta la se­

gunda mitad del XVI. Que es el tiempo durante el cual trans­ curre esta historia.

VIII Los conquistad•)res y viajeros de Indias en general pertene­ cían en su mayoría a la cultura del Mediterráneo: gente que

� suele otorgar u.o altísimo valor a la pasión mucho más que

ia .la fría razón, dotada de una sensualidad a flor de piel y de un espíritu pagano apenas recubierto por un barniz de cristianismo moralista. Combinación que,. antes y ahora, sue­ le traducirse en conductas farisaicas por la prácticá de tina

doble moral, la pública y la privada, la que se aplica a las

mujeres y aquella con la que se juzga las conductas mascu­ linas.

En la España de fines del siglo xv la moralina represiva

convivía con un cierto libertinaje. Hast'a el reinado de Enri­

que IV, el desorden que imperaba en Castilla y la supervi­ vencia de usos medievales había permitido cierta lenidad en materia de conductas sexuales. La llegada al trono de su hermana Isabel, dispuesta como estaba a conformar un Estado poderoso, unificado y ordenado que fue dado a luz

en las Cortes de Toledo de 1480, significó un considerable estrechamiento del ámbito de las libertades privadas de los

castellanos. En 1476 los Reyes Católicos habían ·reorgani42


zado la policía casi omnímoda de la Santa Hermand;;td y

1483 r!ada la. fo.quisición.37

e!!

«No es fácil definir las actitudes de los espal'ioles [del si­ glo xvrJ respecto a las pasiones del amor, sus comportamien­ tos dentro y fuera del ·matrimonio . :», afirma Bennassar.JS «Una sola certeza: las cosas del amo r , y más concretamente del sexo, ir¡.teresan al más alto grado a los españoles, y esto es constantemente ci e rto después del siglo XVI», añade. En las actas inquisitoriales que Bennassar revisó consta que en las conversaciones populares «los problemas del amor y del sexo las ocupaban a menudo». «Se en·:::uentra siempre [en las charlas] que uno de los interlocutores pretende que la forni­ cación con una mujer pública o con una soltera de mala vida no es pecado o, al menos, que no lo es si no se está casado, si se le paga o si no hace más de siete veces el amor.» La falta d e medios anticonceptivos eficaces daba como resultado una buena cantidad de hijos naturales, que son mucho más frecuentes entre la población de lo que es da­ ble imaginar. En una parroquia de Valladolid, San Miguel, en el lustro que va de 15.92 al 1597 fueron baut iza dos cin ­ cuenta y do s niños ilegítimos, hij os de padres solteros.)9 De los cinco Pizarras que participaron en la conquista del PE;rú, sólo uno era hijo legítim o, Hernando. Los otros cua tr o, in· cluido el gobernador Francisco, habían s ido habidos fuera del matrimoriio.40 Abundan los casos de sirvientas y esclavas seducidas por su.s amos. Igual que 19 que ocurrirá en América, en España «las relaciones sexuales fuera del matrimonio se estable­ cían frecuentemente dentro del cuadro de una relación de dependencia de la mujer respecto del hornbre».41 Aquellos .

37. 1..,a Inquisición nÓ se ocupaba de los pecados o d elitos sexua­ les sino de los errores de la fe que proclamaban la inocencia de la actividad sexual fue ra de l matrimonio. Afirmar públicamente, por ej.em­ plo que m as tu rbars e o mantener relaciones sexuales con otra pt!1:so· na con la cual uno rio estuviese santamente casado, no era materia inquisitorial; pero practicar la masturbación o coito es ta ba reserva­ do a los ordinarios. 38. Bartolomé Bcr.nassar, L'homme espagnol. Siecle XVI. Altitu­ des et me11talité, París, 1975. 39. fü1rtolomé Bennassa r op. cit. AO. Los. bastardos en España no es tab an tan mal considerados en \ el país como en Inglaterra o Alemania. Ra mi ro I de Arngón, Enri1. que lI de Castilla, fueron ilegítimos, lo m is mo que Jua n de Aus tri a · Al v a ro de Luna, condestable de Castilla, el padre Mariana, Tirso de Melina o Gonzalo Fernández de Oviedo. 41. Bartolomé Bennas sar óp. cit. ,

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que tenían alguna parcela de poder tenían mayores posibi­ lidades de ten.er acceso carnal a mayor número y calidad de mujeres. Los curas, que mantenían un notable predicamento so­ bre la feligresía, solían aprovecharse de esta circunstancia para dar rienda a sus debÜidades sexuales. Dos siglos m?s tarde, el viajero inglés Townsend creía que la actividad se­ xual de los cur'as, condenados a la eterna soltería por el celibato sacerdotal, era una de las causas principales de· la tan difundida infidelidad conyugal en la Villa· y Corte de .Madrid. Naturalmente que esto no implica que se pueda hablar de libertad sexual, ni mucho menos, sino más bien de nu­ merosas y frecuen tes transgresiones a una normati va muy rígida, impulsadas por la represión y el t emperamen to apa­ sionado de estos mediterráneos. La escasa población de la mayoría de los pueblos de España contribuía a establecer un estricto control social sobre las conductas públicas y aun pri\ratias ·de horpbres y mujeres. Probablemente en los dos' exfrerrios de la, escala social -los marginados sociales y la ari'Stocrada- se diera una mayor libertad que, por el con­ trário, resultaba harto difícil ejercer a la gran mayoría .de los españoles. Al punto de que la desnudez de las mujeres que los' · castéllanos e n cuentran a su llegada a América tiene que haber sido \.ma experiencia nueva para muchos, que no habrían podido contemplar un cuerpo femenino sin pesa­ dos ropajes ni siqui�ra en la pintura de la época, monote­ m ática, obsesivamente religiosa. Si la heterosexualidad fuera del ámbito matrimonial es­ taba reprimida, respecto a la homosexualidad la intoleran­ cia era total. Desde luego, no estaba ausente la hemofilia en la sociedad c.ivil, mili tar o religiosa,42 pero el «pecado nefando.» prov9i;aba iras y repugnancia 43 en· grados que hoy consideraríajnos terriblemente exagerados y claramente s ospechosos . Naturalmente, en una sociedad que . reglamen­

taba tan estrictar.nente las relaciones h�mbre-n.wJer, el amor ' . · ·· :}:-:·����:·>(···::...

42. En los archivos de la Inquisición se conservan las act;is de escandaloso proc:eso (1687) seguido a fray Manuel.Arbüstante, jCfe de estudios del comento de la Merced de Valencia. Hombre de exqui­ sita cultura y cnceiidido verbo, hab ía usado sus dotes intelectuales para seducir' y sodomizar a casi todos los novicios y frailes jóvenes del convento. AHN, legajos 560 y 561. 43. L a pederastia era causa de indignidad en la fundación de ma­ yorazgos, por la que el heredero perdía todos sus derechos.

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entre los de un mi:.mo seico no podí a estar ausente, aunque fue ra de un modo epi sódico en la vida de muchos españo­

les y españolas.

La sexualizaci6n de la sociedad -y también, sin duda, su neurotización- era p a ra dójicarnente agudi zad a por el obse�iyo ��ento .que la Iglesia católica ponía en los pecados de fa carne 'La""répresión no sólo ·es el supuesto necesario ·

.

para que aparezca el deseo, sino qu•! también puede .ser un ·

notable catalizador de éste. De todos modos, la insistente prédica co ntra la lujuria en España indicaba también dónde estaba la debilidad de las alm as que querían salvar. Esta predilección por la car­ ne contribuyó a que la mayoría de los españole s superaran los prejuicios raciales frente a las in di as . Prejuicios que, ciertamente, estuvieron omnipresentes, pero que s olí an es­ fumarse, al menos momentáneamente, ante un par de pe­ chos y unas c aderas femeninas, de cualquier cofor que fueran.

,45


LOS INDIOS

I

Hablar de los indios genéricamente, como han hecho los blancos europeos a lo largo de siglos, implica utilizar un concepto casi tan confuso como el de bárbaros para los ro­ manos.•En América, desde el punto de vista español, los otros, lb que no se integra en el nosot·ros, son los indios." Medio milenio despu és de que fueron descubiertos por los europeos, todavía suele identificarse como indios a unos

seres asociados con p lumas y semidesnudeces, que montan caballos a pelo, pegan fuertes alaridos, saludan didendo «jaug» y siempre pierden las batallas contra los blancos­ buenos gracias a que en el último momento aparece el im­ batible 7. 0 de Caballería de la Unión. Una caricatura, cier­

tamente, inventada y difundida po r Hollywood, que no sólo

busca entretener sino también justificar el exterminio sis­

temático de las poblaciones aborígenes del actual territo•

rio norteamericano. La diversidad de los habitantes Originarios de América es infinitamente mayor, aunque los que llamamos equívo: camente indios tienen elementos comunes -desde la ópti­ ca europea-.más allá del hecho de que habitaban y habitan una misma unidad continental: poseen algunas caracterís­ ticas raciales -.>on aproximadame,1te mongoloides dife­ renciadas de los caucasianos europeos y su desarrollq tec­ nológico era, a fines del siglo xv, considerablemente inferior en compl ejidad al que habían alcanzado los habitantes del Viejo Continente.1 En todo lo demás, hay diferencias abis-

l. Notoriamente, ningún pueblo americano descubrió el hierro y su metalurgia, aunque algunos trabajaban hábilmente el cobre! el 46


males entre un cazador-recolector de las llanuras de Amé­ rica del Norte y un indio del Tahuantinsuyu, el imperio in­ c aico, y entre éste y un aborigen tu?Í o guaraní del Para­ guay o del Mato Grosso. Los indios son de remoto origen asiático. Hace unos 35 000 tal vez más, sucesivos gmpos de cazadores, pro­ bablemente persiguiendo sus presas, cruzaron desde Asia el estrecho de Bering, en el extremo noroeste.del continente americano. Europa, en esa época, estaba habitada por el hombre de Cromañón. El últ i m o período glacial, durante el cual los mares septentrionales se habían congelado, fa­ voreció la migración de hordas as iá ticas. Llegaban a un con­

años,

tinente jamás pisado por ningún otro hombre u homínido, según lo que sabemos hasta ahora. Migraciones posteriores por el Pacífico, a lo largo de mu­ chos m i le n ios, alcanzaron con sus embarcaciones distintos puntos de las costas americanas. Provení an de Oceanía, tal vez de China continental, y de otras regiones asiáticas. Hacia el 15000 a. JC. recalan en l as costas americanas nuevos pobladores del mismo origen; cazadores que poseían técn i c as más evolucionadas que sus predecesores. Lenta­ mente, en despla+amientos que ocupan a m uch as ·genera­ ciones, avanzan hacia el sur, hasta llegar al subtrópico me­ ridion a l . Algunos de esto:> grupos, muy progresivamente, van pa­

sando de un modo de vida eminentemente recolector y <;a­ zador o pescador, a un sistema basado sobre todo en la agri­

cultura. Es decir, van abandonan do su vida nómada, en permanente migración, siguiendo o buscando a las presas,

para comenzar a subsistir básicamente de los c ultiv os agrí­

colas. Esto marca el paso a la sede ntariedad: se instalan en un territorio determinado, construyen vivi e ndas más es­ tables y duraderas, descubren la cerámica, adop tan formas de organización diferentes . Y s ie nt án las bases para el sur­ gimiento de civilizaciones complejas. Para ello fue necesario, previamente, domesticar es­ pecies vegetales silvestres (maíz, papa, yuca, f rij ole s, ca­ labazas), un proceso que sólo se Froduce entre el 5000 y el 3000 a. JC. Otros numerosos grupos humanos quedaron anclados a oro y la plata. La rueda era desconocida en todo el continente, pese

a que se han descubierto juguetes infantiles de cerámica que sí la em· pleaban, pero sólo para e n t re tene r a los niños.·

47


lo largo de m u c hos milenios, hasta la aparicic)n de los·espa· ñoles y, aún hasta la actualidad, en formas de vida ?.-!<;:ª¡. cas, primitivas, como ios cazadores re olecfore s de los ex­ tremos norte y sur del Continente o los selvícolas de la cuenca del Amazonas. De cualquier manera que haya sido, "hacia el siglo xv, antes de la llegada de los primeros europeos, la población se había distribuido a lo largo y a lo ancho del Continente, dzsde Tierra d<:!.1 Fuego hasta Alaska, desde las costas i:le Brasil hasta el largo espinazo de América, los Andes y el litoral del Pacífico. Pero de un modo escasamente unifor. m e : desde 40 h abita ntes por kilómetro cuadrado de densi­ dad demog ráfica en las grandes civilizaciones de·México y Perú, has ta un habitante por cada 50 kilómetros cuadrados en la selva amazónica o en los grandes desiertos. En total, unos 60 millones de habitantes,1,lc. misma población actual de Italia. repartidos en un terri.torio 140 veces mayor ·que el de. este país: 1i2 millones de' kilómetros cuadrados. ,,1·E�9s.. hombre:; formaban comunidades de variado tama­ ñ<?:-qu�.manteníap escasos o ningún contactos con o tras ale­ j a as.de su medio geográfico. Los americanos carecían de la :idea de que formaban un continente y, por tanto éste, no�- t_enía nombre. ·-----··-·-----·--·-·tJna-de-las-di-fku-Ita:des para la.Scúmunicaciones eran las lenguas: más de 130 familias lingüísticas s i n ningu!).a vin­ cu l ación entre sL existían en el continente a la llegada de los españoles, una variedad extrema difícil de explicar, pero que indicaba también la atomización en que vivían los gru· pos humanos y sú h eterog én eo origen. Otro obstáculo éra el escaso desarrollo de la tecnología de l� nªvegación, que volvía difícil es y arriesgadas las comunicaciones maritimas de larga distancia, aunque éstas existían e,n el Pacífico y en el Caribe. La falta de ani mal e S' de carga (a ex:,cepción tle la llama andina, de difusión muy limitada), silla o tiro obl�: gaba a que todos los desplazamientos te rres t res se h i c ieran exclusivamente a pie, con las cargas a hombros o a la ras­ tra: ningún pueblo americano descubrió por sUe ' l'Usb de'"la rue d a .

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2. Los cálculos qye se han hecho sobre la poblaci(i:n. 4e América· fines del siglo xv van desde 13 millones (Kroeber y .Ro"senblatt) has­ ta más de 100 millones (Escuela de Berkeley). Recientes estudios per­ miten inclinarse por una cifra que puede oscilar entre los 60 millones y los 80 mi l lones de individuos para todo el continc:nte. a

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II El g rado de evolución -es deci r de complejidad- de las distin ta s sociedades indígenas iba, a la llegada de los euro­ peos, desde los más pri miti vos de formaciones tribales has­ ta los Estados, pasando por las sodedades de jefaturas () señoríos y todas sus formas intermedias. En las sociedades tribales sus m ie m b r os se agrupan en función del pd.rentesco. La t ierra es poseída en común, por lo que existe u:ha débil idea de la propieda d privad a y de la individuación.•Desde el punto de vista económico, son grupos humanos que viven a niveles de subsistencia, inca­ pac es de producir excedentes apreciables que permitan un in t erc amb io comercial � Los. miembros d"e estas comunida­ des fabrican sus p:r:-opios objetos y consiguen los alimentos según una muy poco estructurada o nula división del tra­ bajo: no hay especialistas. La religiosidad p resenta aspec­ tos· primarios, de típo animista, con escasos o muy simples ri tu a les y cr eenc ias poco elaboradas. El jefe tribal no ostenta p ri vilegios ni forma parte de un estamento social diferenciado del rest9: en muchos ca­ sos es elegido según las necesidades y sus fünciones finali-.,'..· ·

,

zan cuando desaparecen las cfrcunstancias que motiva'ron ·

su ·elección, como pueden �er una operación de guerr� o un a expedición de caza. El paso a la socied a d tribal viene condicionada por adelantos tecnolónicos o transformacio­ nes naturales que permitan la prod ucción de excedentes. El grupo se vuelve más denso demográficamente. El incre­ mento de la productividad hace n ect; sari a la elección de al­ guien -el jefe- que curnplá. las tarl.!a s ·de redistribuir l os bienes y man t ener el orden social. Surgt:n los especiali�tas o artesanos i una clase militar ofre c id a por el jefe aº la·co­ munidad para su pro tecci ón y b e nefi c io Las creencia s reli­ .

giosas y los rituales se complejizan, lo que hace necesaria la a parición de una das� sacer do t a l incipiente.

Las funciones ger enci a les y milita res permitiráp, l?- for­ mación de je i;-arquías soci ales p olí tic as y e conómicas rígi­ · das y pe rmanentes a menudo hereditarias, basadas en el poder de quienes oste n tan la jef atura Esta estructuración jerárquica es el germen del que sur­ gen las clases o es t amentos soci al es y de unv' aparato 'de po,

,

.

;49


der que constituye el grado más complejo de evolución: ei de las sociedades. de Estado. • A la llegada de los españoles sólo existían en América dos sociedade.s <le Estado: los aztecas en México y los incas del Perú.•En Ja península de Yucatán y la actual Guatem(l­ la, la cultura maya había entrado en decadencia quinientos años antes por causas todavía misteriosas.

La mayoría de la población americana, pues, se encon­

traba en es t adios inferiores de complej id ad cultural. Los

p ueb los taínos del Caribe, los primeros que encuentran los e spañ oles por ejemplo, estaban en una e tap� de transición entre la sociedad tribal y la de jefaturas.3 por lo que ha de tomarse con pill"zas las denominaciones de «rey» o «reina» que los españoles adjudicaban a sus dirigentes. Sus veci­ nos y mortales enemigos, los caribes, eran un pueblo gue­ rrero de cazadores de hombres con 'una estructura sóei�l bastante más primitiva, que estremeció a los españoles p9r sus prác t i ca s canibalísticas,4 usos que volverfan a en con trar los europeos incluso, en sociedades mucho más com­ plejas como las del imperio de. lo!"> mexicas. ,

­

III

También las mores sexuales de los indios estaba condicio­ nada por el tipo de sociedad en la que vivían: en líneas ge­ uerl:l.les, a ··mayor grado de evolución, mayor represión de lo instintivo. Dado el bajo nivel de complejidad y Sü mayor proximidad a la na tu ral eza, de l a mayoría de las socieda­ des ameri canas , la libertad sexual pred omin aba muy por encima de las limitaciones.

3. Cfr. José Alcina Franch, •La cultura taína como sociedad de transidón entre !os niveles tribal y de jefatura», en La cultura taina, Madrid, 1989. 4. En América el canibalismo, al parecer, estaba alentado por una circunstancia peculiar: el continente, en general, padecía de la falta de grandes mamíferos herbívoros capaces· de aportar una buena de· sis de proteínas en la alimentación. Exceptuando algunas especies sel­ vícolas, los grandes búfalos del norte de América y los guanacos en el cono sur, la mayo.oía de la población indígena tenía que conformar· se con pequefü;>s mamíferos de1 tipo de los perros desnudos de .Méxi­ co o de los conejillos de Indias. I,.os sep;s hulllanos eran, en realidad, los únicos mamífero!; abund�ntes, predominantemente herbívoros, que existían en el continent�. Esta &case:<: f&e sentida y sufrida por los propios europeos. 50


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Parn los pri m e ros e u ropeos que l l e garon a l l í, los ámeri­ \c:::inos e ran gentes de conductas ext remadament e incompren1si b les, d esconcertantes. a menudo opuestas a lo que ·el los habían visto y conocido hasta e n tonces.°En Cuba -narra el c ro n i s t a Gonzalo Fernández de Oviedo-, cuando l os i n­ dios se casan, en l a fies t a de boda, la novia forn i c a con to­ d o s Jos asistentes a la c e l eb r a c i ón que pertenecen al .mismo e s t amento d e l povio: «Si es cacique, primero s e echan con e l l as t od os l o s , caciques que se hal l an en l.a fi es ta; y si es hombre princip a l el que ha de ser el novio, éch an s e con ella primero to do s los principales; y si el que se casa es p l ebe­

yo, todos Jos p l e be y os qu e a l a fiesta vienen, la prueban p ri­ mero. Y desp u é s que muchos l a han ,probado, s a l e e l l a sa­ c udien�o e l b razo, con e l puño cerrado en a l to, diciendo e n alta voz: "Mani cato, manicato", que quiere d ecir e sfor­

zada y fuerte y de gran ánimo, casi l oándose cJe que es vale­ rosa y para mucho. " 3 ,.;

Los europeos venían de una cultura en el que e l más alto i d eºal femenino 'sla Madre de Dios- e s taba exento del sexo c onsi derado con:fo algo suci y desvalorizante e n l a mujer.

La Virge� M arí a tuvo que parir al Dios-hombre, pero para e l l o fue. excluida de Ja bajeza de una concepción humana: fue el mismo Diós el que en forma de « Espíritu S a n t o » fe­ cundó una mujeri « inmaculada », después de que ésta acep­

tara sumisa, resignadamente, l a m isión q u e la divinidad l e h abía señalado: .' « Hágase en m í según t u volunta d . » L a mujer-modelo s e m i d i vinizad a del cristi an.i smo no co­ n oció jamás ninguna manifestación de la sexualidad, pe s e a tratarse d e un ser encarnado. Y h a s t a de: l a muerte, tan fatalmente vincul ada al sexo, e stuvo exenta l a V i rgen Ma­

ría; al cabo de sus años sufr1ó una « dormición » , tras la cual a s c endió a los cielos. No se puf.de pedir mayor asepsia carnal. La más a l ta valoración de la muj e r en el mundo cristia­ n o .estaba í n timamente vinculada a la vi rginidad, J a modes­ tia, el recato, el desapasionamiento y la pertenencia e xc l u ­ siva a un solo hombre, d e s p u � s de que l a unión hub ie s e sido santificada -es decir, l egitimada- por el matrimon i o ecles i ás tic o. !

Y lo que los es pañoles encontraban en Améri ca, con fre­ c;uencia, era exact amente lo contrario: e l sexo lúdico, e l sexo ·=��··'"-t'=:\�;;:.·.<·�..·�·...

S.

Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y na tural de las

Indias, islas y Tierrc1 Firme del 1\.ta r Océa no, Asunción, 1 9 4 5 :

· 52


-

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hedónico, la intras cendencia de las re laciones ca rnal e s y por tanto de la virgini.:l ad

y de la « pu reza » de la s m'-!jeres. Incapaces de entender estos « de s varíos », l o s cronistas españoles -y, debemos imaginar, c a s i todos los europeos­ desvalorizan a estas « Zorras " y las comparan, a menudo, con lo s animales. Lo que no les impid e , naturalmente, go­

zar copiosai;nente de sus facilidades y de sus favore s

.

• En las sociedades indígenas primitivas, lo mismo que en las más evolucionadas, la muj e r cúmplía una importante

función de intercambio. Allí las hembras eran objetos que se vendían por interés económico o se regalaban como sig­

no de amistad, para lo cual eran educadas en la más com­ pleia sumisión al hombre:� esta prá�tica <;le los guaraníes,

por ejemplo, es la razón por la que Asunción, a poco de fun­ dada, s e convierte en un gran s errallo que escandaliza a los

más recatados espíritus de la época.

Igualment e, y

p u e sto que la esclavitud estaban tan ex­

tendida y aceptada tanto en el munclo indígena como en el

europeo, las hembras eran también apetecidas presas de

guerra no sqlo para los españoles sino también como botín en· los conflictos armados entre indígenas. Las hembras no son sólo c arne fresca para satisfacer el deseo s ex ual y las necesidades de re p r o du cción y crianza de la prole de los hombres, sino también, y sobre todo._, una;,_.

� fuerza de trabajo servil.o esclav� nada desdeñable para aten� " ·

der a las necesidades de alimentación, hig iene y sani d a d de los varones. Los español�s las emplearán en similares fun7 ciones. Las indias van en busca de los alimentos o trabajan �n la agricult4rá:; preparan las comidas, lavan y remi en �a n las ropas, cuidan de los hombres cuando están enfermos, les

preparan las pociones curativas, además de conf<?rtarlos

afectiva y sexualmente cuando están s.<l�Os. Las mesnadas hispánicas solían ir a 9o mp añada s de tropas de mujeres abo­ rígenes virtualmente encargadas de la logística de lo s guei-reros.

IV Contra lo que podría suponerse, la falta- de grandes tabúes

sexuales, sin embargo, no iba acompañada de una gran ac­

tividad gené s ic a dentro del mundo ind ígen a.. Son numero­

*1onios que parecen indi c ar que los varones i n·

sos lo s testi


dios eran más b i en apáticos. Inclu.s o un viajero español del siglo XVIII asegura que no exist�a una armonía entre el ta­ maño de los gen itales de los varones indios, ·demasiado pe� queños, y las grandes dimensiones de las vaginas de las auo­ rígenes. 6 Probablemen te sea cierto que « l a gran oferta de objeto s deseados e n la etapa de promiscuidad primitiva provoca l a debilidad d e la demanda masculina. Solamente después, cuando los hum :mos son capaces de escoger y preferirse unos a otros, s.e reduce la demanda y el deseo aumenta y s e hace impetuoso » , según el criterio economicista de

J. Schwartz.7

En otr�s palabras, para que haya deseo tiene que haber represión: el objt!to de deseo tiene que ser dificultosamen­ te alcanzable, y aun inaccesible, al menos en alguno s casos.

V A los indios, a las indi as les toca en esta historia el papel de derrotados, sometidos, desculturalizados, explotados. Cuando ocasionalmente .se invierten los papeles, como en el caso de Chile, donde a veces los indios s e alzan con la victoria, son los europeos quienes tienen que soportar el papel de avasalla:los: las españolas pasan .a integrar los se­ rrallos de los caciques y guerreros indígenas que engendran en sus vientres, y los biari.cos que no son muertos acaban reducidos a la servidumbre o a la esclavitud. Sexo y poder, poder y sexo van siempre unidos de un modo más o menos evidente. En la mayoría de los casos, durante la Conquista y en etapas posteriores, las mujeres indias cumplieron y aún cumplen un importantísimo papel como medios de comu­ nicación e · in ter.cambio entre los dos mundos masculino� 6. Las casi inevitables fantasías consCientes o inconscientes que asocian el tamaño dd pene al poder masculino, pueden hacer· dudo­ sas estas afirmaciont!S de Félix Azara. Los indios derrotados, someti­ dos, esclavizados no podían tener grandes penes. Por contra, se puede observar que los africanos, igualmente esclavizados, tienen fama de estar exageradamente dotados en el tamaño de sus genitales. Objeti­ vamente, empero, se sabe que los varones de las razas asiáticas suelen tener penes de menor volumen. 7. Joel Schwartz, The sexual politics of Jean-Jacques Ro11sseau, The University of Chicago Press, 1984. ·

54

·


abismalmente divididos que se encontraron (o, más bien, chocaron) a partir de 1492. L a s indias, c u ando descubren a l o s e s p a ñ o l e s, parecen

preferirlos y n o sólo por razones e r ót i cas , que, sin duda, también importaron mucho. Intuyen que un hijo mestizo. ¡· tendrá mejor cabida en el nuevo mundo en formación que

t un hijo puramente indio. Su vástago m iscege nad o le sirve, además, para a d ap tarse al universo de l o s n ue v o s a mo s ,

establecer lazos de sangre con ellos y poder, hasta cierto punto, t ra ns c ul t u rars e con más fa c i li d a d que los v a ron es

� '·

in d ígen as , algo que en muchas c ultµ r as autóctonas, aún hoy, les re sult a prá c t i c amen t e i mp o s ib l e . Pocos años d es p ué s del Descubrimi ento, a l gun as indias comienzan a decol o ra rse la p i e l para p arecer b l ancas, y así" no sólo gustar más a los c a s t e ll an o s , que las p re fe rían c la­ ras, sino también parecerse a sus muj e res : las indjas de La Es p a ñola (Santo Domingo), 11 como tienen envi di a de ver a la s muj eres de España blancas, toman las raíces del guao y las asan muy bien. Y des pué s que están muy asadas y b l an· das, las traen entre la·3 manos un buen ra to, frotándolas ... y las c onvi e rt en en pasta de ungüento. C on ello s e untan la c a ra y el pes c u ezo y todo lo q\.te quieren que les que de b l an c o, y sobre aquello p o n en otras unciones de hierbas y zumos confortativos, pa ra que el gua o no las ase vi v a s o lo p u e d a n soportar. Y al cabo de nueve días s e qui tan todo aqu e ll o y s e lavan, y que dan tan b l an c a s que no las con o c e ­ rían, según están mudadas y blancas, como sí hub i e ran na· ciclo e n C a st i ll a » .ª Muy t empran a men te, en lo s p rimeros años de la Con­ quista, hubo c omun i da de s que optaron por la s o lu ci ón · opuesta y se resignaron al sui c i d io colectivo porque care­ c i e ron de recursos culturales p.ropios d e adaptabilidad que aseguraran la sup erviven c i a del grupo frente a la sin duda, c ru e l y despiadada dominación de los in va sores . Es natural que no para op onerse militarmente al extranj er o -lo que de s eguro era imposible-,-, sino para plantearse estrategias exitosas de adap t ac ión a las nuevas circunstancias, como hicieron todos los pu eb l os de la Tierra que c on siguieron s o­ b re v iv i r a una de v as tad o ra invasión f o r án ea o a una catás­ trofe . La soluc;ión numantina: resulta adrnirable desde el p un­ to de vista heroico y romántico. Pero d es p re ciab le, o al me·

;

b.

Gonzalo Fernández de Oviedo, op. cit. 55


nos d eplorable, desde la perspec t i va del más deseable t riun­ fo de l a . vida s ob re la muerte. En muchos c a s·os sóio el mestizaj e ·permit i ó l a adapta­ ción y, al mismo t i e mpo, la p'ervivencia de la s angre y, lo que es más impo rtan t e, d e algunos elementos de las viejas ·

cul turas -aborígen es d e América cegenados.

en

sus

descendientes mis·

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56

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EL ENCUENTRO: «USABAN DE ELLAS A SU VOLUNTAD» ..

El Descubrimiento de América comienza sien do una desco munal con fusi ón Cristóbal Colón cree haber llegado al Asia y morirá, muchos años más tarde, sin cambfar de opinión.• -

.

Para los primeros americanos que el Almirante ve, los es­ pañoles y sus tres carabelas han llegado del cielo o de las profundidades del· mar y son de carácter divino. De otro modo, estos seres que1han vivido durante siglos en un mun­ do estrecho e incomunicz,do, con tecnologías prim"lrias, no_,. pueden explicarse esas enormes casas flotantes en las que han aparee.ido, sus extraf!as vestimentas, sus rituales mági� cos, el color pálido de su piel. . ·-

Al Almirante y a sus hombres también los sorprende

.

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apariencia de estos seres h um an os a l os que, como produc­ to de la confusión, llamarán <dndiosi.. «Ellos andan desnu­ dos como su madre los parió y también las mujeres, aun­ que no vi más que una, harto moza --escribe en la noche del 12 de octubre-. Todos los que vi eran mancebos, nin­ guno de más de treinta años, muy bien hechos, de muy her­ · mosos cuerpos y mu·y buenas caras.,. La estupefacción por la falta de ropas de los indios se volverá o bse sivame n t e re­ petitiva en su diario y en las cartas a los Reyes Católicos. Es muy probable que los nativos, con más razón, se sor­ prendieran de ver a estos hombres sucios y malol i ent es abri­ gados con capas de grana terciopelos, ropas de lana 1 en el tórrido clima tropical, lo que debe de haber contribuido ,

L Durante m uc hos años los españoles en la América tropical se negaron a vestirse con ropas de algodón por prejuicios culturales, pues­ to que ellos venían de un país donde se p roducía UJ'l¡;t de las mcjui·cs lanas del mundo y ese tejido era el que tenia prestigio. ... :1I.


no poco a su au ra de seres no humanos. A muchos indíge­ nas americanos, los ropajes que ocultaba� el cuerpo les pro­ ducían la mísina sensación de vergüenza y pudor que a los· eurqpeos la des,1udez. En un primer momento, los aborígenes ocultan a sus mujeres. Tal vez se haya debido a su t em or de quedar má­ gicamente pre ñ adas por la visión de los extranjeros, segú n la i n terpretac ió n del antropólogo Maldonado de Guevara 2 (los arahuacos no con oc ían la relación entre coi to y con­ cep ción y at ri buían ésta a causas mágicas). O simplemente al razonable deseo de los indios de preservar a sus muje­ res de los desco:ioci dos Las hembras aparecerán en días sucesivos y el Almirante observará a cuatro días del Des­ cubrimiento que ellas «traen por: delante [de] su cuerpo una cosita de algodón que escasa�nente les cobija su natu­ ra». « las mujeres casadas traían bragas de algodón, las mozas no, salvo algunas que eran ya de edad de diez y ocho años». Colón, un esclavista entusiasta,"no puede dejar de ob­ servar el primer día del encuentro «'que ellos deben ser bue­ nos servidores», y cuando se dirige por carta a los Reyes Católicos les advierte, dos días más tarde, que «los pueden llevar a todos a Castilla o tenerlos en la misma is las cauti­ vos, porque con c in c uen ta hombres los tendrá sojuzgado s y les hará hacer todo lo que quisieren». El sometimiento de los americano:; y la búsqueda de oro constituyen su prin­ cipal preocupación a lo largo de los tres meses de su pri­ mera estancia en América y durante el resto de su vida. A esta extraña personalidad, tal vez fronteriza, no parecen in­ teresarle las ind ia s más que. como motivo de sorpresa y como mercancía. Poco después iniciará el hábito de capturar indios man­ sos como si fuesen palomas, con la excusa de conseguir len­ gLLas, es decir, intérpretes para en'tenderse con los aboríge­ nes, lo que constituirá una constante en descubridores ·Y conquistadores. Se apodera i r.í cia l men te de siete ind io s en la primera isla que toca, Guanahaní. Cuando llega a Cuba captura cin­ co mancebos. que, llevados por la curiosidad, habían ido a visitar en su canoa a los extranjeros. « Y después. envié a una casa, que es de la parte del río del Poniente y trajeron .

...

2. Francisco Maldonado de Guevara, El primer contacto de blan­ cos y gentes de color en América, Valladoli�. 1924.' 58


siete cabezas 3 de mujeres entre chicas y grandes y tres ni­ Esto hice porque mejor se comportan los hombres en España habiendo mujeres de.su tierra que sin eHas» . . . «Así que teniendo {los indio�] sus mujeres tendrán ganas de ne­ gociar lo que se les encargare.» En otras palabras, les su­ ministra a los varones indios (y a sus tripulantes) un tran­ quilizante sexual para a s egu ra r su obediencia, además de apropiarse de unos cuantos para llevar a España como bo­ tín y prueba de sus hallazgos. Algunos de ellos se le esca­ pan en la primera oportunidad que tienen . Las capturas que ordena hace r el Almirante envenenan las relaciones cordiales entre descubridores y descubiertos en Guanahaní o San Salvador. Los indígenas aprenden pron­ to a huir ante la presencia de lo s extranjeros po r temor ante lo desconocido o porque saben lo que hacen los blancos con ell os, y los asocian con sus principales enemigo s : los cari· bes o canibas. Dentro de s u limitado mundo mental no se equivocan demasiado. Los indios, observa complacido el Almirante, «DO tienen armas y son todos d esnudos y de ningún ingenio en las armas y muy c obardes , que mil no aguardarían a t res. Y así son buenos para mandarlos y hacerles trabaj ar, sem­ brar y hacer todo lo otro que fuera menester y que h agan villas y sean enseñados a andar vestidos y (adoptar] nues­ tras costumbres», escrib irá poco tiempo de spu és . Por fin, el 12 de diciembre, tres marineros consig"1.1en ap rehen der una «mujer muy moza y hermosa» y la llevan a la nao. «Los nuestros, persiguie n do a la muchedumbre .-na r ra Pedro Mártir de Anghiera-,4 tan sólo capturaren a una mujer y h abiéndo la conducido a las naves, después de saciarla de. m anjares y de adornarla con vestidos (pu es toda aqueila gente sin distinción de sexo, andaba des nuda y contenta con su natural estado), la dejaron ir en libertad. Tan pronto como la mujer se reunió con los suyos. . . y les hizo ver cuán n dmira b l e era el adorno y generosidad de los nuestros, corrieron todos a po rf í a a la ·p lay a, pensando ser aquella una gente caí.da del cielo.» lvlultitudes de ind íg enas se arremolinan en las costas . La tripulación de las carabelas se m arav i l la de la blancura ños.

3. En el lenguaje de los trafícant'es de esclavos �cabezas .. o "pie· zas,., se liamaba a ios seres humanos redudd1;.s a la condición de rner· can cías. 4. Pedro Mártir de Anghiera, Décadas del. Nuevo 'Mundo, Madrid,

1989.

59


de las mujeres: «En cuanto a la hermosura, decían los cris­ tianos que no había comparac:iéin, así en los hom b res como en las muj e res, y que son más blancos que los otros, y que entre los otros vieron <los mujeres mózas tan blancas como podían ser en España.» son Es un asunto que los intrigará a lo largo de años. lo!> mi� hermosos h omb res y mujeres que allí hubieron ha­ llado: harto b!cncos, que si vestidos anduviesen y guarda­ sen del sol y del aire, serían cuasi tan blancos como en Es­ paña, porque esta tierra es harto fría ... », dic e el Almirante, refir iéndose a la isla La Espa ñola . López de Gómara cree que no era Colón el primer euro­ peo en llegar a aquellas tierras, lo que po d ría explicar la extraña blancura de las nativas (en realidad, tan extraña o sorprendente como. afirmar que La Española era «tierra harto fría»). Las indias blancas habían sido el producto de una miscegenación anterior. Según el historiador, que pu­ blicó su Hispar¡ia Victri:c5 en 1552, una carabela española ó'tpo"l-ttf�uesa ii:�bía tocado tierras americanas antes que el A.lmir;i\nte. Ignora cuánto tiempo perma.neció en aquellas tierras/ pero asegura que sólo volvieron el p iloto y trd e· cuatro marineros vivos a Madera, las Azores o Portugal; que los tripÜlantes i:nurieron a poco de arribar y que el piloto fall eció� «en ca s a de Cristóbal Colón, en cuyo poder queda­ ron las "escrituras de la carabel a y la relación de todo aquel largo viaje, con .la marca y a ltura de las tierras nuevamente vistas y halladas». Huelga decir que no existen pruebas de ese viaj e precolombino y que tampoco López de Gómara ofrece ningum� pista, pu e s no menciona la fuente de su in· formación. Lo cierto es que después de dos meses de navegación por el Caribe, Colón se siente !! edu cido por los indígenas, espeeialmente por su mansedumbre y su natural inciina­ ción a so me te rse a esos seres célestiales venidos por el mar. Sobre todo, necesita entusiasmar a· sus mentores, los Re­ yes Católicos, ccin sus hallazgos y les· repite que «Vuestras Altezas los harán todos cristianos, y seráh todos suyos, que por suyos los tengo». Pero éstas no son manifestaciones de ternura. El frío con... �; l ·�:;···-::·" •

<:.. ;: ;._�•.. .,;"1"·

.: � • .. • . • 5. Francisco López de Gómara, Hispania Victrix, pr¡m�_ra ·¡ segl,lnda parte de la Historia general de las Indias, con todo eIDes'C"i1brimiento y cosas notables que han acontecido desde que se ganaron hasta el aiio 1551, ·Madrid, 1985. óO


h�y''en

taqie que Colón no �ardará en calc ul ar que, vendien­ do.� ..J0.d.o$.l:QfJ:�abitantes de La Española (se calculan en algo menos de' un n1illón, en aquel ,entonces) y éxplotando el palo brasil de la isla, conseguiría unos 40 millones de maravedíes, estimación que, suponía, iba a excitar también la codicia de ios reyes. Se entiende diplomáticamente cori los caciques y reye­ zuelos de los taínos de La Española, intercambiando baga­ telas por oro y demostrándoles el poderío de sus armas de

fuego, mientras piensa en las buenas ganancias que le da­ rían en el mercado de esclavos. En La Española, Colón ha dado con una etnia particular­ mente pacífica y generosa para con esos seres celestiales.

mundo

«Crean Vuestras Altezas que en el no puede haber mejor gente, ni más mansa», escribe. Y son tantos los actos de generosidad con que los reciben los naturales que el Almi­ rante parece enternecerse: son g1�nte de amor y sin codi­

cia y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras Al� tezas que en el mundo creo que no hay mejor gente ni m ej o r tierra: ellos aman a sus prójimos como a sí mismos, y tienen: una haqla la más dulce del mundo y mansa, y siempre con. risa. Andan desnudos, hombres y m�jeres -insiste por ené� sima vez- como sus madres los parieron. Mas, crean Vues� tras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas. y� el rey.muy maravilloso estado, de un�l cierta manera tan·c�n;i ,tinente que es placer de verlo todo. Yla memoria que tienen,=· todo qµieren ver, y preguntan qué es y para qué». .

:

"' Los taínos eran básicamente agricultores que comple­

taban su dieta con los productos de la caza y la pesca. Abundaba la poliginia: un cacique podía llegar a tener has­ ta treinta mujeres.'Las hembras hacían gala de gran liber­ tad sexual, al punto de que, años má;> tarde, el cronista ofi­ . sesiva cial de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, con. s1.i.'c)b moralina dirá de ellas que «son las mayores bellacas y más

deshonestas y libidiriosas mujeres que se han visto en estas Indias o parte s ». El Almirante oculta en sus escritos estos hábitos non ·

sanctas de sus futurcís

súbditos que; tal vez, h ubieran dis­

gustado a los reyes, empalideciendo su proeza. Los mi:imos ditirambos que Colón gasta en ponderar el paisaje y la na­ turaleza de la tierra .que ha incorporado a la Corona, los emplea en admirar las virtudes de su s pobladores, ignoran­ do toda mácula, excepto que son cobardes, lo que, de todos modos, facilitará su sometimiento. �

·

61


Los favores de las indias tienen que haberse contado en­ tre los regalos con que los pueblos de La Española dieron la bienvenida y expresaron su admiración por ios recién He­ gados. Pero Colón, recatadamente, no hace ninguna men­ ción específica de ello. Con todo, en este viaje, el Almirante no puede evitar al­ guna fantasía de tono erótico. Pero con respecto al planeta. Tierra, cuya fonna cree haber descubierto: no es totalmen­ te esférico sino que tiene forma «de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón, que ailí tiene más alto, o como quien tiene una pelota muy redonda y en un lugar de ella fuese como una teta de mujer allí puesta, y que esta parte de este pezón sea la más alta y más propin­ cua del cielo».� Esa tierra que ha hallado es tan bue.na que tiene que ser como el rosado, lúbrico, n¡.itricio pezón del mundo. No es dificil imaginar el impacto que causó entre la tri­ pulac;ión colombina -compuesta exclusivamente por varo­

nes- la visión de las mujeres con los pechos al aire exhi­ blendo sin rubores su sexo cuyas formas se aproximaban bastante a los ideales de belleza de la época. Los hombres de Colón venían de una sociedad conside­ rablemente pacata y reglamentada, condenada a la estricta monogamia. i ndi solub l e bajo el dominio casi omnímodo de ,

una religión sexofóbica que se contradecía con el viejo pa­ . ganismo sensual de los pueblos del Mediterráneo. Los frí: r

..

pulantes habían soportado largos meses de navegación incierta y se encontraban en un mundo fantástico. para ellos

que parecía escapado de las novelas de caballería. La población aborigen los recibía como a dioses con un entusiasmo desbordante -una vez desaparecidas las apren­ sion e s iniciales-·, aunque la mayoría de los tripulantes no fuesen más que patanes analfabetc.s. Provenientes de una sociedad sin sentido desarrollado de la propiedad privada, los ·indios lo daban todo a los ex­ tranjeros:"··· y hay muy lindos cuerpos de mujeres y ellas las primeras que venían a dar grac:ias ál cielo y traer cuan­ to tenían, en especial cosas de coker, pan·de ajes y gonza avellanada y de cinco o seis manAas frulas».

6.

La historia del viage qí1el almirante D. Cristóóal Colqn hizo la

tercera vez que vine a las lndfas... Colección de los viages y descubri­ mientos que fiicieron por mar los españoles..., coordinada por Martín

Fernández Navarrete, Bueno$ Aires, 1945.

62


La tri pul a ci ó n se a prove ch a y el A i m i ran te tiene que in­ tervenir para evitar que abu sen de la generosidad de los indios «porque como fuesen tan francos ios indio s y ios es­ pañoles tan codiciosós y desmedidos . . dic e fray Barto­ lomé de Las Casas- podían emponzoñarse las relaciones. � El día de Navidad de 1492, la nave cap it a na La Mariga­ l�nte· o La Gallega,1 rebautizada por Colón como l<>. San:-. María, encalla en las costas de La Es pañ ola: la impericia .

»

-

de un g ru me te a quien, insensat a m e nte le da el gobernalle de ,

la nao, ocasiona el siniestro. El alu ci nado Almirante cree

que se trata de un accidente por designio divino y decide err.plear los restos de la nave para construir el fuerte. Nati­

vidad . �Así que, Señores Príncipes, que yo co nozc o que mi­ lagrosamente mandó quedar allí aqu ella· nab Nuestro Se­ ñor porque es el mejor lugar de toda la isla para hacer el asiento y más cerca de las minas de oro » escribe a los reyes Colón no du da de que está iluminado por Dios ni necesi­ ta creer que Dios está i gua lme n t e intere sa do en que él haga una buena cosecha c;le oro, muj ere s y esclavos. «También diz que supo ci Alrnkante que allí, hacia el este, había una . ,

,

.

.

isla a donde no haóía sino sol as mujere s, y e sto diz que de mu chas personas los sab í a » cuenta Las Casas. Lo cierto es que no p ued e hacer otra cosa porque en dos naves que le quedan le resultaría difícil, si no imposible, ,

llevar de. reg:r:�so a toda la tripulación. Dej a allí a 'reinta y n ue ve hombres al mando de Diego de Arana, alguacil ·ae la armada y pariente de su amante, Beatriz Enríquez, ra­ zón por la cual muchos de sus subordinados sospechan que recibió el fa v or del mando.

No en c uen tra dificultades para conseguir voluntarios. «Mucha gente de esta que va aquí me había rogad o y hecho rogar que les quisiese dar licencia para quedarse » , dice. Los lerrores. s ufri do s durante los días de n ave gac ón por alta mar se habían convertido en en tusi a smo an te l a po sib ili­ dad de un ráp i do enriquecimiento y la perspect iva d e gozar

i

.

·

de los favores de tanta s mujeres di s p o nib le s Antes de partir, sus hombres hacen despliegues milita­ res para impresionar a los aborígenes, con banderas al vien­ to y t am bores. Son pocos contra cientos de miles, de modo .

.

.

7. Salvador de Madariaga cree que los nombres de las carab�las «más proceden de marineros mujeriegos que de castos Quijotes de la mar. El tomo de la -expedición en aquel momento preparatorio era. el ele una aventura viril, alegre y despreocupada». Vida del muy mag' nifico seriar don Cristóbal Colón. 63


que recurren a una po lí t ic a de aterrorizamiento de la po­ blación: un grupo de los hombres de Colón mata sin ningún motivo a v ario s indígenas. <{Contra lo que fuera de esperar, Colón se alegra del hecho, pensando que sen1irá p ara que

se a n temidos y r e spe t ados sus hombres del fuerte.»ª A los suyos les en c a r ga que vayan a descubrir «la mina de oro 'porque a la vuelta que volviese el Almirante hallase mucho oro», narra Las Casas. Colón pide al manso y fiel reyezuelo Guacanagari que proteja a sus hombres. Segura­ mente tenía buenos motivos ya para recomendarles a sus s u bordin ados del fuerte Natividad que se cuidaran «de ha­ cer injuria o violencia a las mujeres, por donde causasen materia de e scándalo y mal ejem plo para los indios e i n fa­ mia para los· cristianos». Y se marcha llevándose <t bordo a los primeros sifilíticos europeos que infestarán el Viejo Mundo.9 Quedan treint a i nueve hombres aislados en un m undo fantástico, que no.están dispuestos a volver a España si no es como ricos hprobres. La cosecha de oro había resultado hasta entonces rr;'á.gra -produ�to del trueque o rescate con los indios-10 y se. la llevaba el Almirante para probar a los reyes la importan ci a de su hallazgo. Las informacipnes proporcionadas por los naturales ha­ blaban de ricas :q1inas de oro en La Española. Por otra par­ te , sus vivencias de los últlmos m e ses y el mundo de fanta­ sía que se habían forjado los inclinaban a profundizar la aventura. Por allí cerca su ponían que estaba, por ejemple, la isla de .Matiniho, unl:I 1::specie de reino de las Amazonas o de Eldorado sexual: El mismo Colón, en el viaje de regre­ so, asegura q ue divisó tres sirenas saliendo del inar, « pero no eran tan hermosas como las pintan, que en al guna ma­ nera tenían f orm a de hombre en la cara ?> . Y no se trataba de la p�imera vez que las veía porque en sus vi�.jes por Gui-

8. J. Oliva de Coll. La resistencia indígena ante la Conquista, Mé­ xico, 1976. 9. El mal de bubas, como se llam a ba entonces;�J.1 1\qe::�].l primera aparición en.Europa durante el sitio de Nápoles en la guerra que Fer­ , nando el Católico libraba contra Carlos VIII de Francia, y llega a Cali­ cut, India, en 1498, llevada por los hombres de.Vasco· de Gama. Entre los indígenas antillai1os era casi endémico, aunque se les presentaba en forma benigna. 10. Los arahuacos apreciaban el me�al sólo como objeto decora· tivo y servía para el pago de la dote. Lo elaboraban por el sistema de batido o lo empleaban tal como lo hallaban porque no conocían las técnicas de fundición.


nea -dice- se había topado con otras hembras con cuerno de nez.

. .

.

.

- Lds-:'lioínbtéi:.1aei

fuerte Natividad no eran gente reco­ En el po s t eri o r roceso de Colón contra Ja Coro­ na, uno de los testigos contó cómo fueron reclutados los tripulantes del primer viaje del Descubrimiento: «Martín Alo nso [Pinzón] traía tanta diligencia en all eg ar ge n te y ani­ m ar la como si pa ra él y para sus hijo s hubiera de ser lo qL1e descubriese. A unos decía que s al drí an de miseria; a otros que hallarían casas con tejados de oro; a uien brin­

menda ble

.

p

.

q

daba con buena ventura, teniendo p'ara cada cual halago y dinero; y con esto y con llevar con6.anza en él s e fue mu­ cha gente de las villas.» No ha quedadoclaro si l a tripulación s e completó con pres i diarios o n o Pero es probable qué la cuüt a parte de las noven­ ­

.

personas que i ban en las tres carabelas fueran convictos. u De todos modos, C ol ón no oculta su desprecio por l os hombres quele acompañan aunque tal vez cargas e las tin­ tas par·a justificarse a s í mi smo, en lo qu e pone siempre especial cuidado. «Juro que la multitwl de hombres que han venido a las Indias no·merecen el agua de Dios ni del hom­ bre», escribirá aíios más t ard e 12 Lo que o cu rrió en d e t alle en el fuerte Natividad cl.urante el año de ausencia de Colón, será si empre un IflÍSterio. Cuan do el Almirante regresa en su segundo viaje,·encuentralfq,ue, dos semanas antes de su arribo al fuerte, los i n dígenas li­ derados por C aonabé>, · s eiior de la Maguana, esposo de la gentil Anacaona, lo habían atacado y de strui do matando a la to tal i dad de sq.s hombres . ta

,

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·

,

11. •Tengo por averiguaqo que de las cien personas que salieron de Palos, unas veinticuatro procedí an de las cárceles de Pal os y· de...­ Hueba•, dice Ricardo Capa en sus Estudios c'riticos acerca de la Colo· nización de España en América. 12. No parece que hayan sido mucho méj ores los hombres de la mar británicos que acompañaron a Cook, más ·de dos siglos después, en sus viaj es . El naturálista alemán Georg F·�rster, que participó de la segunda expedición de Cook, los describe como c s eres absolutamente insensibles. Puesto que su prqpia conservación los traía en gran me­ dida sin cuidado, resu lta fácil en tend e r que sus sentimientos hacia los demás fuesen aún menores. Sometidos al más severo mando, ejer­ cen un dominio tiránico sobre aquellos que tienen el infortunio de caer en su poder. Pese a que pertenecen a na cion e s civilizadas, for­ man, por decirlo así, una c lase especial de hombres desprovistos de sentimientos, rebosantes de pasiéin. vengativos, aunque también al mis­ mo tiempo valientes, sinceros y leales entre s.Í». Geor-g Forster, Wer­ keir1 vier Biindem, tomo I, F rankfurt , �967.

6�


Todo i ndi c a ba que habían s ido víctimas de su propia anarquía, de su voracidad y d e sus reiterados actos de bru talidad con la población local, de cuyas mujeres habían abu· sado sin miramientos. Arana había sido incapaz de mante­ nerlos unidos y sujetos. Los españoles, divididos en bandos, se dedicaron al p i llaj e y así resultaron una presa más fácil para las represalias indígenas. Algunos murieron de enfer· medad -la sf fi li s comenzaba a hacer estragos-, otros, en sus disputas internas, el resto... a manos de los indios. « les tomaban las mujere.s.-narra Fernández de Ovie· do- u y usaban de ellas a su voluntad, y les hacían otras fuerzas y eno,i-0s, como gente sin caudillo y desordenada». Otro cronista asegura que los indios contaron que uno de los españoles del fuerte «tenía tres mujeres, otros cuatro; de donde creemos que el mal que les vino fue de celos». «Pues la gente que había seguido al Almirante en la pri· mera navegación -dice Pedro Mártir de Anghiera- 14 en su mayor parfe era gente indómita, vaga y que, como no era de valer y no quería más que libertad para sí de cualquier modo que fuera, no podía abstenerse de atropellos, corpetiendo rap­ tos de mujeres insulares a la vista de sus padres, hermanos y esposos, dados a estupros y rapiñas tenían lleno d� pertur­ bación el espíritu de todos los indígenas.» ' Los taínos o arahuacos disponían de una larguísima ex­ peri encia como víctimas del robo sistemático de sus muje­ res perpetrado tradicionalmente por los belicosos caribes o canibas . .En sus incursiones, estos guerreros antropófa­ gos capturaban a los varones para sus sacrificios religiosos y para devorarlos, mientras que las hembras eran manteni­ das con vida a fin de tener descendencia en ellas. Las utili­ zaban como esposas adicionales, al punto tal de que era un pueblo bilingüe: los hombres hablaban caribe y las muje­ res el arahuaco. Poco tardarían los taínos de La Española en darse cuen­ ta de que esos seres celestiale� se pqrecían demasiado a los caribes en su voracidad por la carne humana: los varones para servirlos y las mujeres para satisfacer su l ujuri a A esto se sumarían las destempladas exigencias de oro y el robo de alim�ntos. Hartos de su.s atropellos, cambiaron su actitud inicial de generosidad y entrega por la ira y la ven�· ­

• ..

,

.

13. Gonzalo Fernández de Ovie�o. Historia .general y natural de las Indias. .. , Asundón, 1945. 14. Pedro Má1·tir de Anghiera, op. cit. 66


ganza. Los dioses venidos del cielo se habían convertido en vulgares saqueadores a los· ojos de los indios. La primera experiencia comprobada de mestizaje entre las dos razas acaba, p.1es, trágicamente. Colón tiene la cer­ tidumbre de la participación, aunque fuera pasiva, de su aliado Guacanagari, pero no toma represalias. Tal vez se haya persuadido de que la condUcta de sus hombres no era defendible, o creyera inoportuno vengarse en ese momen­ to. A los hombres que acababan de llegar de España con la imaginación inflamada por los relatos de Colón, esta ma­ tanza debe de haberles caído como un balde de agua fría. «El Almirante» -dice el doctor Diego Alvarez Chanca, partícipe del viaje- «no sabía qué hacer.» Y optó por perse· guir racionalmente sus intereses. «Acordó.. ." nos tomásemos por la costa arriba, por donde habíamos venido de Castilla, porque la nueva del oro era hasta allí», escribe Chanca. Las hembras indígenas, mientras tanto, ya habían em­ pezado a parir los primeros mestizos americanos.

67


A

FUERZA DE AZOTES

Colón hapía iniciado su segundo viaJe por todo lo alto: 17 barcos en los que viajaban 1 200 hombres (ninguna mu· j er) de los cuales sólo 200 volun tario s no cobraban sueldo de la Corona Iban soldados, labradores, artesanos, el mé­ dico Álvarez Chanca y, si se ha de creer a Bartolomé de Las Casas, todos 'llevaban sus armas, listos para conquistar lo que, de buen grado, no se les entregara. El Almirante estaba en la cumbre de su fama y del favor real. <•No hay duda de que Colón se veía como un casi rey .de las Indias.»1 Tanto, que provocó la irritación de los re­ yes ante su pretensión de llevar consigo continos o c�ntu­ ria de guardias de corps, un privilegio que sólo ·tenTan mo na rcas «Para este viaje no ha menester de cantinas al­ gunos, pues todos los que allí van por nuestro mandado han de hacer lo que él, en nuestro nombre, les mandase; hacer apartamiento de suyos y ajenos podría traer m1,1chos incon­ venientes», com enta Isabel la Católica, evidentemente mal­ humorada, en una carta a Rodríguez de Fonseca. Además, Colón contaba con un respaldo excepcional: ·l.as cuatrn bu­ l a s 2 del papa Alejandro V1 (el español Rodrigo <le Borja) que Fernando el Católico había .)htenido. Por ellas el Pontí­ fice, en su carácter d ' e vicario c!e Cristo, concedía "la plena y libre y omním.oda potestad, autoridad y jurisdicción» so­ bre las tierras que se encuentran 500 kilómetros (100 le­ guas) al oeste de las islas Azores a los Reyes Católicos. ,

los

.

l. Francisco Morales Padrón, Historia general de América, Madrid, 1975. ,· ... . .,. 2. lnter coeteraJ y I1(3·5-1493y4-5-1493), Pi is fidelum (25-6-1493). E:cimiae devo.rionis (julio de 1493) y Dudum siquidem (26-9-1493, un

día despue s de la partida de Colón en el comienzo

68

de su segundo viaje).


H oy es,te .documento parece un 'soberano dislate.3 Peio Jas bulas pontificias no resultaban, a fines del siglo xv, tan ,disp'atatadas 't:Ón'lo lo parecen ahora. J;.ran el tes u i tado de llevar cons<!cuenternente hasta sus ext emos la creencia de que existe sólo un' Dios úni<;o ver­ dadero y de que esa divinidad tiene una especie de vicediós (al rilado de·los virreyes) como representante en la Tierra. Si el Dios único y verda de ro había creado el Universo, bien podía disponer de él a través de su representante o vicario terrestre. Esto resultaba lógico con tal de que se admitie­ ran tales premisa,�� No obstante, pronto estos títulos recibirían sañudas crí· ticas de teologos y juristas. Los otros monarcas cristianos

/

3. Es difícil resistir la tentación de imaginar. invertida la direc­ Ción de la expedición colombina para contemplar en todas sus pro· porciones el absurdo. Supongamos por U.<.1 momento que Moctezurila en Tenochtitlán qecide, a mediados del siglo xv, enviar hacia el este una expedición al mando de uno de sus capitanes. con la orden de conquistar Europa, poblada por bárbaro!- infieles que niegan la e xis-. tencia de la miríadfl. de dioses aztecas y rehúsan hacerles sacrificios humanos. Invocando a Huitzilopochtli, dios de la guerra, y en nombre de Tonan Tlalteuctli, Nuestra Señora la Madre Tie rra, Moctezilma, como sumo sacerdote, se hubiese dado, l!n su carácter de' sob erano del imperio azteca, el domin io sobre esas tierras de salvajes que ellos .:. · llamari Europa . La f�ota imaginaria enviada por Moctezuma Jb�ga un buen d��;_a�. ,Cádiz, desembarca la tropa y, en la playa, realiz!i.!,algunoi; ·sacrificios:­ de prisioneros capturados a lo largo de la travesía, invocando a los diost!S. Ac.to seguido el capitán toma posesión de b península !bérica en nombre de Tonan Tlalteuctli y de Moctezuma, tras lo cual invita a los curi.osos que se han reunido en la play¡¡. a adoptar la nueva reli­ gión y a renunciar a sus despreciables h¡i.bito s; por �jemplo, tenqrán que quitarse sus ropajes pesados y malolientes y vestirse con el bra· guero o maxtlatl y el tilmatli los hombres, con el huipil y el cueitl las muj eres y bañarse más a menudo. Todos los europeos vivirán corno· siervos al ser:vicio de sus nue'{OS amos aztecas, hasta que compren· dan cabalmente !os misterios de la religi ór; , la lengua nahuatl. en suma, la civilización y puedan, por fin, ser tratados como ad ul tos . De lo con­ trario, diría el capitán azteca� los invadiremos, los p asa rem os a de· gilello y los sobrevivientes s,;rán convertidos en esclavos. La fantasía no es tan delirante. Cuando en junio de 1543, lo� restos de la expedición de He.mando de Soto a La Florida abandonaban el actual t,erri torio nor�e.americano por el río Mississippi vieren a un gu errero indio que; en su canoa, gritaba· y gesticulaba dirigiéndose a los españoles. Uno de los nativos esclavos que llevaban éstos tradu­ jo io que el aborigen decía: «Si nosotros tuviésemos canoas tan gran­ des como las vuestras, os seguiríamos hasta vuestras tierrras·y-la!f"" conquistaríamos, para de mostra ros qtie SOmOS ·t a n hombt"eS como VO· sotros. » Cit. por Cha..-Ies H uds on et als t'n First Encounters, Gaines· · " Yi!le, Florjda, 1989. 69


que las rechazaron lo

hicieron más para defender sus inte­

reses nacionales y atacar las pretensiones españolas que por­ que percibieran el dislate. Portugal, sin ir más lejos, ·se ha­ bía dotado d•! título:; papales similares para sus conquistas

africanas. Todo era cuestión de fe, y la supuesta autoridad papal para admini strar el mundo era un asunto teológica­ mente de fe ndib l e Con todo, la tesis de que era lícito apoderarse de países recién descul1iertos s i e mp re que pertenecieran a príncipes no cristianos se aplicó también con gran sentido de la opor­ tunidad porque, pragmáticamente, era válida sólo si la co­ rrelación de fuerzas resultaba favorable a los. castellanos. Frente a reinos poderosos, como el imperio mogol del Oran Jan, cuyas noticias había 'l evado Marco Polo a Europa, los Reyes Católicos recomendaron a Colón que se ·pres'en.tara diplomáticam�rite, para lo cual lo munieron de respetuo­ sas cartas de presentación en las que los monarcas hacían protesta� de amistad. De cara a pequeñas tribus o imperios .

\

militarm_ente 1-Qás débiles, muy otra iba a ser la actitud de los cristianos: en �mérica jamás intentaron ·establecer re­ laciones de igualdad y respeto hacia los pobladores del Nuevo Contin ent e y sus formaciones políticas. Como dice Konetzke: «No hubo durante el período colonial un asenta­ miento pacífico de europeos en el que se reconocieran los derechos de soberanía de los príncipes aborígenes. La idea que animó a los colonizadores fue la de dominar.» 4 Para eso, de acuerdo con la mentaHdad formalista de la época,

se habían atribl1ido solemne pero caprichosamente el do­ minio "y el imperium sobre lo que hab.ían. descubierto. Antes de llegar al foerte Natividad, Colón realiza un lar­ go rodeo por el sureste. Mientras .va descubriendo nuevas islas, cosecha esclavos. Viaja con él un italiano desenfada-.

do que luego narrará las andanzas del Almirante y s'u gente sin mayores eufemismos.s Tras aprovisionarse en la isla Marigalunte, llega a la de Guadalupe.«<En la isla que trato-dice Michele de C uneo­

nos apoderarnos de doce mujeres bellísimas y de b uenas carnes de edad {'.ntre quince y diecisiete años y de dos mo­ zos de igual edacl. Éstos tenían el miembro genital cortado a raíz del vientr•! y juzgamos que sería porque no se mez-·

4.

Richard Konetzke, Ami.rica Latina. II. La época colonial. Histo­

ria universal siglo XXI, Madrid, 1987. S. Carta de Michele de Cuneo, Savona, 15 al

70

�8 de octubre de

1495.


c iaran cbn sus m uj e re s o, de o t r a manera, para engordar­ los y comérselos más tarde. Los rnozc:s habíari sido apresa­

dos por l os caníbales que h a ce n incursiones en la i s l a . No­ s o tros los envi amo s a los reyes, a España, como .una muestra de aquellos h abi tan tes . » Naturalmente s e d e s p r e n den d e l o s jóvenes mutilados solamente.

·

Días más t arde los tripu lan t e s de Ja nao colombina ven venir ��; canoa con tres indios ca.r ipes q u e llevaban dos

muj e res y dos jóvenes p ri s ione ros a l o s que acababan d e ca::; trar. Tratan de darles caza, pero l o s caribes se defien­ den con sus flechas, de las que e r an hábiles tiradores « en tal forma que, a no ser por l as adargas que traíamos, nos hub i esen hecho muc ho daño» . A uno de los espa ñ o l es de poco l e sirvió e l escudo: una flecha se lo atravesó y le hirió en el pecho mortalmente.

«Apresamos la canoa con todos los hombres. Entre e llos había un caníbal herido de un lanzazo y, creyéndolo mue r­ to, lo echamos al agua; pero vimos que súbitamente· se echa ­ ba a nadar, de modo que lo pescamos con un bichero, l o acercamos al b o rde d e l a b a rc a y le c o rtam os la cabeza con un hacha. Los otr os caníbales, j un to coh los esclavos, , fueron enviados a España. » Otra vez, los héroes colombinos· se quedan sólo con las ·

muj e res. Y Michele de Cuneo d a rá de e ll as.

cuenta de, al menos, una

« Como yo estaba en el b ate l . apresé a una caníbal bellí­ sim a y el Señor Almirante me la regaló -escribe-. Yo la

tenía en mi c am a rote y, como según su costumbre estaba de sn ud a, me vin ie ron deseos de s ol azarme con ella. Cuan­ do quise poner en ejecución mi des e o ella se opuso y me atacó en tal forma con l as uñas que no h ubiera qu e ri do ha­ ber empezado. »Pe.ro así las cosas, para contaros todo de una vez, torné una s o g a y l a azoté de tal manera que lanzó gritos i n a u d i­

tos como no po d rí ais c reerlo. Finalmente nos p usimos en tal fo rma de acuerdo que baste con d e c i ros que realmente parecía entrenada en una escuela de rameras . »

Con s u experiencia, Michele de Cuneo pu ede hablar con soltura de l o s caribes: éstos, dic e , «Viven como bestias, co­

me n cuanto apetecen, practican el coito públicamente cüán­ dc sien ten d e s eo y, salvo los hermanos y hermanas , todo lo demás es co mú n ». Süs háb i t os alimen ticio::; sirvieron para que, según la m e nt al ida d de la é p oc a , fueran excluidos de 71


las

proh ibiCi on es

reales de esclaviz.ar a los indígenas, y l o s

P!9.:!}tO e xte rmi n ado s desaparecienclo pará siempre· como etnia. Nada detiene, sin embargo, al infatigable esclavista Cris­ tóbal Colón, q ue continúa descu pri en do y apri s i on an do in­ d ígenas , independientement e de la actitud o hábitos de sus · víctim.a s. " Y allí tomamos a dos caciques que nos habíi;ui regalado muchos presentes -narra De Cuneo- y, querien· do éstos volver a tierra, e l Señor Almirante no· se lo permi· tió, diciendo que quería valerse de ellos para descubrir tie­ rras y que más tarde los so ltarí a Entonces, uno de ellos, señalando el cielo 'con una mano, le dijo que Dios estaba en el cielo, el ·cual a todos daba su m e reci d o y que a Éi le pedía ju sti ci a » Al tripulante italiano le parece que el caci· ·que era un hombre de buen s en ti d o bravos guerrei;os caníbales acabaron

,

.

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72


POR EL AMOR DE UNA INDIA

Tras en t era rse de la mala nueva de la destrucción del fuer­ te Natividad, Colón busca un sitio mejor donde hacer una fundación. Al Almirante tiene que haberle resultado evidente que la supuesta inspiración divina para hacer su primera fundación no habí a sido muy acertada. Cree encontrar el lugar apropiado a orillas del río Bajabonico, al norte de la isla, donde manda erigir l a ciudad de La I sabela el día de Reyes de 1494, de la que nombra gob e rnado r a su hermano Diego. Se e quivocará otra vez. Pz:onto el hamb re y las enfermedades tropicales com i en zan a hacer estragos entre los recién arribados. Aquellos que creían que era llega r, recoger el oro .y marcha rse se dan cuenta de que los esperan días muy duros. No se habi­ túan a la alimentación tropical y las shnientes europeas que habían traído no se adap tab an fácilmente al clima tórrido . Para colmo, la e xpedi c ión haqía !•ido víctima de los pi­ llos del p u e r to de Sevilla, que prometían . cargar una cosa y· metían luego otra de infe rior calida·d,. o no proveían nada, como ocur ri ó con los caballos, mercancía_s varias "y hasta con los hombres mismos: los enca rga dos do:! controlar el equipaje s e dej aban sobornar para dl!jar en tierra a los s e­ leccio:qados y met er en s u lugar a otros. En La Española nadie quiere trabajar: has ta los gaña­ nes han i d o a conve rti rs e en ri c o s hijosdalgo y no a s eguir bajo el yugo del trabaj � como en su t�erra. Los oficiales de manos (o b re ros y artesanos) se resis.ten a ej erc e r su oficio en la cons trucción de la ciudad. « Los e spañol e s que [Colón] llevó consigo eran más dados al ocio y al s ueño que al tr:a­ b aj o y más amantes de s ediciones y no ve da des que de paz y tranquil idad », a_p un_t a P edro Márti r d� Anghiera.

'!'3


Las rel acione� con' los

indí gen a s van de m a l en peor,

ante

la s imposiciones b ru tales de los españoles, que esqui lm an los alimentos de una sociedad acostumbraaa a vivir d en t ro de l os niveles de subsis tencia y, como t al , productora de muy e s c a sos excedentes. Los i n d i os no entienden nada de

l o s e s p a ñoles , sobre todo cuando son obligados a trabajar en J os l a v a de ros y minas de oro, l abore s que los extenúan po rq ue no están nada h a b i tu a d o s a los t rab aj o s d u ros . Colón consigue m a l q uist a rs e con todos. Sus e x age rad as exigencias se d iri gen también a sus p ai s anos , de los que no excluye a los hidalgos que han ven i d o con él. La irri t ac ión contra el Alm i ran te llega a su c ú s p i de cu ando obliga a los nobles a trabajar con las manos, ;viol a n d o un pri vileg i o de clase que también era un t ab ú ·de la ºépoca. A comienzos de 1 494 B e rna rd ino o Berna! Díaz de Pisa

se alza con t ra Colón acusándolo de que lo que casi tod o s creían o s osp e c h ab a n : que había mentido a los Rey e s y a

ellos diciéndole�; que habría riqueza a espue r tas y que se­ r í an recibidos como dioses por los ind i os . Lo que h�st a en­ tonces habían visto era un fuerte incendiado, con todos sus

ocupa nte s mu e r to s, y e l oro no aparecía por níngún lado. Colón aborta la rebelión encarcelando ai alzado y a sus cóm­ plices.

Entre sus críticos cu alificados e s tá un experimentado militar catalán, mosén Pedro M a rga ri t, y un c ura , el padre Boíl, encargado de l a evangelización de los ind i os . Acusan

al Almirante de maltratar a los pobladores, dE: c arga r l o$ de trabajos, de darles po c o al im ento y de ahorcarlos por un quítame allá e s as paj as . Pese a ello, Colón encarga a Mar­ garit que se ponga al frente de una hues t e de cuatrocientos hombres que la envía al interior de La Españ o l a al mando de Alonso de Oj e d a

y

que c on ella se encargue .de «pacifi­

c ar » la isla, es decir de ap l ac a r Ia.s p ro te s t a s y re s i s tenci as de los nativos.

Ojeda inicia una po l í ti c;: a de terror y amedrentamiento de l os indios que se negaban a someterse a los españoles. A un caci que que le de s obe dec e al cruzar el río Y a qui , lo

torna prisionero y, junto con varios de sus subalternos, l o e nví a a La faabela, donde el �Almirante ordena su ejecu­ ción s um a ri a .

El m i sm o Colón real iza un raid previo por l a isla y cap� tura mil se is c i e n tos indios, a los que re d uc e a la esclavitud. Separa q uini e n tos c incuen t a para d e spacha r al mercado de Sevilla y, a fin de contentar a lr>s suyos , rep a r te a l os re s 74


\

tan tes, para que los u t ili c e n

como indios de servicio. Al gunas mujeres con s•..ts :\lijos pequerios i iegan a abandonar a sus crías para poder hu i r en la prirpera oportunidad. Luego Co l ón se embarca rumbo a las tierras del Gran Jan que, siguiendo las versiones de Marco Polo, tenían que estar por allí cerca. S e dirige a C u ba y frente a sus costas

da un t es ti m o n i o más de. su carácter: ordena a su e s c rib an o que labre un acta en la que afirma que Cuba es un conti­ nente; para refren da r el aserto, obliga a su tripulación a que respalde sus afi rmac ion es so pe n a de cortar la !engua, azotar o multar a quien se niegue o lo contradiga. De Cuba se dirige a Jamaica en viaje de exploración. Mientras tanto Margarit se lanza «a correrías en tre las más pobladas y hospitalarias aldeas de la Vega R eal , entre­ gándose él y su gente, con el m ayo r desenfreno, a l o s atre­

vimientos a que los im p uls ab an sus ap etit os sexual es y a

otros actos opresivos contra los indígenas que p ro vo c aban

en éstos la mayor in dign aci ón y no pocos clamores».1 A los españoles no les falta c on quien ayun tarse , pero poc as ga­ nas les quedan: padecen un hambre endémica. Margarit enferma de sífilis, seguramente obsequio de una manceb� in d í gena. E s to, su m a d o a su des c onten to y a. la escasa c os e c h a de oro que obtiene, lo hacen decidirse a re­ gresar a España. Está dispuesto, junto con Boíl, a denW1· c i a r a Colórni nte los Reyes.

El 24 de j uni o , el hermano de Cristóbal Colón, Bartolo­

mé, llega a La Isabela· desde España, portando el título de adelan tado . Margarit y Boíl aprovechan la op o rtuni da d , se

a p oderan de las naves y se hacen a la mar rumbo a la Pe­

nínsula. Los soidados que Margarit había dejado en el interior de la isla- acabán por convertirse en algo más parecido a una partida de bandoleros que a una fuerza mili t ar organi­ zada: « Los españoles vivían sin r eg la ni dis cip l ina destru­ yendo a los indios, atropellándolos para quitarles el oro y c o mié ndol e s cuanto tenían . . . con su s lasc�vias y latrocinios,,, « de manera que todos lo s indios los aborrecfan ».2 Los indígenas s e defienden c om e pu e d en y los ho st i g an permanentemen te. De l o s cinco caciques impqrtantes de la

l . Casimiro N. de Moya, Bosquejo histórico del descubrim iento y conquista de la isla de Santo Domingo, Santo .Pomingo, 1 976. 2. Luis Joscph Peguero, Histo ria de [.¡ conquista de la isla Espa­ tio la, 1, Santo Domingo. 75


isla, sólo Guacanagari les sigue siendo obstinadamente fiel. · Por el contrai"io, el cacique Caonabó, esposo de -la b e l l a Ana­ caona, s e destaca por su efic;1cia en su lucha contra los in­ vasores: con su gente d e gi.:erra con si g u e s i t i a r d u r an t e un mes el fuerte de Santo Tomás, que había erigido el Almi­ rante en e l interior de la i s l a . Pese :;.· b h:):.;!i !idE:.d in d ígena, otro s españoles de L a Isa­ be l a huyen al interior de ·La Española acuciados por el ham­ bre y tentados por el fruto de las correrías de sus compa­ triotas. Algunos consiguen instalarse como señores de indios después de amancebarse con hijas de caciques: ce . . : si los ca­ ciques y señores tenían hijas, luego <;on ellas eran abarra­ ganados y d e esta manera estuvieron· muchos año s » , cuen­ ta Las Casas. convencen de que si qui­ En La I s abe l a los ca s tell anos tan de en medio a Caonabó cesará la resistencia indígena. El audaz.Alonso de Ojeda, mintiendo propósitos d e paz, con­ sigue agercarse a él y lo convence de que le trae un valioso obseqiíió: un a s púlseras como las que usa rey en Casti­ lla, le �lée. El vanidoso Caonabó permite que s e las coloque en las muñecas, tras lo cu l no tarda en comprobar que son, en realidad, esposas de e t al reluciente, merced a las cua· le.s acaba pronto en la prisión de La Isabela. Preocupado por las influencias de Margarit y B oíl en la corte, el Almirante decide enviar, en febrero de 1 495, An­ tonio Torres con despachos y con lo,s quinientos cincuenta indios capturados. Espera obtener de ellos, una vez vendi­ dos. bomo e sclavos en el mercado sevillano, el dinero sufi­ ciente p ara comprar caballos y provisiones. La llegada d e esas piezas causa una pésima !mpresión los Reyes Católicos, en particular a Isabel, que d u d se­ riosarnente de la legitimidad d e sus flamant e súbditos No obstante lo cual, el IÚed.io cerite· nar de indígenas fueron vendidos en Sevilla en pública su­ basta y, al m enos, cincuenta .de ellos fueron a parar a las galeras cristianas en el Medit�rráneo. -\{¡;;.0�;,,,, �.¡.< Un año más tarde, un oficial de Colón, Francisco Rol­ dán Jiménez, l c l de mayor de La Española, �nvía a Cádiz

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a

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ame:ricano�.3

esclavizar a

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s

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3 . La rectificat<)ria orden real del l 6 de abril de 1495 dice: «Por­ que Nos qtJeríamos informarnos de letrados, teólogos y ca.nonistas, si con buena conciencia se pu ed en vender éstos (los esclavosl por sólo vos o no; y esto no puede· hacerse hasta qu e veamos las cartas que el Almirante nos escriba para saber la causa por la que envía acá a cautivos, »

76


J

otra rem � de trescientos indios esclavos sin que, esta vez, . nadie se alarme. , '[J-�'·ffióri#i�i'fcomierizan a descónfiar del Alnilrante por los humos y las atribuciones que se toma Colón, según l o que saben a tr a vés d e los rel a to s d e Margar ft y Boíl. Por fin deciden enviar a Juan de Aguado. repostero de l o s mo­ a s con órdenes de investigar. los hechos . Ante esto, Cclón cree violados sus derechos y res ue lve ir a España a reclamar.

n rta , �

Su hermano Bartolomé queda comó gobernador dt'. La Españ ola , cuando parte a principios de 1496, Se lleva · con él a Cao nab ó .que, "incapaz de resi stir la prisión y el viaje encadenado, muere en alta mar y dej a viuda .a Anacaona. Poco tiempo después en La Española se produce un in­ cidente que· resultará providencial para la nueva factoría. Miguel Díaz, un mqncebo ar�gonés desc�ndiente de conver­ sos, tiene una disputa personal con uno 9.e los .criados de Bartolomé Co lón y lo hiere malamente .con su navaja. Cre­ yendo que lo había matado, Díaz _huye en dirección. al sur en c ompañí a de seis amigos suy o! ; . Llegan a ti e rra s de la caci.ca Osema -que despu�s de b autizada se l la mará C!italina- y sen acogidos por ell a. Ose� ma se enamora perdidamente de n¡az, a· quien con et tiem­ po dará dos hijos, los primeros mestizo� legitiinados etjj\rrié­ rica, producto de la primera historia de amox<con()cid�:'énti'e una india y un español . La cacica taína le cuenta a su am ado dos secretos. El . pr im er o es·el modo_ cºomo los indíg enas se curabanit:lel mal. de b ub a s ,s ·1a sífilis"q�e hacía estragos entre; l os españo­ les. Y el segundo, el que sir.ve para re dimir " a Díaz, es que a 35 ·kilómetros de su pob lad o . hay unas minas de oro, en la región de Haina: Con esta inforrnación y ia seguridad de ·que el sitio <loo.­ de él se encuentra, bajo la protec ción de Catalina y de su gent e, es mucho más ap�o para sobrevivir que el de La Isa· ·

·

4. Aguado había estado ya en La Española, tras lo cual regresó con Torres. 5. He aquí la receta: aislar al enfermo y todos los días, con el co­ dmi_ento de las hojas d� un arb o lito llama"do coralillo por los españo­ les, fregar las bubas (chancros) hasta que viertan sangre. En las llagas· e char luego el polvo seco de las hojas del coralillo, cambiarle las ro­ pas al enfermo y darle a·beber el cocimiento del guayacán, árbol que por sus maravillosos efectos curativos los españoies-.bautizaron palo· · santo.


bela, se dirige, acompañado de dos guías nativos, a esta ciu­ dad. Allí se entera de que su víctima no ha muerto y, ani­ mado por este dato, se presenta ante el adelantado Bartolomé Colón.

-

La Isabela está llena de enfermos, famélicos y .airados hombres que no ven salida a su situación. El Adelantado tiene buenas razones para perdonar a Díaz su delito, sobre. todo por la noticia que trae de la existencia de qtras minas de oro Resuelve acompañarl.o de regreso a las tierras de Catalina. Una vez allí se convence .de la oportunidad de -cam· biar el emplazam i e n t o . De los mil doscientos hombres que habían llegado, el Ade­ lantado consigue sólo ochenta y siete ·hombres sanos para que lo acompañen en su fundación de la nueva ciudad, que se llamará Santo Domingo en homenaje a su padre, Dome­ nico Colón. En dos carabelas da la vuelta a la isla y se asien­ ta, a mediados de 1496, en el nuevo enclave. Años más tar­ de, Miguel Díaz será elevado por Diego Colón, hijo del Almirante, al C<\rgo de alguacil mayor de San Juan de Puer­ to Rico. .


«EN VEZ DE AZADONES MANEJARÉIS TETAS»

Bartolomé Colón, dispuesto a ampliar s us dominios, deci­ de ir, después de la fundación de Santo Domingo, al reino de Xaraguá.1 Los relatos que le llegan son más o menos fa­ bulosos, pero todos coinciden, al menos, en que allí abun· dan los a li men tos y en que las mujeres de Xaraguá son las más bell as y a r moI1i osas de las islas. «Los indios de esta provincia se representan por t odos los que los conoc ier on como más inteligentes, más civ ili zados· y generosos de espí­ ritu que los demás de la is la. »2 Es ta s . cualidades condena· rán a la celebrada provincia taína a la temprana destrucdón. Allí vive ahora la viuda de Cao nabó?An aca 9 na , reputada como una atractiva mujer y eximia poetisa indígena, junto a su hermano Bohechío, el rey de Xaraguá. Fray B artolomé J.c Las Casas !a des cr i be como «mujer de gran prudencia y autoridad, m_uy pa !an ciana y g racios a en el hablar y en sus men eos y que fue muy dev ot a y amiga de los cr is t ianos desde que los comenzó a ver y a comunica r »� y asegura que las m ujeres de Xaraguá er an tan he rmosa s como las más hermosas damas de Castilla.

Gonzal F e rnández de Oviedo es mucho más explícito respecto a los encantos de Anacaona y de su gente: «Fue muy disofüta -dice-. Ella y las o t ras .mujeres de esta isla, aunque con los indios eran buenas o no tan claramente lu· juriosas, fácilmente se concedían a los cristianos o no les neg ::ib a n sus personas.» Al parecer, A nac a ona no guardaba rencores a· los es.pañoles por lo qu� habían hech9 con su 1. Situado en el centro occidental de la isla, en lo que hoy es te­ rritorio de la Rep,;tblica de Haití. 2. Washington Irving, Vida del Almirante, Madrid, 1987. 79


marido y su cuñado -víctima, también,·de Ojedc:-.-- o, por lo menos,. actuaba con mucha diplomacia, sabedora de su debilidad fr,�nte a los extranjeros. Avisado de la visita del Adelantado, Bohechío apresta v ein te mil hombres de guerra para defenderse. Pero Barto­ lomé Colón le m3.nda decir que viene en son de paz, sólo a visitarlo y a conseguir que se haga amigo del rey de Casti­ lla. La actitud del jefe indio cambi2. radicalmente y le pre­ para una ostentosa recepción. «Al aproxi::narse saliéronles r- rimeramente al encuentro · t rei n t a muie:-f'l, '. : '.:'. :.; ciias esposas del r é gul o (Bohechío], ...:on ramas de palmeras en las manos, bailando, cantando y tocando por mandato del rey, desnudas por completo, ex­ cepto las partes pudendas que tapan con unas enaguas de '

algodón. »Las vírgenes,

en cambio, lleva n el cabello suelto por encima de los hombros y una cinta o bandeleta en torno a la fre,nte, perQ)lO se cubren dnguna parte. de su cuer­

p.o.3 Diceñ l os riuestros que su rostro, pecho, tetas, manos y demás partes son muy hermosas y de blanquísimo color y que se les figuró que veían esas bellísimas dríadas o ninfas salidas de las fuentes de que hablan las antiguas fábulas. Todas ellas, do� bnd.o la rodilla hicieron entrega al Adelan­ tado de los · manoj os de palma que llevaban en las diestras, mien tras danzaban y cantaban a porfía.»� Los a:nfitriones ofrecen a Colón y a su gente una opíp<.­ ra cena y, luego, hamacas donde pa sar la noche. Y si es cier­ to lo que dice el cro n is t a Antonio de Herrera,5 no la ha­ brán pasado so lo s : en las fiestas de los indios -asegura­ se ofrecían las m:ujeres «con tanta prodigalidad y con tanta oportunidad que no bastaba resistir». Gonzalo Fernández de Ovie do ,. que ve las cosas desde: su perspectiva sexofóbica (era hijo natural), asegura que Bo­ hechío vivía en·una corte lujuriosa y que a sus treinta mu­ jeres las tenía «nO solarnente para el ·uso o ayuntamiento

,,:�t�1:�:·�· · !�

3. En efecto, entre los taínos, las jóvenes que no habían· conocido vurón an dab an completamente desnudas. Después de perder la virgi­ nidad usaban una falda de algodón que, corno mucho, lé's llegaba has­ ta la rodilla. Las mujeres de más alta dignidad, como Ahacaona, lleva­ ban una falda hasta los tobillos c o mo símbolo de su ··· ·· ramm. · · --- · 4. Pedro Mártir de Anghiera, op. cit. 5. Antonio de Herrera, Histeria general de los hechos de los caste­ nmos e11 las islas y tierr:! firme del mar Océano, Madr�d, 1934 .

.,


que naturalmente :Suelen haber los ca s ados con sus muje­ res, s ip o P.<i.�.a ·9t:ros ,bestiales y nefandos pecados».6 Al día siguiente, tras un abundante a,lmuerio, les pre­ sentan un espectáculo militar en forma de escarainuza en­

tre dos facciones de gu erreros con ta l realismo y entusias­ de l os actores, que cinco comb at ientes caen muertos y el A delan tado tiene que pedir a l os reyes de Xaraguá que

m<;>

s uspendan el espectáculo.

Colón requiere a Bohechío que se spmeta a su rey y le

º

pague tributos en oro, como condición para mantener las b uenas relaciones. El jefe in dígena le respo nde aque ellos no podían tributar p orque en sus tierras no había oro que

era lo que ellos buscaban .

. .

Díjoles el Ac;lelant�do: "Seño­

res, no es voluntad de mi rey que

sus vasallos le tributen

de lo que no tienen." 7 De m o d o que aceptó de buen grado ' las contribuciones en algodón, saL casabe y pe s cado, im·

prescindibles para su gente que feneda de hambre.» Pero no soplaban buenos vientos para los Colón. Cuan·

do el Adelantado regresa de su ex i to s a misión a La Is ab ela .

se encuentra con que la población está agitada por el lev an­

t amie nto d urante $U ausencü>., del alcalde m;:i.yor.de la.isla, ,

Francisco Roldán Jiménez, a quien ya

viando a la Península

haqíamos visto

una partid� de esclavos indios.

en­

Roldán acaudifü� un grupo de descontentos por las pe­

nurias que pasabán' los pobladores, sus escasas ganancias,

la es tri c tez del gobie rno de los

Cc·lón y

su

resentimiento

debido a que er�n extranjeros quJenes los mandaban. Los

al zados quieren volver a España pero" no hay naves que los lleven. Bartolomé Colón había reprendido, ade m ás, a uno de los hombres de Roldán por haberse ayuntado con una de las mujeres del :::acique Guarionex (que pronto se. con-·

vertirá en.caudillo de una dura. re b el ión de los indígenas), lo que sirve de detonante para la asonada. Al curioso grito de. « ¡ Viva el rey!», rompen la alhóndiga real Y. se apoderan de armas bastimentas y todo cua n to ne­ cesita n . Tras lo cua l Roldán y s etenta secuaces se di rigen ,

.

6.

Quiere decir que Bohechío sodomiw.ba a sus mujeres, una prác·

tica sexual extendida entre los pueblos americanos y <'J.Ue los españo­ les castigaban cruelmente con el aperreamiento, aunque se practica· ra Jentro de las relaciones heterosexuales.

7.. 8.

Peguero, op. cit. El pan de casabe era la base de la 2!imenta¡:;ión de los natura­ li!s de la i s la. Estaba hecho Je' yuca o mandioca.

1

81


hacia el norte proclamándose defensores de los indios fren­ te a los abusos de los Colón. Su °!)andera es tan falsa como sus viv<;_s al mon&.1�ca: io que quÍ e,ren es aprovecharse direc­ tam ent e ellos d� la labor esclava de los-indígenas, y no los Coló� o, por su intermedio, l a Corona. Vanse por los pueblos d� los indios y a lo s señores y cac iq ues publícanles que -el Almirante y sus hernünos les han cargado de tributos y que Francisco Roldán y ellos han

reñido con dón Bartolomé Colón y don Diego porque no se los quitaban; y que han acordado eilos quitárselos y que no traten en adelante de darlos que ellos se lo defenderán del Almirante y sus hermanos, y si fuese menester, los ma­ tarán. Desde allí. diciendo "¡Viva el rey!", por toda la isla se suena que es el alca.lde Roldán el que los liberta.» 9 En

realidad, es el que asume el papel de recaudador de los tri­

butos y explotador impiedoso de los indígenas. A Roldán

acabarán llamándolo «rey» en la is la y, seguramente, era a es te monarca <d que vivaba. · Los alzados se dirigen primero ·a tierras de Guanacaga­ ri, el del fuerte Natividad, reputado como el único cacique amigo de los españoles, al que le exigen el pa go de tributos. Como el cacique no tiene o no quiere darlos. le in cen di a·n su población y io matan. Luego pasan al territo rio de .lv!ani­ catex, quien, aleccionado por la barba rie de la pandilla, les da cuanto tiene. «Dondequiera que llegaban unos y otros les comían los bastimentas, los llev2.ban con cargas de tre s o cuatro arro­ bas 10 a cuestas [y] les hacían mil fuerzas y violencias en las personas e hijos.» 11 Poco más tarde irán a asentarse a la provincia de Xaraguá a tr a í dos por la riqueza del reino de Boh�chío y la belleza y a111abilidad de sus hembras. La re­ gión era «cuasi la corte real de toda esta isla, donde en la po lic ía y en la lengu a y en la conversación y en la her:r:nosu­ ra de !as gentes, hombres y mujeres, en ios airés y ameni­ dad. y templanza de la tierra, a to¿as las provincias de esta isla excedía, y así, en aquella más que en las otras (puesto que también en todas), habia grande aparejo para vivir de­ senfrenadamente los pecadores hombres, zambullidos en vi­ cios;,_ 12 En Xa.raguá, dice Las Casas, cada uno de los espa-

9. 1 O. 11. 12. 82

Bartolorné de Las Casas, Historia de las Indias. Es decir, entre 35 y 45 kilos. Barto!omé de Las éasas, ov. Ibídem.


ñoles «tenía las mujeres que quería, tomadas por fuerza

0

g¡-o.do de sus ��rid.cs�'.13 Míe ntras tanto B artol omé y Di ego Colón se s ienten im­ potentes para enfrentar la rebelión: Jes han quedado muy e scasos brazos, apenas la vir t u a l corte de fieles que los ro­ deaba. Comienzan por declarar tra i dor a Rol dán y a lo s su­ yos, pero de bien poco sirve el gesto sin el poder de repri­ mir la insubordinación del alcalde mayor. A pa;-ti.r de !a rebelión de 1496, la isla queda repartida poi..

·

,

en tres sectores: el q�e controlan los Colón, el que s� en­

cuen tra ba jo el mando de los alzados v las zonas inhósoitas y alejadas que aún dominan alguno ; caciques. Los hombres de Roldári dan rienda s�elta a todos sus •

apetitos. No sólo se llenan de concubinas sino que se ro­

dean del bo ato y dignidades propias de los nobles españo­

les. En su propia cultura tenían modelos aprovechables; su

jefe esp i ritual el papa Alejandro VI, se paseaba a caballo por Roma con lá espada al cinto y tuvo una collera de hijos . ' naturales recon ocidos, sacrílegos y adulterinos, en varias· mujeres, y hasta se sospechéi"de que hubiese mantenido re­ laciones in ces tuosas con su hija, la célebre Lucrecia Bor­ gia. 0ú l"cj, :f":rriar;0.o Y e! Católicc., lo mism::> que- s1.•.s s:_irf'­ .

sores y predecesores, engendró numerosos hijos adulterinos en !os vient res de sus amantes, a espa ldas de su esposa. Bartolomé de Las Casas 1' ha dej ado un retrato vívido

de estos f�n toches indianos : «Ya no se preocupaban por an­

pie camino alguno, aunque no tenían mulas ni caba­ llos, sino a cues tas de los hombros de los desventurados [si iban de pri s a] o co mo en literas me tid os en h am a cas si i b a n despacio. dar a

»Iban j un to con indios que llevasen unas hojas grandes de árbole s para h acerles sombra y ot ro s unas alas de ánsar par-a hace�les aire; la recua de indios cargados para las mi­ nas de pan de casabe, con ca rga [propi a] de a snos ; o vi mu­ chos, y muchas veces los hombros y las espaldas de ellos (las tenianj como de bestias con mataduras.

y

»Dondequiera que llegaban en p u eb l os de indios en un ,

día les com í a n y ga s tab a n lo que a cincuenta in dios abun­

dara; el cacique y todo s los del pueblo habían de traer lo

que tuviesen y and ar bailando delante. No sólo estas obras de seüorío y.-fausto vanísirno mostraban, sino que tenían 13. 14.

Ib!clem. Ibídem.

83


)

otras mujeres, fuera de la criada principal, oficialas como Fulana la cam a rer ::. y Fulana la cocinera v otros oficios se­ ' mejantes. Yo conocí un oficial carpinter ... que tení a es�s mujeres oficialas.» Estas sirvientas, que en taíno se llaman naborías, «las

)

)

habían tomado, igual que ¡:¡. los muchachos de servicio, a

d

sus padres, andando po r la isla m a tan o y robando».15 Las Casa s los pinta ha�iendo su parodia de señoritos,

_i

semidesnudos, . con largas greñas, sucios, 16 descalzos, vis­ tiendo a veces sólo un camisón de algodón que les dejaba

las piernas al aire, haciéndose·servir como gran des señores por un extenso séquito de indios. Y eli giendo para cada no­

che una compañera de cama distinta. El estilo de los hombres de R oldán, ya establecido por

)

Jos otros e sp a ñole s que habían huido al interior de la isla, acabará por crear escuela y se. convertirá en el modelo lo­ cal que la mayoría los peninsulares en las aspira a imitar. .. . . . . �� Como diría siglos más tarde Teophile Gautier, observando a los hombres. la Penfosula, «en g�neral, el trabajo parece a los es afto le s una cosa e indigna de un hombre I..:os villanos españoles, a 16 largo del proceso de la Re­

de

p libre».17

de

Indias

humilla;te

con qui s ta, sufrieron el contagio del ideal caballeresco de vida de l·a nobleza. La proverbial «soberbfa» y «orgullo» de los hispánicos, aun cuando contr2:staba palmariamente con

su escasez de mec\ios o su co.n<lición plebeya, tiene origen en es ta difusión 'a todas las capas de la sociedad de la ideo­

t al principio de esta·

logía caballeresca, d omi n ant e en el medievo en re las cla­

ses altas europeas, que y'a hemos visto

obra. Otro tanto ocurre con la afición a una vida de ocio

fy j

) )

a la posesión

de infinitos �e:rvidores.13 Bennassar respecto a los arquetipos es-

Dice Bartolomé

15. 16.

J. Pérez de Barr:?.das, Los mestizos de América, ;\ladrid, 1948. Amén de los:hábitos higiénico� de los españ.q¡¡;�d�.;:sa épo.ca q ue se bañaban tarde, mal y nunca, había escasez d/j'il:hciri"e:i· la· Es­ pañola. 17. Coi n ci d e con' la 2preciacién de B2rtolomé B enn as sa r (L 'hom· ¡e espagnol): «Los viajeros extranjeros y Jos espaüoles atenros obser­ v;iron las débiies dispüsiciones de este pueblo por las J<�bores rn::mua­ les y más gen<?:ralmenÚ: la pé. ir:ia esrima en la cual tenían al trabajo.» 13. Santo Domingo tendrá pronto un activo mercado de esclavos predomin�ntemente indígenas, donde -dice Cristóbal Colón, a quien 'ne:- le repugnaba el asunto- una muchacha costaba cien castdlanos y �un las de nueve o diez :'iflos tenían su precio. 84


PENINSULA DE

YUCATAN

TENOCHTITLAN

°'"'

� ..

·zautla J? Jalapa ¿;.,,.. \....,o'I:, .

Tlaxcala

. Cholula

.

-�.�

v.'4.1

Rinconad.a

de la Victoria

¿J

RUTA DE HERNAN CORTES HASTA TENOCHTITLAN (1519·1510)


pañoles del s i g lo xvr: «::>u ideal jamás tue atacado por el germen bu rgué s, no pens arán jamás en b u r gu é s. Su mode­ lo fue un estilo de vida aristocrática don d e se expresaran

totalmente las pulsiohes del temperamento." 19 Obviamente, "los españoles, tan pronto como se asenta­ ban en La Española, se consideraban h id al go s y se negaban a trab aj ar en sus ofi c ios » .20 Su mayor p r e oc up ació n era en­ riquecerse para realizar s u s ideales de vida a ri s t oc rá t ica, por medios igualmente caballerescos: la fuerza de la s ar­ mas y la conq uis ta militar, el coraje con despr ec io por la vida, para ganar, además, fama y honra . De ese modo -y no t r abajan d o o e spe c ulan do como hu b iese deseado un bu rgu és- conseguir oro, y si no h abí a oro, perlas, y si no había pe rl a s , esclavos para traficar y para sí, y tierra s don­ de fundar mayorazgo. «La sed de oro, no menos que la de tierra s , es la que impulsa a los nuestros a des afiar tantos trabajos y peligros»,21 obse rv a con razón Pedro Mártir de Ang h iera en unos hombres provenientes de un país

en el

que grandes porciones del suelo habían sido ap ropiadas de

una vez para s ie m p re y

no h abía ya esperanzas de conver­

tirse en dueños de tierras para los desuoseídos.

dt; delincuente.$ aum entar{e n el tercer viaj e que el Almirame prep a raba en España, ignor an t e de Jos su­ cesos en La Españoia. Los hombres retornados a la Pen ín­ La cuota

sula habían difundido historias te-rribles sobre lo que acon­

tecía en la isl ;:i, por lo que Colón no consiguió e nrolar voluntariamente a suficiente .canti dad de viajer9s de Indias. Tuvo que recurrir, entonces, a los presidiarios. Una cé­ dula real dispuso que Jos condenados a m uerte serían redi­

midos con dos años de serv�cios en las Indi as y los conde­ a prisión shviendo un año allende los mares. Colón envía por delante de él dos �aiabelas al mando de Pero Hcrnández Coronel con socorros para los poblado­ res. Antes de recalar .en Santo Domingo, las naos tocan ac­ ci den tal ment e l.3.s costas p ró xi mas a Xaraguá, donde se en­ nados

cuentran con los alzados de Roldán. El caudillo, codicioso de los bastimentas y hom b re s que traía Hemández Cor on e l, exhorta a los recié n l leg ad os a de ­ sertar y unirse a ellos 19. 20. 2L 86

prom·etiéridoles que,

Bartolomé Bennassar, op. cit. J. Perez de Barrada, op. cit. Pedro lVlártir de Anghiera, op. cit.

«en lugar de

a za-


dones, manejarían tetas, en vez de trabajos, cansancio y yj. gilias, placeres y abundancia y reposo».22 No necesitaba prometerles tanto para que el Almirante viera otra vez sus dotaciones de hombr�s adelgazadas, y los nativos de Xaraguá, sus tierras aún más pobladas de crimi­ nal.::s convertidos en señores de indios. 22.

Ibídem.


LA

.PASIÓN

DE HERNANDO DE GUEVARA

A fines de agosto de 1498 Cristóbal Colón regresa a La Es­ � · pañola y se encuentra con la sublevación d Roldan, que ya llevaba casi dos años de·éxitos. Para el Almirante, que· i�a perdien do el favor re al por sus numerosos fracasos y arbitrariedades en la .admfnistradón de la factqría ame ri­ hallar .que uno de los hombre� n ombrados por él para ostentar uno de Jos prin ci pales cargos de la isla e$ er caudi­ llo de una revuelta mayúscula, tiene que haber sido un se­ rio disgusto. Tal vez eso explique que intente negociar por todos los medios haciendo a los rebeldes ofertas desmesuradas: el pe r dón y la posibWdad de volver ·a Castilla a t odos los que lo quisi ere n para quitarse de ehcima, de paso a los indesea­ bles revoltosos Pero Roldán rechaza el ofrecimiento: se sen­ tía en condi�iones de exigir múcho más que e:::o, «pues él tenía fuerzas suficientes para destruir o sos tener al gober­ n ador según <le pareciese». 1 . Y, efectiv'1,rnente, consigue lo que se �e antoja. A fines

. cana,

­

,

,

..

de 1493 el Almirante se humilla y se c?rnpromete amante­ ner a Roldán como a k a ld e mayor de l a' i sla a pagar los suel­ dos de los rebe ldes aunque no hubJesen trabajado �urante ,

sus dqs años <le insl!bordinación y a concederles tierras en propiedad, según b carta-patente del 22 de julio de 1497, por la que los reyes lo autorizaban a ello. Los que así lo desearan podían regresar a España fle­ v á n dose un indio esclavo cada uno y adem:ás -segúí1 r'áa­ ban las exigencias de los rebeldes- «las mancebas que te­

ní an preñadas y paridas en lugar de los esclavos que se les J.

·88

' Juan Bautista Mufioz, Historiad:?/ Nuevo Mimdo, Madrid, 1793.


habían de dar», oferta que aceptaron trescientos españo­ les.. J_.os que.optaron por quedarse desobedecieron la orden

� m

de Co n de des acerse de los nu::ne ros os esclavos que .te­ nían, p e ro el A l ir ant e hizo la vista gorda ante el desacato.

sti.�rte.

El grup o de repatriados tuvo peor Debe de ha­ ber si c!o . u.p espectáculo sorprendente para los a n daluce s ver ae-s"em15a'rcir a este hato de nu evos señores harapientos seguidos por sus he m br a s indígen2.s, hijas me s zos y e s cla · vos servi do re s/ que causaron una pésima impresión en las autorid?<des peninsulares. Isabel la se da, finalmente, por enterada del trá­ fico de esclavos indígenas y o r de a la confiscación de to­ dos los s e rvidore s de estos indianos y de las piezas que el A lm irant e enviaba a España para su ven a, disponiendo que fueran devueltos a sus tierras por rea cédula del 20 de ju­ nio de 1500.3 La reina «recibió gran d ísimo enojo y dijo que el Almirante no tenía su po der para dar . a nadie sus vas a lo s ».� A la soberana, lo que le indignó, sobre �pdo, fueron la

ti

Católica

n

l

t

l

atribuciones que se

habí a arrogado

s

Cristóbal Colón sobre.

sus súbditos, por encima de las que ell a le había concedido,

mucho más que el hecho de la esclavización de los indíge.: nas: no era la primera vez que se ma n daban remesas de car�

tener

é: a ·rOtoso{·

ne humana americana a España. Hay que en: ue n t la irritación· que p roduc í a en la époc a vex'�a estos · p a ane s venidos de las Indías �on esclavos a su5 ór dene s ; · un privilegio q ue se veía natu r � o ejercieran, en todo caso, los hid�lgos. Mientras tanto, �n La Es p año a, gr upo de Rold�n que­ dó virtualmente de amo y señor de la isla, con el Almirante eje rcien d o su autoridad en la medida en que esos om bres

t

ll

l �l

se lo

permitían.

h

2. El gusto españd ,:;:ior tener numerosos servidores es legenda­ rio. Tres siglos después del tiempo que nos ocupa, el censo orde na do por Floridablánca contabiliza 280 000 sinientes en �spaña, cifra su­ perior al núm'ero de artesanos, que suman sólo 271 000. Los sínrien­ t�s en la España de fines del xvm representaban el 11,5 por dento de la pobla.ción activa. A fines del siglo xv1 había en Espafia alrededor de 100 000 .esclavos de distinta procedencia. 3. Sólo tres anos más tarde se prqhíbe la captura de indios para sacarlos de su tierra (lo que rara vez.se c1.1mplirá), pero de la ord�n real se exceptúan a los caníbales, El problema era, entonces, quiéri determinaba qué tribu era o no antropófaga. 4. ..¿Qué poder tiene mío el Almirante para d�r . a nadie mis va5a· llos ?», dicen que exclamó la soberana. 89


./

Repuesto con todas las atribuciones en el c arg o de alcalde mayor, Ro"ldán an d ab a up día po r X¡:iraguá _c_u_a��o apareció por esas tierras un hida J g:o andaluz, He rnando de Gueva1;a, hombre joven, a puesto ;-:-libertino que había sido deportado de Santo Domingo a causa de su vida licenciosa, con orden de que se embarcara en l as naves de Alonso de

Ojeda r umbo a España.� Pero Gueva ra Hegó cu2ndo las na­

ves de Ojeda ya se ·habían marchado.

Roldán lo atendié deferentemente porque el andaluz era primo de su amigo y cómplice del alzamiento de 1496, Adrián de .Mójica. El alcalde m ayo r le indicó que s� instala­ se en la par ad i sí aca región de Cahay, donde Mójica �enía lebreles y ha lcones de caza, a fin de mantenerlo apa rt a do de Xaraguá. Seguramen�e Guevara se sintió atraído por lá fama que rodeaba la corte de Anac�ona y fue a v i si t arl a . La reina,

célebre por sus buenas. maneras, su hospitalidad y buena disposición hacia los cristianos, le pres en tó a Higueymota, una bella adofoscente, hija s uy a y del infortunado Caona­ .

bó, que lo dejó deslumbrado. Guevara de s o l e g ó sus seducciones ante la madre y la hija,

e1:;_

artes en las qw; un maestro. Sus cst¡:;::.s de gentil corte­ sano tienen que haber subyugado a Anacaona. Hasta que logró que la señora de Xaraguá aco rda s e concederle a Hi­

gueymota por esposa, autorizándolo·para que la hiciera bau· tizar.6 Guevara mandó llamar a un sacerdote e Higueymo­ ta adoptó el nombre cristiano de Ana. El gran cacique blanco Roldán se entera de los enjua· gues de Anacaona con Guev ara y monta en cólera. Debe de haberse sentido el macho patriarca de todas las hembras de sus domi n io s y no podí a permitir que un r;;cién llegado

5. Alonso de Ojeda, que había estado en La Española, de ::-egreso a España organiz<'.i una expedición con A mérico Ves pucio y de la Cosa que salió del Puerto de Santa M«ría en mayo de 1499 y regre­ só un año después. Sus barcos Espatiola en setiembre d.e

Juan

tocaren La

1499 para aprovisionarse de pa lo brasil y Je esclavos. Enterado Co­

lón, mand ó a Roldán, con quien Ojecia tuvo varios incidentes sin ma­ yores consecuencias. 6. tsta era una condición previa para ayu!ltarse con ella, según

los

curiosos criterios religiosos

de los españoles. Fecádo e:ra fornicar

con una pagana, y ésta aa ia principal preocupación moral no só!o de los ibéri cos sino también de la Corona. Lo d el sexto mandamiento, !!'1 caml::-io, p�:-ece h:>.b�rles. impo i:-tado poco o nada. Est o se parece a los más recientes criterios de !os censores dt: prensa que permitían publicar fotos de mujeres desnudas sólo si eran negras o aborígenes. ()(\


f

se aprnvechara de la hija de ia r eina, destinada a here dar sus posesiones y privilegios.

Las Casas a s eg-Üra qÜe Roldán se había colocado prime­ ro en la lista de espe ra para amancebarse con Higueymota, pero esto no es muy probable, a la luz de los acontecimien­

tos posteriores. Lo cierto es que ordena al donjuán s e vil lano que se re­

cluya en la hered ad de Cahay que le había s ido asignada.

El hidalgo sevillano le confiesa su apasionado am or por la

hij a de An acaona y 1e pide permiso para prolongar su. visita a Xaraguá, a lo que Roldán no accede. Guevar a obedece, vuelve a Cahay, pero tres días más tarde, herido de nos t al­ gia, reton¡a subrepticiarn·ente a Xaraguá y se oculta en ca sa de Anacaona con la complicidad µe la reina indígena.

A Roldán no se le escapa nad a en Xaraguá, donde tiene infinitos espías. Y como está enfermo de la vista, envía a

varios ho mbres

suyos

para que reconvengan una vez más de regreso a Cahay . El sevill ano los recibe con altivez e i ns olencia : les o rdena que le recuerden a Roldán que no le conviene hacerse enemigos en un mo­ mento. en que tiene tanta neces idad de sus ami gos , puesto <)lle él sa be que el Almi ran te planea cortarle la cabeza. Rol­ dán responde con 'una orden para que vaya a Santo Domin­ go a presentarse ante Colón. Temeroso de perder de vista a su amada, Guevar a se humilla, ruega, i mplora y finalmente el alcalde mayor lo autoriza a quedarse en Cahay, per o no a Guevara y lo envíen

en Xaraguá.

El enamorado s e villa no se da cuenta

de que ;Roldán es resuelve qui­ társelo de encima. Va en b usca de otros e spañ ole s que d e ­ testan al tirano blanco de Xaraguá y se c omplota con ellos un obstáculo insalvab�e pa ;ra sus propósitos y

para asesinarlo o arrancarle los oj os, Pero el oñmipotente caudillo se en tera una vez más de sus conspi.r:aciones e irrumpe con otros homb res de armas en ca sa de Anacaona y lo aprisiona j un to con media do c ena de sus cómplices delante de su llorosa pr<;>metida. Por orden del almirante, Remando de Guevara y los su­ yos son conducidos a Santo Domingo, e nc e rrado s en la pri­ si ón a la espe ra de ser juzgados y, seguramente, ahorcados. Cuando su pariente Adrián de Ivlójica se entera, sufre

un ataque de ira. Va en busca de la ayud a del alcalde-de

Bonao, Pedro Ri que lme, y de o tros amigos, a q uienes insta a unirse para asaltar Santo Domingo, ma tar al Almirante "' y poner en libertad 'a Guevara.

..9.l


Pero Colón y su nuevo aliado Ro l d án tienen mejor estre­ l l a que l os complotados. Un vecino, d e apel li d o Villasanta, se e n t e ra d.el plan y los d en un ci a. Acompañado por sus cria­ dos y es c u d eros el Almirante consigue sorprender en horas de la n o c h e a Mój ica y a varios de sus cómplices en casa del primero, los 2prehende y los l leva al fu erte Concep'ción. A l l í dispope que sean ahorcados. !v1ójica pierde los estribos ante la perspect i va de una muerte cierta, y cuando llega el sacerdote para confesarlo da muestras de d eb ili d a d y se pone a acusar a unos y a otros de sus des grac ia s . Colón, indignado, ordena que sea arrojado desde lo alto de la muralla del fuerte. También Pedro Ri quel m e cae en manos de los Colón y va a parar a las m a zm orras de la fortaleza de Santo D om in­ go. Bartolomé Colón y Roldán son d esp a ch a d o s a Xaraguá, a donde han huido o tro s c omp l o ta dos y, tras una imp l aca­ ble .persecución, c onsiguen capturar a dieciséis de ellos. Esta -vez d triunfo del Almirante y su alcalde mayor contra l a '�conspiración ·es total. Pero otras amenazas le llegan de s de fuera. S e acercan ;;.naves al puerto. Los Reyes Católicos, hartos de � os de.safue­ ,..,,. :ros de los Colón y l o s reb e des de Roldán, han m an dado comendador Francisco de Bobadilla como pesquisidor con --iiplenos poderes. Lo primero que divisa el enviado desde su nave, cuando llega a las ' p ue rt as de S anto ;Domingo, son los cadáveres de dos españo le s co lg an d o de la horca: son cómplices de Móji­ ca. El Almirailte está ausente y Diego Colón, pretextando · falta de i n s tru c ci o n e s, s e niega a entregarle el poder. Boba­ dil l a , con su ge¡ite y a lgunos aliados enemigos de l o s gen o ­ veses, a s al t an la fortaleza y s e apode ran de l os presos, en­ tre l o s que está el enamorado Remando de Guevara, Pedro Riquelme y o tr os que s e encontraban en ·�apilla, listos para ser ejecutados en los días siguientes. Los pone en manos del alguacil Juan d e Espinosa hasta que se revea su caus!l, Poco tiempo después, s e rá n absueltos. 7

(��al

l

7. H e rn a ndo d� Guevara se casó por la igles i a con H.igueymota. De su unión nació una hija mestiza legítima, .Mencía de Guevara, que años más ta rde contraería matrimonio con Enriquillo, cacique taíno, jefe de J a más imp o rtante y exitosa rebelión confr �'JQ's_peninsulares en La Española ( 1 5 1 9-1 533). No hay datos de la fech,?; e.� que' Guevara

i

desposó a Higueymota-Ana, porque poco desptiés\Je ·ser liberado re­ gresa a España. En enero de 1 502 Guevara integra Ja segiinda expedi­ ción de Ojeda a Tierra Firme y llega a Santo Domingo en octubre

92


Cris tóbal Col ó n tiene rr: e n o s suerte : cargado de grillos es env'iado pre s o a E s p a ñ a y n un c a m á s volverá a pisar la t i erra dominicana. ·

de 1 5 03 . Des p µ é s, �e�aparece de l as c rónicas . Es probabl e que la des­ . _ t rucc':ioii" del feiii o ' cle · xaraguá e n 1 503 -que pen saba hered ar- l e haya h�cho perder e' l entusia smo p or s u m a trimonio y que h a y a re­ gre sado a España.


EL TOQUE CASTELLA�O

La gobernacién d e B ob a d i l l a representó para los aborí· genes la conti nuación y profundización de su catástrofe. Roldán v la m ay o rí a de lo s escasos cuatro centenares de español�s que qi:iedaban en La Española se acomodaron rá· p!damente al nuevo gobernador, que l e s d ejó hacer basado en un principio que le gus taba repetir ante Sl,IS s ubordina· dos: «Aprovechad lo máximo posible mientras hay buen tiempo, ·po rque n?.die s ab e lo que puede durar. ;> P ese a que sus instrucciones eran las de castigar a l os re be l <l e s, se abs­ tuvo de tomar m e d id a s contra ellos. No tardaron l o s Reyes en enterarse del desgobierno de Bobadilla y d e c i di eron enviar al extremeño fray Nicolás de Oyando, comendador de Lares de Cal�traya, con una po· derosa flota -la más importante de las llegadas hasta en­ tonces a América, en l a que viajaron dos mil q u i nien t o s hombres- con la .misión de relevar a Bobadilla e instalar un gobierno de orden en la isla. Con l os indios en m ano s <le los e s p a ñ ol e s , la Corona no recaudaba tri b utos suficien­ tes, ni obtenía ele las m i n a s una c an t i d a d apreciaqle de oro. Ovando l l e va dos tipos de instrucciones : en las públi­ cas los reyes muestran un a gran preocupación humanita­ ria por los i nd !gen a s y por su evangel izac ión; pero en ias secretas, que sólo debía leer O va ndo , su interés se centra en la e xtracción de oro con mano de obra indígena con des­ tino a la Coroua. El comenda.dor de Lares l l eg a a media dos de 1 502 .. Des· de la borda de una de las naos, Barto l omé de Las Casas, que viene por p rime ra vez a América en esta expedidón, oye '..tn d iá lo go e n tre los de a bordo y los de t i erra. « -En hora buena estéis.

94


»-En

hora buena vengáis.

»-¿ Qué nueva, qué . nuevas hay en e s t a

tierra ?

»-Buenas, buenas; que hay mucho oro, que se cogió un grano [de oro] de tantas libras v que hay guerra con los in­ di0s, por lo que habrá hartos e s c l av o s . » Oro y esclavos son los dos temas noticiables en la co l on ia . Bob � di lla · es relevado de su c a rgo y emba:rcado rumbo a España con otros peninsulares deseosos de regresar a su patria; entre e l los , A n ton io To rre s y, pero, el rebelde caci­ que Guarionex _ I Antes de zarpar, también aparece, frente a Santo Domingo, Cristóbal Colón, en s u c ua rto y último viaje, quien pide permiso para desembarcar a fin de abas­ tecerse. Las instrucciones recibi das de los reyes le prohi­ bían tocar las costas de La E spañola. Ovando rechaza su petición. El Almirante se limita a advertir que, seg ún su ojo de experto navegante, se preveía un fue rt e huracán que v.o l­ vía m�y peligroso que la flota de Santo Domingo p artiera. Ovando desprecia el consejo y el Almirante, sabiamente, va a protegerse del temporal a las co s tas de Azúa.

Los barcos enviados por Ovando rio llegarán muy lejos. A poco de zarpar, la tormem:a hace naufragar las n a ves a C i.! <: refi., ;o,. b ló�e tros de S?.nto Do;nirigo, con l o que se va al fondo del ma.r un riquísimo cargamento de oro con todos

los ocupantes de las carabelas. Mientras tanto, los recién llegados con Ovando se ha­

bían lanzado a una ca rrera furios a hacia las minas de oro de Haina, disp ues tos a· rel;>añar con ufias y di en te s todo el metal que, según c reían, se o b tenía 1.'.:0n facilidad . E ra gen t e nada habituada a las duras labores mineras, lo que no fue un obstáculo para que, llevados por la fiebre del oro, se deslomaran trabajando, mal alimentados, bajo el tórrido clima de la _isla. Pocos días después. e�pezaron a regresar a Santo Domingo, atacados por otras fiebres, las tropicales, que acabarían provocando la muerte de un mi­ ll a r de los recién llegados antes del año, como si de una parábola moral contra la codicia :se tratar�. ·

Fue un duro golpe para la c o lonia. Entre los que se ha­ b í an marchado, y los que h ab í an muerto, a la llegada de

1 . Ursula Lamb, en su biografía de Ovando (Madrid, 1 956),· niega que Roidán estuviese a bordo de ios b a rcos zozobrados. Según e lla.­ existe una cédula fechada en Segovia el 1 6 de setiembre de 1 5 05 en lp. que se ordena un nuevo juicio de residencia contra Roldán, «el que estaba con d almirante .... Tal vez sea cierto que • hierba mala nunca mucre».

.95

I


Ovando había sólo tre s cient os s es enta españoles en J a i s l a, des eprovisiozrndos de todo. Los que sobrevivieron a las fi e bres del oro realiz2.ron pingües nego c i o s con l o � veteranos t r.ocándoles lo qúe traían ropas alimentos. armas- por ti erras de las que eran poseedores por su aman c eb am i e n to con ca cic a s o. h ij as de caciques o porque las habían recibi­ do en el rep ar t o de Colón tras s us acu e rdo s c o n Ro l dá n La si tuación en la isla e r a particularmente dura. Los ex­ cesos de Bobaclill a ha bí an malquistado aún más a los i n­

­

-

,

.

d i o s con los españoles. Ya de s de hacía al gun o s meses los isleños habían ideado una ingenua y t e rr i ble m edida p a ra quitarse de encima a sus explotadores: dejar de cultivar la tierra, en una d ecisión numantina que contribuiría aún más a la desaparición de los taínos. Tal vez fue ra lo . único que podían hacer: l o s in di o s s e­

guían sometidos a permanentes rob o s de alimentos y ultra­ jes a sus mujeres y no todos estaban en condiciones de huir al monfe para escapar a la i m p l a c a b l e mano de los penin­ sulares'.

'Jln ej emp l o de ello era lo oc u rri d o en la región orien tal

a"e . Higüey.

Durante el gobierno de Bobadilla, un e s pa ñ ol de . apellido S al amanca para div �rtirse, le habíá echado a uh cacique un perro bravo entrenado para ma t ar indios. De­ lante d e su gente el can d es t roz ó horrorosamente al jefe in­ dígena . Las p romes a s de que Sal aman c a sería cas tigado por el- gobernador j am á s se cu mplie ro n Ovando deci de a poco de llegar, ir a fun d ar Puerto Real, cerca de la anti gu a La I s abela, en el norte de la isla, para lo cual circunnavega en d i rec c i ón al este. Cuando desem· barca en la isla . Saona, en el extremo suroriental. los indí­ genas del :f!igüey lo a t a can para ve nga rs e del crimen de Sa­ l am anc a y de lo s atropellos y exacciones de los .españoles. É s tos tieneí.l a sí una buena oportunidad p a r a tomar repre­ salias y c onver ti r en esclavos a los rebeldes. Derrotados, l o s caciques ofrecen s ometerse. La m:itad de .la merca.ncía hu m ana capturada se separó par a l a Coron;:l, española. A la reina Isabel, a la luz de los inforrnes-·qu� )e l l e g an de españoles quejosos de no p o der expl o t ar suficientemen­ te a l os nativos, le p re o cu pa «la mucha ljb.er!�Q. que.los in­ dios tienen », y c r ee que por esta razón de la c o n ve rs aci ó n y c omun ic a ci ón de los erl.stHfüos:;;,�· AÜn­ que se les qJiera pagar, argumenta l a reina en la cédula real de M e di a del Campo de 1 50 3 , «no quieren tral>ajar y andan vagabundos, ni menos los p u e d e n haber p a ra tj�c,

.

,

«huy$,n .�.;�.�-:ªP�r.Jan

n


A. Ún dé acab ar con Jos males de Ja «libertad» de !os indios. orden.a a las autoridades españolas. que «en adelante, compeláis y apremiéis a los dichos indios que tra­ ten y conversen con los cristianos . . . y trabaj en en sus edifi­ ci os, y en co ger oro y s a ca r oro y otros me t al es, y en hacer ·trinarlos».

granjerías y mantenimientos», a cambio de j orn al y comida. Era e] pr in cipio dr. la encomienda indi a n a . El mundo de los indígenas t�nnina de .desmoronarse: sus .caci q u es que­

dan reducidos a simples entregadores de sus s ú bd i tos a ios alguaciles y vi s i tad9res para ser encomendados a los· espa­

ñoles como mano de obra barat a y como he m b ras de cama.

Los que tienen de z:-echo a indios de encomienda piden con excesiva frecuencia m uj e res jóvenes para. nutrir sus se­

rrallos.2 Ovando quiere po n e r orden t ambi én entre los castella­ n os. Comienza con los más débiles, obligando a contraer

m atrim on i o a los que, s ob re todo en el

interior

d e la isla,

estaban amancebados ·con indias que disponían de tierras

y de un

bu e n número de naborías o s i rvientes . Los españo­

les acata..--i la ord en a regañadientes, temeros os de que· ei

gobernador les quite, como ha amena�ado, sus sirvientes

o· esclavos. Las Cásas. apunla, tal vez exageradament"e ))or­

.que idealiza a.los indios, que algunos castellanos, «aunque hijosdalgo eran, y pudieran [te n er] muy a han.fa suya viY.ir­ co n los padres de aquellas señ or as (indias] y con e ll as , pu�s'. :""'; eran reyes y reinas y de noble sangre, [...]era tanta su amencia 3 pre suntu o s a y soberbia de te s t able y menosprecio que

tenían por ·aquellas gentes . . . que no les pudo venir torm ento, después de la m ue rte, que m an da rlo s con ellas casar, teniéndolo por grandísimo de s h on o r y a fren t a . Pero para no perder el servicio y abu ndancia y señ o rí o que con ellas poseían, tuvieron qu� pasar carrera». Semejf!..nte sacrificio les valió de bien p oc'o: Ovando, tras hacerlos. ·pasar por la vicaría, les quita los indios, tal vez «considerando que ellos,

por es tar casados con indias

h a bí an asimilado su misma calidad s o c i a l inferior y, po r tanto, no merecían tener re­

partimientos». 4

2. «No es sorprendente que los encomenderos pidieran criadas. Como lo observó el obispo de México, Ju.an de Zumárraga, en su bien conocida carta de 1529 al emperador, esas criadas eran en la mayoda· de los casos también concubinas.» Magnus Morner. op. cit. 3. Es decir, su falta de seso. 4. Frank ivíoya Pons, La Español en el siglo_ XV[� Santiago, Re­ pública Dominicana, 1973. 97


Efectivamente, oara un español

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res de la sociedad colonial. Años más tar_de f ray Bernardi:

no de Manzanedo apuntará que «muchos de los que e stán casados con las di chas c ac i cas y de aquí adelante se casa­ rán, son perso nas de poca estima y manera». Una cosa eran los encuentros sexuales ocasionales

o

el concubinato.con

una india -la Conquista había sido cosa de hombres sin

sus muj eres y, po;- tanto, todo estaba justificad.e-/ y otra una india en matrimonio indisoluble. La mayoría de los españoles pre ferí a n casarse con pros­ t i tuta s biancas o moriscas antes que con mujeres indias, y no dudaban en abandonar a sus concubinas y a los .hij os habidos, para despo s ar una europea cuando ésta aparecía. Años más tarde habrá tal demanda de mujeres península· res, que se autorizará la exportación a las Indias d e rame­ ras y esclavas blancas para que los indianos no tuvieran que desposar « gente tan ap artad a de .razón».6 Es sólo una e dulcorada explicación romántica suponer que e l mestizaje surge como consecuencia de. la ausencia de prejuicios de los espafi.oles res p ec to de la población na­ L� va. Üc América, prejuicios que sí tuvieron, en cambio, los anglosaj�nes. Como dice Salas, «la falta de Tepugnan cia y de inhibiciones ante un hecho elemental y placentero no pue­ de ser confundido con la falta de prejuicios>>.7 Aunque se registraran casos de: genuinos amores de es­ pañoles por indias, éstos son más bien la excepción. Pegue­ ro destaca «el preternatural odio que los españoles tienen muy distinta unirse a

5. La compañera sexual era intrascendente. «Que nadie en es tas panes, teniendo casa, se p ue de estar si n tener mujeres, es pa ñ olas o in d i a s » , afirmó el conquistador de Venezuda Ju:m de C a rvaj al . .(Cit. r�or Juan Friede, Los 1·Velssr en la. conq!.!ista de 17e:-:ez.úe!c., Car-.acas.

1961J

.

6. Por real cédub del 23 de fe bre ro de· 1512 se autorizó la entra­ da de esclavas blancas, en su mayoría moriscas, en las Indias para que «puedan servir a los vecinos d e aquellas partesn, a fin de evitar el matrimonio de españoles con indias. Las autoridades de La Espa· ñola protestaron contra e s t a importación argumentando que había.mu.!' chas mujeres y doncellas de Castilla que eran conversas -otra mino­ ría que su frí a el rechazo de los cristianos viejos-- y que las esclavas vendrían a competir con ellas en la caza de maridos. Se suponía que las conversas perderfr.n frente a ias esclavas, «por io que podrá resÚi· tar mucho deservicio a nos e daño a la dicha isla».. Pero no les hicie· ron caso. 7. Alberto M. S alas, Crónica florida del mestizaje, Buenos Aires, 1960. 93


a ios indios», lo que se contradice con el «entrañable amor [que s i e n ten] por lo que ellas de sus entrañas producen; y ts pc:nsión pr.qpia de ia naturaleza despreciar aquello mis­ mo que se apetece».• Ei Inca G arc ilas o de la Vega narra una sabrosa historia ocurrida en Guatemala algunos años más tarde. Un nume­ roso grupo de españolas ca.zafortUJ.1as llega a Nueva Espa­ ña con Pedrn de Alvarado, dispuestas a conseguir marido. Para darles la bienvenida .al conquistc.dor y a «las mujeres nobles» que con él habían llegado "hiciéronle por �l pueblo muchas fiestas y regocij os y en su casa muchas danzas y b a iles que duraron muchos días y noches. En una de ellas acae c ió que, estando todos los conqui s tadores s enta 9.o s en una gran sala m i rando W1 sarao que había; las damas mira­ ban la fiesta desde una puert4 que tomaba fa sala a la lar­ ga. Estaban de trás de tina antepuerta, por la hon estidad y por estar encubiertas. Una de ellas dijo a las otras: »-Dicen que hemos de c a s a rn os con estos conquista­ dores. ,

»Dijo

otra:

,,_¿Con estos viejos podridos nos h emos de casar? Cá­ sese quien quisiere, que yo por cierto no pienso casar con ninguno de dios. Dolos al Diabiu. Parece que escapan;m del infi e rno, según es tán estropeados: unos cojos y o tro s man­ cos, otros sin orejas, o tro s con un oj o o"tros con media cara, y el mejor librado la tiene cruzada una y dos y más veces ·

,

..

»Dijo la primera:

»-No hemos de casar con ellos por su gentileza, sino .para he red ar los indios que tienen, que, según están viejos y can s a dos se han de morir pronto, y e n tonc e s podre�nos escoger el mozo que queramos en lugar del viejo, corrio sue­ len trocar uaa c3.ldera vieja y reta por otra sana y nueva. ;>lJn caballero de aqu�l l os viejos que es ta ba .a un lado de la pt.icr-ta (en quien las damc.s, po.r mirar lejos, no habían pue sto los ojos), oyó toda la plática y, no p u di e n do sufrir escuchando más, la atajó, vituperando a las señoras con pa,

8. Luis Joseph Peguero, op. cit. Esto lo sabía bien el Inca Garcila­ so de la Vega, hijo natural del capitiri Garcilaso de la Vega y de la ñusta Chimpu Ocllo, sobrina del emperador Huaina .Capac. Su padre abandonó a la ma<lre de su hijo para desposar a la castellana Luisa �1artel de los Ríos. Chimpu Ocllo se casó posteriormente con un oscu­ ro soldado español. «Pocos ha habido en el Perú que hayan casado con indias para legitimar los· hijos naturales y que ellos heredasen», ' escribe el lnca Garcilaso.


labras afrentosas, sus buenos deseos. Y volviéndose a los caballeros, les contó lo que había oído y les dijo: »-Casaos con aquellas damas, que muy buenos propó­ sitos tienen de pagaros la c o rtes ía que ,les hiciereis. »Dicho esto se fue a su casa y envió a llamar.a un curn, y se cas.ó con una india, mujer n o ble en quien tenía dos ,

h!jos T!atura1.es .Ouiso .

legitimar:os para que heredasen sus

indios, y no el que escogiese la señora para que gozase de lo que él había trabajado y tuviese a sus hijos por' cri ados o esclavos.» 9 A diferencia de estas co dicios as españolas las mujeres in dígen as se sintieron, en general, atraídas por los e uro peos. «Según la índol.e ge n e ra l de las mujeres, qu e les gusta más lo ajeno que lo suyo, éstas [las indias) am an más a los cris·

tianos», reflexiona P.edro Mártir.

Los españoles aparecen como un o bj eto sexual atracti­ vo para las hembra; indígenas por varios moti�·os: son dis­ t in t os de pi e l y de cabellos, ir su t ismo estatura · física en algunos casos, rop a s con e t ales y c l ores desco noc i dos y poderosos, triunfadores sobr e sus propios

..�color

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o

,

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hom­

�,

bres:;�:�son muy amigas

de los cristianos -dice Fernández

de Oy'iedo con respecto. a las ml.ljeres de Cueva- porque. dice�·que son amigas de hombres v a liente s y el las son más incli�·adas a hombres de esfuerzo que a los c o b a rdes y nocen. la ventaja que hacen a los indios. y quieren más a los gobernadores· y capitanes que a l o s otros inferiores, y se tienen por más honradas cuando alguno de los tales las quiere bien.» La sexualidad de los e sp añoles parece haber sido más rica que la de los varones in d i os. Dos siglos más tarde. en sus reducciones de indios guaraníes (pertenecientes a un mismo tronco étnico que los arahuacos de La· Española); los jesuitás tu vi e ron que imponer·µn toque de campana a ias diez de la para re'7ordarles a los m a ri dos que cum­ plieran con el deber conyugal. ·A muchos c ro ni st as les llama la atención la falta de ce­ los de lo s hombres indígenas, lo que indicarít-.:::inúgin'an­ a us en c a de p a si ón Se puede supone r, además, que los es­ pañoles, por zafios que fuesen, provenían de una c ul tu ra en ge ne ra l más compleja y refinada que lá c!.e. los in9,íge­ nas. Si por un l a do eran víctimas muchos. ,

co­

noche

i

.

,

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de

rn��'�P.t-eJuü:iQS

9. Inca Garcilaso de la Vega, Historia general áel Perú, Buenos Aires, 1944. IC>O


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�:6�·i.'

sexuales que los nativos, por el otro tenían una mayor · ·):.._, fisticación relativa. Ei psiquiaú-a e historiad.or venezolano Herrera Luque.'º . cree que los castellanos «dejaron fuera de combate, en sen-

' tido real y me.fafórico, .a los hombres y, fahos de muj ere s

de su raza, se unieron con las indígenas», porque <1la actitud del indio frente a su mu j e r era un atentado a las ne cesi­ dades psíquicas más e'lementales, como son la segur ida,d por la vida y el ·afecto. El méri to político del espa ñol estriba en ha�er c�nalizado e l resen. t imiento secular qué la india t�nfa por sus dueños y en haberle t:oncedido la mínima sa­ tisfacción que todo ser humano requiere». Pero además de. la p asión y las exige nc ias afectivas, es­ pañ ol es e indias se unían por i n te reses. Para el europ eo , amancebarse con una india cacica o hija de cacique era un modo de apropiarse de su parcela de poder dentro del mun­ do indígena. El ga n a p á n castellano que en su país no podía siquiera soñar con unirse a un a mujer de familia hidalga, en las Indias tenía .acceso a un estatus que, con u:q poco de fantasía, podía as imi larse al de la nobleza, con toqgs sus atributos <le tierras, sirvientes y respetabilidad soci a !_... en­

tre lo� indígenas. A su vez, la i ndia descubrió bien pronto que si nq ella, al menos sus hijos, tendrían un destino ínás p romisori o en:;. t an to mestizos, que si fuesen indios puros. ·«Sus hij<?._s, de._\., piel más blanca, eran siempre una aproximación hG!cia el mundo del dominador, una lenta pe ne tración en las casas s eño r ia les y en lo:; blasones.» Su descenden cia mestiza con­ seguiría escapa r .«de los lavaderos ele oro, del tribu to de la en co miend a de las i n fi �i t a s opresiones y cargas que en

..

,

,

Ja práctica y en .los hechos sufría la raza vencida. De es ta manera las mujeres indígenas fueron el vehículo más acti­ vo y eficaz de la c olos al experiencia ¿¿ transcuituración que súpuso la Conquista de América, como e,l hombre español fue mejor conductor de los elementos indígenas recibidos por la cultura occidental, que la mujer europea»." Pa ra la india, conve rtirse en m<'!nceba de un español era, ademá s, un seguro de supervivencia, lo supiera ella o ho. Le permi10. Froncisco Herrera Luquc, Los viajeros de Indias, Caracas, 1975. El « resc:ntirniento· secular» es improbable que haya existido, pues los seres humanos tienden a adaptarse a su re:i.lidad cultural (y físic<!). M3s acertado sería imaginar .que los indios perdieron a los ojos de las indias, en comparación con los ibáicos dominadoq�s y triunfadores. 11. Alberto M. Salas, op. cit.

10.L


(_:

tía poner aunque má�no fuera, la punta del pie en el terri­ t o r io cultural de su·a �o y s a lvars e , ella y su descendencia, de la ca�á-s[fofe a 'la s ba conden;do s l os indígenas. Pero, además de las cu estiones prácticns, ¿había verda­ dero amor , tal �orno lo entendemos hoy, entre las indias y ! o s españoles? � El aniropólogo .?\faldonado de Guevara 12 cree que no era «Eros quien andaba enredando entre los blancos y la indias, •ni quien matiza y .afirma sus relaciones. Es neces¡i­ rio buscar por o tra parte el medio de interpretar el .caso corriente de que las indias en poder de los españoles se en­ t regab an a ellos enteramente: eran sus mejo res auxiliares para sus de ba te s con los indígenas y con un desinterés y una lealtad emoc ion an te y a toda prueba». Para el antropólogo hay que recurrir a los mecanismos de la llamada mentalidad primitivá, en la qu e lo mágico se mezcla permanentemente con lo (eal tangible, para expli­ car ese exfraño fenómeno. Y la d ave cree enc ontrarla en )a entrega, «el estado inmodificable en que se encuentra el que está en contacto y, por eso solo, bajo el infl ujo de las artes de un hechic.ero o de un esoíritu. Es un estado defini­ t� \,-o y t:-asc�¡1.:!c·:ital, q-;.i.� .:;r:t:·.:.1�a una transform.ación del 1 ser anterior. Quien se considera entregado se siente escin­ ¡ dido y separ ado de su condición anterior. La entrega lo se­ , para de su grupo social y de su a uxiiio . Le sería pel igroso volver al grupo o que, estando en el grupo, s e supiera que estaba entregado>� .. «Al ver escindidas todas sus anteriores relaciones -pro­ sigu� Maldonado de Guevara- siente que las sustituye y c ompens a con la nueva relación. A ésta, pues, pide todo lo que las otras dejan de serv irle , y _lo pide imperativamente. Pide el nu�vo auxilio en sustitución del antiguo. El hechi­ c ero, su nuevo señor, no puede abandonarlo. Tiene que asis­ tirlo y hasta halagarlo: para eso está entregado con la re­ nunciación que esto supone. »Las indias que libertaba Colón no q uerían ser libcria­ das. Estaban entregadas ... temían, además, la vuelta a su poblado.»

9.Ue � ta n

12.

, 102

Francisco Maldonado de Guevara, op. cit.


EL ASESINATO DE ANACAONA

Un e spañol afincado en el reino de Xar agu á tras la reb e­ S e bas ti á n de Viloria, escrib e a mediados de 1503 un a carta al gobernador fray NiCol á s de Ov.ando. En ella l e da cuenta de una conspiración en c u rso entre los indígenas lid erados por Anacaona, heredera del reino tras la muerte de su herman o Bohechío, con el fin de alzarse lión de Roldán,

... v.:it.-..:. �ü::;

do:w.inadorcs

bl�.::cos ..

·

La situación es verd a de ram ent e explosiva entre los in­ d íg enas de La Española� abrumados por los at rope.l los de los· extranj eros . Los p reparat i vo s que den u n c ia Viloria pa­

rec e n ser un os más entre las voces de insubordinación que co rren entr.e los .ya diezmados i nd ígenas. Ovando decide

aplastar la revue lta en ciernes de un modo ejemplarizador

antes de que se produzca y anuncia a Anacaona que va a

realizade una visita, la primera de su gestión.

Es la vieja técnica de aterrorizar que los españoles em­ plearán con mucha frecu e ncia en América. El comendador de Lares t i ene un motivo de más para actuar con toda seve­ . ridad; Anacaona está reputad a como un monstruo de lubri­ cidad entre los espaiioles, tan hipócritamente moralistas como lascivos, y al gobe rn ado r se le presenta una magnífica oportunidad de cultivar esa vieja afición hispánica de � rnezclar el sexo con la muerte. El c ron i sta oficial de las Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, la describe como «una mujer que tuvo algu nos ac­ tos ser11ejantes a los de aquella Sem!ramis, reina de !os así.. rios, no en los grandes hechos que de ella cue n ta Justino, :rü t2.mpoi:o en hacer matar muchos con quien se ayuntaba, ni en hacer traer a �;us doncellas paño$ menores en sus ver­ gonzosas partes. Porque Anacaona l)Í q u e rí a sus c r i ad a s tan

!


honestas, ni deseab? la muerte de sus adúl ter os; pero .que­ en muchas otras suciedades libi­ d inosas le fue semejante». La cacka de Xaraguá sentía debilidad pór los españoles y sólo con ellos practicaba ciertas artimañas sexuales espe· ciales que Oviedo no especifica, larnentablemente.1 «Era muy deshonesta en el acto venéreo con los cristiano.s y por esto y otras cosa� semejantes quedó re p utada como la más disoluta mujer que de su manera ni otra hubo en esta isla. Con todo -reconoce- era de g rande ingenio y sabía ser servida y acatadú y remida de sus gentes y vasallos y aun de los vecinos.» No c aben dudas 1de que Oviedo utiliza esta descripci�n p ara exculpar a l os españoles. « Toda la suciedad de fue� go de l uj uria no estuvo en los hombres de esta tierra . . . escribe, dando a entender que los varones i b érico s no eran más que·:victimas· 'inocentes de las provocaciones de las ría la multitud de e llo s y

•••

indi�s.

.;·�·

Pedro ·Mártir de Anghiera

la d escrib e

como ur¡.a « muj e r

educada;. gr ac i o s a y discretísima» de actitudes

ras y pat.ifistc,s.

conciliado­

D� señora «de gran prudencia y autoridad,

muy palañeiana y graciosa en el h�tblar y en sus meneos, fue inuy devota y amiga dG- los cristianos desde que ccimenz6 a ver y a comunicar con ellos», l a califica Bartolo­ mé de Las Casas, para quien su reino era un paraíso terre­ nal: la provincia �e Xaraguá constituía «Cuasi la corte real de toda esta isla, donde en la p ol i cía y en la l engua y e·n la. conversación y en la hermosura de lp.s gentes, _hombres y mujeres, en l os aires y ame ni d a d y templanza d e la ti e rra , 3 todas las provincias de esta isla excedía, y así, en aquella más q u e en las ot ras (puesto que también en t od as) , había grande apa rej o para vivir desenfrenadamente los pecado­ res hombre s , zambullidos en vicios». Ovando se proponía poner orden en la repartición de in­ dios y tier ra s que por su cuenta había hec:ho Roldán entre sw; cómplices. Por el acuerdo del cabe cill a con Cristóbal Colón, el repartimiento había a dqui ridb .características feu­ da] es con 'der ec hos hereditarios a la propied�d ..de las tie­ rras y po der absoluto sobre los indios. Los bri'2.���gz'i'deros y que

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.

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l. " ... fácilmente a los cristianos se concedfa.n o no les negaban sus personas. �·!as en este· C:!.':e esta cacica usaba otra rn:mera de Jj.

bídine...

i04


eran responsables ant e el alcalde mayor y no ante la Corona

o su ;-cpresentan.te.

El gobernador corni e nz a pqr e n carce la r a Roldán.2 Lue­ go se dirige a Xaraguá, distante 300 ki lóme tros de Sanio Domingo, acompañado por tresciento:; inf an tes y s eten ta sol­

dados de caballería. Pes�··;;· q�� A.i{��aona y los suyo s hacía años que eran víctimas de los atropellos cle los españoles, l a re ina de Xa­ raguá organiza grandes fiestas para recibir al gobernador. Para ello m a nda lla:rn:ir a sus caciques y a centen�res de sus súbditos a Yagua.na, la población central de la provin­ ci a que gobernaba. Un día de fines de mayo de 1503 Anaca!'.ma y s u corte salen a rec i bir a Ovando y su ejército con bailes de jóvenes provistas de hojas de palma. canciones -los areitos- y otros festejos. «Anacaona trató al gobernador con l a gr a ci a y d ignid ad natural por la que era celebrada. Le dio para su residencia la mejo.r casa de la población. Por muchos días fueron regalad os los españoles con l a s riquezas natu­ rales q ue daba la provinc ia y los divirtieron con numerosos ' juegos y exhibiciones.»1 La ·"reina había apren dido a hablar español. Peguero� cita un diálogo, real o imagin ar i o entre Anacaona y Ovan­ do, poco antes de que se pre c ip it aran los acontecimie1!7t ós, mientras ambos se encontraban gozando de los banquhes de los xa ragu anos «-Comendador, ¿cuándo me cristianas?, porque sólo faí: ta esta grandeza a mi corona. Yo sé ya los rezo s de Castilla que me ha e�sefiado Céspedes [uno de los reconciliados hom­ bres de Roldán]. pero quería saber cómo me llamaré cuan­ "

,

.._

.

do sea cristiana.

»-Ana, quitando el caona. . »Tras lo cual [la reina] ordenó a sús súbdit o s que la lla­ maran Ana de Cas t illa y de Xaraguá.» Cuando llegó el m o:.nen to en que Ovando y los suyos tu· vieron que re tril? uir los homenajes, el comendador de La­ res trazó un frío y cruel p lan Con la excusa de que sus cab alleros iban a hacer exhibi­ ción del juego de cañ as. el goben1ador ordenó que en lugar .

2.

Ursula

4.

Luis Josi:ph Peguero,

Lamb, op. cit.

Como se recordará, la biógrafa

norte-'·--··

americana del comendador de Lares niega que Roldán hubie1·a muerto en el naufragio jtmto CO:l Bobadilla, como afirman muchos cronistas. 3. Washington Irving, op. cit.

qp.

f�_t,

:-10.5---


de cañas se armaran de .lanzas de ccníbate para· hacer el simulacro. Los peone� tambjén recibieron 'instrucciones de ir armados. Anacaona y su hija Higueymota piden perm i so a Ovando para que ellas, sus cac i ques y su gente puedan asistir a los juegos de los españole!; en la plaza principal de Yaguana. Una multitud de indios desarmados se reúne en torno a su reina. El gobernador, que estaba tranq�ilamente jugando al herrón ·

para disipar toda sospecha, dice a Anacaona le transmita a los caciques que se reúnan en la casa grande, el caney, por­

que antes tiene que ir a darles sus instrucciones. Ovando abandona su juego y se coloca en un lugar bien visible. De acuerdo con lo conven i d o, pone la mano en su

pecho tocándose la cruz de oro que llevaba colgada. Es la señal para iniciar la carnicería. Los soldados se abalanzan sobre los indígenas y los pasan a cuchillo o los matan con

sus armas d� fuego. Hombres, mujeres, ni.ñcis1 caen en me­ dio de la gritería y el espanto. No hay piedad para nadie. Algunos soldados que intentan salvar a algunos por compa­ sión o para apoderarse de ellos como esclavos, ven frac a sa dos sus intentos por !;us compañeros, que, en medio de la fiebre de sangre desatade; no perdonan a uc.dic. ­

Mientras tanto los aos oficiaJ.es del gobernador, Diego Velázquez y Rodrigo Mejía Trillo, ya habían ence rrado a

los ochenta caciques en la casa donde les habían mandado quedarse. Atados a lo�; palos que sostenían la construcción:

fueron sometidos a torturas p ara que confesasen.su supues­ ta conspiración contra los españoles. Bajo el tormento, Ovan­ do oyó de los indios, «entre los que había alguno que no

llegaba a los diez años», lo que quería oír. Anacaona comienza a dar gritos «Y todos a llorar dicien­ do que por qué causa tanto mal; los e�.pañoles.dans_e prisa a maniatarlos; sacan sola a A"'1.acaona,.maniatada; pónense a la puerta del caney .. gente� armadas, que no salga nadie; ....

.

pegan fuego, arde la casa, quémanse vivos lo s seres y reyes en sus tierras desdichados, hasta quedar todo, con la paja

y

la madera, hechos brasas».! En medio de la confusión la hija de la reina de Xaraguá, Higueymota o Ana de Gueyara, consigue esc ap a r de la sol­

d.adesca, escondiéndose en un retrete.6

Bartolomé de Las Casas, op. cit. "· T-l:•rnanao de Gu<"vara, su esposo. debe de haberse encontrado en la isla cuando estos hechos ocurrieron. Como capitán de una de las n..lves de la expedición de Alonso de Ojeda. la Santa Ana, regresó 5.

10'6


Los pocos indios que logran sobrevivir son re d uc i d os a ia t:sd&vitud y r.;:pai'tidos, e:n p&rte:, entre los o ch e nt a espa­ ñoles de Xaraguá que duran t e años "I?abían esquilmado y maltratado a lo;; xar a gu an os. Los peninsulares, además, re­ cibieron de manos de Ovando tierras, según la nue'va 1.egis­

lación que prim aba los intereses de la Corona y acababa

con

anteriores privilegios feudales de los pobladores.

La reina su . frió resignadamente numerosas v ej acion es y,

tres meses más tarde, �·por hacerle honra», como dice Ovie­

do, fue ahorcada «por conspiración», probablemente eh Ya-.

guana,

aunque hay cronistas que sitúan su ejecución en San­

to Domingo. Anacaona, cuyo nombre quiere decir «flor de

oro», tendría entonces unos treinta años ·de edad.

Peguero explica esta a tr o z matanza por las insi di as de Vi­

loria. El español, dice, había qu e rido casarse con An acaona para convert irse en r€ly de los xaragua...1os y hacer caciques

a sus amigos peninsulares, como base para apoderarse del

conj un t o

de la· isla. Ante la negativa y el rechazo de la gentil

reina, urdió Ja trama qu,e contó a O v an do para vengarse- de ella. S emej an te vileza no era infrecuente ent re aquellos hom­ bres, p·:ro, lamentablemente, Peguero-que es cribe ·en San­ t0

Don.:.iri:;o cll e! d::;lv xvm-r;,o dict: .::k Jónde sa.::ó t!Sú� d.:J.tü:;;.

Según él, tras la carnicería, Céspedes, el que había cate­

quizado a la rei n a, confiesa al gobernador que todo había

sido un com plo t de Viloria. Ovando, arrepentido, manda prenderlo, pero éste ya ha desaparecido. El remordimiento carcome al comendador por ordenar la muerte de una mu­

jer

que quería ser c'.ristiana, antes de su bautismo. Es una

buena historia, pero no se explica por qué tres meses más tarde Ovando mandó colgar, de todos modos, a Anacaona. El resto de los croni s t as · no c onsi guen aclarar las cau­

sas · de la terribl� pJatanza de Xaraguá, que tendría conse­

cuencias insospechadas. Au..;que hubiese habido ·una cons­ piración en ·marcha, O vando y sus oficiales sabían que podía

desde Tierra Firme en setiembre u oc tu b re de 1502. El pleito entre Ojeda y sus socios 2cabó en sentencia dictada el 4 de mayo del mismo año. Ojeda apeló al día siguiente y la absolución final, dictada en Se· govia, es de novi.::mbre de 1503 y la ejecutoria de febrero de 1504. Se supone que éste partió a España poco después, pero de Hernando de Guevara si� pierden los rastros. «Ignoramos cuándo volvieron a Es­ paña Hojeda y su gente y aun si regresó también alguno de los buques de su e:1:pedición», dice .Martín Fernández de Navarr'<te, Colección de los viajes y descubrimientos... , Madrid, 1829. No hay noticias de que Gnevara hubiera estado durante la matanza de Xaraguá. 107


ser abortada con métodos m.uchísimo menos sangrientos, como la simple detención de los prin c ipa.les caciques. En Jo acaecido hay una dosis demasiado evidente de sadismo gratuito, cuya única función pudo haber sido la de aterro­ rizar aún más a Jos nativos de la isla. «El castigo ... de Ana­ caona y sus secuaces -dice el cronista Oviedo, que repre­ senta el punto de vista oficial- fue í<m espantable cosa para los indios que, de ahí en adelante, asentaron el pie. llano y no se rebdarcn rnás.,, En otras palabras, fue una medida eficaz, y punto .

La n ot i cia

se difundió por Europa, dando origen

a

la le­

y enda negra sobre la conquista española de América. Isa­ bel la Católica, enterada del es pantoso suceso, juró delante del d u que de Alba que Ovando pagaría por el genocidio. Pero la reina castellana estaba ya muy enferma y su m.uerte. acae­ cida en 1504, no le pe:-mitiría cumpl ir su promesa. Ovando, un eficaz ·fundonario de Estado defensor de los intereses de la.,f:orona,··seguiríá gohernando La Española hasta 1509, afio ·t:n1'-quc:: volvió· a''Españ.a con todos ,los hono.res. Y,;)amell.tableme:rüe, no es ésta la única biografía de go­

bernadores de Indias que recibió la bendición y los ·pláce­ mes de .la Corona pes e a sus horrorosas crueldades:Pe·dra­ rias D�vila,. años rná.ftarde en Panamá, repetirá la historia .

de atr.ocidades sin numero que no sólo jamás fueron puni­ das por los mona.reas, sino que le sirvieron de eficaz tram­ polín en su exitosa carrera administrativa. Frente a estas prácticas, la cristiana compasión de-las incumplidas Leyes de Indias parece una broma de mal gusto. ccTal es la historia trágica de la deliciosa región de Xa­ raguá y de· sus amables y hospitalarios habitantes; lugar donde los europeos, se gún sus propias pin1uras, hallaron un perfecto paraíso; pero que por sus vil es pasiones llena­ ror. de horror y des¡:¡lación." 7 .

7.

108

Washington Irving,

op.

cit.


LOS INDIOS SE ACABAN ... Tras la matanza de Xaraguá, Ovando mandó a sus oficiale·s la campaña de represión y terro r por'las regi on es de la Guahaba, la Sab ana, Guacayarina y An igua­ yaba, don de se captu ra ro n numerosos esclavos. Un ca cique sobrino de Anacaona. Guarocuya, se e c h ó al m o nte con un . grupo de los suyos en la a b rup ta región de Bahonuco, al-' zándose contra los espa ño les en protesta por la ·masacre, Pero ac a bo , como t anto s Otros, aprehendidó. }"ahorcado en B on ao, cerca de Santo Dominsro. El cronista -Fernández de Oviedo justifka la conti nua ción de la matanza porque los habitantes ·de estas.regiorú�s:'··

que continuaran

<�

eran gente «muy sa.lw1je». "Viví an en cavern as ... subterrá�

neas y he c has en las peñas y montes.1 No sembraban

ni la­

brab a n la tierra para cosa alguna y con solamente las fru­ tas, hierbas y raíces que la n atura l eza producía se mantenían y e ran contentos, sin sentir necesidad de otros manjares; ni pens a.ban en edificar otras casas, ni h a be r otras habita­ c i o n es más que aquellas cuevas donde se a co gían, Todo cuanto tenían,. de cualquier género que fuese, f!ra común y de todos, excepto las mujeres, qu e éstas eran distintas y cada [uno] tenía c onsigo las qu e quería; y por cualquier vo­ luntad del hombre o de la muj er se separaban y se conce­ dían a otro hombre, sin que ·por esq hubiese c el os y renci­ llas. Aquesta gente fue la más salvqj<� q u e hasta ahora se ha visto en las Indi a s . » 2 l. Exactamente igual que muchos españoles en la Península has· ta hace pocos años. . 2. Gonzalo Fernández de Oviedo, O]). cit. «Cada uno llama barba· rie a �quello que_ no es su propia costumbre,,, escribió Montaigne. 1 Ú9

·•


Para conmemorar estas c arnicerías que llamaban « paci­ fi cación », en enero de 1 5 04, el c-omendacior d e Lares man­ dó erigir la ciudad de Santa 1\faría de la V e ra Paz. La villa, poco d e s pu é s será elegi d a como sede metropolitana del pri­ mer obi s p a do de Santo Domingo, s in que se advirtiera la menor iro ní a en estos hechos; el hunl<'r negro e ra entonces ,

involuntario. En el e xtrem o s u rori e n t a l Higüey volvió a l evan t a rs e en 1 504 por las misrnas c a u s as de siempre. Al mando de Cotubanarná, los indígenas asaltaron un fuerte e spaño l con diez hombres y mataron a nueve de ellos. Cuatrocientos sol­ dados batieron a los , insurgentes, « que se pusieron en hu�­ da, qu e d and o muchos muertos y presas las muj e r e s que se repartieron en el ejército » .J « Lo s n a tivo s hicieron prodigios de valor, prosiguiendo la lucha aun cuando estaban gravemente heridos, s acrifi­ cá n� o s e al desvia r de su ruta a los españoles, para lo cual llegaron incluso a arroj arse por de sp eñ a dero s y arre ci fe s suicidándose . . . con el fin de hacer caer en la trampa a l o s soldad9s españoles. Las m uj e res y los niños se suicidaron de la m i s m a manera c uando v i e ro n perdida la causa de sus maridos· y padres . » • El cacique higüeyano fue c aptura do ,

,

,

en la isla S ao na y aj u s ti c i ad o en Santo Domingo. Poco más de U !J. año d e spués de habe!"se hecho cargo de la gobernc.­ ción de La Española, e l comen dador de Lares podía des­ cansar en una isla pacificada a sangre y fuego. Pero ent on ce s tuvo que abordar otro prob l em a impre­ visto. Después de más de un decenio de matanzas y ex­ pl o t ac i ón de l os abo rígenes de La Española, la población había d escen di do alarmantemente a la décim a parte de l a que existía a la llegada de . lo s españoles.5 Y el proceso se­

guiría irreversiblemente hasta ia e xti nción de los taíhos. Cuarenta años más tarde, escribirá Gonzalo Fernán.9,ez de Oviedo sobre las terribles consecuencias de guerras y en co miendas: «Todos los indios de e st a s i slas fueron repartidos

­

Antonio de H e rre ra, o v . cit. U rsula Lamb, op. cit. Esta autora, veráadera hagióg rafo, más biógrafa, d e Ovando es peco sospechosa de parcialidad hacia los

3. 4.

que

indígenas. 5 . De 600 000 que se c2 lcula había en 1492 a unos 60 000, la pér· dida demográfica había sido de 540 000 personas en cifras es táticas. Las C a s as cree que la pobl ación ori ginaria de La Española era de \ 3 000 000 d� almas; fray Tcmás de .Angule, de 2 000 000; e! geógrafo López de Velasco, «más de 1 000 000».

1 10'


y enco.r:nen<lados por el Almirante a to d os

los pobladores . de· mu­ o u e a estas oartes se vin i e ron a vivir: v e s ouinión . . ¿h o s que lo �ieron y hablan de ello c�ri:i o t.estigos de vis ta, que halló el Almirant e cuando estas islas descübrió, un mi­ llón de indios e in di as qe t o d a s las edades . ; d e los cu al es t o d o s y de los que después naci eron no se cr e e que h aya al p r e s en t e, en 'este año de 1 548, quinientas p � rs on a s . . . que sean naturales y de la progenie o e s ti rpe d e aqu e l lo s pri­ ,

.

.

,

meros. » 6

Los sobrevivientes de l a s expediciones de c a s tigo y caza

de esclavos, de las enformedades llevadas p9r l os europeos, del agotador trabajo en min a s y c ampos de cultivos, acaba­ ron por s e,ntir que la vida ya no tenía sen�ido para ellos. Los intentos de resistirse a los extranjeros por las armas, luch� n d o contra ellos, habían fracasado estruend9samente y sólo consiguieron que el terro r se l es metiera �n el cuer­ po. El re cu r so de dejar de cultivar la t i e rra se había v:uelt o en su contra. H ubo quienes optaron por huir a las islas cer­ canas, como el ca ci qu e Hatuey, un sobreviviente de la ma­ tanza de Xaraguá que consigui ó ll egar a Cuba con un puña­ do d e sus hombres. P e ro allí lo. atraparon los c ri sti ano s y !o <]_U e.maron vivQ . 7 « S u vida espiritual [s e ntim i e nt o s creencias, jerarquías] es taba aniquilada, su sistema de vida d e s i n t e grad o , sus cla­ ses dirigentes des truidas . » El i nd i o « tuvo l a sensación de su imp o tencia de su inferioridad, de su esterilidad. La anar quía se adueñó de su m un d o m o ra l y psíquico. Lo que pasa­ ba a s u alrededor era para él enteramente incomprensible. De su familia poligámica, de su desnudez, s e le quería lle­ var a la m o n o g ami a rígida, a v e s t i r se a un Dios único. Se sintió abandonado por sus zemíes p rote ctore s . Su "perver­ sidad" ll e gó entonces has ta el punto de negarse "a los· de­ beres de la reproducción' ' o a usar hierbas para practicar el a borto ».s ,

,

­

,

6. Gonzalo Fe rn ánde z de Oviedo, op. cit. 7 . H a t u ey, seúor de l a Guahaba, f u e asesinado s ó l o por n o sorne­ . terse a- los españoles. C u a n do estaba atado al palo del sacrificio, un sacerdote franciscano trataba de convertirlo al catolicismo antes de que fuera cjec'utado. Hatuey le preguntó s i los españoles iban al cielo. El fra ile le respondió que sí, pero sólo los buenos. « Dijo luego el caci­ que sin más p.cnsar -cuenta Las.Casas- qu;: n� quería él ir allí sino al infie rno, por no estar don de éstos estuviesen y por no ver tan cruel gente. » S. Ángel Rosea!:;lat, La pob lación in dígena y el mestizaje en Amé· rica, B u enos ;\ires, 1 954.

í1

1


Las autoridades españolas no entendieron lo que pasa­ ba. El gobernador Ovando echa la culpa de la crisis demo­ gráfi c a qú e pad e cía su juri s dic c ión al · adu lt e riO" de las _in­ dias con los peninsulares; según él, cuando l as mujeres del país casadas con indios quedaban embarazadas de sus aman­ tes blancos, abortaban para ocultar a sus maddos su infi­ delidad. Es p robabl e que esto haya ocurrido ocasionalmente, pero parece ingenuo at ri buir a estos asuntos de a l c ob a el verti­

cal d escenso de los nacimi entos que amenazaba d ej ar a La

E spaño la sin b razos para t rabaj a r. Lo que s e gu ram en te te­ nía de atractiva esta causa para la m e n tali d a d de Ovando era que ligaba el p ro b l ema que a é l como gobernador se Ie planteaba a la noción de pecado-generador-de"·d e s dichas, castigo divino. El comendador de Lares encuentra que esta s i tuación debe. resolverse, . una vez más, con mano dura y esc ri b e al reyJ-:'.�q1ando proponiéndole � a stigar · a los adúlteros, p.:: rs­ pe qtJ:ya que debe de haberle producido no poca satisfacción . .$.] adúltero y libertin o Fernando el Cat ólic o, con gran exp�r.ienci� en la. materia, es más prudente: ((A lo que decís

del castigo de las m uj e re s indi as que a sus m ari d � s hacen yerrq1> -le res p on de-, paréceme que vos no d eb éi s ac tuar ri guros a men te contra ellas, espe·.::i ilmente no acusándolas s u s maridos, porque de el l o se se� i rí a mucho inconveniente

en st;mejantes cosas que aquí se han de hacer poco a poco; pero a los cristianos debéis amo n e s ta r, de forma que no ven­

ga a noticia de los maridos, porque sería mucho escándalo. »

La declinación d e mo g r áfi c a se había deb id o, en realidad, el adulterio .se gu i d o de abortos no pasab;:t d e ser un c onj un t o de anécdotas. · La c at á s tro fe c e póblación en las Antillas, que s e d esen­ cadenó en s ól o una generac i ón, v o lve rí a a rep e t i rs e en toda Améric a en los años sucesivos después de los primeros a múltiple s causas. e ntre l as que

contactos e n tre aborígenes y europeos. Hoy q u e dan pocas dudas de que l a principal causa de d e s ap a ri ción de l o s in­ dígenas fueron l as enfermedades q ue, involuntariamente, lle1.raron los español �s . Eran do le n ci a"s m icroor­ ganismos desconocidos en ei Nuevo Mundo merced al ais­ · lamiento en que sus habi tantes s e habían" m�r1iºei1i'dü a lo

causadas por

largo de milenio s . Los americanos carecían de ,��Jistierpos, con tra los agentes causahtes· de en­ ferrnedadc;!s co.mo l a vi ruel a, el tifus, la grip�.'T;''i{�t';:rii'o� I� y l a s dolencias eruptivas típicas de la i n fan �i a �.t1.. E.t�r9pa de d efe n sas naturales

1 12


como el s a rai�iJ:dón o la rub é ola Y los e s p año l e s, con sól o haberlas ,padecido, eran portadores de los microorgan�!)WOS que las producían, a los cu ale s ya eran in mun es Pero en el cuerpo de. los indígenas se desarrollaron con una viru­ lencia extraordinaria capaz de aniquil;;tr grup o s . enteros de p ob l a c i ón en corto ti empo « Cuanto más aislada del resto del mundo ha vivido una p ob laci ón -y t a l era el caso de lo:; indígenas de· América-, t an t o más destructivamente opera el c onta g i o de los agen­ .

.

.

tes patógenos, y cu an to más primi tiva era una tribu indíge­ na, tanto más rápidamente se extinguía. » « En los primeros veinte o treinta años, las epidemias, sobre· todo de saram­ pión, viruela y tifus, segar on la vi da de aproximadamente l a s tres cuartas partes de los indígenas. Sin duda, la rec ep tividad de los in dios a las en fe rm edades aumentó porque la disolución de sus formas tradicionales ejerció sobre ellos un influjo deprimente y a veces los impulsó a .darse la muerte.» 9 El me s ti zaje permitiría i n cre mentar las defensas bioló­ gicas que l os arnéricanos puros no tenían, pero buena par- .,. t e de los indios ya e staban c on d e na dos El hambre y la explotación inmi s e ricord e de los n ativos .. como trabaj adores aportaron también su cuota causal � s u extinción, aunque en menor grado que las enfermedades.,.: Los indígenas de l a s Antillas vivían en una e c onom í � qu�'�·. s ó l o en determinados casos superaba apenas lo s límit-es de la subsistencia. Acostumbrados a una dieta eminentemente veg eta riana de fácil obtencipn, ho tenía demas�ado s en t ido para e l los acumular excedentes. Por tanto, no estaban acos­ tumbrados a trabajar duramente para pagar los tributos que les. demandaban los españole s ni para c ompe ns a r las pérdidas qué les provocaban sus constantes robos. Además, ' el agotador trabajo de las minas y lavad.eros d� oro, con sus horarios rígidos, e ra algo desconocido para ellos, que quebraba s u s p ropi os ritmos vit al e s El li c e n c ia d o Lucas Vázquez de Ayllón, trafican te de es­ c lavos .él mismo, s e sorprende de lo que considera debili­ dad natural d e los indígenas: « Es gente que de s ól o vivir en orden 'º se muere, aunque sea holgando, como parece por las muj e res de esta nación que se han casado c o n espa­

.

...

.

.

9. Richard Konetzke, op. cit. 1 0. Naturalmente se refieren a genas.

su

orden y nq al,J>rden de los indí­

1,. 1 3


ñoles, que con ser tratadas c o rn o es razón que los hombres traten a sus propias muj eres sin ent�n der en cosa de traba­ j o, andand o siemp re vestidas y durmiendo en cani�rde Cas­ tilla y comiendo buenos manjares, son muertas la mayor p ar� e y más, y l a mayoría de ellas que s on vivas. viv en héti­

c as y doii entes. » Las masacres de am e ri c an o s perpetradas d urante las guerras de <tpadficación» contribuyeron. por su po.rte, a menguar e l número de ind í g ena s Pero no se pu ed e afirmar, como ha hecho la leyenda negra, que ia extinción de miiio­ nes de indígenas se debió principalmente a las c ampañas a sangre y fuego realizadas por los españoles contra los abo­ rígenes. E s to implicarí a a tr i buirle a las rudimentarias ar­ mas de la época la capacidad de s truc t iva de las b om b as nu1 cleares. .

Por último, la á.p ro pi ac ión de gran cantidad de mujeres por parte de los es paño le s en muchos casos, quitó a los i n di o s la posibilidad de d i s p on e r de vientres para pro c re ar y contribuyó a su m i rl os en el estado d e d esc on c i er t o y de­ presión an í mica que Nicolás Sánchez Albornoz llama « de­ ,

sengaño vital». Fue ésta, en definitiva, l a causa última de

sus ne g at iva s a vivi r o a reproducirse -incluso practican­

do abortos-, y de :;us d e cisiones de a c ab a r con sus sufri­

mientos por me d i o del suiddio.

«Y por tales tratamientos -escribe el franciscano Ge­

róni m o de Mendi eta-, 11 viendo . los desventurados indios que debajo de l cielo no tenían remedio, comenzaron a tomar

por co sfomb re ellos mismos matarse con zumos de hierbas·

ponzoñosas o ahorcarse . . . y hombre .bu.bo entre los españo­ les de aquella isla [La Española] que se le ahorcaron o 'ma­

t a ron de la manera dicha más de doscientos indios de los

que tenía en su enc omien d a . » Era �u última protesta contra la destrucción de su m un do cultural y su esclavización. B a n:olomé de La:; Casas cita el c a so de un grupo de in­

dios que, habiendo decidido suici d ar s e colectivamente, se· enteraron de que su encomendero español iba a e s tar con

ellos en el cielo o en el infierno, lo que fue sufi c ien te para que se qui t a ran de la cabeza la idea de matarse.1� l J . Fray Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiáslica indiana, li­ bro l. 1 2 . Fernández de Oviedo dice que los indios, « por su pasatiempo se mataron con ponzoña para n o trabajar y otros se ahorcaron con sus manos propias y a otros se les recrecieron tales dolencias: . . que en breve tiempo los indios se acabaron » . 1 14


Etnias i n d í ge n as sin ningún parentesco ni comunicación rec!..!.r-:rierc� a 1a Volu:::. ta:ri2. au.tce;"ttinci6n, incapa­

e�t:-e si

ces de soportar la i n_v as ió n y el expolio de Jos extranj eros. Añ os más tarde, e� e l Perú, « fue t:mto el abc>rrecirniento que nos tom a ron » l os indios, cuenta Cieza de León, que sus muj eres « se a h r a b an de sus cabellos o de los mau i:e s , de los árboles, y aulland con gemidos lastimeros dejaban allí l os c ue rp o s y abajaban las ánimas a l o s infiern o s » . En La Españ o l a l a d ec li n ac ió n de la pe>blación autócto­ na, en primer l ugar, dio nuevos i mpuls o s a la caza de e s cla­ vos en las islas vecinas llamadas hasta entonces las « islas inú tiles" porque carecían de yacirnien:tos de oro y a la irp­ p or t ac i ón de africanos esclavos que ya habían hecho su apa­ rición con la l l egada de Ovando. Se l anzan numerosas « armadillas" a las otras islas y a Tierra Firme, e x pe di cione s esclavistas con el propósito de c ap t ur a r in dios que, por su real o supuesta condición de antropófagos o por re s i st i r se a los e spañ o l es, eran pas i b l es de esclavización. Estas armadillas, con intermitencias, se prolongarán d ur a nte muchas d é c a da s y sus e fe ct os están hoy a la vis ta: las An till as se de spob l aron de indígenas y t:_1vie.:·-:'il 1'-'C s::r repobladas co0 n cgrc:s africanos, cuyos des· cendi ent e s constituyen la ma y o r pa-'te de la población actual. La calificación de c aníb ales era, con demasiada fr ecu e n­ cia, capri chosa ó fal s a; a falta de ac t o s comprobad�s d� an­ tropofagia, a los cazadores ies servía cualquier hecho. inu­ su al , como la pr á ctic a de la circuncisié.n en alguna s tribus, porque el d et alle les recordaba, s eguramente, a moros y j u­ díos. O tro tanto o c urrí a con el somet�miento; en muchos caso s a lo s indios no se les dejó o t ra opción"que d e fen de rs e de los espanoles, lo que l o s ponía en la p o s ic ión de rebeldes y, posteriormente, de v en c ido s en « guerra justa», pues s e dab a ·por s upuesto que rehusaban e s c u c h ar la predicación de! Evangelio. Santo Domingo se c onvirt ió así en cabecera de .un actic a l:'n e humana destinada a las explotaciones agropecuar_ias y mineras de l as colonias y a los lechos de los españoles. Y en p latafo rma para a:¡nasar cuan tios a s for­ tunas de ind i ano s traficantes de es l avos indígenas. La s i tuac ión es tan es c andai ci;rn , desde un punto d e vis­ ta elementalmente humanitario, que los domini cos, vanguar­ dia del sen tido de la vergüenza, se l anzan al ataque fro n t al contra esos c a b a l l ero s henchidos de soberbia y de frívo las

o c

o

i.yo mercado de

c

. 1J5


actitu des religiosas dedi cados a e rigir SUS vi d as regi as SO· bre el s udor )' la sangre de qtros seres humanos de piel .m�s

oscura .

Fray An t on i o de M o n t es i n o s

p rovocó el escándalo de los

s eñores de S an t o Domingo cuando pronunció delante de ellos, encabezados por el patéticamente necio Diego Colón,

su c é l e b re sermón de 1 5 1 1 . « Soy voz de Cri s t o en el d e s ier t o de est2 i s i a -les d ijo-. E s ta voz es qu e todos e s tá i s en p•.! cado mortal, y en él v iví s y morís por la cru e l d a d y ti ra ni a que usáis_ con estas ino­ centes gentes . Deci d : ¿ con qué d ere ch o y c o n qué justicia ten éis en tan c ruel y horrible s e rvi dum b re a es tos indios ? ¿ Con qué autoridad habéis hecho tan detestables gu e rr as a esta s gentes que estaban en sus tierras, mansas y pacífi­ cas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nun­ ca o í d os 1 habéis consumido? ¿ Cómo los tenéis tan opresos y fatigados s i n darles d e comer, ni cu ra rl os en sus enfer­ med��.s ... que de Jps excesivos t rab aj o s que les da is incu­ rre n . y ..,,$e . y, por mejor decir, los matáis para sa" .. os mue:r�n car y a dqu iri r oro . cada día ? »¿ Éstos no son hombres ? ¿ No t ie n e n ánimas racionales? ¿ No s.ols obligados a arn.a,rlps cqrnó a vosotros mismos ? ¿ Esto ·no entendéi s ? ¿º E s to no 'sentís ? ¿ Cómo estáis en tanta .

profun didad d e sueño tan letárgico dormidos ? Tened por

cierto que en el estado en que estáis no os podéis salva r más que. los m o ro s o turcos que care cen y no quieren la

fe de Cristo. » Ciertamente los d o mi n i c os -feroces inquisidores en l a Península- .predicaban e n e l desierto. Son ellos los úni co s hombres que reaccionan sensib l emente para denunci ar la virtual esquizofrenia moral en la que se hal l a ban estos se­

ñores cri s tianísimos qu e repetían en sus oraciones lo de amar al prójimo como a. s{ mismos y al mismo ' tiempo sometían a su prój i mo a las más crueles s e vi cias . _ Coherentemente, los dominicos niegan la comunión a los encomenderos. Los indianos reaccionan airada,IJ:.lc;:n�e y !'.;9.IJ siguen que fray Antonio de Montesinos sea refuov:ldoº'de sus fun c i on e s en S an t o Domingo. Pero la orden ya había inicia­ do una sistemática e influyen te campaña ante, l� _99,ro.11a para h um an i z a r el t ra to de los i n dfaen a s . De ella.'i/aii :a· salfr va­ rios intentos de reforff1as, nu1;err,s�s normas legales, aigu­ nos p ro yec t o s de colonización humanitarios qúeº resu1tarán, en d e fi n itiv a, · más en un t estimo n i o de buenas i� tenciones y mala conciencia que en realida d es rede�toras de la con.

_

ºJ 16

·


dición de los in dí genas. Quinientos años más tarde, ya sin 'espa � q!es n.L.e:g¡;;_<?-nienderos de pc,:r medio, los aborígenes de América siguen reclamando la elemen t al justicia que les si guen concediendo el pap el mojado de mile-s de norm a s le­ � gales, pero no la práctica. Tras los titubeos iniciales, después del Descubrimiento, los Reyes Católicos habían ordenado, en 1500, que los espa­ fioles « n o fuesen osados. de p rend e r ni cau t�va r a ninguna ni alguna persona ni personas de los i ndios de las dichas islas y tierra firme d el mar Océano para traerlos a mis rei­ no s ni para llevarlos a pa:rte al gun as, 'ni ·le s hiciesen ningún otro mal ni daño en sus person as ni en sus bienes».

J

'J'

Tres años más t a rde otra cédula real ·prohibió que se cautivaran indios exceptuando a los caníba les. Pero los po­

bladores se esta ban quedando sin brazos

y

la Corona veía

disminuir las remesas de oro porque no había quienes tra­

bajasen minas. Los procuradores que mándan los indianos a per suad ir al rey de su crítica situación consiguen que éste dé mar cha atrás en sus prohibiciones. Desde :Puerto R�.al y Puerto Pla­ ta salen armadilla s a cazar «caníbales» a la� is la s Lucayas , atrayéndolos con eltcuento de que iban a ll'evarlos a-la ti.e­ rra de sus ante pasados, pues los indi os creían que sus muer; tos viajaban a ctras regiones terren as . Sin e mbargo, la �ña··. gaza duró poco y tuvieron que recurrir al s�lteo, por lo.qüe Ovando hubo de po ner trabas a las demasiado numerosas expediciones esclavistas.

En 1508 Fernando el Católico vuelve a autoiizar la cap­ tura: «Yo os mando que de las is las de esa comarca ... ha­ gáis traer a esa dicha isla todos los más indios que pueda ser ... por la forma q•.ie: otras ve�es se han traído», dice eufe­ místicamente. En las instrucciones al sucesor de O vando,

Diego Colón, hijo del descubrido r, :;e le seña la «que algu­ nas personas de e sas Indias tienen rnluntad, por virtud de la licencia que yo he dado, de armar para traer indios de las

islas comarcanas .. . y que los tráerán y nos darán la mitad de dichos indios que traje ren y que la otra mitad sea para ellos». Para esa época la falta de indio s se ha�ía agravado, además, por el ariibo de numerosos españole$ que, igual

que sus predecesores, c;xigían brazos morenos para que lcis

sirvieran y vi e ntres femeninos para que los divirtieran. Pes e a todo, en 1511 se repitió la interdicción, péro e se

mismo año se autorizó la captura de caníbales a condició n de que no los saca ran de las Indias.

tl7


Aunque estas normas admitieran muchas excepciones,

y no obs tant e la le:iidad·)' b!anrlura de la Corona freu.te a la caza de esclavos indios·y su puticipación como virtuaJ socia en su captura y venta de esclavos, es rigurosamente cierta !a afirmación de Konetzke de que «el intento, tan im­ per fe ct o de ma mener la e sdav itud de los indios dentro de determinados límites l e gales ... , aparece �nton_ces como el primer desperta r de la conciencia humana en las coloniza­ ciones de ult ra ma r » 13 Cua r en ta y cinco años después del Descubrimiento, .en 1537, el papa Pablo III declara, por fin, que los indios son seres humanos pasibles de bau.tismo, es decir que tienen alma, a diferencia de los animales: 14 Sólo en 1542, con l as Nuevas Leyes se p ro hibió categó­ ricamen t e la esclavización de los a merica nos, y si e te años más tarde se di s p uso la libertad de todos los 'indios que hu­ ,

.

,

biese en España.

Con todo, fueron necesarios muchos años más par!l que estas no rmas se hicieran efectivas, excepto en aquellos si­ t ios como Chile, donde los españoles se enfreJ?,taban a una feroz resis ten c ia indígena: allí la esciavitud d e los indios se prokmg6 a io largo de muchos de ceni os mas. Cuando ap·ar�cieron ias Leyes Nuevas la conquista esta­ ca llegando a su fin. El período colonial dispuso del ya bi e n establecido régimen de las encomiendas como sustituto de la esclavitud en lo que se refería a los indios, y de millones de esclavos africanos, considerablemente má� eficaces para el duro laboreo de las minas y plantaciones. ,.

.

na

13. Rkhard Koneczke, op. cit. 14. :..fochos españoles de Indias les negaban la condición huma­ y .asimi!ab<m a los aborígenes a los animales. Bartolomé de Las

Casas les recuerda a sus paisanos que, si fuera así, ellos �erían culpa· bles de un horrendo pt:cado, el bestiaiismo (zoofilia); pues se ayuma­ b::.n con sus mujeres.

118


... PERO LA COSECHA DE MUJERES NUNCA SE ACABA

La pérdida del favor real por parte de los Colón y el temor de los monarcas a las excesivas atribuciones que le habían conferido desd e las cap itulaciones de Santa Fe, facilitaron la multiplicación de los viajes de e xplorac ión y explotacíón rea lizados al margen del a lmir an te y sus hermanos. A panir de 1499 se realizan una serie de singladuras de las que se obtienen oro, perlas, esc l avo s y poco más. Pero, en general, no result an buenas empresas comerciales. De u;i ui ..... J.u u •)trG, 1a.s e xpe d i cione s acaba¡¡ iw.:rernentando d endeudamiento de los empresarios: los naufragios en algu­ nos c aso s ios enfrentamientos con los i ndí genas en otros y, por fin, la in t e rvenc ió n de la Corona para lleva rse la par­ .

,

te del león dan por tierra c0n las ilusione s de los inversio­ nistas y de los expedicionarios. Un ej emp lo de ellas es la empresa de Ojeda. Aquel con­

quistador que, mediante un engaño, había esposa do al caci• que Ca on a b ó estaba de regreso en E sp añ a en 1498. Utilizó ,

sus buenos con t a c tps con el obispo Ju.an Ro drí guez de Fon­ seca para preparar un viaje a las .cos ta s de la actual Vene· zuela, sigui•!r.cio 1os pas o s del tercer pe�iplo de Colón, de cuyos mapas disponía.

En su expedición, que partió del Puerto de Santa María a mediados de mayo de 1499, iban dos hombres célebres: Américo Vespucio, el geógrafo italiano, p e rtenec ient e a una

influyente familia florentina 1 que involuntariamente daría su nombre al Nuevo Cont�n en t e y Juan de la Cosa, también ,

l. Su bella prima Simonetta Vespucci está admirablemente re­ tratada en La Prima.vera de Sandro Botticelli como fi.gura central del cuaaro.

119


) ,)

geógrafo y navegante, autor de las mejores cartas de Ja época.

Recorren ta desembocadura de l Orinoco, las islas Trini­ dad, Margarita y Curazao y l a p'enínsula de Guajira. Varias indias de Maracaibo se en tus iasm an con los extranjeros y se emb arcan voluntariamente. Entre eilas, una que se con ­ vertirá en l a amante d.::1 jefe de la expedición, a la cual bau­ Iizará con el no mb re de su reina . De allí en más, Isabel, p aradigma de tantas .otras fieles mujeres indígenas, acom­ pañará a Ojeda, un soltero empedernido, hasta el final de

)

)

!

sus

días.

De regreso, recalan en La Española, donde ya hemos vi s to a Ojeda enfrentándose con el alcalde mayor Francisco Rol­ dán, que actuaba en nombre del Almirante, mientras tra­ taba de salvar los gastos de s u expedición c or.tando palo brasil y cap turando más e scl avo s z para completar el con­ tingente que ya traía de Tierra Firme. Efectivamente, desde el punto de vista económico, la ex­ pedici6n acabó en ·.un d esa stre . Pero, a juzgar po'r los testi­ monios,·:que dejó \'espucio, él y e l resto de sus compañeros se divirtieron b ast ante en sus andanzas entre los .indígenas. Los aborígenes de Venezuela los recibieron hospitalaria­ mente y. sus costumbres no parecieron disgustar al floren­ tino. «El mayor signo de amistad que os demuestran es da· ro s sus· mujere s y sus hijas. Y un pa dre y u n a madre se tiene n por muy honrados s i , cuando os traen una hija, a1,m­ qtie sea moza virgen, dormís con' ella. Y co n est"o os dan su mayo1· prueba de amistad», escribe. Los homb res de Ojeda y Vesp uc i o no desdeñan los cum­ plidos. Cerca de 1-...fa�acaibo, el italiano apunta: «Descansa­ mos allí aquell a noche y nos ofre cie ron con toda franqueza sus p ropias mujeres, las cuales nos solicitaban con tanta importunación que· apenas podíamos resistirlas.» Las tierra s venezolanas eran p ró digas en libertad sexual y en ause n cia de celos. Los indios del Orino co -relata Gon­ zalo Fernández de Oviedo-3 « tienen una costumbre en este pueblo de Araucay y otros notables. Es que cuando al­ gún huésped viene a ca s a de algún indio de éstos,: además 2. Vespucio dice qué llevaron 200 esclavos que fu:e.N>ii tendidós. Cádiz. Pero como ya lo demostró Navarrete, esa caútidad no hubie­ ra cabido en las naves que llevaban. Tal vez se trate ·¡;j�\Ina'" e'rrata y hayan s i do sólo 20, de los cuales, al menos, 3 hombr.es.._y..4.Jnujeres. habían sido capturados en Cumaná y algunos más en ·'XaragÍ1á." ... 3. Gonzalo Femánde?: de Oviedo, op. cit. en

j20


Otumba

Teotihuacán

"-.

.....

Azcapot-. zaloco

·

Tacuba

Coyoacán

PÚentes sobre las lagunas ,..

,.� ·

.

� �..�, Volcán. Popocatépe//

RUTA DE HERNAN CORTES DE ENTRADA Y SALIDA (NOCHE TRISTE) DE TENOeHTITLAN


de darle de comer como amigo lo mejor que él puede, le da la más hermo sa de .sus mujeres [para] q ue duerma con éi y

[ie o frecej otro bohio apartado en que se agasaje y hue lgue con ella. Y s'i cu a n do parte, ella se quiere ir con el hu ésped , es a elección de ella, sin que su ma r i d o se Jo estorbe; y si se

quiere quedar como primero estaba, no es por eso peor tra­ t ada ni mal mirada; antes p a re c e que ha hecho un gran favor

a su ma r id o, qbligándolo a que mucho más la quiera, t anto

por haber c umplido con ei amigo su huésped como en no ha­

berlo nega do a él por el otro nuevo conocimiento•;.4 La- falta de celos y el apasionamiento de lc.s mujeres con­ figuran un paraíso que parecía salido de una ensoñación erótica, al menos para los visitantes. Vespuc io, hablando de los nativos de la pení nsula de Paria, confirma que ·«son poco celosos pero l uj u riosos en extremo, en especial las mu­ jeres, cuyos artificios para satisfacer su insaciabk- li vi an ­ dad no refiero por no ofender el pudor»: Es de lamentar la discreción de Vespucio. Pero lo que

él llama «artificios para satisfacer su insaciable liviandad», sólo deben de haberle sorprendido a él y a sus compañeros ,que provenían de

una

sociedad donde la s exuali da d era una

'.a c tiv ida d culpabillzadora,

«sucia», secreta y plagada de ta­ los nativos les· hubieran p rovoc ado ::-isa. Esos i n dios tenían pocas limitac.iones ·al placer sexual: a lo sumo la interdicción unive rsal del inc�sto que les im·

búes que

a

pedía ayuntarse con madre, hermanas, hijas. Por lo demás, tomaban cuantas mujeres podían su.;;tentar. Los caciques

c:tenfon seis o siete mujeres y todas· las más que querían

tener», narra Oviedo. «Una e r a la más princip al y la que

el cacique más queda y a quien más caso se hacía. Comían todas juntas. Y no había entre

ellas renci ll as ni diferenci�s. y !')in rifar p asa b an

si no que todo era quietud e iguald a d

la vida debajo del niismo techo y junto a la cama del mari­ do. Lo cual parece cosa imposible y no conc e di d a sino sola­ mc:n te a gallinas y ovej a s , que con un solo gallo y con un solo carnero muchas de ellas, sin mostrar celos ni murmu­

rar, se sostienen.» Para Oviedo cualquier ot.ra. moral sexual

que no fuera la suya tenía que ser propia de bestias.

4. Coincide con la d!scripción de Francisco López de Gómara, His­ roria general de la Indias (Barcelona, 1954), al referirse a Jos indios

de Cumaná: •Las donceilas van compietamente desnudas ..., nada les importa la virginidad. Los señores y.ricos hombres toman cuantas mu­ j- eres quieren; dan al huésped que viene a su casa la más hermosa; !.os otros torrrn.: i;n:i o poca:;."

¡�­ L..i..


Por su parte, las mujeres deben.

de

ha b erse sentido fas­

cinadas por esos hombres tan diferentes. «Manifcstáronse sobraciamenrn aficionadas a nosotros", apunta Vespucio con eviden t e satisfacc.Íón. Si.la Conquist.a de América la hubie­ ran hecho los_ i tal ianos en lugar de los .sosos, secos, auste­ ros castellanos de la época, el resultado de la aventura mi­ litar seguramente no habría sido la misma. pero las crónicas

hubieran sido deliciosas. Oieda regresará a Ja tierra de su concubina en 1502, en un i¿tento �ás de resarcirse de las pél-didas de su anterior viaje. Va provisto de un nuevo tipo de capitulación, en la que se le otorga la venia para asentarse y el títu lo de gober­

nador. Lo autorizan a apoderarse de todo, inclusive de «monstruos, animales o aves de cu al qui er naturaleza», per o no de «esclavo ni esclavos algunos sin licencia y mandado

de Sus Alt�zas». Van en cuatro carabelas, al mando de su sobrino Pedro de Ojeda, de sus socios Juan de Vergara y Ga rc ía de Ocampo y de H ernan do de Guevara, el. yerno de Anacaona, capitán de la· Santa Ana y <<V°eedor de los reyes de la tierra defendida de las Per las ». La expedi�ión padece de todos los ma le s habituales, pe ro

de bastimentos por la agresividad de­ fcn.�'�::: d� 1�:: n::?.turalcs que yo. :h.abían tenido penosas expe· rien.::i as con los extranjeros. Ojeda envía a V e rgara a bus­ car víveres a La Españofa. y mientras tanto funda en la costa sobre todo de falta

de Guajira un efímero asentamiento: Santa Cruz.

Donde se encuentra actualmente la ciudad venezolana

<le Coro, luchan c ontra los indígenas y capturan algunas in­ dias para Vergara y Ocampo que estaban sin compañía, mientras que Ojeda llevaba a su leal Isabel. Los indios con­ siguen rescatar algunas de sus muj eres qqe le s sobraban a los españoles, cambiándolas por oro.

·

Después de casi cuarenta días de espera, Vergara no apa­

rece. .lvíandan en una de las naos al piloto Juan Lópe;:; a bus­

cado, con instrucciones de que si no lo hall a debe volver

al lago Maracaibo y desde 'allí navegar al cabo de Vela,

«don­

de permaneceréis siete u ocho días por amor de Isabel (de allí era la india] y trabajad por saber lo de las perlas». Vergara llega finalmente con bastimentos, pero sus so­ cios están i n dignados con Ojeda. Lo hacen descender al fon­ do de Ja nave pará mostrarle las provisiones y allí aprove· chan para re du cirlo y engriilarlo. Cuatro meses más tarde parten todos para Santo Domingo después de de struir y despobl1� .S?.n+� Crt1z:. '·

123


Durante más de un año pleitean los socios hasta que Oje­ da es absuelto. En 1508 l a reina Juana nombra a Ojeda ca­ pit án y go bern a d or de Ura b á . A D iego Nicuesa le da el mis­ mo cargo en una gobernación vec in a , la de Vera g ua, en el

u al Panamá. Y esta, vez los autoriza

act

a

capturar esclavos

en Cartagena, isla San Bernabé, i sl a Fuerte, donde se supo­

nía que había caníbales, par a venderlos en La E spañola.

Pero Ojeda no tiene fondos para m o nta r su e xp edición Allí se encuentra con su vi ejo com­ pañero el cántabro Juan de la Cosa, quien desde su últi mo viaje juntos no había parado: en 1500 había viajado a Amé­ rica con Rodr.ígo de Bastidas, cuatro años más tarde co n

y parte a Santo Domingo.

Ju an· de Ledesma y otra vez con Bastidas en 1507, en expe­ diciones de re3cate de oro y esclavos . Asociado con el navegante santanderino, en 1509 sale Oje­ da rumbo a su gobernación. Con él iba un todavía joven aventurero que se volve;ría célebre en sus años maduros:

Francisco P iz a r ro . Y en .La Española quedan en tierra dos

so1dad6s

volunt�'i-ios

extremeños que, por diversas razones,

nó pueden embar�carse pese a sus deseos: u;n tal Hernán Cor­ _t'és, po:r cu lpa de una h erid a en la rodil l a, y Vasco Núñez de Balboa,· endeudado hasta la coronilla y, por ello,. impedi­ do legalmente de salir de ]a isla.

Hambre, fiebi·es, calores insoportables e indjos aguerri­ dos que no les daban respiro. En el asalto al pueb lo indio de Calamar {febrero de 1 5 10, . donde actualm�nte está Car­ tagf!na d e. Indias), Ojeda m anq a quemar rma choza l)ena de indios que se dan a la fuga. fuan de la Cosa va a perseguir­ los, pero los naturales contraatacan y matan a ca s i todos,

incluso a De la Cosa. Diego de Ord.az -otro que se hará famos o en la c on quista de .México- co rre a avisar a Ojeda del desastre. El capitán está en ese momento rodeado de indios, luchando en la orilla i z qui e rd a del río Magddena. Con su extraordinaria agilidad y audacia, Ojeda rompe el cerco espada en mano y alcanza

a llegar donde su soc.io ha caído: encuentra su c ad �ver hin­ ch ad o por el veneno de las flechas que le atrayie;5.an-eJ.cuer­

po por todos lados junto a setenta españoles muertos. , Llegan extenuados a la costa después de atraves a r - cinco

leguas {25 kilómetros) y a ll í divisan ia flota- 4<! Nicuesa, a cuyos hombres piden avuda oara casti!!ar a los indios. Cun trescientos hombres y �lgun �s jin¡;:tes ;ealizan una terrible matanza en repres al i a y cogen un buen . bo tín , del que N.i­

cues;f; cabal.lerosamente, no quiere participar. i24


Ojeda vuelv_e a embarcarse con los hombres que le que­

.d'!-n .Y ·:""iaja 180 kiló:µietros hasta el golfo de Darién, s ede de su gober�aci<?,n de :Urabá. Allí fonda Sa;:;. Sebastián, ·e! s a n to martirizado con flechas, que debían constituir enton­ ces la obsesiva pesadilla de los conquistadores.

El socio de Ojeda y De la Cosa, el li cenc i ado lvfartín Fer­ nández de E nciso, debía llegar con naves repletas de víve­

res desde S anto Domingo. Pero no aparecía para calmar el hambre desesperante que. sufría la mesnada de Ojeda. Las

salidas que h a cían dei fu erte San Sebastián obtenían poco provec ho por el hostigamiento permanente de los indíge­

nas. Para éstos también era un a frustración no conseguir

a cabar con Jos extranjeros. Por fin, traman una es t r a tage ­

ma.: emb os can a cuatro diestros arqueros tras unos árboles junto al fuerte y aparecen ellos, sin armas, en actitud d� querer parlam entar . Ojed a cae en b trampa : sale confi ada­ mente y u na flecha envenenada con curare Je atraviesa el

muslo. Rápidamente ordena que le apliquen el único remedio

que p uede salvarlo de una muerte inmediata:· con dos plan­

chas de hierro al rojo en los dos or ificios de la herida· le

quer_nan hast� el hueso. Luego tuv i er on que e mp l ear un ·ba­ rril O.e vinagre para aliviar (?) los ardoré s de la escabethic na, pero el infatigable capitán salva la vida. El traspié convence a Ojeda de que debe·:regresan:a bus�., car ayuda. To#la sus esclavos y esclavas de· guerrá·y siete:.: mil castellanos de oro que habí a obtenido- y marcha a San­ to D orñingo, dejañdo a Francisco Pizarro al frente de la guar­ nición.

Al llegar a La Española c u enta grande za s y oculta sus

incre íb1es sufrimientos. Setenta aventureros perseguidos por sus deudas e incapacitados de . salir de la isla de La Es­ pañola por ese motivo, entusiasmados por los rela tos , asal­ tan a un comerciante genovés que a ndaba por la isla, ie ro.­

han la nave y marchan hacia San :') e bast i án , a� diando d� ellos. Pero llegan, e inevitablemente la ba nda de forajidos desc"l!-bre la verd ad .. In_digna:dos, se alzan y engrillan a Ojeda, el autor de tantas me ntiras . Emprenden viaj e de .r:-egreso con su pri si onero rumbo a La ·Española, pero ios v ientos los llevari a ·cuba. Alli Jos esperan incontables sufrimientos; con Ojeda mania tado, an­ duvieron un centenar de leguas (500 kiló metros) por cién.a­ gas ihtermiriabl�s y manglares hasta que cons�guief.cm. peBemardino de Talavera. Oj e d a va tras de


gar a tierras de los indios de Cqeyba, que los auxiliaron. va en una canc<'. é. buscar ayuda a la isla de Jamaica, donde estaba Ju�n de Esquivel. Pánfilo de Nar­ váez es enviado a rescatar a Ojeda, a Talavera y a sus hombres. En Santo Do min go Je aguarda a Ojeda un largo pleito, donde se lo ac usa de perpetrar las barbaridades que T a la vera había hecho mientras él era su prisionero. Aquí termi· nan las a ndanzas del célebre Ojeda: para purgar sus innú­ meros pe ca do s se hace monje fran d s� ano y en 1515 morfrá de una d o len ci a en Santo Domingo, a io s cuarenta y cin co años de edad, después de una corta1pero intensa vida, clara expresión del vivere pericolosamenre. Los homb res d1! San Sebast i á n, mientras tanto, e speran a Ojeda a lo largo d� casi dos me s es hasta que decid�n em­ barcarse en dos naves, abandonando la fundación, al man­ do de Piz a rro y de Valenzuela. La de este último tiene aún peor suerte: su nave zozobra y todos sus o cup an te s per ecen ah ogad os Pizarro con c ua ren t a hombr e s s igu e vi aj e a la bahía de Calamar, d bnde s � encuentra con Fernández de Enciso y sus provisiones. Er'1 la n av c de este último viaja eri calidad de polizonte otro persC>aajc que proato se·volverá célebre: Vasco Núñez de Balboa. Enciso consigue c ap t ura r en Cala m ar a' una bella joven in di a que se jacta b a de haber mat ado a muchos cristianos y que pasa a convertirse en su concubina.5 Como a lcalde mayor de la expedkióri, t o ma las riendas y o r dena volver a San Sebastián. S us hombres le ofrecen todo el oro q ue han rescata:do a cambio de que regresen todos a La Espa­ ñola, pero el l i cen cia do no cede. La suma de desgracias no a ca ba: el barco de Encis o encalla en el gol fo d·e Urabá y se pi erden to das las provisiones. Además, descubren bien pronto que los indios han incendiado San Sebastián. Ago ta d as las provisiones de Fernández de Enciso re co mienzan las ham]:¡ru...'1as, y a eso se suma el hostigamiento de los indígenas con sus temibles flec has envenenadas: bas­ taba una pe queña herida producida por ellas para acabar con la víctima en pocos m inu tos Vasco Núii.ez de ;B al b o a no era un. n ovato en las Indias. :Había venido en la ;expedición de Rodrigo de Bastidas en

Diego de Ordaz

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,

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-

.

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5. 1955. 12ó

Kathleen Romoli, Va5co Núñez de Balboa. descubridor,. Madrid,


i500. Sabia que del otro lado del río que senía de lími te j�::-isd!cci6!2 de Ojeda y la de Nicuesa, ·los indios

eü �;:z I�

no empleaban flechas emponzoñadas.: Propone cámbiar ei

asentamiento -aun a costa de meterse 'en la jurisdicción de Nicuesa-, y poco después, en la otra orilla, fundan La Guardia, que acabará 11.amándose N uestra Señora de La An­ tigua p orque los conquistadores se encomiendan a esa ad­ ' vocc.ción de la Virge:.1 an tes de ganar la prime ra batalla contra. los indígen2.s liderados po:r el cacique Cemaco .. El com b at e ies deja un botín de 10 000 ca stel lanos, víveres y un b uen número de esc la vos para vender en La Española

y de esclava s para alegrar las noches de los ciento ochenta

fundadores de La Antigua. Luego se l a nza:r.i alegremente a realizar un «acto de purificación» que será frecuente en el Darién: capt uran y ej e cutan a muchos indios homosexua­ les, a l g unos de ellos travestidos con las ena g uas que usa­ ban las mujeres in dígenas . «Cuando tomé Darién -dice En­ ciso-, los apresa mos y los quem amos, y cua ndo las m uj er.es vie:;-on que los quemábamos se ponían muy contentas.» Es bastante improb a ble que las i ndias vieran como com­ petidores a los homosexuales: el c omen t�ri o es atribuibl e , más bi en , a las fantasías del bachill�r al respecto. La ho­ mosexualidad masculina, que, en o c asiop.es , iba acompafia· da de la a dop c i ón de los roles sociales femeninos po r parte

de los varones invertidos, estaba muy difundida entre las co m u n i dades indígenas del istmo . Era tolerada y aceptada sir.. m ayores prejuicios po r hombres. y mujeres. ·

P o r el contrario, para los cristianos «el pecado nefan­

do,, c onstituía una atrocidad dig:\la d e l mayor ensañamien­ to. Obviamente no faltaban los casos de prá ct icas homose­

xuales en la sociedad español a ni entre h tro pa castellana.

Pero el asu:\lto de sp e rt ab a las .iras de jefes y soldados, que

se apre s urab an en t od o s los casos a asesinar a los horno-· fí li c os (o a los sospechosos de sedo), por m étod os particu­ lar men t e crueles, tal vez como un mo do inconsciente de liquid a r dentro de sí mismos a sus prop i os fantasmas ho­ mosexuale s , afirmando sim'.lltáneamente la fantasía de mas­ c u lin i dad químicamente pura que constituía su ideal.

Balboa ya había rriostrado sus dotes de mando y su ta­

lento para el lidera�gÓ, cuando se lo disputa a Enciso, un

hombre impopular po r su exces ivo autoritarismo e insen­ sa te z manifiesta. En asamblea, los hombres eligen autori· dades del ayuntamiento y nombran a Balbo,?- coalcalde de la c iu d a d , junto a Benito Pal a zuel os. 127


J

Todos saben que están en Veragua, la jurisdicción de Ni­

cuesa, dentro de !a ·cuE>.l los poderes de Enciso son nulos . Como «el trigo siempre crece más alto en el campo del ve­ cino», los de La An ti g ua creen que Nicuesa lo ·está pasando mucho mejor q ue e llo s y que es un jefe más rico y poderoso que Ojeda-Enciso. So.meterse a él no sólo es un modo de l egaliz ar la situación anómala de la fundación, sino encon­ trar quien los proteja.

Van en busca de Nicuesa, que atraviesa por penurias peo· res que las de La Anti g ua. Realizan negociaciones llena s de d uplic idad e .inv i tan a Ni c ues a a que vaya a La Antigua a tomar el mando. Pero Balboa y el bachi ller Enciso abando­

)

nan su encono y, ante el adversario exterior, se unen e im· piden su desembarco, obligando a Nicuesa a dirigirse a San­ to Domingo para intentar resolver el pl ei to jurídicamente. Pero nunca lle gará allí: naufraga en el viaje y pierde su vida y los importantes t:e·soros que había acumulado. E:µc.iso, por su parte, se siente acorralado y dec ide par­

tir, �n'tabril de 151 l, a La Española a reclamar el cargo de gob e pnado r. El antiguo polizonte, Balboa, queda como jefe

de Ut:}.ntigua, re sp e tado y quer ido por sus homb res .

128


«Aquellas mujeres eran muchas de ellas jóvenes y hermosas, aunque con la piel extremadamente morena; con lo; pechos al aire y las partes pudorosas deJ m!smo modo sin la menor señal de vello. Los soldados se sintieron fuertemente atraidos

y comenzaron

a

meterse en el interior de las viviendas... Colón con los primeros indígenas.)

(En el grabado, encuentro da

celos pellejos de vino quedaron exhaustos; a los Indios los primeros'tragós no les vinieron bien a la tripa, mas catados los primeros sobrevení;m otros y otros. La soldadesca sali'slizo sus apatitos, sus hambres, sus pasiones. A !a mañana, la masa indígena (en la Imagen) se retorcía en la. orgfa placentera y bulliclosa.11 (Acuarela del siglo XVIII. Museo de América. Madrid.)

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¿Quiénes eran estos conquistadores españole,s

a quienes una parte de la historiografía he cubi�Hto de ditirambos y la otra ha execrad-J con saña? El «Catálog-J de pasajeros de Indias" indica que fa mayoría eran andaluces (el 36 % ). Le seguían los castellanos (un 28 %)

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dan la cifra ocoficfal u de unos 45 000 para el total de españoles que (corn) los del grabado)· embarcaron hada Amérlc,a durante el siglo XVI.

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d,ffl\,,.

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L·J que los españoles encontraron en Amúrica era el sexo lúdico,

Incapaces de entender estos udesvadosu, fos cronistas españoles ·

desvalorizan a estas uzorrasu y las comparan a menudo

lo que no les ir.1pedlrá gozar

de sus 11facilidades11 y 'avores.

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el sexo hedónico, la intrascendencia de las relaciones carnales (de cualquier tipo, como muestra esta cierámica preincalca). Algo que M podía dejar de causarles una conmoción.

con ios animai.,s.

'. ·,.;?�./�.·.)\ ;" �/�· : i..-,:. :,!'i1 -�

y luego los· extremeños .(el 14 % ). Esos catálogos


El•es¡;aso tle�;·arrollo de las vías de comunicación y la falta de ·animales de carga, silla o tiro obligaba a que todos los desplazamientos terrestres se hicieran a ple, la carga a hombros (hijos Incluidos, como en el grabado) o a la rastra: ningún pueblo indlgena descubrió por si el uso de la rueda.

Colér. observar·, a

los cuatro días

del Descubrimiento,

que ellas «traen por delante (de)

su cuerpo una cosita de algodón que escasamente les cobija su natura». Ellos,

añade el Almirqr.te, itnó tienen armas y son

todos desnudos, da ningún ing1mio (bélico) y muy cobardea, que mil no aguardarian \;as•1.


l..i:J!i

)

11u1uuri1s no·.son soto carne

fresca para satisfacer el deseo

sexual y las necesidades re p roducci ó n y cri.a nza de la prole de los hombres, sino tamb i é n y, sobre todo, una fuerza de trabajo servil de

o esclava (como mues.Ira este

) )

de.talle de un cuadro de Diego Rivera) nada desdeñable para atender a la:s nece.>ldades de alimentación, higiene y sanidad de los vamnes.

!,....

En La Española, el Almirante debió tener buenos motivos para recomendarle a sus subordinados que se cuidaran ude hacer injuria o violencia

a las m ujeres ... Después se marchó, llevándose a bordo los primeros

sifilíticos; europeos que lniestar.án el Viejo Mundo (en el grabado).

En su viaje de regreso ' a Esp a ña , Colón asegura que divisó ! tres sirenas saliendo fol mar, upero no eran tan hermosas corno

las pintan, .que

en a l g u n a manera

ilan forma de hombre

�n fa �an¡n_ (Grabado del siglo XVII.)


Uno de los acompañantes

de Colón en la derrota poraguascari�eña� el italiano Michele de Cuneo, escribe sin · eufem ism os: 11En la isla

nos apoderamos de 12 mujeres be l lfs lmas · y de buenas carnes. A u na de e l la s yo la tenía en m i camarote y,

co mo estaba desnuda, me vi n ier o n .de se o s de solazar.mecon el la. So opuso y me atacó con las uñas. Yo, entonces, tomé

una soga y la azoté

de tal ma'nera qu,e lanzó

gritos inauditos.» (Azotes que, en esta estampa virreinal, son aplicados a otra india rcpor faltar a In doctrine».)

En Xaraguá, el alzado Roldán -señor de horca, cuchillo, indios, indias y haciendas- promete a los desertores espa:ioles que le acom pañen que, 1\en lugar de azadones, mar.ajarán te!as11. Alll vive la viuda del c ac i que Caonabó (en el grabado, ·:::. apresamiento de éste por los españo le s) . A n a c ao na , «muy deshonesta en el acto venéreo con los cris t iano s y reputad a como la más disoluta mujer de esta islan. Servida y temida por sus vasall os, Ovando acab;ufa po r ahorcarla inicuamente.


La carnicería que su puso la «pacificación» Cle Santo Domingo l lev ó a que en Higüey, en el extremo suroriental de la isla y ya en los inicios del siglo XVI, un grupo de indígenas asaltara un fuerte español, matando a nueve de sus diez defensores. Cuatrocientos españoles salieron a la caza de los insurgentes, .. quedando mu,chos muertos y presas las mujeres, que se repartieron: en el ejérciton. (En este'

grabado incaico algo· posterior, un grupo de es pañole s arrebata una india a sus pa dres.)

Tras el sermón, en 1511, de fray Antonio de Montesinos contra los abusos de los encomenderos (dos de ellos ; en el grabado), los domini"cos ·les. niegan la comunión. Los indianos reaccionan airadamente y consiguen que fray Antonio sea removido, de sus funciones en Santo Domingo. Pero la Orden ya había iniciado una sist.emática e influyente campaña ante

111 Corona para humanizar el trato ' a los indíg enas. .. J�tJ.n.iªtu...@ del Códice . 7-": .. .n:l --

de:YC!:üh�ltla


...,, ..... ...... . . ..... .....

r:i u e v a s

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1 5 42)� ta conqui�la e s t a b a l l e g a ndo a s u fin. Ei p e ríodo co l o ni a l dispon drá d e l ya b i e n P. s l a b l ec i do rég!men d'il l a s e nc o m i e n d a s c o m o s u s t i t u t o de la e s c lavit u d e n lo q u e s e r e ferla a los i n d i o s ; y de millone¡; d e e sclavos .africanos (como l o s aq u i t ra n s po r t ados e n u n buque n e g rero), c o n s i derabl e m e nte más eficaces p a ra el d u ro l a boreo de minas y p l a n t aciones. (en

�gti'.�1���t��f?:?.. .

·,¡ t•!I ·

.

T a m p oco los h o m bres de O j e d a y V e s p ucio i gnor a ro n l o s c u m p l i d o s de l a s aborí g e n e s, u l a s c u a l e s -escribe e l I t a l i a n o - nos solicitaban

con t a n t a i m portu nación que a p e n a s podíamos resistirlas». Y corrobora López de Gómara: 11 Las donco l l a s van d e s n u das y nada les Importa l a vi r gi ni da d ; los señores y ricos h o m b r e s d a n al h u é s p ed que viene a su casa la más hermosa» (tal parece i n s i n u arse .en esta p i n t u ra referente a l a c o n q u i s ta de M éx i co).

Habla n do de l a s c a m p a ñ a s de V a sco N ú ñez d e B a l boa, q u e no f u e d e los m á s sanguinarios, c u e nta ·P.edro Mártir de A nghiera: u D e estos perros que emplean (los e s pañoles) en los combates s e refieren co sa s maravillosas: se t i ra n a los i ndígena s · armados lo mi s m o q u e a fugaces ciérvos o jabalíes c u a n d o se les azuza.i• (Grabado· d el s i g l o XVI, Biblioteca Nacional, Madrid.) . .... ·1-

. •..


de Ojeda, pero no lo consigue. Por fin, cuando la nave de Fernández de Enc-�so reca!� en la isla, '/asee Núñez de B a.1boa, con la complicidad de t ripulan tes· amigos, logra escon­ derse en un barril de harina (o en una vela de. la nave, se-..

gún otra versión) y ser i zado a bordo. Sus amigos se habían ocupado de colar a su b i en más preciado jun t o con su espa­ da: Leoncico, su perro de guerra. Cuando ya en alta mar Balboa sale de su escondite, el licenciado Enciso pretende castigarlo abandonándolo en al­ guna isla desierta. Seguramente teme que, de lo con trario,

puede tener que hacerse cargo de las deudas del polizonte por haberlo ayudado a quebrantqr la ley. Pero no hay nin­ gún islote a la vista y sus hombre� J:o convencen de que Bal­ boa es hombre de armas y le puede resultar muy útil. Enciso se desencontrará con su j efe Alonso de Ojeda, como ya hemos visto. Balboa es un individuo con carisma. Rubio, fuerte, dota.do de capacidad de mando, excelente es­ grimista y con butnas dotes diplomáticas, rápidamente se i mpone por gravitación natural frente al leguleyo Enciso, un p ersonaje arbitrario, psíquicamente inestable que, como tantos o tros, esconde su profunda inseguridad personal de­ trás de ges tos de a utoritarismo que irri tan a sus hombres. Además, Núñez de Balboa conoce la región. Cuando su con­ sejo de abandonar San Sebastián y trasladarse a l a otra o ri­ lla del golfo de Urabá result a provfüencial para salvar a los hombres d e Enciso y a los que Ojeda había dejado al man­ do de l'iz.arro, su autoridad crece y se i:rp.pone. Poco después de 'la oportuna partida de Fernández de Enciso, Balboa se dirige con su mesnada a tierras d.el caci­ que Careta (cuyo verdadero nombre era Chimú). Sigue con él, lo mismo que con. o tros j e fes indígenas, una eficaz polí­ tica de amedrentamiento por un lado y de pacificación di­ plomática por el otro que consigue excelentes· 'resultados: obtiene d e ellos oro y víveres y los n eutraliza militarmente. Los indios dan . a Balboa el título de tibá o gran jefe . Chimú será durante varios años su l eal y consecuente aliado y, para refrendar esa amh;tad, entrega a Balboa una de sus hijas, cuyo nombre no registran, lamentablemente, las crónicas (algunos la llaman, líricamente, ·Anayansi), pero que tendrá una importancia insospechada en el destino del extremeño. La criatura era de tan c orta edad que entró prix:nero como pupila en casa de Balboa en La Antigua hasta que, a los po­ cos años, · se convirtió en una joven hermosa y pasó a los aposento s del conquistador como sa principal concubina. 130


Chimú y

�alboa

se unen para de rrotar a otro cacique

veciüc, !?cr;ca, con lo que cousigü.e atemorizar a otro pode­

roso jefe indio, Comagre, que renuncia a la guen:a y le tri­ en alimentos, oro y servido1es. Su hijo ..mayor, P an ­ quiano, le da las primeras noticias de la existencia de un mar en el sur , regíón donde. -le dice- hay también gran­

buta

d es cantidades de oro. En parte al menos, esas informac io­ nes parece que apuntaban a quitarse de .encima a los espa­ ñoles ap rov echando la desmesurada codicia que exhibían .

Balboa, a lo largo de los dos años siguientes, logra orga­ niza r la colonia de La Antigua, acumular gr andes cantida­ des de oro, de servidores· y concubinas)� man ten er contro­ la dos a los jefes aborígenes. Una india, bautizada con el nombre de Fulvia, que formaba parte del serrallo de Bal­ boa, le salva la vida a él y a la población de La Antigua, d e nunci ando una poderosa conspiración de los indios para acabar con los invasores . Fulvia no será la única india que , por amor y dev oc ión a algún español, no duda en tra ic io­ nar a los suyos: la misma histori a se repite a lo largo de

todo el C o nt inente durante los primeros decenios de la Con­

quista.

Los cristianos

comieraan por fin a r.:�sarcirse de muchos

años de penurias infinitas y fracasos sucesivos. Vencidas

las dificultades del hambre y las flechas envenenadas, pue­ de ·oro. Y,

de n ahora gozar de la acumulación de pe rlas y

nat u ralmen te, de mujeres, que, según la descr i p ci ón de los cronistas,. resultan especialmente apetecibles.

Son hembras coquetas, limpia s («se bañan muy a menu­

do cad a día»), sensuale s, lascivas que, no b ien pasada la ni­

ñez,

en cuanto· comienzan a madurar sexualmente, «Se tor­ nan bestiales y d iab ólico s ellos y ellas en el curso venéreo»,. dice el pacato de Fernández. de Ov i e ao. Muchas mujeres solían renunciar a la maternidad eri sus

años mozos pa:ra mantenerse sexualmente atractivas me�

<liante prácticas abortivas «porque dicen ellas que las vie­ j a s han de parir, que ellas no quieren estar ocupadas para dejar sus placeres, ni preñarse para que, en pariendo, se

les aflojen las tetas, de las cu ales se pre�ian en extremo y' las t i ene n buenas», describe Oviedo, que personalmente no era nada afecto al tr ato con las aborígenes. Recurrían a un artilu gi o para mantener su bu sto ergui­ do: «Se ponían una·barra de oro atravesc;da en los pechos, debajo de las tetas, que se las levanta, y en ella algunos pá:­ jaros y o tras figuras de relieve, todo de oro fino, que por 131


lo menos pesab a ciento c i n cuenta y a un doscientos pesos una barreta de ésfas»,1 dic e Oviedo con agudo ojo clínico

l

de veedor pro fes iona . «Esta invertción de estas barras de oro para levantar las tetas es primor y usanza de las mujeres principales del gol­ fo de U rab á . » ·R.esulta razonable imagi nar que el vigor vi·

i

sual ·de los pechos de las in d as

desápareció con

la llegada

.¡ de los españoles que se abalanzarían por igual ·sobre tetas

. y alzatetas, conjunción ideal para la codicia y la lujuria de i los cri st-ia nos. Tanta coquetería tenía una explicación: los i n d ios care­ cí an de un:a instúución como el ma trimonio indisoluble ca· tólico que permite adquirir ·de una vez para siempre a un hombre (o a una mujer) a qu ien ya no hay más ne ces d ad de seducir. Entre los a b o rí genes d1; lo que es hoy te rritorio

i

de Panamá, Costa Rica y Nicaragua, n o sólo imperaba la poli amia 'irrestricta (especialmente entre las clases domi·

g

nan_!es: el cacique. Tamaname, por ejemplo, tenía dos espo·

s

�\'��Y· ochenta coBcubinas), sino también la total inestabili­

dá.d;. matrimonial, que , una vez ·más, e sc a,ndal iza a Oviedo: «Algunas veces de an las mu eres que tienen y tornan otras,

j

j

y aun las trueca n unas por otras, o las dan en precio de

otr:as cosas.» «Son viciosos de ;i'a carnalidad, y hay putos», dic;e sucin.tamente López de Gómara.2

No e sta ban las indias acostumbradas a amar .hast a que la muerte las separara. «Si conocen a algún cristiano car· ·

nalmente

-apunta Oviedo-,

guárdanle le al tad, si no está

mucho tiempo apartado o ausente, porque ellas no tienen

como pro pósi to ser viudas ni castas religiosas.» Al mismo tiempo, los indios de la p ro vin c a de Cueva (Panamá) mantenían. un sistema de prostitución bastante bien org aniz ado, .de entre las que solían s aca r las mujeres para regalar a los c r st a no s . E�to, dada ia ex p er enc a de las h etai,ras indias, ju�tificaba la sorpresa de los españoles ante sus refinados r ecursos sexuales. Oviedo lo sugiere c ua ndo reconoce que «comúnmente en Cueva son buen as mujeres de sus personas, aunque no fal­ tan otras que de; grado se c0onceden a quien. las quiere, y son muy amigas de los cr stianos las que con ellq� han teni-

i

i i

i

i

i

,

l.

Un

pe�o de oro o un castellano de oro equivi.fí� a)a centésima

parte de una libra castellana y

de oro:

4,6

gramos .. De

900 gramos. 2. Franci�co I:.ópez de .132

a

la

cincuentava par.te· de ·un marco entre 700 y

mod:o que los sostenes pesarían

Gómar;a,

op. cit.


do alg una conyersación, p orque dicen que son · am i gas de ho:nbres valientes y ellas son más inclinadas a hombres de esfu�rzo que a lós co bard es y c o nocen la, venta a que ha­ cen a, los i ndio s ..Y q uier en más a los gobernadores y capi­ ta nes que a lo'�·'oY.fos inferiores, J S•! tienen por más honra­ das cuando alguno de los tales la!; quiere bien». La molicie, a la que son tan proclives los españoles en épocas de bonan za se veía favorecida por la facilidad y en­ canto de las mujeres fodígenas que abundaban para los es­ pañoles en La Antigua.· B al b oa cuanc;l.o acusa ante el rey Fernando V a Nicuesa y a Ojeda, lo señala claramente:.«Am­ bos ten í an tanta presunción y f an t 1sí a en sus pensamien­ tos que se creía� señores de la tierra y qi.;e désde la cama han de mandar la tie rra y gobernar lo que es menester. Y ellos así lo hicieron y desde que acá se hallaron creyero n que no había más que hacer que d arse a un b uen vicio», el de la carne, naturalmente.3 Y esto lo afirma quien no se distinguió, precisamente, por sü continencia: Las noticias sobre el bienestar di! la colonia de La Anti­ gua y la buena administración de Balboa lle an a· oí d os del rey mucho más tarde que las intrigas en contra del alcalde y gobe rnado r del D ar i én tramadas principalmente po r Fer­ nández de Enciso. Balboa no tiene fortuna co n los procura­ dores que. ma nda a la corfe para que lo defien dan ante e l rey: lo traicionan o se ven impedidos de cumplir sus ni\sio­ nes. De modo-que en la Corona se piensa seriamente en :gian­ da-r un gobernador para reemplazarlo. Mientras tanto, en setiembre de 1513, �l capitán de La Antigua se lanza con ciento noventa españoles y ochocien� tos indios a la tarea .de atravesar d'! norte a sur el istmo, supe ran do escárpadftS c adenas r.·• ·Jntañosas para ir a, des­ cubrir l a .mar de la r�ue le habían hablado. Quería realizar una proeza que, a los ojos del momfrca, justificara que se le c�nccdiera la gobe rn ación de la tierra que había contri­ buido tan.eficazme�te a do min ar pára la C0 r on a Su mar­ cha h acia la mar del Sur se ve favorecida por las buenas relaciones que mantenía con los caciques q u e encuentra a su paso. Antes de al canzar la cumbre desde donde divisará el

j

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3. Fernández de Oviedo, años más tarde, cuando pierde a su se­ gunda esposa en San.ta María de La Antigua se lamenta de su viude­ dad, que le impid.e satiHacer su deseo: «Vivir eri el estado matrimo­ nial, como cristiano, fpues] no era a.costumbrado a las mancebas que mis vecíno.s ten ían [y aun algunos duplicadas].» Op. cit.

133


océano Pacífico, se enfrenta militarmente con Torecha, scñor. de Cuareca, al.que pone en.ftiga . ..En.casa.deLcacique, tras la batalla, encuentra al hermano del jefe indio y a otros dos ·personajes de alcurnia vestido:; con enaguas de mujer: eran camayoas, en lengua indígen�: sodomitas, «que··nc)so­ lamente en el traje, sino en todo, salvo en parir, era hem­ bra», .dice Francisco López de Gómara del hermano del ca­ cique. Balboa ordena su rápida ejecución: «Aperreó... a cim;:uenta putos que halló allí, y después los quemó, infor­ mando primero de su abominable y sucio pecado. Conoci­ da en la comarc<\ esta victoria y justicia, le traían muchos hombres de .sodomía para que los matase .Y, según dicen, los señores y corte;;anos usan aquel vicio, y no el común; y regalaban a los alanos, pensando que de.justicieros mor­ dían a los pecadores; y tenían por más que ho:wbi�� a,Jos españoles, pues habían vencido y muerto tan pronto al ca­ cique Torecha y a los suyos.» 4 Un destino similar tendría el cacique Pacra, derrotado por :Balboa después del descubrimiento de la'mar del Sur, a ·quien los croni.stas describen como un ser monstruosa­ mente . feo, sucio y «grandísimo puto, y que tení� muchas mujeres, hijas de señores, por fuerza, con las cuales usaba también contra natura».5 Fue sometido a tormento para que dijera dónde tenía el oro, pero el cacique no habló, ·de modo que finalmente le echaron los perros y sus restos fue­ Ton quemados por sus torturadores. De nuevo López de Gó• mara a�egura que «este castigo agradó mucho a. t"odos .los señores y mujeres cornarcanaS\I. Mejor suerte tuvo uno de los cai:;iques cuyas tierras, de regreso a La Antigua, invadieron los espa.iloles: '.Tumanama, al que pillaron en su casa con ochenta concubinas que, al parecer, no eran sus únicas compañeras de lecho'. López de' Gómara dice que obraba «tan contra natura»-como Pacra: «Aunque no tan púbiicamente, vivía con hombres y mu­ jeres. »

__

.

4 . La referencia a los usos d e los seficres y cortesanos que ptefie� ren el coito anal al .ccomún», hace mención de la difundida. práctica entre los indígenas americanos, en general, de la.penetración anal. también, en las relaciones heterosexuales. La cultura mochica que· flo­ reció en el nor�e del Perú hasta el siglo IX dejó testimonios inequívo­ cos de esos usos en varios huacos que se consecvan en ·el Museo"Na­ cional de Antropología y Arqueología de Lima y· en·-colecciones particulares. De la única práctica sexual de la que no e xi ste testimo­ nio en la América indígena es del cunnilingus. 5. Francisco .López de Gór.-iara, op. cit. .

.


Pero Balboa «más lo quería vivo y amigo que· muerto». Por. razones políticas los vicios contr;;. natura de ·Tumana­ ma fueron ju-z ados menos nefandos. El c apitán español le

g

ahorró sus alanos al cacique y é'ste le retribuyó dándole a uno ..de sús hijos para· que lo criaran l os españole s. Tras celebrar cris�ianamente la N a,vid ad de 1513 en tie­ rras de Tumanama, los soldados de Balboa, «por perpetuar. con ellos [los indios] la.amistad le tOmfJ.ron, según .dicen al­ gunos; mucha cantidad de oro y mujere s por fuerza». Núñez de Balboa fue recibido con todos los honores en

La Antigua, a la que llegó c9n cien mil castellanos de bro,

perlas, cautivos y hembras. Repartió el metal precioso y los esclavos entre sus hombres, «después de apartada la quin­

·era mucho,· alc a nzó a todos, aun más de q uinie ntos castellanos a Leoncillo, perro, hijo del Becerrillo el .del Borinquen, que ganaba más que uri ar­ cabucero para su amo Balboa; pero bien -lo merecía, según pe leaba ·con los indios»,6 sobre todo devorando car ne de horposexuales.7 Enterado el rey, varios meses más tarde, de la proe.za de Balboa, lo nombró «adelantado de la .mar del. Sur y del gobierno de las provincias de Panamá y Coipa.. . debajo y so la gobernación de Pe d ro Arias Dávila». Pero su estrella

ta parte para el rey y, como

comenzaba a 'declinar.

Víctima de las ip.sidias de Enciso y

de sus otros enemigo s en la c o rt e , y de la lentitud de las comunicaciones, la gobernacfon de Urabá, que le hubiera c o r.re spondido por sus méritos i!ldudabl'es, 1� sería negada

para siempre. Mientras Balboa hacía su viaje descubridor a la otra orilla del istú10 de Pan amá , en España la Corona nomb·rab a a otro l;lornbre sin ninguna experiencia. america­ na para dirig�r los .destinos del asenta miento en Tierra

Firme.

·

Muy poco de spués de la llegada de tegr�so a La Anti gua del descubridor de la mar dei Sur, azó t e y martille de _in­ d i o s sarasas, Zqrpaba, en abril de 1 5 1 4, eón rumbo al gÓlfo 6. Ibídem. 7. «De estos perro�; que emplean en los. combates se refieren co­ sas max:avillosas: s e tiran a los indígenas arin.ados lo mismo que a fu. gaces ciervos o jabalíes cuando se 'los azuza : Acaeció a·veces no ser necesario usar las espadas , flechas ni o tros 'dardos para derrotar-a los enemigos que salían al encuentro, pues en haciéndoles señal y sol­ tando a-los perros que iban delante del escuadrón, aterrorizados por la torva mirada y los inauditos ladridos de los perros, vacilab an y aban· donaban la pelea y las filas, asombrados de la prodigiosa invención . » Pedro Mártir de Anghiera, .op. cit. 135


de Urabá la armada con el nuevo go_bernador de Castilla qe1 qro_(no:i:nl:>r� que, firgdm�n!�. }f_�!?Jª rnsigjgg_!a_:r�g!Qtu:l�J golfo de Urabá), Pedro Arias Dávila, conocido como.Ped_ra· rías, tal vez el más cruel y siniestro alto funcionario �spa· ñol enviado a América en los primeros años -de Ja Conquis­ ta, lo que no es poco decir. Iba al frente , de una poderosa flota, sin precedentes . por su importancia, entre las enviadas a América hasta enton­ ces: más de dos mil hombres <;:on pertrechos y hérramien­ tas, animales y especies vegetales para aclimatar, demos­

traban el interés de Fernando el Católico por consolidar su nuevá adquisiéión territorial. Entre los nuevos viajeros de Indias estaba quien-se vol­ vería célebre por su colosal obra histórica sobre los prime­ r.os años de la Conquista: Gonzalo Fernández de Oviedo.' como funcionario real. y otros hombres cuyos nombr ' es ºtam­ bién adquirirían fama: Hernando de Soto, futuro ·capitán de la hueste peru1era, descubridor del Mississippi y.yerno de Pedrarias; Sebastián del Belalcázar, conquistador del rei­ no.de·;,Q�ito; D1ego de Almagro; y Herna�do Luque, socios de Pizarra' en la conquista del Perú; Bernal Díaz .del Casti­ llo, sold ado de '.Cortés y cronista de la proeza en tierras de

8. 'Era el primer viaje a América del mayor cronista oficial de Ja Conquista. Este madrileño de tr einta y _cinco años )b� con eJ c.argo oficial de veedor de las fundiciones de oro, el funcionario real encar­ gado de controlar que se separara la parte correspondiente al monar­ ca en las remesas de metal precioso que se hacían. a Espafia. Igual que tantos otro s, habla e st ado en las g uerras. de Italia com·o soldado del rey de España y del d1.1que de Milán, había servido al rey Fadrique de Nápoles hasta que Fr a ncia y España se repartieron ese.reino. Se casó con Margáriia de Vergára," reputada cómc?':Ia;oe)_l��Zá-ifl�.fof."ae Toledo en aquella:; épocas, pero' enviudó tempranamente. Su primera estancia en América duró sólo un año. Cuando regres·ó a España vol­ vió a contra er matrimonio, y má s tarde, nuevament� vinc,lo._se casaría por tercera vez. Consigue que le den la gobernación de ia provincia de S antá Marta, a la que qujso convertir en feudo d� láºQrd.en de !?.ari· ijago. Ante la oposición ael ·consejo de Indias:·aiiiih1o·:E·ñT5i9-es ñom.:-· brado regidor perpetuo de Nuestra Señora de L.a Antigua. Fue, ade­ má�, esc ribano general de l_a provincia d�l Darién.,Y;,:.,�,S,.�P}. �.� P9f..SU MaJ estad qe las penas d.e Camara. Posteriormente fue gobernador de Cartagena de Indias, cargo que e;erció con especial bru�aliqad. ,En 1532 fue nombrado croµista general de Ind ias y un año má"s -tarde recibe. el cargo de alcaide interino de la fortaleza de Santo Domingo. Murió en Valladolid : a los setenta y ocho años. Oviedo y �u monum_ental·obra .repr.esenian-cl punto de vista más etnocéntrico.y conservador.�de Ja .. Conquis ta. Fue enemigo a muerte de fray B artolomé de .Las Casas. Pedrarias, supuestamente, mandó apuñalarlo y casi fene.c¡: del ate nta� do. Su obra fue impresa por orden imperial .e�.TQ!edo .e���2-�· .:._;

�:'-

--136

--- ·-- -- --. ---�


F ranc isco de Montejos, conquistador de Yucatán; fray.Juan de Quevedo, P ri me r obisoo de Tier ra Firme· Pas­ cu�l de A11dagoya, c ro � is t a y prim'er explorado dei Pana­ México;

má meridional. Una mu e s t ra de su talante lo di o Pedrarias cuando, tras la singladura atlántica, llegó con s u poderosa ar ma da a la

isla Dominica;.:dohde los barcos recalaron para aprovisio­

narse.

A la hora de zarpar, faltaban varios hombres de la tri­ pulación . El último en reaparecer, un tal San Martín, cria­ do de Pe drarias a lo largo de los últimos catorce años, reci­ bió un a regañina considerable. �espondió que p re fe r í a quedarse con los indio� cari bes de la isla .antes que seguir en la armada: era un espontáneo español ain diado más, de entre los muc.hos que se dejaron seduciz: por la vida ameri­ cana . Pero su confesión, que debe de haber sido vista como una traición a los suyos, le valió que Pedradas, s in conside­ ración alguna, ni s iq . ui e ra al hecho de que era un viejo ser­ vidor suyo, mandara ahorcarlo de un árbol. El impiedoso funcionario recién llegado al Nuevo C onti­ nente debe de haber creído que había que ejemplarizar con quienes pretendían «pasarse .al enemigo». En Santa Marta (act u al Colombia) los hombres de la ar­ mada sostuvieron una escaramuza c:on los indi.os, en la q · ue cóxü;iguieron cobrar"numerosas mujeres. u��]!sclavo··:r1�g�ó.�

del cronista y veedo r, Gonzalo Fernández de.Oviedo, ·eh� on ­ tró, oculta entre µnoi matorrales, a una bella «prin cesa '� indi a de u os dieciséis o diecisiet e años,. completamente des­ nuda, de piel muy clara. Se la l levó a su amo. A O viedo le llamó .la atención por sus- .·ai res de dignidad y de org u ll o . Los otros cautivos b tratab an con exag�rada defere n cia como si fuese rea.lrnente una princes a. Si . no lo era, merecía habe rlo sido: !a adolescente fu� lle­ vada a La An t igua, donde murió de pena a los po cos meses, · ·incapaz de -sbportar su caut i v eri o .

ii


SEÑORES DE HORCA Y CUCHILLO

Balboa acata el nombramiento de Pedrarias_yJo.recibe.en Santa María de La Antigua modestamen te vestido pero'con todos los honores. La apariencia de los hombres de la colo­ nia contrastaba notoriamente con el lujo principesco que exhibían Pedrarías, su mujer, Isa1'el de Bobadilla, y sus ofi­ ciales. Desde el primer encuentl'o se planteará una rivali9,ad a muerte entre los dos hombres sobre todo de parte de Pedra:rins, que -veía er. Balb9a a un competidor aven­ ,

tajado.

A poco de llegar le inicia juicio de :re·sidencia; al d e s cu bridor del mar del Sur y a sus o fic iale s y lo s mete p:resos. Se los acusaba de haber perjudicado a Enciso y d e haber expulsado a Nicuesa, provocando su muer.te en ·na;_¡fragio. De .lo primero s·� librará Balbo mediante. el pago de .una fuerte multa, pero el segundo cargo quedará pen,diente so­ bre su· cabeza:· El de sgobie rn o de Pedrarias, el aumento des m e d,i do de· la población con la llegada de los miembros de la arrnada1 del gobernador y un::!. dura estación de llúvias· hicieron rea­ ­

a

parecer pronto el hambre, ias enfermedades:y ia desazón generalizada en La Antigua. Los indíos, ·expriIIJidos _hasta la saciedad y maltratados por los capitanes de Pe drari as se decl araron en rebeldía: «A los seis ..meses del desembar­ co de P edrarias en Santa María La A nt i g ua no quedaba n i un solo cacique. amigo en Cueva.�' Los espafloks. ino.i-ían fam él ic os por las ca,lles mientras pedía n con s� s últimas fuerzas,-qi.le les dieran pan. «�urii::a parece que se vió" cosa igual, qüe-"personas tan ves tida� de ·ropas rieás ·de·�eaa;y ,

,

.

l.

!(athlee¡;i ]3.omoli,

op. cíe.-·

--·--.�----·-.·--··- ------


de brocado, se cayesen a cada paso, muertas· de hambre», dice Bartolon:ié de Las Casas_2 Los capitanes de Pedrarias se lanza.ron a una encarniza­ ,da política de despojo y devastación de los indígenas con ·la cual se destruyeron los resultados de los esfuerzos p aci' fiCadores de Balboa. Juan de Ayora, teniente de gobern �'.dor de Pedrarias, es el arquetipo del conquistador psicópata, desalmado, dispues­ to a enriquecerse rápidamente a cualquier precio. Fue el jefe de la primera gran entrada ordenada-por Pedrarias_ Se puso al frente de tres capitanes y cuátrocientos c uarenta hombres, dispuesto a satisfacer las urgencias que tenía el gobernador de minimizar la proeza de Bal\:>oa con otras que se .proponía realizar a través de su capitán. Ayora se dirigió hacia el oeste y l legó a las tierras del c acique pacificado por Balboa, Ponca, ·que recibió a la hueste cálidamente_ Indiferente a la hospitalidad cj.el jefe intl�o. Ayo­ ra le tomó lodo el oro que tenía por la fuerza_ Cínicamente decía el capitán que «de los amigos había que ayudarse»_ De allí pasó a tierras del cacique Comagre y le r obó sus mujeres_ Enterado Pocorosa de lo que, habían hecho con su vecino, buscó refugio 'en los bosques, pero Ayora,. igualmen­ te, raptó a sus mújeres f! hijas. Desesperado, el ·cacique cre­ yó que el español se dejaría seducir por el oro y le devolve­ ría a su familia. Así que se .presentó ante él co n un buen regalo para conseguir que liberara a �u gente. Pero Ayora tomó Cl p re sente áureo y lo hizo prisionero, dispuesto a �em­ brar el pánico entre los. aborígenes para consegufr que sol­ tc:iran Sl.l oro más fácilmente. En Tierras de Tubanamá fue rec ibido con fiestas y ho­ menajes que de nada sirvieron para calmar la cr:ueldad y codicia del capitán: capturó a su gente y la convirtió en es­ clavos par� vender en Santa María, penetró en su casa y se iievó c uanto hailó ;ilií de vaior. Al cacique no le quedó ·otra saliaa que reunirse con otros in dios y atacar a los españ oles, con e scasos Fesult a d o s . , El teniente d e gobernador oye habla!- de Secativa, un rico cacique, y le manda una mesnada al marido del capitán Juan de Gamarra «para que, so color de pedirle la obediencia para lqs reyes de Castilla, c aut ivar a a la gente que pudiese y tomara la riqueza que· había».3 Rápidament e, -Secativa aun

parte

pum

z_ 3.

Historia_ . ., op. cit_ Antonio <le Herrer<l, qp. cit.

...

139


puso a salvo n sus mujeres y, con ._huir. a lo s castellanos.

sus indios de guerra, hizo

.

_____ . --·-

_

·---·-- -·-

En el golfo de San Blas de�ide Ayora fundar ·la p.obla­ ción de Los A � ades para que le sirva de base de operacio­ nes. Desde allí despacha una!·fuerza al mando ·de uno de sus capitanes, Francisco de Becerra, y otra liderada por el capitán Franc;isco Dávila. Becerra vuelve a visitar devastadoramente a Comagre, llega a las tierras de Tubanamá y luego se dirige hacia el sureste. De sus métodos da una idea Oviedo cuando dice refiriéndose a su hueste: «Parecerá al lector que llamar a un cacique Suegro y· a otro ll�marle el c aciqué Queniado, q� estos nombres no son de indios (y así es la verdad) ... El Suegro se llamó a aquel cacique porque, llegados los cris­ tianos, le tomaron (o él les_ dio por temor) tr·e� o �u�tro hi­ jas que tenía... y por este hosp�daje y adulterios de los yer­ nos, que él no hubiera querido, lo llamaron el Suegro; pero su'norhbre.propio era Mahé. Al otro cacique que llamaron Q'üemado, fue porque de- hecho y sin causa lo quemaron por­ que:·::no daba tanto oro corno pedían.» La tropa de Dávila se desbandó y los soldados se dedica­ ron. por su cuenta a cometer toda clase de excesos con los indio'S, raptos,· violaciones, robos, torturas, asesinatos, en el '.Camino de r'egreso a Santa María, sin haber dejado a su paso más que <itoda la tierra comida, corrida, rob�da y pui�s­ tos todos los indios en huida;,, según descripción del obis­ po .Quevedo. ·

Mientras tanto, la crueldad de Ayora dejaba estupefac­ · a sus propios hombres. De acuerdo con el rela­ tos incluso to del ob�spo de Santa María de La Antigua .ya citado, .en una oportunidad en que iba al frente de sus hombres_mon" tado en una yegua y los indios marchaban delante de él--para1 limpiarle el éamino, se d edicó a alancearlos para entrete­ nerse. «Salteaba lo� poblados de noche, atormentaba a los ca...­ ciques echándolOs a los perros que los descuartizaban, cuan­ do no los arrojaba al fuego · o los ahorcaba,. en los árboles y, por deseont:�do, apresaba las mujeres e hijos que corno esclavos había1.1 de figurar en el botín de l;;i victoria,_» 4_. «Y· así hizo muchos crímenes con nuevas crueldades y tormentos -dice Fernández de Oviedo-'-'- v::dánd.oios·rk<co= mer a los -perro:;. Y dejó de guerra toda y

il;'ti�'it�'áliad�

4.

....i-40

Pablo Alvarez Rubiano, Pedrarias

Dávifo;,·Mad�id;-194? .


dio pr inci pio tar� d iabólico en el crédito de los indios con­ tra los .cristi.ano�:i qU:e n un ca le salió del pecho la indigna­ c ión y una entrañab,le enemistad c on fra el no�bre cristia­ no y con muy justa q u ere lla.» Uno de los cap·:tanes de Balboa, Ba rtolomé Hurtado, que había sido enviado por Pedr a ri as para auxiliar a Ayora, no lo hizo mejor: a su paso por tierras de Careta o Chimú, le· pidió indios para que le ayuqaran cerno porteadores. Cuan­ do se alejó de sus tierras los esclavizó y luego los repartió entre las autoridades de Castilla del Oro, que los aceptaron encantados. Con estos gestos de gew�rosidad consiguió que de un juicio de resiqencia que se le estaba sustanci a nd o como ex alguacil mayor de Balboa, saliera absue lto. La técni�a de corro m pe r con regalos a las· autoridades tanibién le dio excelentes resultados a Ayora. Pretextando enfermedad, decidió volver solo a �>anta Maria con todas las .ri qu e zas obtenidas. Y aprendió ele la lección de Hurta­ do: repartió generosamente oro, hembras y esclavos entr� P edra das, el obispó Quevedo, los oficiales y consiguió rápi­ damente la estimación y admiración de la elite de poder de la colopia. Se había apresurado a regresar a la colonia ant�s de que llegaran sus oficiales y tropa a contar cuáles eran sm mé­ todos de conquista. Sabía que, sur ta i!n el puerto ,. ,había una· nao que iba a zarpar con rumbo a España. De t;µ_odo que'::. siguió simulando .enfermedad y, gracias a sus reg ·alos, fúe au torizado a embarcar en la nave con todas sus riquezas, de las que se olvidó de descontar el quinto real. Pedrarias y su. gente hicieron la vista gorda y no actuaron para impe­ dir el robo.5 Pero , ci veces,. el az ar obra justicieramente: a poco de 'llegar murió en su casa de Adamuz, Córdoba. Todas las fundaciones que hizo A:�ora o sus oficiales fra­ casaron. En una de ellas, en Sa:qta Cruz , cr:eada pCi:r··Ju an Zorita, uno de los capitanes del s an guinario cordobé:;, los indios alzados pasaron a cuchillo a todos su� pobladores. Sólo escapó una m uj er cristiana a s_uien un cacique tomó como concubina, pero por poco tiempo: las otras mancebas del cacique, celosas por el favor que recibía la castellana, la asesinaron y luego dij�ron que la había devorado un c_ai. · mán mientras se bañaba en un río. ·

·

.

5. Juan de Ayora era hermano del cronista real Gon:?:afp de Ayo­ ra, que gozaba del favor del monarca y mantenía excelentes relacio­ nes con Pedrarias y hasta con Pedro Mártir de Anghiera, quien, no obstante, no duda en c m1 de nar Ja conduc :a de Juan. 141 , ·


El modelo de conquista de Ayora hizo escuela. Todos los .oficiales en Santa María-se des\- ,:.v.:an por-conseguir-la--aut0-· ri z a ció n del go b ernador . a fin de hacer entr adas y cons e ­ guir riquezas eú oro, perlas esclavos. El resultado de cada

y

expedición se medía por el botín cobrado, y no por otras razones, desobedeciendo así 1as piadosas instrucciones que Ferna�do el Católico le había dado a Pedrarias.6 La razón era. bien sencilla: cuanto más se rapiñaba más se enriquecían el gobernador, el obispo y los oficiales. «De esta suerte, las autoridades se ·hallaban personalment� in­ teresadas en que en las éntradas se obtuviera el mayor bo­ tín posible, para que sus participaciones fueran acrecenta­ das, y los capitanes se veían obligados a extremar sus ex�cciones, so pena de que a s� llegada a Santa M<;lría se vieran envuelto.; en interminables procesos.y de.que ..no se les volviera a confiar ningún mando.» 1 ;No es difícil il'.!1aginar a estas tropas patéticas intern án­

dose en las selvas o las sabanas panameñas, con rm calor atroz y una humedad que enmohecía hasta los huesos, nu· . be s de insectos y alimañas. Los jinetes delante, detrás ios infantes con sus arcabuces,-ballestas, arcos y lanzas al hom­ bro, medio harapientos y hediendo a demonios, custodian­ do la collera de indios desnudos es�lavizados, �ngrillados al c uello y unidos por largas cadenas cuyo sonido irían acompasando la marcha.

Entre

medio, las

jaurías

de ala­

nos y los porteadores llevandq enormes bultos. Al firial, la caterva de hembras indias que se ocuparían de atender a ·

los soldados en cada vivac. Así sería seguramente la hueste del capitán Gonzalo de Badajoz, enviad•.) por Pedrarias a la rica región de Parisa; en la península <le Azuero, sobre las aguas del Pacífico. Un capitán que no se quedó a la zaga, con resp e cto a sus com­ pañeros de armas, en crueldad co::i los indios. 6. El Rey Católico, en sus instrucciones escritas al gobernador de Castilla del Oro. le ordenaba que los indios fueran. atraídos y no forzados a la amistad y a la obediencia. Pedrarias debía usar para ello la paciencia, el cariño y la buena fe: no debía .hacer promesas a menos que éstas.pudieran cumplirse al pie de.la letra."?,tirigun·a in� dia ·podría ser tomada contra su voluntad pata «ser·'útilizada ..tomó esposa». La primen infracción a estas reglas sería castigada con la confiscación de todos los vienes del culpable y Ja reincidencia, con el destierro. Si esta; normas se hubiesen cumplido a rajatabla;Casti· !la dd Oro hubiese quedado despoblada de españoles a los pocos meses. 7. Ángel Altolai:uirre y Duvale, Vasco Núñet. de Balboa, Madr:ii:!.,

19i4.


Cuando· iba acercándose a Parisa, 'el cacique Cutatara un embajador con ricos regalo� para pedirle que no siguiera avanzando. El jefe indio se. había enterado de que el capitán español le había raptado las.mujeres e hijas a su vecino Escorie. y quería evitar que le ocurriera l.o mismo. «El indio llevó consigo a su mujer, que era prima o her­ mana del cacique Paris ª y era moza de gentil dispos ición e hizo presente al capitán tres mil pesos de oro, y recibiól e muy bien. Esa noche misma un devoto clérigo _,ironiza el cronista- que este capitán llevaba consigo (porque ex:a co!?­ t urnbre que con los más de los cap itanes que salían a en­ trar iba un clérigo), aquella noche lo hizo echar· debajo de _su hamaca al principal y tomó- en la hamaca a su mujer y durmió con.ella, o m�jor_diciendo, no la dejó dormir ni estar sin entender en su adulterl.o. »El prudente indio -añade- disimuló su injuria y al o tro día por la mañana , con gentil se blante, most ra,.ndo mucho placer, se despidió del capitán con s·us cuernos, -l l e ­ vando su mujer <;onsigo; y con mucha diligenoia s� fue a donde el cacique P aris e staba y le dijo qu e aquellos cris­ · tianes eran villanos y mala gente y Je contó ·�u trabajo.» Cutatara se coligó con otros caciques vecinos e infligió

·-le

envió

una dura derrota a Badajoz, en la que murieron setenta es­ pañoles. El cap it án perdió gran parte de los 140 0009 pe�·· sos de oro q ue habían cobrad o y cuatroc ientos indios e scla·

·

viz ados Pero esta victoria indígena significaría ap e nas un ·r:espi­ ro p_ara los caciques de la región. A fi'nes de diciembre de 1515 salió de Ada el licenc i ado Gaspar de Espin<?sa con s u tropa dispuesto a recuperar el botín de Badajoz y ca s fi g ai;: a los indios que habían matado a los pobladores de S anta Cruz. Espinoso aunque haya sido difícil, consiguió super�q· con creces todas las atrocidades precedentes. Álvare� R�­ biano llama a su hueste un a banda «ele forajidos que, ·_cual nuevos b árbaros, iban sembranqo a su paso la devastación .

,

,

y

la muerte». Para fray Bartolomé

de Las Casas, ellicencia�·

8. Los españoles solían llamár a las regiones"con el nom,bre de sus caciques y a los caciques, como en este caso, con el nombre de las regiones sobre las que tenían autoridad.-· · 9. Es decir. casi 650 léi1ogramos de oro. Badajoz.tuvo que volver a España en estado de indigencia, pero luegó retornó a Américá. Fue nombrado regi dor perpetuo de Pa n am á en 1521 y c o.a siguió de Pedra­ rias- una en�omienda con ciento. cuan:nta indios. . .

.


do era 11el espíritu de Pedrarias y la furiá divina en cerrado en . ambos ». ,

- Su"polftlca ae ·terror consiguió que los iud{os d �vol yi e­ ran el tesoro de Badajoz, COii la esperanza de quitarse de encima a los genocidas. El pred o en vidas-de la-recupera­ ción del b ot ín y el castigo, ºsegún fray F r anc i sco de S an . Ro­ mán, fue de C\,l are nta mil indios asesinados e n las incursfo­ nes con tra Cutatara de Parisa y con tra el c ac iqu e E scoria a lo largo de los quince meses de campaña. Balboa vio todo su tralfajo deshecho en pocos meses. Ante sus protestas, Pedrarias respondía que había g_ue per­ mitir tales desmanes para que los soldados tuvieran con ·qué

-

sostenerse.

Vasco .Núñez

y sus oficiales, por su parte, re alizaron otras· expedi ci o ne s de explora ción y·rescate.·Uno de süs hom­ bres de confianza (que años m as tarde lo traicionarla), An­ d rés de. Garabito, al frente de ochenta hombres, fue a ex­ plorar .9tra rut� para alca�zar el .Pac í fi co . De esa exped.ición q_µ.sdés un re cuerdo significativo .de los usos y � as ccistum­ br�� '.;4.e la .. Conquista: el río Tuira fue rebautizado río del Suegro (ofro suegro) en homenaje·al cacique Chaoca de Ta­ mahé, . s e ñor de la tierra sob re la orilla derecha del ·golfo San. Migu e l, que casó ceremonialmente a .su hija con Ga­ rabito,. con flic tos entre B albo a y Pedrarias no cedían. La virtual corte de Pedrarias' segu í a sembrando cizañas con­ t ra el descubridor d el Pacífico. Al regreso de una de sus expediciones, en un ataque de ira inc onten ible, Pedra'ri �s ordenq e njaula r .a Vasco Núñez. El obispo Q u evedo intentó _a.pac;iguar al g99,�m;'.,\d_QJ:·, . .ql.le. pron to recibiría. ei mote de· Fiiror·Domini:. .·Tras ·medit ar lo más calmadamente, Pedrarias decidió abrazar al enemigo que no podía de,s trui r y le ofrecio su hij a µiayor l\faría;' a la sazón en Espjiña, en ma t ri m onio a Balboa. El extreme_ño, conciliador�mente, aceptó l a -p ropu esta .que-pretendía­ s ellar la paz entre ambo s . Pedrarias « actuaba con perfecta in sin ce ��qa d , pues .sa� bía que el matrimo ni o [por p oder) no se con s umarí a y s ólo l!n helab a que. Balbo.a dedi ca ra , �us _ener:gí�s ,a. p repára r -�na expedición c¡ue otro capitán -Dieg·o _daría».10 ·

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Francisco Morales Padrón, Historia del Descubrimiento ·y - Con-

quista de América, Madrid, 1 990. �- - - - -

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La boda por poder se celebró e n abril d e 1 5 16. !Poste­ Vas2"b Núñez emprendió un_;;i, expe:dH::iáh:-ó.rd�� nada ·por el gobernador para repobl a r una villa· del,cacicaz­ go de Careta, baut.izada Acla. Pese a que en ese momento las re laciones eh�re Pedrari a s y el Ad elanta do de la mar del Sur eran buenas, los enemigos de B�lboa no dejaban de cons: pirar contra él y de persuadi r ·a Ped raria s de. supuestas ma­ niobras que · Vasco Núñez realizaba para alzarse contra ef gobernador. Al mismo tiempo, la muerte de Fernand o el Cat ó l i co y la regencia d e Cisneros alentaban· los temores de Pe dra ri as de que pronto sería reemplazado. Fray Bartolorné 'de Las C as as y los dominjcos, por un lado, había.n hech� una efi­

riormente ,

caz campaña éontra las barbari dade s perpetradas ·por Pe­ dradas; y, por 5!1 otro, Fernández de Oviedo, de reg!"eso en la corte, se hab�a ocupado de a t i z ar el fuego contra el cruel

gobernador.

·

El cabecilla -1.e las insidias contra Balboa era el bachi­ ller 11 Diego del Corral, que vivía am anceb ad o con una ·i:ie� ll a espave (in di a noble) de Bea, un cacicazgo a 30 ki l óm e­ tros de La Antigua, b a uti zad a con el nombré de Elvira -

.

.

Los temores de Pedrarias por sü es�abilidad ..aMrepte

de la gobernación de Castilla del Oro no e ran infundados: Enterado B alboa de que Lope de Sosa, gobernador. de ·Ca• narias, iba a ser nombrado para el mismo cargo en·

Castil.l�

del Oro, .se p reparó para recibirlo. Los movimientos de' BáI'J-· boa encolerizaron, una vez más, a Furor Domini_. .quie'n or� denó - la prisión del adelantado, acusándolo· de sedición. Decidido P ed rarias a acabar con s\i yerno, montó µIi.jui, ...cio con .-una. sar.ta interminabl.e de .cargos. Balboa,-pt>r .su parte, vio cómo uno de su s hombres más ·próximos,:Andtés de Garabito, lo traicionab a y se unía .a sus- ene�igo.s como testigo de c argo . Detrás de su .felonü\ había un·a ..reptignan­ te historia de faldas. Garabito se h<'tbía enamo ra do d¡:: - l a -hija ·de Careta, concu bin a de ·B alboa. . Hizo l o posible por seducirla, pero Anayansi, lejos de ceder a sus requiebros . 1 � - Balbo� t�1ní� sobradas razones . pa_ra de � � ��_ílr .a I�s. !��1:11 e);'?.�· . _ _ baclulleres y hcenc1ados. En carta al rey l e hab1a su p hca:do "qu e·el monarca mandase « que ningún baé:hil ler en leyes ni otro ningiir,o, sl ho fuere de medecina, pase a !:Stas partes d e la Tier.I"a Firme... porque ningún ba c� ill e r acá. pasa qqe no sea diablón y -tiene vida d� dia�lo, y no solamente ellos son malos más aún fases y tienen for{ll a 'por_ don� de haya mil pleitos y maldades». El odio de lós conquistad�res. con tia Jos abogados t:.i e un fenómeno generalizado en Amérka, t . ·: · · · ·- ·

"14 5-


y proposicione s, le contó todo a Balboa, quien inq-epó_a Ga­ _ r§l_bJtq pQ.L�Jd_p;rpf�cl�L- Pero el Adelantado era un hombre poco rencoroso, un sanguíneo que, t ras sus prontos, se ol­ vi daba de las ofensas recibidas. Pensando que podía salvarse del juicil;>"y condena de Bal­ boa y sus oficí p.les, Garabito le es_cribió una carta a Pedra­ rias acusando a su yerno. Su bellaquería y sus servicios al gobernador fueron recompen�ados con el perdón· y con una buena carrera adminis trativa posterior, mientras que cua­ tro de sus compañeros, oficiales corno él de B alboa, y el Adelantado de la mar del Sur fueron « d egollados como car­ neros » en enero de 1 5 1 9 en la plaza mayor de Ada. Su ca� beza rubia fue clavada en una pica alzada en el misuio sitio de la ejecucióH. Tenía entonces cuarenta y cuatro . años y sú estrelhGse · había apagado definitivamente, af mis�; Üempo-q"l1ela,de · otro extremeño asomaba por el horizonte: la de Hemán Cor­ tés, que en esc>s momentos, cientos de kilómetros · al norte, en la isla de Cuba, ul timaba los preparativos para lanzarse a su conquista en tierras de aztecas. El nuevo gobernador que debía reemplazar a Pedrarias·, Lope de Sosa, !legó final!lle nte con su armada, · cuatro me­ ses después de la ej ecución, en mayo de 1 520 a Santa María de La Antigua, pero murió a bordo de su nave antes de de.­ sembarcar. Isa bel de B obadilla, con poderosas .influencias en la corte, se 1:ncontraba .en España .cargada de oro y per­ las. La .Corona estaba, en esos momentos, baqueteada _por el levantamie n to de l o s comuneros de Castilla. Nada más fácil que quitarse de encima e l problema de la remota Cas­ tilla -del Oro dejando a .Pedrarias en su p ues to, que. manten�. .drá por seis años más, después de superar, -ama1'!_�gi�_r:it_('!;� el jui.c io de residencia que le hizo el teniente de gobernador de Lope de So ;a, Juan Rodríguez -de Alai·concil lo. Entre ios ca rgos que se ie hicieron a .Pedrarias .durante la residencia, · no hay · referencias a las atrocidades cort1eti­ das ·por sus capitanes y por él mis�o c on tra los iridios; o al difundido amancebamiento · por la fuerza de la.s indias con l o s españo'.es en violación de las instrucciones. re�i.les. . f.e:ro .s í. �n-� acü'$aci\)n ,cuT;io��! .IJ9 :h�pe_r: :<;?-�F.�g�§<i _<!.lf���!?l�,�;_ femos, cargo del que, naturalmente, ·sal ió absuel to. .Míen� ·tras se sustanciaba. el proceso, Pedrarias mandó · hacer '.Un · ··nuevo y más genero s o repartimiento de fodios-�ntrt:dos�.pQ:­ bladores para taparles la boca a Sl,l.S potenciale,s acusadÓre{ A Pedraria�. Sai;ita Marja \le . La An.tig!,i� __

l���;.·()S.ªt?.?-::-?:Z�.


rribles asociaciones: la poblaeión había sido fundada por B alboa . Tenía l a ventaj a de ser la puert � q1:1�L:.2. ::!E.�.Y�� A�l océano Atlántico, lo conectaba con España, pero se encon� traba lej os de la zona que, a través de la experienCia de los s ucesivos despojos .perpetrados, había demostrado ser la más rica en oro, perlas y esclavos : la costa de la mar del Sur.

Pocos meses d e sp u é s del de g üello :de Balboa, Pedrarias fundó Panamá (pesque ría, en l e ngua local) en la orilla del

Pacífico y meses más tarde ordenó el trasla do de la capital de Castilla del Oro a la nueva fundación. Santa María, P.ese a los esfuerzos de algunos empecinados como Fernández de Oviedo· -nombrado por Pedrarias teniente de gob e rna­ dor de l a población-, acabará abandonada e incendiados· su� últimos restos por los indígenas. Hoy mismo su -locali­ . zación es difíCil de de te rmi n a r. El gobernador - y algunos empresarios privados lidera­ dos por el contador real de Santo Domingo, Gil González Dávila, intentan conquistar las tie r ras que se encuent ran

al poniente de .Castilla del Oro; los actuales t�rritorios 9.e Costa Ri ca, N icaragu a y Honduras. Tras los p rim e ro s éxi­ tos de González D:?.vila, . q ue regresa a Panamá en 1 523 .con 90 000 pesos de oro de una incürsión hasta Nicaragua, Pe­ · .drarias organiza su propia expedición, y que pone al frente a Franci sco Hernández de Córdoba y que lleva como a uno de sus c api t anes a Hernando de S oto, el futuro conquista­ dor de la Florida. Hernández de Córdoba funda B rus el as, Granada, León y Segovia en te rrito rio nicaragüense, mientras Gil Gonzá­ lez Dávila lanza, desd� La E spaño l a, una expedic�ón qu.e re­ calaría en Honduras con la in tención de volver a Nicara­ gua . Era · in e vi tab l e qu.e ambas c orr ie nte s choc ara �. .Y así ocurrió. Con el agravante de que, desde México, y..a, conquis� t a c:lo por Hernán Cortés, se envió o tr� fuerza par.a: disputar el territorio -que .Co rtés consideraba propio-, una de las cuales es taba dirigi da o r el p ropio conquista dor .de Ien och­ ti. t l án y de la qu e participó el sol dad o y más tarde cronista B e rnal D í az del Castillo. Las tr o p a s enviadas por Pedrarias: seguían, ir;variable­ men te, p rac ti c ando el rapto y el ro b o a los indígenas. Ber� nal Díaz 12 ha dejado una buena d es cripción de estos fora­ ..j id os . « Es tando Sandoval [c apitán de Cottés] en el pueblo de

p

t 2.

B e rna! Díaz del Castillo, op. cit.


Naco, a trayen do de paz a to d os los más. pueblos de a quell a CC?!n..�:r�a,, '!'ini�.r::?P an t e é l _cu��r9 _<;ª�j_qµ�Lª-�- gps _ pµ�_b.k>_s _ que se dicen .Qu�span y Talchinalchapa, y dijeron que esta· ban en su� pueblos muchos e s pañol e s , de ·ia manera de los que co n él e s t áb am o s, con armas y caballos, y que les to ma· han sus ,haciendas e hijas y mujeres, y que las ec haban en ca d en a s de hierro; de lo cual ·hubo gran enojo el. S an dova l; y pre guntan do que tanto sería de allí donde estaban, dije­ ron. que en un día temprano l l e garí al':!'lo s . Y l uegó nos man­ dó apercibir a los que habíamos de ir con él, lo m ej o r .' que p o dí amc> s con n u e s tr a s armas y caballós y ballestas y esco­ pefas, y fuim os con él setenta hombres . »Y l lega dc1 S a los pueblos ·d9nde e s t aban [los] ha l l am o s muy de reposo. sin pensamiento de que l e s í bamo s a pren· der, y desde que nos vieron ir de aquella man�i,a s� .a.l�.9!<?­ taron y ech arpn mano a las armas. y de p rest o prendimos al capitán y a,otros muchos de ellos sin que hubiese s angre de un� parte ni de otra. Y S andov al les dij o con palabras algci'nesabridas:�si les a re c í a bien andar robando a los va­ sallos �de Su .N.t ajestad y que' si era buena .conqu i sta y p a c ifi­ cación· aqu él la . ·Y unos indios e indias traían en cadenas c on cp-lleras; y se las hizo sacar de ellas y· s e las dio al cacique de aquel p ue bl o , y los demás mandé/ que se fuesen a su tié­ rra , que era cerca de allí.

p

»Pues 'como aquello foe hecho, mandó al capitán que allí ve n ía, que se decía P e d r o de Garro, que é l y sus s o l d a do s fúesen presos y se fuesen luego con n oso tro s al p u eb l o de Naco; lo cual <: a min am o s con 'e l i o s . Y t ra í an muchas .indias

de .Nicaragua, y a l gunas hermosas, e indias nab ori a s ; que te nían para sti servicio, t o d o s los más de .e llo s .t raían .caba­ l l o s . y como no s o tro s estábamos tan trillados y d eshe chos de l o s caminos pasados y no teníam o s indias que n os hicies en p an, sino i'nuy pocas, eran ellos unos condes· en el se r­ ' v irs e p ara s e gún n u e s t ra p obre z a. » Claro que �o'mo entre bueyes no hay · cornadas,· Sando­ val acabó pronto de íntimo amigo del capitán Garro y de « ciertos hi d a l g o � y personas de calidad » que venían con él. Pero esto es adelantarnos dem asi a do en el ti em p o. Ha­ brá qu e retroceder algunos años y remontar el mar Caribe ·· · basta la isla de Cuba. ·

-1 48

·

·


« GRANDES HILANDERAS, BU ENAS HEMBRAS »

Iiern.l(l_I). .�cgt�� .�� M,gqro.y y )?izarro Al t a m �r�no ten i a t rei I'). ta y cuatro años cuando, en 1 5 1 9 , s e lanzó a la conquista d e México. Extremeño de Medellín, hijo de famili a hidalga de escasos recursos, sus padres previeron para él la carre­ ra de leyes y lo enviaron, cuando ól o tenía catorce años, a estudiar a la Universidad de S alamanc �. No conc uyó 19s 1 estudios -estuvo sólo dos años-, pero la ilustre casa sal­ mantina le dio cierta formación jurídica y que lo haría destacar por encima de muchos de sus compafi·e­ ros de arma� poco ilustradós . -.Su soldado Bernal _Díaz ,,� . · Castillo asegura que hablaba en latín « con letrado y ho . bres latino s » , que era « algo poeta, hac í a coplas e'il metro. y prosa, y en lo que platicaba lo decía muy apacible y con muy . buena retórica�i . 1 «Bullicioso, al tivo, travieso, amigo de l a s a rma s » 2 y enamor adi zo optó por unirs·e a los tercios españoles· en. I ta­ lia. Pero éintes .de llegar a la Penínsu l a, en sus vagabundeos en Vallado)id, donde rab ajó como !!mpleado en una escribanía, experiei:icia que le serviría par.a compl etar sus conocimie11tos de l . lenguaje curialesco y del derech o Te­ nía diecinueve :años en: 1 5 04, cua n d.o consiguió e:¡:nbarcar en Sevilla en una nave de la flota de Alonso Quint�ro, un cqmerciante que llevaba mércancías a Santo Domingo. · Hasta 1 5 1 1 vive �ran qui l amen t e '!Il La Española · c omo hacer;td.ado, gozando de un repartimi�nto de ir,idios. En ese año se une a Diego Velázquez en la conquistfl de Cuba, don-

s

humanística ·

4!:L ·· m:1

t

,

se detuvo

t

.

1. 2.

1 943.

Berna! Díaz del Castillo, op. cit. Francisco López de Gómara, La conguista de México,

Méx!co, �r49.


de sus merecimientos militares hacen que consiga tierras en M;inic;;t:raq, in9,ios y el. c;.a. r g o .d!':. tf! s o rero de Cuba, secre­ tario del gobernador Velázquez y, más tarde, el de alcalde de Baracoa. · De « b uena • ! s ta t u ra y cuerpo , 1 y b i en proporcionado y membrudo » , tenía el color de la « cara algo cenic i enta y no muy alegre y que tuviera un rostro más laq¡�o ' mejor pare­ ciera, y era en l o s oj os en el mirar algo· amorosos, y por .otra parte graves. Las barbas tenía algo prietas y pocas y

ralas, y el cabello, que en aquel tiempo se usaba, de la mis­ ma manera que las bqrbas, y t e nía el' pecho alto y la espal­ da de buena manera, y era cenceño [ffa.co] y de poca barri­ ga y algo estevado y las piernas y muslos bien sentados; y era buen j in e t e y diestro de todas a·rmas, as� a pie como a caballo, y s abí a muy bien menearlas y, sobre todo, cora­ zón y ánim o , que es lo que hace al caso». « Oí decir -•:ontinúa Bemal Díaz- que cuando manc e­ bo en la i sla E:>pañola fue algo t ravies o sobre mujeres, y que se . acuchilló algunas veces con hombres esforzados .y diestros y siem p re s alió eón victoria. » En lo que coincide con López de Gómara en su biografía: « Fue muy dado a las muj e res y diose s ie m p r e . » El e,¿tremeño, efectivamente, cul•

tivó con pasión dos artes en las que destacaría: el de las armas y el de las muje'res, a las que e ra « con demasía dado

[sus ..indias] � las suyas », dice Díaz del Castillo. Prudente y reservado, Cortés j amás hará, en · sus escritos, referencia alguna a su d�bilidad por las hemb ras ui a su otra deb ili d a d : el juego: Ambas actividade$ estab an prohibidísimas por las ordenanzas reales en las mesnadas, esp e cial:qle nte en las instruccioni!s que .llev.Ó. <!- la . con quis t a de México, pero en la prác tic a ocurrió como si, por el . �on­ t rari o, hubiesen estado incentivadas y premia\'.las, al menos hasta antes del gran descalabro de la Noche Triste. En Cuba cortejó a la española Catalina Xuárez Marcai­ da. A último momento, intentó quitársela de encima incum­ pliendo las promesas de m atrimonio que le había hecho. y ce.loso en guardar

Diego Velázquez, que mantenía relaciones sen�imentales cqn una hermana de Catalina, se enfrentó a Cortés, lo me.tió pre­ so y lo obligó a que cumpliera su palabrn y se casara con

3. El e.¡¡: amen de sus huesos determinó que· Cortés medía en vida 1,58 metros.' lo que para la estatura media de .la época permitiría a Díaz del Castillo hacer esta afirmación. 4. Tachado en el original.

�iso


su prometida. El g ob e rna d o r apadrinó la boda realizada poco an tes de que Cortés s e lanzara a su ave ntura en e l C�m:. tinen t e . En l os años siguiente s , Cortés n o d e m o�t ra r á un espec i al c ariño po r Sl< e sp osa , consecuencia de haber juga­ d o a l donjuán y de haber p er d i d o la partida. De to d o s IDO"

dos, el t iem po de convivenda del matrimonio s e r á escaso, has ta qu e , al cabo d e la c on q u i s t a mexicana, en 1 522, Cor­ tés e n vi ud e de una manera que despertó las sos p e c h a s de sus contemporáneos y l e costó un proccs0 p or supuesto uxo­

ric id i o , del que salió a bsu e l t o . Entre 1 5 1 7 y 1 5 1 9 He rnán Cortés ve cómó las e xp e di c io­ nes al C o n ti n en t e lanzadas desde Cuba fracasan es�repito­ samente. Francisco Hernández de Córdobq. (un homónimo del conquistador de Nicaragua) y Juan de G rij alb a , capita­

nes del gobernador V e l ázque z, enviados al Yuc;:ttán, regre­ san c on las f uerzas die zm a d a s , un b o t í n escaso y no ti c ia s fabulosas sobre l o que pu e de hallarse en el hinterland s i se consigue superar el obstáculo de l a s a.gresivas tribus cos­ tera s . Lo s e x p e dicion a ri o s apenas s i c ons i guen desembar­ car y rescatar a lguna mísera cantidad de oro, obligados a enzarzarse en combates y escararn:Uzas ·con los, indígenas, organizados y promovidos -lo sabrían más tarde- por un .

misterioso español. Temeroso de que la e xp ed i ci ó n de

G rij alba se e ncon tr a· se en s erio pel igro, o que el cap i tá n se lie a lza s e , Velázquez d ec i de. enviar a C r� s tóba l de O l i d p ara nu�iliarlo. No satis­ fecho con esto, el gobe rna dor resuelve elegir a otro jefe para un a s egunda expedición de rescate. Cortés cree ue ha lle­

q

gado

su hora y, con el auxilio y recomendación del sec::: r eta­ rio de Velázquez, Andrés dé Duero, y del contador d!:: l rey, A m a do r de Lares, consigue que Velázquez, no sin muchos recelos, lo e l ija a · él como ,c apitán .general. . .

El caudillo extremeño tenía más de una buena· razón p a ra ambicionar convertirse en j efe de una expediéióh que · pro7

metía s u stanciosas ganancias: es taba en b ancarrota, carga­ do de d e udas, a pesar de que « tenía buenos indios de

en c o­

.

miendas y sacaba oro de las minas, ma� todo lo gastaba en su persona y en atavíos de su muj er, que era recién casado, ' y en a lg unos forasteros huéspedes qu e s� l e al l e gaban » , dice Berna! Díaz. C orn o buen caballero español, hacía exhibición de p rodigalidad y la rgue z a . ·Para firiar1 ar su aventura, .al p ar e c e r, dos comerci¡antes le p r e s t a ron Ócho mil · pesos de oro en d in e r o y me rc ancí a s . . .... E l flaman t e c api,t án ·g 7? e r:�l zy.andó p re g o n a r .su �xp�dj-

d

IS!


ción a fin de conseguir hombres que se unie ron a ella. No había .c ompl•!tado. sus preparativos cuando-Olid-y-G r-ijalba.. reg re s an a Cuba. Los temores de yelázquez de que podía ser víct_ima de una traición recayeron, entonces, sólo en Cortés. Advertido de los rec e l o s del gobe rnador, e l extremeño apresuró los t rám i t es. De Santiago de Baracoa se marchó a Trinidad. Velázquez ya estaba convencido de que los planes de C o rtés eran insubordinarse, de modo que dio órdenes d e que lo aprisionaran en Trin i d ad . Pero para entonces Cortés era un hombx:e .demasi ado fu e rt e y estaba en condiciones de resistir, con s u mesnada, la o rd e n de detención. A eso se unía el gran p re dicam ento' que ten ía en la i'egión. En vez de ser apresado, Cortés n!"c ib.i ó en Trinídad a _más sol: dado s que se le unieron junto con capitanes de gran .valía. ­ c omo Alonso Hernández de Puerto Carrero, Gonzalo de Sa�1doval, los cinco hermanos Alva,rado y el mismo Cristóbal de Olid,· que acababa de regresar de su fallida expedición :a -México. De Tri n i d ad marcharon a La Habana, donde reclutaron más hombres y cargaron bastimentos. Nuevas ·6"rdenes del gobernador contra Cortés fueron igu a lmen te ignorad a s . El 1 0 de febrero de 1 5 1 9 l a flota se dio a la vela rumbo a la isla de Coz"umel, en el extremo nororiental de la penín­ su l a de Yucatán. Cuan i:l o llegaron, mandó Cortés .hacer alar­ d e para comprobar ·que l l evaba · 508 hombres más unos 1 1O marineros y 1 6 caballos en las once naves. 'Iban a te n e r que enfrentarse con una población cifra d a modernamente en va­ ri o s millones de p ers on as . Cortés n o era un .forajido más metido a ·conquistador ·de In d i as , como tantos otros. Era un hombr!! extremadamerit� inteligente, con cierta formaciÓI"\ intelectual, hábil en �l ma� nej o d e las armas; tras su arribo a México dehiostró ser un diestro político, consciente de su debili d ad mili tar. pern ade­ más, convencido de la ri éces i da d de gtiardar .. .rñfoiú:ras'"tue­ ra posible, ciertos principios. Pese a su innegable eodicia, sus ambicione:; iban mt1ch o más allá d.e rin · enriquec imi e n­ to rápido· cazando indios y robando o rescatando o ro. Con sus ·miserias y sus grandezas, Cortés· da la talla de co nqui s ­ tador español, dies tro en el manej o polí tico de las situacio­ nes y también capaz de combatir sin respirqysin esperan­ za cu án dd las circunstancias no le dejaban ofra alternatíva menos cruenta. Sus ac tos d e c rueldad y sus demostracio­ ne s de insensibilidad formaban pa rte de la-mentalidad cas·-1 5 2


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trense de la época, avivados por la s ituac:ión de inferiori­ dad . numéríca .eit .que s e . encon tr'.Lsiempr..e�-·El c api t án extremeño tenía Sl,.lficie;nte información como para darse cuenta de que se enfrentaba a una civilización como la de los ¡:i.ztecas, imperialista, altamente militariza-"" . da y no a pueblc.s primi tivos, atomizados y desorganizados. Sabía que con poco más de medio milla¡: de hombres iba a s er incapaz de llevar a b.uen término su -empresa si n� conseguía aprovecharse políticamente de la situación qu� se le presentaba y de la que ya había tenido suficientes prue­ bas: e l odio que .n umerosos puebl os sometidos por los azte­ cas profesaban a é sto s los convertían en sus aliac;los pQtenciales. Apenas pisa tierra yucateca', da pruebas de.. q:tt e_ s us P,1�� todos de .conquista no tienen nada que ver c6.ri Jos de. los . capitanes de Pedrarias. Dos barcos al mando de P edro de . Alvarado ·se adelantaron a l a flota y l leg aron a Cozurnel cua­ ren'ta y ocho horas antes. Contraviniendo expresas instruc­ cio�es de Cortés, que les había ordenado esperar en el mar, Alvarado desembarcó eri la isla para ené:ontrar.� e con qµe . - los indios habían h u i do de sus al dea s Ni corto ':ilí' 'j:ier�zo.�o, est e personaje que destacuría más por su :viol eñc�a que por·· su a stu c i a se depicó al saqueo de todo lo que halló de valor y cobró tres cautivos ipdígenas: dos hom bre s y una �uj e f Cuando Cortés se enteró, di s pu so que cargal'.an d� gri­ llos al piloto que había desobedecido sus 9rdene s º y repr�n dió s everamente a Alvarado. «Le dijo que rib se habían de apaciguar las tierras de aqu e l l a manera tomando a ios 1,la­ turales su hacieµda -narra Bernal Díaz-::- · .Y luego mand� t ra e r a los dos indios y a la india que.habíamos -tomado.�·,· Les habló [y les dijo] que fuesen a l l amar a ·Jos· c a ci ques e indios de aquel pueblo y que no tuviesen mi e do . Y l es man- 1 d ó devolver el o:i-o y p aram entos y tocio lo demás, y por 1<1.s gallinas que se habían _c omido [los españ'oles] les mandó. dar. ·. .. cuentas y c as c ab el e s y dio a caria i.ndio urta ·camisa de Cas-tilla. » Al día sig>.iiente a p a r ec i ó el cacique con su gente .« Y mandó Cortés que no se le hiciese enojo ningilno», Com,o · hábil capitán sabía que erá muy peligroso avanzar dejando enemigos a sus espaldas. . Por los indios se en teraron de que a dos días de marcha de allí habí.a españoles. Cortés mandó llamarlós 'i::'nt teg'án- _ dal e a los ind�os mensajero's una carfa y ·g·ra:n.· cafftidaa ae·­ c uen t as para pagar el rescate de uno de ellos que había sido · · . . sometido a e s davitud por un ef� ab .rig _n � 7 ...

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Eran los dos únicos sobrevivien tes de un naufragio ocu_ rr�do ocho años atrás: Jerónimo de Agu i la r y Gonza lo G u e­ rrero. Una nave al mando d� Juan de Valdivia q��-;�¡;;�g;--:- · ba desde Tierra Firme a Santo Domingo fue a dar conti-a l os rompientes de Las Víboras j unto a la isla de Jamaica; en medio de una fuerte tormenta t ropical. Dieciséis hom­ bres y mujeres consiguieron salvarse en un batel de morir ahogados. Las corrientes marinas los lanzaron sobre las cos­ t a s de Yucatán, tras navegar durante dos semanas a la de­ riva. Siete murieron de hambre y sed a.'ltes de en ca ll a r e n las playas y uc atec a s . Los indios mayas capturaron a todos los sobrevivientes, incluy e n do al mismo Valdivia. La mayoría fueron sacrifi­ cados a los dioses y devorados ritualmente. D o s española!;, cautivadas por un cacique, pasaron a integrar su serrallo. Allí, p o r exceso de trabajo, mala alimentación y o t ras penu­ ri as , sucumbieron al poco tiemp o . Jerónimo de Aguilar, c lé ri g o de Écija, hombre de peque­ ñas letras más que de acción; se las arregló para sobrev.i­ v ir. Escapó de la p ri s ión en la que esperaba seguir el des.ti­ .no de sus compañeros y acabó en mano> de otro jefe indio como su escfavo.5 Según contó él -y no debía de s er totalmente c i ert o-, las num ero s as muestras' de insobornabl e c as tida d qu� d i o a su amo, convencieron a éste de que e:::-a el h ombre a¡:i'r o::=p iado para cumpl i r las funciones de eunuco, como cuida­ dor de sus muje.res; Juan de T orqu em ada 6 hizo un relato sabroso de las aventuras del clérigo ná ufra go en cautiverio, sobre cuya: .ve­ rosimilitud quedan s e ri as dudas . Aguilar comenzó· ganán­ dose la buena voluntad del cacique, su señor, y debido a que é st e <i era sabio y de� e ab a ocuparl� en c osa s mayor.es , vi en do que viví a tan cas tamente, que au1 1 los ojos no ai;zab � para mirar a las muj e re s , procuró t en t a rle muchas veces, y en especial le envió de n och e a. pescar a la mar, dánd9le por compañera una. india muy he rmosa , de edad de catorce o quince añ os, la cual había sido instruida por e l cacique

­

5. En Écija, cuando. la madre de Aguilár ·S<: enteró de la ve.n tura de la expedicion y creyó que Ja suerte de su hijo había sido la de ser comido por los indígenas, se volvió rigurosameute-veget¡:¡riana.-No-to-· leraba ver carne asada porque ia asociaba con - Jerónimo .. •Yed aquí la madre más desdichada de todas las mujere:¡; ved trozos de mi hijo», decía , según cuenta Pedro Mártir de Anghiera (op. cit..). . 6. J uan de Torquemada, 'Monarquía indiar:a, M�xico, 1975-1976 .

. - ·-- -:-1.S .S-


para que p rovocase a Agu ilar. Le dio hamaca en que ambos d.Y.rri!��s �f1_ l l�g a;qo � a. )a _c Q.�J.?:•..�S.P.�X:-��9-2..J!�gi_p9 .P-ª:t.:.�_fr_� pescar :(que había d e ser antes d e que amaneciese). Colgan­ do la hamaca de dós árboles, la india se echó en e lla y lla­ mó a Aguilar para que durmiesen juntos. Él fue taF} templa­ do que, haciendo lumbre cerca del agua, durmió sobre la arena. La india unas veces le llamaba, otras le decía que no era ho mb re porque querí a más estar al frío que abriga­ do allí con ella. Aunque estuvo vacilando varias veces, al final se decidió a vence"rse y cumplir l o que a Dios tenía prometido, que e-ra de no llegar a mujer infiel, para que lo librase del c2,utiverio en que estaba: caso g,rave y digno de gran co11sidétación, donde fue necesaria la gracia de Dios, para no pecar por sólo su amor. Pórque, como dice el Espí­ ritu Santo por boca del Eclesias tés: es el corazón de l a mu­ jer una ancha y extendida red y un lazo de los cazadores donde caen gentes de todo género, así .chicos como gran­ des. P ero Aguila'r . . . atendió más a su voto que a los ruegos y,persuasiones::de la india desvergonzada, advirtiendo (como . . dice el Espíritu S anto) que el FJ_ue así es engañado y vencido de u n a mujer, es como el buey o novillo que es llevado a la carnicería para s e r muerto, o corrio e l páj aro que viendo el grano de t�igo, pue s t o en el l azo se abalanza a él con la codicia de comerlo, no advirtieJ1do que le cogen la gar­ ganta en el · hi lo y que con él l o ahogan » . L a his toria tiene todo e l tono de l as n arraciones mora­ les a las que e ran tan afectos algunos cronistas de l a época, pero coiucic.le en lo sustancial con los relat.o s que hizo e l clérigo u n a vez que fue liberado. En realidad, Aguilar no debe de haber sido el .santo y casto varón que intentó parecer delante de sus rescatado­ res. En la crónica maya de Chac-Xulub-Chen 7 se afirma que el clérigo, e n tierra de indios, fue yerno de Ah Naum Ah Pot, dos años antes de su liberación. De modo que r.1uy probablemente el mestizaj e en el ac t u a l territorio d,e Méxi· co fue iniciado por el c l éri go y algunas i ndias. En todo caso� su cacareada castidad no duró demasiaqH,..._�}JIDPP= t.r,�� la

_ _

,

.7 , «Y e_l año. en que vinieron los señores extranjero's aquf. a la tierra de los cupules, fue en 1 5 1 1 años.» « En· es te tiempo no había. sido visto ninguno de los señores extranje.ros hasta que fue aprehen­ dido Jerónjn,io de Agu i I'a r por los de Cozumel...» " · ·· nuestra tierra fue . .. descubierta ... por Jer0f1 imo de Aguil ar, _ quien ... túvo ·por suegro a Ah Naum Ah �9t en Cozumel, en 1 5 1 7 años .. , Crónica de Chac-Xulub-Chen, .en . Crónicas de la .conquista de México, MéXico, 1 939.


Conquista contrajo matrimonio

y, ser;ún

Beriial Díaz del Cas­

,ti.Il9 z:n1.1-ri6 e i;i .M.�xico de sífilis, una enfermedao que no sue­ • .

le contagi arse.ley endo el devocionario. No s i n antes depo: rier en contra de su salvador en el juicio de residencia que se le sustanció a Cortés.

El otro náufrago sobreviviente p ro tagon izó una aventu· ra de éarac.�er�sticas t o t al m e n t e opuestas. Gonzalo Guerre­ ro, andaluz de Palos de la Frontera, ma rin e ro de pocas le­ tras pero de numerosos recursos y esr:asos pruritos morales, se adaptó al medio mimetizándose con los naturales, fue aceptado por los factígenas y escaló posic i one s dentro de la sociedad maya hasta convertirse en c apitán de gu erra. No cabe duda de· que le tom ó gusto a la vida s alvaje, como le ocurriría a lo largo de la Conqui:;ta a varios e sp afi olés ain d i ado s . Guerrero asumió por c om p l e to su nueva i d enti dad y ·no dudó en p on er sus conocimientos del arte de la guerra y de sus paisanos para organizar las acciones bélicas en las que murieron decer.as de españoles de las expediciones de Hernández de Córdvba y de Grij alba i:uando intentaban dé: s emba rcar en las costas de Y uca t án . El onub ens � no tenía intenciones de regresar con los cris­ ·

tianos, y rechazó la invitación que le hizo Aguilar en nom· bre de Cortés. L6pez de Gómara afirma que �sto se debió a que sentía vergüenza «por tener horadadá's . las narke·s·, picadas las orejas, pintado el rostro y manos' a fuer de aque� lla �ierra y gente ». Pero ·B e rn al Díaz del C�s.ttllo pone en boca de Guerrero ·ótras explicaciones más c o'Üsi s te ntés que le dio al clérigo que venía a rescatarlo: « Hermano Aguilar: yo s oy casado y ten go tres ;•hijos y tiénenme por. ca�ique ·y cápitán cuando hay guerras : i,dos vos con Dios."» Y añadió: « Ya ve i s mi.s hijitos cuán bonicos son. » La muj er d�l caci­ que Gonzalo .no dudó en echar a Aguilar con cajas de.stem· pladas. « Mira �on qué vi en e este escb,tvo a llamar a mi ma­ rido: idos vos y no c uréi s con más- plática s », cueñta ··Díai del C asti ll o que ie dijo la i n di a . Para Guerrero la elecci ón no debe de haber sido difícÜ. Además de la n1ala conciencia que tendría por haber c'.ori­ tribuido a matar a los suyos, su destino· en las filas é�paño: l as, como soldado de Corté s , con asp e cto de ind i o que des. pertaría l a ·burl:r y hi: · discrimina.ción:·de·sus--paisari'os;-:t9n .. muje r aborigen e h i j o s mestizos, ocupando tin �Üga��'�í.i'"d más baj o escalafón social, s ería infinitament� menos h i\la: güeño que el de p e rm anece r co mo cac i que o capitári'.d e gue·

·

..;_

·.::. :--=- ·


rra entre lo� in.dios. Es altamente probable, además, que

-· e l. q.µµl:>�J.l?e.. eirt.cli?.cl.<?. ��"..i� r-ª ng_�1}.a, c:�_mq ��.��:r.e t a��n_t � dicen las crónicas, ·sino varias mujeres, según la cos tumb r e de los caciqu.es yucatecas. Con gran sen t ido común, Guerrero no quiso cambiar su . suerte y así desaparece de la hist.oria contada por los blan­ cos, no sin antes despertar en F�rnández de Oviedo obvios juicios condenatorios: «Bien es de creer que los tales 8 no .

podían ser sino El marinero

de vil c as t a y

de Palos no

viles h e réticos . >; debe de haber vivido

mal e n

de esa región de ,, buenas hembras », amén de « grandes hilan­ deras». El o bispo Diego de Landa 9 se deshace en ponder.a" ciones de las indias, que, a dife rencia de las españolas, se · bañaban con agua fría y caliente con sorprendente frécuencia para el religioso español, "Y no lo hacían eón ·sobrada honestidad porque acaecía desnudarse en cueros en el pozo donde iban por agua para ello'l, dice Landa. Porque las indias · de Yucatán usaban vestidos: las de Campeche y B ac al a r llevaban los pechos cubiertos con una . manta que se bs sostenía por debajo de las axilas; las otras. con sólo una falda abierta a los costados. Coquetas, cuida­ ban su aspecto físico peinándose los cabellos. y ad9rnando fa piel con pintµras olorosas. No miraban a lo s hombres a la cara, ni les sonreían, a ,menos que quisier;¡ln p:r<;>v9car­ los para « h ace r cualquiera fealdad » , comenta Landa, es · de­ Cir, pi;\j-a tener relacione.s sexuales con ellos. «So.u av_is_adas y corteses y conversables, cor. quien uno se entiende y -� maravilla bien partidas. Tienen pocos secretos y son tan liin­ pias en sus personas .Y en sus c;:qsas, po.t cµ-ª"A.�9. §�J.ªY.�-1L como armiños. » 10 , Esto debe (le haberlo sabido bien Aguilar por experien­ cia. Con su incorporación, Cq:r,tés gana un elemento valio� sísimo para su hueste: un intérprete que le p�nnitiría co· ·municarse con- los. pueblos de la región. Aporte de q ue, ciertamente, compensa con él la pérdida que sufre, '!Il s u siguiente escala después de Cozumel, e n Tab asco, cuando uno de sus lenguas indígenas, Mel cho rej o huye e in�ita . a lo s t<i.basqueños a atacar a l o s cristianos .. tierra yucateca. López d e Gómara califica a las mujeres

..

,

8. Oviedo cree que son seis los t ránsfugas y · por eso. se refi�re · · · a ellos. en .Pl�ral. Op. dt. . _ · · · ·· · · ···· ····.-··�: . 9. Die o de Landa, Relación de las cosas de Yucatd11 . . . , Madrid; 1985. 10.

·-i:58

g

,

Ibídem. · .. · · � · - -·-. -

---,-·... .


Mekhorejo es la cara opues ta de Guerrero: capturado en Cozumel por la e xped ic ión de Juan de G rij a l ba fue lle­ . vado. a Cuba, donde ':ecibió el ba ütismo y aprendló ·-a-·ha:--­ blar castellano y a v esti r ropas europeas. Incorporado- a ]a tropa de Cortés, Melchorejo aprovechó la primera oportu­ nidad que tuvo en Tabasco para quitarse las prendas de ves­ t i r y volver con los suyos en una canoa. Su experiencia con los españoles, al parecer, sólo había exacerbado su odio con­ tra ellos. A los taba sque ños les recomendó que dieran gue-. rra a los cristianos de día y de noche, y aquéllos así lo hicieron, pese a lo cual fueron derrotados. Melchorejo aca­ ,

baría muerto por los mismos indios Cl.J.anto éstos, incapa· ces de batir a los extranjeros, se vengaron de él por el mal consejo recibido.

!


LA SIN PAR MARINA Cortés seduj.'.) a los caciques de Tabasco después de ven c e r su obstin a da resistencia. Les hizo regalos y ellos le retribu­ yeron con otros: mantas, figu ra s de oro y veinte mujeres entre las que se encontraba la célebre Malinche o Marina.

Sigui endo la -inveterada costumbre española, las veinte mu­ jeres fueron bautizadas inmediatamente, lo que l as co11ver·

tía e.n hembras de cama a ceptab l es . ' Las conv e rs a s - « las primeras cristianas que hubo en la Nueva España » , como dice Bernal Díaz- fueron reparti­ das por Cortés entre sus capitanes. Mari n a, « Como era de buen p ar e c e r y entremetida y desenvuelta, [se la) dio a Alon ­ so Hernández Puerto Carrero ... , muy buen caballero, pri­ mo del c;onde de Medellín y desde que fue a C as tilla el Puerto Carrero,. estuvo l a doña Marina con C ort� s y hubo allí un hij o que.:se dijo don Martín Cortés», Tendría entonces unos q�in<;:e. años, :('osteri(?i;-mente, Marina pa�a.ría _a rnanos . d� un terc�r. capi_tán. Como se Ye, no e ra el amor lo que unía a los conquista· dores cop. las indias, y, · no habiendo amor, t;ampoco apare-

- l . - L óp e z ac Gómara, biógrafo oficial de Cortés, se siente obliga­ do a· justificar la donación de indias insistiend.o en que se trataJ:>a de s im p le s servidc!_ras para moler el ma í z y cocinarles, «Con las cuales. (los indios] p e ni; ab a n h:?. cerles gran s e rv i ci o , como los veían sin muje· res, y porque cada día es menester moler y cocer el pan de maíz, en que se ocupaban mucho tiempo las m uj e re s ». Lo qu e, naturalmente, no explica por qué Cortés las adjudicó a cada uno _d e sus capitanes y no a la intendencia de la hueste, ni cómo nacieron de ellas -tantos mestizos. !'Pr orra parte.Ja hueste cortesiana tenía expr:esamente p:ro­ hibid<?. por el gobernador Velázquez, tener ac ceso ni ccito carnal con ningui:ia mujer, fuera de nuestra ley». Bautizando a las indias b.s me­ tían .demr_e>_ _ <;le . su,ley . «

.:_160-- · ·'---·---·- ---

_ _ _ _ _ _ _ _ ,,_ ---- -


cía� los_ celos '. Con�tituían seres co:;i ficados, objetos de. in­

t�rcanibio ent r,�,� achos dominan t es, apreciadas por sus yi:r:� . tudes, qué sé nft e ri ían con cl a ro sentido de la p ropiedad p.�i�-: vada, pero que, como ta les, eran -taml;>ién pasibles de ser obsequiadas.º v·enc!_idas y podían, así, pa sa r de ma¡10 �n mano. Un destino que ellas .:_en el mundo in d íge na o es pa­ ñol- aceptaban, por lo general. con resignac ión y h as ta, acaso, con indiferencia. Su lugar en la sociedad, en el mun­ do, dependía siempre del hombre -padre o esposo- al cual pertenecían. La lealtad de las mujeres americánas, su sentido de. pe r­ tenencia e identidad, estaban orieuta(\OS al pequeño Univers<;> del h ogar, de las relaciones personales y no al de la comu­ nidad, etnia o cultura en la que h ab í:ln sido criadas. De. allí que las indias integrad as en el :r:p.undo de los español e s no dudasen en traicionar a sus parientes y pais ano s para ·pr_o­ tege r a los extranjeros que se habían convertido en sus amos al mismo tiempo que en sus hombr·�s y p adres de su des­ cendencia mestiza.

Marina cumpli6 tan a la pe rfe cci ón este papel que tod a­ vía hoy su nombre indio, Malinche,2 y su de rivado, el ma­ li nchismo, se em plean en M éxico para señalar peyorati va­ mente la tendencia a vender el alma a lo s extranj!!ros. Marina, claro está, no era una india. cua lquiera. «4 d oñ a Marina. tenía mucho ser y m a n d ab2. absolutamente entre·�

los ipdios en toda Nueva España», afinn�-Bernal bíaz;:,EJ·: soldado-cronista, que la conoció a k· largo de varios años,_ ho oculta l a adrµira .:::í0n y respeto que' sentía por ella "{le pone el doña por d elant e cada vez que la menciona),. al punto d� que l e· dedica un c� pí tu lo �ntero de su obra. «Desde su nID.ez-.:....:.dice� fue gran <>eñora y cacic� de pu��­ blos y vasallos. Y es de e s ta m<,mera: que su padre y eran s eñ ores y caciqu e ¡; de.-un pueblo· que s·e dice Paynala, y tenía otros pueblos suj etos a él a ocho leguas de la villa pe Guc�za�ualco.)v:lu:rió su padre, quedando ella muy .ni.ó.a� y la madre se casó con otro caciqw: m ancebo y .tuvieron un hijo y, según pare.dó, queríanlo bien al hijo que habíc�.n tenido. Acordaron enti·e e l padre y la m adre de "darle el ca­ cicazgo después de sus días y, porq ue en �llo no hµbiese · e storbo, dieron de noche a la niña doña Marina ·a unos jn-' dios de Xicalango, para que no fueh1. v.ist a y · dijer�n .que_ _

ma�x;e

2. Por confusión o por contagio Cortés era llarha�o también Ma­ linche por los ind�os.

lpJ


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se había muert•). En aquella s2.zón murió una hija de üna ip.dia e�clava suya y publicaron.qu� era la.�1ere _ dera.. D� rilá­ nera que los de Xicalango la dieron a los de Tabasco y" los de Tabasco a Cortés.>} En los momentos más difíciles de la conquista de Méxi­ co, la señora india estuvo a la altura de las circunstancias. Cuando la hueste cartesiana se encontraba al borde de sus fuerzas, convencida de que acabaría sucumbiendo a los rei­ terados ataques de los tlaxcaltecas, Marina ·no de:nnayaba. «Digamos cómo Marina, con ser mujer de la tierra -dice Berna! Díaz-, (1ué esfuerzo tan varonil tenía, que· con oír cada día que no) habían de matar y comer nuestras carnes con ají, y habemos vistos cercados en las batallas pasadas, y que ahora estf>.bamos todos heridos y dolientes, jam�s vi­ mos flaqueza en ella, sino muy mayor esfoerzo que de m.u:­· ·-·- :i: : jer. » Y era, entonces, sólo una adolescente. Marina daría más muestras de su estatura moral años más tarde, cuar.do el azar de la Conquista la- conduJq ·de vuelta a su pueblo natal y se encontró con ·su madre, su medio hermano y su padrastro, mientras ella estaba en una posición de poder. Bernal Díaz fue testigo del reencuentro en 1523, desp�1és de conquistado México. Cristóbal de Olid se había alzado contra Cortés en las Hibueras, es decir, en el _actual territorio de Honduras. C o r­ tés decidió marchar hacia allí cort sus hombres; entre los. que iba Bernal Dfaz del Castillo. La hueste llegó a la villa de Guazacualco y un Co.rtés triunfante y poderbso tnandó convocar a todos los cadques de los alredeciores:para..pre· dicarles la doctrina cristiana. «Y entonces vino la madre de doña Marina y su hermano de madre, l.ázard; con qtros caciques. Dlas :r�acía que me había dicho la doria Marino. que era de aquella provincia y señora de vasallos, y· bien' lo sabía el capit<in Cortés y Aguilar, la lengii.a. Por·manera qµe vino la madre y SÜ hijo y eÍ hermano, y se c;onocier�ri que claramente era su hija, porque se le"parecía mticho: Tú­ vieron miedo de ella que creyeron que los enviaba bJ.st�r · para matarlos· y lloraban. Y asÍ como los vio "llorar_-la dofia Marina, los cons•Jló y dijo que no tuviesen miedo, que..cuan� do.1-a traspúsien;m cpn los de Xica:lango que· no· sal?�?-P J,o, que hacían y s� lo perdóna�a, y' les dio m{ich.as.' -joya:s ·¿� oro y ropa,- y que se volviesen a su pueblo." Y que Dios le había hecho mucha merced en qui:c�.da de adorar ídolos ·aho­ ra y ser. cristianá y tener un hijo de su amo y señor Cortés y ser casada con un caballero como era -su mari"do,- Ji,1ap:

--ló2


Jaramiilo. Que aunque la hicieran cacica de todas cuantas provincias había en la Nueva España, no lo sería. Que en más tenía servir a su marido y a Cortés que cuarito en el mundo hay.»3 Poco tiempo antes,·después de que Marina pariera a Mar­ tín Cortés, el capitán general, durante la campaña de las Hibueras, se la dio a Jaramillo, un gesto que Marina encajó resignada, disciplinadamente, coino lo había hecho siempre. Con él tuvo una hija, María, que nació en 1526 en el barco en el que regresahan a México de las Hibueras. Al año siguiente Marina murió en su casa de la calle de Medinas, en la c·apital mexicana, cuando tendría menos de veinticinco años de edad. Era, por entonces, señora de los pueblos de O i utla y Jáltiplan, cerca de Coatzalcos, merced recibida, junto a ·su marido, por sus numerosos méritos de gue rra . Sin Marina, Cortés no hubi ese podido entenderse con los

aztecas o ·c on sus princi�ales aliados, los tlaxcaltecas .. Ella

tándem· insepara­ ble, al menos hasta que Marina aprendió castellano. La Ma­ linche hablaba la lengua maya de Tabasco y el náhuatl de los aztecas, idioma que Aguilar desconocía. De modo que,

y Jeróni m o de Aguilu constituyeron un

al principio, Marina traducía el náhuatl á la lengua de 1'a· basco que Aguilar entendía y ·éste. lo ver.tía al castellano� «Doña Marina en todas las guerras de la Nueva España y Tlaxcala .y México fue una excelente mujer y de buena

len gu a ... a esta causa la t ra ía siempr.e Cortés consigo.» . «Fue gran principio para·nuestra conquista, y así se nos hacían todas las cosas, Ioado sea Dios, prósperamente», aco· ta Berna! Díaz del. Castillo. En casi to.das las representacio·

nes <le la Conquista hechas por los indios;·Cortés aparece siempre-junto a Marina. Aunque una vez acabada la campa­ ña de México, don HernáD:, alegremente; se la quitara de encima para siempr�. 3. Díaz del Castillo se da cuen t a de q u e hay demasiadas coinci· dencias entre esta hi_storia y la de José en el Antiguo Testamen.to, d,c modo que añade: «y todo esto digo yo sólo muy certific,adarnente y esto me parece que quiere remedar lo que le acaeció con $US herma� nos en Egipto a José, que vinieron_ a· S\.l poder con lo del trígo: Esto es lo que pasó y no la relación que dieron ·al Gómara y·también. dice .otras cosas que <;lejo ppr alto.»

.....

16�


EL RETORNO DE LOS .DIOSES Moctez"Lima,,el er:nperador <,l.zt�cá, había .sido :Pu!!hta�IP. ��t�. . inform;:ido de la aparición de los españoles desde que los hombres de Hernández de Córdoba desembarcaran po� .pri- �·era vez. Los dato� que le llegaban parecían coincidir-con Jl!itiguas profocías que, por razones muy difíciles de

expli­ <fa r racionalmente, se repetirían �n las.dos gran�es civiliza­

"·

:ciones americanas.

En lo sustancial, los mitos en ambas culturas, la azte ca

.Y .la inca, narraban que unos seres superiores, venidos de

donde nace el.. sol, es decir de oriente, 1 en el caso mexica, habían ensej1ado a sus pueblos las artes de la civilización. Eran v.enerados como dioses fundadores. Pero -enfadai:los' y decepcionados con el mal comportamiento de los ·4oin­ bres, Viracocha en Perú y Quetzalcóatl, la serpiente eri1plu­ mada, en México habían desaparecido un día, prometiendo ·que·. regresar:ían .. en-fecha ..cier.ta.. . --� ·--·--· - · .,.. , ____ ,, ··"La·Jlegada de seres tan extraños,. nunca vistos, parecía coincidir con. las pr o fecías y los mitos que gua·rdaban cei9sarri"ente en su tradición. A los indieís los sorprenden las pie­ les excesivamente claras, las barbas ru bias , los caballos -o·«venados»; ·para los primeros mexicanos-,··· las ·ropas, los papeles escritos que «hablan», las armas de fuego, ·sus nave� enormes, sus extrañas conductas·y sus dio.ses, incó"m­ ·. ·· pre . .ns.ib.l� . s.:P�r:-:3- ellos. · .,.. : J�g _r!}.�ünq'°1J.���rrte_ s gl,!e .!?: �p_arisió_n,de lc;is,.f.JLi�ii. . coincidía basta en el detalle con los mitds::Quet±alcóatl se había m�rcP,ado por el este y por el este:aphredan fos esp'!-· . . ____

____

__

." ��2i

··.- - ---- -- -·

.

l.

Tampocºo faltan en Europa mitos y leyendas sol>re misteriosos pcrsonaj�s . .-y�_oidos,. coin�identemente, del or_iente.


ñoles, del mismo modo que los hom bres de Pii:arro .llega� rían al Perú desde el occidente, por donde l-g1qj� !iesap'<ife;_ cido.Vifaco«::há:Entre los rnexicas, la·profecía indicab.a::'.qüe la. serpíente empfümada llegaría en un año ce-acatl ..:_una caña-. del ciclo de 52 � ños que utilizaban los aztécas" �El 1519 era un aüo ée-acatl. Como afirma atinadamente Nathan Watchel,2 «ellos perc i bie ron los acontecimientos a tr�vés de la estructura del mito, y al menos' en ciertas circunstan­ cias, concibieron la llegada de los españoles como el'retor­ no de los.dioses». Popularmente los conquistadores recibie­ ron al principio, en México, el apelativo de teules; es decir, dioses.3 .Moctezuma Xocóyotzin· era un hombre. serio, melancóli­ co, solemne, con nn profundo sentimiento religioso que, sin em ba r go, había destacado como implacable guerrero,.. P..��­ de el .comienzo de su reinado, en 1502, según las tradicio­ nes, )labían empezado a aparecer extraños que nada bueno presagiaban En 1505 hubo una gran hambru­ ,

fenómenos

.

na y el volcán Popocatepetl.,junto a Tenoch�'itlán, había·de­ jado de echar humo. Tres años después se observó urntluz fantasmagó ri ca por el este, que du r varios años. Alarriia­

do, Moctezuma consultó con el

ó

señor de Tezcoco, Neiahual­ ocultas, y éste . le respon�ió :

pilli experto en.las ciencias .. Dentro de pocos a:;:i.os, nuestras ciudades serán dest�u! ,?.:�. y asoladas, nosotros y nuestros hijos s rán muertos :k húJ�S­ tros vasallos apocados y destruidos», y, a d emás, .

e

anu��ió

que nuevos signos de la catástrofe aparecerían en los años siguientes. La hermana de Moctezuma, Papantzin, · resU:titó en 1510 y contó que había tenido. d u rant e su muerte: una visión de. hombres. b lancos y barbudos. con estandartes y yelmos qu� venían en enormes naves. Estos hombres. dijo; «Se harán dueños con las armas, de es_tos paíse�»;� ' Un año· después apareció un pájaro con car� de.hombre junto al templo mayor de la capital. En 1516 surgió en el cielo un gran cometa en el oriente que,· según Nezahualpi­ lli, era un �nuncio de que no quedaría nada en pie. El'ante­ riqr señor de Tezcoco, al parecer, sabía mismo: en 1467, 1

esto

·2.

dios

la co.'1quisia espaiio't'a.

Nathan Watchel. Los in y Histo"ria Cambridge University Press. Barcelo/la, 1990. ·: 3. Aunque acabaron siendo, como hasta ahora, los cachüp1¡¡es:;:¡) .gach.upines,.del portugu�s. ca,chopo =niño. pero t.ambién:p�tigrO., es­ collo, obstáculo. 4. José León Portilla. Visión de los vencidos. R'l?laciones indíge�.; nas de la Conquista, México,

de América Latina,

1959.


Nezahualcoyotl había dedicado, con rnotivo·de la inaugura--ción -de -un ·te ro plo q ue-él--mandó-er.igir.,un_cán to.. .a .su _dios, Huitzpopochtli, que d e c í a : «En ta l año como ·este (ce-acatl) /se destruirá este templo que ahora se estrena ... I En to nces irá a menos la tie r ra I y se acabára n los señores -l de m an e ra que el maguey i pequeño y sin sazón será talado I los árboles aún pequeños darán frutos I y la t ie rr a defectuosa siempre irá a · menos.» Moctezuma cree que la venida de los españoles no hace más que confirmar los presagios. Pero ·duda ·permanente� men te, y lo manifiesta con sus actitudes contradictorias.ante los . recién llegados. La armada de. Cortés parte de Tabasco y recala en San Juan de Ulúa, donde recibe a una· embajada de Moctezuma que pretende.averiguar.quiénes son al- m ism9. Ü �mpQ:·. q�_f.'. les ofrece auxilio y ayud a. Ai día s igui en te los españoles desembarcan, organ izan el campamento y, poco después, re:ciben a ·uno:; nuevos· enviados del emperad9r -azteca con ba stiment os y j oyas de oro. Los hombres de Cortés les retribuyen con c uent as y otros abalorios. El capitán español aprovecha para t ratar ddns­ truirlos· en la fe cristiana, para hablarles de su emperador e. insistir e n que quiere ver a Moctezuma.-A ello contesta altivamente y con evasivas ur.o ·de · 1os enviados, Tendile. Moctezum:t estaba, mientras tanto,·su�ido en:el. espan­ to y en la duda. ManJó con sus enviados· a varios pintores indígenas encargado� de dibujar y.pintar todo.cuanto v eí an y «la cara y rostro y cuerpo-y faécioñes de C orté s y. d e . to dos los capita nes y sold ados ... y a doña Marina y a Agui la r y ha·sta.dos·lebreles y tiros y pelotas,,y todo cl-ejércitci'...que traíamos», para informarse gráficamente sobre· l,osjntru­ sos. Los esp aíi ol e s por su parte, se encargan de imp res iq nar a los aztt: c as con acciones· psicológicas, haciendo' de­ mostraciones. del po<;l.erío de sus armas de fuego y de sus caballos. �·Lm;· soportan en sus lomos sus·venados:-Tan:al� tos están como los techos .. Y cuando cae el tiro [del cañón].. : si .va a dar contra un cerro, como que io hiende, lo resque­ braja, y si da contra un árbol, lo destroza hecho astillas, como si f1,1er� algo admirable,,cuaLsi alguien)o.P,¡.11;>t�ra, so­ p lad� de�de el interior»/ desc.riben .ª��ni.das las c róruc as .az1;ecas. -. Tendile le m anda a su em pe rado r tur casc·o··que ·1� . haqía ­

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5. 166

. .

Juan de Torquemada, op. cit.

.

. . .. . ·�


pedido a los españoles, y cuando Moctezuma lo ve, dice Ber­ na! Píaz, se conven.::e. de que es igu al al qu e lleva su dios Huitzilopochtli y que; por tanto, los es p a ñ o l es efectivamen. te, son los dioses que vuelven. El emperad9r decide recu­ rrir a la magia simpática y le envía a Cortés un indi o que era su sosia,6 junto con nuevas p ro v i si ones y SWltuosos re­ galos, que incluían el c asco ·lleno de mineral de oro, como lo había pedido el capitán extremeño. ,

Pero el idilio con los indios va a du'rar poco. Moctezuma cambi<!. d� idea ante la insistencia de sus corisej e ros que no creen en el carácter divino de los recién l leg a dos y op t a por procurar que los ex t ra nj ero s se marchen. Un buen día lo s españoles amanecen con la sorpr_esa ,de que todos los indígenas habían huido del real de la t rop a Junto con ·ellos ___des apare�� � el s�min!sti:-o de Provisiones. Cortés sev� obli­ , gado·entonces a · mandar una-expedición tierra aden tr o y otra por . mar a lá. búsqueda de alimentos. ,:

,

.

Llegan a tierras .de Cempoala, donde, aprovechándose

del o di o que los indios siénten por sus dominado res azte­

cas, Cortés real iz a una maquiavélica p olítica renacentista pára mostrarles que él va a ser su protector contra �os me­ xica s por un lado, manteniendo, a espaldas de ellos y al mis­ mo tiempo, su am i s ta d con Moctezum¡:i. de cara a sus .envia­ dos y rec a udado res . Los totonecas de Cempoala, como otros pueblos someti-· dos por Tenochtitlán, la c ap i tal del im p e rio azteca�· tenían· sobradas razones para odiar a sus dominadores· por las cons� tantes exacc i o ne s que sufrían. «Cada ·año l e s demandaban muchos hijos e hij�s para s a c rifi c ar y o t ros para servir en sus casas y sementeras, i otras muchas quejas, que fueron tantas, que ya no se m·e acuerdo», d ice Bernal Díaz. «Y que l o s recaudadores de Moctezuma les .tomaban sus mujeres e· hijas si' eran. hermosas y l a s fo rz ab an » Cortés rnand� a bs indios prender a cinco recaudadoJ res de Moctezuma y _a rebelarse contra las ex.igencias del emperádor mexica y, pa1·a evitar que·los matasen, pone a sus sol da dos- a guardarlos. Secretamente manda soltar a dos de ellos, ante quienes inge total inocencia con re s pect o a la suerte que habían -corrido, los trata--generosamepte y l os envía a Tenochtitlán con mensajes-. de. amistad para Mocte­ zuma.- Cuando el emperador los recibe, ·envía.a Gor�és nue.

,

.

f

.

6. Y al cual la soldadesca bautiza, humorís"ticamcnte, con el nom­ -bre de «Cortés».

-161:.


·vos obsequios en agradecimiento a su acción, j.unto con que....:..jas ·acusándolo· de-haber-favoreddo-la-tebeli.ón_du.9-s-9_c;:. Cempoala. Pero el extrerneüo, como nuev.a muestra de amis­ tad, le en:vía a los tres recaudadores que habían quedadó en manos de ºlos indios. Aprovechando la hospitalidad de los totonecas o toto­ nacas, Cortés realiza en s·us tierras la primera fundación esp�ñola en tierras mexicanas: Villa Rica de la Vera Cruz, donde se independiza legalmente del gobernador Diego Ve­ lázqüez, mediante una ficción jurídica. Cortés. p rosi gue sin descanso su política de pacificación de otros pueblos, ac­ tuando dejustidero, como en el ca so de Cingapacinga, frente , os de los indios de Cempoala, con lo qu� .consi­ a l o s exces gue incruentamente la fidelidad de varias comunidades. .És­ tos admiten, entre atemorizados y agqtdecidqs, qu�los. po�­ bre� del .capitán extremeño destruyan sus ídolos y los ·reemplacen con imágenes cristianas y soportan los sermo­ n es� -de ·C or t és en contra de <das suciedades de la sodomía», .:.:¡�s<que eran· afectos algunos i�dí genas . .�i:-'.Los de·Cempoala se convencen de la superioridad de los tefdes y de que significaban una eficaz protección contra las�p:i-evisíbles, represalias de los aztecas. Con la intención ' de'qu e se quedaran en sus tierras, los totonecas le dicen a Cortés que «pues éramos ya sus amigos, que nos quieren tener por h.ermanos que ·será bi en que tomásemos de sus hijas para hacer generación; y para que -más fijas fuesen las amistades trajeron ocho indias, to da s hijas de caciques y dieron a Cortés una de aquellas cacica.s. y era so brin a del cacique gordo; y otra dieron a Alonso Hernández Puer:to Ca­ rrero y ei.a h ij·a de otro gran ·cacique que se. decía Cue�co en su lengua; y tiaíanlas vestidas a todas ocho con ricas. camisas de la ,tierra y bien ataviadas a su usanza y .cada una· de ellas con collar de oro al cuello y en las oréjas zarci­ llos de oro; y venían acompañadas de otras indias - - para servirse de ellas».7 El rango de las m1,1jeres no c•.)incidía con sus a tr act ivo s físicos. La qu e le tocó a Cortés, sobrina del .i::�cique gordo, la máxima autoridad en Cerripoala, «era m-µy fea•>, pese a lo cual ·«el la recibió con buen· .semblante»:' Otra. vez, el mayor beneficiado será Alonso Hernán cÍe.z (�ie Puer to Ca:i="re·�­ ro, que por aquel entonces ya ·gozaba de Jos· (avores _de Maa

•. .

•r·'··

7. 8.

168

Berna! Díaz del Castillo, op. cit.' Ibídem.

."


rina: recibió de m�nos de Cortés a la hija de Cuesco, baúti� zada c�m el de Francisca, mujer «muy hermosa··pa."rá· ser india», dice Bernal Díaz. Sosp ec h osa insistencia esta de Hernán Cortés con su amigo, a quien rega lab a y co n quien luego intercambiaba las mejores presas femeninas. Una vez más las hembras cumplen su.función como ob­ j etos de in terc amb io •.entr e Jos hombres indios y los hom­ bres e spaño les y en tre éstos. Cortés seduce con estos rega­ los. Su actitud cambiará desp ués de la Conquista, cuando ya no n y ce si te más usar a las mujeres-obsequio como ele­ mento .ag lu tinador y estimu l ado r de lealtades. Al resto de las mujeres, dice. la crónica, (( Co rt és las re­ partió entre soldados»." que, por la política pac ific a dor a del extremeño, andarían muy necesitados de carn e femeni­ na: eran más de seiscientos hombres sin ninguna mujer.es­ p añola en.la huest�, y llevab an varios meses desde que ha­ bían El capi tán Hernández de Puerto Carrero no iba a poder disfrutar de su pequeño serrallo durante mucho tiempo. Po­ cas semanas más tarde es enviado junto con ·Francisco de .Montejo a Castilla como procur ado r de Co rtés , a fin"<:le de­ fender ante el emperado r Carlos I la j ugada que ·aquél-Je había hecho al gobe rnado r Velázquez, alzá n dose Mari na, desde la partida del.capitán embajador, pasó al . .: ''.'·: � cho de Hernán Cortés, Tras reprimir severaz:nente un conato de levantamien.to' de los hombres de su hueste. afectos a Veláiy_uez, que que­ rían volver a Cuba, el capitán gene ral, COI) el consentimien-· to de muchos de sus hombres,' manda i nutilizar las naves, nombra a Juan de Escalanté máxima autorida d en Veracrui y se dispone a lanzarse a la conquista de Tenochtitlán..1.9 Es una hueste casi �iserable. Los totonecas ¡�s dan .cua­ renta hombres de gu'erra y doscientos porteadores indios · para llevar la artillería, porque ellos, los «pobres -dice Berna! Díaz-, no-necesitaban. indios de carga « po r­ que en aqu el tiempo no teníam o s qué llevar, porque nues­ tras armas, así lanzas como escopetas y bállesfas y ro elas y todo otro género de ellas, con ellas dormíamos y caminá­ bamos y calzadas nuestr1as alpargatas, que eráu nuestrd cal-

!1:9P1BI:�

salido de Cuba.

contra éE fe-

soldados». d

9. Ibíc.lem. 10. Ochoci.entos ocho años atrás, otro jefe militar, Tarik, había mandado también quemar sus naves en las costas de Gibraltar antes de comenzar con nueve mil beréberes la· ir;vasión y cpnquista ·de .la · _patria de Cortés y de sus hombres.


_?'._?-do y, corno ya h.e dicho, siempre muy apercibidos para

- - - --· ·· · ·----- -·· · · pelear»_ Aun para los usos europeos de la época, el ejército cor­ tesiano estaba paupérrimarnente armado: apenas dieciséis caballos formaban la fuerza montada y las armas de fueg6 eran más que exiguas: trece mosqu<=tones, diez cafiones de bronce, cuatro cañones ligeros. Desde la visión de los indios, esta mesnada eq., sin em­ bargo, impresionante. En los testimonios recogidos or fray Bernardino de Sahagún, 11 la descripción. que hac�ri los. in­ dígenas tiene un inevitable tono de. admiración y temor. «Primero avanzaban cuatro jinetes,. mirando a todas 'par­ tes, observando entre las casas. También los perros ,iban con las narices contra el suelo, siguiendo las hueilas yja­ deando. Apart ado caminaba el portador:·de la bandera,.agi, tándola, haciéndola flotar en cír culos. Y atx:ás suyo iban hombres armados. »Luego seguían los caballos con los jinetes en sus lomos. ·Los jinetes traían armaduras de algodón, los escudos forra­ 'dos en cuero, lanzas con puntas de hierro y espadas. de hie­ rro. Llevaban cascabeles. Los caballos relinchaban y .suda� ban mucho, y de:. sus b ocas goteaba la espuma. La ter'cera -·

p

fila estaba formada por ballestero s . Algunos llevaban ·ar­ mada la ballesta. Otros la tenían en sus hombros y co lgan­

do llevaban el carc aj

lleno de flechas de hierro. >'La c u arta fila estaba formada por jinetes con las .mis­ mas armas. Y en la armadura de la cabeza· l.levaban plu­ ,

mas. La quinta división estaba formada por- arcabuceros, que llevaban la!; armas de ft;ego:.Uevaban el arcabuz en sus hombros ... Y venía l ue g o el capitán: Después-seguían -

los habitantes cie las tribus vecinas que se habían aliado

a los españoles. -Algunos llevaban c�rgas a sus ·espaldas.' Otro.s empujaban los c:;añones gr ande s :ri1ontados.sobre rúe, das de madera.»

Los totonecas aconsejan a Cortés que vaya a·Tenochti� tlán por tierra de Tlaxcala, una isla rodeada del. poder me­ xica. Sus habitantes son acérrimos enemigos de los azte: cas, con qui enes se mantienen en esta.do de beligeraneia y, a diferencia de los de Cempoala, nunca han podido ser �.Pnc quistados por la foerza. imperial de Tenochtitlán_ En el c amina , Cortés repite sus tácticas párii: imp'resió1 1.

rentino. México, 1978.

-1,70

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:

.

La_conquista de México según las ilustraciones del Códice

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nar a los indígenas, les pre dica el

Evangelio, lo s reprende antropofágicas y por la homosexualidad que tol erab an y se o cupa de destruir sus ídolos · al tiem­

por

sus

prácticas ,

po que los exhorta emperador.

a que se conviertan en vasallos de su

Consigue resultados divers o s , pero procura siempre de­ jar tras de sí pueb lo s pacifica dos para guardarse las es­

paldas. Los i n di o s les obse quian más muj e res «para moler el maíz» que en grosan la re taguardia del ejército cristiano, ade­ más del si e mpre b ienvenido o ro Cuando se acercan a Tlaxcala, fr acasan los intentos de los totonecas de convencerlos de q ue l os españ o les son teu.­ les que no quieren hacerles n ingún d año y que, en cambio, son sus aliados. naturales con t ra los inexic as. Los tl axcaltecas celosísimo.s de su independen ci a y fie­ ros guerreros, hacen un j uego doble con ios extranjeros. Uno de sus jefes, ante la l l egada de los esp año les, propone una estra teg ia que los otros aceptan y llevan a cabo: 'I'e pe tícpac dijo que «le pa recía se enviasen embajadores al cap itán de aquell a nueva gente, que con gr aciosa respuesta le dije sen que en r.quella ciudad sería b i en recibido; y que e ntretanto pues había ge nte ap erci bida, le saliese al camino Xicotén­ catl el l'oven, c on los otomíes y hiciese e xpe rien c ia de lo_ .

,

·

,

que eran aque ll os a quienes ll am ab an dioses; y si los ·ven­ ciese, Tlaxcala quedaría con perpe tu a gloria; y si no, se da­ ría la culp a a los oto m�es como bárbaros y a tr evidós ,,_ ii Los dos contendientes.se enfrentan en durísimas bata� llas, con fuertes pérdidas en am b o s bartdos: Cortés en estos combates.ve sus fuerzas reducidas en un diez por ciento, pero inflige a los inClígenas gran número de bajas. Los es­. p añoles se curan de sus heridas y tratan las de sus caballos con la grasa de los indios gord os caídos en el campo deJas cont iendas Después de cada enfrentamiento, el extremeño no se can­ sa de enYiar mensajes de paz a los tlaxcaltecas, que, al prin-' cipio, re ch az an altivamente lo s ofrecimientos, convencidos de q1:1e el pequeño número de e xtranjeros no podrá contra sus cuantiosas fuerzas mili tares . El capitán general sabe que no tiene otra alternativa qu·e la paz o la victoria:Los ame ri c anos les han dado el papel· de dioses y tienen que comportarse como tales o r es ignars e ,

.

.

.

.

..

12.

Antonio de Herrera, op.

cit.


a morir. Pafa.calmar la desesperación de sus hombres, que ·-se s'iente:ii 'perdiélO's ante-el número-y..la-obstinación· de-sus ener.nigos, �es hace un raz�mamiento pol íti camen�e impeca­ ble que demuestra la lucidez y el realismo de Cortés: «No es cosa bien acertada volver un paso atrás. Queisi ·nos vie­ sen volver estas .gent e s y los que dejamos en paz, las pie­ dra s se levantarían contra nosotros, y como ahora nos tie­ nen por dioses o ídolos, que así nos llaman, nos j�zgarían por muy cobardes y de pocas fu er zas. Y a· lo que decís de estar entre los amigos totonecas, nuestros aliados, si nos viesen que damos vuelta sin ir a .México, se levantarían con­ tra nosotros y la causa de ello sería que como les quitamos que no diesen tribu to a .Moctezuma, [éste] enviaría sus po­ deres mexicanos contra ellos para que les v.olviesen_ a _ tri­ butar, y sobre ellos darles guerra, y aun 1es manda ra que nos la den a n o sot ro s, y ellos por no ser destruidos, porque los temen en gran man e ra , lo pondrían por obra. Así .que donde pénsábamos tener amigos sedan enem igos. Pues des­ de ql.i'e fo supiese ;�l gran Moctezuma que nos habíamos vuel­ to, ¡ qué diría!, ¡él1 qué ten dr ía nu�stras palabras ni lo que enviamos decir! óue todo era cosa de burla o.juego de ni­ ños. Así..que, señores, mal allá y peor acullá: más vale que esteJl10S a quí do1ide estamos, que es bien llano y todo bien po blado y este núéstro real bien abastecido.» Vale «más mo­ rir por: buenos, como dicen los cantares, que vivir deshon­ rados», añade Cortés. tJ

Xicotenga , el jefe tlaxcalteca, le envfa cuarenta 'indios con c omi das y c 'ua t r o muje r es viejas para que los españo: les las sacrifiquen a sus dioses. Por Marina se entera de que, en reaJidad; son e s pías y de· que Xicotenga -Üene veinte mil brav os 'dispuestas para dar en el real dé los c'iistiano"s esa noche, despp.és de que los espías regresen con las infoz:­

maciones.

Cortés manda cortarles las manos y los. pulgares a los

hom br es de Xicotenga y los envía de- vúelta éoh el a rrogan: te m ensaje Cle qúe resistirían día y noche los ataques de los

indios durante dos días. Y si en ese plazo no :vepían, «los iríamos a buscar a su real, y que ya hqbié:i-amos 'ido a dar­ les guerra y mata rlos si no [fuera] porqué l os quere mos · p:n�­ c ho , y qüe :no sean más locos y vengan de paz».14 .El re c u rs o dio resultado. Cuando Xicotenga vio a: sffs·13. 14. 172

Berna! Diaz del Castillo, op. cit. Ibídem.

''

-·------------


espías mutilados «perdió el brío y s ob erbia » dice Bernal Díaz, y se decidió_a hacer la paz con los forasteros, aunque­ Jo más prob ab le es que ya estuviera ab ru mado por la capa­ cidad de resistencia de los esp añ o les y por sus reiteradas ,

ofertas de armisticio. Las mujeres serán, una vez más, las encargadas de se­ llar la alianza con-. los españoles. "Y pp_rece ser -dice Díaz del Castillo- tenían concertados entr.e todós los caciques

de darnos sus hij as y sobrinas, las más her mo sa s que te­ nían ue· fuesen don c e lla s por casar. Y dijo el viejo Xico­ teng�: «Malinche: para que más claramente conozcáis el bien

que �s queremos y deseamos en tod? contentaros, nosotros os queremos dar nuestras hijas para que sean vuestras mu­ j ere s y hagáis generación porque qi 1eremos teneros por. her­ manos, pues sois tan buenos y esfoLzados. Yo tengo una hija muy h e rmos a y no ha sido cas ada y qui érol� para vos.» Los otros caciques respaldaron la oferta del principal jefe tlaxcalteca asegurando que traerían sus hijas «para que las recibiésemos por m uj eres » . Y al día siguiente aparecieron con cinco "indias «hermosas doncellas y m ozas , y para -ser indias eran de buen parecer y bien atavia das y traían para ,

,

,

cada indfa otra india moza hijas de caciques».

para

su servicio

y. toda s eran

Pero Cortés era un evangelizador obsesivo; el diablo ven­ diendo cruces. Había planeado con lor. sacerdotes y con sus capitanes rechazar a las indias de regalo para presiona''r a los tlaxcaltecas a fin de que ab:mdcnura..."'1 ·sus ídolos san­ grien tos y sus prácticas canibalísticas. De modo que el capitán general agradeció el obsequio,

pero les pidió que guardaran a l a s jóvenes en éasas de sus padres. Ante la sorpresa de los caciques, Cortés les repon­ dió que primero quería que lo.s indios renunciasen a sus íd"olos ·y sa c rificios y que no. «hagan otras torpedades ma­ las que · suelen hacer y crean lo que nosotros queremos, qu_e es un solo Dios verda dero» ·

·

.

Los tlaxcaltecas, muy dignos y m:is sensa tos, se n!!ga­ ron de plano .y pidieron a Cortés que no insistiese en el as u:q­ to (naturalmente, y a les había dado Ja lata con la misvia mo nserga), y le advirtieron que, aunque los matase, sºegui� rían realizando sac rificios y confianclo en sus dioses. El sacerdote mercedario de Ia expedición, el padre Ol­ medo, tal vez harto de tanta guerra co mo habían tenido o con más j uicio que su capitán, recomendó a C@rtés que. en­

friara su celo, pues «no es justo que

por l a fuerza los haga,

¡73-


mos ser cristianos». Otros capitanes respaldarori la petición,

-a. la·· que finalínente· cedió·eortés,-·no-sin·-antes-,en tn;mizar.. una imagen de la· Virgen en un altar en el que se dijo misa. Cumplida formalmente la misión evangélica, aceptaron las doncellas, las bautizaron y Cortés, como siempre; .las repartió. Puerto Carrero estaba ausente, de modo que el pri­

vilegiado fue Pedro de Alvarado, que recibió a lf.l hija de Xi­ cotenga, bautizada como doña Luisa. Juan Veláz . quez de

León se l:i.izo con doña Elvira, hija de otro -cacique princi· pal, Maxixcatzin. Gonzalo de Sandoval,. Cristóbal de O lid y Alonso de Ávila fueron beneficiados con. las otras tres, a las que no les sería fácil llarnC¡r·de viva voz: Toltequequet· zalzin, ZacuancOí�catl y Huitznahuazihuati:in. Y de este modo comenzó el mestizaje, con los que-.pronto se .convertjríap en los mejores aliados de los europeos eq las-conquistas cortesianas.

Estos españ o les tenían ya conciencia de que habían pe· netrado en un mundo radicalmente distinto del caribeño. El regalo de mujeres era un gesto político y no una actitud de gratificadora sensualidad -.:¡Ue parece no demasiado abundante en la meseta del Anahi:iac- ni un rasgo de hos­

pitalid ad propiú de una sqciedad sin sentido de la prop i e

­

dad privada o de los celos, como ocurría en las �astas de Venezuela, Panamá o en las isl�s mar Caribe:.

del

Los cronistaf cristianos -desde su óptiea propia-· tras"· lucen un respeto hacia las mexicanas, que no aparece cuan­ do hablan de pueblos americanos :tnás primitivos. Y eso pese

a que lo"s pueblos mexicanos también tenían mujeres que se prostituían por un poco de cacao, la moneda del munqo mexicano precolombino, y no faltában tampoco los :horno.""'·

sexuales travestidos que tan grande conmoción provocaban 1 en los españoles. Pero en tierras aztecas, tlaxcaltecas· o totonecas,. las mu­ jeres van pudo1osamente vestidas y son severamente edu­

:cadas en la total sumisión al hombre den t ro de una sedé-. dad ascética, mil itarizada, heroica, pesimista, necrolátrica, que creía ciegamente e n la necesidad de realizar.horrendos 1 sacrificios humanos para satisfacer a dioses sedie�tos ·de sangre humana, que amenazaban siempre con· destr.tiir..el. .

1

\

mundo si no e;:an suficientemente nutridos. La poligamia de los señores y erta.liberalidaq se;xUal que practicaban ellos no impliq.ba que no existieran··r-e-gfas muy rígidas e impiedosas para �astigar las conductas se­ xuales desviadas de una estricta ortodoxia, como .el-adtdte-. - .. ·-�. -·--.-�··.::

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174

. ..

- ·-----. ·----..

.. --.,


ria o el e s t upro. La sociedad azteca, en p a rti c u la r, dejaba muy poco e sp (3. cio a los placeres instin�iv_os: por el co,utr�­ rio, p rop u gn a b a un control férreo d e las. pasiones. Una s o­ c i e d ad militarizada no podía permi tirse que la s energía s o el entusiasmo s e orientasen haci a el plas;er o hacia un ale­ gre amor a la vi d a . Las m uj eres eran educadas en el recato y e n la modes­ tia, en el si len ci o y la obediencia a l o s; h om b res , en muchos casos dentro. de una auténtica disciplina monacal. En e l Códice florentino, parte d{�.l t ra b aj o de recopila­ ción de fray B ernardino de Sah agún , un padre azteca acon­ s ej a a sus hijos. Cuando le l i e g a el tu r h o de pabla r a su p ri­ mo géni t a le dice: « Oh, hija mía, que este mundo es de llorar y de aflicciones, y de de scon t e n tos , donde hay frí�s y d_es­ t_e!llplanzas del aire, .y gran d e s calores del �ol, que nos afli­ ge, y es lugar de · hambre y de s ed ... Nota bien lo que te d i go, hija mía, que este mundo es m al o y .I>enoso, donde no .hay

placeres, sino descoz:¡tentos . . . » Y tras proponerle ."!J.n .p lan de vi d a ascé tico y l ab o ri o s o , le recomienda: « Mira, h ija mía. . . , que no te des al deleite c arn a l ; mira que no te a rrp­ jes sobre el estiércol y l a hediondez de la lujuria; y si ha.s de v eni r c. esto, más valdría que te murieras ahora mismo . » A l ho mb re hay que recibirlo siempre con humilde resig­ n ació n y j amás la mujer debe elegir esposc;i, sino a c ep t a � lo que viniere: « Mira que no desees algún l;ombre po_r ser mejor dispuesto; mira que no le en am q res de él apasiona­ d a men t e . Si fuere bien. �li�puesto el que te. demanda!e .[en mafrirnonio], recíbelo: y �i fu ere J:Aªl. dispuesto y.feo, np lo deseches; toma aqu�l porque lo enví;:i. :pios, y si no 19 qui­ sieres rec ib ir, él se burlará de ti_, desho.n,rarte J;i�, trab aj a n· do a ver tu cuerpo por mala vía; y después te pre�onará por mala mujer. . . Mit a, hija, qu e no .te juntes con otro sino con sólo aquel que te demandó; persevera con él hasta que m u era ; no lo dejes, aunque él te quiera d ej a r, aunque sea pobrecito .labrador u·obrero o algún hombre común de b aj o li n aj e ; aunque n o tenga qué comer n o lo menosprecies, no lo dejes, porque p ode ros o es nuestro ,S�ñor de p ro v e eros y honraros, porque es sabedor de todas_ las cosas y hace m e rc e d e s a quien quiere.» 1 5 Éstas e ran, además, sociedades con clases o estamentos 1 5 . En Fernando Dlaz Infante, La educación de los aztecas, Méxi­ co, 1 988. Con ligeras variantes, éste podri� ser también el discurso de un padre cas tellano a su hija. ·


que les recordaban a los españoles la suya ·propia y, por -·-ranfo-:-les·mspil'ab-an- un-mayor-respeto-;-7\qt;ti:-había--«seño­ ras » de calidad y naborías o sirvientas, claramente diferen­ ciadas, nobles, señores y plebeyos, amos y esclavos. Los cro­ nistas no ,pierden oportunidad de - aplicar a.· · fos Tridio"s adjetivos como empe rador, rey,. señor, noble, princesa, que correspondían � Ja sociedad europea, ni .de destacar la p ro­ sapia de los personajes de las elites gobernantes: Y en eso no se equivocaban demasiado porque era la pri­ mera vez que los españoles topaban en América con una civilización, aunque esa civilización tuviera un menor desa­ rrollo tecnológi-:o y mostrara costumbres que espantaban a los espa�oles, como la «idolatría», el canibalismo ·ritual y l a sodomía.-·- · No es previsible que, en este contexto, fas mexicanas re­ sultaran para los .españoles un bocado excesivamente deli­ cioso. Y estímulante desde el punto de vista .se;mal. Ningún cron.i.s ta _;salvo .�ópez de Gómára, que habla de oídas y, ap�rehtemente, dél producto de .sus fantasías.,;._ de�cribe a las: mujeres de :México como luj uriosas o conocedoras de · « artificios de gran liviandad». Todo indica que, en la mayoría de los casos, serían bue­ nas. naborias o criadas y poco más que un desahogo sexual para sus amos . · Hasta Tlaxcala, la tropa sufre d e falta ·de hembras, obli­ gados, como establ:m, a seguir µna política de pacific�ción que eliminaba toda posibilidad de tomar i:nujéres de los alia­ dos por la fuerz:a. Será a partir de la ruptura de hostilida­ des posterfor que cada· soldado podrá disponer de· un, a ve­ ces, numeroso háréi"i"" para 'sú goce·"'personal.

176


LAS T.RES , MIL HEMBRAS DE MOCTEZUMA

Cort�s y s�� .h9m!?.r.�� r�solvieron, d espués de diecisiete días de holgar en tierras tlaxcaltecas, seguir viaj e a Tenochti­ tlán . . Desoyendo los consejos de sus f�amantes aliados, -el conquistador optó por tomar el camino que pasa por la ciu­ dad de Gholula, sometida a los aztecas. Los españoles no llegaban a sumar cuatrocientos hombres después de las ba· jas sufridas, 1 a los: que se unían los guerreros tofonecas de Cempoala, un millar de tl axca l te ca s y las mujeres indias de cama y s ervicio. Cholula era una· de las ciudades pFincipales del Anáht1:a�.; tributaria del imperio azteca. Allí Moctezuma tenía prepa� rada una de · sus numerosas trampas. Los cholutecas reci­ bieron a .los es·p añoles .�on r.e ticentt! hospitalidad.y_ los alo:. j aron dentro. de la ciudad, que so ,rendió a la hueste·· por sus construcciones, al punto de qut: la encontraron parecit da a Valladolid. Los signos de que se prep a.rab <!- una c�lada apare.cieron pronto. Lqs hombres de Cortes se vieron obligados a velar. armas día y noche a. la espera dé. im a ta qu e. Cortés puso, · entonces, en marcha un eficaz sistema informativ.o qt..i e le ·permitió descubrir a tiempo que el emperador de Tenochti, tlán, después de muchas <lucias, ·habfa ordenado secretamen· te atacarlos, sacrificar veint� españ oles a los dioses y t ra­ tar de capturár l a máxima cantidad de ellos para llevarlos . · cautivos � .Te_p9c;:f1t�t_lé!µ; ,_P<oir.a ej ecu, t�r el plan mexica, los cholutecas. habían cavado pozos disimulados en las calles, en cuyqs fondo� ct>lQc"<iron- esta(:as,..afiladas a fin de que en

ri

l.

"···

y

nosotros

aun

no

llegábamos

_?._e rnal Díai '.deJ .c��til��; 'op, cit..· . , ·

a

cuatroci ehtos hombres ...


ellos cayeran lo:; caballos; un s istema de barricadas com­ --,pletaba los .pr.eparativos, mientrns ...s_e_ ªp.restgban.9- �<;.hªr? e sobre los extranj eros en la mañana. del cuarto día de su- es­

tancia en la ciudad. Cortés frustró · ros planes del emperador azteca atacan­ do primero. Desato una matanza terrible de cholutecas, que pretendió ser ejemplarizadora y al mismo tiempo aterrori­ zadora, de la que participaron con gran euforia y crueldad

los tlaxcaltecas que los acompañaban y otros que llegaron para unirse al sangriento festín contra sus viejos enemigos

de Cholula. La masacre fue, sobre todo, un daro mensaj e d e advertencia a l soberano d e Tenochtitlá:n, e n cuyas ma­ nos iban a ponerse pronto los españoles, con su inaudita audacia de met{:rse en su ciudad. Cortés y sus hombres . serían .duramente -ª�ªc.?QQ,s _rp_t:\� . tarde por esta primera gran matanza en territorio mexica­ no y acusados de que los cholutecas estaban desarmados y s in intenciones de agredirlos. Es harto :improbable que la hueste hubiese atacado a un grupo de seres indefon·sos: no era éste el estilo de Cortés, como había demostrado has­

t a enlences. En su obra, Bernal Díaz apunta que ,B artolomé de Las Casas " afi;:-wa que sin caus<l" ninguna, sin.o por.nues­

tro pasatiempo y porque se nos antoj ó se hizo aquel casti­ go, y aún dícelo de arte en su libro a quien no lo vio n i lo

s abe, que les hará creer que es así aquello y otras".cruelqa­ _des que escribe, siendo todo aL r·� vés, perdóneme su seño­

ría que la diga tan claro, que - no pasó como lq . escrib e » . Aquí los españoles n o cobraron cautivas:. antes d e l ·ata­ que p royectado, los cholutecas habían enviado a: .las muje­ res y a los niños fuera de la ciudad. Tras su demoledora matanza, Cortés .volvió a su discur­ so pacificador: o rdenó a sus aliado!) que devolvieran los cau;-1 tivos y a los jefes de Cholula les mandó retornar a la n o r­ malidad, poblando de nuevo la ciudad y ·organizando los mercados. Repitió una vez- más su sermón :en :contra ele .. los cultos a los dioses sanguinarios, la antropofagia , las· prác­ ticas homosexuales y liheró -dice Berna! Díaz del ·castillo­ ª gran cantidad de jóvenes que los cholutecas tenían enjau­ lados y en engorde para sacrificarlos a sus ídolos y lúego devorarlos ritualmente. Mientras tanto: en Tenochtitlán, las noticias · de· fa rria: · tanza de Cholula llenaban otra vez de temor á Modezuma · y a los aztecas, que creían, como dice B.ernal Díaz, qtie los españole s eran " adi�inos y de cj n qu�- p_9 -�e 1

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cubrir cosa ninguna mala que con tra nosotros t ratasen que no lo supiésemos » .Como es obvio, el° astuto cap i t án extremeño ·s e aprove�

chó de esta creencia. Comunicó a Moctezuma que no había tenido más remedio que c astigar a los c h ol u t_e c a s porque,

además de querer matarlos, acusaban falsamente al empe­ rador de haberles ordenado que les tendieran una cela­ da, « lo ctial nunca creímos que tan gran señor como él es

tal mandase, especialmente habiéndose dado por nues tro 2 amigo ». •

Moctezuma debe de haber entendido el metamensaj e: vol­

vió a reunirse con sus sacerdotes, ayunaron, p i diero n con­ sejo a s us dioses y éstos les reiteraron, a través de los j efes

religiosos, qu_s: tenía que dejar en tr a r a los ·españoles en Te­ noc ht it lán y, una vez dentro, matarlos, dice Díaz del Casti­ llo. No explica d cronista -que se encontraba del otro · lado

de la trinchera- de 'dónde s a.c ó éJ, la información, ni aclara si s e t r atab a simpl emente de un a suposición o espec ulaci ón alimentada por sus razonables miedos a meterse en la boca del lobo. Pero parecía evidente que Moc tezuma oscilaba .en­ tre la resignación ante los supu e sto s ,enviados de su dios Quctzalcóatl y l a s presiones que recibía de los . suyos para que liquidara de cuajo l a invasión - extranjera. De momento, siguiendo el juego de Cortés, el empera­ dor optó.por reiterar las expresiones de amistad hacia ·:con los castellanos, al tiempo que conden·aba la conducta de los c hol u tec a s y aparentab ?- resignarse a E;�perar la llegada de . los teules, mientras colocaba ob s táculos y fuerzas milita­ res en los éaminos para de te n er a los inv asores .y les envia­

b a· decir que no siguieran porque carecía de -recurs<;>s para a lime ntarl o s . Cortés supo, lll1 a vez más, aprovecharse del rese11: timien� to de pueblos vecinos contra los aztecas para ·superar los obstáculo.s . Pero sus aliados de Cempoala. se- aterrorizaron ante la idea de entrar en l a capital de los aztecas, ante quiene s se

habían rebelado, y pidieron al capitán español licencia para

volverse a s u s tierras. Cortés, siempre ·cuidadoso de. prote­

gerse las espaldas, los llenó de regalos y les permitió partir. en. p remio a sus b uenb s servicios. Tenian razón los in�ios de Cempoa1a. El mismo Díaz del Castillo, pese a su sobrie­ dad c as tel lana, no puede dej ar de ufanarse de su . lc�ura, ·.

2.

.... .

BcrnaL.Dfaz del Castillo, op. cit. i.79


para la cual no . encuC;ntra precedentes en l;:t Historia: « Mi­ rep. l9s c1,1,r�9_sos l�.1: t9r�� .sL��tQ._ql:!_e es<:ribo, si había bien que ponderar en ello, qué hombres ha habi do en el Un.iver­ s o . que tal atrevimiento tuviesen . » __

Los tlaxcaltecas, fieros guerreros, no se arredraron ante

el desafío: l e ofrecieron diez mil combatientes más, de los

cuales Cortés sólo aceptó mil, para no enojar a los mexicas. El primer día de noviembre de 1 5 1 9, e l capitán extreme­ . ño, al frente de sus hombres, inició el tramo final de la mar­ cha hacia la capital azteca. Hasta el último momento Moc­ tezum a no hab ía abandonado su 'actitud dual, poniéndoles obstáculos y enviándoles, al mismo tiempo, ricos pre sentes con re i te rados ruegos de que no continuaran el camino ale­ gando su escasez de alimentos, a los que, naturalmente, Cor­ tés hizo caso am i. s o : los fastuosos regalos, en todo caso, sólo si.rvieron para avivar la codicia del conquista�or si.is hombres. ,Por fin. el 8 de noviembre, los espa.i""'l oles atravesaron los últinfos pu?ntes que llevaban a Tenochtitlán, la gran urbe construida en medio de una extensa laguna. Un millar de hombres salieron a recibirlos con toda pompa Cuando la hueste estaba a ia altura d e la actual calle de Pino Suárez, apareció Mocte:zµma transport:ldo en andas y e s colt ado por d os c i entos s eñores ricamente vestidos. Cortés, por :su p arte, no bajó l a guardia en ningún mo­ mento: mantuvo a sus fuerzas ·«a pui:ito de guerra », con los estandartes desplegados �l viento y l o s tambores redoblan­ do sin parar, c.on todo el es truendo que e ran capaces de hacer. Tiene que haber s ido 'un espectáculo impresionante, al tiempo que en la intimidad de los hombres de ambos ban­ dos deben ,de h�berse ocultado emociones p rofundas: Moc­ tezuma y Cortés tenían conciencia de la trascendencia cie• lo que estaba ocurrien do, aunque ignoraban cual iba a sér el desenlace finai de ese encuentro. El caudillo español se apeó del caballo, s e acercó al em­ pe_rador e intentó darle un abrazo, ademán que sus edeca- . nes congel;aron; impidiéndole t oc ar a Mocteztima.3 Cortés reemplaz� : z:ápidamente el gesto por el obsequio de un c_o­ llar d e cuentas ' de vidrio que le puso al cuello al empera-

y-de

. .

1

rígiJ�:: {ia�·:á·¿�;;e:ri\o-.­

3. Moct_ezuma había vuelto terriblemente nial y la etiqueta de la corte, convirtiéndola en un sáiÚuarfo exclusivo de la más encumbrada noble�:i.. cuyos J? cmb ro s eran los únicos qU<! podían rodear al monarca y ostentar cargos político s y administrativo_s . _

i

-�1 1:!0


dór, :Éste le retribuyó el presente c ol oc án dole o t ro c o lla r c árac o l e s y f¡gµras de oro. En los .disc_µrs9_� _g!,l�jnt�!: _ de _ ca mb ia ro n , el azteca reconoc i ó a Cortés como él enviado. de Quetzalcóatl y se sometió a s u dominio_ º Tras lo cual, acompañó a la hueste al palacio de su -padre; Axayá� atl, ubi­ caao a. un lado del Templo Mayor de la ciudad, donde de­ bían' álojarse; · y: l.lenó de obsequios a los soldados. Durante una semana la soldadesca pudo descansar en el palacio, bien alimentados y c ui dados, pero « muy aperci­ bidos» porqúe a ninguno se le escapaba que se habían met.i­ _

d o en la boca deJ lobo. Y no se engañaban. Él reposo d.e los guerreros era, en realidad, un infierno de penurias. «Dé noi;:he ni de ·día no do rm íamos con este pensamiento » , dice Bermil Díaz, espe· _ rando que en cq.a,lquier momento fueran exterminados, como ya se lo habían anunciado sus aliados. Para ello s.ó lo necesitaban « quitarnos la c.omida o el agua o alzar cualquier puente, que no nos podríamos valer». La angustia persecutoria debe de haber sido muy gra·n de. Algunos soldados, por fin, creyeron observar que sus ser­ vidores aztecas ya ·ni) les traían ·las viandas con el mismo cuidado y celo con q.ue l o habían .hecho los primeros días, sospecha a la que unierón los tlaxcaltecas a quienes « ilo les parecía bien la voluntad de los mexicanos de dos d �as..: . atrás». Estos hombres de acción no p od f an soportar la incerti­ dumbre de su destino sin hacer algo, ni esperar p asivamén­ te a que les llegara el,,mómento de se':r extermina:dos y sa­ crificados a los dios�s aztecas: erari cuatro centenares de hombres aislados en una ciúdad de trescientos mil hábitan�· tes. De nada valía, por .otra parte, haber entrado en Terioch-' titlán si q ue dab an c:;onvertidos en virtuale� ,pris�oneros de lujo·, despoj ados de . todo poder y sin posibilidades de apo­ derarse de las rique zas y llevarlas ·e\ España. Al gun o s capi tane s· propusieron a Cortés engrillar a :Moc-· tezurna y mantenerlo como rehén a fin d e salvaguardarse de un ataque de sus súbditos. Es imaginable. que Cortc!s,. antes de atreverse a entrar en la capital me:icica hubkra ya planificado un golpe de' mano q u e cambiara su suerte:·-La excusa para llevar a cabo la única J ugada que podía darles alguna garantía sobré . sus 'Vid.as les-llegó, .por ffü;--ais·exUf dí a de estancia en Tenochtitlán, c q.an do se en teraron de que el emperador había mandado a Cuauhpopoca�:...;; eñor.de Nau­ tla, que matase a l os españoles que h-lbían ·quedado en V..e -· -. :... ·. •

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racruz. Juan de Escalante, alguacil mayor, y s e is peninsu� l <! r �� _¡;ná!! p abía� si d q :m1..\ � I19� .�.n _µ_i;i ªJª.9.hl�_do ri4� J1t.irne.�. rosos aliados totonecas también habían caído: La si tuación

era grave porque por primera vez quedaba patente para los

aztecas que l os teules podían ser derrotados y mue r to s : ···

Al día siguiente Cortés fue a visitar a Moctezuma y le

echó un discurso recriminándole lo de

puestos

planes para

Veracruz y

unos su­

asesinarlos a ellos. Tras lo cual lo con­

minó a que, sin hacer ningfa-1 escándalo, los acompañase al palacio de Axayácatl, so amenaza de mandarlo matar por los capitanes que lo acompañaban. Moctezuma aseguró que él no había enviado a Cuauhpo­

poca contra los

sionero

·españoles y que tampoco se enti.e garía pri­ a Cortés . El extremeño comenzó, en tone.e s , una dis­

cusión con el e mperador que interrumpió Velázqu�z _c;kL.�qn a voz en cuello: « ¿ Qué hace vu�stra merced ya con t antas

p alab'ras ?

O lo llevamos preso ;o ·hemos de darle de estoca­

das. Por eso, tórnele a decir qu� si da voces o hace alboroto

que lo mataremos porque más va le que de esta vez asegure­

mos nuestras vidas o l as perdamos. » Viendo e l

a Marina

enfado

d e . los oficiales, · Moctezuma

preguntó

q_ui§> decían !0s Cé'. ;>itanes. Ésta, . háb!l::nente, le res­

pondió: « Lo que yo os aconsejo es que vay áis

en seguida su aposento,_ sin ruido ninguno; que .yo sé · que se os hará mucha honra, com o gran señor que sois, y de otra manera aquí que d aréi s muer.to, y en .su - aposentó se sabrá la verda d. » El e mpe rad o r no podía soportar la á:frenta - de. s er- p re so y o fre c i ó a s u s tres hijos legítimos a cambio. Per() los espa-' ñoles insistieron en que sólo -lo querían a él.- Cercade,-:.Moc­ con ellos a

tezuma se dejó llevar sin más resistencias, a la ''.residencia

de los castellanos, en donde

títere

se convirtió definitivament� e-A. será españoles y p'or sus numerosos

de Cortés : nunca recuperará su libertad, pcr:o

atendido y mimado por ios

servidores:

Cuauhpopoc:a, mandado llamar

mado por

orden de

por Moctezuma, fue. que­ señores involucra­

Cortés, junto a otros

dos en el ataque de Vera c ruz, en la plaza mayor - de -Tenoch­

titlán, no sin que antes el general mexica ccinfe.sase: .qu�. había sido el emperador quien fo había ordenado :ma·tar a.

lo s hombres de E s cal an te. El cronista-soldado no pi:i.ede de­ jar de admirarse de su osadfa.: « Muc h as ·veces', ahor<Cqú.e

soy v i ejo, me paro a considerar las cosas heroica"s .qµe. eh aquel tiempo. p as amos que. me .parece .,que. las .. :veo presen-. 1 82


tes, y digo que nuestros hechos que no l os hacíamos noso­ tros sino que venían t o d os e.ncaminados por Dios; porque, ¿ qué hombres ha habido en el mundo que osasen �ntrar.cua­ trocien tos soldados, y aun no llegábamos a . ellos, en una fuerte ciudad como es México, que es mayor q ue . Venecia, e s ta.11 do apartados de nuestra Castilla sob re más de mil qui­ n ientas .l eguas, y p re n d e r .a tan gran :;eñor y hacer jus t icja

de sus capitánes delante de él ? » E n aquellos días, « Co rtés pedía e inquiría y Moctf:;zuma daba y c oncedía sin límite s » . • « Y era tan b u en o -r�cuer­ da Berna! Díaz del Castillo- que a todos (los s ol dados] nos daba j oy�s. a o tros mantas e i ndi as herx:n9sas . » El cronis t a no fue un� excepción. « Y o le h�bía hab l a do al Or t egu i l la, 5 que le quería demandar a· Moct e zum a que me hicies e merced de una india muy hermosa, y como l o supo Moctezuma: m e m a ndó llamar y m e dijo: "Berna! Díaz del Castillo, hanme dicho que tenéis motolinec;z [pobre za] de ropa y oro, y os mandaré dar hoy una ,buena rnm;a; . t ra t a d la muy bien , que es hij a de hombre principal; y · t amb ié n os da rán oro y man t a s ." ,,y entonces a l canzarno s a s ab e r· que la� muchas lTIUje­ res que t en í a por amigas casaba a ellas con sus c api t anes o p e rs o n as principales muy pr�,•ados - a ñ a � e t'l'.', ás adelante- y aun de ellas dio a nuestros soldados, y la que ··

mi era una l;; e ñora de ellas, y bien se p arec i ó en e l l a, que se dijo doña Franc.i sca. » B ern a ! Díaz . no volver� a mencionar a. su concubina, a la que, probablemente, per· derá en la Noche Triste. López de Gómara,6 t�l vez informado por Co rté s, asegu­ ra que Moctezuma t ení a en sµ pa,lacio a más de mil ::i:nuje­ res, aunque « alguno:� afirman que tres mil entre !¡ eño ras y c riadas y es c l avas ; de. las s eñoras, hi]é!-� de s eñoFeS:, que e ra n muy muchas, tomaba para sí l as q ue bien le -parecía; ias o t ras daba por muj eres a �us c ri � dos y a ot ro s caballe­ r os y señores; y a sí dicen que hub o vez en que tuyo cienfo y c i n c u ent a preñadas a ).tn ti e rrip o ». El tlatoani azteca v�vía como un príncipe orieµtal. A Ber· nal .Díaz le s orp ren de que se bañe una vez po r día, a .1.a tar­ de. «Tenía muchas muj eres P?r amigas, hij as de s�ñor�s_, me dio a

4 . José Luis Martínez, He rnán Ccrtés, México, 1 990.- · : S . Ortegui!la e r a u n .Paje español, pu es to p o r Cortés a Mo ct e zu­ ma, que hada las funciones de intérprete, pues había aprendido algo de náhuatl. "' 6. Frar!cisco López de Gómara, Hispa n ia Victrix. ·1 83


puesto que tenía dos grandes cacicas por sus legítimas mu­

_ .jer.e� .._qu.e i: úan do..usaba con_ellas_e_ra ..tan.secr.etamente_que_ lo alcanzaban a sab e r sólo alguno de los qu e le servían. Era · muy limpio de sodomías. Las man t a s y ropas qué se ponía

un día, no se las ponía sino después ·de cuatrb-días:"'Tenia· s ob re doscientos principales de su guarda en otras salas juntq a la suya ... " que « habían d e entrar descalzos y lo s ojos bajos, puestos en t i e rr a y no�mirarle a la cara y con tres reverencias que le hacían y le decían en ellas: _;'Señor, mi señor, mi gran señor" ... No le volvían la e sp al d a al �espe­ dirse de él sino la cara y ojo s b aj os, en tierra, hac ia donde estaba, y no vueltas la es p a ld a hasta que salían de l a -sala. »En el co m e r le tenían su s cocineros ·sobre treinta:;ma­ neras de gui s a d o s hechos a s u manera y us �nz� y .�e.:i:i!����o� p uestos en braseros de barro chicos $Íebajo para .qüe_. no,.se. enfriasen y de aquello que el gran Moctezuma había de co­ mer guisaban más de trescientos platos, sin más de mil para la gente ·de guarda . . . Oí dec'ir que le solían ·guisar cárnés de:muchachos de poca e da d » y « d es d e que nuestro c a pitán le . reprendía el sacrificio y c o me r carne humana mandó que no le gui'sasen tal manjar » . · Después d e comer, servido por hermosas mujeres y cria­ dos y div ertido por cantores y bailarines, fumaba 7 · y se dormía. · El emperador disponía de un a casa de · aves dotada de toda clase de pájaros y de Un zoo lógi co con fieras qu e eran alimenta�as c6n la parte del cuerpo de lo's s acrificados que lOs aztecas despreciaban e n su di e ta y rituales:. el tron·cp . . Alo largo de siete meses, los hombres de éortés' se ·dcdi­ c aron a gozar de la buena :vida, .confiados--en--q1:1e�s'u -rehén les garantizaba su p rop i a s eguridad; Bien aliment ados y cúi-' dados por una caterva de s e rvj dores y con s ufi cien te can.ti� dad de hembras indígenas como para que c a d a Uno pudi'(! Se gozar de un harén propio, muchos deben de haber creído -que · Dios les ·había· premiado con ei ·paraíso-eu--este ·mun·do·: ... El caudillo español se ocupó de recoger· ínformación so" b re los recurso s m iner ales y agrícolas- del pafs;· enviando . expediciones a puntos distantes de Tenochtitlán.· Además, �pa se ó, cazó, s e.cntretúvo jugand0 a 'los bdlO'sJ:: on: Mp_ .�_�µ�­ ·ma y n o parecía te n e r ningún plan de futuro, pese a que ..en t érminos reale s · ellos· eran carceleros .Y-�Íitarcelados-a:! .. _,

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7.

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El tabaco era, entonces, aJgo completamente desconoc idó para _ .··: : : · �·- ..:..: '"·'-' ,•.:;.;;. _

...l os españoles.

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�·'.o_';��' . . . - -- ·· ---


mismo tiempo, y no obstante qu e , fqrmalmente y delante de e�cribano, había conseguido que el emperador hiciese un traspaso de su soberanía y l os aztecas presi:aran--v·a·sa� llaj e al rey de España. ·

-Natura-lmente que Cortés también se vio benefo:iado con la generosidad �e Moctezurna en materia de mujeres. « Mira, Malin_che, qu� ta:m o os amo, que os quiei:-o dar un� hija mía muy hermosa pára que os caséis con ·ella y que la tengáis por vuestra legítima mujer», le d ij o el emperador a Cortés un buen día. Hábilmente , el extremeño -dice Bernal Díaz- le res­ pondió « qu e era gran merced la que le hacía, mas que era casacJ.o y tenía mujer y que entre nosotros no podemos te-· ner más que una mujer y que él la tendría "en aquel grado, que. hij a de ian grnn señor merece, y que primero ·ql.!-ie-" re que se vue1va-t:ristiana, como son otras señor;:t,s, hijas de señores. Y Moctezuma' lo tuvo por. bien y -siempre rrios­ traba el gran Moctezuma . su acostumbrada vo luntad » 8 En esta primera etapa, Cortés debe de haber recibiq9 más de una hij a del emperador p ara su serrallo particul.a r, al que era tan afecto. Cuando, más ad��ante, S1:1S capi�anes le reprocharon un descomedido pronto que tien� con Moc­ . •.

tezuma, recordándole todo . lo que ha re cib i do del monar­ ca azteca, le dijeron: « y m ir-e que ·hast a las hij.as �e J1�· •••

·

. -· dado . » 9 Esta larga etapa de cal:rpa será interrurppida, te, p.o p or ias a ct ivi dade s de los indígenas; sino _p9r. la_ de

fi�a�rn!;!·�:�·�

.

9tr.os europeos .

.!�--- :ae.rn.�l ,D�_az qe). Gastillq, qp. cf{..Go!J:lq se verá ei::i capl�ulos su· c.e sivos, la hipocresía de .Cortés . al respecte» era. rhayúscul�. •. .

..

9.

Ibídem. cap. CXXVI.

:.18.5. -


EL MERCADO DE ESCLAVAS El gobemadoi· de Cuba, Diego Vil?-zquez,_ ?e_ do por los enviados de Cortés a España, Hemández Puerto Carrero y Montejo, de los éXitos 'de su antiguo subordinado y de las ingentes riquezas que había cobrado. Utilizando··sus inf�uencias ·en la corte, consiguió ·autorizaci�m para repr.i· mir a Cortés, · capturarlo y enviado a Cüba. Pánfilo de Nárváez fue el encargado de ir a. aprision ár al e xtre m eño, para lo cual Ve Íáz qu -e z lo puso· .al ma,ndo de una c;onsiderable flota de 1 9 b.arcos, 1 400 s·oldados, 8 0 'ca� ballos y numerosos indios cubános como· auxiliares, gastos que Veláz;quez esperaba compensar con creces una vez que se hubiese apoderado O.el botín de C� rtés. No tardaría el extremeño en enterarse· del arribo a Cem­ poala del ejército de Narváez, que venía a echar .por tierrá todos sus esfuerzos y conquistas. Con un pequeño contin­ gente abandonó Tenochti.tlán � dejó . a -P�dro 'de -'Alv-a1-ádo al mando 'de fa· ue_rz a "qu� hi?-nteriía. a Mo'ct�ztinfü jJ:Xjsi9n�-:: · ·· 1 ro en la capital.

!l_a_ºlui::Ü�rn.::..

f

.

Una · vez más para Cortés, la correlación· de fuerzas le era t ot a imen t e desfavorable. Pe ro ei capitán extremeño hizo uso de su proverbial as tuci a y consiguió, con un ataque por so rpres a, capturar a Narváez y rendir a sus hombres, la ma­ yoría de los cuales, a traídos por l a fama de l as conquistas de Cortés, s e pasaron a su bando. Después de su victoria, _el � ?P i �;in extremeño mqnq9 lrncer al a r de _y �nc;:ontró. . que se hallaba al mando de 1 3 00 hombres con 96 cab all os y 1 60 ballesteros -y e s co p ete ro s . Jamás había tenido antes ·� sus órdenes-ni · la ·mitad de ese ·ejército. Mientras estos hechos ocurrían, en Tenochtitlán los az­ :tec?,s_ _se .P.r_�par�_ban .pP. r.a celebrar la gran fiesta del in e·s . .

J 86

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de toxca tl en honor de Tezca:tlipoca y Huitzilopochtli,--que Cortés y A l v.ara do -habían autorizado, á carnb:io de · que no · se realizaran sacrificios humanos. \. Los españoles e nt raron ºen sospechas d e que l a fiesta ib a a s er, en re·a lidad;·el ·comienzo de una vasta re b e li ón contra ellos. T amb i é n los mexicas se habían ent e rado de la llega­ da d e la fuerte expedic ión de Cuba que quería acabar con Cortés, lo cual minaba. su p re st i gio y: le abría otro frente. En el palacio de Axayácatl donde se hospedaban, los cris­ Li anos , según algunas fuentes, advirtieron que habían s i do sus p endidas las vi an das con que los servidores mexicas los alimentaban. Haya sido cierto el alz�miento que p reparaban los azte.­ cas o se haya tratado de un ataque de p aranoi a colectiva avivado por · h�s_ intdg.as d e lo� tla:xcalt'ecas, lo cierto es que el día de la fiesta, cuando toda la nobleza mexica se-eri.corr­

traba celebrando la fiesta, Pedro de Alvarado ordenó .á sus hombres perp e trar una espantosa matanza de más de seis­ cientos aristócratas aztecas desarmatlos. · Hay n umerosa s versiones di �cordantes d e esta masacr� que iba a significar el fin de la au t o rid a d de Moctezuma y el comienzo de una sangrienta y p o s ib lemen te inevitable guerra entre e s p año l e s y m exi cas . Todo el poder de Cortés estaba asentado en b a se s derria­ ·

siado endebles: el mito de que eran e n viados de "Qüetial­ cóatl o H u i t zilop och t li 1 (contradicho por l a obst in ac i ón con que los españoles querían destrufr los ídolos y la litur­ gia sangrien ta de esos dioses), la tímida complacencia de Moctez,um� ( re s is ti da por s u s capitanes y súb dito s), la· �rá· . g i l . f am a de invencibles de"los e sp a ñol e s y la formal tran�" l . Se ha pu e s t o en duda la exi s tencia misma de ese mito antes de la l l eg a da de los e s p añol es . La mexicana E u-Jal ia Guzm.án cree que la his toria apareció por primera en i 540, narrada por los fra0;ci s ca_ no� . .Cortés no menCiona nada a:l respecto. Femández de Oviedo des­ cree .de la versión de que los mexicas confundieron a Cortéfl:oñ"Uñ enviado de sus dioses. Sin embargo, Bernal Díaz·dcl Castillo, prot�go­ nista de la Conquista, se refi e re a ell a desde el principio de la e_xp ed i­ ción y, además,xrcsulta difícil explicar la ·complacencia, las du d as y los t e mor e s de M oc tezum a y s us capit anes, si no hubiese habido nin­ gún elemento ·religioso o s,up e rs ti c io s o que <:-compañara la ap ari dón· de los españoles. PQr o t ra parte, la historiad ora Eulalia Guzmán (Re- lacio1ies áe Hemá11 ·Cortéru·-ca rlos·· V-;:s-o bre· la·-invasión-de""i4:nah.¡1a·é;­ México, 1 958) profesa tal odio al conquistador, dentro de la:.tr.adiCibri mexicana indig�nófila que habla y piensa en la Conq11ista·cQ.mo si hu:· · hiera ocurrido la semana pasada, que sus afirmacioiles ·son, a priori; ' · d udo s a s . .

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ferencia de soberanía, qu e tenía apenás un valor simbólico. -·- . · -C��!lsi� e l �,I!?p e ��c!9LJ.!!e.!CJ.�ª-��-�-i:iJer.Q_cl�-Jª-.ID.�!Ji..Il1'._ª-. pi dió que le dieran muerte. Cortés acab?-ba de l lega r a mar­ chas forzadas y se encontró a sus hombres cercados por los az te c as en armas, faltos de provisiones y desespe rados . El extremeño intentó jugar la carta de Moctezuma una . vez más y obligó al emp erador a presentars e an te su pue­ blo en armas p a ra ordenarles, desde una azotea del pala· cío, que cesa ran en su violenc ia ·contra los españoles. Cu¡;i.uh­ témoc, ' capitán de dieciocho años, sobrino del emperad�>r. lo increpó lh_imándole, entre otras cosas. « mujer. de los es­

pañoles ». De :vari as pedradas lanzadas por la multitud, una, al menos, d i o de lleno en la cabeza de Moctezuma, . que se. desplomó. Peco después el tla toani mor í a de la herida,1·- no sin. antes encargar a C ort� s que cuidara <l;e sús �ij�s.. l�gí;

ti.mas.

Acuciados por el hambre y la per s pe c tiva cierta de rno­ ri,t. a manos de los rnexicas que no dej ab an de hos tiliiarlos, !'. s españoles ·d ecidieron salir .de la ciudad la noche del 30 <:ti junio de 1 520. El oro fue repartid<.? en tre los homb tes Y. se separó, simbólicamente, el quinto para el rey. . Los primeros en evacuar consiguieron hacerlo si.n. des­ pertar· a la población. Pero una mujer azteca que los vio dio la alarma. y los indios S'.! e cha ron sobre ellos. Entre ciento cincuenta y novecientos � _españoles fueron muertos por los indios o se hundieron en la laguna tratan­

o

do de es�apar carg·ados, corno es taban algunos, con su p�" sado bot,in de oro. Una hij a de Moctezuma, Ana, embaraza­ da de Herná:r;i . C ortés, tambi én pereció en la ·sangrienta huida, que pasó a la Historia. .como la N.o�he_.Iriste., junto

con grari cantidad de las c on cub i nas y n abo ria s que tenían 1 los castellanos! Los aliados tlaxcaltecas consiguieron guiar a los sobre­ vivientes a su � tierras, m i en t ras eran perseguidos y hostili-

tamb i én hay var.ias ve rs i ones. Una, de orig'!n indio asegura que fue apuñalad� por-lqs ,�sp�ñoll!�, qtras señalan que Moctezum::. cayó herido por los flechazos que le disparó · · ' fa multitud a la que se dirigía. . 3. Cortés confesó .só l o 1 50 bajas, Bernal . D íaz habla de 870.-López de Gómara, de 450, y Fe rnández de Ovie do, ci tando al tes tigo Juan Cano, dice que fueron 1 1 7 0. Las bajas de los indio1taii':iifo·s· de k>s .es­ pañoles os cilan tamb ién entre 2 000 y 8 ooo: seg�n: l:iS ;fuentes . . ·--� . _ 4 . « . . . y queda ron m ue rtas las más d e nuestras no.barias que nos habían dado en Tbxc a l a y en l a misma ciudad de M.!x i c o » , Be ni a l Díaz del C as t i llo , op. ci!. 2.

So�re esto

(Códice Ramírez},

;)..88



zados .p or los mexicas. En Otumba tuvieron que r�peler un feroz ataque del que se salvaron de p�r�cer . gr<_l_ci a� �- qu� con�iguieron ma t a r al capitán de los aztecas. Una s emana después de la Noche T ri s t e , lÍegaron a las tierras amigas de Tlaxcala heridos, enfermos y despoj ados . El mismo Cor­ tés había pe rd ido dos dedos -de la man o izquierda. Tras veinte día s de descanso para reponerse y c urar las heridas, el capitán extremeño volvi6 a p on e rs e en mov i m i en­

to. Dio pruebas evidentes de su fortaleza ante la adversi­ dad y de q ue era capaz de crecerse ante. eÍ casÜgo de la suerte. Como los héroes de las novelas de caballería, n o se da por vencido y ni siquiera admite la posibiÍidad más se­ gura que tiene de-regresar a Veracruz a atri nch éra rs e alli. Cree qu.e pu e d e sacar vcnt¡:i.jas de, sus fracasos :_' ahora cono­ ce m u_c �o mejor qµe antes"có,mo 'c onquistar la ciudad, sus vericuetos, sus debilidades, · y traza un pla.Ii de acción: Ordena construir bergantines para poder atacar pór agua Tenochtitlán, mientras sus fuerzas de tierra co:::n ienzan a

establecer lentamente un cerco ocupación .dé las poblacione;�; que rodean a la capi_tal aztec:a. Cortés abandona su diplomacia y se ·convier�e en un im­ placabli: jefe de guerra. Ya no hay más. mitos, dobleces, re­

mediante ia

galos, discurso:; de paz, limitaciones al botín. « El conquis­ tador se ha endurecido aún más después del quebranto . » 5 Lo� españoles, con la eficaz ayuda de los feroces tlaxc.alte­ cas; se dedican a sembrar e l t error, a aplastar a quienes se les oponen, « cobrar esclavos y a marcarlos con hier:r.· os candentes con l a: G de guerra. El oro como botín escasea, pero queda la carne huma­ na: . fuerza de �rabajo y alimento para los. tla�calt�cas, c;n1 � seguían practicando la antropofagia ante la vista gorda'-de los castellanos; y p e rsonal de servicio y hembras de· cama para la hues�e cartesiana. A los españoles no._les inter�.san los cautivos de cualquier ciase: no hubieran podido �ai:gar . C:on .largas tropas de esclavos en sus despl_azamientos. Se­ leccionan lo mejor: muchachas y � ovenc i tos y dejan lo de' . más para sus a l i a d o s : y [Sandrjval] prendió mu-cha gen,t.� menuda, que de los indios no se preocup aban de epqs ·p o r no tenerlos que guardar . . . 6 ° )) y iluestfos soldad os hasta ponerlos .en fuga no se preo­ cupaban de dar cuchilladas a ningún indio ·p orque les p ·

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5. 6.

Jose Luis

.Martínez, op. cit. Berna·! Día;: d e l Castillo, op. ;· -. . .: cit. ;

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c í a crueldad. En lo que .más se empleaban era en buscar una. buena india o haber algún d e s pojo, y lo q ue común­ mente hacían era refii r a l o s amigos [tlaxcaltecas] porque eran tan c ru e les, y les quitaban alguno�; indios o indias para que no los matasen», cuenta B e rnal Díaz del Castillo.7

Después de las p rim e ras campañas en l as que se c au ti­

van gran cantidad de mujeres, cornier.zan las peleas entre los espa ñ o le s por el reparto .

La primera vez, en S egura de la Frontera, villa re c ie nt e ­ mente fundada por Cortés, s e dan pregones para que todas las hembras y muchach o s cobrados por los soldados fue­ ran reunidos en un edificio para marcarlos con la G, apar­ tar el qu in to que le correspondía al rey, y otro quinto, des­ pués, para Cortés. Pero el capitán extremefi.o y sus ofiéiales h ace n tr amp as : a escondidas , 'por la noche, - s acan l as mejo­ res indias pa ra ell os y las r eemp l a z a n por otras viejas e inú­ tiles. Ante las vivas protestas de lo s soldados, Cortés jura y rejura que es inocente del e scamoteo de indias y, para sa­ tisfacer a los de s cont ent o s, les promete que la próxima vez l a s mujeres serán sacadas en a l m o ne d a , es decir, a subas­ ta, "Y la buena s e vendería por tal, y la que no -lo fuese por menos precio, y <le aquella manera no tendrían que reü ir con él » : Naturalmente Cortés se olvidará de su promesa· en lo sucesivo, ante lo c ual fueron los soldados quienes s e dedi­ c a ron a escamotear a sus in di a s cuando tenían que ll e var­ las a herrar. « Y desde allí en adel a nt e muchos soldados qµe' tomamos algunas l;menas indias, para que no nos las tónia­ sen como la s p asadas, las escondíamos y no las llevábamos a h e rra r , y decíamo!; que se h ab í a n huido. Y si era pri.vado de Cortés, sec re tamen t e las llevaban. de noche a herrar y la s a prec i aban lo ue valían; y les echaban el hie rro y paga; ban ei quiuto; y o tra·s muchas se quedaban en n ues tro s apo­ sen Los y decíamos qu e e ran naborías que habían venido de paz de los pueblos comarcanos y de Thxcal a » , cuenta Ber¡ na! D íaz del Castillo. « Tamb ién quiero decir que corno habían pasado dC?s o tres meses, qu e algunas de las esclavas que estaban en nues­ tra compañía y en todo el real conocían a los s ol dados, c uá­ les e ran buen o s y trataban bien a las indias y naborias que . tenía n, o cuál las trataba mal. . . O de otra manera, cu an do ·

q

7.

Ibí<lera. -1 9 1


las vendían en almoneda, si las sacaban algunos s oldado� que a las tales indias o indios no les contentaban o las ha ·-biañtrai:ado .mal; ·1�ápidaiñeiitese1es"aesaparecían y no la� veían más, y preguntar por ellas era corno qu i en dice bus· car a Mahoma en Granada o es crib i r a . mi hijo el bachiller en Salamanca. » s Aquí debe de haber sido donde el soldado Alvarez, lo mis· mo que 'muchos . de sus cori:lpafleros, tiene que haber comen,· •

zado su. infatigable labor genésica que lo llevó a hacex pa­ rir a s�.i's mujeres indígenas treinta hijos e hijas .�uyos en tres años, según Berna! Díaz, antes ge caer mortalmente herido _en la campaña de H onduras Las esclavas, de todos modos, no eran . .tan ·fatalmente esclavas por más hierro que las marcara: siempre . _tení n .

el recurso de huir cuando su amo no le gustaba. Pese a ello. pa ece que la mayoría se quedó gustosa a s e rv i r a ·sus hom­ bres blancos y b a rb u d os que ges tab a n en sus vientres hijos mestizos.

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�-.���:Corpo

per;r<?s d omé stico s, estas mujeres criad!"s para obe­ d��er y depender, p referí an un am o que formaba parte del los . fuertes y triunfadores antes que ningún se� ñqr o que un ;amo sumido en el desconcierto del derrumbam ento d e �u .propio mundo. .' Los e:spañoles, a su vez, deben de haber ap ren di d(\ tam­ bién que si querían conservar las hembras. de sus harenés

m��.do de j_

tenían que evitar .maltratarlas: ellas estaban siempre pres­ tas a desaparecer en el país que: conocían mucho mejor que SUS amos, Si ÚO estaban sat¡5fecha::; l:Oil las condiciones del amancebamien to. 8.

Ibídem.


LA NUMANCIA MEXICANA

Mien tras la hueste cartesiana p reparaba el . asalto f in a l a

la gran cap i tal -ae·:10s méxicas, un ..alfo.do inesperado comen­ zó a trabajar en favor 9e e1 1os: la peste. Un esclavo n egro que había l legado con Narváez, portador de la viruela, l l e­ vó la temible enferrr1edad a suelo mexicano y acabó con l a. vida de miles de defensores de Tenochtitlán, en tre el los e l sucesor de Moctezuma.. Cuitlahuac, cuyo cargo fue ocüpa-

·

do por el joven Cuauhtémoc. Era éste un terri b le -!=!pisodio más _d e lo que Le Roy La� . durie 1 denominó .«la unificadón microbiana del mund o;;:; • que sobrevino después cl,el aislamiento· profundo en que'h:f ::. bía permanecido el continente americano a l o largo de-·mu':'·· chos milenios.2 A principios de l52 1 , ocho inil cargadores indígehás · y d iez mil .guerreros tl axc a l t eca s como escoltas,- junto a la hue.�te �.spañola 9.� . dq�cie:r;rt0s trninta. y cinco· hombres, con­ dujeron por tierra hasta la ciudad de Tezcuco; jupto al lago Texcoco -en cuyo centro se encontraqa Tenochtitlán--, las maderas y demás elementos de ·]C?s trece b erganÚries pre­ parados en Tlaxcala p�ra iniciar las operaciones por ti erra y agua. Recorrieron l8 .leguas ('uno s 90 kilómetros) en cua-

(

.. "=\ l. Emmanuel Le -Roy Laduri e, Un.concept: l'urtification mic;robien• ne du monde, en Le te rritoire de l 'hiscoriw, II, Pads, 1 978. (Cit. por José Luis Martínez, op: cit.) 2. Fray Gerónimo de Mendieta asegur;i que • en al gunas provin­ cias ·murió-la · mitad -d1�-la-gente.,. ··por- est-:a -epidemia;-que--no -serí a -l a última; .otras .é.inco más (sarampión, ·influenza, tifus,,paperas.y tabar� d i llo}, hasta fines del siglo, azotaron impiedosamente a la población india, carente de a.n ticuerpos para los virus extranje:r;r.\s (Historia ecle­ silistica indiana). ·

-

¡ 93;.,


tro días. La columna -según Cortés-, desde la vanguar­ dia l;i�sta la reta,g1:l::i.r_ciia, o c�p�Qa_rn_�iló_inetros. En 1-:e zc o co con-s truyeron u� dique s eco donde armaron lo� bergan­ tines, que �e fuer�n colocando en una zanja cavada a ese efecto, que conectaba con e l lago/ listos para ser botados . A fines de abdJ,. cuando la construcción de las naves se había concluido, Cortés t uvo opo rt �ni da d de hacer unº nue� vo alarde para contar sus t ropas. En los meses anteriores, el número de españoles había aumentado considerablemente gracias a varias arribadas de naves con soldados, provisfo­ n e s, armas y c ab � l l o s Las fuerzas cartesianas estaban for.­ madas por 700 s o ldados d e infantería, 86 de a cabailo, 1 1-8 escopeteros y b alle s te ro s . Contaban con 3 cañones gruesos de hierro, otros 1 5 más p e queños de b ronce y u n a médial tonelada de pólvora. Entre los recién llegados, . cuenta Bernal Díaz, sé· ei,;con­ traba un personaje singular y ·muy típico de la época: el fran­ ciscano Pedro Melgarejo de Urre'.l, de Sevilla, que se d_edicó a sus propios negocios, i n difercrite ante la conquista que se presentaba. Vendió a l o s soldados unas buias que había º traído « de señor san Pedro », con las que és.tos co nseguían aliviar sus malas conciencias. descarg¡:¡.r culpas y asegurar­ · s e la impunidad e!1 la vida de ultratumba, ante u na posi b ie muerte en combat�. «Por manera que en pocos meses el frai­ le fue ri<?o y compuesto a Castilla y dejó oti·ós descompues­ ­

_

tos »,

.

ironiza Díaz.

L a e stratégia de Cortés consistía en destruir toda capa­ cidad ofensiva o defensiva en las ciudades aii·a<las de· los mexicas que rodeaban Tenochtitlán: .de manera de qÚitar­ les a tos defensores de la capital la posibiliqad d� _reci1J�r auxilio exterior. Simultáneamente, el c apitá,n extremeño, a me did a que iba aislando a Cuauhtémoc,- hizo algunos intentos de par�a­ mentar con el jefe azteca a fin de evitar el asalto final, de incierto resui tado para ambos. Pero sus intentos _de lograr una solución negociada naufragaron ante la decidida acti­ tud de Cu�mhtémoc de aceptar la guerra «Y que cada cual hiciese por defenders e » . � El joven tlatoan.i ya había sabo3. Se cree que los bergantines medían entre 1 2. y 1{5 metros _ d� eslora, unos 2,5 de anchura y tendrían un calado que no .superari¡_¡ Jos 70 centímetros. Llevaban seis remeros a cada -banda y disponían de una o dos -velas. Podían transportar pasta 25 hombres en�re reme­ ros y soldados. 4. Torquem¡¡da, óp. cit. .. 1 94

'


reacio los amargos modos del dominio hispánico como para que pudiera convencerse de que una soluci<?n nego�iada· que satisficiera a los españoles no iba a resultar humiilante y aniquiladora para los aun dueños de la ciudad. El acoso y asalto a la capital comenzó dos día s después del alarde, el 3 0 de mayo de 1 5 2 1 . Los mexic as s e defend ie­ ron con uñas y dientes ·a pesar de que carecían de alimen­ tos y del agua potable que les llegaba desde Chapultepec, cuyo suministro habían cortado las fuerzas de Cortés, y · no obstante el azote de la epidemia de viruela que los diezma­ ba y aterrorizaba por lo descon_o cido de .la enfermedad. También los españoles y sus aliados hicieron prodigios de valor y la matanza, lo mismo que la des.t rucc ión. de tan · potentosa urbe, fueron ho rrib le s . Cortés intentó en: varias

opor tun ida de s deten(;r l a masacre, pero se encontró · ante la obstinada y b rava resolución de los aztecas q u e · habían jurado defenderse hasta morir. El mi smo capitán español salvó su vida milagrosamente en un par ·de oportunidades. Por tierra y por agua los acosa . los mata, les destruye sus c on s t ruc ci on e s . Todo inútil . Los m e ;� icas por la noc,he

salen a buscar raíces y hierbajos para a.liµientarse y b eben el agua salobre de l a laguna. En u n a ocasión, al menos, se encuentran con las huestes españolas y tlaxGaltecas: « Com o eran de aquellos más miserables · y que �alían a comer, los más venían desarmados y eran mujeres y m ucha cho s . E hi· cimos tanto daño e n ell9s por todo lo que se podían andar de la ciudad, que presos y muer.tos pasaron de o c ho cie n ta s p e rs ona s , y lo s bergantines tomaron también mucha g ente

y canoas que andaban pescando, e hicieron en ellas mucho estrago. Y como los capitanes nos vieron andar por ella · a. hora no acostumbrada, quedaron tan espanta.dos como ·de la celada pasada, y ninguno osó salir a .pelear co� noso tros. Y así nos volvimos a nuestro real con harta presa y manj ar para nues tros amigos»,5 los caníbales t l axc al te c as.

Después de casi dos ·meses de comb a te s fos e spa ñ o l es ya han conseguido apoderarse de las nueve dé c imas p a�tes de la ciudad, pero sus defensores no c'ej an en hacer alardes

de bravura y estoicismo. El mismo C o rt é s se sqrprepde de la capacidad de resistencia de sus enemigos, pese « a l� gra.n­

cÚsima ha1nbre que entre ellos había, y que por l a s c alles

hallábamos roídas las raíces ·y. cortezas de ·los ·árboles �>=-Gon·· movido, decide « dejarlos de combat i r por algún tiempo y S._

Hernán

Cortés,

op. cir.

---- - +95 ..,..


moverles · algún partido por donde n'o p e reci e s e tanta· 'n:ml- · titud . .de .gente; . .Que_.me_ponían_en_m.ucha. Jástima_y_dclo..r el daño que en ellos se hacía, y continuamen t e les hacía aco­ · meter con Ja paz; pero ellos decían que· en ninguna manera

_

se ha b í a n de dar, y que uno solo que qu eda s e ·habia·de mo­ rir peleando . » Los esfuerzos renovados de C o rt é s por par­ lam e ntar :con Cuauhtémoc fracasan una vez más: el joven tlatoani, igual que · sus p ai s an os , está .dispuesto a combatir

hasta ia muerte y a no dar cuartel. Pero n o lleva a cabo su propósito n u m ant i.n o o lo s espa­ i'loles se adelantan a sus designios: el capitán García I:I ol­ guín, que �andaba uno de los bergantines, con'sigue apresar la canoa en la que ibán Cuauhtémoc, junto a· Coánacochtzin y Tetlepanquetzaltzin, s eñores de Tenochtitlán, Te z c o c o y Tlaco pan y otras per� onal i dade s mexicas. �!1te. l!l· de los e scopeteros de García Holguín, Cuauhtémoc, según Bernal Díaz, le diee: « N o me t i re , que y o .soy el rey de esta ciudad . lo que t é ruego e s que no· l l eg ue s a .cosas .míás de cu an:t a s traigo, ..rii a mi mujer ni a mis parientes, sino que llévame en segtiida a M a lin ch e [Cortés]. » Una vez frent e · al capitán extremeñ�, le dij o: <� "Señor M a l in ch e : ya he h e cho lo que s oy obligado en defensa de mi ciudad, y no puedo más. Pues.t o que v en go por fu erz a y preso ante tu p e rs o n a y poder, toma esfo puñal que tien!S en ]a ci ntur a y rnátame en seguida c on él',', y es to cuando se lo decía lloraba mu· chas l á g r i mas y sollozos y también lloraban o t ro s grandes señores que consigo traía. Y Cor�és le responqió,.; muy a:inó­ ros ame n t e . . . que por h a b er sido tan valiente . . . .l e tenía en mucho más su persona, y que no er.a digno de c u l pa alguna, y que antes se le ha de tener a b ie n que a maL Y q ue lo que é l quisiera era que, cuando iban derrotados, · antes de que destruyé:t'amos más aquella ci u d ad ni hubiera tant as muertes de sus mexicanos, que v i niera de ·paz ·y .vo l un t aria mente, y que puesto que .ya ha pasado lo uno 'y lo o.tro, . qu� no hay re m e d io n i · e n mi e n d a de ello, ·que descanse · SU ·Cbra­ zón y el de todos s u s capitanes, que él m an dará México y a sus provincias corno ante s. » 6 Cortés n a t ur:.a lm e n t e ,..:nuq-

,

��f ü�c!.

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6. Una de las " e rs i ones de los v.enci d os d Í ce: �Y s·p u é s prendl�� ron a Cuauhtémoc en su canoa: Y cuando lo conducían to'do el ptiebló . lloraba. Exclamaban: "Ahí va el joven"rey :cu·auhtém:oc; il� ¡n9meter se a los dioses, a los españoles.'' Después empezó otra vez.la ma �ar1:z;a: Entonces comenzó el éxodo: estaba la guerra perdida. -El · pueblo se puso en movimien to. En todas partes los españoles robaban, busca­ ban el oro. y tomaron las mujeres bonitas. las dt!. color,morcn'o

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ca cumplió esa,·más b i en , promesa de corn¡ola,ción,:p,ero on denó ql.:1:� �e recogieran a las mujere� Y.. P�.!.J.�!1.!e. . Lql!��t.ª� bían quedado en la embarcación de C uauhtém oc, - «y a .to" dos les mandó dar de comer lo mejor que en �quella sazón h ab í a en el real ». . · :· Esto ocurrió el 13 de agos to. Habían tnms currido 93 días · de foroces combates durante los cu�le� los espafiol�s y sus aliados también habían sufrido ingentes baj as. Pero. la or­ gullosa y magnífica ciudad de Tencchtitlán est�ba destrui­ da y sus· supezyivientes « t an flacos y amarfüqs .,y sui:i�s y , · hediondos que era lástima d e ve r�o s » . .. . Eso no fue óbice para que los también maHrechós .espa; ñoles, después de la guerra, quisier� cobrar. su botír¡,: i;io . sólo de oro sino también de carne .femenina . Cortés autoriz� a los d errot ados a salir de la ciudad. Pero t an pronto emergen los sobrevivie:f?.tes 'de l� éapÚal �<algu� n os soldados comenzaron a robarlos y a caµtiva:rl9s" Sola­ mente b u scab an el oro que llevaban, y para es to l�s busca­ ban l as vestiduras a los h omb re s y a las ,mujeres. y aµn ha��a hacerles abrir la boca para ver si llevaban oro en · e l l as , ·Y escogían mozos y mozas, los que �ejor l�s :p a�e<;:í;µl; y. los tQmaban por esclavos », dice fray Bernardino· de Sahagún.ª Las mujeres mexicas tratan de afearse· y .9.eformar�e, c;:l cuerpo, se pintan la piel c on t¡znes o barr.o,)�b�doi:á� de que el d�spojo más preciado para los lúbri�os.,·e�pañoles:'l�f�n las carnes cl aras, La lascivia d e los conquistadore� pó :ceja ante tan cruel. y de solad or espectáculo. Cuand� lo�.iR§bla� dores de Tenochtitlán sal en de la ciudad « iban con . an dra­ jos y las mujercitas ll ev ab an las c arnes de''1a cabeza cas i desnudas. Y por todos lados rebuscaz:i 1.os qistjan.o �. L�� ab re n las faldas, por todos l e s pasan las manos ·poi;- sus <;>re ­ jas, por sus se no s, por �us c abellos»,';flarr� la Rela.�fón czn<?� nin:za de Tla telolco, una fu en t e de los venc i dos . ·

·:

Ta

�b ién seleccionaron algunos hombres, hombres fuertes. A algunos

marcaban inmediatamente con el selle:> d� quell}ar, �n la:región d!!. Ja boca .. (La conquist11 de Mé.:cico según ilustracio�es. del Códit;e.,flo� rentino, con textos adaptados por Marta Dujovne.,. , l'vl'éx'i éo, '1 978). 7. Berna! Díaz del Castillo, op. cit. Aquf áparec�ii' ¡;ái:entes 135 di­ ferencias culturales entre unos y otros en cuanto a los usCJs de la gue­ n:a y !a· piedad frente ni -vencido: si la situa�i'ón ;hl;lhie�� :¡i,q�-;t-·la3r¡7 los

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q g

v rsa , Cq rtés hupierf\ sido prontamente · s¡icrifi!:a 9 ;i:. Jos: .,dioses. Cuauhtérnoc, que·no esperaba s Ín o la muerté, consi uió vívir ';ilgunos pocos años más hasta que Cortés mandó cjecutarjq. 8. Fray Be,rnardino de Sah�gún, op., . �it.


· «Y ellos cogieron, eligieron las mujeres bonitas, las de -color.moreno clarC... Y .algunas .mujeres .cuando_e.rnn. at<!qi_das se untaban el rostro de b arro. y envolvían las caderas con un sarape viejo destrozado, se ponían un trapo vi'ejo __

_ _

como camisa sobre el busto, se vestían con meros: trapos

viejos », describe otra fuente indígena.9 Al parecer nadie quedó sin su botín de hembras, que .habría de comp·e:p.sar­ les, úna vez más, del flaco despojo en oro que consiguieron. La viCtoria se celebra con un gran banquete en ·coyoa­ cán con. las vianda:; provistas pqr un barco que llegc:: opor­ tunamente con vino y cerdos. La fiesta, sólo entre españo­ les, se convierte en una b a c a n a l qt•e,. Berna! Díaz describe en sus memorias y luego, arrepent i do de l a mala imagen que daba de los conquistadores, tacha en el original. « . y valiera más que no se hiciese aquel qanquete por "ii?:�cJ:ias cos·as no muy buenas que en él acaecieron. » Comida, « bailes y danzas » y libertinaje « porque esta plan­ ta de Noé hizo a algunos hacer desatinqs », dice Díaz. Hubo una borrachera de o ro y vino porque la de lujuria se reser­ vaba a los bien: nutridos serrallos de los españoles. � Hom­ bres hubo en él que anduvieron sobre las mesas después de· haber comido, i;,ue no acertaban a salir al patio. Otros decían que tenían que comprar caballos con sillas de oro y ballesteros . que también hubo que decían que todas , las saetas y guj a de ras que tuviesen en su aljaba las habían de. hacer de oro de las partes que les· habíari. de dar,' y 'o tros i ban por las grada�; abajo rodando. Después que hap�ari . li;'­ vantado las ines as s alieron a danz'ax:- las damas que hab ía ·con los galanes cargados con sus arinaduras de algodón, que me parece cosa para . reír . » Los aliados tlaxcaltecas, por s u parte, se fueron a su tie­ rra llenos de riquezas capturadas a los mexicas y · « llevaron harta carne cecinada de los mexicano s » , dice Berna! Díaz, para h ac er sus banquetes antropófagos en Tl �xcala, c on los suyos. Las mujeres .de Cuauhtémoc y de los otros señores in­ d ios capturados desaparecieron pronto en manos · de los sól­ , dados españoles. El tlatoani reclamó a Cortés y ést� ordenó « que )as bµs�asen y tr�j esen_ �nte él, y v éría si eran c'ristia­ nas o se querían volver a sus casas c oñ dos, y que en seguida se l as mandaría dar. Y I é s 'dio ·licen- - -. da para que buscasen [a s u s mujeres] en todos los-fre:;:'reales -·

.

.

.

Sll�·paclre-s'y'ma-rr

9. ' 1 98

Recogida por fray Be rnardino

de;�aliagún, . op.

"cit. · '


y un mandamiento para que el soldado que las tuviese se las diese de inmediato si las indias se querían volver de bue­ na voluntad», cuenta:. Bernal Díaz del ..CastiÚo. aau.:i.ron ;¡­ la mayoría, pero, añade el cronista soldado, «había muchás mujeres que no se querían ir con sus padres, ni madres, ni maridos, sino estarse con los soldados con quienes esta­ ban. Y otras se escondían, y otras dedan que no querían volver a ser idólatras, y aun algunas de ellas est<!-b an ya pre­ ·ñadas. Y de esta manera no se llevaron sino tres que C ortés mandó expresamente que las diesen :>. . Entre las mujeres principales que Cuauhtémoc había per­ dido estaba su mujer le gíti ma Tecuichpochzin, « b ien her­ mosa mujer para ser. india»,1º hija de Moctezuma y de su esp9sa principal, Tecalco. Tecuichpoc�zin estaba al laQ.o de Cuauhtémoc el 13 de agosto, cuando 1éste había sido pren­ dido en la canoa por García Holguín .. Erá apenas una TI,iña de unos doce años de edad. Sólo era cuestión 9-e pocos años más para que pasara a la alcoba del conquistador Hen1án Cortés.

.

·

1 0.

Bernal Díaz del Castillo,

ºP: cit.

-19·9·


DON HERNAN Y SUS MUCHAS QUERIDAS

A stuto, d i scretísimo, sobri o, Hernán Cor t és no

dejó por-_e�·­

cri t o en sus cartas y testi m on i os c as i ninguna r�ferencia .

a su gran afición por las mujeres ni a su

xual.

ALprincip'io

foe rt e

ape t i t o se­

de l a conquista de México, como ·hemos

d emostra\;> a an t e sus h o m b res demasiado interés personal en apropiarse ele l as hembras que recibían como p resente. Posteriormente, ante Moctezuma, hizo el gesto de re chazar e·l regalo de u n a d e sus hijas a l e gan do que ya � s t a ba casado. Pero éstas eran, más bie n cortinas de h umo para d i s i mular su . lascivia y su part i c u l a r debil idad por las i n­ dias, pue s no. quedi.1ba bien que un capitán que aspiraba a mucho más que a s1!r un maratónico amante, l as exhibi e ra Además, en tm mun do casi exclusivamente mas cu l ino ser vi sto, n'O

­

,

.

,

demasiado afortun;ido c o n bs mujeres, s ólo h1:1biese de�­ p erta do la malsana envidia. Su prin1era mujer conocida es Leonor (o ·Inés) Pizarr.o,

en Cuba, con quien. tuvo una hija, Catalina Pizarra, la pri­

rn ogéni ta de Cortés ,que s e casaría lu e go con Juan de Salce­ do, compañero de Cortés en l a c onquis ta de lvléxico. Otra

española que e l capitán extremeño tuvo entre sus b razos

Ant on i a o Elvira Hennosilla, que le dio un h ijo, Luis Cortés Altarnirano, a q1_;,ie:n Cortés reéonocería posteriormen: te. Como ya hemos vis to an tes de sal i r a su cam pa ñ a en México, Cortés se casó con Catalina Suárez o J uárez Mar- ca i da, que no le díQ hijos. De su estancia e n Cuba también s ;oi lie ron a relucir en e l j uicio d e r e s i den cia a l ·e:ontjtii Stadof- s u s amorefl::on Mari=­ na de Trfana;-una española adolescente. La derrundaJa ·hizo el ex compañero de Cortés, Be rn a rdino Vázquez-. de Tapia, que, para �l tiempo . d e l proceso, 1 529, se .había cpnvertidp fue

,

. .

"'200

.

-

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-· -=--=


en su ·feroz enemigo. M a r i na -la primera de.este·,nombre en la vida sexu�l d_e Cortés,-, jµnt9 ·a . .su - �dr.�;:·catiÜiíia

González, nafraron cómo el conquistador dé MéxiCo 'no se había"conformado con la m ás joven de la fa!ni. �. i�.�in� q'ue, años después en Coyoacán, México, tamb ién intentóollevarse al huerto a la ma dre. Oci.irdó cuati:do CataÜna fue a hablar .con don 'Hernán a su casa pa:ra pedirle que le diese algunos i�dios. Co.rtés acabab� de c.otner y dijo que se iba a echap ,tina-�i��t.�1-por lo que Catalina lo siguió hasta el dormit,9ri_o p�r�)ns i st i r en su petición mientras el dueño de e.as� yac;í,a·�Il, ..�'u: ..c;�m·;:i, ·Desde luego. la situación res ul t aba .algo �qujyci.ca pa�a los usos de la époc a. «El dicho don Hernán nQ.. l�: dijo: c6s.a .nin� guna y [. . .]se levantó de la cama y se abr�zó c<?P..é.,�t!).,_.que declara y anduvo c;:qn �ll� a los. braz9s ��id . 9 l1P. gr.�n.raio· y rogándole que se echase con .él.» Catalina cuenta _que lo rechazó, después de haber gozado dt! sus achu�ho.t.i�s, di­ ciéndole : «Cómo, ¿no sois cristiano, habiéndoos'�chad� yos con mi hija queréis echaros conmigo ? B�ép il)é podéis_m;).­ tar y hacer lo que quisiéredes, mas no haré :yo ta� cq�a... ». Tras la parrafada, dijo, se marchó. 1 . En el supuesto de 'que el tes t imo nio de Cata.�ii,l.a :Q.ay�: sido cierto (nada se probó al respecto), Cor.�é� .que4?-..�.n. ��.tfr hi storia como un burdo. amante y torpe· sedµ�toi:-.,;,.\f:lh-'.eZ: . por eso prefería a ¡as indias, que exigíarr meno� ; ce r em 6'.: : nias previas- que, �l mism o tiempo, mostraba , �ie�;fJ'e r:_:; versa debilidad por ayuntarse con mujeres que. eran'_parjeJi� tes entre sí, corno veremos en segui�la en otro$.;q�os. A poco de desembarcar en tierras m�:i<:ical').��.vin_9·¡;¡,,:S_u le� cho la famosa Marina, que é.l da i nicialrne.r1te � H�r,11-��qez d.e Púerto Carrero, la �orna para sí cuande;> éste mar�ha: a CastilJa . mil.jo, y la acaba entregando a otro de sus capi-�aµ��)\.u�n J.�.fá: después de haber engendrado en f11Ia a Mart� �or��s;2:.Ta�­ bién se acostaba, por la misma época, �ón_utja,_�obr,il!� �e Ma­ rina, según acusa�iones del tesorero de Co rté� , Gpnz¡iló, Mejí�: Antes de l leg ar a la capital azteca r���b.� como .reg�lo a Catalina/ sobrina del cacique gordo de· C�rnpo�lá, 'Tia·

·

·

.

.. ·

..

· ·

.

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·

·

1.

Cit. por José Luis Martínez, op. ci l.,

bra�o en México, 1529.

según actas del juicio cele. . .. , .

m9rirf;iJ9ver.,

2. Este b as t ardo , reconocido por el conqui�t.ador'; sin descendencia. Marina tuvo otra hija, Matja,. co� Jarf!.!Il�llo, 3. Estos nombres esp �ño l e s son, por supuesto; los qu,e �?quieren las in d i as por bautismo cri!;tiano, ceremonia que soH� preceºei:, obligatoriamente, a la pose�;ion sexual. ,., ,..,

/.


cochcalcatl, que p�sa a integrar su serr.allo. Es probable; ·-con "tóé:ló, qt.e i ··sortés• haya sido con ella poc o ·más. que un padre: todas la crónicas indican.que era horriblem'!nte fea. La más bonita de aquella partida de mujeres, Francisca, hija_ ·

de Cuesco, la cedió a Hernández de Puerto Carrero, una véz más. Pero no se sabe qué se hizo de ella cuando el capitán tuvo qúe partir a España. Este conquistador era primo del conde de Medellín y, como tal, el de más ilustre linaje de la mesnada. Venía aureolado por una fama de mujeriego: había llegado a América en 1.516 llevando consigo 'a una es­ pañola raptada por él, a la que luego abandonó. Posterjormente C<;>rtés mantuvo relaciones en Tenochti­ tlán por lo menos con·una mujer a la que dejó embarazada: Ana, h�ja de Moctezuma, que muere en la Noche.Trist�, Pero no es ésta la única descendiente del aatoani ·azteca·con .fa que Cortés fornica: sus otras hijas, Elvira e Inés, también, muy probablemente, pasaron por su cama .. Si uese cierto lo que se dijo en el juicio de residencia a Cortés, una de éstas· párió un hijo de él. Francisca, hermana del rey Cacama de· Tezcoco, también, fue su amante conocida. Y, por último, se casó Cor t és can6nicamente, tras la misteriosa muerte de su primera muj er, con .:fuana Zúñiga, noble darria española, de qú.ieI?- .tuvo a su primogénito legítimo, Martín, y a tres hijas: Catalina, que . murió joven, María, que casó con el conde de la Luna, Luis de Quiñones, y Juana, esposa de Enríquez de Ri9 era , du: que de Alcalá. Pero.ia ·más. interesante de las mujeres de Cortés fue, sin duda, Tecuichpochzin, la hija mayor d e Moctezu:rna. Pri­ mero la c asaron" con Cuitláh u a_c y luego con· Cuauhtémoc; hasta que este último fue hecho preso. Bautizáda con el nom­ bre de Isabel Moctezuma, Cortés la desposó con Alonso de Grado,4 pero enviudó al poco tiempo, por lo que se fo.e a vivir aJa residencia que don Hernán había mandado cons­ truir en la capital mexicana. Tenía, entonces, eritie died­ siet e y diec i och o años. Buen bocado para el ya maduro conquistador que man" tuvo relaciones con e l l a, y la dejó embarazada. Tuvo a Leo-

4. De Grado había sido teniente y capitán de Veracruz, mientras Cort�s estaba con Moctezuma en Tenochtitlán. Berna! Díaz dice que maltrató a los vecinos y los obligó a ir · a los pueblos· indígiúiii"s qüe· estaban en paz «a demandarles joyas de oro e i ndias hermosas». C9r­ tés mandé detenerlo y enviarlo a Tenochtitlán. Pero Alon.so de Grado · · ' · ·· consiguió seducirlo y hace rs e perdonar: 202


nor Cortés Moctezuma, de mayor c as ad a con Juanes de To­ losa, vizcaíno, conquistador de Nueva Galicia. Claro que an­ tes de que diera a luz a su hija, seguramente· para disimu­ lar el escándalo, Córtés le hizo contraer matrimonio con Pedro Gallego de Andrada, natural de Burguillos del Cerro, Badajoz. De esta unión Isabel tuvo un solo hijo: Juan de Andrada Moctezuma, en 1529, de quien descienden los condes de Miravalles, de Granada. A la muerte de su marido, Isabel volvió a casarse, esta vez con Juan Cano Saavedra, hidalgo de Cáceres -comos� ve, todo quedaba entre extremeños-, a quien le dio cinco ·

hijos. Esta portentosa dama, que moriría joven, con poco más de cuarenta años en 1550, acabó s_us días co.µ un ré­ cord para la época: siete hijos mes:tizos, cinco maridos y un amante conocidos. Pese a que Isabel Moctezuma era una mujer de notable b elleza, sus encantos no eran únicamente estéticos. Como primogénit<;t de Moctezuma, podía presumir d.e ser la here­ dera del antiguo.imperio azteca, y a:Sí se cu�daron de hacer­ lo sus consortes.5 Y, en términos ·reales, tenía en encomien­ da el pueblo de Tacuba con ciento veinte casas y cuatro estancias (concedida por Cortés cuando se casó con Alonso de Grado), que le permitía vivir corno una se ñora a sus sucesivos maridos hidalgos.6

y atraer

En vida, Cortés gpzaba de merecida fama como infati­ gable visitadqr. de camas ajenas. Durante el· juicio de resi­

dencia, uno de lo.s testigos de c a rgo, Juan de Burgos, lo acu­ só de que «Se echaba carnalmente con más de cuarenta indias». Otros record�ron en el proceso el escándalo que significaba que en su casa vivieran varias hijas de Mocte;m­ ma jóvenes y de buen ver con quienes también compartía el lecho. Vázquez de Tapia aseguró que Cortés tenía «más de gentílico que de cristiano», sobre todo porque «tenía hi.­ finitas mujeres», ya que �n su casa de México disponía de :;errallo bien provisto de hembras «de la tierra y de Cas­ tilla», a la� que llevaba a su cama sin tener prejuicio algu­

u11

no porque algu:p.as fuesen parientes entre sí, según sus pro­ dijo Vázquez de Tapia, no se d�tenf�

pios criados. Cortés,

Cano.fue informante de Gonzalo Fernández de Oviedo, quien, obra, transcribe sus µarraciones de hechos de los que fue testi, go o tuvo conocimiento direc.to. 6. Amada López de Meneses escribió una detallada biografía de Isabd Moctezuma publicada en Estudios Cortesia11os, Instituto Gon· zalo Fcrnández de Oviedo, '1547-1947, Madrid, 1948.

5.

en su

203


ni ante señoras casaclás: acostumbraba ·enviar a los mari­

--aós Clelasmujer:es--q1Te-cl�s'eab:rfuera- de-Ia-eiudad--<<-pér-4u6-­ dar con ellas». Debido a estas relaciones, «algunas de ellas parier:-on de dicho don. Fernando».� . Es prohable que estas acusaciones fuesen algo ex"ilgéfa: das, pero parece �orzoso r e con o cer que ·SÍ no se · ayun tabii con todas al menos qu edan pruebas de ·que. lo hizq .cc;m ar� gunas y esas algunas eran muchas.; Su biógrafo López de Gómara no lo d.esmiente: «F�e muy dado a las :mujeres y diose siempre»,· escribe en su Histori,d de México. Cierto es que Moctezuma an te s dé morir lé había e n car­ gado a su� tres hijas, según escribió Cortés,3 <<qtie ..tÚan las mejores joyas qúe él me daba y (me pidió].que partiese cbñ ellas de lo :que· tenía porque no quedasen _perdidas, ..é�P.�.:� cialmente la mayor, que ésta quería él·-mucho!>:i.No"caben dudas de que el extremeño·cumplió su promesa, aunqi.i·� a es o de «partir con ellas lo que tuviese» le dio" t a m bién .un ·

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·

_

.-

c sentiP.o erótico. La''mayor de las que v ivía n con él de \m- mqdo estable era T:ecuichpochzin/Isabel y, las otras d<;>s:·Ma:riria (rebauti� zada .por confirmación con el nombre d'e Leonbr)"y :Marfa .. Estas-.:liltimas eran he rm anas por ambos progen'itores;:pero tenían me1for rango, pues su madré hab�a sido. sólo c'oricu·

bina de Moctezurna. La primera, \iespués de residir en la mansión' dé·Cortés, se marchó a casá de Isabel y Pedro Gallego de A,nar�cja,=há.s­ ta que contrajo rnatrimo:nio con ·el- conqi.1istador·Júfl.n 'fáe7. o Paz y luego, tras enviudar , con el cái:itab.re Cristóoal .de Val derrama. María fue ·1a. p!·otagonislá de· úna pistór.ia-¡nestiia-roinán�· ti ca y, fo rzosam e n te ; ·trágica.-·El secrefarió'.Cle·,cOi�tes·;· itas la conquista de México, Alonso Valiente se enamor.o"·perdi­ da�ente de ella. Parece que la casa de· Cortés en México era,_ efecti'(�IQ��t�, _.1:1-P. tempfo del am6r... . María correspondió. a "la pas:fóii··ae·VaJieñi:e:'.··j5ero..,..d6n.·

·

:

. 7. En sus Descargos a las acusaciones rer.ibid as, escritos en iS.34, Cortés se refiere por única. vez en su vida ·a su .vida sexual, aseguran-· do respecto a los cargos de promiscuidad que clo tal iio' pasa·,:,·puesto. que él es un buen Úistiano y se defiende señala.ndo.q\!�.'!A�.�s.!!��Si!?.: nes no están ,debida,rne.nte p1:qb_a�<1:� Y.:.'l�.�-u�. ;i�!lQQ.1-. bres de b aja suerte y manera e infames» (Cit. por·Jos.é'"L'ffis-Marlhfüz;--· ·· . . ... ..::·,: · .. op. cit.) · . 8. En la.c�f!ttla_ de la encomii;nda d� Tacubá,.pü&Iíi;acla·póf',yi� lliam Pres'cott, Hi�'tory�o}-tli'e·· córii¡ilest of Atf¿]¡�ó. �r:.oii"di=:Fs;!�1stio;'ti!'i:==:_

.g:_u�Q.:r,é�)otj

204


Alonso·tenía un inconveniente: había llegado .a Méxic0 muy poco de spué s de la caída de Tenochtitlán con armas bacra­ -jes, criados y es osa legítima española, juana Mahsilla��lfn·a:­ mujer de temple que, para más inri, serí a coñvéit:ída e"ii:"he­ ro ína en México_9 «Vencido por un·itresistible amor», según escribió Alon­ so V al ient e en sus Dfálogos,1° el hidalgo cometió la locul."a

p

de repudiar a su l egíÜma y santa esposa, tras lo cual, a punta

d e espada, obligó a un canónigo a casarlos. G e ner os a locu­ . ra la del se c reta ri o de Corté s por la india, que quiso en ·vano

sa ntifi c a r la unión con ella mediante métodos tan poco ca­ nónicos. T uvo que i nt erven i r la Cu.ria roma na que, natU.­ ralmente, dec laró nulo el matrimonio. María, embaraz ad a de Valiente, de q ui en tendría. un úni­ co hijo mestizo;· acabó.sus días en·un convento de monjas eñ Ca s t il l a . Y V a li en te, eñ obligado connubio con su legíti�· ,

ma Juana.

Pedro de. Alvarado, el lugarteniente de Cortés, tam�ién tuvo de sce ndencia conocida con la india Lujsa, hija .cle-;Xi­ ° co�e nga, el gran jefe de sus a li a dos tlaxcalte cas, una.de las escasa s sobr¡:wivientes de la Noche Triste: PedFo y Le ono r. Alvarado Xicotenga. La hija mestiza de Alvarado casó :con Francisco de la Cu eva , pri m o del duque de Al burquer tie, con quien tuvo cinco hijos que a.portaron su sangre ameri­ cana a en cumbr.a d a s familias españolas. :�';;;-;,e Todas esta� u n iones , de las que han qued . a do algunos·te._ gis tros son buen ej empl o de la ferti l i da d de la prim�ra mis­

q

,

g

ce enación enfre.Ias.dos. razas. Otros miles de conquistad9� res y col oniza do r e s contribuían, igualmente y al mismo; t i e;: po, a pob��r de mestizos las t ierras que, durante·:mile­ ni o s no habían conocido a h omb re s de otras etnias.

,

9. Durante la ausencia de Cortés, en su expedición a las Hibue­ ras,_ dos tiranuelos que pretendían reemplazarlo,_ Salazar y Chirinos, apresaron ª la noble da ma y la hiciei:9n azqtar en públ.íco porq�e , �1: . · ñegaba ñ afirmar·qüe ·su marido y Hernán· Cortés ha º bfan ·muerto"-Ci1 Hon duras, én contra de Ja verdad oficial que querían imponer los .dés­ potas. Al regreso de Co rt�s Juana .Mansilla fue paseada en triunfo por Ja ciudad de Méxicd -eri desagravio por la humillación .sufrida. 10. Cit. por Albertc., y Arturo García Carraffa, Diccionario her_ál­ .

,

díco y genealógico de apdlidos espáñoles y americanos,

1936.

Salariiaiica;.


·QUINIENTAS VlRGENES PARA LOS .

HIJOS DEL

SOL

Miénffas· los· coriqUisfado"res de Méxicó ..sc cleP,icaban .. a: ce­ lebrar. su t r i unfo a gozar de sÜ·s-hot1nes y a-rééoñstruíila: capital de los mexicas, en el istmo de Panamá; ':111 vas.co de nob¡e origen, Pascual de Andagoya, se lanzaba a una -aven­ tura incie"rta. Desde los tiemp1)S de las exploraciones de Núñez d,e Bal­ b0a los españoles habían escuchado versiones ,de que por el océano f>acífíco, hacia el sur_, había una civilizaci�m -ri ca en oro y plata: No tenía nombre conocido. Y aquí a p arece otra vez la confusión como madre de la toponimia: .junto a Panamá había una región d enomi nada Pirú,cerca del gol­ fo San Miguel, en la dirección a las ignotas tierras del súr. Andagoya realizq por es� regi.ón accion�s pun�tiv<1;s para l'.'.�s'. tigar ai cacique de Pirú por los abusos que había cometi�o con un jefe indio aliado" de los espafloles. Desde entonces; se le .dio el.,nombre..de:Pirú,a. to<;la...la terrd ignota.._que_�.xi?Jfa . haci!l. el �ur_y, e.n.: l� ver��ón Perú, p:a .ll.egádo li . �sta ·h�y, ¡>ero ese Perú quedab.a mucho más lejos de lo que imaginaban entonces los españoles de Panamá. Andagoya se lanzó a recorrer fa costa colombiana, dis­ puesto a averiguar qu{habia ·de cierto sobre el gra·n ria del sur y llegó hasta las bocas dd río San Juan. No con· siguió muchos datos ciertos ni oro de rescate:. En c:ambio, en urt accidente, quedó tullido par� el resto de sus días. Esta circunstancia lo im·o ul só a dedicarse a es.cribir-1� narración ,

.

imp�.c-·

. cfe·. �U:5 · ;;;�ent:u ;�-� ·,;�ús q��,··��ters� ·e�·arráºi"'iiüévas�:·<,·-·-·

Pedrarias, alentado por las versiones de Andagoy·a; ·�n" -tentó lanzar -otra expedición, pero· el c�pitári 'que-nombró para dirigir la hueste murió antes de zarpar. Es entonces suan_do un.() <J�. lq� e_s. p�ñ9l�s. .. . . P.?..n..a.p� .. co _ _g_I]lá5_-.ris_�3�:. •

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América, comienza a intcresarsé por .las tie7 rras �el sur. Al-capitán Francisc.o Pizarro lo habíamos d ejado-e n esta historia cuando se encargaba de detener a Vasco· Núñei Cle Balboa por orden det gobernador ·Pedrarias ·Dávila, :antes de la ejecución del destubridor de la mar del Sur u océano periencia. en

Pacífico.

Este extremeño de Trujillo

había llegado al Nuevo Con­

tinente varios decenios antes, .con la expedición de fray Ni­ colás de Ovando en 1502, a la isla de La Esp a ñ ola cúando teiúa veinticuatro años de eda.d. Hacia 1508 recéila en el Con­ tinente con Alonso de Ojeda y, desde entonces, rio hizo más que acumular· experiencia militar en la lu.�ha contra los in­

dios a las órdenes del bachiller Enciso, de:Vasco Núñez· de Balboa, de Morales y del g'obernad ór 'Pedrarias Dávila. Entusiasmado con los relatos de Andagoya, el capitán Pizarro se asocia con un amigo suyo, Diegó de Alma·gi;-o; y con el clé rigo Hernando de Luque, este último conw repre­ sentante del opulento y cruel Gaspar de Espinosa, para for· mar m1a compañía explorado ra y desc:i,1b ri d o ra . El extre­ meño tendrí� a su cargo la dirección de las fuerzas militares, Almagro se ocuparía del p e rfre cham iénto y la lo gística y Luque-Es p inosa serían los financierps de la ernpre·sa. En 1524 el capitán Pizarra, de cu aren ta y seis afios, ál frente . de un centenar de ho mbres, sale eri·barco hac ia el sur . La exp edic ión es w1 f racaso: consiguen llegar· apenas a donde había arribado Andagoya, recogen escasa.inform_a� ción y menos riquez2.s. Pero rio se arredr an. Hacia 1526,.tras· vencer las resistencias de P edrarias, la compañía fie ta· una nueva expedición formada· por dos naves. . Logran avanzar más hacia el sur p ara encontrarse con el mismo desolador escenario: manglares, ·mosquüos, ali­ . mañas e indios que los hostilizan pennanenteinen te. Des­ pués de infinitas penurias recalan en la.isla del Gallo. La hueste está.llena de descontentos que quiúen regresar, con­ vencidos de que por allí no hay n ada que �escuqrir ni c-0n· quistar. Almagro p arte a Panamá a buscar r efuerzo s , y lue­ go otra nave se vuelve al istmo con lqs · desesperanzaqos. Pizarro. y w1 puñ ado de hombres se que.dan a lo largo de cinco meses en la isla a la esper.a de los· refuerzos, qu'e por fin llegan en las postrimerías de 1527. El jefe de la expedició n de rescate enviad a por e l .góber· nadar de Panamá, Juan Tafur, ante el espe�tác;:ulo que le dan las huestes de P�,zarro, ordena que todo. el ·mundo re·

2í)7


.

grese. El trujillen se se niega de plan o y re c u rre a un <lesa: arep;:,i. 9.e..lª PJ ªYª- Y �iJ���n d.o !�s q. sus solda;dos: «Por aquí se va a Panamá a ser pobre. Por allá al Perú a ser rico y a llevar la sánta religión .de Cristo . Y ahora, escoja el que.s�a buen castellano lo-que mejor es­ tuviere.» Sólo trece hombres se atreviero n a �eguir a P í. z a­ -rro, cruzando la línea: l os Trece de la Fama, como serían conocidos de all í . en a d el an t e . Con una nave al mando del experto piloto Bartolomé Ruil se dirigen al sur y Hegan hasta e! �ctual Gqayaquil. I;._n la travesía de ti enen una balsa a vela que llevaba merc anc ías que sólo pod í an haber sido produc;das por una civil�;zacipn compleja: «Espejos gu<1rnecidos de la dicha pla�a. . . , much�s mantas de lana y algodón ... y traían unos pe sos chiqujtos de .pesar oro como hechura de romana.» Todo .e�fo levanta el ánimo y av iva . l a s esperanzas de los osados. Eséudian.his­ torias de �emplos llenos de vírgenes sagradas «muy he rmo ­ sas» y,quedan los «castellanos l�cos de placer de oír tant�s cosas;':;esperando en Dio.s gozar de su parte:>, dice d c ron is ­ ta Her·rera.1 En-.Túmbez, al extremo noroccidental de la actual Re­ pública del :Perú; uno de los españoles eJ?.lOq\lece re.almen­ te de un:a extr aña fiebre amo r osa : el s ol dado Alcón, .que se dej a sorber el seso por los encant9s de la cacic� <;:apillana. La jefa indígena había invitado a los españoles a desembarcar y visitarla. Alcón se emperifolla como �i fuera a i;na fiesta en palacio: «Escofión de _oro con go:;ra y m�q�l!?.: y un jubón d� terciopelo y calzas negrasJ i;:epida .su es p a da · y puñal, con que dijeron los de a,quel tiempo _que p are cía

•1__

.fío .trazando una lín�a en la .

.

-

·

·1

más soldado muy .b izarro de.Italia que trabajado descubridor de ma nglares . » . Túmbez está a p oc o más de tres grados del ecuador-te­ rrestre ; no es difícil imagi n ar lo. qu.e sudaría el pobr�. galán ' · debajo del terciopel o y las calzas. Cuando 'A.león ve a fa cacic a su corazón se enc iende y comie nza a dar profun do s suspiros. Al términ.o de las cer�­ monias de bienv,eni da ofrecidas por Capillaria, ,_el soldado de Piz�rro ya habí a enloquecido de amor por el l a y s ufr ía ante la perspectiva de tener que aband,onar a la inspirado­ ra de 'sus desgarra dos. ·suspiros y ·deliqüI6s-a'm6.fósó�>::-:: .. «Rogó al capitán que lo dej ase e.n aque l l a tfot-fá:<::;.c ....: uen� ta Herrera-. Y porque lo tenía p:�r de poco juí2ió':D:6.quiso� ·

l

1.

----- ·'208

Antonio de Herre�a,.op.. ci •.

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pareciéridol.e que alteraría a los i:r:idios. [Alcón] lo sintió tanto que)ue,go per�_i_9..el s eso , dicie11do. a gra,nqes v<;>ces:. "Bella­ cos, -que est<( tí a �s mía y del rey ·mi hernia�o. y rn_eJa tenéis Úsurpada''., Y con una espada quebrad a se fue para l a gen te . El piloto Bartolomé Ruiz le dio con un remo y ·cáyÓ al suelo. Lo metiei;-on deb ajo de la cubierta con una cadena y así estuvo por entonc es ... » Difícil es precis r', a ·fa luz de su delirio, si el español estaba en am ora do de Capillai;a =o, · más bien, ·de sus posesiones terrr.nas. .-:: . De todos mod�s. el pob re Alcón perdió la �n:i.ad:a :Y.'.la: cabeza, pero salvó la vida. Un soldado, Alonso de Molin·�. y un marinero, Ginés, también quedaron .fa�cinados ·¿c):n lo� enc antos de las turhbecinas, pero ob:['.aro:p cori inay1}r cór•. du ra: le pid ier on autorización a Pizarro para quedarse ·en Túmb�z y éste se la dio Sus compañeros nunca más volve-­ rían a verlos con vida. c El restó de i de regresar a Panamá. L l ev �n noti.ciFi� cier­ tas del i mp erio · de los incas, recib�n n ot i cias de ble guerra civil que estaba en curso entre dos· h'e��n{J�: heredero s del poder máximo, )· cobran un valioso auXiliar::.··· el indio Felipillo, intérprete o leng•_¡a, que le será a.Pii:�rr.o . de gran utilidad en .el futuro. ··'-� ·J ::-:'..:; _ ' De re greso en Panamá, la c om pañ í a descui:n:idpra ¡)a : . que tiene un pasivo.difícil de enjugar. Los socios se· ·p·orii.:n·· · de a cuer do para qu� ,el mismo Piz�.rro, acom�aña 0 dios apresados en w.s expedicione!;, oro y tejidos corno .r.e� . galos, se d_irija a España a solicitar al emp erador üú:lo!d. ayuda en su empresa. ..', . Pizarra vuelve, pues, a la P en í n sula después de .veinti.'..� séis años de ause n c ia . El emperador lo recib e en _Toledo "Y escucha, compla c itlo, el relato de !:us hazañas y deS:cu�r'i� mientas. Y le (ja a Pizarra un espald�razo sustap.cial: el cargo de gobe rn ad or, capitán general, a del antado .y· alguacil. füa- · yor de l Perú, jun to con la bend ic ión imperial a fi� de que continúe sus descubrimientos y có nqu i s ta s .' A Hernando- de Luque lo nombra protector general de in di os y ob ispo de Túmbez. Alm_a gro es erigido en titular de la fortaleza de Túmbez con una renta de trescientos mil m aravedíes les. Los Trece de la Fama son convertidos en". hidalgos, "ló mismo que Almagro, quie.n, además , consigue que e"i · empe­ rador legitime a Diego, un hijo habido con una india ·pa­ nam eñ a. Por esos tiemp9� de �u es t anc ia en Españ'J;. Piza.rrq cojn­ cid e con su primo lejano Hernán ·Cortés, ya enton c� s niar-

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el Valle de .Oaxaca y el más célebre co"nquis"ti1.dor de América. Se r eúnl.!11 ?- c h2.rlar. y . Cor t é s .tr an smite. a .su. p�� rie nte lo más sustantivo de su expe ri e nda conqüist<:1-dora, que el trujillano s abrá aprovecha� muy bien.en·los años ve� n ideros . Tras lo cual. el ya gobernador Pizarro. se va a ·SÚ pueblo, donde consigue enganchar a la expedj ción a su her­ mano Hernando y a sus medio hermanos Gqnz�lo, Juan y Francisco Martín de Alcántara,. an tes de regresar a Panamá. Cuando se entera del contenido de las capitµlacion:es, monta en cólera: se considera traicionado por Pizarro, qµe ha con segu i do para sí los mayores y mejores .privilegios. Pero por delante está la: empr esa en común para la. cµal, al menos, e� necesario dis"iinular el encononaddei eil � r e · lo � socios. A.comienzos· de 1531, 180 �oldados; 3. sa"cerdot.es y 37 caballos son embarcados en Panamá ·en. -3 n·a�ej si'L!� po� · nen la proa al sui·este. · , Navegan durante .dos semana� y, por fin,.lo� 37. caballos, . con sus jinetes son �e semb a r c ados en San Mateo; .lOO:kiló­ metrqs al norte de la línea ecuatorial P.ara que ·h3:gan. el ca­ mino por tierra, mientr a s los barcos sig'-;leil s'u nave�ación" costera. Pero el inedio na tur2.llos.castiga, con fier eia.· Ap::l:rt'e .del" insoportable calor húmedo, alimañas � insecto� los enfoque­ . . ccn y )as enormes :verruga·s, en démic.a s en la regióri , . atac�n a muchos ·es pañol .e s y les causan la muerte� .Co� el bo�íri . logra do .en la bahi<� d�. C 9aqu e ·-dieciqcho mil-pesos e·n o_�c · pl¡ifa- m�ndan· pedir r efuerzos � Papan;i.á� . y alguna :rp�en­ t r a s el resto de la expedición ·espera durante ocho me.ses:· Cuando ilegan los nuevos· contingentes, r�e.mpreride.n Ia·ma�-­ cha. Lo qu�des �sp·era ahora.es tqdo lo ..coriti<rrfo: <;l.esíertqs· sin agua que los to rt�.ira y mata de sed. El jef� qe l:l. huest_ e, abatido por lás dificultades, quiere volverse atrás, p ero ·el duro Hernando P1zarro se opone con firmeza· ·«aunque ro.u� · · ·.. riesen todos».1 . Por·nn.- liegan a 1úmbez, donde buscan· en v.arto."a Jos· dos españoles. que allí habfan quedado. El marinero Gi�és; . les dijeron, ·h�bía sido muerto. �n el 'j:meb'lo .de \:into ._«.por­ que miró a una ml!jer de un các ique » , afirma Trujillo:.M�­ lina, por su parte, se había pasado a l� i_s l;:¡_ de Pu na, donde lo co�virtieron en capitán de gucrra:paYa.I . �ch_ar co:ntr.a los qués d

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Trujillo, «Relación n

Rei��:-�iel.'

2. Diego de d.el di!scú"bi-Í�ento del . Perú que hizo ... »; e Francisco de Xerez:.Verda dúa. r"ela<;ióñ..ae la · · · · · · . · .quista del Perú, Madrid, 1985. --210

con-


de Túmbez y contra los indios chonos. Estos últimos lo ha­ bían matado mientras el español estaba pescando. Antes d.e morir, el español aindiado había tenido tiempo de catequi­ zar a su manera a algunos indios: cuando la huéste perule­ ra l legó a un pueblo llamado.El Estero, hall ó un g ra:r¡ cruci­ fijo en una casa de la que salieron. una treintena de jóv.enes gritando: aLoado sea Jesucristo,Molina, Malina», para.sor­ presa de los hispanos. A par tir de Túmbez, Pizarra y su gente se hallaban en territorio controfado por el in ca . Cerca de esa localidad el gobernador se entera de que el emperador de los incas, Atahualpa, se encontraba en la sierra andina, y ordena proseguir la marcha en esa direc­ cióri hasta que llega. a Piura, donde funda la Veracruz del Perú: San Migu el , un asentamiento que le servirá de base en la retaguardia. Igual que Cortés, Pizarra va procu ran d o dejar pacificados y ase gurados los pueblos que van quedando a sus espaldas. :, Desde allí manda al capitán Hernando de Soto al frente de c ua ren ta hombres para que se adelanten en direc c ión a la sierra. Llegan al pu eblo de Cajas, «de grandes edifi­ cios». Había allí -cuenta Trujillo que integraba la pa rtida­ tres casas de mujeres recogidas, que llamaban mamaconas». Los españoles descubrían por primerá·vez lo que cono d(ln de oídas y excitaba sus fan ta sí as . Lo que Trujillo y sus compañeros vieron eran tres aclla· huasi o casas de reclusión, instituciones que se hallaban di� st::mi nada s por· todo territorio del imperio incaico: Cada año los ·apupanaca, f on cionarios del Estado, recorrían el país para seleccionar a las niñas 'de ocho a die z años más her­ . mosas y mej or dotadas, tas que eran Üevadas. a las acllá­ huasi (de acllci, nombre de las niñas es17ogidas, y huasi, casa). A llí, unas mujeres mayores llamadas mamaconas se ocu p a­ ban de su educación y cuidados: les enseña b an las lab.ores femeninas .y les daban instrucción· religiosa. Cuando cµm­ plían catorce años, una parte de estas jovenci tas eran en� tregadas como esposas o concubin as a los altos d ignat arios del Estado, mientras otras entraban definitivamente a servir en los tem p los dedicados al culto como ·«vírgenes del Sol». La violación de las re g las que protegían a e s tas vírgenes era ca st iga da con la mue rte. � Según Pedro Pizarro, sin.ern·

·

3. Francisco de Xern añade a estq. )1 istoria de Caj.as que los espa­ ñoles encontraron a la entrada del p ueblo varios indios «ahorcados ·211


. ice del bargo, esas ,normc>,s eran quebrad�s con frecuenc�a:D ----templo del Sol de l a ·c.apitaLincaica, .C.uz.c.o:.J�AqJ.tLv.i..vJªn. mg�­ . chas mujeres qüe decían ellas eran mujeres del Sol y fi n­ gían gu a rdaban virginidad y ser castas. Y mentía n porqu<! también se envolvían con los cri ados y guardadores de l·Sol, que eran muchos:» 4 En Cajas los esp a ñ o l e s no pierden la oportunidad que se les

pr�senta. Ordenan sacar las mujeres de

las acllahua­

si a la plaza «y el capitán dio muchas de el las a los españo­

l es»: eran en to tal unas quinient�s, de modo que cada · unci de los cuarenta españoles debe de haber podido ,refocjlarse perpetrando es rÍ.tpro s con más de u na de est'as menores d catorce años.s Ante el espectáculo, el jefe de las fuerza$ :<;!el !,:qi;:a ,que estaba en Cajas al frente de una guarnición de dos lhil ·sob dados, espeta indigna d o a De Soto: «¿Cómo osáis vos6t�os hacer esto e·stando Atahualpa á ve inte leguas ·de aquí ? _Por­ que P,a de qu�dar hombre vivo de vosotros:;, E(�apitán es1).añol decide ser p rud ente y pedir instruc­ ciones�-ª qué hacer con el indio insolentado:· Aquél '!e r espon d e. que aguanten con pa cie ncia las ir'as del pe ru ano y le den a entender que ktemen 'porque· «COil esto, disünÜl(idarnente, [quería P izarra que] le trajé'se.inÓ? á �a� rran, donde iel gcbernador estaba». Se hizo así 'P zaifo Se encargó de sacarle información s ob re los ·movimieii'ios del . inca Atahualpa. Al rapto de las vfrgenes, Piz�rro y sl.is' ham­ bres �aberle dado uria nufa �! · blema de De Sqto era que el jefe indio de Cajás había irlcte­ . pado a l tivamente y con-soberbia a ios espafiol�:s· y. ��tos ·se habían sentido tocados en su honor. · Entretanto el conj�nto de la h ueste peruiera -

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trepar la cordillera de los Andes en dfrecci.Qn a Cajamarca, donde se halla el inca con su ej é rci to gozaiido :de ünos ba·· ños termales. La histqria de México se rep Úe :6 Atahualpa envía varios �misarjos con presentes y amiriazas exigiendo a los extranjeros que se yuelvan a · sus tiei-n(s� mien tras ·pi­ zarra retribuye los regalos y hace pe1:manéntes protestas de adniÍr�ci6n e 'l.rttenciones pacífica:> .� At.ahualpa. Como Moctezuma, el ini;:a se c onfía excesiva:q.ienie:. ·e.n su poder y desprecia a los «barbudos » . Los dej a avanzar ·seguro de que podrá destrozarlos cuando quiera y a· :;u ánto o: son apenas ciento se tenta homl?res' y él tiene un ejérc.i�9 de cua ren ta soldados y está en su imperio, doµde riada ·se mueve si no lo quiere el inca. Planean salvar la vida a sólo tres e.;pañoles: al barbero; « que hacía mozos a l os hombre.s »; ;il herii_!..r;lqr, que sabía usar un metal desconocido para ellos y caliab� a los ·caba­ llos, y al volteador, es decir al va queto : ue .éra capaz de enlazar con destreza a esos p rodigiosos atlimales y sab a · .. cómo dominarlos. El 1 5 de noviembre de 1 532 l a hueste :de .� �zarro entr::­ en Cajamarca, extenuada por la marcha en las alturas an� dinas. Atahualpa está a 5 kilómetros de la du ad. Sin d e·� a su capitán Heril.ando de Soto m ora, d gobernador a su hermano Hernando Pizarra y a un puñado de entre los que se encuentran os cronistas Die o Trujillo '' Miguel de Estet e . Remando, un hombre henchido de soberb'ia, pues es el único hijo legítimo de Jos Pizarra, o rde:na al inca -a qui n llama « perro»- que sa lga y é st e aparece con dos. vasos cil:le oro con chicha para invitar á sus� visitantes. al día $iguiente irá a Caj amarca a c o n oce r al gobernador. De Soto realiza dhibiciones de doma con su caballo: en­ tre otras cosas, y s ofrena el animal. a · 1m p a m o de la.nai-iz del inca, Atahualpa p�rrriane­ ce impasible. Pero los miembros de su corte y los · soldados que lo rodeaban huyen aterrorizados ante la furia de un. ani­ mal enorme que no habían visto nunca en su vida.

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6. 'El paralelismo parece alcanzar tainbién .1 las·profecfas que aniln­ ciaban el regreso de Viracocha. el dios civilizador; con quien es con­ fundido Pizacro. El piidré de .Atahuaipa, Huayna Cápac,·había·vafü:i� nado el regreso de los hijos di:! Sol, quienes dominarían su tierra. Al menos eso dice el Inca Garcilaso de la Vega. Aunque otros autores creen que esto es sólo una leyenda c op i a d a de Méxicd" que se forjó · ·�espués de la conquista del Perú.

2 iJ


mo d{a Atahualpa manda ejecutar a centenares de los gue­ habían espantado ante las carre ras y evolurreros -�ioñes que cseabalio de i El terror que disimulan malamente los españoles n o es menor. Acaban d e descubrir un ejército entero que los deja en una p rop orc i ón de doscientos treinta y cinco indios por cada castellano. Llegan a C aj amarca también impres!qria­ . dos p or l a a ltivez y di gni dad de At2:hualpa, que .I_li. si qui e ra se ha d ign a do dirigirles la pálabra directamente: le habla­ ba a uno de sus su.b ordinados y éste se dirigía a Felip il lo, ..

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el intérprete.7 Esa noche Pizarro celebra consejo de guerra con sus ca­ pitanes. El ejemplo de Cortés con Moctezuma está fresco. Pero tampoco hubiese sido necesario és te: sin· un golpe de man� espectacularmente eficaz, l<;>s españoles ya podían con· s i derars e . c a d ávere s En la tarde del día sigui ente ·el inca Atahualpa, acornpa, ñado por un impresionante cortejo, inicia su marcha hp.da Cajamarca.ª Pizarro y sus hombres se apostan, mientras miles de indios empiezan a llenar la plaza d� la ciudad don­ de va a instalarse la litera en la que v iene el ei:nperadqr. Cuando lleg�, no ve a ni nguno de los espaifoles. :.-.¿ Qué es de es o s barpudos ? -pregunta con desprecio. -Estarán e scondido s de miedo -le respond e. uno de los suyos. Pizarro manda a fray Vicente. de Valverde, quien a modo · ·

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7. « H emando P izarro volvió esp3,ntado de la grancleza y aµtori­ dad de Atahualpa y de la mucha gente, armas y tiendas que había e n su campamento, y hasta de l a respuesta, que parecía declaración d e guerra. Pizarro habló a los españoles, ·porque a algunos hasta · se· Ies soltaba el vientre de ver tan de cerca tantofindios de guerra, animán" dolos a la batalla. . . • (Francisco López de Gómara, Hispania Victrix). 8. « .. . la delantera de la gente comenzó a entrar ep l a plaza; ve­ nían delante un escuadrón de indios vesti dos· de una librea de colores a �anera de tablero de ajedrez; éstos venían quitando las ajas del suelo y barri endo el camino. Tras éstos vé:nfan otras tres ·esct.iai:lras vestidos de otra manera, todos cantando y bailando. Luego venía mu­ cha gen�e con armaduras, patenas y coronas de oro y plata. Entre és­ tos venia Atahua!pa en una l i tera forrada de plumas de papagay o s de muchos colores, guarnecida con chapas de oro y p l ata. Trafanle muchos indios sobre los hombros �n · alto, y tras de .ésia venían otras literas y dos hamacas e n que venían otrá� personas pi;-incipales. Lue­ go venía mucha gen ti! en escuadras con coronas de oro y plata. Luez>:J que !qs pril!lex:os eµt.ra.ron en la plaza, apartárons�. y _qieronlugar..a . los otros. En l l egando Atahualpa en medio de la plaza hizo· que. todos estuviesen quedos, y ia l i t e ra en que él venía y las otras, todas e n alto: no cesaba de entrar gen!.e en la pla.�a ..• (F.r:anciscq .ele _Xerez; ()P-. ..<;(t�)�.

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de reque rimiento. le sueifa·un discurso de carácte.r t eológi­ co. E! inca. escucha con,,paciencia lo que consigue traduc ir le Felipillo. ¿ Q u ié n dice todq esto ? -quiere '5aber. -Dios lo dice -contesta apodícticámente . Valverde. . -¿ Cómo lo dice? -vuelve a preguntar, indign�do, Atahuaipa. El fraile l e da su bre viari o donde él supone que está la palab�a divina. Pero para Atahualpa no significa nada más que un montón de hojas y arroja el libro al suelo. Mues­ tra su irritación ante lo que, s eguramente, considera una conducta caprichosa b d emen c i a l y e m p ie za a dar órdenes a sus guerreros ara que procedan contra los ext ra nj e ros� . El f rai l e córre a buscar a P.i zarro, que está v estido · con ropas ceremoniales, a la es e ra de los acontecimientos. Rá­ i d a m ente se quita sus 1.ujos.. se 'coloc·a los arr,eos de com­ bf.lte y sale a la plaza con veinte hombres, Las armas de fue­ g9 c omi en zan ª · disp ar ar los j i n et e s en sus cab al lo s con pe cho p e trale� de cascabeles emergen de sus enc.ierros en casas vecinas mientras el resto de los e sp añ oles dan vo�es de· guerra, invócan a Santiago y empiezan a repartir i a:v.za zos y e stocada s a di es tr a y s ini e s tr a que ponen . en fuga y de s o rden a los ind ios � Pizarro se adelanta y se ap o dera de la muy digna perso. .na d e l inca Atabualpa por la fuerza . La huest e perulex:a mata sin d e s c an � o y dej"a, di ��!n las ¡; róni c as entre dos mil y ocho m i l cadáver.es · de ·soldados indígenas en d o s horas· de com. b ates, ia mayoríá de ellos víctimas del tumulto. sólo 'basta­ ron ciento veinte minu t o s para pon e r fin a UflO d e io : dos grandes imperios de América. Todos l o s e s p añ o le s sa li eron ilesos de la re riega Nada dicen las prónicas contemporáz:teas sobre que. o.currió con las vírgenes de las adlahuasi d e . C j am?tic a . �e ro, al p a rec er, e n lqs. primeros m omen tos �el triunfo, los españoles no tuvieron tiempo de ellas. Al día s igu i en t e fueron al c ampamento de Atahualpa y « hal l aron en el baño y aposentos de Atahualpa cinco mil muj eres que, aunque. tristes y d e s a mp ar a d a s se divirtieron con los cristianos ».9 Si la cifra del cronista es cierta, habrán tocado a razó;n de casi treinta h �mb ras cada uno de lo.s ciento s etent a -

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españoles: demasiado, tal vez, para unos hombre-s que . ha_bíruLc.om.batidq:_hasta.Ja_extenuación-- el día ..anterior�--és-­ tresados por � .miedo ce,rval a ser hechos picadillo por .e l ejército del inca, por más hambre sexual que hubiesen acu­ mulado -en· los ·1�rgos ·meses de ·cal'npaña: ..

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« ENCERRABAN LOS GENITALES EN CHOZAS»

«Atahualpa era hombre· de treinta años, bien apersonado · y .dispúesto, algc)grueso, "él rosfro grande, hermoso y feroz, los ojos encarnizados en sangre; hablaba eón mucha grave­ dad como un gran �eñor. Hacía vivos razonamientos que, entendidos por los españoles, conocían ser hombre sabio; era· hombre alegre, aunque crudo. H ablando con los �u-_ yos era muy robusto y no demostraba alegría. » Así describe al inca prisionero de Pizarro uno de los testigos de los acontecimientos.1 Atahualpa estaba, en aquellos tiempos, �nzarzado en una'. encarnizada guerra con su medio hermano: Hµá�car, de)ii que había emergido ven�edor y en la que ambos habían :f)er: petrado atrocidades, ·dignas del más escalofriante relato d e terror: · . En 1 523 Huayna Cápac, el inca emperador del Tabuan­ . tins�yµ, �eñqr .4e: _<� l q s cuatr9 puntos ca rdinales», había . mu e r t o. El heredero," Ninán Cuyuchi, s'íguió. la misma suer­ te muy pronto: a padre e hijo la vi i-u !! l a, peste llegada al Continente de " m . ano d� Jos europeos; los había alcar1zado antes de la aparición física de éstos. - .El imperio quedó, �ntonces, .en m·ano s de H uás c ar, otro hijo de Huaymi· Cápac y de una coya (es decir, esposa .legiti­ ma), 2 que gozaba de la fama de ser el ¡lnico descendiente no bastardo del . inca fallecido. . Lo primero <:J.Ue -hiz o Huásc;¡i.r fue mandar traer desde , ·

1 . Fra-qciscq .de :i<erez, op. cit. 2: Los incas realiiabá.n matrin:ionios incestuosos, siguiendo el mito de la unión sexual del Sol y la Luná, que eran hennanQ.s. La coya era, · por.J o g�r�r:.al . ;hermana ·paterna · del inca.

2.1-7-


Quito la momia de su padre hasta el Cuzco. Atahualpa, me­ dio hermano suyo .y señor de Quito, decidió no acompañar -·-¡�·;- res-tos" de" si.i" padre,- lo-cual provocó las iras del flamanteinca. Todos los integrantes de la comjtiva funeraria quite­ ña -orejones o miembros de la nobleza- 3 fueron ejecu­ tados por orden de Huáscar. Poco después llegó al Cuzco uña embajada de Atahual­ pa que iba a rendir obediencia al nuevo inca. Otra vez, Ata­ hualpa -« príncipe inquieto y resentido, peligroso por su ambición»- 4 no venía con ellos. El inca mandó cortar las narices de los embaj adores, les quitó la ropa d� la dntura para arriba y los obligó a volver a Quito en eslas condicio-· nes humillantes. Atahualpa montó en cólera ante las afren­ tas que, además, le daban b-uenos moüyos para combatir a su medio hermano y apoderarse del imperio. M ientras ini­ ciaba con sus tres generales -Quisquis, Calcüchímac · ·y · Rumiñahui- los preparativos para lanza.rs e a -la . o�ensiva,

Huáscar, !)Ospechando de sus intenciones, ma:ndó P,os es­

pías orejones pai·a que le informaran de los mov�mientos de Atahualpa. Éste los capturó, los spmetió a tormento para que confesaran todo cuanto sabían sobre las tropas.. 9e :H.uás­ car. y luego- los d esolló vivos. S igui<".n do una bárbara cos­

tumbre, fabricó con sus pieles tc.:qibores de gue,rra.

Los dos ejércitos se enfrentaron en más de u,ha docena

de batallas: Las primeras fueron ganadas por Atahualpa. Tras cada victori a venían las represalias de una refinada • .

crueldad. El señor de Quito, por ejemplo, mandó construir pirámides con 'los huesos de los· soldados enemigos. Un Atahualpa triunfante y ensoberbecido se áútoprocla­ mó inca de los Cuatro Puptos Cardinales� y ·se d sp�<_? a. apoderarse de la capital del imperio. Pero Huásca·r ,.<>.l fren­ te de sus tropas, puso en fuga a los quiteños a' las .puertas del Cuzco, que tuvieron que refugiarse en un. pajonal. El defensor de la capital prendió foego .a las hierbas secas y consiguió .quema; vivos a muchos soldados .enemigos. P.ero los sobrevivientes huyeron a los abruptt>s cerros vecinos. Desde allí emboscaron a las tropas de Huáscar. has.ta ani­ quilarlas por comp leto. Calcuchímac hizo con el inca del

Cuzco lo mismo que más tarde Pizarro iba a hacer con su j efe Atahualpa: lo prendió personal.mente. Lúego s� 'puso ' 3 . La aristocracia. incaica s e deformaba las orej as como signo de distinción, por lo qµe los españoles los llamaban .orejones. 4. José ¡\ntonio del Bust � . Perú incai�o. Lima, '1 98 1 ._ . ..2 1 8

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los vestidos de Huáscar y fue al encuentro d e l ej é rci t o c uzqueño. - --� -Los soldados de Huáscar salieron, a lboroza d o s · y sin ·ar;'· mas, a recibir al que creían era su j e fe. C al c u c h íma c dio la s eñ al y sus hom b res cayeron sobr� la tropa inde fen s a· y la.' m a sacra ron en los aledaños de la ciudad. Pero C a l cuchím ac y Quisquis temían e n t ra r en el Cuico, de modo que recurrieron a una nueva estratagema. Envia­

ron a decir a l a nobleza cuzqueña qu e sus v i d a s s erían res­ p e tadas y que no ib an a ser c a s t ig ado s a qu ell o s qu e habí an ayu da do a H uás car, a cond ición de que fue ran a donde es-· taban las tropas de At ahua lp a, en ta p oblaci ón de Yavira·, para ren dir p l e ite s ía al nuevo inca, A tahqalpa. Los orej o n es asi fo h i c iero n . Quisquis s �l eccionó a los principales defensores de Huáscar, los humilló y los mató a p e dra d as . A lo s ot ros los perdonó, pero obligándolos a que s e sentaran en cuclil la s en dirección a Caj amarca, don· de estaba el señor de Quito, y a re p et ir letanías del tipo: « Viva m uchos años Atahualpa, nuestro inca, c uya v i d a acre· ci e n t e su p adre el Sol», mientras se arrancaban c ejas y pes­ t añas y las echaban al aire en s eñ al de adoración al nuevo emperador. Mandó l ue go traer a Huáscar, a su . madre ia coya Ara­ hua O.ello y a su m uj e r Chucuy Hu aipa y los denigró delan­ te de la tropa. Por order, de Atahualpa, todas las muj eres e hijos de Huáscar fueron ahorcadas. «A las qu.e estaban preñadas, a ntes de morir, se · les . abri ó los vientres pa ra qué l o s fofos cayeran al suelo y, una vez c aí d o s , se los atab an a los bra­ zos. Las crónicas ��irman que de ést a y de o tra s formas ma­ taron a Huáscar más de oche n ta hij os e hij a s . Ahorcaron

también a los hermanos que les habían sido fieles; tras és­ tos fueron presos y ahorcados los o r ejon e s y p a l l as que lo ·secundaron. Ei perdón que los ge n e r ai es quiteños dieron en n o mb re de ·SU se ñ o r no tuvo ningún efécto. Entre c:leu­ dos y criados del desventurado H uásc a r, los muertos pasa· ron del mil l ar y me d io . ». 5 El inca p ri si o ne ro fue o bli g a do a presenciar todas e s tas atrocidades, que s oportó con la dig· n id a d de su rango y el estoicismo de su raza: en ningún mo­ mento p ro.n u n c ió ni una �ola palabra. Hasta que l e tocó el turno de c �n t emplar cómo · torturaban y - asesinaban ·a sus·-­ m uj e re s y hermanas Coya Miro con d os de sus hijos y a

S.

lbidem. i19·


Chimbo Sisa, hermosa j oven, ante lo cup.l su.$pir,ó y pidió ésa su dios, Viracocha, que hiciera a sus verdug o s lo - . . . --- ------- ----·- ·-··-··-· -·-· -----· --tos -hadan con t�C Alguien debe de haber oído sus pl�garias porque poco después l le aron a l Cuzco chasquis o -mensajeros narq,mdo que· .de la mar habían surgido unos dioses blancos, .uno .d e cuales, el m?.Yor, era V ir ac ocha mismo, · dicen l as crónicas de la é po q.. · . Este diOs, sjn- embargo, no ipa a ser favorable para guno de los contendientes. Atahualpa, que pare�ía estar muy poco convenc¡do del carácter divino de �os - recién !.l egados por el pon i e t e, ..��taba gozando de su victoria en los bapos sulfurosos : de ·�ajarúa:rca, hen�hido de soberb i a, esperan do a los ;, barbud.o"s » pa.ra aniquilarlos, cuando fue sorpr1 �r.dí­ do por .Pizarra y tomado prisiomero. . . Rumiñahuí, uno de sus tres encontral;>á -::oñ sus tro p as a la entrada de Cajamarca por orden de Atahüal­ pa, p�l'ra .d et ene r a españoles cuandp �stos -según ima­ gina � el inca- intentaran huir ante el ataque indígena que llegó a p ro du c i r se por l a confusión q�e provo�ó el osaqo�_golpe de maIJ.o de Pizarra. Co sus cinco .m U .hom­ bres-·Ruminahui se puso en m a r c h a hacia Quito, seguro de. que �µ j efe' sería muerto por los españoles, :EI: eneral fl,le a ,."v isi ta r la casa de las vírgenes ·qu� lla­ maban escogidas con in tención .de s ac ar para s í las que .me­ jor le pareciesen de l a s qu �staban dedi cadas para muje­ res de Atahualpa como que tomándolas por suyas se d e cl ar�b a ;-cy y tomaba po�e:;ió'1 del reino», cuenta el.inca Ga rc i laso ." «H ab l an:do con ellas de· los $1,l.Ce.s os de aqlJe.füljo:cr,i.ada, entre otras .cosas contó el traje y figura de los españole�, mostrando con gran d e s encarecimientos la valentía y br�: vura de éllos, como disculpándose de haber huido de gente tan feroz y brava. Dij o que er an unos hombres t?-D extraños que . te ní an '\:>arbas en la cara y que an d aban .en uno� -anima­ les que llamaban caballos, que e ran tan fuertes y recios que ni mil ni dos mil indios no eran parte para re sistir un caba7 llo, que sólo :con la furia del correr les causaba tanto miedo que les hacía huir. Dijo que los' españoles traí?n :�op�igo unos tmenos con. los que mataban los indios a dosciento� y trescie t os pasos, y que · de -hJt?rr() _c!e .

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6. Inca Garcilaso de la Vega, Historia general del Perú, Buenos Aires, 1 944. ,_?.20


pies a cabeza. Y para mayor admiración y enca rec imie n to, diJo. a lo últ�i:i10; qu� eran tan ext raños que trªí!1I1. �<!. �.<:\� h e ch as a manera .de chozas pequeñas en que encerrar . los

genitales. Díj?Io por las braguetas . . . Las es cogidas· se rie­ ron del encarecimiento d e s at in ad o de R umi ñahu i , más po r

lisonjearle que por otra cosa. El s e . enojó cruelmen_te. juz­ gan d o mal .Ja risa,- at ribuyén d o l a a deseos de sh o n es t o s. Y como su cru"e ldad y la rabia que cont ra los e s p añ ol e s tenía c orri e s e n a la par (que quisiera hacer de ello.s otro tanto) fue menester poca o ninguna ocasión para mostrar la una

y la otra. Y a s í, con grandísima ira y furor, les dijo:· ·�Ah. ah, malas mujeres, traidoras, adúlteras. Si c on la nueva sola os holgáis tanto, ¿ qué haréis con ell o s cuando ll e guen acá ? Pues no l o habéis de ver. yo os lo prometo:" D i c i end o esto, luego al punto mandó que las lleva!;en todas, mozas y vie­ . jas, a u n a rroyo .c e rca d e l a ci u dad , y como si hubieran pe­ cado en el he cho , mandó ejecutar en l as pobre s la pena que su ley daba, que era ente rra rl a s vivas . Hizo derribar sobre e l la s parte de los cerros que a una mano y a o tra del arroyo estab an hasta que las tierra, piedras y pe ña s c o s que d e )o alto caían las cub riero n . » Como se ve, ninguno de los gra..n.· des j e fes indios se que dab a a la zaga en materia de cruel­ dades. El ens añami e n to y el s a d i smo d�ique había hecho g�Ia-­ Atahualpa no fue óbice para que. despertara en sus capJo�. ' res sentimientos de .simpatía. Atahualpa e ra, además·,·\in _. hombre particularmente inteligent e (que, · por ej e rñp1 o , aprendió pronto a j uga r al aje drez con sus carcelerÓs), vir­ tu d a la que unía nna particular as tuci a y un profundo s en­ tido de su majestad que provocaron desde el comienzo. la adm i rac ión de todos los españoles que lo conocieron. Poco· d espu és de su captura, Pizar:ro lo t ranqu il izó, áse­ gu ránd ol e que no 10 iban a m at a r. Inici�lmente, el inca pr�, so fue tratado con generos i d a d : continuó mandando y ac­ tuando· cqmo si es tuvie ra en libertad. aunque bajo el .obvio c o ntrol de los cas t ellan o s . Viendo la en o rme codicia de los extranjeros, creyó que recupera.ría su libertad s i entregaba sus tesoros de oro y plata, « una sala qu e tiene 22 pies de la rgo y .17 de ancho; llena hastq· una raya blanca que �s tá a la mitad del al to r de la sala, que será lo que; dijo de altura de estad o y medio/ y dij o - que -h asta allí henchiría -la -sala i . Es decir, una habitación de 6, 1 5 ml!tros por-...4,75 metros por 2,50 metros de aitura, unos 73 metros cúbicos de piezas de o,ro y plata. ·--22-1.


de diversas pieza.> de oro, cántaros, ollas y tejuelos y otras piezas, y que de plata daría todo aquel bohío dos, veces lle­ no ; y que esto cumpliría dentro de dos meses ».8 La promesa de Atahualpa debe de háber hecho salir chi­ ribitas de l os ojos de los hispanos; que rápidamente se <lis� pusieron a hacer observar el cumplimiento de la orden del inca para que, de todas partes del impe rio, llevaran a Caja­ rriarca los tesoros del rescate. El gobernador dispuso que Hernando Pizarro se dfrigie­ ra al santuario de Pachacámac, cerca de la actual ciudad

de Lima, a recoger su tesoro. Otros españoles marcharon distintos puntos del país con el mismo propósito: uno de ellos llegó hasta el Cuzco y re gresó contando historias fa" bulosas sobre la capital del imperio. Atahualpa, por su parte, mandó que su general Rumiña­ hui le trajera a su prisionero: Huáscar. Tras sondear a Pi­ zarro, ordenó que lo mataran para poner término al pro­ a

·

b le ma sucesorio, pues no dudaba de que sería puesto en libertad una vez que hubiese pagado su rescate. Pero no ocurrió así. La supervivenci a d.<: Atahi.ialpa po­

día poner en peligro el dominio español. En un Estado tan férreamente estructurado, todo hab í a comenzado a desmo­ rona r s e con la simple prisión de la' cabeza, pero todo volve­ ría a lo que era si el inca recuperaba la libertad. Hernando Pizarro y Hernando de S oto, los do s pr in c ipa ­ les amigos de Atahualpa en prisión, son alejados con· dos · misiones distintas: el primero lleva �l quinto real def teso­ ro a España y el otro parte en m�sión de exploración. Piza­ rra, presionado y, aparentemente, muy a su pesar, abre jui­

cio a Atahua:lpa y lo co n d en a a mo ri r en la hoguera. La conversión al cristianismo, en el último momento, del qui­ teño le permitió mo rir por la aplicación del garrote vil. Los

cargos que se le hicieron fueron de haber usurpado el po­ der del imperio -algo que Pizarro mismo, su acusador, es­ taba intentando hacer y lo hizo-, de asesinar a su her;ma­ no, practicar la idolatría, maquinar u..."l.a conspiración para liquidar a los e s pañole s Y no podía faltar: haber practica­ do « el vicio nefando » . Atahualpa, tan lleno de mujeres, se: gún sus acusadores, no despreciaba las oportunidades de aesfogarse con mancebos. La muerte del inca sume al imperio en la ánarquía. Otro de los cien hijos de Huayna Cápac, Túpac Huallpa, es norn.

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8. .222

Francisco de Xetez, op. cit.


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MAcorux

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Pto. Plata Isabe la (ruinas) • Sanriago

A.t,,¡ Gú -4 MAGUANA S. Juan de la Maguana

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o Bonao · o �t>· �o

Sto. Domingo o


b rado inca por los españoles en un i ntento de conser:v.ar el . order). Pero d u rqrá poco. Al parecer, Chalcuchímac lo ·en­ --venenó;aüncfüe"1'Lfé.g'ó él ejeEüfór pagárael c rimen coffsl'C . vi da·: Pizarro ordenó quemarlo vivo. L':l hµes te p e ruk r;;i, avanza por la . :; i e rra haciil .il. Gµzc;Q, _ Antes de e:ptrar en el omb ligo del mundo,9 Piz�rr:Ó echa m ano de otro. h ijo de Huayna Cápac, M anco Inca, y lo unge emperad�r del Tahuantinsuyu. El 1 5 de r:ioviémbre de 1 533, un año después de la captu ra de Atahualpa, los españoles entran en un Cuzco medio d,e sierto y ocupan l as viviendas y templos imperiales. Se apoderan de gran c�ntidad ..de p l a­ ta y, natüral mente, violan.fas acllalrnasi, ·s,¡¡can .de · all(l�s vírgenes .del Sol y las reparten en tre la soldaqesca.:.J:;!Ias, junto a las hermanas, las coyas y ñ ustas del incf!, serán··Io¡; . vienºt_res en los ·que l os españoles proseguirán sti- rriarat'p ni-.·" :_::._:_:.�·.=-.=:..=:... ca l abor ;genésica. Francisco Pizarro, cuando e n tra 'en Cuzco!' 11,eya ya una muj�r india: Ouizpezira, hermana de Huáscar,. hija..4e Hu.ay.�. n a�§apac y de una coya. Se la h abía entregago _ Ata�ualpa diC'i'endo!e, según el veedor S alcedo: « Cata, ay, a mi herma. na.�;hija de ·mi padre, que la quiero mucho.» ,.. . �h icialrnente, fue una de las siervas del gober.nado.r, pero . luego l a dis tingu ió entre otras apodándola Pizpita, nómbre de µn pájaro v ivaz d e Ex t rem adura. La sentaba :@ su:'mesa y decía a sus compañeros de armas: ·« Veis aquí· a mi mu­ jer. » Juan de ·Atienza narra que « la t eníá en su pré.se�'Cia. en la 'mes� cuando estaba comiendo, y e$te testigo pr�guri-. tó a l d icho m á rciu�s q uién era aquel ia riina, el c\.� al}fsp,�fi:. . dió que era hija de H uayna Cápac y h ermana del. dithó At�: · >: , , . . ;;', . :., hualp a » . F.r ancisco .il izarro t�vo ...en Pizpita (su nombre'�ctisfiXno�·:;. e ra Inés Yupi:ü1qui Huaylas) dos nijos:· Go nzalo'.y FraÍi{fs��j: " posteriormente legitimados-. Es.ta t'tltima se cas6:.h.;egor.qJn·: su tío Herna:ndo ·Pizarra, para que un c�er.to. incesto riC-/ �f?.�!' . �.tuviera .ausente..d.e .esta"''tan .u suaLpr.orriis.c uidad ..aJa_eftre:....:... meña. Cu �ndo enviudó cont rajo . segundas 11Lipsjas dro Arias,: hijo deJ conqe d e P��o_nr0s t n:>.:'.ú;:�)f·f; :': ,, ;:.1;)Ul ''. : . .. E l gobernador acabó-cansándose d e PizP,?ta y-;a«:a�ó'cg_n , ,1,m paje suyo:. Fran Cisco de Ampµer9�·-u��i::h�,i;!h,�h�vl �J�J�.'f.,;: ·J\ñas'"o ttngelfüá Yupanq�i,· j5as·cqCoCi.1p-arel �l'�cli�9-�c!e1"'co".0;7"" quistador del Pe nL y l e dio-.o tro . hijo, .Francls�·;:;,�qi.!i�·h��-::�Ú-�::: _vez siguió .con .la ti-adi Cióri. deJos . incas:de .üTiic�#��'.)!i�� {faíó.:�'.; ·

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sas, ahora · algo me ri g e_r a da s p o r la presencia .hi.spana: �e casó . .con . s u prima Inés, hija d e su tío GQn za l9..:rJ�!;t_.r.:¡:q ·y de una fru�ta. Ju an Pizarra fue un cuart o hijo 1Ilestizo -del '": · · - · - · · conquistador, d e l · c u a l existen pocas noticias. L a mayoría de los capitanes de l a hu est e .J>erulera. s e amancebaron, igualmente, con nobJes del Ta hu an tin s l,l.yu, aunque Ínµy pdt:tis se casaron legítimamente con ella s . .El ·

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capitán Garcilaso de la Vega tuvo en Isabel Chi mpu Ocllo, sobrina de Huayna Cápac, al primer gran literato e histo­ ria do r mestizo, el Inc� Garc�laso. Pe"ro el capitán, como tan­ tos otros, repu di ó luego a s u mujer a mericana p�ra casar;; e ' con una "de su r aza, Luis a Martel de los Ríos, tan prontó apareció ésta en su horizonte. Resolvió el problema dándo­ le a .Chimpu una d ot e y bu s c á n d o l e un oscuro soldado es­ pañol por marido, :Juan del P e droche. Ótro j efe español de l a mesnada pizarrian a , Martín Gar­ cía dé L9yola, p a ri ent e de san Ignacio, se casó con Beatriz· Clára Coya, hij a de Sairi Túpac. Tuvieron a la mestiza Ana, qu e recibió el t� tulo de marquesa de, Oropesa y · caso, .a·su vez, con Juan H'.enríquez de Bo rj a , h ijo .del marques de Al­ cañices y ni eto de san Fr an cis co de Bo á:, duque ded:iah, día. También se d ieron uniones al .i;ev�s: españolas co:rr in­ . dios. Carlos Inca, un nieto de Huafna. Cápac, por ejemplo, se; casó con una española de · noblé cuna:

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.

Esto es sólo una mu e s tra d� lo que oc�rrió entre !a ii'u �;. va y l a viej a aristocracia peruanq. 1.Jn fenómeno que se · re.�· pite én t o d a la s o c i e dad con la llegada de �os m.:ievos amos « barb udo s » .

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« LOS

FRAILES ANDAN

COMO POTROS "DESATADOS»

La 'Ci:dda ºde ..la Cl a se gobeúianfe' . eii el �Iñ.'cario · provpéó.. eir esta sociedad férreamente estrÚcturada una enorrtie-castáS­ trofe social y psicdógica. La situación se vio agrav.ada, años más tarde, por la anarquía que sobrevino cuando los. defen­ sores �e Almagro y los de Pizarro se enfrent aron en .cr.ude­ l ísma g"uerra dvil que , con intenTI.iteucias, duró más de un 1 • d e c e n io . Los españoles aparecen desde el principio en el ,Pe rú como un elemento corruptor de las estrkta� costuml;>res in­ dígenas , monogámicas indisolubles, con una severa ética dd t rabaj o, y de la honradez bajo el mando de los í n c a s . 1 .Mu­ chos cronistas se escaridalizan bien pronto an te el cariz que toman . las e.osas'. «No eche nadie la culpa, no, de las cosas que en el ·Perü pa� saron, a la venida del vi rrey -dice Pe d ro Cieza d e León-.2 sino a. los grande5 pecados que cometían.las. gentes . .qu.e .e.n. él estaban. Pues yo conocí a algunos veci nos que en sus m·an..­ cebas tenían pasados de .q ui nc e hijos. y muchos dejan a.· stis mujeres en Espafü1 quince y veinte años y se e s t án amance­ bados con una india haciendo la c umbi e za J de su naturai muj er. Y así ·corno -los c ris ti ar w s e indios -pecaban .grande­ men te, así el castigo y fortu:ia foe gene ral . » Las hembras a�orígenes, e n geri,.!ral, s e pliegan a l a vo·

.

, _.

i'. ·l,a prnmiscuídad y la poligamia con abundanci� -d�: .�o;c·i.íbi-. na!i sólo era privilegio de los orejones y el incesto 'es taba 'permi tido ... únicamente a los ·incas . .2.� -Pedro .<;:ieza . d•!-León, .Tercero libro de .las gue rras civiles . del. . Perú Mad rid; 1 877. 3 . Cumbleza es u n arcaísmo que define a la aman le del ·hombre ... •

casado.

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racid::i.d española en materia de lujuria. Más all á de s u s ánctitos sexuales, q1mbién en Perú la·s mujcres -indias :_.::;sÍ empre: pragmáticas- des c u b ren que en el nuevo orde_l] ::��PJl�;ito� m á s les vale tener hijos mestizos, que no indios. No.. sola� me n te porque-convirtiéndose en m an c e,ba s de ·fiombre · es­ . pañol conseguían i ns erta rs e en el mundo colonial, sino tam-. b i én po rqu e eomo mes tizas su prole va a tener un · es t atL� s de privilegio que le estaba nega d o al indio: los mestizos n� tributab an y tenían acceso a rnuc;has de las pos ic io ne s re­ servadas a los españoles� La legislación imperante, d� éste m o d o , favorecía el ayunta_m iento carnal entre es p �ñoles � indias, aunque lo hici e ra ,sin intenciones de que así fÜera. Lo mismo qu� las hembras de cualquier mai;nífero, las indí­ genas se entregan con placer a los I)1 acho s triunfa�tes . ...M�1:1º�-�� _un . q �!:�n.i� -�-e:SJ?!-lés__ de l a: captu_r� .�e .A.-t��� �!­ pa, e n plena guerra civil entre españoles, l a s muj e re s de p ie l morena dan m u e s tra s de terror de que sus homb re s blancos m ueran en batalla. En la guerra de Chupas entre el hijo mestizo de Almagro y el nuevo gobernador Vaca de

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Cas t ro ( 1 5 4 1 - 1 542), había en el c ampamento muchas' seño­

ras de l a nobleza cuzqueña, las pallas, « por los españóles muy queridas y ell as teniendo para eón ellos el mesmo amor», cuenta Ciez� de León. Las indias se deleitaban'«por · andar en se.rVicio de gente tan fu e r t e y d e ser cumblezas de las mujeres legítimas que ellos tenían en España», aña:ae� V i e n do que llegaba el final de la guerra y, « barruntandó la m ue rt e que por ellos h¡¡ibia de venir, aullaban gipüend9 y al uso de su país andaban mesándose los pe ios de una parte a la o tra».4 Lo cierto es que los e s p año l e s tiene éxito cori la s muje'­ res del Perú, y si no, se ap ode ran de ellas por su imp e rio y v olun t a d ; Nadie se c onforma con poco habiendo tanto. El c ron ista lo describe sin ambages: « As imis mo dabáñ..muje­ res pa ra el in c a y para el $01. Pero �n much� más can tidad la han dado a -los cristianos o se las ·han tomado . elfos:- los sol t e ros para estar amancebados con e ll as y si son casados, para chinas 5 de sus muj eres..· y a ve ces para mancebas de ellos y de otros. Negros y mes t i z os y an ac on as todos. son incas en cuan.to a tornar mujeres, salvó que, el inca Aªs ..to··

4. Pedro Cieza de León, Las gue rras civiles del Perú. La gut-r:;ci . . del Clmpas,' Madrid, 1 906. 5. Chinas: mujeres indias o mestizas de servicio o. de baja candi· · '' .. ción social.

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maba para. tene rl as encerradas y honestas y bien ocupad.c.s · ---Y-ill.� :tit�ni d.;\!! Y. fl-l p r�§.�rite pª;r_a.JQda l�_-9..i?..Q.Ll!�iQn _m� -�� · puede imaginar en todo g�nero d� vicios; Y aun- además de las que andan de esfa manera, qu� son por cada una de l�s del inca, :rrii l, tambi�n algunos encomenderos tenían, y al­ jgunos las tiene11 hoy, sus casas qe encerramiento de m uj e ­ res como las del inca, c on la mejor guarda y recaudo que > podían para sati sfacer su sensualidad, a l_o cúal ha aprove­ chado mucho y se va pe rdie n do aquella .costumbre con man­ d a rs e casar a lo:.; ·encomenderos», escribía veinte anos des­

_pués de la Conquis.ta el licenciado Fernando· de Santillán .' Como eri otras partes, fueron los varones 'indios los prin­ cip a les perjudicado s . ·«Muchas indias élejan a sus maridos .indios o 'aborrecen y de s amparan a los hijos que de ellos . paren, viéndolos sÚje.tos a tributos y s e rv c ios persop. ales , y d e sean� aman y regalan m ás a los que fuera de matrimo­ nio t�eñ.e!l �on ef.pañoles y aun con negros, p9rq�,e .l.o s del tq:go. Y:.� xentos, lo cual �stá c laro que no 's e deb e nin a república bien gobernada», escr�be So­

i

v<;n

libres perm·�},ifen g{�n ló riaiib 'P.ereira.�

A ffnes del siglO xvi: Huamán Poma de Ayala ppserya qu� las inaias se vistdn como españolas, «traen.faldellines, m an­ gas, �§t\nes: y �airiisas » y que « ya no qui ��en casa�se con . sus igu:.'l:les indios » . « El caciqu.e 'prineipal viene a casar a sus h ij a s y. .herIÍianas con m e stizo s y ·mulatos. ·CÓO?-o" ven a fa cabeza y a las demás se hu elgan . de parir mestizos, ya n� quien:�� casar:s� con los in di o s, y se pierde el rein o . » a. El amancebar.níento rel a) a las r·�faciones familia.res, in­ ven ta un nuevo caos .en Ia, fili;¡1,i::.i(>n, .impQ.ne.: t1n ..9.�.�.or.4en · en. l� sociedad, que alarma a obispos y .virreyes: .inútil preo­ cupación. El atrac tivo que tiene e l sexo más libre en la .mue-­ lle soci�dad1 ccilonial es demasiado poderoso, ai ·punto de ' qué p ervivirá hasta nuestros días: 9 en el siglo xvr las me" didas que se intentan no tienen · ningún e fect o ·teal.� El -vi­ rrey _ Francis'co de · Tol e do apunta que es .tanta la· libertad 6. Fernando.de Santi.llán, RelaCión del origm, descendencia, poÚ­ tica y gobiem'o fie los inca�, Asurié:ión. de! Paraguay;'J9.50 .. :.:' . ._ ; · 7. J uan de Solón:ano Pereí'ra, Política. indiana, .Madrid, 1 930. 8 . . Huamán Poi:na de Ayála, La nueva crónica y t!.1:i�n gobierno,

Lima, . 1 956.. ::, ..

,

.

;

.. ::'.'i:�!i:12 :::;.L;,�::_: ·;·.

9. Hace algunos años el gobierno p e ru ano se vio .óbliga:do a la'n., iar �a campaña publicitaria en · favor de ··la �ternidad responsa­ ble• ante el escanda!o�o aumento d¡: hijo� de padres .desconocidos.


con que se vivía. la lujuria que ca.-;i nó. se tenía por. i líc o ' el amancebamiento. Bi.en pronto. 'me·stizos y mestizas · se.unen a e.s tas cas non sanctas, en ·un clirri a social de permisiVidaµ y t�l �­ rancia. El presi d ente de la Audiencia de Lima y- p acifi ca do r del Perú Pedr.o de La Gasea, cuando . decide .envi ar · a · dos hijas m e s tizas de Juan y Gonzalo Pizarra e n 1 549, le expli­ -ca al rey sus razones: las mestizas, dice, « sue len tener e l ánimo que de e spaño l as here dan de sus p adres, para hacer lo que se les antoj a, y el poco c ui d i do de su honra que to­ man de sus ma dre s » ; Peligrosa me2:c;:la para la salud moral que en la socie da d petuana querían imponer. . en vano -las auto rid a d e s . Ni clérigos ni mo.::j. as e sc ap an de la l i éen cio s id ad gene­ ralizada. A fines de i 592, el chantre de la catedral de La Plata,1º eleva al rey de Espaiia un m-�rnorial que éste le . ha­

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bía �olicitado sobre la situación . del dero en su jl,lrisdicción. ;l;:l doctor _Felipe Molina enume:r:a una larga ·s � rie de irr·egu· laridades cometidas por los rel.igid sos altoperuanos; pero cuando llega. al «monasterio de· .monj as de ésta dud a d 'de La Plata», de.sc rib e una vida de intramuros verdaderamen­ . te He end osa . Las monjas se rob':\n las unas a las . otras. ·:y . se ap rop ia n de los objetos de valo r d e .lá sacristía. Esto pa� rece escandalizar; más al chantre que el hecho de qµe ;aa p riora ... . estaba preñada» y de que <<en · e1 pro.ces o · de " e·s:tt\ causa y �n tes .de ser concluida· abortó artificiosamenté'.�·:· « Ot ras dos monjas ... pocos d ías <intes habían parido ��nlrn· b erles aprovechado muchos y va;rios remedios· que �.pliéa­ ron para abortar.» En el « dí a del b a utis�o de uno [de .los hijos de las �onjas].hubo r.e gocijo ..en la·reja del'comt!lgai.o­ rio con merienda, hallándose pres ente a ello .'el· p�dre.-.d,�l · bautizado>;. · La priora, denuncia el chantre Nlolina, · « era. :rnuy fea.», por lo que a fin de. �traer a sus am antes Y Hegaiar {a] los que amab a », ·Se dedicaba a explotar 'vilmente el t rabajo de las o tra s monjas de modo"·« que cociesen y l ava s�n �a ropa blanca para los hombres con quienes tratabú,. ról:>ándo1es .

hasta el

alimen to.

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. La s itu ación no es má� e d i6c �te �ntre lo� :frailes . espél;­ ñoles de las doctrinas, enc a rga do s de catequizar a los jncJ.i­ ·genas. -El ama..'1cebal.lli ento d e . los r«Hgipsos-<;or¡: sµs¡�ca:�ecú-­ menas es un hecho harto frecuente. Hay curas, diee Molin�; . ·: . �:.. . , :. .

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La actµal. ciudad de Sucre., .Boliviá:

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« que están criando [a sus hijos) públicamente. O tro, que es····tando con hastío de las mujeres orJinarias. entre indio? y buscándolas doncellas » y no halhndolas « dio en desflorar n iñas, viniendo a morir a lgunas por ser de· muy poca eda d » . Los frailes actuaban a su capricho merced a la pasividad con que los indios soportaban los desmanes de l os curas: « Estos vicios en que viven en sus doctrinas -dice el chan­ tre- son impunidos, y aún más, permitidos, porque los fo­ dios jamás se o�an quej a r. » Semej ante actividad sexual d e los sacerdotes n o era, con t odo, gratuita para ellos. Los frailes están «hench idos de bubas y públicamente se curan de ellas en esta ciudad fue­ ra de sus conventos, donde yo los. he visto en funciones. Y unos c ojo�, otro!.i sin narices, vienen a esta ciudad a. nego­ cios que t i enen . . . y solos anda·n negodando pq� la:·Ciu(!¡;¡_d, plaza y tiendas c omprando cosas y a veces muy indecentes a l hábito, apeándose para esto en la plaza y descubriendo greguescos 11 de color y con pasamanos a vista de todos . ». Es decir, que amén de libertinos, coquetos. · No contentos con las. indias. los frailes ·van « donde les parece como exentos » , también "ª casas de mujeres ..sos­ pe;:hosas. de mal vivi�. Y finalmente andan como potros de­ satados y dados a su libertad. Y muchos de ellos, bueno s religiosos se hacen muy malos doctdnante.s y curas, sin que­ darles muestra dt:; religión ni aun de cris tianos más que el hábito ». Pobre ejemplo para los indios que tenían que « adoct rinar y c iviliza-r». ·Se�ejant.e abuso gen era Üzacio de. las mujerés de la tie·­ rra contribuyó, 1.1.n?- vez más, a la decadencia y postración del mundo i n dí gena masculino.Los hombres aborígenes no s0lo se veían despojados de hembras para reproducirse y formar sus fai:i:iilias. También este he�ho ·mismo era prue-" ba inequívoca de su impotencia y de su incapacidad para proteger a sus mujeres, para atrae,tlas y conseguir mante­ nerlas a su lado"" para poder ·prbyectarse ·a o tras genera­ ciones. Es to ocurría medio siglo después de la llegada d e los es­ pañoles al impe rio de los incas. Ciento cincuen ta años más · tarde, los 'Viajeros españoles Jorge Juan-y Antoni�rde ·Ul loa 11 · ..

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1 1. . Greguescos: ca[zones muy anchos que estuvieron d¡ moda en · . el siglo xv1;1 2. Jorge Ju an y Antonio de Ulloa, Notic'ias secretas de ·América: Madrid, 1 988. Edidón facsimilar de l a de don David B arry, Londres, 1 8;!6. Los autores, tenientes de " navío españoles, parti� ip�r?_i:\'. }__T .:�. .

� 230


constatarán que la situación no sólo no había cambiado sino que incluso se habí� _ agr ava d o considerablemente:·-· ' �<Entre los vicios que reinan en el Perii. .:....:apiint.an-, el concubina to , como más escandaloso y ;m ás .general, deberá tener la p rim ací a . To� os están comprendidos ,�n él, �µro­ peos, criollos, solteros, casados, eclesiás-tic_ós seculares y re.guiares.» La si tuac i ón que de nunc ia b a un s i glo y m.edio ántes el virrey To l e do permanecía igual o pe;·r. «Es t� común.el vi­ vir las gentes de a quel los países en coqti�uo anian�e'ba­ miento, que en)os pueblos peque ñ os llega .a.hacerse punt9 de. hono r el est arlo , Y así, " cuando algún forastero de los que llegan a eUos.y residen algún tiempo, no �n.tra en'.la costumbre del país, es no t a do y su cont;riente se"atribuye: no a v irtu d, sino a �fecto de m iseri a y de economía creyen­ do que lo ha·c en por no g asta r. » Lo dec ía n por experiencia: en Quito, ellos m ismos fueron preg\lntados· por el v,e c inda­ rio por sus concubi nas, y. cuando resp ondie ron que vivían ·

·

sin mujeres,_ los lugareños quedaron estupefactos. . El estado en que viven los religi osos escandaliza a los marinos españoles. Sus descr ip c iones super:an con. crece� a las del chantre de la cate dral de La Flata. «Los co nven tos -escriben- están sin clausu ra y así viver:i io� reÜgio.sos e� ellos con sus concubinas dentro de la:> ce ld as , como aque­ llos que. las mantier.e·�1 en sus casas parti<;:�lares, iinitando

' exactamente a los hombres casados. , »Es t an poco o tan ·ning un o el cuidad9.qué.p9nen e st�� sujetos en d isin{ulat esta cÓnducta, que parece'.que· hacen ellos mismos aiarde de publicar su incontinencia. Así lo dari a entender sien:ip�e que viaj�:q., pues J1ev�ndo c:onsigo la cop.� c ubina, hijos y .cri?dos van publicando el desorden de su vida.»

No sólo · eso : los b astardos de los re l i'gios�s he re da� . � o­ cialmente los títulos honoríficos de sus pa dre s, sin ningtJ.J.1ª vergüenza. G rac ias a· esto , en Quito se ven « una infinida� de provincialas de todas las religio.nes pri or�s, guardi?nas." lectoras», porque «los h ijos conservan siempre como títÚlo de honor los de la dignidad de su pad.re y e� públ.ib·:ca·�i

.1 .. .

diados del siglo xvm, de \ma e xped i c i ó n francesa dirigida·por Charles L.a Condamine, cuyo propósito era efectuar· mediciones más e'xada� ·dci gi_obo terrestre, P:asaron once años en América del ·sur y:' aparte de sus investigaciones Científicas, rindieron un informe·secretó., en­ cugado por el marqués de la Ensenada, sobre la sitJ,lacjón de. las co­ lonias que visitaron y e,n las que vivieron. 231 ·� . .

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no son conoci do:; por otros». A su vez, las concub i nas ·se ---contagian del prestigio .social.;¡_de.la ai�toridad�de_s_us_hom� bres qe sotana y a 'la gente.de los·puebios «avasállanlos y t rát anlos con menosorecio o [los] reducen a la vida servil como si foeran sus �l'opios doméstic�·;,,. De Ulloa y Juan sólo exceptúan de su generalización a los jesuitas:· De -los demás, «apenas hay uno que esc�pe de este desorden». Cuentan que en una ocasión :fuéron «a uno de aquellós conventos» a despedirse de algunos religiosos qüe habían· conocido. Cuando llegaron a la celda del primero s e encon: traron con que había allí «trés mújeres mózas··4e buen pa­ recer, un religioso y otro que . estaba en la cama accident a:.:· do.y fuera de sentido, al cual íbamos nosotros a.visi�ar.-�as, mujeres lo sapumaban y hací an algunas ot.ras diligenci ás . para que volviese en sí». Pqr un'>. de los fi:ai les ..se-�ente.r:"ii:roh "de que una 'de esas tres jóvenes era manceba del accidenta­ do. El día anteriór habían tenido uria rencilla conyugál, ·por 19 que lá copcubi_I),a del cura , para fastidiarlo, fue' a pára ' rS'e delari:te 9-� la i gl i�i a donde el religióso estab a pre.dicanclo. El fraile montó en cólera y en pleno ataque: dé fr"a s� cay6 . del púlpi to y qué'dó in consciente: Las otras qos �ujeres, le· informó un t ercer religioso, 'eran la hembra del superi or . ·de. la comunida� y la suya propia. «Lo que 'se hac'e más notable -escriben- es que ·1os con­ vento$ estén reqL'.cidos a públicos burdeles, c�rno sucede en los de las pob)ciciones cortas y que en las grandes pa·seri a ser teatro de abominaciones inauditas y execrables· vicios.» Los Gil.ras de las parr9qui as ·no se cómport�ban con ma­ yor castidad. Lo�; autores de las Noticias secretas de Améri­ ·-ca cu.entan que el párroco de·un pueblo de la provincia de . Quito llevaba una vida ·tan escandalosa"·que la s quejas Ue: garon al obispo. Cuando lo llamaron para reconvenirlo fra­ ternalmente, el cura le dijo.a sq provintial;<qtu�·si n"ecesi� . taba de} curato pafa algo, sólo eFá ara manfoner· a :SUS concubirias 'y para enamorar; 'pues por lo-que tocaha a :su per s o�·a con un saco y una. ración de refectorio tenía bas­

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tante pa,r:a vivir.; y as1 ·que si intentaba prohipfaiJ,e las d)v�.f" siones que.t.'enía podía guardarse el cürato, qUe"iio'IO'nece­ sitaba para nadép>. El Fesul tado -añaden l_o·s eronistas-:fue que el religioso. volvió al pueblo «Y continuó e:rp¡µ. perver.ti"..:. · · 7 " n•0·q;»; ·;;::n..·1 ..-_· ·,;.· "·J,\J c::.,;<ru. ra me ....... � "1-·•.. .. V'"-"p .,;sm·o '-!U.'d.,· ,,;da l.-. .,..,. J..J.!-.J. 0 r p 1 1dÍa ño llevaría. '{ina vida mucho más c�sta"-qi.ie '�l '.-t:ut�� Otro saéerdo�e que conocierqn los viajerós, hombre que «pasaba-ya de oc)1en t a años», hacía,.no obsttlnt�,·!�:v:ida;n;ia-.. �

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ridable con una co nc ub ina moza y de buen ·paree¡;!, q._t!:.s.ue_r­ te que és!::!. se cor�+ndía con las hijas del religioso teni da s en otras mujeres� porque ésta. era la cuarta o quinta.que había conodd�.de a s iep.t o. Y como h ub iese tenidoJ;iijos en casi todas, era un enjambre de ellos el ue habíá, unos ·p·e� it, queños y o tros grandes». Lo que.no dejaba de terier ven ta­ jas para el c ura pues tenfa en su p r cle muchos acólitos par� celebrar misa -Los curatos eran, sobre todo, un e x cele n te negocio des­ de e;l punto.de vis ta económico-rernltan De Ulloay Juan­

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por la explotación inmisericorde que hacían ck la fel igre sfa con ·misas, bulas y otra s ceremonias pagadas, y un me-. dio de conseguirse abundantes muchacha�jóvenes de cama y servicio. En la jurisdicción de Cuell,ca (actual Ecu a dor), un cura se p rendó de la hija de un cacique que era.particularmente herm·osa. La había solicitado de amores·muchas veces pe ro siempre se había en contra do con.el re_chaz� de la acloles" .cente. De modo que Ja pid�ó a su. padre en matrimonio, as�­ gurándole .que iba-a :.. eq uerir una dispensa especial a su obis-

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po para po der contraer matrimonio. ., El pkaro cura envió' a un men saj e ro con <;>.tra finalid�.d cualquiera a llevaFle papeles ·a su o bi spo y, mientras ta!ltO., fraguó una falsa en que suponía qu�. aquel pr.e.l�­ do le daba licencia para que se desposase. Tan pronta cp o regresó el mensajero l� mostró al cacique la supuest a aut.o­ riza.:ión para casarse. Aquella misma n oche quedó hecho e l fingido desposorio y el te n i en te ·de cura hizo la función <le párroco sin conc urrenc � a d e m á s testigos ni otra cir� cunstancia , porque dio a en t ender 'la malicia de que para tale s casos no se necesi tab an y desde entonces ,quedaron viviendo juntos» (el cur a y fa hija del <;:a c ique) Después de muchos años, y cua n do eI sacerdote ya ha­ bía tenido vario$ hijos con su faisa esposa, se descubrió el enga ñ o y lo� -superiores del religioso lo cas ti g ron deste­ rrándolo a otra jurisdiccipn. «La desdichada india que dó cargada de hijos y el cacique, lleno de pesar por la burla que le habían hecho, murió en breve tiem p o vini endo a re­ caer la mayor part e del castigo sobre los que no habí an te­ nido otra c ulpa que la de haber creí.:io en las palabras de ·i.m sace rdo te» dicen. La celebración de fiestas orgiásticas era un hábito c o­ mú!l en tre los cur?s. A Jorge Juan y Antonio de Ulloa nada _les parece más rep ugnan t � al punto de que imaginan· que

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se trata de «invenciones del misn10 maligno espíritu». Pero -·no: ·son -invenciones-de-los·-ministros-dd-Señor:---·-· ·---· - · Ellos costean, organizan, participan de las juergas. «y· juntando a sus concubinas arman la función en. una de sus mismas casas. Luego -que empieza ef baile em riieza er'de­ sorden en la bebida de aguardiente y mistelas y, a medida que se calientan ias cc,ibezas,- va mudándose la diversión en deshonestidad y en. acciones tan descompuestas y torpes que sería temeridad el quererlas referir o .póca cautela el man­ char la narración eón tal obscenidad: Y.así; dejándolas ocul­ tas en la región del · silencio, nos contentarem<;>s con decir que toda Ja rriqlitia con que se quiera discurrir sobre este asunto, p or grande que sea, no llegará a penetrar el abismo en que se hallan ern;:enegados aquellos .pervertidos ánimos, ni será bastan·te·para' coiriprenderlo: tal es el-grado de-exce­ so a que llega aJ.lí" ra disolución y la a�senv.oltura.» La sociedaq dwii" sigue ·pautas de libertinaje parecidas, al punto de que, como -:se sorprenden 10s marinos. no hay prostitutas. en el virreinato del Perú: es tal fa' liviandad y facilidad, GOn que tas.mujeres se van a la tama con quien les place, ·que las rameras se moti rían de :hambre. Para azo­ ramiento de los cronistas españoles, la virtud de las muje­ res peruanas GOnsj�te, simplemente, en no acostarse .cc:i todo el que pase y las re quie ra sino con los que ellas. eli­ gen. Algo demasiado-disoluto para la puritana rnord de la época. ,.

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EL PARAÍSO D.E MABOMA En la p rim ave ra de 1534 las multi tudes se amontonaban de­ lante de. la _Casa de. Contratacjón de... Sevilla puñando por e ntrar y poder ver lo que allí se exponía. En la c iu dad no se hablaba de otra cosa que de l fabuloso tesoro de los in­ cas, pagado por Atah ualpa como precio a una libert a d que nunca le l legar ía. Ante el esp ect áculo del qro y la plata exhibidos en la Casa de Contratación, los sueños y del irios. de riquezas y fama que podían conseguirse rápi damen te en las Indias volvieron a reve rdecer en la mente de muchos españoles y de algunos extranjeros que habían he ch o de la aventura militar su p rofesión. En esos mismos días una poderosa exp!!dición se apres­ taba en el puerto del Guadalquivir para lanzarse a las tie­ rras del río de Ja .P lata, en el meridión ameri!==ano. Hasta el nombre.resultál;>a prometedor. Más de dos mil. español�s se enrolan en ella j un to a un centenar de (llem�nes, hol aÍíQ.eses y a1,1striacos. Otros miles se · quedan .en tierra fr.ustrpd.os porque la empresa no admi­ tía más soldados ni tripulantes. Dieciséis· n ave s se encarga­ rán de llevarlos a las Indias, al mando de Pedro 9e Mendo­ za, biznieto de l primer: duque del .Infantado, guer.r.ero eon experiencia en las campañas de Italia, donqe había·pillad.o riquezas en el saco de Roma. Entre los e x.tranjeros viaja un sol da do de fortuna, Ulri· co Schmidl, bávaro, que ha llegado de Amberes para engan­ ch.�.rse .al.a exp�dic¡óIJ."Y ·que, treinta años ·más. tarde, va� · esc ribi r el testiinon�o dir�cto de sus -, avent ura s.' .. x ·

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1. Con él va uo o.scuro soldado: Rodrigo de Cepi;da, hermano de santa Teresa de Avila y, por tanto, como ella, de origen judío conver­ -'-so. Ambos de niños habían _intent�.do f1:1�a�·se a tjerr;i.s qe,m!_:>hQ�.:.,.....:,-.,. -··

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Mendoza, capitán general y adeiantaaó del Río de la Pla--�ta, -no es -�l mejor- je.fe-posil:>le.-Ti_ene-unos -treinta--y.-cinco · l:li1os de edad, pero está enfermo de una avaJ?-zada· sífilis que lo tiep e a mal traer, recuerdo, seguramente, de sus aventu­ ras g;i.lantes en 1talia. Las expectativas sobre la e xpe d ici ón 'son enormf!s:. la ma­ yoría cree que en el Atlántico Sur, por un "río que allí de­ semboca, se puede llegar a la sie:rra de la Plata sede proba­ ble de_ otro x:eino poderoso comparabk al· pe Méxicb o al del Perú. La Corona quiere darse prisa en totnar posesión de esas fabulosa·s :tierras, ante·s de que .lo hagán ·lo s portu . gueses, · desde Brasil. · Otros exploraqores ya han.andado'-por la r.egi�J;l y· su.ad­ versa �ortuna, en vez q� d arle a aqueU;i. i_qn� :I�:r.flala, fama que se merecía, no ha hecho m:'.ís que inflar:siL111itólogía. Juan Díaz de Solís. el p r �me r o en 1516 descubnó el enorme río y lo bautizó n:ar Du1ce, antes de q�e ios indios charrúas, que habitaban el territorio del -ac tual Uruguay, :lo captura ran y :�e lo comieran. Luego, Hernando de. Magallahes, _en su periplo a:lrededor del · globo pasó junto al rebautizado río de··solís.; U:qa:expedici6n que· d ebía jr a las !v�olucas eri .1526, la dirigida por Seb.astián Caboto.o Gab�to, �e internó por �l río de Solfs, después de que lós portugueses de Per­ nambuco 'le .aseguraran que por allí se 1.legaba a 1a sierra de la P l'ata y a· las posesiones del Rey.Blanco: :En el tío Pa­ raná, uno de los tributarios del mar Dulce, se encontró Ca­ boto err1528:con Diego García de Moguer, otro español q1)P. ve ní a con su flota a explorar. Juntos nave garon a la bús­ queda del Rey Blanco hasta ·negar al norte de la l:i.ctual Re­ pública d�l Paraguay por el río··hbmónimo:-·Sólo hallaron hambre, indios belicosos y ün dima tórri­ do y húmedo, alimañas', insectos torturante!?. No o bstant e lo cual, regresaron c'onvenddos de que, en alguna· parte,. es­ taba la sierra de la Plata, el Rey Blanco y un rnitQ. añadido: la Ciudad de los Césares.2 Si· en' 'lugar de estas· fafüaS'ías ,

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• . ::� :.:;:·;;-�:::�,,.� -.i . ;:. -�-·· 2. Un g rume t e <l•! la expedición de Caboto, Gerónimd .R ome ro , s'e· quedó a vivir en tre los timuúes. _S ie te años más tarde,· la expedición de Mendoza lo recogió. Éste y cios hombres más que ·queda:rori en·Ias cercanías. según'Fernández de Oviedo, Juan de Fustes·y Etor'dc Acu· ña, fueron quienes �egur'1-m-::nte iniciaron en lu región el proc.eso lle· · profuso mestizaje. La Ciudad d.e los C ésares era un -_mito· inventado -· a partir de las noriciis de Francis·co César, enviado por Cabo to tierra adentro a ·e xp lo rar y que llegó hasta.la actual provincia árge1ltina ·de . .,, . C órd oba. - -----


hubiesen couoci do la patética verdad, ni aun vacfando las cárcele s andaluzas habrían conse�uido voluntariós -pa-r�i=i� . aventura en el i:ío de la Plata. --··· En agosto de 1535 la flota de �edro de M endoza pone rumbo a las islas C2.narias. Cu an d9 atracan en Las Palmas, un prüno del �3::F·itán g en e ral , Jorrie de· Meildoza, r ap ta a una fü]a de com e rci ante canari� con la que andaba en amor�s y la mete a escond i d as en su nave. Al la mañana siguiente p arten y Jorge cree }iabé� conseguido su obj et ivo . ·

�ri'rfr:o

Pero una fuert� tempestad obliga al .barco a régr�sar a puer­ to. Allí lqs est án esperando los canarios, que, ent e rados del rap,to, los reciben a .c a ñonazos. Después de horas de neg o­ ciaciones, Jorge de Mendoza consigue eludir su entrega ·a las autoridades, aseguran d o que ya había yacidq con l a ca­ naria y que quería· casa rse con ella. A:sí se hizo. Pero lapa­ reja tuvo que quedars·e en La s Palmas. por orden ·. del a�e­ lantado, que no quería a bordo a semejante do.qjuán. ni � su flamante esposa, pese a.que en la �xpedici�n iban ya al� gunas· mujeres.. Cfoco meses más tarde, a comienz�s de 1 536; la·'flotá avis­ ta la ribera izquierda ·d el río de la Plata, dond� ·soiís .había. sido me rendado por Jo s charrúas. -�Iendoza ordena· se'g-i.ifr viaje hasta la orilla opuesta y allí fonda una' población" a la que bautiza con el no m bre de Puerto·de 'Nu.��tra. $eñ9t.a.. Santa-María del Buen Aire, una advocación ita:Hana, .patro� na de los navegantes. Los indio� querandíes, cazadores y pescadores nómadas que .vivíau pot°las inine,9.iaci'ones, i.Cis · reciben pacíficamente. Con to.do, la col oni a se enfrenta a duras dificultades . . L¡;i tierra no ofrec� pied ra s ni .. tnaderas para construir . . vi�'ien-. das y hay que optar por-el adobe y la paja. La caza es esca­ sa y, paradóji�ameutc, la que luego será ubérrima.pampa:, no les da alimentos fácile_s de conseguir. Mendoza manda µna nave a Br�si1 a bµscar prqvisiones_ y ot;-a en dli-ección ·al ·norte, por el ríó Paraná. Esta'úitim·a �xpe<;iición fon.da,. cérea de la-actuar ciuda d c;le Santa Fe, l a población de Cor-

pus Chrlsti.

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Mientras tanto, los in�i.os. querandíes, que .�ab ían ,prp� visto a los extranjeros con pescado y carne, ··a�sápaie�eri súbitamente. In dignado , el adelantado manda a tres. espa­ ñoies· para que vayail a exigirles··1q· en trega de.alÍmeñ:tOS.­ Pero los aborígenes,. lejos de· amedrentarse, los muelen a palos. Don Pedro de Mendozá decide, e.ntonces; darles un� _lección def:initiva y envía a sus h�rman.Ós Jorge y Di�g�,1�0·11


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trescientos arcabuceros y treinta jinetes para que «mata· J.:an, _de_s!ruyernD y qtH.i_Y<lrªr1 ª.Jo.�_.1wmb.rnd.o.$._q_µer:;i_n_d.l�s. ocupando el lugar donde éstos estaban. Cuando allí llega­ mos, los indios eran unos cuatro mil, pues habían convoca­ do a sus amigos», relata Schmidl.3· Una confederación de-tribus vecinas se opone a los es­ pañoles con bravura. Frente a los caballos, los indios. te­ nían un arma simple y efkaz que empleaban para cazar gua­ =-iacos, 4 avestruces o venados: las boleadoras.� Cori ellas .y con sus arcos y flechas mataron a los dos parientes del ·ade­ lantado y a veintiséis capitanes y soldados. según Schimdl. Los españoles no consiguieron ni un solo prisionero,. pues· los indios habían escondido a sus mujeres y niños... A los pocos días Jos aborígenes comenzaron el asedio de Buenos Aires. El hambre volv_ió a· b._ace� 0e�t_ r�go�_e���e Jg� españoles, que acabaron comiéndose «hasta los zapatos y cueros»� y a sus mismos compañeros que iban muriendo. Hombres y mujeres en el precario fuerte del Buen Aire hi­ cieron. prodigios de valor y resistenda. Pero también los indios fueron víctimas del hambre y, fina)mente� abando­ naron el cerco. Enfermo y abatido, Pedro de Mendoza resuelve trasla­ darse a Corpus Christi. Otra v.ez ·la falta d� alimentos vuel­ ve a hacer estragcs entre los españoles, mientras la enfer­ medad corroe a su adelantado. Desde la fundación Iylenq_ozé,'\ decide enviar a su capitán Juan de Ayolas haci_a.el norte. É! regresa a Buenos ;\'ires resignado a su desiino, .deseosq de ir a morir a España. Pero el noble, cubierto de diancros

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3. Ulr co Schmid!, Relación det viaje al no· de ra-Plaia, en Alúiici· · ··· ne� en América, 1985. · 4. G anacos: camélidos (Lama guanii;oide) pe rte necientes a la mis­ :ma famil i a que las llamas, que habitaban las ll¡rn1:1ras pampeanas :y cordilleranas, presa favor-ita de los indígenas cazadores de Ja regi_ón. . 5. Ingenio.que cc:nsiste en dos o tres ramale s de c e réla por un e·icrremó que en el otro t i enen' bol a dé. . . .El cazador hace girar p o r encima de su cabeza las cuerdas y las lanza con precisión hacia el objetivo, por lo general las patas de guana�ol'. avestruces o, tras la llegada de los españoles, caballos. Las c_uerdas

u

Madrid,

uiia.pesáda

u

unidos pfé<lra·

con las bolas se desplazan por el aire gi'rando hasta que, al tropezar con el objetivo, s� enrollan en t orno a éste, tr.abarido al animal e inipf· diéndo le continuar la c a rre ra. La única defensa contra e s ta . arma es .. entrenar al caballo para que aprenda a galopar bole.ado, c_omq hacían los gauchos p�mpeanos. Una variante e_s la bola -pc;rdida,-que--tie !1e . un solo ramal y una bo la que :.e usa de modo parecido o bien como . objeto contundente para golpear la cabeza del ;:i.c!ver.�a,.rio: . hmic;E, op. cit. 6 . . Ulnco Sc · ,;_

-:-.-238


pa­ tria: m uere en alta mar .y su cuerpo asaeteado poi' la.�nfe�­

y aquejado de horribles dolores, nunca volverá a ver su

mcdad es arrojado a las aguas. Sus dos úlqmos· m e ses· de· vida los pasó a bordo qe su carabela, mar y soñando_ con lle ga r. un puerto imposible.·�abía per­ dido toda su fortuna en la malhadada empresa. Juan de Ayolas queda al fre�te dé la h ues�e. H c e re­ cuento de los hombres de que dispone y compr ueba que son sólo quinientos sesenta soldados de los más de dos mll que habían embarcado; los ot ros habían perecido a lo largo de los primeros cinco meses. Remonta el río Parariá en busca de b a stime n t as . I;:l an­ sia de honra y riquezas, para estos hom bre s, ha quédaqo por el momento en un se un do ·plano. Lo's acucia el ham­ bre, sobre todo, y las flechas de los iridios. No encuentran ni siquiera mu jeres atractivas como consola�ión. Sch!llidl apunta escrupulosamente su·valoracién erótica de las hem­ bras indias con las que se en cuentn¡.n en el viaje: «Las mu­ je res son horri ble s y, tan to jóvenes co mo viejas, tien e n la parte baja de la ca ra llena de rasguños 7 azules», dice de las timbúes. De las corondaes repite algo·similar: ·«Las mu­ jere s [son] feas», frase que v u elve a rei e r ar con respecto

a

zangoloteado pÓ��á a

g

t

a las m oco ret aes. Los chanás «son bajos y gruesos y no tie· nen más comida que c a rne , p escad o y miel. Las hembras llevan sus vergüenza� al aire: todos, hqmbres y muj.eres; an­ dan cqmpletamente desn udos » . Las o b se rv acione s del bá­ varo giran obsesivamente en torno a Ja comi da y al sexo.

Por fin, l lega a tierra d� los agaces�- ya sobre l.�� fiberas de río Paraguay, en la actual provincia argentina de For­ mosa, y d escu b re con satisfacción que «los hombres y las mujeres son hermosos y altos; las mujeres son lin da s y se p int n la cara». Pero se lamenta de que, durante el comba­ te con ellos, los indios habían «hecho huir .a sus mujeres e hijos . .. de tal manera que no pu dimos quitárselos». Siempre en dirección al norte,..los conquistadores· .s�.en­ cu e n tran , en lo que hoy ser-ía territor io paraguayo, .con otra etnia indígena q�e, inicialmente, los llena de �.l�gria: :los carios o g uaraní es, indios agricultores, además de.pescaqo·

a

a

res y caz dores en cuyas tie rras abu.n d an los alimentos.

Cierto es que tambiép. ·descubren que tienen hábitos antro­

pofágicos, ya que se comen a..los prisioneros después de e.e-

de

7. En reali<lad, cicatrices a modo de tatuajes, �on introducción colorante. .....1.. 3,9••


ba·rlos. Pe'ro, 11e . vados por la necesi da d; los espafioles ha­ rán, una vez mús, la vis.ta gorda an te el c á.nibalismo, como lo habían. hecho ante·s l05I1órnbre·s·-d;;-e:·a'i-téSTrente a-sirrti�-·

lares hábitos deJos tlaxcaltecas. Fieros guerreros, los gua ran íes se atrinchernn detrás de Lamba'ré, 8 una .ppblación fortificada con eµlpalizadas do­ bles y fosas-:trampas disimuladas para que en�ella cayeran

los enemigos. Los cristianqs·hambrientos �os exho r tan a hacer la paz, «pero no quisi e :-on hacer ca so » . En la refriega, los· carios descubren el m is te rioso efecto, para ellos, de la.s armas de fuego y huyen despavo ri do s hacia su pueblo. Dur<:\nte dos días se defienden valientemente, · pero vien'do que, tarde o temprano, los ext ranj e ro s iban a pen etrar en su fortifica­ ción para apodetarse·de sus mujeres' e hijos, ·d�dden pedir --la paz. En lqs siguientes cuatro años los guaraníes serán. Jos principales ·aliados de lqs españoles. Para .sellar la· alían.za, Junn.deAyolas r� cib e como presente «Seis m uchachitas,. la mayor .como 'de dieciocho anos>i y «a cada hombre de .gu'e.­ ira .dos mujeres para que cuidaran de no�o'tros, .cocinaran, . lavaran y atendieran a todo cua nto más nos hiCier� falta>�-� En.ningún otro sitio de América l os indios empleab�n a las mujeres como objetos de intercambio 'en el mup.do mas� c ulino ··con tanto entusiasmo como entre fos guaraníes. Schmidl no puede dejar de· sorprenderse de que .«�l padre vende a su hija; lo m ismo el m a rid9 a s1.1 mujez: cu�:gdo no le �usta, y el hennano a :la hennaria;. una muj er �uesta 'una cami sa, un cuchillo, una hachuela, u otro z:escate cual­ ·-

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quiera». Los carios eran una so cie dad estratificada en ·la que los plebeyos, Cl com{m; o mboyá,s en lengua guaraxi'í, actuaban como siervos de lc;is señores: trabaJaban .sus tierras,'les cons­ truían las casas, .combatían a sus órdenes en l as " guer.ras . Estaban ---dicen Pedro Lozáno-10 en .«tan est rec ha .suje­ ci ón que n i aun dt.! sus hijas eran dueño s, porque si los caci­ ques las apetecían por mujeres se las qµitabán y las ugre­ gaba n a sus familias. Porque en la poligamia pr o'cedí a h 'con libertad �entíl ica, ,especia)mente dichos cafiCJl,JCS,:qi.1� tenían .

8. Lambaré fue �·ebautizada, un· año después . . Nuestra -Sefiora· de la A�unción, cuando se produjo su fundación formal. 9. Ulrico Schmidl, op. cit. 10. P. Pedro. Lozano, S. J., Historia de la conquista del �araguay, ·· Río de la Plata:.Y Tucumán, Buenos Aires, 1873-1875.. ..240


tantas concubinas como podía mantener su potencia, lle­ gando en algun os el número a vein te y t rei n ta, si.n escrúpu, los en reci bir por mujetes a las que lo fue ron del ·hermano ·di funto , o lo s suegros a sus nueras ». El m u n d0 guaraní parecía la pe sadilla de u na feminista actual. «El agas� o principal con que festejaban los caci­ q ues· :ia ·vertldá'de:personas de respeto a su pueble> .era en" viarles una o dos de sus concubinas. Pero sin e s ta liceneia les era a el las .ilícito a dmit i r otro amante , so pena de pagar l� traición c9n la vida, despeñadas de algunos lu gares· altos" del· río Paraná o a cimas profundas. En la gente plebeya era menor la licencia, n o por más arreglados en materias lúbrica s , ·sino por menos poderosos para mantener tantas .obligaciones.» Las únicas lim.itaciones a· iá l asc ivia . que se ponían er� el inc;esto, porqu� «a -1.:ls madres y he,r:rnaD.<J:S, gu ardaron siempre pa rticul ar respl!to, reputándose.lo con­ trario por u n ,. exceso abominab le » . Por lo demás, las·mujeres guaraníes «de cos tumb re .rio son escasa:S �e sus personas», "dice el e scrib ano Pero Herná n dez. 11 «Y t i en en por gran afrenta .negarlo a nadie·que se lo pida.' y dicen que ¿para qué se lo dieron [a los genita..... � , les]. sino. para aqu�Uo? »'. · Los triunfantes esp añole s . OC�P.arpn en seg�ida el lugar . ac iques y re c ibieron todos los privilegios inhei.e.n: . d e lo s c " tes a su condición: .siervos, soldado:;;, hemhra�·:en abüñd'an� cia: rac i a s a' esto último, l os castell�os empareb.t�róñ"· prqntp con los indígenas, con gran ale,, grí;i. "de ellos. Unos 'y o �ro s comenzaron a tratarse e�tre sí de tobayás, es deCir, de" cuñados. · . Más de un espíritu p�ritano no podrá me no s que escan­ dalizars e. P<?r la publicidad sill' recatos qµe se daba a los amancebamientos: .A lós hermanos de las indias de servicio que los cas tell ah o s tienen no los lfa:nian « he'rma�os de 1p.is criadas o mozas, sino hermano de mis mu j ere s y mis éuña­ d os , sue gros y s u egras, con tanta d�·svergüenza como si en muy legítimo matrimonio fuesen ayuntados a las hijas de los tales indios e indias que así de !;uegro intitulan».12 De este modo se creará lo que en la época se llamó «El Paraíso de Mahoma», eÍ1 reft:rencia a la única ex:periencia

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1.

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11. Pbro. Fráncisco Gonzalcz Paniagua, «Carta al cardenal Juan <le Tavira... », en D ocum en tos históricos y geográficos relativos a la con­ quista y coloni<,ación rioplatense, Buenos Air�s. 1941. 12. Pero Hemández, Comentarios de Á:var Núñez·Cabeza de llaca, Madrid, 1970.

.:..-24

1.


de poliginia bien conocida por Jos eu r ope o s : la del mundo __ islámico_y sus_creenc.ias escato.lógii::.a,s_en_p_ar_ai�9s_c;:.Qn_!J ill.ID::. __

dancia de be llas huríes para los buenos _creyentes, que se convertía en realidad para un punado de cristianos,espafloles, en el cálido y h úm edo Paraguay.13 Y mucho más abundante, según juzga un prespítéro:-_ «Es el otro segundo caso m�y en favor de· Mahoma y.su ..C.9rán, _ ás. liberta­ y aun me parece que usan [los asunceños} de' m des, pues el otro no se .extiende a más. d�. siete ··riíµjúes. y acá tienen algunos hasta se ten ta .. Digo Ilustrísima que pasa así que el cristiano q,ü� és_t�·.é,(?:üe.nto con cu�tro indias es porque no puede tener. ocho·;.)( :e_l .que con ocho porque no puede tener diedséis·::;·:s·t rip'e$<alguno muy pobre no hay quien baje de e.inca y de s·t;i�::� ��:·,.'.. Y su afirmaci9n la refrenda otr9 cléi·Igo; GC?!.i�?:: lez: «Querer contar y enumerar- las indias :q_ii.e,al..pr:-�.S:�!lte cada uno tiene es imposible, pero parécerQ,e:qtie' :J:i!;iy. :C:ris­ tianos que tienen a ochenta y a cien in d i as, é.ntre las. Cl.fales no pued,e ·ser sin que haya m ad res e .hijas,;· hermél;na:s -Y •

·aJl.\l�st':ran$.e-ñorí<.t

Ma_tf!rf

primas.>>'15

1

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13. En un relato, algo legendario, de la fundación .de .Ast:nción hecho varios decenios .más tarde por un $acer9ote je�uit¡i_ s_e. die;·�: ·u.Na­ vegando .los españoles por el río Paraguay arriba1 que es qiuy cauda­ loso, los indios que estában poblando en este puerto l�s ·p·regumaron quiénes eran, de dónde ven í an y a dónd1: y cjue buscaban; dijéronsélo; respondieron los i ndio ; que no pasasen· adelante porque. !'es P?reda buena ge nt e , y así les P,arjan sus hijas y si;ri�P p_arien�es. Pareció bie!l este recatido a Jos españoles. Quedáronse aquí;. r:e¡;ibjeron- las .hijas de los indios y cada español tenía buena cantidad1• (Cit. por Efr,aím Cardozo, El Paraguay colonial. Las raíces d.! la nacionalidq.d, _Buenos · Aires. 1959). 14. Pbro. Francisco ·G o n z á lez Pani'a.gua, op.- cit: ·�, 15. Martín Gonzále-z, .. Carta al emperador don Carlos dando no_ti­ cias... », i::n la edición· d<: Ulrico Schrpidl Viaje al Río de, la Plata·,- Büe· ·. · · ·· · nos Aires, 1903.

"'242

--.--

·--- --·----.


uEL PUERTO DE

LA

JODIENDA»

.Ay.olas· promete a -sus-.flamantes aliados indígenas fundar un fuerte cristiano tan pronto pueda. Pero tiene prisa por alcanzar el norte para lanzarse desde allí a la conqúista de los reinos imaginarios d e la sierra · de la Plata. La ·flota fluvial pone rumbo al septentrión y, en febrero de 1537, llega a ti.n puerto sobre el río Paraguay que bauti­ zan con eI·nombre de Candelaria. Ayolas deja allí a uno de los capitanes de sus barcos, el guipuzcoano Domingo Mar­ tínez dé Irala, al mando de un destacamento y él se adentra a pie en dirección al poniente, donde se suponía que esta­ ban las tierras "del Rey- Blanco. .Martínez de Irala"recibe instrucciones de esperarlo du­ rante cuatro meses:-Pero· Avolas se demora más de la cuen­ ta. Durant�·�ste Ju�n de Salaza·i·, uno de los·capit�­ nes del adelantado que habja sido enviado tras los pasos de Ayolas; se encuentra con Ifála en Candelaria. Juñtos in­ tentan localizar a Ayolas, pero sus esfoerzos son inútiles. Salazar baja, entonces, has.ta Lambare para fundar- Asun­ ción el 15 de agosto de 1537, mientras el vasco mantiene la espera. A-105- seis ineses: según"tesÚmonio de Schrnidl que inte­ graba el retén de !rala, evacuan Candelaria y regresan a Asunción. Ayolas, que había ·alcánzado los contrafuertes an­ dinos hasta la tierra de' los indios charcas, regresa varios meses más tarde cargado de tesoros y n9 encuentra a nadie de los suyos en Candel�.ri�.J--�s_ip_s!_Lo_s_pªy�gl!á.� ªprovechan la circunstancia-y los atacan:. Ayolas y sus hombres $011 muertos eri ábrii' <lé':)S'38 y sus riquezas caen en pocier de "' Jos nativos.

tiempo,

..

La.,paz c9n lg�,ggªrªn!�s_JJQ_dµn;rfa ,tampo.co .demasía� 243


do ti emp o . Los indios prepararon una· sublevación general ---paraJa.Semana- $anta. de -15,3-9, _que,...como .siempr.e _ocurría,. fue denunciada a Juan 'de Salazar po r una de sus mancebas indias. La represión fue brutal: Pe ro no suficiente para aca. bar con la sucesión periódica de alzamientos indígenas · con­ t ra los excesos permanentes de los españoles, aunque con­ .seguiría que los indios sobrevivientes se sometiesen por completo a s us nuevos amos_ Los caciques les e n t re garon

a sus hijas y a sus hermanas en señal d e sumisión y con el propósito' de establecer parentescos. Una real cédula traída al P a ragu ay por el veedor Alonso de Cabrera, ·envia d o de la Corona, autoriza a los poblado­ res a e le gir gobern ador_ La el e cción recae en Don;iingo Mar� tínez .de !rala, lugarteniente d el fallecido Ayolas, «pues él - había. :mancl;i.ldo dl.lrante . l a:rg.Q°'tien:i.p ci,: fr.1lt;tgil_9. . . ·soldados, y e·r a bien visto p o r · t odos >� . 1 -· El n ue vo jefe sale eu, expedic:;ión a tierras d� los paya� guás. e11 otré;\ búsqueda de su capitán perdido, ··d e l ct,al -no se ten,Ían: ni noticias_ Encuentran unos ind,ios que: parecen saber .algo. <;Se les dio tal tormento 2 que . los . payagqá� de­ bi�ron cqnfesar y decl a raron que era cierto y verdad qu.� ellos habían matado a los cristianos.. Tomamos entonces :a los payaguás, los condenamos y se· los ató cpntra un árbol y se hizo una gr-an hoguera a algun� distan.qia_ Así, lentamente, se ftíer.on quemando » , · r�lata S�h,m�dl, .... . �-··:.: Mientra:s �:in,to, a España hab í ah llegad� las notidas de la situación c rít!Í c a. e n que vivían los:restos _de .la expedic_iqn. de Men do za . La Ó;>rona resolv:ió,; .entonc;es, r}()ri:lQi:ar� � un prestigioso conquistad9r, Alv4').r NMez Cab.��a de Vaca, somo .go b ernado r y .segun d o adelantado del.Río .de .la-.I�lata.-pa!:ª · e nvi arlo al frente. de una fuerza· de. cuatrocientos hombres a � oco �rer a l�s d� P�rag��� -" ;b���:d� go d e J�rez de' la Fronte ra, nieto. del conquistador qe Gran Canaria, Pedi-o Vera, que se·había'het:ho . famoso corno náu� frago de -la expedfción a la ·Florida de Pánfilo --de·-Narváez, tr as lo cu al habíá sobrevivido casi' milagrosamente convi­ viendo con los indios a lo l argo de seis años. . ,e�?�l ·sur «iél' .actual t errito rio de Est ad o.s Unidos_

b{�il-A]9.§.

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·: 1. Ufrico Schmidl, op_ cit. _ . 2 _ La · tortl�ra {or'mab:i parte legítimamente.de _lo's · or0tesos·judi:­ . ciales.:en Ja Europa del siglo- xvr_ .Las confesiones .ol:it�ñidas de · ésf_e inodo sólo podían 1fr9bar que el reo estaba dfapuehto a ci.ialquier cosa -incluso a 'éleclararse culpable de haber asesinai.l.o a Crist<l�:con tal _de que . no. !¡igúi�ran atormentándol?- : : ,.>; :�".� .: : ••-�.:...-:. ::-:-:::-...•-:-::-�


Su a rm a da llega al golfo de San ta Catalina en:la .costa b rasileña a 1a altura de Asun c i ón , aproxirnada�ente:·i·d�s� de allí decide a t rav es ar por t ierra,· en una memorable ·tia� vesía, el sur del �fato Gros:so, d e este a o este, hasta Ja· pre­ . caria capital. Esk in fat i gab l e caminante, e n . cinco rii eses, recorrió los más de 2 000 ki l óm e tros y llegó a A sunción; :en marzo de 1 542; éCífi Un c en tenar de hombres menos. En -San� ta Cat al in a s e le habían unido dos pintorescos frai les iran­ c_iScanos que le iban a dar muchas sorpresas: Bernaldo .d�. Armehta, c ordobé s , y Alonso Lebrón, canario/ quienes em­ pézaton por d t!s obedec er las órdene> del .adelantado y seguir viaje hasta' Asunción con éI. . !rala cede sin inconvenientes su poder-al re ti én llegadó, quien no t arda !'!ll darse cuen ta de l a escandalosa situación mo ta! en · que _vivía .el -me4l.o millar de �cr.istianos en Asue_­ ción. Intenta, po;ner orden en ese gran lupanar. y comienza por di sp on �r que «ninguna persona pueda tener. ni tenga .en su -casa ni fu�ra de e lla dos hermanas, ni mad:i::e e hija, . ni .primas hermanas por el ·peligro de las concieµcias ». Con e s tas y o t ras medidas, como prohibir la salida nocturna ·de los ·pobladores o el ausentarse de la ciudad sin su autor��·a� . ción, Alvar Núñez Cabeza de Vaca va ganándose -el odio· de los españoles y también el de los in d i os a qµien e s prohíbe_� comer car;ne humana, aunque éstos hicieron pg§q. cas o ae . ·1a interdicción. todos modos, �erá con la ayuda de los guerreros gu�� raníes con qui enes tendrá que l anza rs e a soú1ei.er a .las...t;I-i" bus gue viví an al norte de Asunción, camino inevitable ha· ci a la fantástica sierra de la Plata. Ulrico Schmidl marcha - ·9on él: y otros qi.1inientos e s añol e� . A medida· que _van e11confrándose con los pueblos aborígenes, el .bávaro sigue de� j an do cqn_stancia de l os atributos de las hemb ras c9di�ia- ·.' das pre sas «Las mujere$ son m�y herm o s �s :y no se tapan. parte alguna de su cuerpo, pues andan desnudas tal corno - --su madre ·Ja:s· echó al inundo », re gi s t ra sob:r:e .la� surucusis. Las ·xarayes po sófo lo maravillan . por su. aspecfo sino- por ·. · su l�scivia, que él parece haber pr ob a d c>". «L?-S mujeres están pintadas en fornia muy henn ó s a des. . ,

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3.

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Los confll.ctos con los frailes, unos pícaros de siete suelas, co­

inem:aron durante ia travesía, cuando los hombres de Núñez Cabeza· de Vaca se dieron cuenta de que los religiosos se·adelantaban _por.�l

camino al resto de la expedición ua recoger y .tomar l�>"S·Q�sfimentos y. cuando llegaba el gobernador con la gente 110 t e n ían' l'ós..jnilios:que :::-dªt:".' f�rn Heqiªp dez, (:oml!ntarios de Álvar:. Nitñez .:é(ike;.a •c!_¿;:yai:á;. '


de los senos hast<. las ve rgüenzas, t a mb ié n de- color azu l.

_E.s.ta_pin.tura_e_s.Jlltry_11 ermo s a._y _un . pin to r._de...E ur.opa ,_ten� dría que esforzane para hacer e s t e trabajo. Las mujeres son bellas a su manera y van coinpletainente des n ud as . Pe­ can llegado el caso: pero no quiero · h ablar, demasiado ·de eso en e s t a ocasión . » Años más tarde, en su t i e rra -natal, hará de memoria v.n grabado sobre las xar.ayes y sus p i n tu­

ras corporales. Y también se acordará d e anotar que « son

gran des amantes, a fe c t u osa s y de cuerpo ardiente, según mi parecer». Pero no encuentran la p l ata que ib an a buscai:, ni reino a lguno . Fundan el Puerto de los Reyes como base,- al norte de Candelaria. ·Sufren l a s inclemencias del infierno verde

de la selva, la falta de alimentos, •-1-Hrnañas e insectos. · Com­

baten, m atan indios hos tiles. y . �� 4poQ.�n1n_de:.m1!9h�� .mg� j e res . «Allí conquis t é para mí -registra Schmidl en tierras ele los mbayás- diecinueve personas como bo tín , .·h o mb res y muj ere s jóvenes; nunca he quer i do gente viej a · s ino, por el con�rario, jóvenes . » En lucha con los corotoquis .«gana. mos como mil esclavos, aparte de los hombres, m uje res y niños que matamos » . De regreso a Asunción, « ganamos C()mo doce mil esclavos entre hombres, mujer e s y .. niños; por. .mi parte conseguí uno s cincuenta em re hombr�s, mujeres y .niños», sigue c on t ab ilizan do ·el bávaro. · ··: . Uno de lds capitanes de Cabeza de Vaca,. Hernando de Ribera, cree haber encont rado a · las · amazonas, . un pueblo

de hembras guerreras exclusivamente, . que .sólo un;i vez al ano se ay u n t ab an con: hombres de tribus vecinas; guardá� ban con ellas a las niñas y mandaban a sus -pa d re s _a: lo s �varones. , .Pero no.Jas ve: s ólo . sab e de. ellas .por:.-relatos,.de-­ otros i n d ios, como tantos conqui?tador�s. Por fin, en abril de 1 544, Álv a r Núñez· Cabeza . de Vac<.J. regresa a Asunción. Los pobladores l e .tenían preparada· una asonada que ei Adelantado había favorecido q:m - s:u . estrk� -tez y falta de ·entendimiento · de . fa s i:tuación · eri·-que;yivían estos españoles que « iban vestidos con cueros de �ni m ales o iienzos de algodón teji dos por las indias » ,4 que s_opo.rtaban una pobreza franci�cana, pues por. n o tener no te:ÍJ.ía�.ni. rno­ neda de o ro ni plata,5 y cuya única riqueza o �gx;g,R�I!�.�-­ ción consistfa en indias que les daban solaz_ �- pl�c(!_r y tra•.

. .-

. ... -� ::

Francisco Mondes Padrón, op. cit. . Por ·moneda empleaban tro:;os de hierro con9cidos .como .1<.cu_· · :•-..,;n-1·+� .;�·l...�::_,,_...'.�.,-'�·._ñas � que us<!ban ..a-modo .•de. .hachas . ., . .

4. S.

:-:246

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ellos las sementeras para que pudieran .comer. � . Dos s � m anas de spués del arribo del Adelantado;:-la. po: blación de Asunción se l �van t a en a rmas al gri�o· de « ¡ Li­ b e r t a d ! » y en ca rc e l a a Núñez C ab ez a de Vaca, Horas má!? tarde, Martinez d e !rala es elegido nuevament e gobernador y c a p it án general del J='.araguay. Casi un año e st u v o Álvar Núñez preso en Asunción has­ bajaban para

ta que en marzo de 1 545 fue embarcado con ·ru mbo a Espa­ le e s pe r aba un ingrato proceso que du ró" oc h o

ña, donde

la rgos años. · Con !rala todo volvió a ser

era un i n fa tigab le

·

.

mucho más fác i l . Él mismo amante que no ocultaba S\:l fiebre lasd\'a

por las ind ias y un c rue l explotador de l'a ·labor aborigen. Pero Hernández, e s cribano de Alvar Núñez, cuenta cóm<• los pob ladores ·de Asunción ·habían c o nt e mpl a d o el e�p ec5 . táculo que daban ochenta indios agaces frente a la casa de ! r a l a, h ac.iendo « grari reg9cijo» co n t ámbo re s pa ra· t e l eb ra·r « la fiesta del vi rgo que·�abia ¡¡acado D·om ingo Irala � la hij.a [de l cacique] Ab a c ot e » , que éste le ha_bía regalado com? manceba. Con justicia o sin ella s obre él libertino Martínez de: Ita� �a c ayeron ac us a ci on � � de que por s� a fic i ó n a_ .las : india.s había incumplido sus deberes de m il i ta r yide- gobern a nte. Hernández asegura que los indios se a l za ron coritra: Ayolas y lo m at a ro n debido' a •que éste hab ía dejado al cuidáao de !rala un a j oven india. que le había entregado el cacique"de fos ·p ayagU:ás. Irala entendió la misión en un ··sent.ido";poco p aternal y la me tió en su lecho. « Se estaba todo él _día -con e l l a en la c áma ra del -bergantín -dice Pero Herríándéi-, ele qué se alborofarori l o s payaguás y se la qui t a r:on . >» Una . hi p ó t es i s poco verosímil, p ero que no deja de se'r pintoresát. Cuando tenia qu e p ro t eg er e l p u ert o Candelá_ria -aná­ de H ern án de z-, Martínez de Irala no dudába ·en e s c apars e _(!n t,tn be;:-gantín cuatrocientos kilómetros al sur, ·aFpuerto de Tapua, en ti e rra s de guaran í es , donde ténía como 'amán­ te a la hija de un cacique con la que se, refoCi�ab·� « q�foce o v ei n t e días, y l o s que con él andaban le l l axµ ab an et ·puer­ to de la jo d i e n d a». Schmid l tiene d e él una opinión más b i e n poqre en s.u c al idad <le amante. Cuando, en una oportunidad, la h ues t � de Irala l l eg ó a tierras de los mb ay a s -cuyas-.;cmujeres son ·

muy

hermosas» y ;, ¿a._, placer a s'u marido ) '�ª� fos ainigos

d e éste· que lo p i dan »-, lo s c ac i qu e s le r�gala�o.x;i,;tr�s }?e­ llas rn u ch �ch as .. « Hacia la medianoche --n arra S c.hmi dl �. -247


de

cuando todos es t�ban sc ::m s ando, nuestro capitán peq:!ió a sus tres .muchachas . Tal .vez . foese.que-no-pudo-sati-sfacer a las tres juntas, porque �ra ya un hombre de sesenta años en c2.m.b io, hubiera dejado a las mocitas. y estaba entre los soldados, es seguro que no s e hu i ran e s a a'd o . » En su testamento, el guipuzcoano ono i ó una decena de hijos naturale? teni do s c o n «María, mi criada», « Ju an a , mi" crfada», :«Águeda, mi e dada», « Leonor, mi criada», <1 Es­ . colástica, mi criat;la» y «,NÚría, cria d.a de Diego de ·do ». A través de e s fa deicendencia, la familia es p añola· de los �rim!) d� ;Rivera recibió su cuota de sangre . guaranl.6 Con justa razón es c ri í a Alonso Riquel · · de Guzmán,7 yerno de !rala: <1fSstos son guar aní es y sí rv n nós corno es­ clavos y nos dan sus �ij a s para ·que nos sirya11 �.n ca?a y en el ampo , De las. cuales. "y de nosctros hay .más de .cuatro­ cientos µie s t os entre varories y h mb a s , porque vea vues­ tra me r e d s.i somos uenos pol:ila�ores, que no �onq:uistad o re . . . » . , .. ;,;,,. Lo�_:Jr�iles A[:lpenta y ��brón, por su parte; ne;>. se· ha­ bían quedado atrªs. Mantenían en clausura a un num�:ros o grupo de supuestas catecúmenas qu�. en rea�idad, ·no �ran más que las hembras de sus s errallos pa,rticulares. · Aprove·­ charon. la prisió�.: del Adela�tado para_ huir ·a} Brasil eón su hato de liuríeS indias, lo que, pese a todo, no dej.ó de constituir up es �\ndalo p�r a · los asun,.;eños y los indios am igos . Hacia 1 570 - t.r ein a y t.res años después· de l a fpncla'.­ C ión de la c;,:i.pital.;., la maratónic'a acthrida,ci. s.�xual de los españoles con las :indias había hecho ql,le ya hubiera en. la capital del P� a g a cuatro mil mestizos5 ·Esto J� habían .conseguido uh p,uñ,ado de s em en t ale s hispánicos que nun�a pasaron de. rriil indi,"'.iduos y que, a me:µudo, ta�pc;i�o llegaban a quiniehtos . . Cuando tres añhs más tarde Juan. de Garav, desde Asun­ . ción, se deJa e'r� 'fi:1ndar la c i d ·d·e Cruz, a 500 kilómetros .al norte de B u o s Aires, .� o re e� río Paraná, l a, ·amplia mayoría .de fos primero� �P. l:il <:n:�s, -

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6. An gel R,dsenblatt, op. cit_ i. Carta de· Alonso Riquel de Guzmán en Infonnaciór: hecha en Xerei a pedimento de Cabeza. de 1raca para verificar ciertas cprtas, en Alvar Núñet. Cabeza de Yaca.. Relación e los naufragios y ·comentarios ... , · ·

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Madrid, 1 906. 8. Ángel Rosenblat, op. cit. Hay que tener en cuenta que la rnorta· Jidad infantil · .en .la época .tiene :que-haber ··sido· muy-al�¡¡.:\-- :·:; .:. "';!48


son «ID�l? fañeses » o « Crioll o s » , como se l lam ab an a sí mis­ mos los hijos de español e india 9 a fin d e evitar la omino"··· · · .- · ·· · . _, ..., sa calificación de mestizos. Estos « m::i-n c eb o s de la tie rra » sor. e nte ·poc o fiable Ia Corona. Y así lo de mues t ran muy pronto. A poco d� fundada Santa Fe, los c:riql lps · s e alzan contra las autorida!;i�S;. yJas deponen, en lo ciue se llamó La revozu: . ción de los siete /efes. Expresan así su reseritimiento por lo que será una constant� hasta la independencia de l as an­ tiguas c olon i as : la política oficial de privilegiar siez;npre para los carg os úb lic o s a los e sp añ o le s penin sul are s . En el c a so de S ant a Fe, la si t uaci ón_ era aún m ás sangNilte para los nativos: un flamenco, Simón Jacques, había" s i d o nombrado por C a ray _teniente de ·gobernador. Éste, el a lcal de Pedro de Olivera, e l escrib�no Alonso Fer­ nández Monti el y el capitán Francisco d·e Vera· y A ragón fue­ ron enqircelados por los insurgentes. Acto seguido nom b ra­ ron nuevas autoridades n ativas e hi ci e ron saber que aspiraban a extender su rebelión a B uen os Aires, ento::ices .recién refundada, y a Asunción. Entre sus primer.'ls medi­ das , dictaron ur;i. ba:q.do or el que se desterraba a todo:; los

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._r españoles peninsulares. 1 0 « El m ovi mi e nto no fue más que la aspiración de los man­ cebos que habían c onquis t a d o el país a gob e rnar la ciu d ad y no ser rel e g a do s por gentes v eni d a s de otras partes . » 1 1 La rebelión que dó como testimonjc, del abfSirio -que no... haría más que profundizarse con el tiempo- entre los hijos dé la tierra y lo s europeos. De. t o d os modos, esta revuelta fue so­ focada rápidamente y sus j efes -Lázaro de Benialvo, Diego de

Leiva, 12 Fran c i s c o de Villalta, Diego Rui z, Rodrigo de Mos­ quera, Pedro Gallego y Ruy Romero-·��rieron ej e cuta d os .

9. Lo s expedicionarios asunceños que iban con Garay· en 1 573 a fundar Santa Fe eran setenta « mancebos de Ja tierra•, es decir, mesti­

zo:;, y unos pocos europeo:;, Los prime ros pe bladores de B uenos Aires refun da d a (15 80) fueron sesenta y seis p erson as, de las cuales sólo ·

diez habí:m nacido en Esp«iña. lO. .Esta resolución da una idea de la a ni mos id ad que ya existía entre americanos mestizos y peninsulares. 1 1 . M an u e l M: Cer-Vera, Historia de la ciudad y provin.cia de San­ t<.! Fe, Santa Fe, 1 907. 1 2.. Leiva, me s t i zo asunceño, era dese.endiente de ge.riera! Antonio de Leiva, n avarro , oficial- del Gran Capitán,..que derrotó .en Pavla (.1 525) a las tropas de Francisco l Ue Francia y fue luego gobernador.del Mi· lan csa do y defensor de Vieúa contra los turcos. El mismo era un joven fuerte y valeroso: había adquirido notoriedad despué.� de haber mata­ do en lucha c uerpo a cuerpo a un famoso cacique, Tacobá el Intrépido.

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EPfLOGO

LA AMÉRICA MESTIZA : -- .-···

• M �• ·.- · - -

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1

�as p r.i m.eras generaciones de mestiz�ueron, por lo gene­

ral, t4�·iJrPente:asl"iñ11aoas:-Algurios-:S�e .ipcqrpQ.fJ!..!:2!!_!1 n:iun9o indígena de-ifü".Onadres: pefó ·1 a·ITi�yorí�, aparentemen­ te; se. iñse/tó ériTi:l'cülfora·ae�üs·p·aares, aprenaióraiffi""gila, l_c:)s us.Qs . ):_� fos �c-¿siilmb.rhS�J�:er--0ñ-asTmih1.dos·"com:c>""crio� 1!9s, .' �s .decir, , como _españoles.:·�rr;��!} §.�ños. ·---· · . Pero pronto la ,denorninación y l a c oñ��dóri de rii� stizq. com en zó a asociarse con t res dis:valores importantes. El p ri­ mero, con el nacimien�o ilegí t im o, con la calidad de bastar­ do, equivalente al popul ar insulto �n castellano c;ie «hijo ¡:le· puta»; el segu,ndo, ' c on la « impureza de sangte?>, ya que t;l individuo mezclado llevaba l9s genes de la raza vencida, pri­ mitiva, en muchos casos ene'Iniga y, de �9dos modos, n<;>. po­ día contar con el valor de Ja « pureza» genealógica: castella­ na, de · extraordinario :valor en aquellos t iempos. . pero se añadía Estos dos aspectos ya serian suficientes, ur. tercero:· por más integrados a: la cultura .de sus .padres que ºestuviesen. estos « espa ño l es americanos » no habían pi­ sado nunca la Península. conocían sólo de oídas la vida euro­ p ea originaria y no p o d l a presumírseles un amor patrio vis­ c�ra� h ac; i a Sspaña cpmo a los nativos peninsulares. S u s sentimie"n tos de. afeC, t9 .s·�. dirigían; obvia,ment�, · a la Ú�rra en la que habían nacido y vivid0 po rc e ncí m� d.!! cua.l quier o,tra leal tad. El virrey � el · Perú, , toride de Nieva, ya· en el .

· ·'91> ·. hijo de'·español ·y de españo)a

l . En �entid6 estricto, criollo �s naci<lo-' eh""Añiérica:··�;=:7:;.=.;;.:; =!· · • -: .,.•.

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siglo xvr advirtió, en c a rt a .al monarca español,? que l os _.mestizos, lo mismo quelos criollo s, .1.<no_tenían amor_aJQs J::e:.. yes ni r e i no s de Espafü� n i a las cosas de e"llo s por n o ha­ berlos c on ocido y nacido . acá, antes aborrecimiento como r egul armente . s e ve y en t i en d e ser los de un reino goberna­ do por otro, aunque sean descendientes de españoles. Por­ que el amor qu e por n a ci mi e n to y naturaleza d e . nacer el hombre de la ti er ra adquiere e.? muy g ran d e , tanto y más · que a los padres y a l a tierra de donde descienden. · Esto p(!r experie.qcia se muestra y se ha vi sto en Italia en el rei­ no de Nápo1es, que hijos de españoles acuden- ant�s al lla-. mado de la p atria que al llamado de es p añol e s d� donde traen o rig en 1> . La Corona no p revió ni. pt· do haber previsto el fenóme­ no del mes t izaje , lo que ·expilC"a -�t1s titubeos, .9�Eil.?.:cjg��§. i nc oherencias :cuando trataba de establecer normas al res­ pecto. Mientras el mestizaje fue un fenómeno de escasas proporciones, n o se.,. p l ante ar on ma or es problem;:ts.·« Es un hecho sociólógieo ,:�irnple -rec�erda Magntis Morne_r..:,... 3 el de que las persona$:de origen mixto tienden .a ser absorbi­ das por el grupo paterno o el grup o materno cuando sori pocas . Pero cuando: son numerosas, lo probable es que sons • � ituyan un grupo por SÍ mismas . » La extraordinaria a ctivi ­ dad sexual de esp añol es e indi as·multiplicó rápidamente la generación de me s ti zo s que, en muchos casos, pasaron a s us titui r a l a población a b o ri gen diezmada. y ya en •las s e­ . gun d as" ge"n erac i ones constituyeron un grupo definido den­ tro del sistema·:de castas de la colonia, cuyas conductas anár­ quicas y s o spe·cho sa lealtad al sistema origin aron hondas preocupacione:s en las autoridades .. .. . . Aunque muchos de ellos siguieron integrándose· en el es­ tablishment . colon_ial : qtros se dedicaron al v agab un de o, a l as a ctivi d a d e s · delictivas y s o c i a lmen te marginadas. Y más que eso: una •l'ez " fundadas las sociedades civiles, el con­ trol social exigía estabilidad personal y legitirn�dades d e o�ro

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« Carta de informacióri a S. M .. del conde de. Ni¿va'. :. (l ,5.6 2)», en Gobernantes d�l Pení. Cartas y papeles. Siglo X VI. q�,- por Alberto ·· · M. Sa�as, Crónica florida del mestizaje,. .Buenos· Afre$,:· f96ó. 3. Magnus Morner, op. cit. : 4. -Esto mismo es lo que hizo el _gaucho Martín ·Fjer?:o y·,s1:1�a·migo · Cruz en el famoso poema de José H�rnández, situado en la ·s e gund a ·mitad del s iglo XIX, es decir, trescientos años después de esta denun­ cia en el Perú, lo que revela que d recurso de huir de. la jus�jcia ºblan­ ca r�fugián<:f?s e en tierra de indios fue largamente c4?.a!=\o,-:�: 2.

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tipo; importaba e$pecialmen te que el matrimonio confirma. ra l a paternidad de ca da sujeto, y a:�í los mestizos· 1:enidos fuera de la institución empezaron a s1!r causa de discrimi­ nación y dé marginalidad soci al » . 5 Nacidos d e uniorie� - �s­ tablecidas fuera, del ordenamiento social dominante, .los mes­ tizos. se· mostraron, por lo gene ral, reacios a integrarse en un sistema que, al menos en parte, pod[ah consid erar aj e no. En 1 5 68 Felipe II pro hibió que se ordenaran sacerdotes mestizos por sus cor,id.uctas ·desordenadas, aunque - poco tiempo más t a rde "el .Papa permitió que aJguno s recibieran las órdenes sagrada:;. En el dec enio de 1570 se promulga­ ron nu .rp.erosas limitaciones a los derechos de los indoespa­ ñoles. Todas estas me didas eran consecuen�ia de l a infini­ dad de denuncias ·que se recibían: de las autoridades españolas en América sobre ·1a conducta de los mestizos. ;, ... este linaje de hombres que se dicen mestizos -:-escri­ bía el virrey de Perú, Francisco de Toledo en 1 572- va en crecimiento en este reino» debido a que « al principio de . su conquista, como faltaban mujeres españolas, casi todos· los hombres usaban de la s indias naturales de esta tierra. Parecía que habiendo ya tantas mujeres de :España no .hay ocasión para que naciesen tantos», p�se a lo cual «todavía como el número de varones es mucho mayor que a los prin­ cipios, y estos ·muchos andan vagando por los c amipos y campos, es mucho el uso [sexual] de las mujer.es de 1a tierra. . . ».6 Las �cu�acicmes de vagos y mal entretenidos se repi ten hasta el hartazgo. ccSi"por dej ar de trabaja;r y set propensos . a la ociosidad: y a la pereza se debier a i mp one r como .casti­ go la m i ta,7 ·a ninguna otr� _ gente l e · corresponderí.a �ejor . que a tanto .mestizo como hay en a qud lo s . países, · pó:r:que éstos e�tán de más en él, p ar;ticularmen�e cuan�o no tien en algún oficio », dehunciun Jorge Juan y Ah �onio de" Ulloa e.f;!. la primera mitad del siglo xvm. « Estos jenízaros tienen por deshon r a emplearse en el cultivo de la tierra o en aquellos ejercicios más baj os, y la consecuep.cia es que las ciudades y los pueblos son un conju nto de ellos vivi endo de· fo que roban u ocupado's en cosas tan abominab les que· por no ofen­ _der a los ojos no, se debe rn,ancha_r el papel_ con ·sµ expll,c_a. . r·

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5. C. Esteva· Fabregat, E! mestizaje en··lberoamérica,-Madrid,- ·1988:· 6. Carta del virrey.den Francisco de Toledo, 1•3ü57-2; 'C . ppr Al­ perto M. Sálas, "op. cit. 7. Mita: trabajos forzados en el sistema incaico adQptado por los .J españoles.

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ción. » Desde el punto de v ist a militar, en cambio, los mest i. zos le� merecen una. opinión m�s .� l�:v.�GA. .ª-.J.Q.SJTIªdn_q;; es-_ pañoles : " · ·· son regularmente b ien hechos, fornidos y al­ ·1os, algunos son de tan buena estatura que exceden a los h ombre s regularmente altos; -y son propio� para la g u erra porque s e crían en sus países acostumorados a trajinar de unas partes a otras, hechos a andar descalzos, desab dga­ dos por lo común y mal comidos, por lo que n in gún trabajo se les haría extraño en la guerra, y la falta de convenien­ cias no será pare;\ ellos incomodidad» .ª Pero, proféticamente, De U l loa y Juan desconfían de l a lealtad de la casta mixta: « Si se pudiera tener.· algún recelo de sublevación de alguna clase de gente en las Indias ' de __

aquella parte meridion al, debería recaer esta: sospecha so­ bre los crioll os o sobre los mestizos, los que entie"ga"dos a

la ociosidad y abandonados a los vicios son los que caú:ian disturbio s . » En rea l idad, el !;istema de castas basado e n factÓr.e s ra­

ciales ya había ido deshaciéndose poco · a ppcb 'hasta que, en e l s iglo xvm. apenas si quedará sombra· �e él. La mezcla

de sangres es i n s on da b l e a med i d a que pasa el tiempo y ·se suceden l as generaciones. La trihibridación (indi9s, espa­ ñoles, negros) y las combinaciones de é s ta s • producen tal complej i dad de mezclas que los intei;itos de la �poca por clasificarlas hoy re s u lt a n tan irrisorios como . vanos fuei:on entonces. Para colmo, l as uniones de hecho dejan p·ocos re­ gis tros de las genealogías y e l aspeé to fís.ieo. a��cen­ dientes no suele permitir uná" identificación· racial :Segura. Juan y De l:Jlloa se sorprendían de ello: « D� una y·otr� cas­ ta [europeos e indic·s] van saliendo con el distnrS:.o ,del.tiem� po de tal suerte que ll egan a convertirse en ·blancos t otal­ mente, de modo que en la mezcla de españoles con in d i os a l a segunda generación ya no se distinguen de los ·españo­

de._l.�5,

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les en el color... 8. 9.

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Jorge Juan y Antonio d e U l loa, op. cit. He aquí la nomenc l a t u ra peruana de los disqntos mes tiz.ajes.: mest izo: de español e ir.dia; cuarterón de mestizo: de español y mestiza; qui n t erón: d e español y cuarterona de. mestizo; españo ! " o req4interón de mest izo: de español y q u i n terona d e mes.ti zo;: rriií1ato:· d e :·españof y negra; cuarterón de mulato: de español y mulata; q1.1interón: de español y cuarterona de mulata; requinteron: d e español y quinterona ·de mu­ lata; gente blanca: de españoi y requinteron·:1 d e mula.to; cholo:"de mcs­ t-izo e india; chino: de mtilato .e india; cuarterón de chino: de --espanol y china; zambo de indio: de negro e i ndfa;.zambo: d e negro f mulata. 1 0. Jorge Juan y Antonio de Ulloa, op. cit.

�54


Al m ismo tiempo, en América, cada vez iban quedahdo menos familias antiguas que no hubiesen sido m es t i za.d a s én alguna medida, aunque las más encumbradas procura- · sen o c ult a r y . negar esos· desl ices cuidadosrunente: 1 1 .« Es ra ra la fam il ia donde falte mezcla de s an gre y-ot ró s obs tá­ culos. de no m�hor consideración », c on s t a t an los autores de las Noticias secre tas de América en el Perú a pri n ci pi os d e l si g l o XVUJ . 12 Las .diferencias de razas irán volviéndose más defini da­

mente cult.u rales :y d e clase. Aunque el color de la p ie l y

los ·rasgos .fisognómicos s i gan teniendo imponancia, es Ja adsc;:ripción a una u otra clase social, c ultu ra o subcultura la q ue irá determinando la identi dad de ca.da ind i_vi d uo . Así

corr¡.o apar�cen multitud . e i n di o s , mestizos, mulatos que adoptan �o� alme q.te la cult r¡:¡. españ ol a o. europea, no d e, jan de darse .c asos de <;om u n i acles de curópidos que se ain­ dian, como el grupo descubie o por Gillin 1 3 cerca de Ca­

j amarca,. Perú. La cu ltura mestiza, mientas tan to, irá adquiriendo ca­ . rac t eres rop i o s , pero no dejará de s er d enos t ada y:crit i c a­ da a c e rvame n t e por las élites blancas go b ernan t es , os ten­ tacloras de una axiología b i en d i s t i n t a. Las es t r µc t u ra s básicas de. ! o s sis temas de dominación polí-tica y s o c i a l no· cambian con la i n de pendenci a , aunque caII,lbien los pe.:r�o-. najes y a_l gunas ideas. Son l os charros mexicanos, los. l l a n�­ ros ·yenez anos, los gauchos pampeanos o los gu as o s chile­ nos1·-los peones y labradores, amén de los mestizas ·urbanos , qu;enes irán convirtiéndose e n mayo rí a de fa población en muchos de los nuevos países. Su s i tuación nó sufrirá:cambios radicales con la inde­ pendencia de l o s antiguos virreinatos, aunque sean ellos y lo s antiguos esclavos negros qu i e n e s · contribuyan- mayori­ · tariamente c o n su sangre en las guerras c on ti.-a las fuerzas co l o n ial es . " ' :.

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ó¡.ras nec es 1<l a de � , sobre todo la de inventar la i denti­ dad �acionat p rovocarán una transformación en este pro-

1 1 . En el siglo xvm la genealogía es una. obsesió� qu.e ocupa a ame rica nos cncumb'rados ·lo mismo .q.ue . a s u s pai-sanos·-peninsulares. Sólo que en las Indias la miscegenación ve rgoa:zante agudizaba Ja preo­ cupación por borrar los rastros de . �arigre negra o indi·a én quienes querían posar a toda costa de españoles puros y sin mácula. Estos especímenes siguen existiendo. ... 1 2 . Jo rge Juan y Antonio de U!Ioa, op. cit. 1 3 . J. Gillin.- The social transforma/ion of the mesti;;o. México, 1 9ó 1 .


fundo des p re c io a los m a n ce b o s de la tierra hacia fines del ---� igl Q..�� .t\ _pa i r 4� �n t_():rJ�..t::! � l<?�_me�Jgos -gau- .. chos, llaneros, charro s - se convertirán en a rqu e t ip o s na­ cionales, - i rn ágrn e s folklóricas embiernáticas e i d e a l i za d a s de las identidades colectivas . - Pero · para e sa - époc a ya -ha­ bían sido más o m e no s domados por la civilización impues­ ta por el sistem.a imperante, con la cóns·ecuenté pérdida de gran parte de stt se n t i do anárquico de la libertad, de su des­ precio a la é ti c a j u deocristiana del trabajo; de stt sentido lúdico de la existencia con escasa o ninguna proyección-ha­ cia el futu ro . AÍínque man tuv i e ran y mantengan su escaso i n te rés en, pasar por la vicaría o por el registro ·Civil, 15 como sus ancestros b l a n cos y morenos. Al mestiza}¡! ar.rlericano, vilipendiado por un os , ensaiza­ do por.otros, no se lé puede igriófar el m é :fi t o de..qüe petirii; tió l a fusión de dos grupos de c ulturas, h españ6lá·:y :1as americanas, que eran en principi o an t i tét cas e incompat i-· b l es e n sus s stemas de valores, • en su visión del mundo y de l a vi d a, - en SJJS usos y costumbres, en su 'adap t ab i l ii:la d a: las t e n d enci a� . dominantes d e sp u é s de la Revolución-.In" dust ri al . Que el "re s u ltado siga siendo execrable para unos o a dmi rabl e para otros, es harina de otro costal. Simón B ol íva r tenía una negra visión pe l a· génesis .de la población de :la América hispana: « El o ri gen ·más impuro es el d e nues tro' ser: .todo lo que nos ha precedido · es. tá en­ vuelto con. el negro manto del crimen. Nosotros somos el c ompu e s t o abominable de .esos tigres cazadores que vinie­ ron a la América a d e r ramarle "su sangre ·y a· en c as t ar ·ca.n las víctimas antes que sacrificarlas, para mezclar después los frutos e s p ú reos de estos enlaces � o.n Jo � _fi:g!.Q!i..:.9.�- �s_9§__ esclavos arrancados de África. Con tales mezclas .-físicas,· con tal es elementos morales, ¿ c ómo se pueden'fundar.- l éyes SO· b;re _ los héroes y principi9s sobre los hombre$ ? » . . · Pero esta imagen, indudablemente influida por.la .in ter--

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1 4 . La si tuación varia en sociedades de base agra'riá. El c aball o da s!empre u n aura heroica y de libertad ª Jos de Ja Jierra. _ -, ·. muy por encima d\! los labradores de a pie. 15. En Argentina, la gene ración del 80, organizadora Clel_-país, :ti.ivo muy en cuenta que. la inmigración de europeos' representaba una gtaii v·�ntaja sobre .la población nativa mestiza: los inmigrantés ccÍntrafan matrimonio y, por tanto, pe rmitían al· Estado organizar'·)':· registrai::· · las filiacione�, importan tís imas en e l sistema d e . pr_opi �ad priv.ada y transmisiór¡ heredi taria y en la reglamer.tación del derecho· de fami lia. Los mestizos· siguen prefiriendo «atarse con lazo-s de seda»; ·tal vez porque, adem.ás, sus haberes he_recfüarios no sorinunca �uartiº�os.

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pretación racista de l a miscegenaci ón, t an en boga ·en el si­ glo pasado y a comienzos de é ste, podr�a aplica�s� · a �¡nu;. chas otras comunidades humanas, incluyendo tantas euro­ peas como la española, la italíana o la griega. Son numer�s�� los pueblos que han sufrido la invasión de « tigres ·cazado­ re s » fecundadores de las muj e res de la tie rra, cuyos hijos recibieron,. además."el aporte de s angre africana proveniente

de esclavos," todo e s to en medio de la sanguinaria violencia que ha sido una constante e n la especi e humana.

La desvalorización de indios y negros c o mo razas infe­

riores condujo a abominar de las mezclas de éstos con los blancos europeos co�o una forma aún más « impura» y, por

tanto, aún más perversa. « Impuros ambo� [mulatos · y mes­ tizos]. am bos atávic:amente anticristianos; son como las 'dós cabezas de µna 1-l.id�a fabulosa que rodea, aprieta y e st ra"n · gula. entre s u e s p i ral gigantesca una hermosa y páli d a vir·

gen, Hispanoamérica ... », e sc rib í a el argentino Carlos Octa­ vio Bunge a principios de este s i g l o . Y p o r la misma ép o·c a su compat riot a José Ingenieros consideraba que todo lo que s e podría haGer por ce las razas inferiores » era protegerlas « para que s e extinguieran agradablemente». Con el mismo verbo encendido, el mexiGano José Vas­

concelos, por esa época, cantaba el nacimiento de una raza « hecha con el tesoro de todas las anteriores;Ja raza final,

l a raza cósmica ». Potque la América hispari'á;;e s la «páti{á 1 y obra de mestizos, �e dos o tres r azas por la s an gre, 3· de todas las cul turas po� el espíri tu '' · Como se ve, l::i fanüi.s 1a humana da para todo. sobre todo cuan d o se trata. de.' éxal­ tar l a proyección soéial del propio narcisismo: Bunge era h i j o de a le man es ;' Ingeniero, de e :;p año l e s ; Vasconcelo:s; mestizo. Movimientos como e l .indigenista, su r gi d o s. en los prime­ ros decenios pe esté ·s i g l o ,' contribuyeron efic'azmente · a :¡..e ; •

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valorizar los aportes americanos originarios a la cultura con­ t e mpo ránea del continente, pero al mismo tiempo ahondaron

en un problema que todavía sigue sin res olverse: la id en t i­

dad de los p ueb l os de la América hispana, oséilando siem­ p re entre la adscripción a la cultura aborigen en t ant o qüe son americanos, y a l a cultura aluvic,m al europea, en la me· d i da en que quieren ser « civilizados»> y distanciars·e de las

- ..:�llamadas· culturrts· prh�itiv�s·:··En ot ras palabras: cinco sigl_os desp�és d e l inicfo,._d�l p.f.o­ ce so de miscegenación, los hispanoamericai:¡os, en su ma­

yoría mestizos. siguen peleándose con uno d e sus :abuelos


-el conquistador malo contra el indio bueno e inocen te, ··-·o bien, el español ·éivilizado· contra- el indio··salvaj e -para· asumir sólo la identidad de uno de ellos con exclusión c;lef otro, como . s i eso fuese ' posible. Un canecido chiste -que tal vez, en alguna ocasión, haya sido una anécdota- ilustra sobre el absur:do del indigen is­ mo mestizo. Es aquel del mexicano que increpa al español recién llegado queriendo cargar sobre sus espald�s todos los crímenes perp�trados e.n AmÚica por sus antepasados . L a respuesta del peninsular es recordarle que, e n toc;lo qs0, los genocidas habrán sido los ancestros .. del : m�'Sicªi:tQ ·�Y. no los de él, porque sus abuelos nunca salie'ron d� E�pañ�, Otro chiste, pergeñado por argentinos, desvela -de�9.� el .o tro lado de la !rinchera-:- la voluntad .de .negar Ja.r�ali:.. dad indígena de S'u propio país: «Argentina -reza la-huni'o� rada- es el único país b lanco al sur de Canadá. ·� Áunqué la broma tiene la malévola intención de sugerir que ;Est�­ dos Unidos es un país de negros, también pré tendé qu,� Ar· gentina es un país mayoritariamente de pura raza európea, una creencia más bien mítica y falsa (pero.que i_ntenta.n �va­ lar especialistas corp.o el �spañol Claudio E�tev.a. Fabre.� gat), 16 que aún de:;pués de la guerra de las Malvina;; sigue estando vigente en aquel país. . Aunque indigenismo y europeísmo (o, últimamen te, .nor­ teamericanismo d1: Mia,mi) respondan social e ·histpric.a:r:ne.ri� d i ver sa s , ambos son las .cara$ de tina te a circunstanci�s . misma moneda que co:r:i.tribuye a mantener pendiente la asig­ natura de la identidad colectiva e.p. la ÍI_iayor parte . de . lo;; países con mayoría mes tiz3:, mediante �a· fan�ás�ic.a. qeri}97 -� �- -�-. -·-=-:.--::- ·.· .: nización o negación de la otra ·cara. .

.

Hay paí'ses; como México, en los que c�·;¡·és ·y Cúál.!-_h te�. moc siguen vivos y dan.do la lata todavja, y .otros COIJ?O Ar­ gentina, en el extremo opuesto de l a g!'!ografía y.· der qélii-io, donde el aporte indígena, contra toda evidencia, nó :existe. . No 'tengo réceta- algü.n a para curar esta dol e'ncia::conti;· · ne.n tal, como no sea sumergirse en un banq d e rc;ail süi9, algo que en1Hispanoaméríca no re.sulta tan sencillo: i.�'Anjé� rica que �abla español, y alg�r'l 3: S pocas lenguas ... ., ·:·· iriélíg.enas, ·" i:'- . ,• • !' . .... .

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1 6. Este académico asigna .a Argeµtinii. µ11. 9. pqr_ c_i eq t o .e!� .m�s-�!;­ z:os y un 90 por c i en to d� európidos, basandose en criterios tan curio� sos como e l · de los gru'Í:>os sanguíneos. 'Menos' «eiei'itífléci;;':'ifértl")n¡l's­ contundente sería in vi.tarlo a que se diera una vt.ielta por el país (no sólo por Buenos Aires) ·Y se fijara en la alta proporción de cabecitas negras» que fonnan la arr.p lia mayoría . demográfic:;a..argentina.i!:' ··"�· e

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es p redominantemente mestiza, racial -lo q:ue .�enos im­ porta ·ya-· y culturalmente;· sin negar la existencia y vigen­ cia dé · o tra� valiosas contribuciones. Porque ésa e s la herencia étnica y ·cultural que hemos

redbido de este lárgo y complejo proce�o de miscegenación cuyos orígenes aquí he reseñado. Y que debería aceptarse,

finalmente, sin beneficio de inventario.

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