ASESINATO DE CÓRDOVA Y JUICIO CONTRA HAND. Dos cartas inéditas. Mario A. Llanp

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ASESINATO DE CÓRDOVA Y JUICIO CONTRA HAND Vistos a través de dos cartas inéditas de Hand

Mario Andrés Llano Restrepo Miembro de Número Academia de Historia del Valle del Cauca

ademia Antioqueña de Historia Fundada en 1903


Asesinato de Córdova y juicio contra Hand Academia Antioqueña de Historia Academia Antioqueña de Historia, 2019

Fundada en 1903

Junta directiva Presidente: Orestes Zuluaga Salazar Vicepresidente: Alonso Palacios Botero Tesorero: Luis Fernando Múnera López Secretario general: Ricardo Vera Pabón Secretario de actas: Luis Efraín Mosquera Ruales Este libro constituye un material educativo que se publica para ser ampliamente divulgado en instituciones educativas del departamento. Queda prohibida toda reproducción total o parcial de la presente obra sin consentimiento del autor. ISBN: 978-958-59784-6-1 Carátula: Córdova muerto. Grabado francés. Fondo Anselmo Pineda. Biblioteca Nacional de Colombia, N0. 1001. Impresión: Editorial Manuel Arroyave


INDICE Presentación Introducción

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Capítulo 1. Batalla de El Santuario y muerte de José María Córdova

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Capítulo 2. Rupert Hand: antecedentes, arresto, acusación, juicio, sentencia y fuga 2.1 Hand antes de la batalla de El Santuario 2.2 Hand después de la batalla de El Santuario 2.3 Arresto y encarcelamiento de Hand 2.4 Juicio contra Hand: declaraciones de los testigos 2.5 Juicio contra Hand: careos del acusado con los testigos 2.6 Hand durante el juicio en su contra 2.7 Sentencia contra Hand 2.8 Fuga de Hand 2.9 Hand después de su fuga

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Capítulo 3. Cartas inéditas escritas por Rupert Hand en prisión 3.1 Carta de mayo 7 de 1832 3.2 Carta de mayo 14 de 1832

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Capítulo 4. Análisis del contenido de las cartas inéditas escritas 99 escritas por Rupert Hand 4.1 Carta de mayo 7 de 1832 99 4.2 Carta de mayo 14 de 1832 116 Anexo 1. Sucesos incluidos en las declaraciones de los testigos 121 en el proceso judicial contra Rupert Hand Anexo 2. Objeciones del acusado y ratificaciones de los testigos 135 durante los careos en el proceso judicial contra Hand Referencias consultadas y citadas

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PRESENTACIÓN Cuando estamos a diez años de cumplirse el bicentenario del vil asesinato, en El Santuario, del héroe de Ayacucho, el general de división José María Córdova, todavía no se ha logrado esclarecer realmente de dónde vino la orden de acabar con su vida. Córdova fue uno de los héroes de la Independencia, el general más importante que había dado la Nueva Granada y el único militar antioqueño que tuvo esas dimensiones en la gesta libertadora. Después de una vida dedicada a la guerra, en la que se inició desde cuando todavía era un niño, no podía entender cómo, luego de ingentes sacrificios y de tanta sangre derramada por sus compatriotas, iban a terminar gobernados por un príncipe, representante de una de las casas de la realeza europea, como lo habían propuesto los integrantes del Consejo de Ministros: Castillo y Rada, José Manuel Restrepo, Rafael Urdaneta y Vergara y Vergara, quienes, además, le habían insinuado al Libertador coronar su cabeza, lo que este no les aceptó. Todo lo anterior causado por las dificultades que se presentaban en el seno de la naciente república, luego de los acontecimientos que frustraron la expedición de una nueva constitución en la Convención de Ocaña, por la división funesta para los intereses de la patria, que se dio entre los amigos del Libertador, Simón Bolívar, y los del hombre de las leyes, Francisco de Paula Santander. Al cabo del tiempo han aparecido dos cartas escritas por Ruperto Hand y dirigidas a William Turner —quien hacía las veces de embajador de Inglaterra en Colombia—, cartas que fueron encontradas en la sede de la Cancillería Británica en Londres, gracias a la actividad del doctor Mario Andrés Llano Restrepo, miembro de número de la Academia de Historia del Valle del Cauca. En estos documentos, Hand trata de justificar su actuación en el campo del Combate de El Santuario, achacándole su proceder al golpe que sufrió en la cabeza al caer cuando los soldados de Córdova le dieron muerte a su caballo, hecho que lo llenó de ira, y a la orden que asegura recibió del comandante de la Columna de Occidente, Daniel Florencio 5


O´Leary, según él cuando le dijo: “Corra instantáneamente a esa casa y mate a ese traidor de Córdova”. El académico Llano Restrepo ha escrito la obra Asesinato de Córdova y juicio contra Hand, vistos a través de dos cartas inéditas de Hand; en esta, hace el análisis de los sucesos que dieron al traste con la existencia del héroe de Ayacucho y compara las diversas afirmaciones de las personas que intervinieron en el acontecimiento. Considero que es uno de los mejores estudios que se han realizado sobre esos hechos —por la manera ponderada y erudita como va desmenuzando los antecedentes y lo sucedido en esa aciaga fecha para nuestra patria— y que ayudará a encontrar claridad sobre lo que realmente sucedió, pues, con el pasar de los años, se ha ido enmarañando por los intereses políticos que en ese momento se jugaban importantes personajes en la vida de la República. La Academia Antioqueña de Historia agradece al académico don Ricardo Zuluaga Gil por las gestiones que realizó ante el autor de la obra, para que autorizara la publicación de tan importante trabajo histórico; gran aporte para que, a los ciento noventa años de los trágicos sucesos, se pueda analizar y controvertir el testimonio que sobre ellos dejó para la posteridad el verdugo de El Santuario; y, así, al tener la oportunidad de conocer esos documentos y el trabajo descrito, algún día se logre saber la verdad sobre quién o quiénes dieron la orden de sacrificar al héroe de Ayacucho, José María Córdova, en la tarde del 17 de octubre de 1829. ORESTES ZULUAGA SALAZAR Presidente Academia Antioqueña de Historia Medellín, julio de 2019

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INTRODUCCION En este trabajo se presentan dos cartas inéditas, existentes en los archivos de la cancillería británica (Foreign Office, National Archives, Surrey, England), que fueron escritas por el comandante Rupert Hand en mayo de 1832, mientras se encontraba preso durante el juicio en su contra por el asesinato del general José María Córdova, ocurrido al final de la batalla de El Santuario, el 17 de octubre de 1829. Las dos cartas están dirigidas a William Turner, ministro plenipotenciario y enviado extraordinario (equivalente a un embajador) del gobierno británico en Bogotá. Con el propósito de entender y analizar el contenido de estas dos cartas, es necesario repasar no solo los sucesos asociados a la batalla de El Santuario y a la muerte de Córdova, sino también los antecedentes militares de Rupert Hand, los testimonios presentados en el juicio en su contra y los hechos ocurridos durante su confinamiento en prisión. En orden cronológico de publicación, las siguientes obras contienen información ya sea sobre la batalla de El Santuario, la muerte de José María Córdova o el juicio contra Rupert Hand: [1] Arango Carvajal, José María. El Santuario, Tipografía Central, Medellín (1898). [2] Ortega Ricaurte, Enrique. Asesinato de Córdova: proceso contra el primer comandante Ruperto Hand, Prensas de la Biblioteca Nacional, Bogotá (1942) [obra reimpresa por Editorial Kelly, Bogotá (1979)]. [3] Bronx, Humberto. El combate en El Santuario y asesinato de Córdova, Granamérica, Medellín (1971). [4] Ramírez Gómez, Damián. Combatientes de El Santuario; 7


coronel Ruperto Hand; causas de la revolución de Córdova, Talleres del Liceo Salazar y Herrera, Medellín (1979). [5] Barrera Orrego, Humberto. José María Córdova: entre la historia y la fábula, Fondo Editorial Universidad EAFIT, Medellín (2001). [6] Rodríguez, Moisés Enrique. Freedom’s mercenaries: British volunteers in the wars of Independence of Latin America, Volume 1, Northern South America, Hamilton Books, Lanham, Maryland, U.S.A. (2006). [7] Arango Toro, Gabriel Jaime. El asesinato de un héroe: últimos episodios en la vida del general José María Córdova, Editorial Temis, Bogotá (2010). [8] Brown, Matthew. The struggle for power in postindependence Colombia and Venezuela, Palgrave Macmillan, New York (2012). Entre estas ocho obras, se destaca por su calidad y erudición el libro del historiador británico Matthew Brown, profesor de estudios latinoamericanos de la Universidad de Bristol, en Inglaterra, el cual fue traducido al español por Patricia Torres Londoño y publicado con el título alterno El Santuario: historia global de una batalla por el Departamento de Publicaciones de la Universidad Externado de Colombia en el año 2015. Para el repaso de los hechos asociados a la batalla de El Santuario y para los aspectos biográficos relativos a Rupert Hand, el autor de este trabajo considera que el libro de Matthew Brown constituye la fuente de información más completa que se encuentra disponible actualmente. Para la descripción de la batalla, Brown se basó principalmente en las reminiscencias escritas por José María Arango (testigo presencial de la batalla como soldado en las filas de Córdova a la edad de 15 años) 8


en 1886 (57 años después de la batalla), las cuales fueron publicadas en Medellín, en 1898, con el título El Santuario. Para el repaso de los hechos asociados a la muerte de Córdova y para los detalles del proceso judicial seguido en contra de Hand, el autor considera que la fuente de información más completa es la obra de Enrique Ortega Ricaurte titulada Asesinato de Córdova: proceso contra el primer comandante Ruperto Hand, en la cual se compilan todos los documentos incluidos en el expediente del proceso judicial contra Hand, entre los cuales se encuentran las declaraciones dadas por los testigos presenciales de tales hechos, las objeciones planteadas por Hand durante su careo de los testimonios y las aclaraciones o ratificaciones hechas por los testigos. Después de repasar los hechos asociados a la batalla de El Santuario y a la muerte de Córdova y de considerar las declaraciones de los testigos durante el juicio en contra de Rupert Hand junto con las objeciones presentadas por él respecto a esas declaraciones, en este trabajo se presentan las dos cartas inéditas que el autor encontró en los archivos de la cancillería británica, escritas por Hand mientras se encontraba preso durante el juicio, analizando su contenido en el contexto de los hechos repasados previamente. Aunque otra carta escrita por Hand y dirigida a Edward Watts (cónsul británico en Cartagena), que le fue confiscada a Hand y que resultó incorporada al expediente asociado al juicio en su contra, fue incluida en la obra de Enrique Ortega Ricaurte, ninguna referencia a las dos cartas que aquí se presentan aparece mencionada en alguna de las ocho obras arriba listadas, ni siquiera en el libro de Matthew Brown. En el Capítulo 1, se repasan los hechos asociados a la batalla de El Santuario que condujeron finalmente al ataque de Hand contra Córdova y a la muerte de éste. En el Capítulo 2, se hace un repaso de la trayectoria militar previa de Hand y de los 9


sucesos asociados a su arresto, acusación, encarcelamiento, juicio, condena, y fuga de la prisión, ocurridos entre 1831 y 1833. En el Capítulo 3, se presentan las dos cartas inéditas escritas por Hand en mayo de 1832, transcribiendo las cartas en su versión original en inglés y haciendo su traducción al español. En el Capítulo 4, se analiza el contenido de esas dos cartas en el contexto de los hechos repasados en los Capítulos 1 y 2 y se compara con información previamente conocida con el fin de aclarar algunos hechos y dilucidar cualquier discrepancia que se haya detectado.

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Capítulo 1 Batalla de El Santuario y muerte de José María Córdova En septiembre de 1829, una rebelión liderada por el general de división José María Córdova (el héroe de la batalla de Ayacucho) estalló en la provincia de Antioquia. El ministro de guerra del gobierno bolivariano, el general venezolano Rafael Urdaneta, ordenó aplastar la rebelión. Para restablecer el orden, el 26 de septiembre de 1829, Urdaneta envió a Antioquia desde Bogotá, vía Honda, una fuerza de ataque denominada la Columna de Occidente, que constaba de soldados experimentados (la mayoría de ellos venezolanos), liderados por un grupo de oficiales extranjeros. El general de brigada Daniel O’Leary (irlandés) era el comandante de la columna, con el coronel Thomas Murray (irlandés) como jefe de estado mayor. La infantería era el componente más grande de la columna y estaba constituida por los Cazadores de Occidente, comandados por el coronel Carlo Castelli (italiano) y por Heinrich Lutzen (prusiano) como su adjunto. La caballería estaba comandada por el coronel Richard Crofton (irlandés) con el teniente coronel Rupert Hand (irlandés) como su adjunto. El teniente segundo Dabney O’Carr (estadounidense) era el edecán (o ayudante de campo) de O’Leary. La mayoría de los otros jóvenes oficiales eran venezolanos. La composición de esta columna muestra que el gobierno bolivariano no creía poder confiar en los colombianos neogranadinos para sofocar la rebelión de Córdova e ilustra cuán fuertemente se había polarizado el país entre aquellos que defendían al gobierno dictatorial afecto a Bolívar y los 11


que querían que se restableciera la antigua Constitución de Cúcuta.1, 2, 3, 4 Tan pronto como la Columna de Occidente ingresó al territorio antioqueño, después de 19 días de travesía desde Bogotá, O’Leary envió a uno de sus oficiales, el coronel José Manuel Montoya (oriundo de Rionegro y amigo de Córdova) para intentar obtener la rendición de Córdova, pero a pesar de dos entrevistas, ello resultó imposible. El héroe de Ayacucho se mostró inflexible, diciendo que no depondría sus armas a menos que se restableciera la antigua Constitución de Cúcuta. O’Leary también le solicitó al obispo de la diócesis, Mariano Garnica, que conversara con el rebelde y le pidiera que se entregara, pero esa comisión no tuvo éxito. Aquellos que creen que el gobierno había planeado matar a Córdova desde un comienzo, sostienen que O’Leary usó estas negociaciones para ganar tiempo mientras sus tropas hacían el difícil cruce de la cordillera. Otros están convencidos de que O’Leary estaba intentando evitar un derramamiento de sangre entre hermanos, porque para él era muy triste tener que emprender una campaña militar contra colombianos (sus compatriotas adoptivos) y en particular, contra Córdova, el líder de los sublevados, que era su antiguo compañero de armas, con el cual había compartido las duras faenas libradas durante las campañas por la independencia.2, 5, 6, 7 1 Moises E. Rodríguez, Freedom’s mercernaries: British volunteers in the wars of Independence of Latin America, Volume 1: Northern South America, Hamilton Books, Lanham, Maryland, U.S.A. (2006). 2 Ibídem, p, 281. 3 Matthew Brown, The struggle for power in post-independence Colombia and Venezuela, Palgrave MacMillan, New York (2012). Este libro fue traducido al español por Patricia Torres Londoño y publicado con el título El Santuario: historia global de una batalla por el Departamento de Publicaciones de la Universidad Externado de Colombia en 2015. Las citaciones que aparecen en el presente trabajo se refieren a la versión original en inglés. 4 Ibídem, pp. xxii (no numerada), 19. 5 Rodríguez, op. cit., p. 280. 6 Brown, op. cit., p. xvii. 7 Ibídem, p. 56.

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Finalmente, hacia las 11 de la mañana del sábado 17 de octubre de 1829, en el campo del caserío de El Santuario, el ejército de O’Leary (con 780 veteranos) se enfrentó con el ejército de Córdova (con 370 jóvenes inexpertos), el cual estaba distribuido en un cuerpo central y dos flancos. El cuerpo central de las filas, conformado por la mitad de los soldados del ejército rebelde, era comandado por el héroe de Ayacucho, el general José María Córdova, y se encontraba ubicado al frente de una pequeña casa, detrás de la cual se ocultaba un pequeño destacamento de ese cuerpo central, liderado por el capitán Braulio Henao y por el comandante adjunto Francisco Giraldo, que era el edecán (o ayudante de campo) del general Córdova. El flanco derecho de las filas rebeldes era liderado por el comandante segundo Benedicto González y el capitán Ramón Escalante y el flanco izquierdo era comandado por el coronel Salvador Córdova (hermano menor del general) y el capitán Anselmo Pineda. Con la mitad del número de soldados de las tropas gubernamentales, parecía que los rebeldes no tenían oportunidad alguna de vencer. Antes de que se hiciera el primer disparo, O’Leary le gritó a Córdova: “Córdova, entrégate!, no sacrifiques a esos pocos reclutas!”. La respuesta de Córdova no pudo haber sido más clara y contundente: “Córdova no se entrega a un vil extranjero, mercenario y asalariado!, primero sucumbe!”. Aquellos que sostienen que desde el comienzo mismo de la campaña, O’Leary tenía la intención de matar a Córdova, aparentemente no podrían explicar por qué el irlandés lo invitó a rendirse, si con sus fuerzas, superiores en número y entrenamiento, tenía asegurada la victoria. Sin embargo, ellos podrían argüir que O’Leary sabía perfectamente bien que Córdova se rehusaría a rendirse y que O’Leary estaba solamente tratando de guardar las apariencias. Cualquiera que fuera la intención, inmediatamente después de este intercambio de palabras, vociferadas sobre el campo de batalla, entre 30 y 40 hombres del destacamento al mando del capitán Braulio Henao, salieron de la posición oculta en que se encontraban (detrás de la casa, 13


que a su vez se encontraba detrás del cuerpo central de las filas de Córdova) para emprender un valiente ataque contra el flanco izquierdo de las filas de O’Leary y evitar que éstas descendieran sobre ellos desde lo alto de la colina (conocida como el Alto de María) donde se apostaban. El resto del ejército rebelde mantuvo su posición en las faldas de la colina. Antes de que los hombres de Henao hubieran podido avanzar algún trecho, la mayoría de ellos perecieron bajo el fuego de los rifles del ejército de O’Leary. Solamente sobrevivieron el capitán Braulio Henao, el subteniente Gregorio Naranjo, el señor Juan Hernández y unos pocos soldados de esa avanzada, quedando herido el comandante adjunto Francisco Giraldo, segundo al mando, el cual fue llevado al interior de la casa, que a partir de ese momento, sirvió como hospital. Después de esto, Córdova ordenó al cuerpo central de sus filas repeler con valentía el ataque de las fuerzas de O’Leary. Debido al fuego enemigo, Córdova sufrió una herida de bala pero continuó combatiendo. Muchos de los oficiales y soldados de Córdova no sobrevivieron a la primera tanda de disparos sobre ellos. El teniente Benedicto González fue derribado por heridas en el abdomen y ya agonizante fue llevado hasta la casa hospital. Enfrentados a una inevitable derrota, algunos de los soldados de Córdova intentaron abandonar las filas, matando Córdova a uno de ellos con su propia lanza para disuadir a los desertores. Apenas Córdova se dio cuenta de que el ataque emprendido por Henao había sido violentamente repelido, ordenó un repliegue de sus filas sobre la pequeña planicie al pie de la colina, de modo que la casa hospital quedara detrás del flanco izquierdo y cuerpo central de sus filas, y la capilla (que era la única otra edificación existente en ese lugar) quedara detrás de su flanco derecho. Esta nueva posición parecía excelente desde el punto de vista defensivo. Esta primera etapa de la batalla había durado tres cuartos de hora.8, 9, 10 8 Brown, op. cit., pp. xvii, xviii, 15, 63. 9 Rodríguez, op.cit., p. 282. 10 José María Arango Carvajal, Los últimos cuarenta días, en Humberto Barrera Orrego, José María Córdova: entre la historia y la fábula, Fondo Editorial Universidad EAFIT (2001), pp. 135-138.

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Antes de que la segunda etapa de la batalla empezara, hubo otro intercambio verbal entre Córdova y O’Leary. Córdova se dirigió a O’Leary preguntándole: “General O’Leary, ¿quiere usted salvar la República?” a lo que O’Leary respondió que sí. En seguida, Córdova gritó “¡Viva la República!” y O’Leary respondió diciendo “¡Viva el Libertador!”. Entonces los dos ejércitos se prepararon para retomar el combate. O’Leary le ordenó al comandante adjunto Heinrich Lutzen atacar las filas del capitán rebelde Ramón Escalante, compuestas por 70 hombres que Córdova había situado al pie de una pendiente inclinada con el fin de defender una corriente de agua y hostigar a las fuerzas de O’Leary a medida que éstas descendieran de la colina y se dispersaran sobre la planicie. Sin embargo, el capitán Escalante y casi todos sus hombres perecieron al entrar en combate con las filas de O’Leary. Con estas pérdidas y las que produjo el primer ataque realizado por las filas del capitán Henao, Córdova ya había sacrificado unos 100 hombres, un poco más de la cuarta parte de su ejército. Entonces siguió el ataque del batallón de cazadores al mando del coronel Castelli sobre el cuerpo central de las filas rebeldes y su flanco izquierdo, comandado por el coronel Salvador Córdova. Mientras tanto, la caballería del ejército de O’Leary, comandada por el coronel Richard Crofton y su adjunto, el teniente coronel Rupert Hand, permaneció en la retaguardia, en lo alto de la colina. Como resultado del ataque dirigido por Castelli, las filas de Córdova sucumbieron, muchos de sus hombres cayeron muertos o heridos y los demás huyeron en todas las direcciones, siendo perseguidos por la caballería de Crofton y Hand. De este ataque se salvaron milagrosamente el capitán Anselmo Pineda y el coronel Salvador Córdova. Las tropas de O’Leary convergieron sobre el cuerpo central de las filas del ejército rebelde, cargando sobre éstas con toda la fuerza de sus bayonetas y caballería. Cuando ya el general Córdova no podía contener más la deserción en sus filas, su asistente Juan José Niño le trajo un caballo y le rogó que se montara en él y se salvara porque ya pronto todos quedarían acorralados 15


por la compañía de flanqueadores del ejército de O’Leary, que era comandada por el capitán Salvador Alzate. La respuesta de Córdova a Niño, José María Arango y otros que se encontraban cerca, fue la siguiente: “¡Sálvense ustedes, cobardes!”. Niño y Arango se montaron en el caballo de Córdova y huyeron del campo de batalla, encontrándose después en el camino a Rionegro a Salvador Córdova que arrastraba a un malherido Anselmo Pineda; montaron a Pineda en el caballo y llegaron a Rionegro tres horas después para refugiarse en la casa de Córdova. A seis pasos de distancia de la casa que servía de hospital, malherido y con la chaqueta ensangrentada, José María Córdova miró el campo de batalla a su alrededor y se dirigió a la casa. A su lado se encontraba el teniente Francisco Escalante. Al entrar a la casa, Córdova le dijo a su edecán Francisco Giraldo, que se encontraba acostado en una cama: “hombre, hemos perdido la batalla, pero en regla, porque han peleado con mucho valor los reclutas”. En el interior de la casa había un total de siete oficiales y unos 13 soldados rebeldes. Después de unas dos horas de combate, había terminado la segunda etapa de la batalla de El Santuario.11, 12, 13 Cuando las tropas de O’Leary empezaron a acercarse más a la casa, los disparos provenientes de sus ventanas y de las rendijas de las paredes hirieron o mataron a algunos de los soldados y a varios caballos de los comandantes y oficiales. Ante este ataque, a O’Leary no le quedó otra alternativa distinta que dar la orden de ingresar por la fuerza a la casa sin darle cuartel al que se resistiera. De acuerdo con el testimonio posterior del coronel Castelli, O’Leary le ordenó a Castelli que fuera a la casa a liquidar a Córdova, pero Castelli se rehusó. En ese momento, Rupert Hand se aproximó a ellos; estaba medio enloquecido por el fragor de la batalla y por haberse golpeado 11 Brown, op. cit., pp. 64, 65. 12 Arango, op. cit., p. 138. 13 Carmelo Fernández, Memorias de un adversario, en Humberto Barrera Orrego, José María Córdova: entre la historia y la fábula, Fondo Editorial Universidad EAFIT (2001), pp. 142, 143.

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la cabeza al haber sido derribado violentamente de su caballo cuando éste cayó muerto de un disparo proveniente de la casa. O’Leary le repitió a Hand la orden que Castelli había rehusado cumplir. Hand la aceptó e inició su rápido avance hacia la edificación. O’Leary se dio vuelta, alejándose; algunos dirían después que lo hizo para evitar ser implicado directamente en la muerte de Córdova. Según un reporte que O’Leary escribió después de la batalla, mientras él daba la orden de ingresar a la casa sin darle cuartel al que se resistiera, un oficial le informó que un comandante enemigo, que al parecer era Córdova, lo estaba buscando en otra parte del campo de batalla porque se quería rendir; entonces O’Leary se dirigió rápidamente a ese sitio, encontrándose en cambio a varios oficiales enemigos que pedían su protección. Según algunos de los testigos, el interior de la casa se encontraba agitado por la presencia de soldados y oficiales de ambos ejércitos. Algunos soldados rebeldes seguían disparando de modo intermitente desde las ventanas de algunas de las habitaciones hacia el exterior de la casa. El coronel Thomas Murray y el teniente Dabney O’Carr, que habían llegado previamente a la casa, al ver a Hand acercarse a la puerta vociferando y preguntando dónde se encontraba Córdova, descifraron su intención y trataron de detenerlo. Posteriormente, Murray diría que Hand les había dicho a gritos a él y a O’Carr que estaba actuando bajo órdenes superiores de O’Leary y que Hand los había amenazado a ambos con su sable. Además, Murray diría que O’Leary lo había regañado por tratar de detener a Hand y que O’Leary le confirmó que él mismo le había dado la orden a Hand, advirtiéndole a Murray que nadie debía enterarse de ello.14, 15 De acuerdo con el testimonio del teniente Francisco Escalante, cuando Rupert Hand entró a la casa preguntando quién era el general Córdova, éste, que yacía sobre una cama, le contestó: “yo soy el general Córdova, aquí me tiene”, a lo que Hand 14 Rodríguez, op. cit., pp. 283, 284. 15 Brown, op. cit., pp. 65-67.

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respondió con maledicencias e insultos, golpeando entonces a Córdova en la cabeza con el sable que llevaba desenvainado desde cuando ingresó a la casa. Como Córdova no estaba preparado para ese ataque, lo único que pudo hacer fue mirar a Hand y tratar de defenderse interponiendo una de sus manos, pero Hand lo atacó de nuevo con su sable cortándole tres dedos de esa mano. Al segundo ataque de Hand siguió un tercero, aún más brutal, pues el sable partió el cráneo de Córdova, ocasionando que éste cayera al piso, desangrándose. Después de este tercer ataque, Hand se volteó, se alejó y salió de la casa. Según algunos testigos, O’Leary y varios de sus oficiales ingresaron a la casa y se acercaron al lugar donde yacía Córdova. Según O’Leary, Córdova alcanzó a hablar con él, le recordó la amistad que habían tenido, le dijo cuán apenado se sentía de haber combatido contra él y que se arrepentía de su ingratitud hacia Bolívar. Estas palabras de arrepentimiento de Córdova se las dio a conocer O’Leary a Bolívar en una carta que le envió ese mismo día. Al teniente Francisco Escalante, que había sido hecho prisionero cuando ingresó a la casa acompañando a Córdova, se le permitió visitar dos veces al general moribundo. La primera vez, Córdova se quejó de sus heridas, le pidió agua y que lo ayudara a reclinarse. En su testimonio, Escalante dijo que la segunda vez que visitó a Córdova, éste pronunció como últimas palabras las siguientes: “¡Avancen!, ¡corneta, toque paso de ataque!, ¡muchachos, a la bayoneta, que los enemigos son pocos y cobardes!, ¡viva la libertad!”. 16 Algunos afirman que, en cualquier caso, Córdova habría muerto de la herida que un disparo le había ocasionado durante la batalla, pero otros aseguran que habría sido posible capturarlo vivo y juzgarlo. Varios testigos dijeron que Córdova ya se había rendido y que cuando Hand lo hirió de muerte, Córdova era incapaz de oponer resistencia. Otros creen que Córdova permaneció desafiante hasta el final, rehusándose 16 Ibídem, pp. 68-71.

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a capitular aun cuando estaba seriamente herido, siendo consistente con la respuesta que le había dado a O’Leary cuando éste le pidió que se rindiera antes de empezar la batalla. El mismo Hand sostuvo que Córdova intentó dispararle al desenfundar una pequeña pistola que tenía en su bolsillo. Que Córdova todavía tenía armas consigo cuando fue atacado por Hand, se deduce del relato hecho por Gabriel Salom, de que Córdova le obsequió sus dos pequeñas pistolas al teniente Juan Rosario Budiño, un ayudante del ejército de O’Leary, en agradecimiento por haberle traído agua mientras Córdova yacía en el piso desangrándose. Considerando los diversos testimonios disponibles, la agonía de Córdova duró unas tres horas. Murió alrededor de las 5 p.m. de ese día, 17 de octubre de 1829. Su cuerpo fue reclamado por su amigo de Rionegro, Sinforoso García, salvándolo de ser enterrado en una fosa común y fue llevado en una barbacoa por la segunda compañía de flanqueadores de la Columna de Occidente, comandada por el capitán Salvador Alzate, hasta Marinilla, donde fue lavado en la casa del presbítero Jorge Ramón de Posada para ser enterrado al día siguiente en el cementerio de esa población. Sus restos fueron exhumados el 8 de abril de 1832 y llevados en una urna a Rionegro, primero a la casa de doña Pascuala Muñoz, la madre de Córdova, y luego a la capilla de Jesús (hoy en día, de San Francisco), donde el pueblo les tributó homenaje hasta casi la medianoche de ese día. El 9 de abril, a las 9 a.m. y en presencia de las autoridades civiles y eclesiásticas, se celebraron las exequias en el templo parroquial, tras lo cual la urna con los restos fue llevada al cementerio de Rionegro para ser colocada en una bóveda provisional en la sacristía de la capilla, donde permaneció hasta el 20 de julio de 1878, cuando después de una solemne ceremonia, los restos fueron finalmente trasladados al mausoleo de mármol erigido en ese camposanto, en virtud de una ley promulgada el 27 de junio de 1870. 17, 18 17 Brown, op. cit., pp. 68, 71-73. 18 Humberto Barrera Orrego, José María Córdova: entre la historia y la fábula, Fondo Editorial Universidad EAFIT (2001), pp. 149-155.

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Las circunstancias detalladas en las que Córdova murió son algo confusas y todavía puede debatirse lo que realmente ocurrió, porque los hechos narrados por los diversos testigos admiten diferentes interpretaciones. Muchos creen que él fue asesinado, pero quién dio las órdenes y cuándo está lejos de ser claro. Muchos creen que antes de que la campaña empezara, el ministro de guerra, general Rafael Urdaneta, instruyó a O’Leary de no capturar vivo a Córdova y que O’Leary, fielmente, le transmitió esta orden a su ejecutor material, el teniente coronel Rupert Hand. A su vez, al indagar más allá de los hechos, algunos se preguntan si la orden la impartió Urdaneta por su propia cuenta o si ésta contaba con el aval o patrocinio de Bolívar. Manuel Pérez Vila, el biógrafo de O’Leary, comenta que antes de 1831 nadie hablaba de la muerte de Córdova como un crimen y que fue con el advenimiento de un gobierno anti-bolivariano que comenzó a decirse que Hand había asesinado a Córdova y que la orden se la había dado el general Urdaneta a O’Leary antes de que éste emprendiera la campaña para sofocar la rebelión iniciada por Córdova. 19, 20 Si se considerara la muerte de Córdova a manos de Hand como el resultado de una conspiración fraguada de antemano, ¿por qué Bolívar, Urdaneta y O’Leary habrían convenido asesinar a Córdova? Para muchos Córdova era un idealista, un héroe alejado de las intrigas políticas que creía que la antigua Constitución de Cúcuta era suficiente para mantener el orden y la estabilidad de la nación. En tal caso, un juicio por traición contra Córdova sería muy embarazoso para Bolívar pues aquél se oponía abiertamente a su ejercicio dictatorial y cuasi-monárquico. A primera vista, la necesidad de evitar el escenario de un juicio a Córdova que controvirtiera la autoridad de su gobierno y lo desacreditara ante todos, sería un buen motivo para que Bolívar, Urdaneta y O’Leary estuvieran de acuerdo en el propósito de eliminar a Córdova. Por otra 19 Rodríguez, op. cit., p. 283. 20 Manuel Pérez Vila, Vida de Daniel Florencio O’Leary, primer edecán del Libertador, Imprenta Nacional, Caracas (1957).

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parte, para los enemigos de Bolívar, como Santander y Páez, conocidos por su deslinde y ambiciosas maquinaciones, la muerte de Córdova, y más si ésta no ocurría directamente en batalla, servía a sus propósitos, al crear un mártir y permitirle a la oposición al gobierno acusar a Bolívar de haber hecho asesinar a un héroe. Entonces, considerando que, para la reputación del gobierno, matar a Córdova era probablemente mucho peor que capturarlo vivo y juzgarlo, ¿por qué habrían Bolívar, Urdaneta y O’Leary convenido asesinar a Córdova?. Con este argumento, la tesis de una conspiración pierde peso.21 Sin embargo, es conveniente citar la proclama que O’Leary escribió después de visitar a Córdova, antes de que éste muriera, y que pronunció después delante de las tropas leales al gobierno:22 “Soldados! Este cadáver que ahora ustedes contemplan con indignación y tristeza es el cuerpo de un niño mimado por la fortuna. La generosidad del Libertador lo elevó al más alto rango militar y acumuló honores sobre él con profusión. Intoxicado con la prosperidad, él atacó a su benefactor y a su país. Pueda su destino ser una prueba para los desagradecidos miserables y traidores y pueda la conducta de ustedes ser un modelo para los fieles servidores de Colombia”. Y también es conveniente citar las palabras que O’Leary le dirigió a Bolívar horas después de la batalla:23 “Mi General, mi corazón me dice que yo he cumplido con mi deber. Yo habría muerto si no lo hubiera defendido a usted, y la verdad es que cuando la batalla parecía ir a favor de Córdova, yo mismo busqué la muerte que él recibió, de modo que yo no tuviera que presentarme ante usted en desgracia”. 21 Rodríguez, op. cit., p. 284. 22 Brown, op. cit., p. 72. 23 Ibídem, p. 73.

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El resultado final de la batalla de El Santuario fue la pérdida de 200 hombres en las filas del ejército rebelde y de 13 hombres en las filas del ejército gubernamental. Cuando después de la batalla de El Santuario, O’Leary llegó a Rionegro, después de pasar por Marinilla, decidió otorgar una amnistía para todos los que habían apoyado la insurrección contra el gobierno, incluyendo a Salvador Córdova, hermano menor del líder rebelde, y a Manuel Antonio Jaramillo, su cuñado (que había sido gobernador de Antioquia a comienzos de 1829). Además, en un acto de aparente gallardía, O’Leary le entregó a la familia de Córdova la espada del héroe sacrificado. Cuando O’Leary constató que Antioquia quedaba finalmente pacificada, decidió entonces regresar a Bogotá a finales de noviembre de 1829, dos meses después de haber iniciado su campaña. Como gobernador y comandante de armas de Antioquia, lo reemplazó el general Francisco Urdaneta (quien ya había sido gobernador desde 1822 hasta 1825), pero éste no gozó del beneplácito de los residentes de Medellín, y fue reemplazado luego de pocos meses (en noviembre de 1830) por el general Carlo Castelli, el cual a su vez fue reemplazado por Salvador Córdova, el 15 de abril de 1831, un día después de la batalla de Abejorral, en la cual las tropas rebeldes lideradas por Córdova derrotaron a las tropas del gobierno comandadas por el general Castelli. 24, 25

24 Brown, op.cit., pp. 30, 39, 72-74. 25 Rodríguez, op. cit., p. 286.

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Capítulo 2 Rupert Hand: antecedentes, arresto, acusación, juicio, sentencia y fuga 2.1 Hand antes de la batalla de El Santuario En la declaración dada por Rupert Hand el 3 de enero de 1832, durante el juicio en contra suya por el asesinato de Córdova, Hand dijo ser natural de Irlanda, católico y de 33 años de edad.26 Hand había llegado a Venezuela en 1818 con las fuerzas de la Legión Británica reclutadas por el general James English. En noviembre de 1819, en la población venezolana de Maturín, Hand participó en un duelo que le causó una severa herida de bala en su testículo izquierdo. Al final de una campaña posterior, Hand aseveraría que se había lesionado al manipular artillería pesada. Durante una campaña en Cumaná, en un incidente cuyos detalles se desconocen, Hand perdió la vista en su ojo izquierdo. En 1820, en la Guayana venezolana, Hand se vio involucrado en un violento incidente. Un soldado raso, llamado John Lons, insultó a Hand al decirle que ambos eran iguales, tras lo cual Hand intempestivamente desenvainó su espada y se la clavó a Lons dos veces, dejándolo tirado a su suerte. Furiosos y escandalizados por la reacción de Hand, los demás miembros de su batallón salieron a perseguirlo por las 26 En las páginas xxii (no numerada) y 17 de su libro, Matthew Brown señala que Hand era católico y que nació en Dublín hacia 1795. Sin embargo, la edad de 33 años declarada por Hand durante el juicio en su contra indica que nació en 1798 o 1799, tres o cuatro años después de lo indicado por Brown. La búsqueda de un registro de bautismo con el nombre Rupert Hand en bases de datos genealógicas tales como Roots Ireland, Find My Past, Ancestry y Family History Search no arroja ningún resultado. Sin embargo, en las bases de datos Find My Past y Ancestry se encuentra un registro de bautismo con el nombre Robert Hand, hijo de John Hand y Jane Rodgers, bautizado el 11 de junio de 1799 en la parroquia católica de Ardee, perteneciente a la diócesis de Armagh, en Irlanda. Actualmente, Ardee es una población del condado de Louth, en el nororiente de la República de Irlanda. Debido a que en idioma inglés, el nombre Rupert (que corresponde a la forma truncada del nombre latino Rupertus) es considerado como una variante ortográfica del nombre Robert, entonces no debe descartarse la posibilidad de que este registro de bautismo corresponda al personaje biografiado, porque éste, aunque hubiera sido bautizado con el nombre Robert, pudo haber decidido después, por preferencia personal, usar el nombre alterno Rupert.

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calles para matarlo, salvándolo el general Santiago Mariño, al permitirle esconderse en su casa mientras lograba dispersar a la tropa enardecida. Una corte marcial aprobó la conducta de Hand y ordenó diezmar a la tropa implicada en ese incidente, lo que ocasionó la muerte de 15 hombres, además de la de Lons. La reputación de Hand no disminuyó a pesar de haber recurrido a la violencia para imponer disciplina en las filas. Fue promovido a capitán y se le confió el entrenamiento de pequeñas unidades de soldados, a quienes disciplinó con rigor, ganándose la reputación de ser un estricto defensor de las reglas y del rango, que no dudaba en recurrir a la violencia para lograr el fin. En 1820, combatió en los Llanos bajo el mando de José Antonio Páez. En 1821, combatió en la batalla de Carabobo con la Legión Británica, y tras el triunfo conseguido, fue incorporado a la Orden de los Libertadores. En 1822, participó en las campañas costeras de Zulia, Coro y Puerto Cabello. En la campaña del Zulia contra el jefe realista Francisco Tomás Morales, Hand comandó una compañía de flanqueadores. En 1823, participó activamente en el sitio a Puerto Cabello y fue promovido a teniente coronel. Debido a la hernia que le dejó el accidente ocurrido en 1819, Hand se retiró del ejército el 4 de septiembre de 1824, radicándose en la población venezolana de Mérida para recuperar su salud. Poco después de llegar a ese lugar, fue arrestado y acusado por robo a una oficina postal. Aunque la evidencia en su contra era contundente, Hand fue absuelto por una corte marcial, debido en parte a la influencia ejercida en su nombre y en parte a su distinguida trayectoria militar: era un héroe de Carabobo y pertenecía a la Orden de los Libertadores. Con la pensión de invalidez que le pagaba el ejército, parece que vivió un tiempo en Bogotá, entre 1825 y 1829. En 1826, Hand publicó un anuncio en un diario de Bogotá denunciando que le habían robado los 3,250 pesos de su pensión. A pesar de varias acusaciones que había acumulado durante su trayectoria en el ejército, Hand seguía presentándose como una víctima, aunque para algunos ya 24


tenía una mala reputación: era considerado como un matón con uniforme.27, 28 2.2 Hand después de la batalla de El Santuario Por su lealtad en el cumplimiento del deber (haber ayudado a sofocar una rebelión contra el gobierno), Rupert Hand fue condecorado y promovido al grado de primer comandante efectivo poco después de la batalla de El Santuario. El gobernador del Chocó, el coronel Fermín de Vargas (tío de Florentino González, uno de los partícipes de la conspiración contra Bolívar del 25 de septiembre de 1828), que había dado su apoyo a la rebelión de Córdova en Antioquia, seguía resistiéndose a la pacificación emprendida por O’Leary y había liberado a esclavos negros con el fin de combatir al gobierno. Con el propósito de aplastar ese foco de rebelión, O’Leary nombró a Hand como gobernador provincial y comandante de armas del Chocó. Hand llegó al Chocó con una pequeña unidad y cumplió su misión de sofocar la rebelión en esa provincia durante los primeros meses de 1830. Posteriormente, ese mismo año, Hand fue nombrado gobernador militar de Chagres, en Panamá, cargo que ejerció durante más de un año. Como comandante del fuerte de Chagres, tenía bajo su responsabilidad a más de 20 prisioneros políticos, que en julio de 1831 se sublevaron y lo depusieron de su cargo, denunciándolo como un indeseable intruso extranjero y proclamando la oposición de Panamá al régimen pro-bolivariano instalado en Bogotá (el cual ya había sido desplazado del poder político por los liberales para ese entonces). Para octubre de 1831, después de dos años de rebeliones y conflictos, la dictadura militar pro-bolivariana había sido derrocada por los liberales, la República de la Gran Colombia se había desintegrado (con la separación de Venezuela en diciembre de 1829 y la de Ecuador en mayo 27 Brown, op. cit., pp. xvii, 17, 18, 34, 35. 28 Rodríguez, op. cit., p. 282.

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de 1830) y una nueva nación, la República de la Nueva Granada, había quedado conformada por los departamentos de Cundinamarca, Boyacá, Cauca, Antioquia, Magdalena e Istmo de Panamá. Rupert Hand había permanecido alejado del escrutinio público y nadie lo había molestado por haber estado involucrado en la muerte de Córdova, hasta cuando los liberales anti-bolivarianos, llegaron al poder en Bogotá en 1831. 29, 30 2.3 Arresto y encarcelamiento de Hand Hand fue detenido en Chagres y encarcelado en Portobelo (en Panamá), para luego ser enviado en grilletes y cadenas a Cartagena, adonde llegó el 12 de agosto de 1831, para ser formalmente arrestado y acusado de asesinar a José María Córdova. Mientras la autoridad militar instalaba el juicio en su contra y hasta mayo de 1832, Hand estuvo encerrado en una mazmorra en el castillo de San Felipe de Barajas. Por medio de una comunicación con fecha 26 de septiembre de 1831, José Manuel Montoya, comandante general del departamento del Magdalena, le informó al comandante José Ramón Márquez, sargento mayor de la plaza de Cartagena, que por orden del gobierno nacional, se había dispuesto encausar a Rupert Hand por el asesinato perpetrado contra el general José María Córdova. Para seguir la causa contra Hand fueron designados el comandante José Ramón Márquez como fiscal, Fernando de Losada como juez fiscal y el primer subteniente Joaquín Carazo como secretario, todos los cuales aceptaron realizar sus encargos y actuaciones.31, 32, 33 29 Brown, op. cit., pp. 76, 77, 92, 93. 30 Rodríguez, op. cit., p. 284. 31 Enrique Ortega Ricaurte, Asesinato de Córdova: proceso contra el primer comandante Ruperto Hand, Editorial Kelly, Bogotá (1979). 32 Ibídem, pp. 29-31. 33 Ibídem, p. 94. Carazo ejerció hasta el 3 de diciembre cuando por enfermedad fue reemplazado en su cargo por el subteniente primero de artillería Juan Antonio Martínez.

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Ese mismo día, el juez fiscal, en cumplimiento de una orden dada por el comandante Montoya, pasó por el castillo de San Felipe a registrar la celda de Hand y le confiscó 13 papeles, entre ellos una carta34 con fecha 23 de agosto, dirigida por Hand a Edward Watts, cónsul británico en Cartagena. En esa misiva, Hand le contaba a Watts que se encontraba confinado en prisión, vigilado y privado de toda comunicación con el mundo exterior; que una de las motivaciones que había tenido Córdova para su rebelión fue su disgusto por la parcialidad de Bolívar hacia el general (Juan José) Flores (a quien Bolívar había favorecido con el comando de las fuerzas del Sur), y que las palabras que O’Leary le dijo en El Santuario habían sido las siguientes: “Vaya usted a esa casa, señor, y si Córdova está en ella, mátelo usted”. Además, Hand le contaba a Watts que cuando encontró a Córdova dentro de la casa, éste sacó una pistola con intención de dispararle, inmediatamente después de lo cual Hand lo atacó con su sable; que después de eso y antes de que Córdova muriera, éste conversó con O’Leary diciéndole que se arrepentía de su ingrata conducta hacia el Libertador y que su suerte se la merecía justamente. Hand también le relataba a Watts en detalle los acontecimientos asociados a su deposición como comandante del fuerte de Chagres, su encarcelamiento en Portobelo y el trato denigrante e inhumano que allí sufrió por parte del coronel Tomás Herrera, quien le había hecho pedazos su sable insultándolo delante de muchos oficiales y soldados. Durante el tiempo que había residido en Panamá, Hand había sostenido correspondencia con comerciantes extranjeros a quienes había ayudado en su intento de hacer negocios en los términos más favorables con los comerciantes locales. Todos esos comerciantes tenían vínculos con Cartagena y por eso el círculo de comerciantes extranjeros de esa ciudad buscó la intervención de sus cónsules para lograr la liberación de Hand. Sin embargo, esos esfuerzos resultaron infructuosos. 34 Ibídem, pp. 79-92..

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Debido al cambio de gobierno que había tenido lugar, el juicio contra Hand estuvo politizado desde un comienzo. La nueva administración política de Cartagena, encabezada por el general Ignacio Luque, fue presionada desde Bogotá por parte del general liberal José María Obando, para que declarara culpable a Hand con el fin de convertirlo en el chivo expiatorio de los crímenes cometidos por los bolivarianos. El nuevo comandante general del departamento del Magdalena era José Manuel Montoya, un amigo de la infancia (en Rionegro) de los hermanos Córdova, e hijo de Francisco Montoya, comerciante y financista, que gobernaba a Antioquia en alianza con Salvador Córdova, comandante de armas de ese departamento. En octubre de 1831, el general Luque expulsó al cónsul británico en Cartagena, Edward Watts, acusándolo de haber colaborado con las fuerzas del gobierno pro-bolivariano durante el sitio al que Luque sometió a Cartagena en abril de 1831 para tomar el control del gobierno de la ciudad. La expulsión del cónsul Watts y la consecuente lucha de poder al interior de la comunidad británica de Cartagena terminó de socavar los esfuerzos diplomáticos para lograr la liberación de Hand. La situación empeoró cuando George Watts, el hijo del cónsul expulsado, quiso actuar como vice-cónsul en ausencia de su padre. George estaba casado con la hermana del gobernador pro-bolivariano exiliado en Jamaica, Juan de Francisco Martín. Cuando William Turner, embajador británico en Bogotá, se enteró de que George Watts estaba actuando como vice-cónsul, nombró al comerciante Joseph Ayton como cónsul en propiedad. El conflicto que surgió entre Watts y Ayton perjudicó aún más los esfuerzos para interceder por la liberación de Hand. El grado de animadversión hacia Hand crecía cada día por la campaña nacionalista de los partidarios del gobierno contra la intromisión de agentes extranjeros en los asuntos internos del país. Una parodia de lo que sería la confesión de Hand en el juicio fue publicada para exacerbar el sentimiento de que el crimen de Hand no podía quedar impune y que éste tenía que ser condenado a muerte. El general Carlo 28


Castelli, tras haber sido derrotado por Salvador Córdova en la batalla de Abejorral en abril de 1831, había sido apresado y enviado a Bogotá dos meses después para ser enjuiciado por sus excesos como comandante de armas en Antioquia durante el gobierno dictatorial pro-bolivariano de Rafael Urdaneta. Castelli fue encerrado en las mismas mazmorras del castillo de San Felipe donde se encontraba confinado Hand. Debido a la similitud de los testimonios dados por Hand y Castelli durante el juicio contra Hand, es probable que ellos durante su encierro, hayan acordado como estrategia de defensa, señalar a O’Leary como el instigador de la muerte de Córdova.35 2.4 Juicio contra Hand: declaraciones de los testigos Con base en los documentos compilados por Enrique Ortega Ricaurte en su obra titulada Asesinato de Córdova: proceso contra el primer comandante Ruperto Hand, Editorial Kelly, Bogotá (1979), el autor del presente trabajo elaboró dos tablas, muy detalladas, en la primera de las cuales (presentada en el Anexo 1) se listan los sucesos incluidos en las declaraciones de los testigos y en la segunda de las cuales (presentada en el Anexo 2) se presentan las objeciones manifestadas por Hand durante el careo con los testigos y las ratificaciones de éstos contra esas objeciones. En esta sección se presentan las declaraciones de los testigos en el orden cronológico de los sucesos ocurridos antes y después del ataque de Hand contra Córdova (véase el Anexo 1 para más información sobre los números de las páginas de la obra de Ortega Ricaurte donde se encuentran las declaraciones de los testigos, el rango militar de éstos antes y después de la batalla de El Santuario, sus edades, las fechas de sus declaraciones y su naturaleza presencial o no presencial).

35 Brown, op. cit., pp. 98, 99, 103, 104.

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En sus declaraciones, el teniente José Antonio Navarro y el cabo Manuel Acevedo dijeron que el combate empezó a las 10 a.m. En contraste, el sargento Juan Nepomuceno Isaza, el subteniente Juan Duque (de las filas de O’Leary) y los tenientes Gregorio Naranjo, José María Ochoa y José Gabriel Salom (éste último de las filas de O’Leary) dijeron que el combate empezó a las 11 a.m. Acevedo, Isaza, Duque, Naranjo y Ochoa dijeron que el combate duró dos horas. En su declaración, el comandante Francisco Giraldo dijo que, al principio de la batalla, él entró herido a la casa (mencionada como un bohío en la declaración del teniente José Gabriel Salom), antes de que lo hiciera el general José María Córdova. En su primera declaración, el capitán Francisco Escalante dijo que entró a la casa con Córdova y que éste estaba herido por un balazo. En su declaración, el sargento José María Yepes dijo que entró a la casa después de Córdova, y que éste estaba herido en un brazo. En contraste, en sus declaraciones, el coronel Thomas Murray (perteneciente a las filas de O’Leary), el comandante Francisco Giraldo y los tenientes José Antonio Navarro, Gregorio Naranjo y Juan Duque dijeron que Córdova estaba herido de un balazo en uno de sus hombros (el hombro derecho, según Navarro y Duque y el hombro izquierdo, según Murray). En contraposición con esos dos grupos de testigos, en su declaración, el acusado Rupert Hand aseguró que, de acuerdo con lo que le habían contado a él el teniente Dabney O’Carr (perteneciente a las filas de O’Leary) y el capitán Francisco Escalante, Córdova tenía una herida de bala que lo había atravesado desde la espalda hacia el lado derecho del pecho, por donde resollaba. En su segunda declaración, Escalante dijo que era cierto que él les había dicho a varias personas que Córdova tenía una herida en el pecho pero que nunca supo que respirara por ella como Hand aseguraba que Escalante le había dicho. 30


En su declaración, el comandante Francisco Giraldo dijo que Córdova, después de entrar a la casa, se dirigió a él y le dijo: “hombre, hemos perdido la batalla, pero en regla, porque han peleado con mucho valor los reclutas”, tras lo cual Córdova se recostó sobre Giraldo, que se encontraba acostado en una cama. En su declaración, el sargento Juan Nepomuceno Isaza dijo que Córdova, después de entrar a la casa, se acostó en una cama y arrimó su lanza a una pared. Esto último también lo afirmó el cabo Manuel Acevedo, quien adicionalmente dijo que después de que Córdova entró a la casa, hubo muy pocos disparos desde su interior. En su declaración, el teniente José Antonio Navarro dijo que entró herido a la casa después de Córdova. Según él y el comandante Francisco Giraldo, Córdova le dijo al coronel Thomas Murray que ya estaba rendido y le pidió que llamara al general O’Leary para hablar con él. Según el capitán Francisco Escalante, Murray le dijo a Córdova que él no permitiría que a éste lo ultrajaran y salió con cuatro soldados a buscar a O’Leary. Según Murray, él salió de la casa para traer un cirujano que tratara la herida de Córdova y al salir, se encontró en la puerta con el teniente Dabney O’Carr, edecán de O’Leary, y le contó a éste sobre el estado en que se Córdova se encontraba. Según el comandante Francisco Giraldo y el teniente José Antonio Navarro, Córdova ya les había ordenado a sus soldados presentes en el interior de la casa que arrojaran las armas. En su declaración, el subteniente Juan Duque dijo que varios oficiales estaban en el interior de la casa hablando con Córdova. En su declaración, el coronel Carlo Castelli (perteneciente a las filas de O’Leary) dijo que cuando un prisionero le contó que en la casa se encontraba el general Córdova, él en voz alta le contestó diciendo que si Córdova no se rendía, mandaría quemar la casa. Castelli también contó que O’Leary le había dicho en inglés a él que matara a Córdova, a lo que Castelli se rehusó. En su declaración, el acusado Rupert Hand contó que él se golpeó fuertemente en la cabeza, quedando privado 31


de sus sentidos cuando fue arrojado violentamente a tierra al recibir su caballo un balazo en el pecho y que, al recobrar el conocimiento, se levantó y con bamboleos, se dirigió hacia el frente de la casa, en donde se encontró con O’Leary, quien instantáneamente le dijo que en esa casa estaba Córdova, que lo acometiera y lo matara de inmediato. Hand contó que él no esperó a recuperarse de su caída y que procedió a obedecer rígidamente la orden que le dio O’Leary, la cual, según el testimonio del coronel Castelli, O’Leary se la impartió en idioma inglés a Hand. En su declaración, el coronel Murray dijo que Hand, antes de ingresar en la casa, se topó con él en la puerta y le preguntó dónde estaba Córdova, a lo que Murray le contestó diciéndole que estaba dentro de la casa herido y rendido. Hand, invocando a Dios, le juró a Murray que iba a matar a Córdova y Murray lo increpó diciéndole que cómo siendo él un inglés iba a manchar sus manos con la sangre de un hombre rendido. Murray dijo que el teniente Dabney O’Carr, que se encontraba también en la puerta, desenvainó su sable para intentar detener a Hand, pero éste les dijo a Murray y a O’Carr que tenía la orden de matar a Córdova. En su declaración, Hand dijo que en la puerta de la casa se encontró a Murray y O’Carr, que éstos lo detuvieron por un momento y le dijeron algo que él en ese momento no entendió, pero que él les contestó que tenía órdenes de O’Leary para entrar en la casa. Además, Hand dijo que no recordaba que Murray le hubiera dicho que Córdova estaba ya rendido. En sus declaraciones, el comandante Francisco Giraldo, el capitán Francisco Escalante, el teniente José Antonio Navarro, el subteniente Juan Duque, los sargentos Juan Nepomuceno Isaza y José María Yepes, y el cabo Manuel Acevedo dijeron que el acusado Rupert Hand entró a la casa preguntando por Córdova y que apenas Córdova contestó diciendo que él era a quien buscaba Hand, éste le propinó varios sablazos. Giraldo dijo que fueron cinco o seis golpes. Isaza dijo que fueron cuatro. Escalante dijo que fueron tres, el primero en la cabeza, 32


el segundo en la mano derecha cortándole tres dedos, y el tercero en la cabeza partiéndole el cráneo y enterrando el sable en la pared. En su declaración, el sargento José María Yepes coincidió con Escalante en cuanto al número de sablazos y los lugares donde éstos hicieron impacto, sin especificar en qué mano fue el segundo golpe y sin mencionar que después del tercer golpe, el sable se había enterrado en la pared. El teniente José Gabriel Salom también dijo en su declaración que Hand había descargado varios golpes de sable sobre Córdova. En sus declaraciones, el comandante Francisco Giraldo, los tenientes José Antonio Navarro y José Gabriel Salom, y el subteniente Juan Duque dijeron que Córdova no ofreció resistencia al ataque de Hand por estar herido, rendido y desarmado. El capitán Francisco Escalante dijo que Córdova estaba descuidado cuando fue atacado por Hand y que ese ataque ocurrió a las 2 p.m. El comandante Giraldo dijo que el ataque ocurrió entre la 1 y 2 p.m. El sargento Juan Nepomuceno Isaza dijo que Córdova no ofreció resistencia a pesar de tener su sable ceñido. El sargento José María Yepes dijo que Córdova reconvino a Hand preguntándole por qué lo mataba si estaba ya rendido. El cabo Manuel Acevedo dijo que Córdova no ofreció resistencia por estar acostado en una cama. En su declaración, el capitán Miguel Hoyos, que no presenció el ataque de Hand contra Córdova, contó que el teniente O’Carr le dijo que Hand había matado a Córdova estando éste ya rendido. En su declaración, el coronel Castelli dijo que él no sabía si Córdova ya se había rendido cuando fue atacado por Hand y que él había enviado al teniente Salom a proteger a Córdova pero que Salom llegó demasiado tarde. En su declaración, para la cual sirvió como intérprete Senén Benedeti, el acusado Rupert Hand dijo que en el interior de la casa había mucha confusión y que al preguntar quién era el general Córdova, un hombre agachado entre unos morrales contestó con voz amenazante que él era Córdova, llevándose 33


la mano al bolsillo y dejando ver la culata de una pistola. Con base en esa información, Hand aseguró que Córdova no estaba rendido porque lo había amenazado con una pistola y que esa amenaza lo motivó a ejecutar la orden de O’Leary, propinándole dos sablazos a Córdova, el primero de los cuales éste esquivó con su mano y el segundo lo golpeó en la cabeza. Además, Hand agregó que por estar confundido y trastornado por el golpe que había recibido en la cabeza al caerse de su caballo, no se encontraba en estado de juzgar nada y que por eso no se dio cuenta de que había oficiales de O’Leary dentro de la casa ni tampoco que los oficiales de Córdova estaban rendidos. Hand dijo que al salir de la casa inmediatamente después de su encuentro con Córdova, se encontró a O’Leary esperándolo y que éste lo increpó por no haber cumplido su orden con prontitud, a lo que Hand le contestó que Murray le había impedido momentáneamente entrar a la casa. En su declaración, el sargento Juan Nepomuceno Isaza dijo que al salir de la casa, Hand dejó un centinela en la puerta que luego le disparó a Córdova en un costado cuando Córdova intentó levantarse de la cama, y que el general Francisco Urdaneta (perteneciente a las filas de O’Leary) aprobó esa acción del centinela. Debido a que la declaración de Isaza no pudo ser ratificada porque éste desertó del ejército, el juez de la causa decidió llamar a declarar a los alféreces del batallón número 6° Rafael Sánchez y José de Jesús Vieco, que pertenecieron al mismo batallón (número 4°) en el cual prestó servicio Isaza. Sánchez y Vieco señalaron que Isaza era de mala conducta, que estaba enviciado en el licor y que como consecuencia de una insubordinación que tuvo ante el capitán Mariano Balrecha, éste lo había degradado al rango de último soldado. Muy probablemente por este motivo, Isaza decidió desertar del ejército. Debido a la mala conducta de Isaza, su declaración fue recusada por Hand con el fin de apoyar su solicitud de nulidad del proceso seguido en su contra. En contraste con lo dicho por Isaza, el cabo Manuel Acevedo, 34


que presenció el ataque de Hand contra Córdova desde el exterior de la casa, dijo en su declaración que después de que Hand atacó a Córdova y salió de la casa, O’Leary hizo entrar a Acevedo y a otros vencidos, poniendo un centinela doble en la puerta. El subteniente Juan Duque (de las filas de O’Leary) dijo en su declaración que cuando O’Leary llegó a la casa puso un centinela en la puerta. En su declaración, el coronel Murray contó que al salir de la casa, Hand se ufanó de su acción, mostrándole su sable ensangrentado desde la punta hasta la guarnición al coronel Richard Crofton. Además, Murray dijo que O’Leary lo reprendió por haber tratado de detener a Hand cuando éste iba a ingresar a la casa y que O’Leary le dijo que él personalmente le había dado la orden a Hand de matar a Córdova, pero que nadie debía saberlo. En su declaración, Juan Antonio Montoya, vecino de Santa Fe de Antioquia que no presenció los hechos, dijo que él oyó decir que un día después de la muerte de Córdova, el coronel Crofton le había dicho a Hand: “amigo, el temple de su espada ha quedado ayer a prueba”. En su declaración, el general Francisco Urdaneta (de las filas de O’Leary) dijo que él oyó a los coroneles Richard Crofton y Carlo Castelli decir en el campo de batalla que O’Leary había dado la orden de matar a Córdova y que Castelli le contó luego a Urdaneta que O’Leary había dado la orden en idioma inglés, en presencia de Urdaneta, y que por eso éste no la había entendido. Urdaneta también contó que Hand le dijo que si él no hubiera tenido la orden, seguramente no habría intentado rematar a Córdova. En su declaración, Castelli dijo que él sabía que Murray se había opuesto a que Hand matara a Córdova y que por ello O’Leary había reprendido a Murray. En su declaración, Hand dijo que por el intento que hizo Murray por detenerlo en la puerta, O’Leary no le había otorgado posteriormente un ascenso a Murray. Hand también dijo que uno o dos días después de los hechos, supo que O’Leary le había dado primero la orden a Castelli y que si él se hubiera 35


percatado de que Córdova estaba ya rendido, habría desistido de cumplir la orden dada por O’Leary. En sus declaraciones, el comandante Francisco Giraldo, el capitán Miguel Hoyos y los tenientes José Antonio Navarro, Gregorio Naranjo y José María Ochoa, dijeron que habían oído decir que O’Leary mandó a Hand a matar a Córdova. Pedro Sáenz, vecino de Rionegro, dijo en su declaración que todos señalaban a Hand como asesino del general Córdova. En su declaración, el teniente José Gabriel Salom contó que en su agonía, Córdova le pidió al teniente Rosario Budiño (de las filas de O’Leary) que sacara dos pistolitas de las faltriqueras interiores de la chaqueta que Córdova tenía puesta y se las regaló a Budiño. Salom agregó que Córdova no tuvo tiempo de usar esas pistolitas cuando fue atacado por Hand. Sin embargo, en su declaración, el coronel Castelli dijo que había oído decir que Córdova puso su mano en la faltriquera de su chaqueta con la intención de sacar un arma (seguramente eso se lo contó Hand durante su presidio compartido en el castillo de San Felipe, en Cartagena). En su declaración, el capitán Francisco Escalante dijo que visitó dos veces a Córdova mientras éste agonizaba; que la primera vez lo ayudó a sentarse para tomar agua y que la segunda vez lo oyó decir en voz débil: “¡Avancen, corneta, toque paso de ataque! ¡Muchachos, a la bayoneta, que los enemigos son pocos y cobardes! ¡Viva la libertad!”, después de lo cual Córdova expiró. En su declaración, el cabo Manuel Acevedo dijo que Córdova murió a la 1 p.m. En contraste, el teniente José Gabriel Salom, que en su declaración dijo haber acompañado y asistido a Córdova desde que fue herido por Hand, aseguró que Córdova expiró hacia las 5 p.m. En su declaración, el capitán Miguel Hoyos, que no presenció el ataque de Hand contra Córdova, dijo que él supo que Córdova estaba herido por un balazo y que murió hacia las 5:30 p.m. por los sablazos que le propinó Hand. En su declaración, Hand dijo que el capitán Francisco Escalante le contó que debido a la herida de bala que Córdova había recibido, sin duda habría muerto horas después aunque no hubiera recibido los sablazos. 36


2.5 Juicio contra Hand: careos del acusado con los testigos En el proceso seguido en contra de Hand, a las ratificaciones que hicieron los testigos (presenciales y no presenciales) de las declaraciones dadas por ellos sobre los hechos que eran de su conocimiento, siguieron los careos del acusado con los testigos o sus testimonios. En esta sección se presentan las objeciones planteadas por Hand durante su careo con los testigos o sus testimonios y las ratificaciones de éstos contra esas objeciones (véase el Anexo 2 para más información sobre las fechas de los careos y los números de las páginas de la obra de Enrique Ortega Ricaurte donde se encuentran las objeciones del acusado y las ratificaciones de los testigos respecto a esas objeciones). Durante los careos, Hand puso en duda la imparcialidad de la mayoría de los testigos, ya sea por la multitud de papeles públicos que estaban circulando en su contra, o porque los testigos eran antioqueños o habían pertenecido a las tropas de Córdova en El Santuario, o porque habían perdido familiares o amigos en la batalla, y porque personas respetables de Medellín le habían dicho que numerosos amigos y partidarios de Córdova habían jurado vengarse. Hand se conformó solamente con las declaraciones dadas por el coronel Carlo Castelli y el general Francisco Urdaneta. Respecto a la declaración dada por el teniente José Antonio Navarro, testigo presencial de los hechos, Hand dijo que Navarro no se encontraba tan cerca de Córdova como para poder relatar tan prolijamente lo que había pasado, a lo que Navarro contestó diciendo que él sí se encontraba cerca, a dos pasos de la cama de Córdova. Hand aseveró que Navarro debía haber notado que él estaba agitado y enajenado por el golpe que había sufrido antes de entrar a la casa y Navarro contestó que sí percibió su agitación pero que no se dio cuenta de que 37


Hand estuviera fuera de juicio. Hand refutó la afirmación de Navarro en cuanto a que Córdova estaba en una cama, diciendo que estaba agachado detrás de unos morrales, a lo que Navarro contestó ratificando que Córdova estaba sentado en una cama. Hand insistió en que Córdova no estaba desarmado y que quiso usar una pistola, a lo que Navarro replicó diciendo que si Córdova tenía pistolas, éstas tenían que ser muy pequeñas porque él no las había visto. En cuanto a la declaración dada por el cabo Manuel Acevedo, testigo presencial de los hechos, Hand dijo que no era posible que Acevedo hubiera visto lo que pasaba en el interior de la casa si se encontraba en el exterior de ésta, a lo que Acevedo contestó diciendo que, a través de una ventana, él había visto todo lo que pasaba dentro de la habitación donde estaba Córdova. Hand entonces replicó diciendo que Acevedo debería saber en qué estado se hallaba Córdova cuando Hand lo acometió, a lo que Acevedo contestó diciendo que Córdova estaba acostado en una cama y que cuando Hand le propinó los sablazos, Córdova trató de enderezarse pero cayó al suelo debido a los golpes. En su declaración, Acevedo había dicho que Hand entró a la casa inmediatamente después de que lo hiciera Córdova. En el careo, Hand lo refutó diciendo que antes de él había entrado el coronel Murray. Respecto a la declaración dada por el teniente Juan Duque (de las filas de O’Leary), testigo presencial de los hechos, Hand aseguró que solamente dos oficiales estaban con Córdova dentro de la casa: Francisco Giraldo, que estaba herido, y Francisco Escalante, a lo que Duque replicó diciendo que varios oficiales de O’Leary ya habían entrado a la casa antes de que Hand lo hiciera. Además, Hand dijo que él no había ido directamente donde estaba Córdova porque se había detenido en la puerta para hablar con Murray, a lo que Duque replicó que él no recordaba que Hand se hubiera detenido en la puerta a hablar con Murray. Hand solicitó que Duque dijera en qué 38


situación se hallaba para observar y oír todo lo que pasaba dentro de la casa, a lo que Duque contestó diciendo que se encontraba parado del lado externo de la puerta de la casa, asomándose cuando Hand le propinó los sablazos a Córdova. Hand insistió en que Córdova estaba armado porque tenía consigo un par de pistolas, con una de las cuales trató de defenderse, a lo que Duque replicó diciendo que si Córdova las tenía, éstas debían estar en los bolsillos de su chaleco porque no las había usado. En cuanto a la primera declaración dada por el capitán Francisco Escalante, testigo presencial de los hechos, Hand dijo que no era cierto que él hubiera insultado a Córdova antes de acometerlo y que éste no estaba descuidado y ajeno a lo que pasaba cuando había intentado tomar una pistola para defenderse y se había interpuesto con su mano al primer golpe que le descargó Hand. Escalante refutó lo dicho por Hand y se reafirmó en que Hand sí insultó a Córdova antes de atacarlo, que éste se encontraba descuidado y que no le vio ninguna pistola a Córdova pero supo mucho después que éste le regaló a un oficial un par de pistolas que le sacaron de las faltriqueras del chaleco. En su primera declaración, Escalante dijo que Murray había salido de la casa en compañía de cuatro soldados a buscar a O’Leary. Hand objetó esta afirmación diciendo que no entendía por qué Escalante había dicho tal cosa si a él le había contado que solamente estaban presentes Giraldo y Escalante. En su declaración y en el careo, Hand dijo que Escalante le había contado que Córdova tenía una herida de bala en el pecho que lo hacía respirar por la espalda, por la cual sin duda habría muerto horas después aunque no hubiera recibido los sablazos. En su segunda declaración y en el careo, Escalante refutó lo dicho por Hand, asegurando que nunca le dijo ni a Hand ni a Castelli que Córdova tenía una herida en el pecho que lo hacía respirar por la espalda.

Respecto a la declaración dada por el coronel Carlo Castelli, que no presenció el ataque de Hand contra Córdova, Hand 39


dijo que estaba de acuerdo con ella, añadiendo que cuando acometió a Córdova no sabía que éste estaba herido y que era público y notorio que Córdova estaba herido mortalmente en el pecho y que a esa herida debía atribuírsele su muerte. En el careo, el coronel Castelli dijo que el teniente Salom era quien le había informado que Córdova tenía una herida de bala que le entró por la espalda y le salió por el pecho, por donde resollaba y que Salom supo de la herida porque asistió y acompañó a Córdova. En cuanto a la declaración dada por el teniente José Gabriel Salom, testigo presencial de los hechos, Hand dijo que no creía que Salom hubiera presenciado los hechos sino que los conocía por referencia de otros, y que no era cierto que había alguna tropa en el interior de la casa mientras Hand estuvo en ella, a lo que Salom contestó diciendo que por la confusión que había en ese momento, era muy probable que Hand no se hubiera dado cuenta de la presencia de Salom y de otros individuos que lo acompañaban. Además, Salom dijo que al entrar a la casa por una ventana de la habitación donde estaba Córdova fue que vio a Hand descargarle los sablazos a Córdova, y que en ese momento también había sido herido de bala el sargento segundo N. Montalvo, de la segunda compañía de flanqueadores de las filas de O’Leary, por uno de los soldados de Córdova que estaba dentro de la casa. Respecto a la declaración dada por el capitán Miguel Hoyos, que no presenció el ataque de Hand contra Córdova, Hand dijo que no era cierto que el teniente O’Carr le hubiera dicho a Hoyos que el acusado había matado a Córdova, porque O’Carr le había dicho a Hand que Córdova murió a causa de la herida que había recibido en el pecho antes de sufrir las que le causó Hand. Hoyos refutó la afirmación de Hand diciendo que sí era cierto que O’Carr le había contado a él que Hand mató a Córdova estando éste ya rendido. 40


En cuanto a la declaración dada por el sargento José María Yepes, testigo presencial de los hechos, Hand dijo que no eran ciertas tres afirmaciones hechas por Yepes. Hand dijo que Córdova no estaba herido en un brazo, como lo afirmó Yepes, sino en el pecho, a causa de una bala que le entró por la espalda y que por esa herida resollaba. Hand dijo que el primer golpe que le dio a Córdova no fue en la cabeza, como lo afirmó Yepes, porque ese golpe Córdova lo esquivó con la mano derecha. Hand dijo que Córdova no lo reconvino preguntándole por qué lo mataba si estaba ya rendido, como lo afirmó Yepes, porque en todas las demás declaraciones constaba que Córdova lo único que había dicho era “yo soy” cuando Hand preguntó quién era el general Córdova. Respecto a la declaración dada por el comandante Francisco Giraldo, testigo presencial de los hechos, Hand dijo que no era posible que Giraldo se hubiera dado cuenta de todo lo que pasó porque de acuerdo con la declaración de Giraldo, éste se encontraba herido en la pierna izquierda y estaba tendido en una cama dándole la espalda a la cama en la que dijo que se encontraba Córdova, y que por ello Giraldo no podía asegurar que Córdova estaba desarmado y que no hubiera tratado de defenderse. A estas objeciones, Giraldo respondió diciendo que aunque era cierto que él no vio nada, había oído con mucha atención todo lo que pasaba; que en particular, le había escuchado a Córdova decirle al coronel Murray que ya estaba rendido y que por eso podía asegurar que Córdova no había intentado usar arma alguna contra Hand, porque si Córdova hubiera tenido su mano en una pistola que se asomaba en su faltriquera, como decía Hand, Córdova le habría disparado a Hand, lo cual no había ocurrido, y que aunque Córdova hubiera podido defenderse, no tuvo tiempo de hacerlo porque inmediatamente después de responder “yo soy” a la pregunta de Hand “quién es el general Córdova?” comenzaron los sablazos de Hand. La afirmación hecha por Giraldo en cuanto 41


a que Córdova estaba herido en uno de sus hombros fue refutada por Hand diciendo que eso no era cierto porque era público y notorio que Córdova tenía una herida de bala que lo atravesó desde la espalda hacia el lado derecho del pecho, por donde resollaba, a lo que Giraldo replicó que él se reafirmaba al decir que Córdova estaba herido en uno de sus hombros. Hand aseveró que era igualmente posible creer que Córdova había muerto a causa de la herida mortal del pecho que a causa de las heridas que él le había causado, a lo que Giraldo replicó diciendo que él en su declaración no atribuyó la muerte de Córdova a los sablazos que le propinó Hand pero que la herida de bala que tenía Córdova no le impidió a éste hablar con toda entereza. En cuanto a la declaración dada por el coronel Thomas Murray, que no presenció el ataque de Hand contra Córdova, Hand dijo que no consideraba imparcial a Murray por haberse declarado enemigo suyo y de O’Leary y por haber hablado y escrito en contra suya, a lo que Murray replicó diciendo que jamás había hablado o escrito contra Hand y que su declaración no había sido influenciada por cuestiones partidarias. Hand refutó varias afirmaciones hechas por Murray. Dijo que Córdova no estaba herido en la coyuntura del hombro izquierdo, como lo afirmó Murray, sino que estaba herido por un balazo que le entró por la espalda y le salió por el pecho, por donde resollaba, a lo que Murray replicó que el aspecto que mostraba Córdova cuando se encontró con él en el interior de la casa estaba en conformidad con una herida en la coyuntura del brazo izquierdo. Hand dijo que no era cierto que él le hubiera jurado a Murray que iba a matar a Córdova, a lo que Murray respondió diciendo que en una conversación que había tenido con Hand en Medellín acerca de la muerte de Córdova, Hand se disculpó por haber estado arrebatado por el furor cuando lo habían mandado matar a Córdova. En su declaración, Murray dijo que cuando se topó con Hand en la puerta de la casa y éste le preguntó dónde estaba Córdova, le contestó que estaba en 42


la casa herido y rendido. En el careo, Hand dijo que cuando habló con Murray en Medellín, éste le contó que aunque no le había dicho que Córdova estaba herido y rendido, le había dicho: “acuérdese, Hand, que usted es inglés”. Además, Hand dijo que le había dicho a Murray que él no habría cumplido la orden de O’Leary si hubiera sabido que Córdova estaba herido o rendido. Hand objetó lo dicho por Murray en su declaración en cuanto a que Hand le había mostrado al coronel Crofton el sable ensangrentado desde la punta hasta la guarnición. En el careo, Hand dijo que O’Leary lo había ascendido a primer comandante no solamente por haber cumplido su orden sino también como premio por sus servicios al gobierno supremo de aquél tiempo, lo cual fue corroborado por Murray al agregar que esa promoción fue reconocida y aprobada por el gobierno, expidiéndose un despacho para conferir ese empleo, en virtud de facultades extraordinarias. 2.6 Hand durante el juicio en su contra El 3 de enero de 1832, Hand hizo su declaración36 (presentada previamente en la sección 2.4) sobre los hechos de El Santuario ante el juez fiscal Fernando de Losada. Como su defensor, Hand propuso al coronel Rafael Tono, comandante general de Marina, pero éste se excusó de aceptar el nombramiento por motivos de salud, ante lo cual Hand designó como su defensor al coronel Valerio Francisco Barriga, comandante general de artillería, quien finalmente aceptó el encargo. El 10 de enero, Barriga le solicitó al comandante de armas de la plaza de Cartagena que le quitaran los grilletes de los pies a Hand pues su salud se encontraba quebrantada por la imposibilidad de ejercitar sus piernas. Esta solicitud fue denegada al día siguiente al considerar la naturaleza de las causas criminales en contra de Hand y el correspondiente nivel de seguridad que requería su confinamiento en prisión.37 36 Ortega, op. cit., pp. 136-143. 37 Ibídem, pp. 149-154.

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Aunque durante el juicio, la versión de Hand, de que había actuado bajo las órdenes de O’Leary, fue apoyada con el testimonio dado por tres altos oficiales (Murray, Castelli y Urdaneta), toda la culpa de la muerte de Córdova fue finalmente arrojada sobre Hand, y éste en consecuencia, fue degradado, denigrado y humillado, siendo mantenido en prisión en el castillo de San Felipe de Barajas, en Cartagena, en condiciones crueles e inhumanas, contrarias al trato de reos establecido en las leyes de la nación.38 Con la ayuda del cónsul de Estados Unidos, John MacPherson, Hand pudo intercambiar algunos mensajes con las autoridades consulares británicas, hasta cuando el esquema para el contrabando de los mensajes fue descubierto por las autoridades carcelarias, que, como represalia, aumentaron la severidad en las condiciones del confinamiento de Hand. Cuando los mensajes con el testimonio de Hand sobre las condiciones de su encierro llegaron a manos del embajador británico en Bogotá, William Turner, éste se dirigió al presidente Domingo Caicedo quejándose con ironía por la extraña forma en que el gobierno nacional correspondía a la contribución que habían hecho los británicos por la independencia de Colombia. Frustrado por su incapacidad para interceder a favor de la liberación de Hand, Turner se volvió cínico en sus comentarios hacia el país y el gobierno. Mientras tanto, O’Leary (quien había partido hacia el exilio en Jamaica, en mayo de 1831) se enteraba de los testimonios que sus antiguos oficiales estaban rindiendo durante el juicio contra Hand, señalándolo como el autor intelectual de la muerte de Córdova, y de la inmensa presión que estaba ejerciendo Obando sobre las autoridades de Cartagena para que Hand fuera condenado a muerte.39 El 30 de marzo de 1832 se promulgó la ley orgánica del ejército, la cual fue sancionada el 2 de abril. El artículo 30 de esa ley estableció que todos los oficiales, desde teniente coronel hasta 38 Carta de Rupert Hand a William Turner (mayo 7 de 1832), Foreign Office, FO 135-15 (Letters from miscellaneous, 1830-1832), National Archives, Surrey, England. 39 Brown, op. cit., pp. 100, 105.

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alférez segundo, que no estuvieran asignados, aun cuando estuvieran en servicio pasando revista, eran considerados en uso de licencia indefinida y el artículo 49 estableció que los militares que no se encontraran actualmente en servicio no tendrían fuero militar en ningún caso. El 2 de mayo de 1832, el coronel José María Vesga, comandante general del departamento del Magdalena, le solicitó a Manuel Pérez de Recuero, auditor de guerra, su concepto acerca del estado legal en que se encontraba Rupert Hand, pues Vesga consideraba que Hand estaba en uso de licencia indefinida y por ende, no gozaba del fuero de guerra. El 4 de mayo, Pérez de Recuero emitió su concepto ratificando la presunción hecha por Vesga acerca del estado legal de Hand, agregando que éste no podía seguir siendo juzgado por la autoridad militar, sino por la autoridad civil, de modo que la causa debía trasladarse al juez letrado del cantón, consignando el acusado a tal autoridad.40 El 2 de julio de 1832, Francisco de la Espriella, fiscal de apelaciones del distrito judicial de Cartagena, proveyó el concepto emitido por los ministros del tribunal de apelaciones, José María del Real, José María Alandete y Manuel Antonio Salgado, con el cual se ratificaba el concepto previamente emitido por el auditor de guerra, Manuel Pérez de Recuero, agregando que aunque Hand gozaba del fuero privilegiado de guerra cuando ocurrió la muerte de Córdova, al presente, cuando Hand estaba siendo juzgado, éste ya no gozaba de tal fuero porque lo había perdido, de modo que aunque la causa de Hand se había iniciado en un tribunal militar, esa causa debía continuar en la justicia civil ordinaria.41 Esta decisión ratificó el traslado de Hand del castillo de San Felipe a la cárcel pública de Cartagena. Para la continuación del juicio contra Hand, se necesitaba nombrar un asesor del juez letrado del cantón municipal; sin embargo, se excusaron de asumir ese encargo, debido a problemas de salud o a una supuesta 40 Ortega, op. cit., pp. 215, 216. 41 Ibídem, pp. 216, 217.

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sobrecarga de trabajo, varios juristas de Cartagena, como Agustín de Granados, Ignacio Cabero, Manuel Pérez de Recuero, Eusebio María Canabal, Antonio del Real, Pedro Castellón y Agustín Núñez, de tal modo que los autos fueron trasladados a la ciudad de Mompós, donde finalmente, el 23 de octubre de 1832, el jurista Aquilino Alvarez aceptó el encargo de asesorar al juez letrado del cantón de Cartagena, aconsejándole trasladar los autos al fiscal para que hiciera la acusación y continuara la causa hasta ponerla en estado de sentencia.42 2.7 Sentencia contra Hand Con la llegada en agosto de 1832 a Cartagena de Francisco de Paula Santander después de tres años en el exilio en Estados Unidos y Europa, el vice-cónsul británico Joseph Ayton se entrevistó con él para solicitarle clemencia para Hand. Que durante su estadía en Cartagena, Santander había decidido proteger la vida de Hand, se deduce de un mensaje que le envió Castelli a Hand en septiembre de 1832, antes de que Castelli fuera liberado, contándole que por la intercesión de Santander, a Castelli le habían otorgado pasaporte y salvoconducto para dirigirse a Curazao o Venezuela, y que Santander le había asegurado que bajo su presidencia, Hand no sería ejecutado. Cuando Santander asumió la presidencia en octubre de 1832, también le aseguró al embajador Turner que independientemente de la condena que recibiera Hand, éste no sería ejecutado.43

42 Ortega, op. cit., pp. 218-229. 43 Brown, op. cit., pp. 107, 108.

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General de división José María Córdova Autor: Fermín Isaza, 1876 Colección Museo Nacional de Colombia


Sentencia de primera instancia Considerando que los testigos José Antonio Navarro, Juan Nepomuceno Isaza, Manuel Acevedo, Juan Duque, Francisco Escalante, José María Yepes y José Gabriel Salom presenciaron el ataque de Hand contra Córdova, ante el cual éste no ofreció resistencia por no haber hecho uso ni de su sable (según Isaza) ni de las pistolas de su chaqueta (según Salom), interponiendo solamente su mano derecha (según Yepes), teniendo en cuenta la propia confesión de Hand acerca de que sus acciones obedecieron a la orden dada por O’Leary de sacrificar a Córdova y considerando el hecho de que a pesar de la oposición del coronel Murray, Hand llevó a efecto su cruel ejecución, Manuel Salgado, como agente fiscal, acusó criminalmente a Hand el 16 de noviembre de 1832, solicitando que se le impusiera la pena de muerte, señalada en la ley 2ª del título 21, libro 12 de la Novísima Real para los que mataren a muerte segura, como lo había hecho Hand contra Córdova.44 La acusación hecha por el fiscal Manuel Salgado fue contestada por Hand diciendo que él no veía mérito para que se solicitara la pena de muerte porque el cuerpo del delito no estaba debidamente probado, que ni los testigos ni el juez eran idóneos, que la acción por la que se lo acusaba, lejos de ser un delito, había sido un acto de justicia aprobado y premiado por el gobierno al cual él había servido y que por ello no había autoridad que pudiera castigarlo ni someterlo a su censura. Que para justificar el cuerpo del delito era necesario probar que Córdova se encontraba herido, desarmado y rendido antes del ataque del acusado. Además, que se necesitaba que un juez hubiera certificado previamente que el cadáver de Córdova había sido examinado por facultativos para determinar que su muerte había provenido de las heridas que recibió del acusado. Que no estaba probado que el general Córdova hubiera muerto a causa de tales heridas, porque Córdova se había retirado de 44 Ortega, op. cit., pp. 230-232.

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la batalla, herido por un balazo, que habiéndole entrado por la espalda le había salido por el pecho, haciéndole arrojar mucha sangre, de modo que si se consultara a los facultativos, resultaría que tal herida de bala era no solamente mortal sino también pronta o actual (o sea, inevitable). Que al no estar probado que Córdova había muerto a causa de las heridas que Hand le causó, debía presumirse, en conformidad con el principio de equidad (que establece que en caso de duda debe juzgarse por el extremo más benigno) que había muerto debido a la herida de bala. Que al contrario de lo señalado en la acusación en cuanto a que Córdova estaba desarmado, muchos testigos habían dicho lo contrario: que en la casa donde se encontraba Córdova todavía estaba la lanza con la que él había combatido y se había retirado del campo de batalla, que Córdova se mantuvo con el sable ceñido y con dos pistolas en sus bolsillos. Que aunque algunos testigos hubieran dicho que cuando el acusado se encontró a Córdova en la casa ya habían cesado las acciones, de las declaraciones dadas por otros de los testigos podía deducirse que el combate todavía seguía porque cuando el acusado se estaba aproximando a la casa, desde ella se disparaba y de un balazo fue que le mataron el caballo haciéndolo caer y recibir en tierra un fuerte golpe en la cabeza. Que al encontrar a Córdova, éste no le advirtió que estaba ya rendido y que dado que Córdova no había entregado las armas que tenía consigo no podía entonces considerarse que estuviera rendido. Que era común entre las naciones, considerar que la rendición suponía la entrega de las armas y el sometimiento al vencedor. Que refugiarse en una casa era dar motivo para que se sospechara que se tenía la intención de ocultarse para escaparse luego e inquietar en otra parte. Que era lícito quitarles la vida a los enemigos que huyeran dispersos para evitar que se volvieran a reunir para hacer resistencia, porque la primera obligación de un gobierno era procurar su seguridad y conservación. Que las leyes de la guerra autorizaban al acusado a quitarle la vida al general Córdova, porque éste ni se rindió ante el acusado ni se 50


le había rendido antes a otro. Que no eran idóneos ni el juez que promovió la formación de la causa contra él, el coronel José Manuel Montoya, antioqueño, por estar emparentado con los partidarios del general Córdova, ni tampoco los testigos cuyas declaraciones habían sido tomadas por fiscales o jueces de la provincia de Antioquia, donde mandaba el coronel Salvador Córdova, hermano del general muerto. Que lo que el acusado le hizo a Córdova lo había ejecutado en cumplimiento de la orden que le había dado el general que comandaba la división del gobierno (o sea, O’Leary). Que al corresponder la sublevación de Antioquia en 1829 a una mínima fracción de esa provincia y no a la pluralidad de la nación, no era posible disputarle a la dictadura que gobernaba la nación en aquél tiempo, la facultad de castigar a los causantes de la rebelión. Que de acuerdo a las ordenanzas de guerra, no se podía ignorar la facultad que tenía un general de la división enviada por el gobierno para darles instrucciones a sus subordinados y que tales órdenes eran equivalentes a sentencias de muerte pronunciadas contra inocentes, porque en caso de no acatarlas, los subordinados podrían ser ejecutados. Que aunque el general de la división no hubiera recibido la orden expresa del gobierno de darle muerte a Córdova, podía disponerlo y encargárselo a cualquiera de sus oficiales. Que jamás se había visto castigar a los ejecutores de la justicia, por ejemplo, a los que fusilaron a “los patriotas de la desgraciada operación del 25 de septiembre en Bogotá”. Que a pesar de que el gobierno de aquél tiempo (1829) tuvo conocimiento de lo ocurrido con Córdova en todas sus circunstancias, lejos de haber reprobado la conducta del acusado, la habían considerado meritoria y la habían premiado (con el ascenso que recibió Hand de teniente coronel a primer comandante efectivo). Que siendo así, él ya había sido juzgado por la única autoridad que debía juzgarlo, la de aquél tiempo, y que por tanto, no podían juzgarlo ahora porque a nadie se lo juzgaba dos veces. Que si el gobierno de aquél tiempo había procedido mal al premiar su conducta, entonces los que conformaban ese gobierno eran a los que se 51


debía hacer responsables, pero que el acusado no veía ni en la Constitución ni en las leyes del Estado alguna autoridad facultada para revocar las medidas tomadas por el gobierno de aquél tiempo. Que conforme a todo lo expuesto, al quedar desvanecidos los cargos contra él, el acusado solicitaba ser puesto en libertad.45 El 23 de febrero de 1833, el agente fiscal, Manuel Salgado, se ratificó en la acusación que había hecho el 16 de noviembre de 1832, solicitándole al señor alcalde primero municipal de Cartagena que declarara concluida la causa para ser resuelta en los términos dictados en la acusación. A su vez, Hand, en fecha 6 de marzo de 1833, se ratificó en su contestación a la acusación del fiscal, solicitándole al alcalde que proveyera su absolución. Para la citación a sentencia, los autos fueron trasladados de nuevo a la ciudad de Mompós, donde el 11 de abril de 1833, después de un año y medio de haberse iniciado el juicio, el juez letrado de esa ciudad, Aquilino Alvarez, encontró culpable a Hand, conmutando la sentencia de pena de muerte propuesta por el agente fiscal Manuel Salgado por una pena de 10 años de prisión. Para declarar culpable a Hand, Alvarez tuvo en cuenta la información suministrada por varios de los testigos en sus declaraciones, llegando a la conclusión de que Hand había herido con ventaja y alevosía a Córdova, cuando éste se encontraba en un estado de perfecta rendición que lo hacía contemplar como un verdadero prisionero por haberle ya comunicado al coronel Murray que estaba rendido y por hallarse recostado en una cama desarmado y sin oponer resistencia alguna a su agresor. Que en virtud del artículo 15, título 17, tratado 7° de las ordenanzas del ejército, Hand estaba obligado a tratar con decencia y generosidad a los oficiales prisioneros y que no podía exculparse por haber recibido una orden de su jefe, porque éste, en virtud del artículo 5, título 17, tratado 2° de las ordenanzas del ejército, no estaba autorizado a dar una orden tan bárbara como contraria al derecho de gentes. 45 Ortega, op. cit., pp. 236-241.

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Pero que al estar en duda la verdadera causa de la muerte de Córdova, por no saberse si había sido causada por las heridas propinadas por Hand o por el balazo recibido en combate, no era aplicable la pena de muerte señalada en el artículo 64, título 10, tratado 8° de las ordenanzas, sino la de presidio impuesta por el artículo 65 del mismo título y tratado.46 Apelación El 20 de mayo de 1833, la sentencia dictada por el juez letrado Aquilino Alvarez fue apelada por Hand ante el tribunal de apelaciones del distrito judicial del Magdalena. En su escrito de apelación, Hand reiteró que las bases en que se fundaba la sentencia eran falsas y absurdas y que ya habían sido impugnadas en su escrito de contestación a la acusación del fiscal. Que no había verdad ni actuación legal en la causa contra él porque todos los jueces y testigos antioqueños adoraban a Córdova como el primer héroe de su tierra y habían actuado en el mismo teatro donde fue eclipsada su gloria militar. Que los tribunales debían reconocer que todavía no se habían extinguido el furor de la guerra civil, el espíritu partidista y el deseo de venganza de los que padecieron durante el gobierno usurpador. Que era absurdo que lo condenaran a 10 años de presidio teniéndose como dudoso si Córdova había muerto por las heridas infligidas por el acusado o por la que ya había recibido antes de aquellas. Que si considerarlo a él reo de homicidio era ya problemático, era absurdo condenarlo por asesino o alevoso. Que era absurdo calificar como asesinato o alevosía su obediencia a una orden dada por el general que comandaba la expedición del gobierno. Que el acusado no había herido a Córdova ni con ventaja ni estando éste rendido, porque Córdova estaba armado con sable y pistolas. Que en la milicia, los subalternos debían cumplir de manera estricta las órdenes de los jefes sin hacer observaciones sobre ellas. 46 Ibídem, pp. 253-261.

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Que así como cuando un juez pronunciaba una sentencia de muerte contra un hombre inocente, los comisionados a ejecutar la sentencia estaban obligados a obedecer el dictamen sin poner en duda la autoridad del juez y sin que por obedecer ese dictamen se les pudiera atribuir un delito, así también debía considerarse que el general O’Leary, por las facultades extraordinarias otorgadas por el gobierno para la expedición que éste comandó, había actuado como un juez que dictó una sentencia de muerte sobre Córdova como medida de precaución para que no se prolongara la guerra, y que el acusado como ejecutor de esa sentencia debía cumplir su comisión sin dudar de la autoridad de O’Leary y sin que por obedecer esa comisión se le pudiera atribuir un delito. Que si el acusado hubiera dejado de cumplir esa orden, ante el gobierno habría sido responsable de haber prolongado la guerra, volviéndose reo de los desastres consiguientes, pero para el juez que ahora lo condenaba, habría hecho una acción justa, humana y meritoria. Pero que como no desobedeció la orden, entonces era considerado como un criminal, un aleve, un asesino. Que con ese tipo de jurisprudencia sería necesario levantar diariamente patíbulos para ejecutar a aquellos que dejaban de hacer buenas obras. Que la sentencia dictada en su contra debía revocarse porque la credibilidad de los tribunales de la nación quedaría altamente comprometida a los ojos de Europa al conocerse que por el espíritu partidista se castigaba con un efectivo asesinato a un militar que en una acción de guerra obedeció una orden dada por su jefe.47 Sentencia de segunda instancia El 25 de junio de 1833, Eusebio María Canabal, fiscal del tribunal de apelaciones del distrito judicial del Magdalena, emitió un concepto sobre la sentencia dictada por el juez civil letrado Aquilino Alvarez, estableciendo que la causa contra Hand correspondía al derecho público de la nación, el 47 Ortega, op. cit., pp. 266-269.

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cual determinaba los casos en que un gobierno podía hacer uso de sus tropas, decretar expediciones y autorizar jefes en campaña. Que el gobierno que dispuso la expedición al mando del general O’Leary, revistiéndolo de facultades de jefe en campaña, era legítimo, reconocido y respetado y no solamente había enviado la expedición sino que había aprobado sus resultados, dándolos a conocer a la nación en noviembre de 1829. Que entonces no era posible proceder contra las determinaciones del gobierno. Que si en oposición a este concepto, se sometiera a juicio la conducta de Hand, dudando de si éste procedió bien o mal en cumplir la orden dada por su jefe, no le competía a los tribunales civiles el conocimiento de la causa sino a los tribunales militares por la naturaleza de tal causa, aunque Hand no gozara ya del fuero de guerra, porque todavía subsistía el fuero de causa. Que entonces era impropio que la sentencia de primera instancia (dictada por el juez civil letrado Aquilino Alvarez) se hubiera fundamentado solamente en las ordenanzas del ejército. Para actuar como conjueces y dictar sentencia de segunda instancia fueron convocados varios juristas como Ildefonso Méndez, Ramón Ripoll, Manuel Pérez de Recuero y José María Alandete. Méndez, Ripoll y Alandete se excusaron aludiendo impedimentos legales y Pérez de Recuero fue recusado por Hand. Finalmente, el 8 de agosto de 1833, José María del Real, Ignacio Cabero y Pedro Castellón dictaron la sentencia definitiva, con base en las siguientes consideraciones. Que por las declaraciones de los testigos estaba probado que después de concluida la acción bélica de El Santuario, Hand le había propinado con su sable varias heridas mortales a Córdova, dejándolo por muerto. Que la intención de Hand había sido deliberada y éste estaba decidido a perpetrar el homicidio como se lo manifestó al coronel Murray y a otros individuos en la entrada a la casa. Que aunque Hand hubiera recibido la orden de O’Leary para ejecutar este crimen, no debió cumplirla porque la obediencia a los superiores exigida por la ordenanza militar era solamente para los asuntos del servicio, sin que pudiera extenderse a 55


la comisión de un delito contra el derecho de gentes, como era el no darles cuartel a los enemigos rendidos, en lugar de reservarlos para ser juzgados a su tiempo por autoridad legítima. Que al haber sido dada en idioma inglés la orden de O’Leary a Hand para matar a Córdova, se quería que dicha orden no trascendiera. Que por ello esa orden tenía un carácter de maliciosa clandestinidad y entonces era impropia de los actos legítimos. Que no constaba que el gobierno de ese tiempo hubiera aprobado la muerte de Córdova en el modo en que fue ejecutada, porque aunque Hand había sido premiado, ello sería en virtud de su buen comportamiento militar en la acción. Invocando las leyes 2ª y 10ª, título 23 y la ley 10ª, título 26 del libro 8° de la Recopilación Castellana, en concordancia con el artículo 64 de las ordenanzas del ejército, los conjueces de segunda instancia revocaron la pena decretada en la sentencia de primera instancia (10 años de presidio) apelada por Hand, cambiándola por la pena de muerte. Sin embargo, considerando que Hand había cometido su delito en situación de acaloramiento después de haber sufrido una caída de su caballo, no estando en aptitud de reflexionar si debía o no cumplir la orden de matar a Córdova, los conjueces decidieron suspender la ejecución de la sentencia, a la espera de que el supremo poder ejecutivo de la nación conociera la sentencia y considerara la opción de conmutar la pena en conformidad con las facultades concedidas por la Constitución.48 2.8 Fuga de Hand El mismo día en que fue dictada la sentencia de segunda instancia (8 de agosto de 1833), Hand, disfrazado, se escapó de su celda en la cárcel pública de Cartagena49 y fue llevado en una canoa hasta un barco francés que se encontraba anclado en el puerto, donde encontró refugio, para zarpar 48 Ortega, op. cit., pp. 291-293. 49 En la página 93 del libro de Brown dice que Hand estuvo dos años preso en el castillo de San Felipe. Sin embargo, de acuerdo con lo que Hand le informa a William Turner en la segunda carta transcrita en el Capítulo 3, con fecha 14 de mayo de 1832, para esa

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hacia Martinica el 10 de agosto. ¿Quién lo había ayudado a escapar?. Hay al menos tres versiones al respecto. Una es la de John MacPherson, el cónsul estadounidense, quien dijo que cuando supo que Hand había sido sentenciado a muerte, él se dirigió a la prisión donde encontró a Hand caminando a lo largo de un corredor en uno y otro sentido porque su celda estaba completamente ocupada por unas 20 personas, visitantes del cónsul francés, Adolph Barrot, quien había sido encarcelado desde finales de julio por insultar al alcalde de Cartagena. Después de informarle a Hand que había sido sentenciado a muerte, lo ayudó a ponerse un disfraz que constaba de un abrigo, un sombrero negro, un par de botas y unas gafas, y entonces caminaron por pasadizos oscuros, logrando pasar desapercibidos por el puesto del centinela hasta llegar a la puerta de salida de la prisión. Una segunda versión le adjudica la autoría del escape a Adolph Barrot, el encarcelado cónsul francés quien le habría facilitado el escape a Hand en la confusión generada por la presencia de sus 20 visitantes. Una tercera versión es la del mismísimo presidente Santander, que en una carta privada comentó que el escape de Hand había sido el resultado de un soborno de 2,000 pesos al alguacil de la prisión.50, 51, 52 ¿Pero quién patrocinó la fuga de Hand? ¿Fueron los bolivarianos, que todavía eran fuertes en Cartagena y que simpatizaban con él?. ¿O fueron los santanderistas, como recompensa por su confesión acusando a O’Leary de haber dado la orden de matar a Córdova, implicando en consecuencia tanto a Urdaneta como a Bolívar en el crimen? Esto último sería posible si se tiene en cuenta que Murray y Castelli (que en el juicio apoyaron la versión de Hand acerca fecha, Hand ya había sido trasladado desde el castillo de San Felipe a la cárcel pública de Cartagena. 50 Ortega, op. cit., p. 293. 51 Brown, op. cit., pp. 107-111. 52 Rodríguez, op. cit., p. 284.

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de la orden impartida por O’Leary) tuvieron después largas y distinguidas carreras militares en Colombia y Venezuela, respectivamente, alcanzando el grado de generales y gozando de pensiones de retiro. ¿Será que estos logros se debieron a su carácter personal y a su credibilidad, o serán la prueba de que ellos fueron recompensados por su cooperación con el gobierno santanderista en el difícil asunto de incriminar a O’Leary, Urdaneta y Bolívar? Lo cierto es que ninguno de los militares extranjeros que testificaron durante el juicio de Hand alteró después su versión de los hechos, ni siquiera cuando las circunstancias políticas cambiaron, lo cual podría indicar que muy posiblemente dijeron la verdad.53 2.9 Hand después de su fuga El barco francés en el cual Hand se refugió después de haberse fugado de la cárcel pública de Cartagena partió con rumbo a Martinica el 10 de agosto de 1833. Para diciembre de ese año, Hand ya se encontraba en Venezuela. El ministro de asuntos exteriores de la República de la Nueva Granada, Lino de Pombo, le solicitó al gobierno venezolano que extraditara a Hand por ser reo ausente en el juicio en su contra, el cual había terminado el 8 de agosto de 1833 con su condena a muerte por el tribunal de apelaciones del distrito judicial del Magdalena. La solicitud de extradición fue rechazada por el gobierno venezolano el 14 de marzo de 1834, debido a que Hand ya se había nacionalizado en Venezuela, habiendo sido reincorporado al ejército de esa nación. Como solución alterna, el gabinete ministerial de Venezuela le ofreció al gobierno neogranadino juzgar a Hand en Caracas si le enviaba toda la documentación relacionada con el caso. Sin embargo, ese gabinete estaba conformado por militares veteranos, como Carlos Soublette, cuñado de Daniel O’Leary, que estaban inclinados a apoyar a Hand. Una segunda solicitud de extradición, hecha por Lino de Pombo el 21 de julio de 1834, 53 Rodríguez, op. cit., pp. 284, 285.

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también fue rechazada por el gobierno venezolano. De este modo, Hand aseguró su inmunidad y pudo seguir con su vida, dedicándose a la enseñanza del idioma inglés en Caracas, dando lecciones a particulares y también en escuelas y clubes, como el colegio de la Independencia (donde fue instructor de inglés de los hijos de Soublette) y en la Sociedad Económica de Amigos del País, la cual le patrocinó la publicación de un libro de texto titulado Brief Analytical Explanation of the English Alphabet. Con la derrota de Carlos Soublette (que era el candidato favorito de José Antonio Páez) en las elecciones presidenciales de 1834 y el triunfo de José María Vargas, sobrevino una rebelión, la cual estalló el 7 de junio de 1835 en Maracaibo y estaba liderada por los militares veteranos de las guerras de independencia que con el temor de perder sus privilegios como importantes terratenientes, exigían reformas para beneficio del ejército y la iglesia. Con la toma de Caracas por los revolucionarios a comienzos de julio de 1835, Hand se fue al exilio a Curazao, desde donde ayudó a Páez a levantar un ejército para expulsar a los rebeldes, lo cual se logró después de una intensa campaña librada por Hand en Caracas y La Guaira que le costó la pérdida de la visión en su ojo derecho. En 1839, el gobierno venezolano le otorgó a Hand una pensión de retiro igual a la tercera parte de su salario. Aunque estaba casi ciego, porque ya tiempo atrás (hacia 1819 en Cumaná) había perdido la visión en su ojo izquierdo, Hand se las arreglaba para prestar sus servicios en la junta del concejo de Caracas. El 22 de noviembre de 1842, los restos exhumados del Libertador Simón Bolívar fueron embarcados en Santa Marta para ser trasladados a Caracas. El 15 de diciembre, un cortejo fúnebre, en el cual estuvo presente Daniel O’Leary, acompañó los restos desde su arribo al puerto de la Guaira hasta Caracas, donde el 17 de diciembre fueron llevados hasta la iglesia de San Francisco, para permanecer en cámara ardiente hasta el 23 de diciembre cuando fueron trasladados a la catedral, en una ceremonia muy solemne en la cual se le rindieron los máximos honores, en presencia de todas 59


las autoridades civiles, militares, eclesiásticas y diplomáticas. Es probable que, al igual que O’Leary y otros militares extranjeros radicados en Venezuela, dada su gran admiración y lealtad por Bolívar, Rupert Hand haya asistido a esas pompas fúnebres. Hand fue escogido por un comité de selección para desempeñar el cargo de profesor de inglés en la Universidad Central de Venezuela, a la cual estuvo vinculado desde 1841 hasta 1845, cuando las clases de inglés se suspendieron por el bajo número de estudiantes inscritos. Tuvo así Rupert Hand el honor de ser el primer profesor universitario de inglés en la historia de Venezuela. Poco tiempo después de retirarse de su cargo universitario y debido a sus pobres condiciones de salud (estaba prácticamente ciego, había perdido casi toda su dentadura, tenía úlceras gástricas y una hernia incontrolable asociada a la herida sufrida tiempo atrás en un testículo), Hand quedó médicamente incapacitado para desempeñar cualquier trabajo. Poco después, en 1846 o 1847, dado su deterioro físico, falleció no se sabe si en Caracas o en la isla caribeña de Saint Thomas (que en esa época era una colonia danesa), a donde se cree que Hand viajó para recuperar su salud.54

54 Brown, op. cit., pp. 123-125, 141-144, 146, 147.

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Casa en la que fue asesinado el general Córdova Autor: desconocido Pintado a partir de una fotografía de Melitón Rodríguez Colección Museo Córdova (El Santuario - Antioquia)


Capítulo 3 Cartas inéditas escritas por Rupert Hand en prisión A continuación se presentan dos cartas inéditas existentes en los archivos de la cancillería británica escritas por Rupert Hand durante su encierro en el castillo de San Felipe de Barajas y en la cárcel pública de Cartagena, y que están dirigidas a William Turner, ministro plenipotenciario y enviado extraordinario (equivalente a un embajador) de Su Majestad Británica en Bogotá. Las cartas se transcriben en su idioma original (inglés) y se acompañan de su correspondiente traducción al español. Para no incomodar al lector durante la lectura de las cartas, el autor de este trabajo corrigió varios errores ortográficos presentes en la versión original en inglés de las cartas, usando notas al pie de página para señalar las palabras con errores e indicar la forma ortográficamente incorrecta utilizada por Hand. 3.1 Carta de mayo 7 de 1832 (Original en inglés) 55 His Excellency William Turner, Esquire, His Britannic Majesty’s Minister Plenipotentiary and Envoy Extraordinary Bogota From a cell in the Castle of San Felipe de Barajas, Carthagena, Colombia, May 7, 1832 Sir: As a British subject who has never alienated himself from, or forgotten his allegiance56 to his King and country, but has on 55 Foreign Office, FO 135-15 (Letters from miscellaneous, 1830-1832), National Archives, Surrey, England. 56 Hand escribió ‘alliegiance’, forma ortográficamente incorrecta porque le sobra la letra ‘i’ antes de la primera letra ‘e’.

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the contrary served both by assisting to open to commerce these regions, I pray your prompt and I hope powerful interference in my behalf with the government that at present exists in Bogota. I thought not to have troubled your Excellency, because a short time before the expulsion of H.B.M consul Mr. Watts (who so nobly and spiritedly defended me) he informed me, that everything had been done, every care taken, that you Sir had been advised, and that my honour and existence would soon be wrenched from the grasp of my inhuman and remorseless enemies. But I much fear my good friend deceived himself. True, the dreadful attempt to starve me to death whilst shut up, deprived of all communication, bound in fetters in my lightless57 and noisome dungeon (having been kept one month and sixteen days in that state without pay, ration58 or bread) and that of immediately shooting me, were frustrated by the united efforts of my countrymen, together with those of Mr. Macpherson, the United States consul, whose philanthropy,59 persevering attentions and kindness to me, has endeared him to every Englishman, much more so, when in consequence60 of his conduct, they commenced a civil process against him and persecuted 61 him. Transit in exemplum.62 Mr. Watts, intimate as he was with the whole of my affairs, might well suppose that the British government would immediately interfere on being made acquainted with them, and so indeed it did, most grateful am I, and happen what 57 Hand escribió ‘liteless’, forma ortográficamente incorrecta porque usa el prefijo ‘lite’ en lugar de ‘light’. 58 Hand escribió ‘racion’, forma ortográficamente incorrecta porque tiene la letra ‘c’ en lugar de la letra ‘t’. 59 Hand escribió ‘philantrophy’, forma ortográficamente incorrecta porque tiene (al final) la letra ‘h’ antes de la letra ‘y’. 60 Hand escribió ‘inconsequence’, forma ortográficamente incorrecta porque une la preposición ‘in’ a la palabra ‘consequence’ 61 Hand escribió ‘persecueted’, forma ortográficamente incorrecta porque añade una letra ‘e’ antes de la letra ‘t’. 62 Hand utiliza esta culta expresión latina que significa ‘por ejemplo, pasa’.

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may, will never, never cease to honour and praise it whilst I have life. But what, I would ask your Excellency, has it availed me? I am not at liberty, I am still in the same fetters, the same dungeon, the same lugubrious horrors surround me, and hope deferred 63 withers, yes, withers the very sources of my being. Mr. George Watts indeed to console me, showed me the official letter, but at the same time remarked, that as he could not act publicly as vice-consul,64 he could do nothing more than inform a friend who would make it know to the government of New Grenada. Two days afterward, I was informed he had remitted officially the document to your Excellency. Then indeed, every post that came down how anxious were my enquiries, how restless will I could see my good genius the American Consul, but alas!, a melancholy shake of the head, as if unwilling or ashamed 65 to say “there is yet no answer” engulfed 66 me in all the horrors of doubt and uncertainty, may sometimes despair. Days, weeks, lingering months have passed 67 and I am still left in the same state, in the hands of my persecutors. Merciful God, Sir! Is the order of the British government a mere brutum fulmen? 68 Am I a subject for neglect or mockery? Am I, I ask, to be left panting, writhing in the fangs of these inhuman monsters, these ruthless assassins, and is there a British Envoy in Bogota? Ah! But I pray you Sir forgive this sudden burst, I would not be wanting in respect. The hectic 69 is past, and I feel assured could you but see me as I am. I should need no apology, you may 63 Hand escribió ‘defered’, forma ortográficamente incorrecta porque usa una sola letra ‘r’ en lugar de dos. 64 Hand escribió la forma abreviada ‘V.consul’. 65 Hand escribió ‘ashame’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta la letra ‘d’ al final. 66 Hand escribió ‘engulphed’, forma ortográficamente incorrecta porque usa las letras ‘p’ y ‘h’ en lugar de la letra ‘f’. 67 Hand escribió ‘past’, forma no ortodoxa para el participio del verbo ‘pass’. 68 Hand utiliza esta culta expresión latina que significa ‘una mera amenaza vacía’. 69 Hand escribió ‘hetick’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta la letra ‘c’ antes de la letra ‘t’ y le sobra la letra ‘k’ al final.

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suppose me unworthy, I have never had the honour of being introduced to or seeing you, as I have been long commanding in a distant province. You are at this moment surrounded by my most mortal foes, the enemies of Bolivar, the men of the dagger, the assassins of the great Sucre!, he was my friend, in fine those very men that accuse me of crime and persecute me, that they may glut themselves with my blood. Few foreigners latterly enjoyed greater confidence than I, in this country. But Bolivar is dead, his enemies triumph. I became the object of their fury because I was protected by him, because I never would be a traitor, never could be smeared from the honourable path of my duty as a military man, neither as such, have I ever meddled in their political broils or revolutions (except 70 in the execution of orders) but have served with fidelity. This has been my bane. I am a foreigner therefore detested. You are probably aware, Sir, that after fourteen years hard fighting, the two or three that survived have been turned out of the country, narrowly escaping with their lives, except indeed one Irishman, one solitary scheming Irishman, a traitor to his benefactor, a disgrace to his country. He passed over to the cold blood assassins of Sucre, the pride of his country, and had been previously gazetted and turned out of the service. He has given evidence against 71 me, but has unwittingly favoured me (in his endeavours to please by dishonouring me) having sworn (though 72 horribly disfiguring the truth) that I killed the rebel general Cordova, by the express order of the general in chief commanding in the action of El Santuario in Antioquia in the year 1829. This was known 73 to all the world and the government three years ago: I was rewarded and promoted for my services in that action by that same respectable legitimate government of the Republic of Colombia, the only one that 70 Hand escribió ‘excep’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta la letra ‘t’ al final. 71 Hand escribió ‘agains’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta la letra ‘t’ al final. 72 Hand escribió ‘tho’, contracción coloquial de la palabra ‘though’. 73 Hand escribió ‘know’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta la letra ‘n’ al final.

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has been recognized by the British and other nations, it had likewise at its head Bolivar. Is it then, I ask, to be admitted after the breaking up of the great republic and its destruction by rebel factions calling themselves nations or states in the year 1832, that one of those factions shall take up on itself or be permitted to hang and quarter me for rewarded services as a soldier in the execution of my duty in support of the government of Colombia in 1829, which I was then serving as an auxiliary, and for which I had fought eleven years? And this because they please to call it crime! And that the rebel Cordova was a liberal, and of their party! Oh, Sir, this is too glaring! It is a most ridiculous absurdity and I feel assured that your Excellency will see it in its true light, and will not calmly suffer me to be disgraced and murdered but that you will remind the gentlemen in Bogota of the fate of Algiers and Lisbon. The case of Bonhomme is not to be compared with mine. As a soldier and a gentleman my honour requires that I should relate what occurred in the battle of El Santuario, I will likewise mention what occasioned 74 it. General Cordova, incensed against Bolivar in the South for having refused him the command of the army which was given to General Flores in preference, determined to revenge the supposed insult. Ambitious, arrogant, ignorant and impetuous, he flew to his native province Antioquia, wrestled 75 the command from the feeble76 hand that had it, planted the standard of rebellion, and murdered in cold blood, Captain Herrera and Lieutenant Velez,77 two invalid officers for having refused to join him. This is public and notorious. 74 Hand escribió ‘occationed’, forma ortográficamente incorrecta porque usa la letra ‘t’ en lugar de la letra ‘s’. 75 Hand escribió ‘wrested’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta la letra ‘l’ después de la letra ‘t’. 76 Hand escribió ‘feble’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta una letra ‘e’ después de la letra ‘f’ 77 Hand, incorrectamente, escribió ‘Belis’ para el apellido en lugar de ‘Vélez’.

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Intimidated, astonished, the people remained inert. He, seizing and trying men like sheep, soon obtained a considerable force, upward of six hundred, with which he proposed to overthrow the government under pretence 78 of supporting the constitution and the laws. Thus did this unhappy ingrate cause the death of more than three hundred of his fellow citizens, and immerse his country in all the horrors of a civil war, from which it has never recovered. But his ingratitude to benefactor Bolivar, who but a short time before saved his life or rather saved him from an ignominious death, is perhaps without parallel. A sufficient force, though79 not very effective, was soon in the field, and we gave him battle. The firing continued for about an hour and a half when our General seeing some confusion in the enemy’s ranks, ordered the cavalry, of which I was second in command, to charge, it did so, gallantly, the rebels gave way and fell back in two or three directions on the woods, our infantry and cavalry following. I was soon at some distance from the field when the action commenced. It seems that Cordova, when his troops gave way, threw himself into the house on which his right flank had rested, with about twenty five or thirty soldiers, and with a determination not to surrender, as he knew an ignominious death awaited him. When our general presented himself in front of the house with forty or fifty men and ordered him to surrender, the answer was a volley from the windows and loopholes by which many of our men were killed, a brisk firing then commenced, but this enemy remained quiet (reloading, I suppose), the general ordered it cease, but on a second summon to surrender, they again opened a destructive fire which was returned warmly, as more of our soldiers were continually coming up. Hearing this heavy work in my rear, I thought probably a reinforcement 78 Hand usa la forma británica ‘pretence’ en lugar de ‘pretense’. 79 Hand escribió ‘tho’, contracción coloquial de la palabra ‘though’.

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for Cordova had arrived, or that he had again rallied part of his troops, determined to inform myself, alone I made the best of my way back through the wood, and had some rencontres80 with stragglers, on arriving on the little plain, I saw the firing and went up full gallop, when a volley from the house dropped 81 my horse and I was thrown 82 some distance with violence on my head, I lay some short time insensible, even to this day I cannot hold my head straight,83 I at length arose, grasped my sabre and in the moment of frenzy 84 and fury was precipitating myself on our own troops without knowing them, the general arrested me with his drawn sabre in his hand. I immediately recognized him, in great wrath he said “rush into that house instantly Sir and kill that traitor Cordova” in an instant he was obeyed. It is a wonder indeed considering my impetuosity and excessive excitement all were not hewn down in the house or that came in my way, as the before mentioned Irishman afterwards told me, he himself had a narrow escape, though85 I pledge my word of honour that had I not been quick as light (and I am not the most indifferent swordsman), Cordova would have shot me. By order of the Bishop of the Diocese there was a general thank given for the defeat and death of the rebel. With respect to the charges of having made a revolution in Panama, and disobeyed the government, they are if possible, still more ridiculous, false and malicious than the other. The best proof is (of which the public papers may have informed you) that when the process was sent to the auditor of war, 80 Hand escribió ‘rencountres’, forma ortográficamente incorrecta del galicismo ‘rencontres’, porque le sobra la letra ‘u’. 81 Hand escribió ‘droped’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta una letra ‘p’. 82 Hand escribió ‘throw’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta la letra ‘n’ al final. 83 Hand escribió ‘strait’, forma ortográficamente incorrecta porque le faltan las letras ‘g’ y ‘h’ antes de la letra ‘t’ al final. 84 Hand escribió ‘phrensy’, forma ortográficamente incorrecta porque en lugar de la letra ‘f’ al comienzo usa las letras ‘p’ y ‘h’ y en lugar de la letra ‘z’ usa la letra ‘s’. 85 Hand escribió ‘tho’, contracción coloquial de la palabra ‘though’.

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he together with other lawyers of the first eminence, declared there was no room for the charges which had been brought against me. But that would not satisfy my enemies, they have declared that there is, and the auditor, one of the richest and most learned men in Colombia immediately resigned his commission. They could not rest, they could not sleep, the vilest and most infamous intrigue, the darkest conspiracies were formed against me, witnesses of every description were suborned. They even, at last, with an art and diabolical ingenuity unknown in other parts of the world, rented a large house, and represented at night in the court what they called a Monoio de Cordova, to which was invited all the canaille gratis, care was taken that spirits should not be wanting. Here was displayed with much art all the horrors and spoils of a field of battle sometime after the action, the wounded and the dying imploring mercy, covered with blood, but I am made to stalk in and kill them all. I am told the closing scene was too dreadful to be described. In vain 86 did my friends and numbers of the most respectable inhabitants endeavour to prevent the representation. The government and the officers (as I have been informed) were the inventors. All this was done with the hope of exciting the populace to assassinate me. The affair will be found published in the government gazette Registro Oficial del Magdalena, Oct. 6, 1831, which I here enclose as it might have escaped your notice, you will see the express their astonishment that the crime was not perpetrated, and ponder the virtues of the people. The door of my cell was left open, and everybody was suffered to enter the castle. I lay on the ground helpless and fettered. What more strongly inclines me to believe it is, that my dungeon was searched to see if I had anything with which I might defend myself. My razors were taken away. 86 Hand escribió ‘invain’, forma ortográficamente incorrecta porque une la preposición ‘in’ a la palabra ‘vain’.

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Some of the vilest have been made officers to declare against me by the brother of Cordova. The officers here who are to be my judges are my declared enemies. Acta exteriora indicant interiora secreta.87 They lent their clothes to decorate the scene above mentioned. Even any other court would be unavailing, as the government to please Cordova’s brother, has predetermined my fate. The day after having been made a prisoner and carried in heavy fetters to Portobelo, the troops were drawn up in front 88 of my cell, I was carried to the door. My sabre broken in pieces with a thousand insults was thrown upon me, and I was disgraced without a trial. Even the soldiers shredded, for a moment there was a dead silence, then a low murmur from them, many probably that I had led in battle. The shock was too great for me. It was too much. The blood forsook my heart and I fainted. Oh God, what horrors! The tears stream from my eyes at the bare reminiscence. The door was shut, and I was left the whole day and night without one drop of water to stake the burning thirst and fever that consumed me. But let it not cause wonder, it was done by order of señor coronel Tomas Herrera, at present commandant general of the Isthmus, he whose life Bolivar spared most generously, although 89 he attempted to assassinate him on the night of the 25 of Sept. He was then a lieutenant, the present government in Bogota has made him a full colonel. I have accused him, he does not deny, but glories in it !. This man is likewise permitted to give evidence against me, and is my principal accuser. He seized my papers by which I might have defended myself. They have never been returned to me. Against the laws and constitution, the fiscal refused (before what is technically termed tomar la confesion, 87 Hand utiliza esta culta expresión latina que significa ‘las acciones externas muestran los secretos internos’. 88 Hand escribió ‘fron’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta la letra ‘t’ al final. 89 Hand escribió ‘altho’, contracción coloquial de la palabra ‘although’.

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a system of cross examination) to read to me the evidence given against me or let me know who were my accusers. This is the plan pursued by the inquisition in Spain. I have been more than nine months in heavy fetters in a dungeon, five of them I never saw the light (against the laws and constitution) or heard a human voice, except that of the British consul Mr. Watts, who by ceaseless efforts obtained permission to see me in the presence of an officer; by the kindness of that officer I indeed saw two other friends; for this I believe he was turned out the service. In my barred dungeon, without chair, table, or bed, ankle 90 deep in water in the rainy season, I fell fearfully sick, apoplexy I believe. The U.S. consul hearing it, walked from Carthagena in a blazing sun with a surgeon to bleed me; they refused him admittance, but he was not to be repulsed and although an invalid, returned, made incredible exertions, and succeeded in having me bled, he standing outside the door. I know not indeed how I am alive unless by the supernatural agency of that Supreme Being whose support 91 I have incessantly craved, death would be to me a happy consummation, if I thought I should remain much longer in this state. As for justice, it is folly even to think about it, fourteen years experience has taught me the character of the gentlemen by whom I am surrounded. Did you not see Sir in Bogota that though 92 a general court martial absolved general Castelli, who had been selected as a victim, yet was he damned to die, merely because he was a foreigner, and that by order of the high court of injustice. True, 90 Hand escribió ‘ancle’, forma ortográficamente incorrecta porque usa la letra ‘c’ en lugar de la letra ‘k’. 91 Hand escribió ‘suppor’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta la letra ‘t’ al final. 92 Hand escribió ‘tho’, contracción coloquial de la palabra ‘though’

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he wrote something about Sucre’s death and Obando was in Bogota; fortunately, or rather unfortunately, he escaped to the church, and he is now immersed in a deep dark dungeon where no one hears his moan or knows the torture he may be suffering. It chills one’s blood. It sickens the heart. And that gentleman has served in a British regiment in Italy with great credit. He is of considerable literary attainments, has served the republic sixteen years, is covered with wounds, and without exception the best general in Colombia. I had almost forgot to mention that I called as evidence in my favour Mr. Macgregor, H.B.M. consul in Panama, and other gentlemen of the first respectability, but their evidence has not been taken. Mr. Macgregor has sent me a letter wherein he certifies, as he says, most conscientiously, that I had nothing to do with the political events of the Isthmus or the acts of the people, and that I did nothing more than obey the orders of my superior officer. At the same time, he gives me leave to make of it any use I think proper. It is in the hands of the U.S. consul as necessary for my defense. Your Excellency must be aware of the state of the provinces soon after the breaking up of the government of Colombia. The Isthmus then thought it had as much right to be independent as the rest, and declared itself so, or at least a state that was to form part of a federal government. I thought indeed that Colombia was about to imitate the United States. I was in command at the time of the fortresses of Chagres and Portobelo, likewise the whole of the northern coast and district which I had been commanding long before the death of Bolivar, but happened to be at the time in Panama, where most of my time I passed in the house of the British consul, and had nothing to do with their politics, but was obliged to resume my command, and it is publicly known that if I had had any desire to hostilize, I could have blown to atoms the expedition that was sent against the Isthmus, the two little schooners with the troops 73


being close under the batteries, and their commanding officer ashore in my power; he was treated by me with politeness and attention, and I merely presented him with the public papers, and informed him of the political change that had taken place. These, Sir, are all my crimes. I must likewise state, Sir, to show how sincerely I wished to save poor Colombia from destruction, that I was one of the first on hearing the change that had taken place in Bogota, to insert on the acknowledgement of the vice-president 93 Caycedo hoping by that means a union might have been accomplished or further division prevented. This I have proved. Feeling that I have probably intruded too much, I shall now conclude by placing my destiny, life, and honour in the hands of your Excellency, and again praying for such prompt measures as shall cause my being placed as a British subject at liberty, I am assured by most undoubted authority that the instant the official letter from the British government in my behalf was known in Bogota, it was determined I should die, doubt it not Sir. I have friends in this country though 94 not now in power, I have made a statement of my case to Commodore Targuhar, with whom I have the honour of a personal acquaintance, he has laid it before the Admiralty and has likewise written to the admiral. I shall send a copy of this letter to be laid before H.B.M. government. The gentleman named by your Excellency to fill the office of consul here, I am informed, does not think himself authorized to step forward in my behalf without instructions, and as the U.S. consul knowing all circumstances is deeply convinced of the injustice with which I am so cruelly treated, I shall be obliged if circumstances should so require it (and I fear they will very soon) to throw myself on the generosity and implore 93 Hand escribió la forma abreviada ‘V.president’. 94 Hand escribió ‘tho’, contracción coloquial de la palabra ‘though’.

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the protection of the political agents of the U.S. as a friendly power. It is probably unnecessary to remark, that if any of the party governing at present in Bogota or their spies should see this letter or know my sentiments, instant death by some means or other would be the result. I say this because inadvertently it might be read or a quotation might be made. Considering, Sir, the wrongs I suffer, withered state of my limbs, the weight and peculiar construction of the fetters that bend and press upon me, and that these have preyed upon my mental faculties, I do again beseech your Excellency to pardon and attribute to them any seeming discourtesy that may have obtruded itself in this long letter, taking into consideration also, the long disuse of my native tongue, and that my debility almost prevents the use of the pen. I now most respectfully take my leave, and beg to subscribe myself with sentiments of the highest consideration. Your Excellency’s most obedient and humble servant, Rupert Hand Addition May the 9th I open this letter to inform your Excellency that, this moment, there has been placed in my hands, a circular letter dated April 22, 1832 from the minister of foreign affairs of the new nation or as they are pleased to term it the state of New Granada (state with a minister for foreign affairs) to all the foreign diplomatic agents, wherein it assures them that a decree of amnesty had just been accorded by the convention, by which all persons are pardoned of their anterior political crimes and conduct, permitting them to return to the bosoms of their 75


friends and families. Now, Sir, if this is the case, why are they at this moment persecuting and trying me for political crimes said to have been committed so long ago ? And this so by a new law for the punishment of conspiration promulgated in Bogota the 22 of March 1832 eight months after my pretended delinquency! Is this just? This law (I am told for I have not seen it) likewise deprives me of the privilege of being tried by a court martial and that of an appeal to the supreme court in spite of the high rank I held in the armies of the Republic of Colombia, although 95 the crimes with which I am charged are tried by military. But this will facilitate the murder. Why am I excluded from the amnesty? When all the principals and leaders of the opposite party after so much blood were suffered to leave the country, and many of them remain quiet in their houses as Piñeres and others. Why am I persecuted? And now that all are pardoned, why am I selected for slaughter? Shall I tell your Excellency, it is because I am an Englishman. I am aware that foreigners in this country are subject to its laws and uses but I insist, Sir, in cases of public prosecution as mine, if they are departed from, the British minister has a right to give me his protection. Is it according to law to keep a man nine months with his legs riveted together by a bar of iron and five of them in a dungeon cut off from all communication ? Is the process against me according to law or common sense? Have I not been most infamously disgraced without a trial? But I will no longer tire the patience of your Excellency, and only remark that whether I escape with life or not, I hope the government of New Granada will be made to pay handsomely the unheard of cruelties that I have suffered. Hand 95 Hand escribió ‘altho’, contracción coloquial de la palabra ‘although’.

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(Traducción al español) Su Excelencia Don William Turner, Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de Su Majestad Británica Bogotá Desde una celda en el Castillo de San Felipe de Barajas, Cartagena, Colombia, mayo 7, 1832 Señor: Como un súbdito británico que nunca se ha alejado de u olvidado su lealtad a su rey y a su país, sino que por el contrario ha servido a ambos ayudando a abrir estas regiones al comercio, le ruego su pronta y espero que poderosa interferencia en mi nombre con el gobierno que en el presente existe en Bogotá. Pensé no haber preocupado a su Excelencia, porque un corto tiempo antes de la expulsión del cónsul de Su Majestad Británica, Sr. Watts (quien tan noble y enérgicamente me defendió), él me informó que todo se había hecho con todo cuidado, que usted, Señor, había sido avisado, y que mi honor y existencia pronto serían arrancados de las garras de mis inhumanos e implacables enemigos. Pero mucho me temo que mi buen amigo se engañó a sí mismo. Cierto, el terrible intento de hacerme morir de hambre mientras se me callaba al privarme de toda comunicación, atado en cadenas en mi oscura y maloliente mazmorra (habiéndoseme mantenido un mes y dieciséis días en ese estado sin paga, ración o pan) y aquél de dispararme de inmediato, fueron frustrados por los unidos esfuerzos de mis compatriotas junto con aquellos del Sr. MacPherson, el cónsul de Estados Unidos, cuya filantropía, perseverantes atenciones y bondad hacia mí lo ha hecho muy querido de todos los ingleses, mucho más así, cuando como consecuencia de su conducta, iniciaron un 77


proceso civil contra él y lo persiguieron. Un ejemplo de lo que pasa. El Sr. Watts, íntimamente enterado como estaba de todos mis asuntos, bien pudo suponer que el gobierno británico interferiría inmediatamente al ser puesto en conocimiento de ellos y así de veras lo hizo, lo más agradecido que estoy, y ocurra lo que sea, nunca, nunca dejaré de honrarlo y alabarlo mientras tenga vida. Pero para qué, le preguntaría a Su Excelencia, ¿me ha servido eso? No estoy en libertad, todavía estoy con las mismas cadenas, en la misma mazmorra, los mismos lúgubres horrores me rodean y la esperanza postergada marchita, sí, marchita las mismísimas fuentes de mi ser. El señor George Watts, para de veras consolarme, me mostró la carta oficial, pero al mismo tiempo comentó que al no poder él actuar públicamente como vice-cónsul, no podía hacer nada más que informar a un amigo que la haría conocer del gobierno de la Nueva Granada. Dos días después, se me informó que él le había remitido oficialmente el documento a Su Excelencia. Entonces, cuán ansiosas eran mis preguntas cada vez que llegaba el correo, cuán inquieto podía yo ver a mi buen genio, el cónsul estadounidense, pero ay!, una melancólica sacudida de cabeza, como si no lo quisiera o se avergonzara de decir “todavía no hay respuesta” me envolvía en los horrores de la duda e incertidumbre, y algunas veces, desespero. Días, semanas, prolongados meses han pasado y yo todavía estoy en el mismo estado, en las manos de mis perseguidores. Dios misericordioso, Señor!. ¿Es la orden del gobierno británico una mera amenaza vacía? ¿Soy yo sujeto de desprecio o burla? ¿Estoy yo, pregunto, para ser abandonado jadeante, retorciéndome en los colmillos de estos monstruos inhumanos, asesinos implacables, y hay un enviado británico en Bogotá? Ah! 78


Pero le ruego, Señor, que perdone este repentino estallido; a mí no me falta respeto. Lo frenético ya pasó y doy por seguro que usted podrá verme como soy. No necesito una disculpa, usted puede suponerme indigno, yo nunca he tenido el honor de ser presentado ante usted o de verlo, ya que he estado por largo tiempo comandando en una provincia distante. En este momento, usted está rodeado por mis más mortales enemigos, los enemigos de Bolívar, los hombres de la daga, los asesinos del gran Sucre!, él era mi amigo, en fin, de aquellos mismísimos hombres que me acusan de un crimen y me persiguen para poder saciarse con mi sangre. Pocos extranjeros en este país han disfrutado recientemente de una mayor confianza que yo. Pero Bolívar está muerto y sus enemigos triunfan. Me convertí en el objeto de su furia porque él me protegía, porque yo nunca sería un traidor, nunca podría ser borrado del honorable camino de mi deber como militar, y como tal, jamás me he entrometido en asuntos políticos o en revoluciones (excepto en la ejecución de órdenes), sino que he servido con fidelidad. Esto ha sido mi pesadilla. Soy, por lo tanto, un extranjero detestado. Usted probablemente es consciente, Señor, de que después de catorce años de duro batallar, los dos o tres que sobrevivieron han sido expulsados del país, escapando por poco con sus vidas, excepto, de veras, un irlandés, un solitario maquinador irlandés, un traidor a su benefactor, una desgracia para su país. Él pasó por alto a los fríos asesinos de Sucre, al orgullo de su país y su nombre había sido previamente publicado en el boletín oficial cuando fue expulsado del servicio. Él ha dado evidencia en mi contra, pero sin intención me ha favorecido (en su empeño por complacer deshonrándome) al haber jurado (aunque desfigurando horriblemente la verdad) que yo maté al general rebelde Córdova por orden expresa del general en jefe comandante en la acción de El Santuario, en Antioquia, en el año 1829. Esto era conocido de todo el mundo y del gobierno hace tres años: yo fui premiado y promovido por mis servicios 79


en esa acción por el mismo legítimo y respetable gobierno de la República de Colombia, el único que ha sido reconocido por los británicos y por otras naciones, y que tuvo igualmente a Bolívar a su cabeza. ¿Debe entonces, pregunto, admitirse, después de la ruptura de la gran república y su destrucción por facciones rebeldes que se autodenominan naciones o estados, en el año 1832, que una de esas facciones se haga cargo por sí misma o se le permita colgarme y descuartizarme por servicios recompensados como soldado en la ejecución de mi deber en apoyo al gobierno de Colombia en 1829, al cual servía entonces como auxiliar y por el cual había luchado once años? Y esto porque a ellos les place llamarlo crimen! Y que el rebelde Córdova era un liberal y de su partido! Oh, Señor, esto es demasiado evidente! Es el más ridículo absurdo y doy por seguro que Su Excelencia lo verá en su verdadera luz y tranquilamente no dejará que yo sufra la desgracia y sea asesinado, sino que les recordará a los caballeros en Bogotá el destino de Argel y Lisboa. El caso de Bonhomme no debe compararse con el mío. Como soldado y caballero mi honor requiere que yo relate lo que ocurrió en la batalla de El Santuario, e igualmente que mencione qué la ocasionó. El general Córdova, indignado en el sur contra Bolívar por haberle negado el comando del ejército que le fue dado al general Flores en preferencia, determinó vengarse del supuesto insulto. Ambicioso, arrogante, ignorante e impetuoso, él huye a su nativa provincia de Antioquia, le gana a la fuerza el comando a la débil mano que lo tenía, planta el estandarte de la rebelión, y asesina a sangre fría al capitán Herrera y al teniente Vélez, dos oficiales inválidos que se habían rehusado a unírsele. Esto es público y notorio.

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Intimidado, estupefacto, el pueblo permaneció inerte. Él, tomando por la fuerza hombres y tratándolos como ovejas, pronto obtuvo una fuerza considerable, superior a seiscientos hombres, con la cual se propuso derrocar al gobierno bajo la pretensión de apoyar la constitución y las leyes. Así, este infeliz e ingrato causó la muerte de más de trescientos de sus conciudadanos y sumergió a su país en todos los horrores de una guerra civil, de la cual nunca se ha recuperado. Pero su ingratitud al benefactor Bolívar, quien justo un corto tiempo antes salvó su vida o mejor, lo salvó de una muerte ignominiosa, quizás no tiene paralelo. Una fuerza suficiente, aunque no muy efectiva, estuvo pronto en el campo y a él le dimos batalla. El fuego continuó por hora y media, cuando nuestro general viendo algo de confusión en las filas del enemigo, le ordenó a la caballería, de la cual yo era el segundo en comando, cargar y así lo hizo, gallardamente; los rebeldes cedieron y retrocedieron en dos o tres direcciones en el bosque, siguiéndolos nuestra infantería y caballería. Pronto estuve a alguna distancia del campo cuando comenzó la acción. Parece que Córdova, cuando sus tropas cedieron, se arrojó, con cerca de veinticinco o treinta soldados, a la casa en la cual su flanco derecho había descansado, y con una determinación a no rendirse, ya que sabía que una muerte ignominiosa lo esperaba. Cuando nuestro general se presentó al frente de la casa con cuarenta o cincuenta hombres y le ordenó rendirse, la respuesta fue una descarga desde las ventanas y las rendijas de las paredes, la cual mató a muchos de nuestros hombres, empezó entonces un enérgico fogueo, pero este enemigo permaneció callado (recargando, supongo), el general ordenó que cesara, pero en un segundo llamado para que se rindieran, ellos de nuevo abrieron fuego, destructivo, que fue respondido calurosamente ya que más de nuestros soldados seguían llegando. Al escuchar este pesado fogueo en mi retaguardia, pensé que probablemente le habían 81


llegado refuerzos a Córdova o que él había reunido de nuevo parte de sus tropas; determinado a informarme yo mismo, regresé solo lo mejor que pude a través del bosque y tuve algunos reencuentros con rezagados; al llegar a la pequeña planicie, vi el fuego y subí galopando, cuando una descarga proveniente de la casa tumbó a mi caballo y fui arrojado cierta distancia con violencia sobre mi cabeza. Yací sin sentido un corto tiempo, aún al día de hoy no puede sostener derecha mi cabeza; al fin me levanté, cogí mi sable y en el momento de frenesí y furia en que yo me precipitaba sobre nuestras tropas sin reconocerlas, el general me detuvo con su sable desenvainado en su mano. Inmediatamente lo reconocí, con gran ira dijo “corra instantáneamente a esa casa y mate a ese traidor Córdova”, en un instante él fue obedecido. Es asombroso por cierto, considerando mi impetuosidad y excesiva excitación, que no todos fueran derribados en la casa o que vinieran a encontrarme, como el antes mencionado irlandés después me contó, él mismo escapándose por poco, aunque empeño mi palabra de honor en que si yo no hubiera sido tan rápido como la luz (y yo no soy el más descuidado espadachín), Córdova me habría disparado. Por orden del obispo de la diócesis se celebró una acción de gracias por la derrota y muerte del rebelde. Respecto a los cargos de haber hecho una revolución en Panamá y desobedecido al gobierno, éstos son, si es posible, más ridículos, falsos e insidiosos que el otro. La mejor prueba es (de lo cual los documentos públicos lo pueden haber informado a usted) que cuando el proceso fue enviado al auditor de guerra, él junto con otros abogados de la mayor eminencia, declaró que no había lugar para los cargos que se habían presentado contra mí. Pero eso no satisfaría a mis enemigos, ellos han declarado que sí hay lugar, y el auditor, uno de los hombres más ricos e ilustrados de Colombia, inmediatamente renunció a su comisión. Ellos no podían descansar, no podían dormir, la más vil y más infame intriga, 82


las conspiraciones más oscuras se produjeron contra mí, y testigos de toda descripción fueron sobornados. Ellos, por último, aún con un arte y diabólico ingenio, desconocidos en otras partes del mundo, rentaron una gran casa y representaron por la noche en la corte lo que ellos llamaron un Monoio de Córdova, al cual fueron invitados gratis todos los canallas, cuidando que no faltaran los licores. Aquí se exhibieron con mucho arte todos los horrores y despojos de un campo de batalla un tiempo después de la acción, los heridos y agonizantes implorando misericordia, cubiertos con sangre, pero a mí me representan al acecho para matarlos a todos. Me contaron que la escena final fue demasiado terrible para ser descrita. En vano mis amigos y un buen número de respetables habitantes se esforzaron por prevenir la representación. El gobierno y los oficiales (como he sido informado) fueron los inventores. Todo esto se hizo con la esperanza de excitar a la plebe para asesinarme. El asunto se encuentra publicado en la gaceta del gobierno Registro Oficial del Magdalena, octubre 6, 1831, la cual adjunto aquí ya que a usted podría habérsele pasado desapercibida; usted verá expreso el asombro de ellos de que el crimen no fuera perpetrado y se ponderan las virtudes del pueblo. La puerta de mi celda fue dejada abierta y todos sufrían por entrar al castillo. Yo yacía en el piso impotente y encadenado. Lo que más fuertemente me inclina a creerlo es que mi mazmorra fue registrada para ver si yo tenía algo con lo cual pudiera defenderme. Mis navajas fueron confiscadas. Algunos de los más viles han sido nombrados oficiales por el hermano de Córdova para que declaren contra mí. Los oficiales que aquí van a ser mis jueces son mis enemigos declarados. Las acciones externas muestran los secretos internos. Ellos prestaron sus ropas para decorar la escena arriba mencionada. Aún cualquier otra corte sería inútil, ya que el gobierno para complacer al hermano de Córdova, ha predeterminado mi destino. 83


El día posterior a haberme hecho prisionero y llevado en pesadas cadenas a Portobelo, las tropas fueron formadas al frente de mi celda y yo fui llevado a la puerta. Mi sable roto en pedazos fue arrojado sobre mí con mil insultos y fui deshonrado sin un juicio. Aún los soldados estaban destrozados, por un momento hubo un silencio de muerte, entonces un leve murmullo por parte de ellos, muchos probablemente que yo había liderado en batalla. El golpe fue demasiado grande para mí. Fue demasiado. La sangre abandonó mi corazón y me desmayé. Oh Dios, qué horrores! Las lágrimas corren de mis ojos con el mero recuerdo. La puerta fue cerrada y fui dejado todo el día y la noche sin una gota de agua para sofocar la ardiente sed y la fiebre que me consumían. Pero que no cause asombro, eso se hizo por orden del señor coronel Tomás Herrera, actualmente comandante general del Istmo, él cuya vida Bolívar salvó de la forma más generosa aunque aquél intentó asesinarlo en la noche del 25 de septiembre. Él era entonces un teniente, el actual gobierno en Bogotá lo ha convertido en coronel. Lo he acusado, él no lo niega, pero se gloría de ello! A este hombre igualmente se le ha permitido dar evidencia en mi contra y es mi principal acusador. Él confiscó mis documentos, mediante los cuales yo podría haberme defendido. Nunca me los han devuelto. Contra las leyes y la constitución, el fiscal se rehusó (antes de lo que técnicamente denominan tomar la confesión, un sistema de examinación cruzada) a leerme la evidencia en mi contra o a dejarme saber quiénes eran mis acusadores. Este es el plan proseguido por la inquisición en España. He estado más de nueve meses con pesadas cadenas en una mazmorra, en cinco de ellos nunca vi la luz del sol (contra las leyes y la constitución) u oí una voz humana, excepto la del cónsul británico, el Sr. Watts, quien por sus incesantes esfuerzos, obtuvo permiso para verme en presencia de un oficial; por la bondad de ese oficial pude de hecho ver a otros dos amigos; por ello creo que él fue expulsado del servicio. 84


En mi mazmorra con barrotes, sin silla, mesa, o cama, con el agua hasta los tobillos en la temporada lluviosa, me enfermé terriblemente, creo que de apoplejía. Al enterarse de esto, el cónsul de Estados Unidos caminó desde Cartagena bajo un abrasador sol con un cirujano para sangrarme; le negaron la admisión pero él no iba a ser rechazado y aunque inválido, regresó, hizo increíbles esfuerzos y tuvo éxito en que se me hiciera el sangrado, permaneciendo él justo afuera de la puerta. De veras, no sé cómo estoy vivo a menos que por la sobrenatural intervención de ese ser supremo cuyo apoyo he anhelado incesantemente, la muerte sería para mí una feliz consumación si yo pensara que debo permanecer más tiempo en este estado. En cuanto a la justicia, es una locura siquiera pensarlo, la experiencia de catorce años me ha enseñado el carácter de los caballeros que me rodean. No vio usted, Señor, en Bogotá que aunque una corte marcial absolvió al general Castelli, quien había sido escogido como víctima, aun así fue condenado a muerte, debido simplemente a que era extranjero, y eso por orden de la alta corte de injusticia. Cierto, él escribió algo acerca de la muerte de Sucre y Obando estaba en Bogotá; afortunadamente, o más bien, desafortunadamente, él se escapó a una iglesia y ahora está inmerso en una profunda y oscura mazmorra donde nadie oye su lamento o conoce la tortura que puede estar sufriendo. Le congela a uno la sangre. Enferma el corazón. Y ese caballero sirvió con gran crédito en un regimiento británico en Italia. Él es de considerables logros literarios, ha servido a la república dieciséis años, está cubierto de heridas y sin excepción es el mejor general en Colombia. Casi había olvidado mencionar que yo invoqué como evidencia a mi favor al Sr. Macgregor, cónsul de Su Majestad Británica en Panamá, y a otros caballeros de la mayor respetabilidad, 85


pero su evidencia no ha sido considerada. El Sr. Macgregor me ha enviado una carta en la cual él certifica, como dice él, del modo más consciente, que yo no tuve nada que ver con los eventos políticos del Istmo o con los actos del pueblo, y que no hice más que obedecer las órdenes de mi oficial superior. Al mismo tiempo, él me da permiso para hacer cualquier uso de esa carta que yo considere apropiado. Ella está en manos del cónsul de Estados Unidos ya que es necesaria para mi defensa. Su Excelencia debe ser consciente del estado de las provincias justo después de la ruptura del gobierno de Colombia. El Istmo pensó entonces que tenía tanto derecho de ser independiente como el resto, y así lo declaró, o al menos como un estado para formar parte de un gobierno federal. De veras, yo pensé que Colombia estaba cerca de imitar a los Estados Unidos. En esa época, yo estaba al mando de las fortalezas de Chagres y Portobelo, así como también de la costa septentrional y el distrito que había estado comandando mucho antes de la muerte de Bolívar, pero sucedió que estaba en ese momento en Panamá, donde la mayor parte del tiempo la pasaba en la casa del cónsul británico y nada tuve que ver con la política, pero fui obligado a retomar mi comando, y es públicamente conocido que si yo hubiera tenido algún deseo de hostilizar, podría haber volado en átomos la expedición que fue enviada al Istmo ya que las dos pequeñas goletas con las tropas se encontraban cerca de las baterías y su oficial comandante en tierra en mi poder; lo traté con cortesía y atención, y yo simplemente le presenté los documentos públicos y le informé del cambio político que había tomado lugar. Estos, Señor, son todos mis crímenes. Debo igualmente manifestar, Señor, para mostrar cuán sinceramente quise salvar a la pobre Colombia de la destrucción, que fui uno de los primeros en saber del cambio que había tenido lugar en Bogotá, para adherirme 86


al reconocimiento del vicepresidente Caycedo, esperando por ese medio que una unión pudiera haberse logrado o una división adicional haberse evitado. Esto lo he probado. Sintiendo que probablemente me he entrometido demasiado, debo ahora concluir colocando mi destino, vida y honor en las manos de Su Excelencia, y de nuevo rogando por prontas medidas que ocasionen la puesta en libertad de este súbdito británico. La más indudable autoridad me ha asegurado que en el instante en que la carta oficial del gobierno británico en representación mía se conociera en Bogotá, se determinaría que yo debo morir, no lo dude, Señor. Tengo amigos en este país aunque ya no en el poder. He hecho una manifestación de mi caso al comodoro Targuhar, a quien tengo el honor de conocer personalmente, y él la ha entregado al Almirantazgo e igualmente le ha escrito al almirante. Debo enviar una copia de esta carta para que sea entregada al gobierno de Su Majestad Británica. Estoy informado de que el caballero nombrado por Su Excelencia para ocupar el puesto de cónsul aquí, no se considera autorizado para dar un paso adelante en mi nombre sin instrucciones, y ya que el cónsul de Estados Unidos, conociendo todas las circunstancias, está profundamente convencido de la injusticia con la cual yo estoy siendo cruelmente tratado, estaré obligado, si las circunstancias así lo requieren (y me temo que muy pronto lo sean) de arrojarme a la generosidad e implorar la protección de los agentes políticos de los Estados Unidos como una potencia amiga. Es probablemente innecesario comentar que si cualquiera de los partidos que gobiernan actualmente en Bogotá o sus espías llegaran a ver esta carta o a conocer mis sentimientos, la muerte instantánea por unos u otros medios sería el resultado. Digo esto porque inadvertidamente podría ser leída o una citación de ella podría hacerse. 87


Considerando, Señor, los errores que sufro, el marchito estado de mis extremidades, el peso y peculiar construcción de las cadenas que se doblan sobre mí y me presionan, y que éstas se han aprovechado de mis facultades mentales, yo de nuevo le imploro a Su Excelencia perdonar y atribuirle a ellas cualquier aparente descortesía que pueda haber obstruido esta larga carta, tomando en consideración también el largo desuso de mi lengua nativa, y que mi debilidad casi me impide el uso de la pluma. Ahora me despido respetuosamente, y ruego me suscriba con sentimientos de la más alta consideración. De Su Excelencia, el más obediente y humilde servidor, Rupert Hand Adición mayo 9 Abro esta carta para informar a Su Excelencia que en este momento, se encuentra en mis manos una carta circular fechada el 22 de abril de 1832, dirigida por el ministro de asuntos exteriores de la nueva nación o como a ellos les place llamarla, el estado de la Nueva Granada (estado con un ministro de asuntos exteriores) a todos los agentes diplomáticos extranjeros, en la cual les asegura que un decreto de amnistía ha sido acordado por la convención, por medio del cual todas las personas son perdonadas por sus anteriores crímenes políticos y conducta, permitiéndoseles regresar al seno de sus familias y amigos. Ahora, Señor, si este es el caso, por qué están en este momento persiguiéndome y juzgándome por crímenes políticos que se dice que fueron cometidos hace tanto tiempo? Y esto así por una nueva ley para el castigo de la conspiración promulgada en Bogotá el 22 de marzo de 1832, ocho meses después de mi pretendida delincuencia! ¿Es esto justo? Esta ley (se me dice porque no 88


la he visto) igualmente me priva del privilegio de ser juzgado por una corte marcial y de una apelación a la corte suprema a pesar del alto rango que tuve en los ejércitos de la República de Colombia, aunque los crímenes de los que se me acusa son juzgados por militares. Pero esto facilitará el asesinato. ¿Por qué estoy excluido de la amnistía? Cuando todos los principales y líderes del partido de oposición después de tanta sangre tuvieron que abandonar el país y muchos de ellos permanecen tranquilos en sus casas como Piñeres y otros. ¿Por qué soy perseguido? Y ahora que todos son perdonados, ¿por qué soy escogido para la masacre? Le debo decir, Su Excelencia, es porque soy un inglés. Soy consciente de que los extranjeros en este país están sujetos a sus leyes y usos pero insisto, Señor, en casos de persecución pública como el mío, si se apartan de ellas, el ministro británico tiene derecho a darme su protección. ¿Es acorde con la ley mantener un hombre nueve meses con sus piernas remachadas juntas por una barra de hierro y cinco de ellos en una mazmorra aislado de toda comunicación? ¿Es el proceso contra mí acorde con la ley o el sentido común? ¿No he sido deshonrado del modo más infame sin un juicio? Pero no cansaré más la paciencia de Su Excelencia, y solo comento que ya sea que yo escape con vida o no, espero que al gobierno de la Nueva Granada se le haga pagar generosamente lo inaudito de las crueldades que yo he sufrido. Hand

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3.2 Carta de mayo 14 de 1832 (Original en inglés)96 His Excellency William Turner, Esquire, His Britannic Majesty’s Minister Plenipotentiary and Envoy Extraordinary Bogota Public 97 jail, Carthagena de Colombia, May 14th, 1832 Sir: As it would be useless to apply to the gentleman appointed to act here as consul for reasons given in my former letter, I beg leave to inform your Excellency that in spite of all my remonstrances, preferring even my former dungeon, I am plunged into the public jail, mixed in common with multitudes of black fellows, malefactors, villains that have committed the most heinous 98 crimes. The air is so infected by their naked filthy bodies and rags, and such is the stench,99 aided by the heat of this dreadful climate, that it is almost impossible to breathe. But this is not all. Good God will it be believed ! I, then, Sir, amidst these groups 100 of cut-throats, I, alone, am prostrate with my legs bound together by a heavy bar of iron ! Yes, Sir, this jail wherein are confined all the culprits of the whole province, has not in it, one single individual in irons but myself ! 96 Foreign Office, FO 135-15 (Letters from miscellaneous, 1830-1832), National Archives, Surrey, England. 97 Hand escribió ‘publick’, forma ortográficamente incorrecta porque le sobra la letra ‘k’ al final. 98 Hand escribió ‘henious’, forma ortográficamente incorrecta por tener la letra ‘i’ después de la letra ‘n’ y no antes de ésta. 99 Hand escribió ‘stinch’, forma ortográficamente incorrecta porque tiene la letra ‘i’ en lugar de la letra ‘e’. 100 Hand escribió ‘groops’, forma ortográficamente incorrecta porque usa dos letras ‘o’ en lugar de la letra ‘u’.

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Your Excellency is aware that, according to the constitution, all that is required is the security of the person, and when that is effected, they can with no pretense use irons, as it is considered torture, and unnecessary cruelty. So indeed it is. But mark, Sir, I am an Englishman, there is no consideration or law for me, although they see my legs withered like a dried stick, and my body emaciated in consequence101 of the inhuman treatment I have suffered. This of course your Excellency will say is bad, wickedly bad, but I pray your attention one minute more. It is necessary to preface by stating that, some time ago in the Isthmus there was about to be made a revolution by the people of Colon, modelled 102 I believe from that of San Domingo. I was one of the principals that quashed it by a coup de main, but without seeming to know that there was such a plot, and that was by suddenly seizing general Espinar (a man of colour who headed it, and had actually made nearly three hundred black officers) putting him on board ship, and sending him for Bogota, where he never arrived, as he escaped to Lima. Cautious as I had been, the people of colour suspected and pointed me out; the affair got heard in Carthagena as several black officers (together with one Doctor Granados, a mulatto who had heard of it) soon arrived from Panama. Now, Sir, you, I suppose, must have heard about two months past of an attempt made in this place by the people of colour to rise and separate the province from Bogota, but the plot was discovered, and four of the ringleaders were tried and condemned fourteen years to the galleys, or what they call presidio.

101 Hand escribió ‘inconsequence’, forma ortográficamente incorrecta porque une la preposición ‘in’ a la palabra ‘consequence’. 102 Hand escribió ‘moddled’, forma ortográficamente incorrecta porque le sobra una letra ‘d’ y le falta una letra ‘e’ y otra letra ‘l’.

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These men have confessed 103 that it was their intention to make a revolution and murder me together with the auditor of war and I believe the governor. These four men (after having been found guilty) are without shackles confined with me in the same court! I am therefore in momentary expectation of being assassinated!, and this, in spite of the remonstrances I have made, and those of the U.S. consul. I believe, Sir, this requires no comment. The before mentioned mulatto 104 Granados, who they say is a Doctor of laws, has been appointed assessor of the process against me, he is to counsel the Alcalde, my judge, who is a shop keeper and is, according to the new law just published of New Granada, to pronounce sentence on me, though105 a colonel in the army, for having obeyed my orders in a field of battle when in the service of Colombia! I subscribe myself with the greatest respect. Your Excellency’s most obedient and humble servant, Rupert Hand

103 Hand escribió ‘confesed’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta una letra ‘s’. 104 Hand escribió ‘mulato’, forma ortográficamente incorrecta porque le falta una letra ‘t’. 105 Hand escribió ‘tho’, contracción coloquial de la palabra ‘though’.

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(Traducción al español) Su Excelencia Don William Turner Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de Su Majestad Británica Bogotá Cárcel pública, Cartagena de Colombia, mayo 14, 1832 Señor: Ya que sería inútil hacerle una solicitud al caballero que fue nombrado para actuar aquí como cónsul por las razones dadas en mi anterior carta, le ruego me permita informarle a Su Excelencia que a pesar de todas mis protestas, aun prefiriendo mi anterior mazmorra, estoy sumido en la cárcel pública, mezclado en común con multitudes de compañeros negros, malhechores, villanos que han cometido los más atroces crímenes. El aire está tan infectado por sus sucios y desnudos cuerpos y trapos, y tal es el hedor, ayudado por el calor de este terrible clima, que es casi imposible respirar. Pero esto no es todo. Lo creerá el buen Dios! Entonces yo, Señor, en medio de estos grupos de degolladores, yo, solo, estoy postrado con mis piernas unidas por una pesada barra de hierro! Sí, Señor, esta cárcel donde están confinados todos los culpables de la provincia entera, no contiene un solo individuo en hierros sino yo! Su Excelencia es consciente de que, de acuerdo con la constitución, todo lo que se requiere es la seguridad personal, y cuando eso se efectúa, no pueden pretender usar hierros, ya que eso es considerado tortura e innecesaria crueldad. De veras que así lo es. Pero anote, Señor, yo soy un inglés, no hay 93


consideración o ley para mí, aunque ellos vean mis piernas marchitas como un palo seco y mi cuerpo escuálido como consecuencia del trato inhumano que he sufrido. Esto, de hecho, Su Excelencia dirá que es malo, perversamente malo, pero le ruego su atención un minuto más. Es necesario empezar afirmando que hace algún tiempo en el Istmo el pueblo de Colón estuvo cerca de hacer una revolución, creo que modelada a partir de la de Santo Domingo. Yo fui uno de los principales que la aplastó por un golpe de estado pero sin que pareciera saber que había tal complot, y eso se dio al capturar súbitamente al general Espinar (un hombre de color que encabezaba el complot y que había conseguido cerca de trescientos oficiales negros), poniéndolo a bordo de un barco y enviándolo a Bogotá, a donde nunca llegó porque se escapó a Lima. Cauto como yo había sido, la gente de color sospechó y me señaló; de ese asunto se oyó en Cartagena cuando varios oficiales negros (junto con un doctor Granados, un mulato que había oído del asunto) pronto llegaron desde Panamá. Ahora, Señor, usted, supongo que debe haber oído, cerca de dos meses atrás, del intento hecho en este lugar por la gente de color de sublevarse y separarse de la provincia de Bogotá, pero el complot fue descubierto y cuatro de los cabecillas fueron juzgados y condenados a catorce años en las galeras o lo que ellos llaman presidio. Estos hombres han confesado que era su intención hacer una revolución y asesinarme junto con el auditor de guerra y creo que el gobernador. Estos cuatro hombres (después de haber sido encontrados culpables) están confinados, sin grilletes, conmigo, en el mismo recinto! Estoy entonces en la momentánea expectativa de ser asesinado!, y esto, a pesar de las protestas que he hecho y de 94


aquellas del cónsul de Estados Unidos. Yo creo, Señor, que esto no requiere comentario. El ya mencionado mulato Granados, dizque un doctor de leyes, ha sido nombrado asesor del proceso en mi contra, para aconsejar al alcalde, mi juez, que es el encargado de la tienda, y que de acuerdo con la nueva ley que se acaba de publicar en la Nueva Granada, pronunciará sentencia sobre mí, aunque yo sea un coronel del ejército, por haber obedecido mis órdenes en un campo de batalla cuando estaba al servicio de Colombia! Me suscribo con el mayor respeto. De Su Excelencia, el más obediente y humilde servidor, Rupert Hand

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Restos del general Córdova Mausoleo en mármol ordenado por la Ley 27 de 1870 Ejecutado en París Cementerio municipal de Rionegro - Antioquia


Capítulo 4 Análisis del contenido de las cartas inéditas escritas por Rupert Hand 4.1 Carta de mayo 7 de 1832 En esta carta, escrita en su celda del castillo de San Felipe de Barajas, en Cartagena, y dirigida al embajador británico William Turner, Rupert Hand trata varios asuntos, los cuales se desglosan a continuación: 1. Sobre su estado y condición de reclusión Hand le informa a Turner de las terribles condiciones en las que se encuentra preso en una oscura y maloliente mazmorra del castillo de San Felipe de Barajas, en Cartagena, habiendo estado durante un mes y medio atado en cadenas, sin pan y privado de toda comunicación. Que lleva más de nueve meses encerrado con pesadas cadenas y que durante cinco de esos meses no vio la luz del sol. Que las únicas personas con las cuales ha podido hablar son el cónsul británico (Edward) Watts y otros dos amigos, cuyos nombres no menciona. Que sin silla, mesa ni cama en su celda y con el agua hasta los tobillos en la temporada lluviosa se enfermó terriblemente, al parecer de apoplejía. Que solamente por la perseverante intervención del cónsul estadounidense (John MacPherson) pudo finalmente recibir ayuda médica. 2. Sobre las gestiones diplomáticas a su favor Al comienzo de su carta, Hand manifiesta que su lealtad a su rey y a su nación ha sido constante y que él ha prestado sus servicios ayudando al intercambio comercial entre la Gran Bretaña y la Gran Colombia. Hand le muestra a Turner la 99


inmensa gratitud que siente hacia Edward Watts, el cónsul británico en Cartagena expulsado en octubre de 1831 por el general Ignacio Luque bajo la acusación de haber colaborado con las fuerzas del gobierno pro-bolivariano durante el sitio al que Luque sometió a Cartagena en abril de 1831 para tomar el control del gobierno de la ciudad. Antes de ser expulsado, Watts, mediante su gestión diplomática, se había esforzado por hacer liberar a Hand y había logrado poner en conocimiento de las autoridades británicas la difícil situación del prisionero. Que a pesar de todo lo que había hecho Watts por él, su situación anímica y su condición física habían empeorado por las condiciones de su confinamiento. Que el intento de hacerlo morir de hambre y fusilarlo había sido frustrado por la filantrópica intervención de MacPherson, a quien las autoridades le habían iniciado un proceso civil por ayudar a Hand. Hand hace alusión a una carta oficial del gobierno británico que sería puesta en conocimiento de las autoridades del gobierno de la Nueva Granada; aunque el contenido de esa carta no se menciona, es de suponer que en ella las autoridades británicas intercedían por la liberación de Hand ante el gobierno neogranadino. Al final de su carta, Hand menciona que le entregó un escrito a su amigo el comodoro Targuhar exponiendo su caso, el cual éste entregó en el Almirantazgo británico; que Targuhar también le había escrito una carta directamente al almirante, y que una copia de esa carta debía entregársele al gobierno británico. Además, Hand dice que el cónsul nombrado por el embajador Turner para Cartagena (Joseph Ayton) no se consideraba autorizado para interceder por él sin instrucciones y que dado que el cónsul estadounidense (John MacPherson) ya conocía todas las circunstancias y estaba profundamente convencido de la injusticia y crueldad con la cual él estaba siendo tratado, entonces era muy posible que terminara implorando la protección de los Estados Unidos como una potencia amiga.

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3. Su opinión sobre Thomas Murray En su carta, Hand cuenta que el mariscal Antonio José de Sucre fue amigo suyo y muestra claramente su lealtad y admiración por Bolívar. Dice que se ha convertido en el objeto de la furia de los enemigos de Bolívar porque éste lo protegía por haber cumplido con honor sus deberes como militar, ejecutando las órdenes con fidelidad. Además, Hand menciona que lleva ya 14 años como militar al servicio de la nación, confirmando la información dada en la Sección 2.1 en cuanto al año de su llegada (1818) a Venezuela con la Legión Británica. Hand hace alusión a un militar irlandés que fue expulsado del servicio, del cual dice que es un solitario maquinador, traidor a su benefactor y una desgracia para su país, al haber pasado por alto a los asesinos de Sucre y haber dado evidencia en contra de Hand al jurar que éste había matado a Córdova por orden expresa del general en jefe comandante en la acción de El Santuario (o sea, Daniel O’Leary). Aunque Hand no menciona el nombre de ese militar, el autor de este trabajo considera que se trata de Thomas Murray, con base en los antecedentes que se detallan a continuación y los términos de la declaración dada por Murray en el juicio contra Hand (ya presentada en la Sección 2.4). En su libro sobre la batalla de El Santuario, Matthew Brown menciona que Thomas Murray era irlandés, que tenía educación universitaria con énfasis en lenguas clásicas (latín y griego) y que llegó a Venezuela con la Legión Británica en 1818, prestando luego sus servicios en poblaciones del río Magdalena y en la provincia de Zulia. Debido a sus habilidades lingüísticas, Murray obtuvo la posición de edecán (o ayudante de campo) del almirante José Prudencio Padilla, siendo su asistente en la batalla naval de Maracaibo, el 24 de julio de 1823. En 1826, Murray publicó un escrito oponiéndose a la violenta toma del poder en Venezuela por parte de José Antonio Páez, con el cual confirmó su fuerte lealtad a Bolívar, siendo nombrado, en 1828, gobernador del 101


departamento de Zulia. En septiembre de 1829, Murray fue nombrado por O’Leary jefe de estado mayor de la columna de tropas enviadas por el gobierno nacional a Antioquia con el fin de sofocar la rebelión liderada por el general José María Córdova. Tras la batalla de El Santuario y dada la necesidad que tenía el gobierno nacional de eliminar cualquier foco de rebelión remanente, Murray fue nombrado por O’Leary en el cargo de jefe militar de la campaña de pacificación comandada por el coronel Rupert Hand para sofocar la insurrección auspiciada por el coronel Fermín de Vargas, gobernador del Chocó, quien había liberado a los esclavos negros para combatir al gobierno. Después de esa campaña, sorprendentemente, Murray decidió asociarse con los antioqueños vencidos nueve meses antes en la batalla de El Santuario. Visitó Rionegro en mayo de 1830 con el propósito de presentarle sus respetos a Salvador Córdova, pero éste se encontraba ausente de la ciudad. En sus cartas dirigidas a Córdova, Murray usaba un tono empalagoso, exageradamente humilde y obsequioso hacia Córdova y su familia, presentándose como un liberal de línea dura. Adicionalmente, en Bogotá, Murray frecuentaba asiduamente al general liberal José María Obando con el fin de ganar su favor y obtener influencia política. El 4 de junio de 1830, el mariscal Antonio José de Sucre fue asesinado en Berruecos, en el camino entre Quito y Popayán, y el general Obando fue acusado por los bolivarianos de ser el autor intelectual del crimen. Considerando la lealtad de Murray hacia Obando se justifica lo dicho por Hand en su carta en cuanto a que el militar irlandés del que habla pasó por alto a los asesinos de Sucre. En 1831, Murray le solicitó al gobierno que reconociera su lealtad y sus derechos, siendo entonces reincorporado al ejército con paga completa y nombrado en un cargo administrativo en el ministerio de guerra y marina. Murray se ganó toda la confianza de Obando y del abogado y periodista Vicente Azuero, ambos enemigos de O’Leary. Murray se involucró con Azuero en la redacción y edición del periódico liberal El Republicano que era abiertamente 102


anti-bolivariano, y se convirtió en informante del gobierno, delatando a residentes extranjeros que fueran opositores del gobierno y firmando órdenes de arresto contra ellos. El embajador británico, William Turner, consideraba que Murray había obtenido demasiada influencia en el gobierno y acusó a Murray de estar buscando para su propio provecho una renegociación del tratado de amistad y comercio que Colombia y Gran Bretaña habían suscrito en 1825. En octubre de 1831, Murray presentó su declaración en el juicio contra Rupert Hand (los detalles de esa declaración se presentaron en la Sección 2.4 y están compilados en el Anexo 1). En enero y marzo de 1832, tuvo lugar el careo de Hand contra el testimonio de Murray (las objeciones y ratificaciones asociadas a ese careo se presentaron en la Sección 2.5 y están compiladas en el Anexo 2). En marzo de 1832, el gobierno le otorgó a Murray la nacionalidad neogranadina y su nombramiento como comandante militar en Medellín. Considerando estos antecedentes y la declaración que dio en contra suya, Hand tenía motivos para considerar a Murray como un maquinador y un traidor a su mutuo benefactor (el Libertador Simón Bolívar). En junio de 1832, Murray se casó con Dolores Estrada Callejas, prima segunda de Salvador Córdova. Poco después, Murray recibió varios documentos relacionados con el juicio contra Rupert Hand junto con la orden de preparar el caso para encausar a O’Leary como autor intelectual del asesinato de José María Córdova. En abril de 1833, Salvador Córdova actuó como padrino en el bautizo del primer hijo de Murray y Estrada.106 4. Su alusión a los destinos de Lisboa y Argel En su carta, Hand dice que hace tres años era sabido por todos que él fue premiado y promovido por sus servicios en la acción de El Santuario por el respetable y legítimo gobierno (en ese momento, la Gran Colombia, porque todavía no se habían 106 Brown, op. cit., pp. 17, 80, 82, 83, 91, 92, 95, 100-102, 135.

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separado ni Venezuela ni Ecuador), el único reconocido por Gran Bretaña y por otras naciones y que estuvo encabezado por Bolívar. Para Hand es inadmisible que una de las facciones, autodenominadas naciones o estados, en que se separó la Gran Colombia quisiera colgarlo y matarlo a él por los servicios prestados como soldado en la ejecución de su deber al apoyar al gobierno en 1829, por el cual había luchado ya 11 años, todo porque al actual gobierno liberal le parecía ahora que lo de Córdova era un crimen. Hand le dice a Turner que espera que él vea ese propósito del gobierno actual como un absurdo y no lo deje sufrir la desgracia de ser asesinado; que les recuerde a los funcionarios del gobierno en Bogotá el destino de Lisboa y de Argel y que su caso no debe compararse con el de ‘Bonhomme’. La alusión de Hand al destino de Lisboa parece referirse al resultado final de la batalla de Vimeiro, cerca a Lisboa, el 21 de agosto de 1808 (durante la guerra peninsular), en la cual los ingleses, al mando del general Arthur Wellesley (quien posteriormente se convertiría en el duque de Wellington), derrotaron de manera contundente a los franceses, al mando del mayor general Jean Junot. Sin embargo, Sir Hew Darlymple, nombrado como comandante de la expedición portuguesa en reemplazo de Wellesley y que llegó un día después de la batalla, detuvo la persecución que Wellesley había emprendido contra los franceses que huían hacia Lisboa. El 30 de agosto, en ausencia de Wellesley, Darlymple firmó una tregua con Junot, conocida como la convención de Sintra, mediante la cual a Junot se le permitía regresar a Francia, a bordo de buques ingleses, con todos sus hombres y armas junto con el botín que habían robado en Portugal. Tal convención desató la ira de los súbditos ingleses y la convención fue denunciada en Londres y en Lisboa, con el resultado de que a Darlymple no se le permitió ejercer otra vez como comandante. La alusión de Hand al caso de ‘Bonhomme’ parece referirse a la ignominiosa rendición y entrega del bastión de la isla de Malta 104


al general francés Napoleón Bonaparte por parte del alemán Ferdinand von Hompesch, 69° gran maestro de la orden de los caballeros de la cruz blanca, lo cual permitió que el Dey (regente vitalicio) de Argelia pudiera proseguir impune con su cruel e inhumana práctica de secuestrar cristianos europeos de todas las edades y rangos, ya fueran civiles o militares, los cuales eran llevados a Argel para servir como esclavos. Al parecer, Hand utiliza el apelativo ‘Bon homme’ (buen hombre, en francés) para referirse a von Hompesch como un recurso fonético ingeniosamente irónico. La alusión de Hand al destino de Argel parece referirse a que las prácticas esclavistas del Dey de Argelia terminaron cuando en agosto de 1816 fue derrotado por el almirante inglés Edward Pelley, primer vizconde de Exmouth, en la batalla de Argel, tras lo cual miles de esclavos cristianos pudieron ser finalmente liberados. Cuando Hand dice que su caso no debe compararse con el de ‘Bonhomme’ parece significar que al contrario de lo que hizo von Hompesch (y también Darlymple), él no entregará su dignidad a sus enemigos. 5. Su opinión sobre José María Córdova En su carta, Hand dice que Córdova determinó vengarse de Bolívar por el supuesto insulto que éste le hizo al nombrar al general (Juan José) Flores, de origen venezolano, como comandante del ejército del Sur. Hand describe a Córdova como ambicioso, arrogante, impetuoso e ignorante y menciona que Córdova por la fuerza se hizo al mando de más de 600 hombres con los cuales se propuso derrocar al gobierno con la pretensión de apoyar la Constitución y las leyes, y que cuando el capitán (Manuel) Herrera y el teniente (José Antonio) Vélez se rehusaron a adherirse a su causa, los hizo ejecutar. Este es un hecho cierto, porque a comienzos de septiembre de 1829, Francisco Urdaneta, encargado de los asuntos políticos y militares de Antioquia, envió a estos dos oficiales a Rionegro con la intención de capturar a Córdova, pero como resultado de 105


su antagonismo, ellos fueron considerados como traidores por Córdova, quien los mandó fusilar.107 En su carta, Hand dice que la ingratitud de Córdova hacia Bolívar no tiene paralelo, pues hacía un corto tiempo que Bolívar había salvado a Córdova de una muerte ignominiosa. Esta alusión de Hand seguramente se refiere al juicio que en 1827, Córdova enfrentó por el cargo de haber matado al sargento José del Carmen Valdés, en Popayán, el 28 de diciembre de 1823. El 18 de octubre de 1827 se reunió el consejo de guerra para juzgar a Córdova, quien a pesar de que admitió haber matado a Valdés enterrándole su bayoneta en el estómago, después de haberse acostado con la prometida de Valdés, sostuvo que lo había hecho en defensa propia y con eso logró su absolución, evitando la pena capital. La sentencia absolutoria pronunciada por los generales, entre los cuales estaba Rafael Urdaneta, fue confirmada por un tribunal de juristas encabezado por José Félix de Restrepo, antiguo maestro y amigo de Córdova. Como lo señala Hand en su carta, es muy probable que este resultado a favor de Córdova se haya logrado por la intervención de Bolívar.108, 109 6. Sobre su arresto e incriminación por la revolución en Panamá En su carta, Hand dice que los cargos que presentaron contra él por haber hecho una revolución en Panamá y haber desobedecido al gobierno eran más falsos e insidiosos que el de haber cometido un crimen por la muerte de Córdova. Que esos cargos fueron desestimados por eminentes juristas y por el auditor de guerra, que renunció a su comisión al no poder encontrarles mérito. Que el cónsul británico en Panamá, (Malcolm) MacGregor le envió una carta en la cual certifica 107 Brown, op. cit., p. 53. 108 Ibídem, p. 33. 109 Jaime Pinzón Pinzón, De la concha a las breñas del Santuario: páginas para la historia sobre el general de división José María Córdova 1799-1829, Colección Fundación Cámara de Comercio de Medellín para la Investigación y la Cultura, Número 6 (1993), pp. 65-66.

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que Hand no tuvo nada que ver con los actos del pueblo durante los eventos políticos acaecidos en el Istmo, es decir, que él no participó en esa insurrección popular, que lo único que hizo fue obedecer las órdenes de su oficial superior. Que esa carta escrita por MacGregor y necesaria para su defensa se encuentra en poder del cónsul estadounidense (John MacPherson). Hand dice que el Istmo se sintió con derecho a independizarse (después de que Venezuela y Ecuador se separaron de la Gran Colombia) o al menos a formar parte de un gobierno federal, como el de los Estados Unidos de América, y que cuando ocurrió la insurrección y la declaración de independencia en Panamá, él se encontraba transitoriamente en esa ciudad, la mayor parte del tiempo en la casa del cónsul británico (MacGregor), aun cuando estaba al mando de las fortalezas de Chagres y Portobelo. Que si él hubiera estado a favor de la insurrección en Panamá, habría podido hostilizar a las tropas enviadas por el gobierno de Bogotá para sofocarla, porque habiendo retomado el comando (del fuerte de Portobelo) tenía a las goletas con esas tropas al alcance de las baterías de cañones del fuerte y al comandante de esas tropas junto a él. Que lo único que él hizo fue mostrarle a ese comandante los documentos públicos en los que se reportaba el cambio político que había tenido lugar en Panamá (entre esos documentos, seguramente debía estar una copia de la declaratoria popular de independencia del Istmo). Que esos eran todos sus crímenes. Hand también menciona que apenas él se enteró de que el vice-presidente Domingo Caicedo había asumido el poder en Bogotá, se adhirió a su reconocimiento, esperando que se hubiera logrado una unión entre las facciones en disputa (los liberales y los pro-bolivarianos) o que se hubiera evitado una división adicional entre ellas. Hand cuenta que un día después de haber sido apresado y llevado en cadenas a Portobelo, él fue llevado a la puerta de su celda mientras el teniente Tomás Herrera ordenaba romper su sable en pedazos haciéndolo arrojar sobre Hand con insultos, todo ello delante de las tropas del fuerte que Herrera había hecho formar al frente de su 107


celda. Hand dice que con ese acto él fue deshonrado sin un juicio previo, que los soldados que contemplaban eso, muchos de los cuales probablemente él había liderado en batalla, se quedaron perplejos por un momento para luego murmurar levemente, y que esa escena fue un golpe tan fuerte para él que lo hizo desmayarse. Que después de eso, lo encerraron en su celda, dejándolo todo el día y la noche sin agua para sofocar su sed y la fiebre que lo consumían, y que el mero recuerdo de todo eso lo hace llorar. Que a pesar de que el teniente Herrera (ahora coronel y comandante general del Istmo) participó en la conspiración septembrina contra Bolívar, éste generosamente le salvó la vida. Que a pesar de haber acusado él a Herrera por lo que le hizo en Portobelo, éste no lo niega y hasta se gloría de ello, habiéndole permitido las autoridades a Herrera dar evidencia en contra suya y convertirse en su principal acusador. Hand cuenta que Herrera le confiscó los documentos que tenía para defenderse, los cuales nunca se los devolvieron, y que contrariamente a las leyes y la Constitución, el fiscal se había rehusado a leerle la evidencia en contra suya y a darle a conocer los nombres de sus acusadores. 7. Sobre el final de la batalla de El Santuario y la muerte de Córdova Respecto a la batalla de El Santuario, Hand dice en su carta que, al parecer, Córdova se parapetó en la casa con cerca de 25 o 30 soldados y que tenía la firme determinación de no rendirse, porque cuando O’Leary llegó al frente de la casa y le ordenó rendirse, la respuesta fue una descarga desde las ventanas y las rendijas de las paredes que mató a muchos de los hombres de las filas de O’Leary, y que tras un receso de parte de los hombres de Córdova y un segundo llamado a rendirse, de nuevo hubo disparos de ambos bandos, lo que llamó la atención de Hand que se encontraba en la retaguardia, haciéndolo galopar presurosamente a través del bosque hacia la casa, y al acercarse a ésta su caballo fue derribado de un 108


disparo, siendo arrojado Hand a cierta distancia, golpeándose violentamente en su cabeza, lo que lo hizo yacer sin sentido en tierra durante un corto tiempo, tras lo cual se levantó y cogió su sable, arrojándose con furia y frenesí sobre sus propias tropas, sin reconocerlas, para ser detenido por O’Leary, quien con ira le dijo: “corra instantáneamente a esa casa y mate a ese traidor Córdova”, a cuya orden Hand obedeció al instante, ingresando a la casa impetuoso y excesivamente agitado. A Hand le causaba asombro que a pesar de su ímpetu y agitación, como se lo había contado el irlandés mencionado antes por él en la carta (o sea, el coronel Thomas Murray), no hubiera derribado a todos los que estaban en la casa o que éstos hubieran ido a su encuentro, y que si él no hubiera sido tan rápido, Córdova le habría disparado. Hand también cuenta en su carta que por orden del obispo de la diócesis, se celebró una acción de gracias por la derrota y muerte de Córdova. En su carta, Hand dice que con la acción de El Santuario, el infeliz e ingrato de Córdova causó la muerte de más de 300 de sus conciudadanos, sumergiendo al país en una horrorosa guerra civil, de la cual no ha podido recuperarse. Este relato de Hand acerca de los hechos de El Santuario contrasta con lo que él dijo en su declaración del 3 de enero de 1832, en la cual no mencionó las dos tandas de disparos desde la casa por parte de los hombres de Córdova y en la cual citó que la orden de O’Leary había sido “en esa casa está Córdova; acométale y mátelo al momento”. En esta versión de la orden no aparece la palabra ‘traidor’ para referirse a Córdova. Esta discrepancia en los testimonios de Hand acerca de las palabras que usó O’Leary para impartirle la orden de matar a Córdova no es sorprendente y podría obedecer al hecho de que Hand no recordaba exactamente lo ocurrido, debido a su estado de confusión y trastorno (enajenación) al llegar al exterior de la casa y encontrarse con O’Leary, tras haberse caído de su caballo y golpearse en la cabeza. Eso es muy posible porque, en su declaración del 3 de enero, Hand también dijo que antes 109


de entrar a la casa, Murray y O’Carr le habían dicho algo que él en ese momento no comprendió y que no se había dado cuenta de que había oficiales de O’Leary dentro de la casa ni tampoco que los oficiales de Córdova se habían rendido. 8. Sobre la conspiración en su contra y la parodia de El Santuario En su carta, Hand se refiere a la existencia de una conspiración, alimentada por las intrigas y el soborno de los testigos en el juicio que se sigue en su contra, que ha llegado incluso al montaje de una obra teatral, denominada Un Monoio de Córdova, en la cual se representa el campo de la batalla de El Santuario con los heridos y agonizantes ensangrentados, implorando misericordia y con Hand al acecho para matarlos, con una escena final tan terrible que no podía describirse. Una brevísima reseña de la representación de esta obra fue publicada en el Registro Oficial del Magdalena de octubre 6 de 1831 y el recorte de prensa correspondiente, que aparece adjunto a la carta de Hand, tiene el siguiente texto: “MONOIO DE CORDOVA. El 15 del pasado se representó por la noche esta pieza trágica. Lo patético de la escena cubierta de cadáveres y despojos militares, tristes vestigios de la desgraciada acción del Santuario; el actor que desempeñó su papel con aplauso general, todo contribuyó a producir cierta sensación que contrasta precisamente con la existencia del asesino del héroe que expiró en sus pérfidas manos; más aún cuando el pueblo estaba justamente indignado ninguno quiso salirse de la esfera de sus deberes ni traspasar la línea de aquella obediencia legal que siempre ha tenido por sus magistrados. Él ha dado una prueba a aquellos hombres que pretenden no conocerlo, y que el día anterior se habían empeñado para que se impidiese la representación de esta pieza. Que aprendan los servilones, los indiferentes, moderados o pretendidos sensatos, que aprendan, repetimos, 110


a respetar la rectitud de juicio de un pueblo generoso digno de mejor consideración”. En su carta, Hand manifiesta que esa pieza teatral fue inventada por el gobierno y sus oficiales colaboradores, los más viles de los cuales han sido nombrados por Salvador Córdova para que declaren contra él, que sus amigos y un buen número de ciudadanos respetables no pudieron impedir la representación de la pieza, que la intención de ésta era excitar a la plebe para asesinarlo a él, que los oficiales que sirven como sus jueces, siendo sus enemigos declarados, prestaron sus uniformes para la escenografía, que al teatro fueron invitados gratuitamente todos los canallas, cuidando que no les faltara el licor, y que la puerta de su celda en el castillo de San Felipe la dejaron abierta, mientras él yacía en el piso encadenado e impotente, habiéndosele confiscado antes todas sus navajas para evitar que pudiera defenderse en caso de ser atacado. Además, Hand dice que para complacer a Salvador Córdova, el gobierno ha predeterminado su destino, por lo que sería inútil ser juzgado por cualquier otra corte. 9. Su opinión sobre Carlo Castelli En su carta, Hand se refiere al presidio de Castelli en el castillo de San Felipe de Barajas, en Cartagena, donde se encuentra confinado en una profunda y oscura mazmorra sin que alguien pueda escuchar sus lamentos o conocer la tortura que sufre. Hand menciona que Castelli fue condenado a muerte debido a que escribió algo sobre la muerte de Sucre que al parecer involucraba a Obando. Hand señala que Castelli es curtido en asuntos literarios y lo elogia como militar, mencionando sus servicios en un regimiento británico en Italia y señalando que Castelli lleva 16 años al servicio de Colombia y que es el mejor general con que cuenta la república.

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¿Pero cómo llegó Castelli al mismo presidio en el que se encontraba Hand en mayo de 1832? En su libro sobre la batalla de El Santuario, Matthew Brown menciona que Carlo Castelli era italiano (piamontés, para mayor precisión), que empezó su carrera militar en los ejércitos de Napoleón Bonaparte, para los cuales prestó sus servicios hasta 1814 cuando decidió emigrar a Suramérica para enrolarse en el ejército patriota en el valle del Cauca. Tras la derrota de los patriotas en la campaña de reconquista iniciada por el general español Pablo Morillo en 1815, Castelli buscó asilo en Haití, donde el presidente Alexandre Petión le presentó a Bolívar en 1816. Durante las guerras de independencia, Castelli se ganó la confianza y el respeto del Libertador por su perseverancia y capacidad militar. En 1822, Castelli fue nombrado comandante político y militar del castillo de San Felipe en Cartagena y luego sirvió como comandante militar y naval en Maracaibo. En septiembre de 1829, fue nombrado por O’Leary comandante del cuerpo de infantería Cazadores de Occidente de la columna de tropas enviadas por el gobierno nacional a Antioquia con el fin de sofocar la rebelión liderada por el general José María Córdova. Castelli era el militar de mayor edad (40 años) que participó en la batalla de El Santuario. En agosto de 1830, Castelli lideró una rebelión pro-bolivariana contra el gobierno del presidente Joaquín Mosquera, que se inició con un alzamiento del batallón Callao en Zipaquirá. Al reconocer que no tenía apoyo popular, Castelli depuso las armas a cambio de una amnistía otorgada el 23 de agosto de 1830. Sin embargo, Castelli retomó las armas y el 27 de agosto derrotó a las tropas del gobierno en la batalla de Funza para luego tomarse a Bogotá al día siguiente, provocando la renuncia del presidente Mosquera y el establecimiento de un gobierno militar pro-bolivariano a cargo del general Rafael Urdaneta. Como recompensa por su lealtad a Bolívar, en octubre de 1830, Castelli fue promovido al rango de general de brigada y nombrado comandante general del departamento de Antioquia. Al llegar a Medellín a mediados de noviembre, Castelli descubrió que Salvador Córdova 112


estaba fraguando una rebelión en Barbosa y Rionegro. Tanto Castelli como Córdova reunieron y movilizaron sus tropas pero no llegaron a enfrentarse. Córdova huyó pero Castelli lo capturó y lo llevó encadenado a Medellín. Castelli quería fusilar a Córdova pero fue disuadido por Francisco Urdaneta, su antecesor como gobernador. Tras la muerte del Libertador Bolívar, Castelli tomó la decisión de enviar a Córdova preso a Cartagena, a comienzos de marzo de 1831, pero antes de que eso pudiera realizarse, la indignación por el cautiverio de Córdova y el apoyo popular que él tenía hicieron posible su escape de la prisión el 14 de marzo. Tras recuperar su libertad, Córdova reunió un ejército, al mando de cuyas filas se encontraban algunos veteranos de la batalla de El Santuario como Anselmo Pineda, Francisco Escalante y Manuel Antonio Jaramillo, y con desventaja numérica se enfrentó y derrotó a las tropas de Castelli, primero en el combate de Yolombó el 2 de abril y luego en la batalla de Abejorral, el 14 de abril de 1831. Castelli fue capturado cerca a La Ceja y llevado preso a Rionegro. El 15 de abril, Domingo Caicedo reasumió el cargo de vice-presidente de la nación y sin conocer todavía el triunfo logrado por Salvador Córdova sobre los bolivarianos en Antioquia, lo nombró comandante general de armas de ese departamento, en reemplazo de Castelli, quien ya había sido depuesto y apresado. En junio de 1831, Córdova envió a Castelli a Bogotá para que fuera juzgado por traición. A mediados de julio, Castelli llegó encadenado a Bogotá y tras tres días de juicio por un tribunal militar secreto, fue acusado de conspiración y sentenciado a la pena de muerte. Debido a la presión diplomática ejercida por el embajador británico William Turner, el general José María Obando decidió sacar a Castelli de la prisión para llevarlo a una corte marcial. Aprovechando las circunstancias, Castelli pudo fugarse para refugiarse y pedir asilo en la catedral. Obando decidió entonces conmutarle a Castelli la pena de muerte por presidio, enviándolo preso al castillo de San Felipe en Cartagena, del cual, irónicamente, Castelli había sido comandante político y 113


militar en 1822. En septiembre de 1832, por intercesión de Santander, a Castelli le otorgaron pasaporte y salvoconducto para dirigirse a Curazao o Venezuela.110 10. Sobre la confidencialidad de la carta y su actual manejo del idioma inglés Finalmente, en su carta de mayo 7, Hand le recomienda a Turner proteger la confidencialidad de esa misiva porque si los agentes del gobierno o sus espías llegaran a conocer su contenido, el resultado sería su muerte inmediata por uno u otros medios. Además, Hand se disculpa por su largo desuso del idioma inglés (al transcribir sus dos cartas se encontró un total de 32 errores ortográficos, los cuales fueron señalados en notas al pie de página en el Capítulo 3), señalando que su debilidad casi le impide escribir y pide que le perdone cualquier aparente descortesía, atribuible al estado marchito de sus extremidades por el peso de las cadenas que se doblan sobre ellas. Como se mencionó en la Sección 2.9, nueve años después de escribir sus dos cartas al embajador Turner, Hand ya había recuperado plenamente su dominio del idioma inglés, porque ya era profesor de la materia en la Universidad Central de Venezuela. 11. La adenda de mayo 9 En la adenda con fecha mayo 9 de 1832, agregada a su carta de mayo 7, Hand le informa al embajador Turner que en una carta circular, con fecha 22 de abril, dirigida a los agentes diplomáticos extranjeros por el ministro de asuntos exteriores de la República de la Nueva Granada, se anunciaba que la Convención Nacional (del 29 de febrero) había otorgado una amnistía para los crímenes políticos, de modo que las personas que estuvieran incursas en esos crímenes podían regresar al seno de sus familias y amigos. Hand no se explica por qué 110 Brown, op. cit., pp. 16, 33, 34, 83-88, 90, 91, 107.

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habiéndose promulgado tal amnistía (hace más de dos meses), a él todavía lo mantenían en prisión, acusándolo y juzgándolo por crímenes que decían haberse cometido hace tanto tiempo (lo de Córdova en 1829 y lo de Panamá en 1831). Hand no entiende por qué a él se lo excluía de la amnistía cuando otros líderes de la oposición (o sea, bolivarianos) pudieron irse al exilio o permanecían tranquilos en sus casas, citando el caso particular de (Juan Antonio) Piñeres. Además, Hand se queja de que por una nueva ley promulgada el 22 de marzo de 1832, aun cuando él estaba siendo juzgado por tribunales militares, al parecer le quitarían el privilegio de ser juzgado por una corte marcial y de apelar a la corte suprema, a pesar del alto rango que él tuvo (coronel y comandante primero efectivo) en los ejércitos de la República de Colombia. Como se mencionó en la Sección 2.6, la nueva ley orgánica del ejército promulgada el 30 de marzo de 1832, eliminó el fuero militar para los oficiales con rango desde alférez segundo hasta coronel que no se encontraran en servicio activo. Tal era el caso de Hand que habiendo tenido el rango de coronel se encontraba fuera de servicio por estar recluido en prisión. O sea que esas dos nuevas leyes no solamente despojaban del fuero militar a Hand sino que también lo privaban del privilegio de ser juzgado por una corte marcial y de apelar la sentencia ante la corte suprema de justicia. Hand dice que es un perseguido por ser él un inglés (utilizando el gentilicio masculino Englishman, que literalmente se refiere a un hombre nacido en Inglaterra). ¿Por qué Hand dice que es inglés si en su declaración jurada de enero de 1832 había dicho que era natural de Irlanda (o sea, irlandés, cuyo gentilicio masculino en idioma inglés es Irishman)? En su carta del 7 de mayo, Hand usa tres veces el gentilicio masculino Irishman cuando se refiere al militar maquinador y traidor (Thomas Murray) que declaró en contra suya. ¿Por qué habría Hand de ocultarle al embajador Turner el hecho de ser irlandés como lo 115


eran O’Leary, Murray y Crofton?. En lugar de juzgar este asunto como una mentira de Hand, es más probable que en la adenda a esa carta, Hand haya utilizado el gentilicio Englishman por antonomasia, simplemente, en lugar del gentilicio más general pero poco usado de Britishman (referido a todos los nacidos en el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda). Hand le manifiesta a Turner que es consciente de que los extranjeros están sujetos a las leyes del país pero que en un caso como el de él, en que había una persecución pública y omisión de esas leyes, para él se volvía necesario buscar la protección del embajador británico; además, que sin importar el resultado final de su cautiverio, él esperaba que al gobierno de la Nueva Granada se lo hiciera pagar cuantiosamente por las crueldades que él había sufrido, pues había sido deshonrado de manera infame sin previo juicio (el incidente de su sable partido en pedazos y arrojado sobre él delante de las tropas, por orden del teniente Tomás Herrera en Portobelo) y llevaba ya nueve meses con sus piernas juntas remachadas por una barra de hierro, cinco de los cuales habían transcurrido en una mazmorra aislado de toda comunicación. 4.2 Carta de mayo 14 de 1832 En esta carta, escrita en su celda de la cárcel pública de Cartagena, y dirigida al embajador británico William Turner, Rupert Hand trata varios asuntos, los cuales se desglosan a continuación: 1. Sobre su estado y condición de reclusión Hand informa que a pesar de todas sus protestas, ahora se encuentra recluido en la cárcel pública de Cartagena, mezclado con malhechores y villanos de raza negra que han cometido los más horribles crímenes (a ellos se refiere más adelante como degolladores). Que el hedor del aire infectado por los cuerpos 116


sucios y desnudos de esos criminales combinado con el calor del terrible clima de ese lugar, hace imposible respirar, estando él postrado con sus piernas unidas por una pesada barra de hierro. Que entre todos esos presos, él es el único confinado de ese modo, en contra de la Constitución, que considera el uso de hierros como tortura e innecesaria crueldad para garantizar la seguridad personal del prisionero. Aunque es notorio el tono abiertamente racista (casi afrofóbico) de Hand, es conveniente saber por qué él se encontraba ahora en la cárcel pública de Cartagena y no en el castillo de San Felipe de Barajas. Como se mencionó en la Sección 2.6, por el concepto emitido el 2 de mayo de 1832 por el auditor de guerra, Manuel Pérez de Recuero, la causa contra Hand fue trasladada a la justicia civil ordinaria, a pesar de que se había iniciado en un tribunal militar. Por esa razón, el acusado fue trasladado de una prisión militar a una cárcel civil. 2. Sobre la sublevación fallida en Cartagena y el riesgo contra su vida Hand menciona que hace un tiempo (cuando él residía en Panamá) hubo una sublevación en Colón, que fue aplastada por el mando militar (al cual él pertenecía) con la captura del general de raza negra Espinar (que comandaba la insurrección y que había logrado reclutar cerca de 300 de sus congéneres para esa causa), el cual fue deportado por barco a Bogotá, a donde nunca llegó porque se escapó a Lima. Que aunque Hand había sido cauto en el manejo de ese asunto, los negros de Colón sospecharon de él y lo señalaron, de modo que de su participación en ese arresto y deportación se supo en Cartagena cuando varios oficiales negros y un mulato de apellido Granados, doctor en leyes, llegaron a esa ciudad procedentes del Istmo.

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Hand menciona que hace dos meses (o sea, en marzo de 1832), hubo un intento de sublevación de la gente de raza negra en Cartagena para separarse del gobierno de Bogotá, que fue descubierto y sofocado con el arresto de cuatro de los cabecillas promotores, los cuales fueron juzgados y condenados a 14 años de presidio. Que el primer objetivo de ese levantamiento era asesinarlo a él junto con el auditor de guerra y el gobernador. Que irónicamente, esos cuatro cabecillas se encuentran confinados sin grilletes en el mismo recinto que él, por lo que Hand teme ser asesinado. Que el doctor Granados, mencionado previamente, fue nombrado asesor del proceso judicial que se sigue en su contra, para aconsejar al alcalde que es su juez y que, de acuerdo con las nuevas leyes, habrá de pronunciar sentencia contra él, aunque él sea un coronel del ejército que obedeció sus órdenes en el campo de batalla y al servicio de la nación. Sin embargo, posteriormente, el 5 de julio de 1832, Agustín de Granados (el mulato doctor en leyes del cual Hand hace alusión) renunció al cargo de asesor del alcalde en el proceso contra Hand por haberse encargado de otros negocios como relator del tribunal superior.111

111 Ortega, op. cit., p. 218.

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Firma autógrafa del general de división José María Córdova

Firma autógrafa del comandante Ruperto Hand


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Anexo 1 Sucesos incluidos en las declaraciones de los testigos en el proceso judicial contra Rupert Hand

Nota: La información contenida en este Anexo fue extraída del libro de Enrique Ortega Ricaurte, Asesinato de Córdova: proceso contra el primer comandante Ruperto Hand, Editorial Kelly, Bogotá (1979). Los números de página que aparecen listados en la primera columna de la Tabla se refieren a esa edición de la obra de Ortega.

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(p. 32-34)

2° comandante de ejército

2° comandante del batallón Mejía /

en 1829 / 1831

del testigo

Francisco Giraldo

Rango militar

Nombre

27 años

Edad 26-Sept1831

Fecha de la declaración Presenció el ataque de Hand a Córdova; oyó a Hand pero no lo vió porque estaba dándole la espalda

del testigo

Naturaleza

Giraldo oyó decir que O’Leary mandó a Hand a matar a Córdova.

El ataque de Hand a Córdova sucedió entre la 1 y 2 p.m.

Córdova no ofendió a Hand ni ofreció resistencia alguna por estar herido, rendido y desarmado.

Hand entró a la casa preguntando por Córdova y al encontrarlo le propinó 5 o 6 sablazos.

Córdova les había ordenado arrojar las armas a sus soldados presentes en la casa.

Córdova le dijo a Murray que ya estaba rendido y le pidió llamar a O’Leary para hablar con él.

Córdova estaba herido en un hombro y al entrar a la casa le dijo a Giraldo: “hombre, hemos perdido la batalla, pero en regla, porque han peleado con mucho valor los reclutas”.

Giraldo entró herido a la casa al principio de la batalla, antes de Córdova.

Sucesos incluidos en la declaración


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(p. 58-59)

Gregorio Naranjo

(p. 35-37)

José Antonio Navarro

Subteniente abanderado del batallón Mejía / Teniente 2° del batallón ligero no. 4°

Sargento 1° aspirante de la 2ª compañía del batallón Mejía / Teniente 1° de la 2ª compañía del batallón ligero no. 4°

21 años

21 años

4-Oct-1831

26-Sept 1831

Naranjo oyó decir que O’Leary mandó a Hand a matar a Córdova.

Córdova estaba herido en un hombro. No presenció el ataque de Hand a Naranjo se fugó del campo de batalla en compañía de Salvador Córdova y otros. Córdova

El combate empezó a las 11 a.m y duró dos horas.

Navarro oyó decir que O’Leary mandó a Hand a matar a Córdova.

Córdova no ofendió a Hand ni ofreció resistencia alguna por estar herido, rendido y desarmado.

Presenció el ataque de Hand a Córdova les había ordenado tirar las armas a sus soldados presentes en la casa. Córdova Hand entró a la casa preguntando por Córdova y al encontrarlo le propinó varios sablazos.

Córdova le dijo a Murray que ya estaba rendido y le pidió llamar a O’Leary para hablar con él.

Córdova estaba herido de un balazo en el hombro derecho.

Navarro entró herido a la casa después de Córdova.

El combate empezó a las 10 a.m.


125

(p. 60-61)

Juan Nepomuceno Isaza

Sargento 1° de la 1ª compañía del batallón Mejía / Sargento 2° de la 1ª compañía del batallón ligero no. 4°

20 años

5-Oct-1831

Isaza no sabía si alguien había mandado a Hand a matar a Córdova.

El general Francisco Urdaneta (del ejército de O’Leary), aprobó la acción del centinela.

El centinela le disparó a Córdova en un costado cuando éste intentó levantarse de la cama.

Hand dejó a un centinela en la puerta de la casa.

Córdova no ofreció resistencia a pesar de tener su sable ceñido.

Hand entró a la casa preguntando por Córdova y al encontrarlo le propinó cuatro sablazos.

Presenció el El combate empezó a las 11 a.m. y duró dos horas. ataque de Hand a Córdova entró a la casa y se acostó en una cama Córdova arrimando su lanza a una pared.


126

(p. 132)

Sáenz

Pedro

(p. 61-63)

Manuel Acevedo

Vecino de Rionegro

Cabo 1° de la compañía de cazadores del batallón no. 4°

Soldado de la compañía de cazadores del batallón Mejía /

Mayor de 25 años

22 años

7-Oct-1831

5-Oct-1831

Acevedo no sabía si alguien había mandado a Hand a matar a Córdova.

Córdova murió a la 1 p.m.

O’Leary hizo entrar a Acevedo y a otros vencidos y puso un centinela doble en la puerta.

Córdova no ofreció resistencia por estar acostado en una cama.

Hand entró a la casa preguntando por Córdova y al encontrarlo le propinó varios sablazos.

Córdova arrimó su lanza a una de las paredes de la casa.

Después de que Córdova entró a la casa hubo muy pocos disparos desde su interior.

Acevedo se quedó un rato en el exterior de la casa.

El combate empezó a las 10 a.m. y duró dos horas.

Que todos señalaban a Hand como asesino del general Córdova.

No presenció el Oyó decir públicamente que Córdova había sido ataque de Hand a asesinado en una casa de El Santuario por el oficial Córdova extranjero Rupert Hand.

Presenció desde el exterior de la casa el ataque de Hand a Córdova


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(p. 65-67)

Duque

Juan

(p. 63-65)

José María Ochoa

Subteniente 2° de la 1ª compañía de flanqueadores del batallón ligero no. 4°

Subteniente 2° de la 2ª compañía del batallón Occidente al mando de O’Leary /

Teniente 2° de la 1ª compañía de flanqueadores del batallón ligero no. 4°

Subteniente 2° de la 4ª compañía del batallón Mejía /

32 años

19 años

10-Oct1831

10-Oct1831

Presenció desde la puerta de la casa el ataque de Hand a Córdova

Duque no sabía si alguien había mandado a Hand a matar a Córdova.

O’Leary llegó a la casa y puso un centinela en la puerta.

Córdova no ofreció resistencia por estar herido, rendido y desarmado.

Hand entró a la casa preguntando por Córdova y al encontrarlo le dijo “eso era lo que yo buscaba” y le propinó varios sablazos.

Varios oficiales estaban dentro de la casa hablando con Córdova.

Córdova estaba herido en el hombro derecho.

El combate empezó a las 11 a.m. y duró dos horas.

Duque era un suboficial en las filas de O’Leary

Ochoa oyó decir que O’Leary mandó a Hand a matar a Córdova.

Ochoa se fugó del campo de batalla en compañía de Salvador Córdova y otros.

No presenció el El combate empezó a las 11 a.m. y duró dos horas. ataque de Hand a Córdova ingresó a una casa. Córdova


128

(p. 114-115)

Murray

Thomas

Coronel del ejército republicano

Coronel del ejército de O’Leary y jefe de estado mayor /

Mayor de 30 años

24-Oct1831

No presenció el Córdova estaba herido de un balazo en la coyuntuataque de Hand a ra del hombro izquierdo. Córdova Murray salió de la casa para traer un cirujano que tratara la herida de Córdova. Murray se encontró en la puerta al teniente Dabney O’Carr, edecán de O’Leary, y le contó sobre el estado en que se encontraba Córdova. Hand se topó en la puerta con Murray y le preguntó dónde estaba Córdova, a lo que Murray le contestó diciéndole que estaba en la casa herido y rendido. Hand, invocando a Dios, le juró a Murray que iba a matar a Córdova y Murray lo increpó diciéndole que cómo siendo él inglés iba a manchar sus manos con la sangre de un hombre rendido. O’Carr desenvainó su sable para intentar detener a Hand pero éste les dijo a Murray y a O’Carr que tenía la orden de matar a Córdova. Aunque Murray le gritó a O’Leary que Hand iba a matar a Córdova, O’Leary reprendió después a Murray por haber tratado de detener a Hand, diciéndole que él le había dado la orden a Hand de matar a Córdova pero que nadie debía saberlo. Hand, ufanándose de su acción, le mostró, en presencia de Murray, el sable ensangrentado desde la punta hasta la guarnición al coronel Richard Crofton. O’Leary premió a Hand promoviéndolo al rango de primer comandante efectivo.


129

(p. 129-130)

Juan Antonio Montoya

(p. 104-106)

José María Yepes

Vecino de Santa Fe de Antioquia

Sargento 2° retirado

Mayor de 25 años

29 años

26-Nov1831

No presenció el Montoya les oyó decir a Murray y a O’Carr que ataque de Hand a Hand había matado a Córdova. Córdova Montoya oyó decir que el coronel Crofton le dijo a Hand: “amigo, el temple de su espada ha quedado ayer a prueba”.

Yepes no sabía si alguien había mandado a Hand a matar a Córdova.

El ataque de Hand a Córdova sucedió entre la 1 y 2 p.m.

Córdova reconvino a Hand preguntándole por qué lo mataba si estaba ya rendido.

Hand entró a la casa preguntando por Córdova y al encontrarlo le propinó tres sablazos, el primero en la cabeza, el segundo en una mano cortándole tres dedos, y el tercero en la cabeza.

2-Nov-1831 Presenció el Yepes ingresó herido a la casa después de Córdova. ataque de Hand a Córdova estaba herido en un brazo. Córdova


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General de brigada del ejército republicano

Teniente del ejército de O’Leary / -

(p. 116-117)

José Gabriel Salom

(p. 108-110)

Coronel del ejército de O’Leary /

Francisco Urdaneta

23 años

-

12-Dic1831

1-Dic-1831

Presenció el El combate empezó a las 11 a.m. ataque de Hand a Córdova se refugió en un bohío, estando malherido Córdova de un balazo. Hand descargó varios golpes de sable sobre Córdova. Córdova no ofreció resistencia por estar herido, rendido y desarmado. Córdova le pidió a Salom que lo hiciera matar por cuatro veteranos. Córdova le pidió al teniente Rosario Budiño que sacara dos pistolitas de las faltriqueras interiores de la chaqueta que Córdova tenía puesta y se las regaló. Córdova no tuvo tiempo de usar las pistolitas cuando fue atacado por Hand. Salom acompañó a Córdova desde que fue herido por Hand hasta cuando expiró hacia las 5 p.m. Salom no sabía si alguien había mandado a Hand a matar a Córdova.

No presenció el Urdaneta oyó a los coroneles Crofton y Castelli deataque de Hand a cir en el campo de batalla que O’Leary había dado Córdova la orden de matar a Córdova. Hand le dijo a Urdaneta que si él no hubiera tenido la orden, seguramente no habría intentado rematar a Córdova. Castelli le dijo a Urdaneta que O’Leary había dado la orden en inglés, estando presente Urdaneta, y que por eso éste no la había entendido.


131

(p. 120-121)

Miguel Hoyos

(p. 118-120)

Castelli

Carlo

Teniente / Capitán del batallón no. 4°

General de brigada del ejército republicano / Prisionero en el castillo de San Felipe, en Cartagena

Coronel del ejército de O’Leary /

25 años

40 años

21-Dic1831

20-Dic1831

No presenció el El teniente O’Carr (que falleció después de la acataque de Hand a ción de El Santuario), le dijo a Hoyos que Hand Córdova había matado a Córdova estando éste ya rendido. Hoyos supo después que Córdova estaba herido por un balazo y que murió hacia las 5:30 p.m. por los sablazos que le propinó Hand. Hoyos oyó decir que O’Leary mandó a Hand a matar a Córdova.

No presenció el Castelli le dijo en voz alta a un prisionero que si ataque de Hand a Córdova no se rendía, mandaría quemar la casa y Córdova que inmediatamente salieron rendidos varios oficiales rebeldes a los cuales envió, sin despojarlos de sus sables, a que se presentaran ante el teniente Miguel Hoyos. O’Leary le dijo en inglés a Castelli que matara a Córdova a lo que Castelli se rehusó. O’Leary le ordenó en inglés a Hand que fuera a matar a Córdova. Castelli sabía que Murray se había opuesto a que Hand matara a Córdova y que por ello O’Leary había reprendido a Murray. Castelli envió a Salom a proteger a Córdova pero Salom llegó demasiado tarde. Castelli no sabía si Córdova ya se había rendido cuando fue atacado por Hand. Castelli oyó decir que Córdova puso su mano en la faltriquera de su chaqueta con la intención de sacar un arma.


132

(p. 136-143)

Hand

Rupert

Prisionero en el castillo de San Felipe, en Cartagena

Primer comandante efectivo del ejército republicano/

Teniente coronel del ejército de O’Leary /

33 años

3-Enero-1832 Atacó a Córdova

Es natural de Irlanda, de 33 años de edad y católico. Se golpeó fuertemente en la cabeza y quedó privado de los sentidos cuando fue arrojado violentamente a tierra al recibir su caballo un balazo en el pecho y al recobrar el conocimiento se levantó y, bamboleándose, se dirigió hacia el frente de la casa donde estaba formada una partida de tropa. En ese instante, O’Leary le dijo: “en esa casa está Córdova; acométale y mátelo al momento”. No esperó a recuperarse de su caída y obedeció rígidamente la orden que le dio O’Leary. En la puerta de la casa se encontró a Murray y a O’Carr quienes lo detuvieron por un momento y le dijeron algo que él en ese momento no comprendió pero que él les contestó que tenía órdenes de O’Leary para entrar a la casa. Mucho después, en Medellín, Murray le contó que lo que le había dicho cuando le impidió entrar a la casa fue “acuérdese, Hand, que es usted inglés”. No recordaba que Murray le hubiera dicho que Córdova estaba ya rendido ni tampoco recordaba qué le había contestado él a Murray. En el interior de la casa había mucha confusión y al preguntar quién era Córdova, un hombre agachado entre unos morrales contestó con voz amenazante que él era Córdova, llevándose la mano al bolsillo y dejando ver la culata de una pistola. Córdova no estaba rendido porque lo amenazó con una de sus pistolas.


133

(p. 136-143)

Hand

Rupert

Prisionero en el castillo de San Felipe, en Cartagena

Primer comandante efectivo del ejército republicano/

Teniente coronel del ejército de O’Leary /

33 años

3-Enero-1832

Atacó a Córdova

El sentirse amenazado lo motivó a ejecutar la orden de O’Leary, propinándole dos sablazos a Córdova, el primero de los cuales Córdova esquivó con su mano y el segundo lo golpeó en la cabeza. Por estar confundido y trastornado por el golpe que había recibido en la cabeza al caerse de su caballo, no se encontraba en estado de juzgar nada; por eso no se dio cuenta de que había oficiales de O’Leary dentro de la casa ni tampoco que los oficiales de Córdova estaban rendidos. Salió de la casa inmediatamente y se encontró a O’Leary esperándolo y éste lo increpó por no haber cumplido su orden con prontitud, a lo que Hand le contestó que Murray le había impedido momentáneamente entrar a la casa. Por haber intentado Murray detenerlo a la entrada, O’Leary no le había otorgado posteriormente un ascenso a Murray. Si se hubiera percatado de que Córdova estaba ya rendido, habría desistido de cumplir la orden dada por O’Leary. Uno o dos días después supo que O’Leary le había dado primero la orden a Castelli. El capitán Francisco Escalante le contó que Córdova había recibido un balazo por el pecho, por el cual respiraba por la espalda y que sin duda habría muerto horas después aunque no hubiera recibido los sablazos.


134

(p. 144-145)

(p. 98-102)

Francisco Escalante

Capitán del batallón ligero no. 4°

Teniente del ejército de Córdova /

24 años b) 4-Enero-1832

a) 1-Nov1831

b) Aunque Escalante le dijo a varias personas que Córdova tenía una herida en el pecho, no es cierto que se lo hubiera dicho a Hand.

Escalante no sabía si alguien había mandado a Hand a matar a Córdova.

Escalante visitó dos veces a Córdova mientras éste agonizaba. La primera vez lo ayudó a sentarse para tomar agua y la segunda vez oyó a Córdova decir con voz débil: “¡Avancen, cornetas, toque paso de ataque! ¡Muchachos, a la bayoneta, que los enemigos son pocos y cobardes! ¡Viva la libertad!” después de lo cual Córdova expiró.

Hand entró a la casa preguntando por Córdova y al encontrarlo lo insultó y le propinó tres sablazos, el primero en la cabeza, el segundo en la mano derecha cortándole tres dedos, y el tercero en la cabeza partiéndole el cráneo y enterrando el sable en la pared. Córdova no ofendió a Hand ni ofreció resistencia por estar descuidado y desarmado. El ataque de Hand a Córdova ocurrió a las 2 p.m.

Córdova le pidió a Murray llamar a O’Leary y Murray salió a buscarlo con cuatro soldados.

Presenció el a) Escalante ingresó con Córdova a la casa y Córataque de Hand a dova estaba herido por un balazo. Córdova El coronel Murray saludó a Córdova y le dijo que no permitiría que lo ultrajaran.


Anexo 2 Objeciones del acusado y ratificaciones de los testigos durante los careos en el proceso judicial contra Hand

Nota: La información contenida en este Anexo fue extraída del libro de Enrique Ortega Ricaurte, Asesinato de Córdova: proceso contra el primer comandante Ruperto Hand, Editorial Kelly, Bogotá (1979). Los números de página que aparecen listados en la primera columna de la Tabla se refieren a esa edición de la obra de Ortega.

135



137

(p. 165-167)

José Antonio Navarro

Nombre del testigo

16-Enero-1832

Fecha del careo

Ratificaciones del testigo respecto a su declaración y contra las objeciones manifestadas por Hand

Que Córdova no se hallaba en una cama sino Que Córdova sí estaba en una cama, que se hallaba sentado, y no agachado detrás de unos agachado detrás de unos morrales. morrales. Que Córdova no estaba desarmado, que quiso hacer uso de una pistola cuando Hand lo ame- Que Córdova no ofreció resistencia alguna cuando el acusado lo amenazó y que si tenía nazó. pistolas tenían que ser muy pequeñas porque Que Navarro no se encontraba tan cerca de Cór- el testigo no las vio. dova como para poder relatar lo que pasó tan Que el testigo se encontraba a dos pasos de la prolijamente. cama de Córdova.

Que Navarro debió haber notado que Hand ha- Que sí vio a Hand entrar agitado a la casa bía entrado a la casa agitado y enajenado por el pero que no advirtió que estuviera fuera de juicio. golpe que había sufrido.

Que Navarro no era un testigo imparcial por ser Que cuando ocurrieron los hechos sentía odio antioqueño y haber pertenecido a las tropas de por el acusado pero que en este momento ya no siente tal cosa. Córdova en El Santuario.

respecto a la declaración del testigo

Objeciones o conformidades de Hand


138

(p. 169-170)

Acevedo

Manuel

(p. 168)

Gregorio Naranjo

16-Enero-1832

16-Enero-1832

Que Córdova estaba acostado en una cama y que cuando Hand le propinó los sablazos, Córdova trató de enderezarse pero cayó al suelo debido a los golpes.

Que si Acevedo vio a través de una ventana lo Que se reafirma en todo lo que tiene declaque ocurrió debería saber en qué estado se halla- rado. ba Córdova cuando recibió las heridas de Hand.

Que es falso lo que dijo Acevedo de que Hand entró a la casa inmediatamente después de que lo hiciera Córdova pues antes de él había entrado el coronel Murray.

Que no es posible que Acevedo hubiera visto lo Que a través de una ventana fue que vio todo que pasaba en el interior de la casa si se encon- lo que pasaba dentro de la habitación donde se encontraba Córdova. traba en el exterior de ésta.

Que si Acevedo era antioqueño o había perte- Que aunque perteneció a las tropas de Córnecido a las tropas de Córdova en El Santuario, dova, no siente odio por el acusado ni tamentonces no era un testigo imparcial. poco ha intentado vengarse.

Que es cierto que el acusado obró por orden de O’Leary cuando le propinó las heridas a Córdova.

Que si Naranjo era antioqueño o había pertene- Que aunque perteneció a las tropas de Córdocido a las tropas de Córdova en El Santuario, va, jamás ha sentido odio por el acusado ni ha entonces no era un testigo imparcial. intentado vengarse, de modo que cree ser un testigo imparcial. Que la declaración del testigo se reduce a refeQue se reafirma en lo que tiene declarado. rencias de otras personas.


139

(p. 171-173)

Duque

Juan

(p. 170-171)

José María Ochoa

16-Enero-1832

16-Enero-1832

sado matar a Córdova.

Que si Duque era antioqueño o había pertene- Que aunque era antioqueño, en El Santuario cido a las tropas de Córdova en El Santuario, no pertenecía a las tropas de Córdova sino a las de O’Leary, y que jamás le ha tenido odio entonces no era un testigo imparcial. a Hand ni ha tratado de vengarse. Que solamente dos oficiales estaban con Córdova dentro de la casa: Francisco Giraldo, que Que se reafirma en que varios oficiales de estaba herido, y Francisco Escalante. O’Leary ya habían entrado a la casa antes de Que el acusado no fue directamente donde esta- que lo hiciera el acusado. ba Córdova porque se detuvo en la puerta para Que el testigo no se acuerda que Hand se huhablar con Murray. biera detenido en la puerta a hablar con MuQue no es cierto que él le dijo a Córdova “eso rray. era lo que yo buscaba”. Que el testigo se encontraba parado del lado Que no es cierto que Córdova estaba desarmado, externo de la puerta de la casa, asomándose que tenía dos pistolas. cuando Hand le propinó los sablazos a CórQue el testigo procedía con malicia al decir que dova y que si éste tenía unas pistolitas guarno sabía que O’Leary le había ordenado al acu- dadas, no las usó.

Que la declaración del testigo se reduce a referencias de otras personas.

Que si Ochoa era antioqueño o había pertene- Que ignora que los amigos y partidarios de cido a las tropas de Córdova en El Santuario, Córdova hubieran jurado vengarse. entonces no era un testigo imparcial porque personas respetables de Medellín le habían dicho Que se reafirma en lo que tiene declarado. que numerosos amigos y partidarios de Córdova habían jurado vengarse.


140

(p. 174-176)

Francisco Escalante

16-Enero-1832

Que no le vio ninguna pistola a Córdova pero supo mucho después que éste le regaló a un oficial un par de pistolas que le sacaron de las faltriqueras del chaleco.

Que está seguro de que el testigo dijo que Córdova antes de ser herido por Hand estaba herido de un balazo que lo hacía respirar por la espalda.

Que es muy extraño que el testigo haya dicho que no sabía que el acusado había obrado por orden de O’Leary.

Que nunca le dijo a Hand ni a Castelli que Que no entiende cómo el testigo dijo que había Córdova tenía una herida en el pecho que lo varias personas con Córdova cuando al acusa- hacía respirar por la espalda. do le dijo que solamente estaban Giraldo y el Que se reafirma en lo que tiene declarado. testigo.

Que no es cierto que Córdova estaba descuidado y ajeno a lo que pasaba, cuando intentó tomar una pistola para defenderse y con la mano se interpuso al primer golpe que le descargó el acusado.

Que no es cierto que el acusado insultó a Córdo- Que Hand sí insultó a Córdova antes de atava antes de acometerlo. carlo y que éste se encontraba descuidado.

Que no considera imparcial a Escalante por ha- Que aunque había perdido a su hermano y a ber perdido a su hermano y a su íntimo amigo, varios amigos en El Santuario, eso no lo lleel general Córdova, en El Santuario. vaba a incriminar al acusado.


141

(p. 178-180)

José Gabriel Salom

(p. 177-178)

Castelli

Carlo

17-Enero-1832

17-Enero-1832

Que ni por irse a casar a Antioquia o por haber visto la multitud de papeles públicos escritos en contra del acusado, su declaración ha sido influenciada, pues no tiene odio alguno contra Hand.

Que en ese momento también fue herido de bala el sargento segundo N. Montalvo, de las filas de O’Leary, por uno de los soldados de Córdova que estaba en la casa.

Que no es cierto que hubiera alguna tropa en el Que por la confusión que había en ese mointerior de la casa mientras el acusado estuvo en mento, es muy probable que Hand no se haya dado cuenta de la presencia del testigo y de ella. otros individuos que lo acompañaban. Que no cree que Salom haya presenciado lo que Que al entrar a la casa por una ventana de la refiere sino que otros se lo dijeron. habitación donde estaba Córdova, fue que vio a Hand descargarle los golpes de sable a Córdova.

Que la declaración de Salom pudo haber estado influenciada por el hecho de que piensa establecerse y casarse en Antioquia y por la multitud de papeles públicos que han circulado en contra del acusado.

Que está de acuerdo con la declaración de Cas- Que fue el teniente Salom el que le informó telli. que Córdova tenía una herida por una bala Que supo que fue un tiro del teniente Navarro el que le entró por la espalda y le salió por el pecho, por donde resollaba, y que Salom supo que mató a su caballo. de la herida porque asistió y acompañó a CórQue cuando acometió a Córdova no sabía que dova. éste estaba herido. Que eso lo supo también por el cura de MaQue después fue público y notorio que Córdova rinilla. estaba herido mortalmente en el pecho y que a Que se reafirma en lo que tiene declarado. esa herida debe atribuírsele su muerte.


142

10-Marzo-1832

Sáenz

(p. 210)

(p. 184)

17-Enero-1832

Pedro

10-Marzo-1832

17-Enero-1832

Juan Antonio Montoya

(p. 184, 209-210)

17-Enero-1832

17-Enero-1832

Francisco Urdaneta (p.187)

(p. 180-181)

Hoyos

Miguel Que aunque no presenció los hechos, es cierto que el teniente O’Carr le dijo que Hand había matado a Córdova estando éste ya rendido.

Que ser antioqueño no implica declarar con parcialidad.

Que no considera imparcial a Sáenz por estar enlazado con los amigos y parientes del general Córdova. Que la muerte de Córdova no debe llamarse asesinato. Que el acusado sea señalado como asesino de Córdova es una prueba del empeño de sus enemigos por hacerlo odioso ante el pueblo.

Que se reafirma en lo que tiene declarado y ratificado.

Que es cierto que él tuvo una amistad sincera con Córdova pero que no le tiene odio ni mala voluntad a Hand, por lo que su declaración se atiene a la verdad y cumple con el juramento hecho.

Que la declaración de Montoya se basa en refe- Que se reafirma en lo que tiene declarado y ratificado. rencias de otras personas.

Que no considera imparcial a Montoya por ha- Que su declaración no estuvo influenciada ber sido íntimo amigo de Córdova y haber perdi- por su buena relación de amistad con Córdodo muchos amigos en la acción de El Santuario. va ni tampoco por enemistad hacia Hand.

Que no considera sospechoso al testigo y que se conforma con la declaración hecha por él.

Que no es cierto que O’Carr le dijo a Hoyos que el acusado había matado a Córdova, porque Que se reafirma en lo que tiene declarado. O’Carr le dijo a Hand que Córdova murió a causa de la herida que había recibido en el pecho antes de sufrir las que le causó Hand.

Que si Hoyos era antioqueño entonces no era un testigo imparcial porque personas respetables de Medellín le habían dicho que numerosos amigos y partidarios de Córdova habían jurado vengarse.


143

(p. 211-212)

(p. 183-184)

José María Yepes

11-Marzo-1832

17-Enero-1832

Que no es cierto que Córdova reconvino al acusado preguntándole por qué lo mataba si estaba ya rendido, porque en todas las demás declaraciones consta que Córdova lo único que dijo fue “yo soy” cuando el acusado preguntó quién era el general Córdova.

Que no es cierto que el primer golpe que le dio el acusado a Córdova fue en la cabeza porque ese golpe lo esquivó con la mano derecha.

Que no es cierto que Córdova estaba herido en un brazo, sino en el pecho, a causa de una bala que le entró por la espalda, y que por esa herida resollaba.

Que no considera imparcial a Yepes por haber Que se reafirma en lo que tiene declarado y sido derrotado en la acción de El Santuario y ha- ratificado. ber perdido a su jefe, el general Córdova.


144

(p. 212-213)

(p. 182-183)

Francisco Giraldo

13-Marzo-1832

17-Enero-1832

Que le escuchó a Córdova decirle a Murray que estaba rendido y que por eso puede asegurar que Córdova no usó arma alguna contra Hand.

Que es cierto que no vio nada pero que oyó con mucha atención todo lo que pasaba.

nes y empeñó su palabra de honor.

Que es cierto que Córdova estaba herido en uno de sus hombros.

Que si Córdova hubiera tenido una pistola en la mano, le habría disparado a Hand, lo cual no ocurrió.

los sablazos.

entereza.

Que es igualmente posible creer que Córdova mu- Que en su declaración no atribuyó la muerte de rió a causa de la herida mortal del pecho que a cau- Córdova a los sablazos pero que la herida de bala que tenía Córdova no le impedía hablar con toda sa de las heridas que le causó el acusado.

Que no es cierto que Córdova estuviera herido en uno de sus hombros porque es público y notorio que tenía una herida de bala que lo atravesó desde la espalda hacia el lado derecho del pecho, por donde respiraba.

Que Córdova sí trató de defenderse porque puso lo hubiera podido hacer, porque inmediatamente su mano en una pistola que se asomaba en su fal- después de responder “yo soy” a la pregunta de Hand “quién es el general Córdova?” comenzaron triquera.

Que Córdova no tuvo tiempo de defenderse si así

Que si Giraldo no pudo ver lo que estaba pasando Que aunque oyó los golpes de sable propinados a por estar dando la espalda, no puede asegurar que Córdova nunca aseguró el número de ellos porque Córdova estuviera desarmado y que no hubiera tra- pueden haber sido más o menos de los que dijo. tado de defenderse.

mas.

Que no fueron cinco golpes los que el acusado le Que estuvo presente cuando Córdova desarmó a dio a Córdova sino solamente dos. sus soldados, tirando los fusiles debajo de las ca-

Que no es posible que Giraldo se hubiera dado cuenta de todo lo que pasó porque se encontraba herido en la pierna izquierda y estaba tendido en una cama dándole la espalda a la cama en la que dijo se encontraba Córdova.

Que no considera imparcial a Giraldo por haber Que aunque es cierto que perdió a su íntimo amigo, sido herido y haber perdido a su íntimo amigo, el el general Córdova y a varios paisanos y parientes, en su declaración se separó de tales consideraciogeneral Córdova, en El Santuario.


145

15-Marzo-1832

Murray

(p. 201-202)

(p. 185-187)

17-Enero-1832

Thomas

tura del brazo izquierdo.

Que O’Leary lo ascendió a primer comandante no solamente por haber cumplido su orden sino también como premio por sus servicios al gobierno supremo de aquél tiempo.

Que respecto a lo de haberle mostrado su sable ensangrentado a Crofton, no cree que su sable estuviera teñido de sangre desde la punta hasta la guarnición.

Que no se acuerda de lo hecho por O’Carr porque estaba como un loco en ese momento.

diéndose un despacho para conferir ese empleo, en virtud de facultades extraordinarias.

biera sabido que Córdova estaba herido o rendido y que Murray le dijo que aunque no le había informado Que O’Leary promovió a Hand a primer coque Córdova estaba herido y rendido le había dicho: mandante efectivo y que esa promoción fue “acuérdese, Hand, que usted es inglés”. reconocida y aprobada por el gobierno, expi-

Que en una conversación que tuvo con Hand en Medellín acerca de la muerte de Córdova, Que muchos días después de la acción de El Santua- Hand se disculpó diciendo que estaba muy rio, estando en Medellín, el acusado le dijo a Murray arrebatado por el furor y que a él lo habían que no habría cumplido la orden de O’Leary si hu- mandado a matar a Córdova.

Que no es cierto que el acusado le juró a Murray que iba a matar a Córdova.

Que no es cierto que Córdova estaba herido en la co- Que el aspecto de Córdova cuando Murray se yuntura del hombro izquierdo sino por un balazo que encontró con él en el interior de la casa está le entró por la espalda y le salió por el pecho, por en conformidad con una herida en la coyundonde resollaba.

Que no considera imparcial a Murray por haberse de- Que jamás ha hablado o escrito contra el acuclarado enemigo suyo y de O’Leary y haber hablado sado y que su declaración no ha sido influeny escrito en contra suya. ciada por cuestiones partidarias.



Referencias consultadas y citadas Arango Carvajal, José María. Los últimos cuarenta días, en Humberto Barrera Orrego, José María Córdova: entre la historia y la fábula, Fondo Editorial Universidad EAFIT (2001). Barrera Orrego, Humberto. José María Córdova: entre la historia y la fábula, Fondo Editorial Universidad EAFIT, Medellín (2001). Brown, Matthew. The struggle for power in post-independence Colombia and Venezuela, Palgrave Macmillan, New York (2012). Fernández, Carmelo. Memorias de un adversario, en Humberto Barrera Orrego, José María Córdova: entre la historia y la fábula, Fondo Editorial Universidad EAFIT (2001). Foreign Office, National Archives, Surrey, England. FO 135-15 (Letters from miscellaneous, 1830-1832). Ortega Ricaurte, Enrique. Asesinato de Córdova: proceso contra el primer comandante Ruperto Hand, Editorial Kelly, Bogotá (1979). Pérez Vila, Manuel. Vida de Daniel Florencio O’Leary, primer edecán del Libertador, Imprenta Nacional, Caracas (1957). Pinzón Pinzón, Jaime. De la concha a las breñas del Santuario: páginas para la historia sobre el general de división José María Córdova 1799-1829, Colección Fundación Cámara de Comercio de Medellín para la Investigación y la Cultura, Número 6 (1993). Rodríguez, Moisés Enrique. Freedom’s mercenaries: British volunteers in the wars of Independence of Latin America, Volume 1, Northern South America, Hamilton Books, Lanham, Maryland, U.S.A. (2006). 147




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