La grandeza trágica de Bolívar. Autor: Carlos Ochoa Martínez

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LA GRANDEZA TRÁGICA DE BOLÍVAR

Autor: Carlos Ochoa Martínez carlosochoam@gmail.com

Primera edición impresa: Agosto 2019 Bogotá, Colombia Con el apoyo de la Sociedad Bolivariana de Colombia https://www.bolivarianadecolombia.org/inicio https://www.facebook.com/bolivarianacolombia/ . ISBN: 978-958-48-6950-0 Diagramación y Artes Finales: Luz Nelly Garzón Pulido Derechos Reservados


Primera NTC ... edición digital-virtual en 4 nubes, con acceso público y gratuito.

Esta edición se publica gracias al generoso aporte del texto por el autor y con su expresa autorización. Cali, Colombia. Enero 6 de 2021

Información y detalles: https://ntc-simon-bolivar.blogspot.com/2020/05/la-grandeza-tragica-de-bolivar-carlos.html

https://ntc-simon-bolivar.blogspot.com/2021/01/ ntcgra@gmail.com


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A mi esposa, quien soportó con mucho amor, largas soledades por culpa de mis libros.

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A Oscar Londoño Pineda y a Herney Victoria Lozano, cómplices en el diario vivir. Hermanos en el sentir y en el pensar. A Yolanda Quintero Alzate y a José Alvear Sanín, por su apoyo y perenne voz de aliento. A Vicente Pérez Silva, el amigo, el contertulio, el maestro.

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PRÓLOGO La grandeza trágica de Bolívar Ningún título más apropiado que el escogido por el autor, Carlos Ochoa Martínez, para bautizar su obra La grandeza trágica de Bolívar. Dos palabras que compendian el discurrir de la vida de un hombre que fue grande, grande en el pleno sentido que entraña la condición de la grandeza. “Título de gran honor, –conforme lo registra el viejo y siempre nuevo Tesoro de la lengua castellana–, que sobrepasa los demás títulos de condes, duques y marqueses, y tiene grandes preeminencias…”. Y, además, puntualiza que “de grande se dijo grandeza, hecho heroico”. Dos palabras que hermanan la encarnación y el símbolo de la grandeza y la tragedia; dos temas que, lisa y llanamente, condensan la tragedia de una vida realmente grandiosa y, no pocas veces, trágica. Bolívar, un grande hombre, consubstanciado con la tragedia. Otro Prometeo, encadenado a la misma tragedia, con “cadenas indestructibles”. Si de acuerdo con la famosa definición aristotélica, la tragedia es la representación de una acción heroica, completa y de una cierta magnitud…, la tragedia vivida y padecida por Bolívar, no es otra que la atada a su 7


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actuación heroica. En otra voz, simple y paladina, Bolívar un héroe, todo entero, entregado con el ímpetu de su fuerza interior irresistible a la causa de nuestra Independencia, de nuestra liberación del sometimiento del gobierno español. Se impone recordar y reconocer que, además de un héroe, Bolívar fue un soldado de la guerra, un gobernante, un estadista, un internacionalista, un visionario, un arquitecto de naciones, un avasallador de voluntades. En fin, un hombre a quien se le otorgó el título de Libertador, e igualmente, el de revolucionario. Conviene no olvidar que, el controvertido biógrafo de Bolívar, José Rafael Sañudo, de manera tajante, lo considera el primer revolucionario de su tiempo, a fuer de reconocerle expresamente la arrogancia, impetuosidad, constancia y buen talante, de que dio muestras en el duro y, a veces, desapacible trasegar de su vida. Pero, ante todo, en todo y sobre todo humano. De todo esto y de mucho más nos vamos a enterar en las páginas de este libro que, nuestro amigo Carlos Ochoa Martínez, ha tenido la deferencia de poner en mis manos, con la petición de que le escriba un prólogo. Gustosamente, lo hago, no para corresponder al sentido semántico de la palabra “prólogo”, sino al contrario para expresarle mi franca manifestación, no propiamente de exaltación, ni aclaración o reparo alguno, sino del más sincero reconocimiento, por la culminación de una labor llevada a cabo con tanto esfuerzo y dedicación. Con el interés que implica una obra de semejante naturaleza y dimensión, he disfrutado de estas páginas, propias de un entusiasta y convencido bolivariano que, desde muy 8


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temprana edad, enfiló sus inquietudes históricas, hacia la vida grandiosa y trágica del libertador. De aquí el fruto de un sueño largamente acariciado. Una obra, en la cual nos es dado apreciar y valorar sus largas y detenidas lecturas; la seriedad de sus reflexiones e investigaciones. Y de otra parte, la minuciosidad y cuidado con que adelanta y describe los episodios históricos. En una palabra, una obra que corresponde plenamente a su devoción intelectual de bolivariano integral. Para darle cierto realce a esta cometido, que no ha tenido otra finalidad que la de estampar las virtudes y merecimientos de una obra, no resisto la tentación de allegar dos testimonios, ahora quizás ignorados y olvidados que, de manera fehaciente nos acercan, aún más, a la personalidad del Libertador. A. Brown, un desconocido autor de la maravillosa obra La madona de los patriotas (la sacrificada Policarpa Salavarrieta), relato elaborado alrededor de episodios de las guerras de Independencia de Colombia y Venezuela, de reciente aparición, del cual desprendemos estas expresiones: En Simón Bolívar parecía haberse encarnado el alma de la patria. Sucesivamente victorioso y vencido, había conocido la embriaguez de los triunfos más resplandecientes y las angustias de los fugitivos acosados. Ni la prosperidad ni la adversidad habían ablandado o ulcerado su naturaleza leal, generosa y orgullosa. En Caracas, donde había entrado dos veces como vencedor, todo un pueblo entusiasta y agradecido lo había aclamado, otorgándole el glorioso título de 9


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Libertador. Algunas semanas más tarde, huía casi solo para salvar su cabeza, por la cual se había ofrecido una recompensa, refugiándose en albergues disputados a las fieras y alimentándose de raíces. Pero la buena o la mala fortuna no cegó ni abatió a Bolívar. Supo permanecer él mismo, sin perder de vista la meta que perseguía con ardor, es decir, la destrucción del poder español en el Nuevo Mundo, la liberación de sus compatriotas, la fundación de jóvenes estados en lugar de colonias caducas, la regeneración de una población embrutecida por los rigores de un despotismo sin freno… Su fisonomía llevaba la marca de un sufrimiento indefinible… Y el otro, un palpitante testimonio del sabio Manuel Uribe Angel, escrito pocos años después de la muerte de Bolívar: Bolívar, Libertador, era grande hombre. Al emprender nuestra emancipación, midió la fuerza de resistencia que debía hallar con sus brazos de titán; el negocio le pareció sencillo y lo llevó a cima con grande inteligencia y con heroísmo nuevo en la historia. Cuando vio que era preciso dejar la tarea de soldado, de revolucionario y de héroe para ejercer la magistratura civil en un pueblo republicano ó destinado a serlo, no supo lo que hacía. Bolívar, Libertador y guerrero, era un coloso: Bolívar, republicano, era un visionario… Bolívar, sobretodo aparece por cima de ese torbellino de acontecimientos. Era preciso un hombre de bronce 10


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para pasar con tanta rapidez por nuestras montañas, desde el cabo de la Vela hasta el Desaguadero; un hombre que como por milagro, se hallara casi a un mismo tiempo en todas partes, que asistiera a todas la batallas, redactara proclamas, atendiera a la diplomacia, creara recursos, formara hombres con una frase, recompensara con una mirada, organizara Congresos, creara otros pueblos, impusiera su voluntad de hierro a la voluntad agria de Maza, Padilla, Córdoba, Infante, Juan Gómez, y tantos otros; vigilara a Santander y a Páez, desconfiara de Flórez e hiciera todo esto y más de un modo casi simultáneo. Bolívar era ese hombre, y quien tal hace, no es otra cosa que un genio… *** Al comienzo de estas líneas, consideramos a Bolívar, otro Prometeo encadenado a la tragedia. De manera coincidente, cuando el Libertador emprende el camino de la insondable eternidad a orillas del mar del Atlántico, el Prometeo encadenado de la remota leyenda, su desaparición también ocurre al lado del mar, según se refiere: Mientras tanto, rugen a sus pies las olas del mar tocando unas con otras, gime el líquido abismo, y de los oscuros reinos de la muerte viene un tremendo bramido… Esto ocurrió en el lejano ayer, y este “tremendo bramido”, que ya se pierde en las sombras del tiempo, ahora resuena entre el rumor incesante de las olas: ¡He sido víctima de mis perseguidores… Y bajo tranquilo al sepulcro! 11


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*** A Carlos Ochoa Martínez, un apasionado y estudioso de la vida de Bolívar, al final de tamaño emprendimiento, es justo tributarle, ya lo hemos dicho, el reconocimiento y el aplauso que merece. Nos entrega una obra que, desde luego, acrecienta, y no de cualquier manera, el mundo bibliográfico bolivariano; y cuya publicación, en buena hora, coincide con la conmemoración bicentenaria de nuestra Independencia del ignominioso yugo español, lograda luego de la batalla del Puente de Boyacá, el 7 de agosto de 1819. VICENTE PÉREZ SILVA Bogotá, 10 de Junio del año 2019.

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INTRODUCCIÓN

No cabe la más pequeña duda que Bolívar murió tuberculoso. Y que muchos otros males coadyuvaron a llevarlo a la tumba, los que padeció desde muy temprano, es innegable, pero otra cosa es que el Genio de América haya fallecido únicamente por esta sola razón, no obstante el dictamen médico final. Sin embargo, a pesar de que el 17 de diciembre de 1830 sus ojos se cerraron para siempre, el Grande Hombre estaba muerto en vida desde mucho tiempo atrás. Extenuado por la crudeza de las campañas libertarias y las consiguientes privaciones, llegó un momento en el que ya no daba más físicamente. La falta de fuerzas para un hombre de su edad, conociendo que la patria necesitaba de él más que nunca, más cuando sus sueños poco a poco se iban desvaneciendo, lo fueron llevando a una etapa de profunda tristeza ante la impotencia para actuar como sólo él sabía hacerlo. Y lo invade el desaliento al verse reducido a la soledad fruto del abandono de amigos y compañeros que no hacía mucho tiempo portaban sus banderas 13


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de libertad, y que una vez lograda, empuñaron las de la ambición buscando ser los señores de sus pequeñas patrias, sus gobernantes, dando al traste con su sueño de unión de unos pueblos ya libres, para ser una sola nación grande, soberana, poderosa, bajo los colores de una sola bandera. La incomprensión de esos grandes hombres que lo fueron al lado suyo, fueron desertando, y vinieron entonces los hondos y desgarradores desengaños políticos y afectivos. Las injusticias, el odio, el desdeño de sus enemigos; la envidia, la ambición, la ingratitud, el desprecio, la calumnia y persecución de sus propios conciudadanos, lo llevaron a morirse de dolor y de tristeza frente al amplio mar caribe colombiano, cuando hasta su propia patria le negó un pedazo de tierra para morir en ella. Bien dijo don José Martí, que “Bolívar murió de pesar en el corazón, más que del mal en el cuerpo”. *** La escritura de este libro tuvo su origen hace mucho tiempo. Desde mi primera infancia tuve por el Héroe gran admiración. Admiración que fue alimentada por mi padre quien me contaba en la noches, al borde de la cama, antes de dormir, las enormes hazañas de Bolívar y su ejército, mal alimentado y mal vestido, buscando siempre darnos la libertad soñada y prometida. Mi padre, quien fue un lector silencioso, seguramente leía y se preparaba para las noches de historia, antes de dormirme, 14


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con las que indudablemente despertó alta devoción y gusto por la materia. Guillermo Eduardo Martínez, hermano de mi madre, escritor e historiador reconocido, me inició en su estudio y en el amor por los libros. Fue él, quien aportó la cuota inicial de lo que hoy es mi biblioteca, lugar de mi casa en el que mejor me siento, porque es allí en donde encuentro, indiscutiblemente, la más encantadora compañía y protección. Ya en mis primeros años de colegio, se iniciaba, no sé si formando parte de los programas del Ministerio o por iniciativa de los directores del Colegio Salesiano, de Tuluá, un curso de Cátedra Bolivariana, tal vez mal diseñado o encomendado a profesores, que poca huella y motivación dejaron entre sus alumnos acerca del Padre de la Patria. Recuerdo bien que por esa época ocurrió el Bogotazo, año de 1948, mi padre, de regreso de uno de sus frecuentes viajes a Cali, me llevó de regalo un libro maravilloso, que aún conservo como un tesoro, “Bolívar – Caballero de la gloria y de la libertad”, del insigne escritor alemán, biógrafo consagrado, historiador, Emil Ludwig. Libro que me ubicó, de verdad, en la ruta del estudio del Libertador. Años más adelante, exactamente, el 14 de julio de 1954, con sobria dedicatoria, el tío Guillermo me llevó de regalo un hermoso libro, que igualmente conservo, titulado “Anecdotario del Libertador”, en el que su autor, el profesor Juan Manuel Saldarriaga, antioqueño, nos muestra a Bolívar en todo lo que fue. Como bien lo dice el prologuista, doctor Fernando Gómez Martínez: “como creyente, como héroe, como militar, como 15


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legislador, pensador y poeta. Aquí está en sus virtudes y en sus vicios, <grande en la gloria y en el infortunio> de esa carrera fulgurante que subyugó la admiración y el afecto de los pueblos. Aquí está con su recia personalidad que domina a los espíritus más recios. Aquí en sus largas correrías, en sus horas de peligro o de placer, en la intimidad de la vida y en la esplendidez de su gesta”. Y así, fueron llegando a mis manos, libros, folletos, revistas y artículos de prensa sobre el Libertador, que fueron engrandeciendo con firmeza la enorme admiración por el Grande Hombre Americano. Como fue siempre mi costumbre en mi vida de estudiante en Medellín, todos los domingos en la mañana llegaba hasta el Parque Bolívar para asistir a la misa en la Catedral Metroplitana y disfrutar del concierto de la banda municipal dirigida por el Maestro Joseph Matza, comprando previamente el periódico El Colombiano. Después del concierto venía el almuerzo, y justamente, un domingo, el 1o. de Mayo de 1960, mientras me servían el almuerzo en el mismo restaurante de siempre, encontré que el Suplemento Dominical “El Colombiano Literario”, estaba dedicado al Valle del Cauca, precisamente como un homenaje en el cincuentenario de su creación como Departamento. Y entre los diferentes artículos allí consignados, descubrí un bello artículo escrito por el también tulueño, importante jurista y prominente intelectual, el doctor Luis Enrique Romero Soto. El título, “Alegría y tristeza de BOLÍVAR”. Este escrito, magistral, me conmovió profundamente y me dio con el tiempo, el tema y me puso en la tónica de escribir sobre el Genio de América. Y el tema no era y no fue otro que “la trágica grandeza de Bolívar”. Entonces, después de más de medio siglo de haber leído este 16


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maravilloso artículo de mi coterráneo el doctor Romero Soto, tomé la decisión de sentarme y cumplir con mi cometido. Han corrido los días después de ello, y creo haber encontrado con acierto el título para este esfuerzo, que no he dudado en llamar: LA GRANDEZA TRÁGICA DE BOLÍVAR. La grandeza, como tal, es una condición sublime de ciertos seres humanos, es una condición inestimable que hace que estos sean diferentes como que son bien diversas sus manifestaciones. Hay grandeza en aquellos seres buenos que se entregan de lleno, hasta su muerte, a la caridad silenciosa para mitigar el dolor de los desvalidos. Hay grandeza también en los que movidos por la pasión y apegados a sus convicciones se han atrevido a intentar cambiar la historia del mundo en beneficio de la humanidad. La hay también en aquellos hombres de ciencia que entregan su vida para con sus hallazgos aliviar la de sus semejantes. Y la hay también en quienes luchan con denuedo en devolver o conquistar la libertad para aquellos que han vivido subyugados por la injusticia y la mezquindad, convirtiéndose en héroes y figuras de leyenda. Pero la máxima expresión de la grandeza es aquella, sin duda, la grandeza trágica de los perseguidos, de los incomprendidos, de los envilecidos, de los difamados, de los calumniados, de los traicionados. En suma, la grandeza trágica 17


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de los mártires, sumidos al final en una inmensa y profunda tristeza. El doctor Romero Soto, dice “pero antes de ser tristes, todos los héroes fueron alegres. La alegría es una etapa necesaria de la suprema tristeza. Antes del fracaso final, todos los héroes se entregaron con júbilo a la creación. Cuando se levantaron contra el destino, esto es, contra lo rutinario de la condición humana, un divino entusiasmo los impulsaba a las alturas. Crear produce alegría. Casi pudiera decirse, que el crear es una de las formas de la alegría. Se vive entonces armonicamente. Lo que se piensa se convierte en obras. Hay equilibrio entre el ser interior y el ambiente porque a la fuerza creadora corresponde la obra creada. A veces ésta pasa los límites de lo real y se convierte en delirio. La mente cradora exulta entoces. Rompe, en un ímpetu visionario, los lindes del tiempo y del espacio y mira, cara a cara, el infinito. Pero después viene el fracaso. El desajuste entre la fuerza creadora y la obra. Aquella no produce más. Esta comienza a estremecerse, a romperse y a caer con estrépito. Entonces llega la tristeza...” “La primera de esas épocas es de alegría, de creación; la segunda de tristeza. La primera es la grandeza eufórica. La segunda, la grandeza trágica”. En Bolívar, como en todos los grandes hombres, su lucha fue contra el destino. Ese destino que no permite salirse de la linea, que no admite se atente contra el equilibrio instaurado. Pero el destino cobra, de alguna manera, temprano o tarde, el desafío a realizar cambios, el pretender alterar los ezquemas establecidos. Y el destino de Bolívar se manifiesta de manera clara y contundente en las etapas que marcaron su vida. La de dicha y 18


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de gozo de su juventud atrevida y creativa, enmarcada entre 1812 y 1825. Esta es sin duda, la etapa alegre de la vida del Libertador, plena de victorias y gloria por doquier. Entre 1826 y 1830, la vida del Grande Hombre se torna amarga, incomprensible y definitiva; se rompe entonces el equilibrio de la etapa anterior, se ve anenazada su gloria y le invade una tremenda tristeza, la misma tristeza que lo exalta. “Es la tristeza la que lo hace grande”. “Es lo terrible de su destino”. “Es la desproporción de lo que anheló y de lo que hizo con lo que a la postre consiguió”, dice Romero Soto. Aflora, pues, en esta etapa, con mucho dolor, la GRANDEZA TRÁGICA del Padre de la Patria, cuyo nombre he adoptado para titular esta obra.

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«Grande en el pensamiento, grande en la acción, grande en la gloria, grande en el infortunio; grande para magnificar la parte impura que cabe en el alma de los grandes, y grande para sobrellevar, en el abandono y en la muerte la trágica expiación de la grandeza».

JOSÉ ENRIQUE RODÓ

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CAPITUL O APITULO PRIMER O PRIMERO

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La Campaña del Sur

Termina el año 1825, y con él termina la etapa alegre de la vida del Libertador. Una etapa plena de victorias y de gloria por doquier, como lo afirmo en la Introducción de este libro. Así mismo, expreso, que entre 1826 y 1830, la vida del Grande Hombre se torna amarga, incomprensible y definitiva. Al iniciarse el 1826, Bolívar se encuentra en el Perú. Había llegado a Lima el 10 de febrero, después de visitar con gran éxito las provincias del Sur, en donde es recibido en medio de demostraciones de reconocimiento y afecto desbordantes, iniciando el desfile montando el Palomo Blanco y vistiendo el majestuoso uniforme que le había sido obsequiado durante su apoteósica gira, tejido y bordado en oro. Es conveniente recordar, como antecedente de lo hasta este momento sucedido, que Bolívar es nombrado por el Congreso de Cúcuta, el 7 de septiembre de 1821 Presidente de Colombia y el general Santander, Vicepresidente. Como se encontraba en Venezuela, en tal momento, en Maracaibo, viaja hasta Villa del Rosario de Cúcuta en donde el 2 octubre presta el juramento como Presidente y en consecuencia toma posesión de su cargo. La situación que se vivía en el Ecuador en esos días 23


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era bien difícil, lo cual informa el Presidente al Congreso, manifestándole la necesidad de marchar hacia el sur para organizar la expulsión de los opresores quienes detentaban con crueldad el poder español, y, el 9 de octubre, el Congreso expide la Ley que le concede al Libertador Presidente el permiso para dirigir la guerra en todo el territorio; sale en esa misma fecha de Cúcuta para emprender la Campaña del Ecuador, llega a Bogotá a mediados de noviembre, marcha hacia Popayán el 14 de diciembre, y dejando las riendas del gobierno en manos del Vicepresidente Santander, a quien el 29 de diciembre, desde Zumbique, envía instrucciones para que tome las medidas conducentes con el fin de conservar la paz en todo el territorio mientras se realiza la campaña del sur. El 1º. de enero de 1822, hace su arribo a Cali, habiendo seguido la vía Neiva, La Plata, Páramo de las Moras, desde donde envió una bellísima proclama anunciándoles su pronta libertad a todos los habitantes del sur, al abrir la campaña en forma, desde Popayán, que comienza en el mes de marzo. Cabe anotar, como un hecho de tener en cuenta, que José María Obando, quien había militado en las filas realistas hasta pocos días antes, por dificultades con el comandante de las fuerzas del Rey, el coronel español Basilio García, decidió desertar de la guerrilla realista y conocidas las razones por Bolívar, este estuvo de acuerdo en su llegada a las filas patriotas, ingresando a ellas con el grado de teniente coronel. Ya en las inmediaciones de Pasto se encuentran ubicadas las fuerzas de ambos bandos, al frente de las cuales se encuentra 24


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el general Bolívar de los patriotas y el coronel Basilio García, de las tropas fieles al Rey, en el sitio conocido con los nombres de Bomboná o Cariaco, en las faldas de volcán Galeras. Fue una batalla sangrienta, con pérdidas enormes para los contendientes, en la cual no hubo vencedor. Bolívar, con muchos muertos entre los suyos, quedó dominando el propio campo de batalla y García la ciudad de Pasto, en iguales circunstancias. Bolívar, envía un ultimátum al coronel García, ofreciéndole una honrosa capitulación, quien conociendo el triunfo del mariscal de Ayacucho en el campo de Pichincha sobre su jefe el general español Melchor Aymerich, el 24 de mayo, la acepta entregando su espada en señal de rendición. Bolívar la devolvió como un gesto de honor y alto reconocimiento. La batalla de Pichincha, como anotamos, fue uno de los grandes triunfos del ejército patriota al mando de del general Antonio José de Sucre, con la cual se obtiene la libertad del Ecuador. El general Bolívar, habiendo cumplido su promesa de libertar al Ecuador consideró terminada la campaña del Sur, como lo dice Cornelio Hispano en su libro Historia Secreta de Bolívar: ... formó por un instante el proyecto de regresar a Bogotá, renunciar a la Presidencia y retirarse a la casa de sus padres, en los valles de Aragua. Su genio, sin embargo, le arrastraba a mayores empresas y el porvenir aún le guardaba nuevos

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mirtos, nuevos lauros: los más radiantes y resonantes de su carrera.

Difíciles momentos vivió el Libertador después de la batalla de Pichincha, como que en Pasto fueron más que indiferentes, hostiles, pero superada esta situación, decide continuar al Ecuador para consolidar los logros alcanzados. Y llega a Quito el 16 de junio de 1822, en donde es recibido en medio de las más efusivas aclamaciones y desbordante alegría. Justamente, en esta memorable ocasión conoció a doña Manuelita Sáenz, quien a partir de este momento, sigue al héroe en su jornada victoriosa por el Sur. En los siguientes días se suceden diferentes hechos relevantes, como son el ascenso de Sucre a general de División, nombrándolo, así mismo jefe civil y militar del nuevo departamento del Sur de Colombia; la adhesión de la municipalidad de Quito a Colombia; la iniciación de contactos con San Martín, ofreciendo la colaboración del ejército de Colombia, si fuere necesario, especialmente en el Perú, y sobremanera, por el caso Guayaquil, como que Bolívar veía de suma importancia su incorporación a Colombia. Bolívar consideró oportuno viajar a Guayaquil para cimentar en forma definitiva su integración a Colombia, no dejando cabo suelto, y emprendió en consecuencia el camino hacia el importante puerto sobre el Pacífico. Camino de Guayaquil, al pasar por el Chimborazo, sintió una fuerte emoción por el admirable espectáculo, y el 5 de julio, decide subir aquella cima majestuosa, solo y a pie. Sobrecogido, después de experimentar extrañas sensaciones, escribe Mi Delirio sobre el 26


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Chimborazo, indiscutible pieza literaria de alto valor, un auténtico poema. El único poema del Libertador. Llega Bolívar a Guayaquil en la noche del 11 de julio, y encuentra los ánimos bastante caldeados. Las ideas encontradas de los diferentes grupos presagiaban no llegar a un acuerdo en breve tiempo. Bolívar, por supuesto, buscaba la unión de Guayaquil a Colombia, los partidarios del Perú pretendían lo mismo y no eran pocos los que buscaban conservar su autonomía. La gran mayoría de los miembros del Ayuntamiento estuvieron de acuerdo en la incorporación de la provincia a Colombia, y Bolívar, en ejercicio de sus funciones y deberes constitucionales, mediante Decreto del 13 de Julio de 1822, declara la provincia bajo la protección de Colombia, quedando enarbolada desde este mismo día la bandera colombiana. El 31 de julio reunido el Colegio Electoral de Guayaquil aprobó su incorporación a Colombia y el 4 de agosto siguiente quedó en firme su constitución como departamento. De esta manera, una vez promulgada la unión de las provincias del Sur a la Gran Colombia, va tomando forma la idea de una gran nación con los territorios de Venezuela, la Nueva Granada y el Ecuador.

Encuentro Bolívar – San Martín En virtud de los contactos que ya se venían adelantando para una entrevista con el general José de San Martín, éste aparece de un momento a otro en Guayaquil a bordo de la goleta Macedonia el día 25 de julio de 1822. El Protector del 27


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Perú es recibido por Bolívar y la ciudad con los honores correspondientes y demostraciones de reconocimiento y afecto con un gran banquete en su honor, para al siguiente día tener varias conferencias en privado, durante las cuales seguramente se sacrificaron puntos de vista, conociendo cada cual su posición del momento y buscando, por supuesto, una solución eficiente y definitiva. Se deduce, porque nunca hubo declaración alguna de las partes, que este fue un auténtico pacto de caballeros que les enaltece por igual. San Martín, hombre calmado, tal vez escaso de ambición y conociendo el temperamento de Bolívar y midiendo la ventajosa posición de éste en el histórico momento, declina su aspiración personal y se retira con decoro y con prudencia como una demostración de su grandeza, en aras de la propia causa americana. El 27 se abrazan y se despiden para siempre los dos grandes hombres. San Martín deja al Libertador Presidente el espacio para actuar libremente, y se embarca de nuevo con destino a Lima, para luego, apartándose del escenario de la guerra, establecerse en Europa y muere en Francia, en Boulogne Sur Mer.

Bolívar y el Perú Después de todos estos acontecimientos, Bolívar permanece un largo tiempo en el Ecuador, y como consecuencia de la grave situación que vive el Perú en este momento, por la arremetida del Virrey por reconquistar y cubrir de nuevo los 28


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espacios perdidos y ante el retiro del San Martín del teatro político y militar y la caótica situación del gobierno peruano, Bolívar es llamado con urgencia para que él mismo en persona fuera quien continuara “la obra de la libertad americana”. El Libertador se compromete con el Perú de enviar tropas colombianas, y envía en diferentes momentos dos expediciones entre marzo y abril de 1823 y ordena al general Sucre viajar al Perú en misión diplomática, elaborar el plan y programar la campaña sobre el propio terreno. A finales del mismo mes el Presidente José de la Riva Agüero envía delegados especiales a Guayaquil para convencer a Bolívar que viaje para dirigir la guerra en el Perú. Bolívar en tanto había solicitado el permiso al congreso colombiano para poder desplazarse a territorio peruano, pues como Presidente constitucional le estaba prohibido salir sin la autorización solicitada, y una vez obtiene respuesta positiva de Colombia, sale de Guayaquil el 7 de agosto de 1823 a bordo del bergantín Chimborazo con destino al puerto el Callao, llega a éste el 1º. de septiembre, es objeto de un apoteósico recibimiento en Lima, en donde, al siguiente día, el Congreso Constituyente lo inviste de todos los poderes e inicia conjuntamente con el general Sucre la campaña de restauración política del Perú. En consecuencia, dirige al Congreso un enérgico y vibrante mensaje el 13 de septiembre con la promesa de liberar al Perú del dominio español. El Congreso lo nombra entonces dictador, con todos los poderes para ejercer el gobierno con toda la autoridad necesaria. Aquí, apartes del texto expedido por el Legislativo mediante el cual lo nombra dictador: 29


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El Congreso del Perú, considerando ...que sólo un poder dictatorial depositado en una mano fuerte, capaz de hacer la guerra, cual corresponde a la tenaz obstinación de los enemigos de nuestra independencia, puede llenar los ardientes votos de la representación nacional... la Suprema autoridad política y militar de la República queda concentrada en el Libertador Simón Bolívar.

Con ello, el Perú, agradecido por atender su llamado, entrega toda su confianza en Bolívar y deposita en él toda su esperanza. Así pues, contra su voluntad asume el encargo para remediar el tremendo caos político e impedir la anarquía. Cabe anotar, que en el ejercicio de la dictadura, fue siempre magnánimo, severo y justo. Nunca actuó como opresor. Como bien lo dice en forma sucinta don Cornelio Hispano: ... lo que viene después el mundo entero lo sabe: la épica hazaña de Junín, el sol de Ayacucho, la libertad del Perú y de la América austral, la creación de Bolivia y los soberbios días consulares del Libertador y Padre de la Patria.

Inicia entonces Bolívar los preparativos de la campaña que habría de llevarlo a la independencia definitiva del Perú. Necesita armas, recursos, soldados. La situación es bien difícil, y decide pedir ayuda a Santander, sin la seguridad de una respuesta positiva. Le solicita 14.000 hombres y dos millones de pesos que el Presidente encargado de Colombia desestima su importancia y le responde con un ofrecimiento apenas de 4.000 hombres, que el Libertador acepta ante la urgencia, con visible indignación, lo cual aumenta sus diferencias con Santander. Enorme responsabilidad inquieta a Bolívar. Él es la esperanza 30


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de estos pueblos de hacer realidad sus sueños de libertad, y no siendo inferior a esa responsabilidad, y consciente de que no hay alternativa: la gloria o la muerte, emprende una de las más difíciles empresas por la libertad de América, como es la Campaña Libertadora del Perú.

Pativilca Difícil, porque además del caos que vive el Perú con dos presidentes, José de la Riva Agüero y José Bernardo Torre Tagle, divididos por grandes diferencias político administrativas, el Libertador cae profundamente enfermo víctima de una fiebre que lo somete a la cama por varios días, en Pativilca, un pequeño pueblo de la costa. Llega a este lugar bastante enfermo, según lo manifiesta su propio secretario José de Espinar, más aún, cuando se rehusa tomar los medicamentos recetados, salvo algunos purgantes ligeros que en nada muestran una reacción positiva. El célebre escritor e historiador venezolano, doctor Tomás Polanco Alcántara, en su libro: Simón Bolívar: Ensayo de una interpretación biográfica a través de sus documentos, escribe: En sus propias cartas advierte que está especialmente mal. Sería efecto de la marcha por las sierras. Irritación interna, reumatismo, fiebre, mal de orina, vómitos, cólicos. Se cansa al menos esfuerzo. Se cree acabado y viejo. De vez en cuando, en momentos de crisis, hasta delira. El 4 de enero, muy débil, se notaba algo despejado, pero presentaba vómitos y decaimiento. Parecía más grave la falta de régimen que la misma enfermedad, pues negaba a acatar el tratamiento, a

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pesar de la actitud de sus ayudantes y secretarios. Así sigue el 7 de enero. El 9 no ha mejorado. El 11 aún está débil pero algo mejor. El 14 todavía se considera enfermo. El 16 todavía persiste la debilidad y el cansancio. El 26 insiste en notar la languidez que le ha dejado la enfermedad. Al final de enero ya está francamente mejor y no menciona de nuevo la enfermedad, pero sigue en Pativilca.

El historiador don José Manuel Restrepo cuenta, como un hecho anecdótico ya bien conocido, que don Joaquín Mosquera, quien fuera Presidente de Colombia en 1830, hermano de don Tomás Cipriano Mosquera, éste varias veces Presidente, le comentó el año 1854, que en enero de 1824, había llegado hasta Trujillo en busca del Libertador después de cumplir misión diplomática ante los gobiernos de Buenos Aires y Chile, y al no encontrarlo, de regreso a Lima en barco, tocando la nave las costas de Pativilca, conoció que Bolívar se encontraba allí en grave estado de salud. Decidió entonces visitarlo.Y este es el relato de don Joaquín sobre su visita: ... Encontré al Libertador ya sin riesgo de muerte del tabardillo, que había hecho crisis: pero tan flaco y extenuado que me causó su aspecto muy acerva pena. Estaba sentado en una pobre silla de vaqueta, recostado contra la pared de un pequeño huerto, atada la cabeza con un pañuelo blanco y sus pantalones de jin, que me dejaban ver sus rodillas puntiagudas, sus piernas descarnadas, su voz hueca y débil y su semblante cadavérico. Tuve que hacer un grande esfuerzo para no largar mis lágrimas y no dejarle conocer mi pena y mi cuidado por su vida... Con el corazón oprimido, temiendo la ruina de nuestro ejército, le pregunté: ¿Y qué piensa hacer Usted ahora? Entonces, avivando sus ojos ¡T r i u n f a r! huecos, y con tono decidido, me contestó: “¡T r!”. Esta respuesta inesperada produjo en mi alma sorpresa,

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admiración y esperanzas porque vi que, aunque el cuerpo del héroe estaba aniquilado, su alma conservaba todo el vigor y elevación que lo hacían tan superior en los grandes peligros.

En el libro Bolívar visto por los Colombianos, publicación de cuatro volúmenes acerca de los escritos hechos por colombianos en homenaje a Simón Bolívar, el Libertador, patrocinada por el gobierno venezolano durante la Presidencia de Luis Herrera Campins, trabajo de selección a cargo del investigador histórico Humberto Cáceres, encontramos en el Tomo IV de dicha obra, págs. 58-59, del propio don Joaquín Mosquera, que completa el relato así: En seguida le hice esta otra pregunta: ¿Y qué hace usted para triunfar? Entonces, cono tono sereno y de confianza, me dijo: ... Luego que recupere mis fuerzas, me iré a Trujillo. Si los españoles bajan de la cordillera, infaliblemente los derroto con la caballería; si no bajan, dentro de tres meses subiré a la cordillera y los derrotaré. Más tarde, a mi llegada a Bogotá, supe cómo el Libertador cumplió su pronóstico subiendo a la cordillera y derrotando a los españoles en Junín.

Recordé entonces aquellas notables palabras que dijo a Sucre en Lima, cuando Riva Agüero levantó el estandarte de la guerra civil: Usted es el hombre de la guerra, y yo soy el hombre de las dificultades. Y así continúa el relato de don Joaquín: 33


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El día de mi partida montó en una mula mansa que tenía y salió a dejarme a la entrada del desierto de Guarmey, para hacer un poco de ejercicio. Como mi equipaje se había atrasado, suspendí mi marcha, y el Libertador, que estaba muy débil, se apeó y acostó sobre un capote de barragán, y su edecán, Julián Santa María, permaneció en pie, oyéndonos conversar sobre la situación triste del Perú, que me encargaba descubrir a Santander. Según Ud., sabe, para atravesar este desierto de arena se prefiere de noche; eran, pues, las seis de la tarde, y el sol entraba y salía de Pacífico, y me daba no sé qué idea triste, que era el sol del Perú que se despedía de nosotros. El silencio majestuoso del océano, la vista del desierto que iba yo a atravesar, la soledad de aquellas costas y el aullido de los lobos marinos oprimían mi espíritu al dejar a mis compatriotas en una empresa tan ardua en que arriesgábamos al héroe y a nuestro ejército. Al llegar mi equipaje, me dijo el Libertador, tendido todavía en el suelo: «Diga Usted allá, a nuestros compatriotas, cómo me deja Ud., moribundo en esta playa inhóspita, teniendo que pelear a brazo partido para conquistar la independencia del Perú y la seguridad de Colombia».

La situación que vivía el Perú en estos momentos era desesperante. El presidente Torre Tagle, en cambio de acordar un armisticio con los españoles como le había solicitado Bolívar, con su propio Ministro de Guerra, Juan de Berindoaga, le traicionó y las conversaciones dieron como resultado el cambio de bandera. Torre Tagle, formando ya parte de las fuerzas españolas invita a todos los peruanos a unírsele para combatir a Bolívar, el mayor monstruo que ha existido sobre la tierra y enemigo de todo hombre honrado. El Libertador, ya recuperado, después de Pativilca toma camino de Trujillo para dirigir personalmente la reacción militar. El panorama es bien complicado, pues a comienzos de febrero, el día 4, cunde la noticia de la insurrección 34


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de regimientos peruanos y argentinos del fuerte de El Callao, fruto de la desmoralización por falta de pago y la desatención por parte del gobierno de Lima.Toma medidas fuertes en todos los órdenes para evitar que el enemigo aprovechara bienes y descontentos. Así, dispuso la libertad de los esclavos que ingresaran al ejército libertador e inutilizó los buques que se encontraban en el puerto, buscando que fueran utilizados por el enemigo para impedir la llegada de refuerzos que debían de llegar de Colombia.Y, a todas estas, Santander desoía los pedidos clamorosos de Bolívar de hombres y dinero. Bien le dice a Santander cuáles son sus necesidades y le repite: ... estoy resuelto a no dejar perder a Colombia en mis manos y mucho menos a librarla por segunda vez. Obra semejante no es para repetirla. Estoy pronto a dar una batalla a los españoles para terminar la guerra en América, pero no más...

En cada una de sus cartas, a Santander y a sus amigos, Bolívar dejaba entrever su decisión de seguir luchando hasta alcanzar el triunfo final, pero también dejaba ver su cansancio, su falta de fuerzas, su desaliento, y su deseo de renunciar para luego retirarse. La falta de apoyo del Vicepresidente Santander venía ampliando sus diferencias con él, más aún, cuando el propio Santander le dice, en respuesta a los pedidos de ayuda, que: ... no se sienta obligado por ninguna ley a enviar esas tropas... y, aunque lleno de sentimientos con usted, no por eso dejaré de ser eternamente su admirador, su panegirista y su amigo.

Cabe anotar, que el cruce epistolar entre Santander y el Libertador, entre el Secretario de éste, don José D. Espinar y el 35


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Secretario de Guerra de Colombia, don Pedro Briceño Méndez, desató toda clase de reacciones, quejas y justificaciones, y Santander informa entonces al Congreso de Colombia lo que estaba sucediendo en el Perú y sus implicaciones en la seguridad de Colombia. Es conveniente recordar, que el Congreso del Perú, ante las circunstancias catastróficas por las que pasaba el país, confirió la suprema autoridad política y militar de la Republica al Libertador hasta donde ella fuera posible por la salvación de la misma República. Había suspendido al Presidente en todas sus funciones e igualmente suspendió la vigencia de la Constitución en cuanto fuere incompatible con la autoridad necesaria conferida al Libertador. Ante el conocimiento de estos hechos, el 17 de mayo el Vicepresidente Santander envía una nota al Congreso en la que plantea que en virtud de haber aceptado el Libertador ejercer el Poder Supremo dictatorial que le había conferido y encargado en Congreso del Perú, era necesario estudiar varias situaciones que él consideraba gravísimas y que las sometía a la decisión del Congreso. En consecuencia, el historiador venezolano don Tomás Polanco Alcántara, resume las cuestiones que Santander presentaba para estudio y decisión del Congreso, en este sentido: ¿Había cesado Bolívar en el ejercicio de las facultades extraordinarias que le confirió el Congreso colombiano? ¿Podría el Libertador desde el Perú dictar órdenes que debían ser cumplidas en Colombia?

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¿Debían ser reconocidos los grados conferidos por Bolívar a los militares colombianos que se encontraban en el Perú?

Habiendo recibido el Congreso el mismo 17 de mayo los documentos enviados por Santander, fueron sometidos a estudio, y después de los diferentes debates sobre el tema, el Congreso dictó una ley, que, con fecha 28 de julio de 1824 derogaba las facultades extraordinarias conferidas al Presidente de la República en campaña, el 9 de octubre de 1821. Como es de suponer, Bolívar estaba en otro cuento. Dedicado a dirigir personalmente la campaña militar muy seriamente, con todo el conocimiento real de la situación y con la experiencia adquirida después una larga e incansable actividad militar, bien poco era lo que conocía de lo que estaba sucediendo en Bogotá, o parece, que si estuviera enterado cabalmente, le daba poca importancia. Así, pues, fiel al compromiso adquirido con el pueblo del Perú una vez investido como dictador, actitud que desempeñó con discreción y prudencia, obsesionado con el tema de la libertad organizó la campaña no dejando absolutamente nada al azar, sin descuidar el manejo y la organización de las finanzas, parte muy importante para garantizar el éxito de la campaña misma.

Junín abre el camino Todo estaba previsto. Su apoyo, indudablemente, era Sucre. Las órdenes se sucedían después del estudio minucioso de los movimientos del adversario. Los realistas estaban al mando del 37


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Mariscal de Campo José de Canterac y de Manuel Valdés. Fueron dos meses largos de travesías terribles, entre arengas y proclamas que el Libertador dirigía a sus tropas. Y el 6 de agosto, Bolívar obligó a Canterac a presentar la batalla que éste trató de eludir. Esta comenzó a eso de las 5 de la tarde en las llanuras de Junín, y, antes de las 7 de la noche los ejércitos realistas habían sufrido una tremenda derrota. Si bien es cierto que con la victoria en Junín cambiaba el panorama y el camino a seguir, cuando Bolívar se alistaba para continuar a Lima se enteró de la determinación del Congreso de Colombia, cuya ley fue expedida días antes de la batalla de Junín, lo que impelía al Libertador a tomar decisiones de inmediato. Ello obligaba, como consecuencia, a dejar el mando del ejército delegando en Sucre esta responsabilidad. Debía entonces separarse del Poder Público, y por supuesto, del comando de las tropas colombianas en el Sur. Se veía muy clara la actitud envidiosa de los enemigos de Bolívar en Bogotá. Claro está, que el Libertador mantenía su calidad de dictador del Perú, y como tal, debía continuar su labor de restaurar y organizar el Estado. Su compromiso aún no había terminado. Independientemente del cumplimiento de ese compromiso, las noticias llegadas de Bogotá producen en el grande hombre, indudablemente, un inmenso dolor, las cuales transmite de inmediato a su amigo Sucre en carta del 24 de octubre de 1824, generando una emotiva reacción entre los jefes del ejército, quienes se muestran solidarios con el Libertador y le manifiestan su disgusto y la incomodidad en lo que toca con ellos por la Ley expedida el 28 de julio reciente, injusta por demás en lo referente a sus grados y a sus ascensos, considerando que por 38


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todo ello, era más culpable el Ejecutivo que el mismo Congreso al expedir dicha Ley, y le solicitan a Bolívar que le haga saber al Congreso de su inconformidad.Todos sabían que la intervención del Vicepresidente para lograr la aprobación de la Ley en mención no tenía otro objetivo diferente, que el de impedir un posible ascenso de Sucre. De todas maneras, ello trajo como consecuencia la unión del ejército y su total respaldo a Bolívar. Sucre, en carta desde Pichigua del 10 de noviembre de 1824, así se lo manifiesta a Bolívar: Creo que Usted sabe bien que no he aspirado ni he pretendido ningún ascenso; mi deseo ha sido servir a la Patria...

Bolívar, entre tanto, con una aparente indiferencia, continúa su labor en la organización integral del Perú en todos los órdenes con la colaboración de militares y civiles comprometidos en la causa, sobresaliendo entre todos José Sánchez Carrión, quien coadyuva para que la administración a cargo del general Bolívar, en lugar de ser un sistema de orden militar, se oriente por el establecimiento del orden civil, organizando como nunca la administración de justicia y la seguridad pública. Organizó igualmente la agricultura, favoreciendo a los indígenas, fomentó la minería y reorganizó el correo. Creo la Universidad de Trujillo y se abrieron escuelas y colegios. Participó en la realización de cambios importantes en la Hacienda Pública y en la imposición de medidas extraordinarias en el manejo de la economía castrense. En resumidas cuentas, 39


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su intervención fue fundamental para que, en lugar de actuar como una dictadura, en el gobierno de Bolívar, como bien lo dijo Sánchez Carrión ante el Congreso en febrero de 1825, se respetarán las leyes y se implementarán estas como en el mejor gobierno civil, que él mismo contribuyó a crear. Por todo ello, el Congreso, el 18 de febrero de 1825 declaró que: por sus servicios distinguidos a la causa de la libertad, se le consideraba: Benemérito de la Patria en grado “heroico y eminente”. De este ilustre peruano, Bolívar expresó: Tiene talento, probidad y un patriotismo sin límites. A los 39 años de edad, siendo Ministro de Relaciones Exteriores, falleció el 2 de junio de 1825. Después de toda la referida reacción entre militares y amigos adeptos al Libertador una vez conocida, estudiada y analizada completamente la Ley del 28 de julio, y de Bolívar estar dedicado con mucho juicio y responsabilidad al ejercicio del poder dictatorial en el Perú, Santander, tal vez arrepentido por su actitud mezquina con él y envidiosa con Sucre, replegado en sus sentimientos, empieza a enviar una serie de cartas al Libertador plenas de disculpas, justificaciones y mentiras, asumiendo una increíble posición amistosa, fechadas el 6 de agosto y el 6 de septiembre de 1824. Bolívar recibe la correspondencia y parece no importarle ni el remitente ni su contenido. Guarda silencio, pero es indudable que debe herirle profundamente el engaño, la mentira y la traición. El tiempo fue corriendo, y así pasaron los meses de agosto, septiembre y octubre. Es de suponer el grado de inquietud y de preocupación de Santander. 40


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Bolívar reacciona, y el 10 de noviembre escribe a Santander una extensa carta, respetuosa pero precisa en el señalamiento de sus razones por no haberlo hecho antes. Le manifiesta lo adolorido que se siente separado de todo lo colombiano; solamente le queda la escarapela y el corazón. Y le pide que su renuncia a la Presidencia, que le fue enviada con anterioridad, sea presentada de nuevo al Congreso, pues no desea someter una nueva a fin de que nadie crea que es efecto de resentimiento por la bondad con que me ha tratado la sabiduría del Senado a instancia de mi querido amigo el Poder Ejecutivo...

Congreso Anfictiónico Sigue avanzando el tiempo y se siente próxima la batalla siguiente. Mientras tanto, Bolívar convoca al Primer Congreso Panamericano en memorable Circular de 7 de diciembre de 1824. Después de regresar triunfalmente a Lima y dos días antes de librarse la Batalla de Ayacucho en donde Sucre vence en forma definitiva al ejército del rey, mediante circular invita a los gobiernos de las Repúblicas de Colombia, Méjico, Río de la Plata, Chile y Guatemala. En ella expone su pensamiento integracionista americano haciendo eco de su idea planteada en la Carta de Jamaica y ofrece como Sede para su realización la Ciudad de Panamá, llamado también Congreso Anfictiónico, el cual se efectuó en dicha ciudad entre el 22 de junio y el 18 de julio de 1826. Indiscutiblemente, los dos grandes ideales de Bolívar fueron la libertad y la unidad de América. Es bien claro que toda su actividad de guerrero indómito estaba centrada, primera-

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mente, en libertar todos estos territorios del yugo español, para luego, estos escenarios, unos más pequeños que otros, completamente libres y competitivos entre sí, formaran una “patria grande”, una confederación de naciones independientes y libres, con el firme compromiso de su recíproca defensa y colaboración para su desarrollo individual y colectivo. Retoma de esta manera la idea planteada en la Carta de Jamaica en 1815 de «pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación», escrita cuando Bolívar tenía 32 años, documento político en el que analiza el proceso histórico pasado y expone una visión sobre el futuro de las naciones recientemente libertadas. Sobre el particular, el ilustre escritor e historiador vallecaucano, doctor Santiago Jiménez Arrechea, en su libro “Bolívar y la Confederación Americana” hace el siguiente análisis y comentario: «Indudablemente el ideal del Libertador fue prematuro, si bien profético, no para la América sino para el mundo entero. Su proyecto había sido pretendido en Europa por el Gobierno de Lisboa con fines análogos, especialmente con el de oponer una liga de naciones a los planes de la Santa Alianza, y para esta liga se contaba con Bolívar como “el más valioso apoyo”, según el texto de las instrucciones de aquel Gobierno a su agente en Washington el 1822. ... La Sociedad de Naciones no es una concepción nueva. Ya Bolívar la había proclamado y fue él quien primero invitara a formarla en interés de principios sanos y justos, altruistas y jurídicos, que en el día de hoy ha reconocido el Derecho Internacional Público como necesidades de primer orden para el equilibrio, no solamente de los estados, sino también de los continentes. Bolívar sabía que los estados deben anteponer los deberes de moral a los abusos que ponen en práctica en sus relaciones; tal vez al perfeccionar sus estudios en Europa comprendió que el equilibrio político de los estados era igual a la alianza y que en tratándose de pueblos débiles dicha alianza debía tener los caracteres de una confede-

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ración, es decir, de un solo organismo sub-nacional para la defensa común y con una misma dirección; y tal vez anhelaba ver perfeccionado su ideal con la institución del Congreso de Panamá tal como lo tuvieron los griegos en sus reuniones en sus reuniones de Corinto cuando discutían sobre la paz y la guerra. Así lo expuso en su célebre documento llamado la Carta de Jamaica. El ideal de Bolívar es, imperecedero, tiene manifestaciones prácticas en la política panamericana, se ha extendido a la política del Viejo Continente, ha sido acogido por pensadores y estadistas de alto relieve, y el orbe entero reconoce en Bolívar al precursor de la Sociedad de Naciones.

Ayacucho, sella la libertad de América Recordemos que la famosa Ley del 28 de julio de 1824 dejaba sin vigencia alguna la Ley del 9 de octubre de 1821, mediante la cual el Presidente de la República, Bolívar, quedaba investido de facultades extraordinarias para gobernar las provincias del sur y dirigir personalmente el ejército colombiano dentro o fuera del territorio nacional por el tiempo que fuere necesario. Pues bien, en virtud de esta nueva Ley, el Libertador, quien se encontraba fuera del país, quedaba impedido, sin autorización alguna para ello, pues había perdido las facultades extraordinarias de las que estaba investido y relevado del mando del ejército colombiano. Por esta razón, y ante la inminencia de la confrontación, Bolívar delega en Sucre la continuidad y la dirección de la campaña, y en carta del 26 de noviembre le da las instrucciones 43


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generales y la orden de realizar el combate, el cual tiene lugar el 9 de diciembre, en el campo de Ayacucho. En la mañana de este glorioso día, con la ausencia física de Bolívar, cerebro y líder, y con Sucre como director y ejecutor, le celebra la acción militar de la Campaña Libertadora del Perú en la pampa de Ayacucho en la que se libera de manera definitiva a dicha nación, y se sella la independencia americana. Cabe anotar que Sucre, ante la derrota de los realistas y la presencia de Canterac quien ofrece capitular, en el propio campo de batalla le concede, generosamente, las más amplias capitulaciones, y allí mismo, asciende a Córdova a General de División. El 18 de diciembre se conoce en Lima la noticia del triunfo de Sucre en Ayacucho, lo cual hace estallar de alegría a toda la población y se programan varios eventos en homenaje a Sucre, Córdova, José de la Mar, Agustín Gamarra, y otros. Así mismo, el Congreso del Perú, consecuente con el triunfo, decretó honores y recompensas, las cuales no fueron aceptadas, y amplió las facultades dictatoriales para el Libertador. Bolívar, agradecido y en reconocimiento por la labor desarrollada por Sucre, escribe en su homenaje un Resumen sucinto de la vida del General Sucre, en el que destaca, según lo dice Tomás Polanco Alcántara: ... su eficiencia, espíritu de disciplina, talento, magnanimidad, cortesía, genio negociador. La batalla de Ayacucho, dice 44


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–Bolívar en su memoria sobre Sucre– es la cumbre de la gloria americana y la obra del General Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta y su ejecución divina. Maniobras hábiles y prontas desbarataron en una hora a los vencedores de catorce años y a un enemigo perfectamente constituido y hábilmente mandado... Ayacucho, semejante a Waterloo, que decidió el destino de Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas... El General Sucre es el padre de Ayacucho, es el redentor de los hijos del Sol...

Según lo dice textualmente el historiador venezolano Tomás Polanco Alcántara, Bolívar, para culminar su reconocimiento al General Sucre: Haciendo uso de sus facultades extraordinarias asciende a Sucre al grado de Gran Mariscal. El grado de Gran Mariscal, por Decreto del Congreso Constituyente, dictado el 11 de abril de 1823, era el último grado de la escala militar en el ejército peruano y equivalente al grado español de Capitán General. El Congreso Peruano, al reunirse, no solamente ratificó ese grado, sino que le dio una nueva forma: Sucre sería reconocido en adelante con el dictado de “Gran Mariscal de Ayacucho” por la memorable victoria obtenida en el campo de este nombre.

Es claro que el grado que Bolívar le otorga a Sucre en virtud de sus facultades corresponde a la escala militar en el ejército peruano. Esta decisión no tenía nada que ver, por supuesto, con el establecido para estos casos dentro del ejército colombiano, y mucho menos con lo establecido por el Congreso Colombiano, a instancias de Santander, en la Ley del 28 de julio de 1824. De esta actuación, el Libertador informó a Santander y le solicitó que en Colombia se le diese el grado correspondiente 45


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inmediato, lo cual fue atendido oportunamente, siendo ascendido a General en Jefe, comunicándole a Bolívar tal evento en carta del 14 de febrero de 1825. Siendo consecuente con la nueva situación, después de Ayacucho, y de acuerdo con la posición que había expuesto, tanto al Congreso de Colombia como al Congreso del Perú de retirarse de la vida pública cuando ya no hubiese enemigos en América, el 21 de diciembre de 1824, Bolívar emite una Proclama en la cual ordena al Congreso del Perú se reúna el 10 de febrero de 1825 para devolverle l suprema autoridad que le había confiado un año atrás. El 22 del mismo mes, justamente al día siguiente, envía una breve carta al Presidente del Senado de Colombia, presentando su renuncia como Presidente de Colombia. El día 8 de febrero de 1825 se reunió el Congreso Colombiano en pleno y después de leerse su carta se guardó prolongado silencio, el cual se rompió mediante atronadores aplausos de aclamación para el Libertador y para el Congreso. De igual manera, el Congreso Constituyente del Perú re reunió en la fecha señalada del 10 de febrero de 1825, precisamente al cumplirse un año de habérsele concedido a Bolívar la dictadura del Perú. El Presidente de la Corporación no aceptó su dimisión del mando dictatorial. Ante su negativa, el Congreso acordó prorrogar el mandato hasta el siguiente año, aceptando Bolívar bajo la condición de eliminar la palabra dictador. 46


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En tales circunstancias el Libertador era el Presidente de Colombia y a la vez, Dictador o Gobernante del Perú. Entre tanto, el Mariscal de Ayacucho, siguiendo órdenes de Bolívar continuó su tarea de terminar con los problemas que venían presentando aquellos aún levantados en armas, tomando el Puerto de El Callao el 1º. de abril al mando del general Pedro Antonio de Olañeta, quien murió en la contienda, y desaparece así el último baluarte español. Se inicia entonces una nueva etapa en la vida de las naciones libertadas y por supuesto de sus protagonistas. Sucre ya se encuentra en La Paz desde el 20 de febrero de 1825. El estado de las cosas es bien diferente en cada una de ellas, y Bolívar, con una situación definida y con el apoyo requerido, aparentemente, se apresta para iniciar una correría por la Sierra y el Alto Perú, sin descuidar, por supuesto, lo que estaba sucediendo en Venezuela y Bogotá. Es así, cómo se cruzan cartas entre Santander y Bolívar, por demás respetuosas, en las cuales el Libertador dice las cosas con una claridad absoluta y Santander las contesta arguyendo sus disculpas como fruto de malos entendidos, pero en donde siempre imperó su amor y gratitud por el Libertador y entrega a la causa libertadora. El tono epistolar de cada uno, es bien diferente. Si no, al leerlas, se pueden sacar fácilmente las conclusiones. Veamos unos apartes. Bolívar, en carta del 9 de febrero de 1825, le escribe a Santander: 47


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... estoy cansado de servir y de tener mi espíritu en contracción continua... Usted no puede imaginarse el deseo que tengo de descansar... Ya me canso de todo y con una facilidad extraordinaria... Usted es el héroe de la administración americana... es un prodigio que un gobierno flamante sea eminentemente libre y eminentemente correcto y además eminentemente fuerte... Es una gloria que dos de mis amigos y segundos hayan salido dos prodigios... La gloria usted y la de Sucre son inmensas... Yo soy el hombre de las dificultades, usted el hombre de las leyes y Sucre el hombre de la guerra. Creo que cada uno debe estar contento con su lote y Colombia con los tres.

Santander, seguramente convencido que el Libertador después de Ayacucho debía sentirse un poco más descansado de los ajetreos de la guerra, y sintiéndose respaldado por sus amigos guerreros iba a tener más tiempo para pensar en los problemas de Bogotá y que actuaría en consecuencia, no vaciló en escribirle a Bolívar una de esas cartas para ir suavizando alguna posible reacción, preparando el terreno para lo que veía venir. Y un poco antes de Bolívar le escribiera, él lo hace el día 6, tres días antes, y le dice: ... jamás he estado disgustado con usted, pues mi amor y gratitud, son mil millones de veces superiores a cuanto motivo de sentimiento pudiera usted darme involuntariamente.

1824 fue para el Libertador un año de triunfos, de grandes emociones y celebraciones. Así lo fue también de dolores inmensos, de grandes amarguras ocasionadas por las calumnias por una parte de sus eternos enemigos, y de otra, por las envidias que afloraron entre quienes se mostraron como amigos, en los que él había depositado toda su confianza como sus subalternos 48


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en la dirección de los gobiernos de Colombia y Venezuela, que no soportaban la gloria alcanzada en medio de tantos sacrificios, con inteligencia y genialidad.

Viaje a las Provincias del Sur El 10 de abril de 1825 Bolívar inicia su viaje a la Sierra y al Alto Perú, en donde con ahínco solicitaban su presencia. En cada parte es esperado en medio de desbordado entusiasmo, ovaciones delirantes para poderle expresar sus agradecimientos, y tributarle toda clase de obsequios. No es menester describir en detalle la llegada del Libertador a todas las poblaciones por las que iba pasando, en las cuales todo era demostraciones de amor, de delirio, de desenfrenada emoción. Cornelio Hispano dice: Ese viaje fue una verdadera marcha triunfal. Cuentan que fue por estos días en los que Bolívar escribía con desenfreno a todos sus amigos saturado de un inmenso regocijo, pronunciaba discursos y asistía a toda clase de celebraciones que se ofrecían en su honor, sin descuidar las comunicaciones con Caracas, Lima y Bogotá. Con razón don Tomás Polanco Alcántara dice: Es la etapa, en conjunto, más feliz de su vida. Mucho antes de llegar a Arequipa, el pueblo entero y el gobierno local le esperaban con toda clase de presentes. Cornelio Hispano nos dice: 49


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... salieron a recibirle a muchas leguas de la ciudad, llevándole un magnífico caballo, espléndidamente enjaezado: los estribos, el bocado, el pretal y los adornos de la silla y de las bridas eran de oro macizo.

Es célebre el episodio de la llegada de Bolívar a Pucará, un pueblo boliviano puramente indígena cercano al lago de Titicaca el 17 de junio, cuyo cura párroco, el doctor José Domingo Choquehuanca, de ascendencia igualmente indígena, le recibió con una elocuente oración por doquier famosa, que termina: Habéis fundado cinco Repúblicas que, en el inmenso desarrollo a que están llamadas, elevará, vuestra estatua a donde ninguna ha llegado. Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece la sombra cuando el sol declina.

Siguiendo su correría triunfal entra el Libertador al Cuzco, la capital sagrada del imperio de los Incas, el 25 de junio, en donde la multitud enloquecida le ofrece toda clase de vivas, las casas adornadas con guirnaldas de laureles, calles tapizadas de flores, campanas al vuelo y salvas de artillería ensordecían el ambiente, ceremonias religiosas. El historiador Rafael Bernal Jiménez, en su libro Ruta de Bolívar, nos dice: La municipalidad le entrega solemnemente las llaves de la ciudad en oro puro como emblema de señorío sobre los patrios lares, y de la mano de sus hermosas mujeres le ofrece una corona de oro, no ya de laurel natural que se marchita, sino de oro bruñido, con hojas filigranadas de laurel simbólico, engastada de perlas y diamantes.

Y quien continúa ahora el recuento de esta hermosa historia es don Cornelio Hispano en la Historia Secreta de Bolívar: 50


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Al colocarle la corona en las sienes, el Libertador se la quitó y la puso en las de Sucre, el héroe de Ayacucho. Sucre la envió luego al Congreso de Colombia, como obsequio del Ejército Libertador, manifestando en su nota remisoria, “que creía que aquella joya correspondía únicamente a los Representantes del pueblo de Colombia que le habían enviado al Perú para vengar los ultrajes inferidos a los antiguos hijos del Sol”. El Senado de la República acordó, en 1826, aceptar la joya, y la destinó al Museo Nacional de Colombia.

Esta joya de incalculable valor histórico, llamada la Corona del Cuzco, puede admirarse en el Museo Nacional de nuestro País. Encontrándose el Libertador en Cuzco, el poeta José Joaquín de Olmedo le hace llegar su poema La Victoria de Junín, Canto a Bolívar, epopeya lírica que Bolívar lee y comenta en sendas cartas en junio y julio siguientes, haciendo gala de sus dotes literarias, que llevan al autor del poema a revisarlo y hacer algunas enmiendas que indudablemente lo embellecen. Estas dos cartas han merecido de estudiosos el que hayan calificado a Bolívar de haber sido un verdadero crítico literario. El 16 de mayo de 1825, desde Arequipa, Bolívar emite un decreto mediante el cual se declara la Independencia del Alto Perú, que comprende los departamentos de La Paz, Santacruz, Potosí, Chuquisaca, Cochabamba y Oruro.Y cuando el Libertador se encontraba en su gira triunfal por dicho territorio, el 6 de agosto de 1825, el Congreso reunido en Chuquisaca, convocado por el general Sucre, ratifica el decreto de 16 de mayo del mismo año de Arequipa, eliminando las pretensiones que sobre 51


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esos territorios tenían Buenos Aires y Lima. Se les dio entonces el nombre de República de Bolívar y por capital se designó a Chuquisaca con el nombre de Sucre. El paso del Libertador por toda esta región recién declarada Estado Independiente quedó marcado porque constituyó una auténtica revolución social en todos los órdenes. Organizó como él solo sabía hacerlo, la administración, mejoró los caminos ya abiertos y abrió nuevos, arregló hospitales y se crearon nuevos centros de salud, fundó escuelas y colegios por doquier. Se inició, indudablemente, una etapa de progreso indiscutible. Después de casi un mes de continuos festejos de todo orden en Cuzco, Bolívar continuando su gira se dirige a La Paz pasando El Desaguadero, el 17 de julio, ciudad binacional dividida por el río que lleva su mismo nombre entre Bolivia y Perú. En la actualidad un puente binacional une los dos lados fronterizos. Llega el 18 de agosto a La Paz que lo recibe en medio de inmenso alboroto, música de la región, repique continuado de campanas y las calles debidamente arregladas con festones y flores. Lo colmaron de ofrendas, entre ellas una aurea corona con incrustaciones de diamantes que el Libertador coloca en las sienes del general Córdova como premio a su heroísmo, la cual se conserva en Rionegro, su ciudad natal. Así mismo, fue proclamado “Padre de la Patria” y “Fundador y Protector de Bolivia”. Una delegación de representantes del gobierno de Argentina viaja a El Potosí para unirse al júbilo por la victoria y presentarle el solemne saludo en nombre de sus respectivos 52


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países. Bolívar hace su entrada a El Potosí el día 5 de octubre de 1825 en medio de vivas y aclamaciones fruto de la más desbordante alegría; el 7 llegaron los ministros argentinos Alvear y Vélez, y el día 26 del mismo mes, todas las banderas americanas ondean en el mismo cerro del Potosí, como muestra presuntuosa de ser naciones libres. En medio de todas las banderas, en compañía del general Guillermo Miller, prefecto del departamento de El Potosí y del Mariscal Antonio José de Sucre, el Libertador exclama: ... De pie sobre esta mole de plata que se llama Potosí, yo estimo en nada esta opulencia cuando la comparo con la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad desde las playas ardientes del Orinoco, para fijarlo aquí, en el pico de esta montaña, cuyo seno es el asombro y la envidia del universo.

Constitución Boliviana Establecido por algún tiempo en Chuquisaca, dedica su mayor tiempo a escribir la controvertida Constitución Boliviana que el propio Congreso le había solicitado le presentase para su estudio en la sesión del 20 de agosto, que fuese hija de sus luces, experiencia y amor a la libertad. Lo complicado de este compromiso del Libertador con el encargo del Congreso es que esta constitución debía aplicarse en un país recién constituido, que debía ser confeccionada, como evidentemente lo fue, con la mejor buena fe, destinada a evitar la anarquía y concebida para estructurar los territorios de la nueva República. El proyecto, una vez terminado, fue conocido en Lima el 12 de 53


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mayo de 1826 y luego enviado a Chuquisaca. El 25 de mayo, de acuerdo al compromiso de Bolívar con el Congreso, lo entrega al mismo para su estudio con el discurso respectivo, a manera de sustentación y defensa del mismo. El estudio y discusión del proyecto se inicia el 12 de julio; el 28 de octubre el general Sucre es elegido entonces primer Presidente de la naciente República y el 19 de noviembre se sanciona la nueva Constitución. Bolivia tenía entonces en vigencia su Constitución vitalicia, la misma que el Libertador presentaría, con las debidas modificaciones al Congreso del Perú. Pero como el Congreso había sido suspendido, no hubo estudio ni debates sobre el mismo, pero tampoco fue sometido a consulta popular alguna. Fue propuesto, en consecuencia, a la aprobación de los 58 Colegios Electorales de la República. El primero en aprobarlo fue el Colegio Electoral de Lima y posteriormente, los colegios electorales de las demás provincias lo fueron aprobando sucesivamente. Fue así entonces cómo la Constitución fue aprobada en forma unánime bajo la condición de que Bolívar fuera el primer presidente vitalicio, el Consejo de Gobierno del Perú declaró el 30 de noviembre, cuando Bolívar ya no se encontraba en el Perú, que La Constitución Vitalicia era la Ley Fundamental del Perú y S.E. el Libertador Simón Bolívar el Presidente Vitalicio de la República. Seguidamente esta fue juramentada en el Perú y en Bolivia, casi simultáneamente, y se promulgó en Lima, con mucha publicidad y alboroto justamente cuando se celebraba el segundo aniversario de la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1826. Cuentan los historiadores, que dicha celebración fue deslucida, en medio de la indiferencia y el rechazo 54


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popular, y el descontento fue creciendo, hasta el punto, que su duración no pasó de los dos meses, pues en el Perú, a comienzos de 1827, por diversas razones, reunido el Cabildo de Lima dejó sin vigencia la Constitución Vitalicia restaurando la Constitución de 1823 mientras se imponía más adelante, en 1828, por parte de un Congreso Constituyente la nueva Constitución Política de la Nación. No sobra comentar, que las mayores reacciones contra la Constitución Vitalicia, tanto en Bolivia y el Perú, fueron las partes relacionadas con la Presidencia vitalicia. Si bien es cierto que Bolívar siempre rechazó la monarquía, era bien difícil entender, que estos pueblos, libres ya, no pudieran ejercer mediante el voto popular, el derecho de elegir sus propios dirigentes, esencia indiscutible de los principios republicanos y democráticos. Y, cuando el Libertador, en algún momento pensó en implantar dicha Constitución en Colombia, ello fue interpretado por la oposición como una imposición tiránica. Nadie pone en duda la buena fe del Libertador, pero en Colombia, año de 1828, la oposición fue contundente e infranqueable. Y esto constituyó, indudablemente, un fuerte golpe en su salud anímica y marcó el comienzo del resquebrajamiento y extinción de su sueño y unidad de la Gran Colombia, a pesar de lo que él mismo le expresaba en carta a Santander a comienzos de 1826, refiriéndose así al proyecto de constitución de Bolivia: Abraza los intereses de todos los partidos, da una estabilidad firme al gobierno, unida a una gran energía, y conserva ilesos los principios que hemos proclamado de libertad e igualdad.

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Después de la visita al Potosí, disgregadas la diversas comitivas y del retorno a su sede de la legación argentina, decide regresar a Lima, saliendo de La Plata el 6 de enero de 1826 y en Arica se embarca el 22 de enero siguiente el bergantín de guerra El Chimborazo, llegando a Lima el 7 al atardecer. No cabe duda, que durante estos días de travesía por el Pacífico el Libertador dedicó tiempo para repasar en las noches las tareas que le esperaban en los días siguientes, como el abrir las sesiones del Congreso de Perú, en el cual encontraría incómodas sorpresas, la presentación al mismo del texto de la Constitución Boliviana, la preparación del Congreso de Panamá, y el tratamiento del diferentes problemas que ya imaginaba se estaban presentando en Bogotá y en Caracas. Eran tareas bien difíciles las que tendría que afrontar con suma inteligencia y oportunidad. El recibimiento en Lima fue apoteósico en medio de música, pólvora y repique de campanas, con banderas al viento y calles tapizadas de flores, como bien lo merecía el Libertador después de su recorrido triunfal por las tierras del sur, y como lo comento al comienzo del libro: ... iniciando el desfile montando el Palomo Blanco y vistiendo el majestuoso uniforme que le había sido obsequiado durante su apoteósica gira, tejido y bordado en oro.

Y, ya acomodado de nuevo en la quinta de La Magdalena, que lo fue también de San Martín, da rienda suelta al disfrute de todos los placeres que le ofrece la vida, desde donde gobierna 56


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sin restricciones, con todos los poderes. El Palacio de La Magdalena, desde cuando llegó Bolívar por primera vez el 1º. de septiembre de 1823, se convirtió además de su residencia en el centro más importante de la lucha por la independencia. Era el centro de todas las actividades de gobierno, en donde se celebraban desde consejos de guerra, reuniones de carácter diplomático hasta las más elegantes y alegres fiestas. Tres años y dos días esta fue la residencia del Libertador desde su llegada al Perú, hasta cuando tomó la decisión de regresar a Colombia.

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CAPITUL O APITULO SEGUNDO

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Regreso a Colombia “La Gran Jornada”

Con mucho pesar, embarcándose en El Callao en la nave Congreso, el 4 de septiembre de 1826, inicia su viaje de retorno conocido como “La Gran Jornada”. Bolívar al salir del Perú se despide con una muy sentida proclama y deja al frente del gobierno el Consejo de Regencia, presidido por el general de brigada boliviano Andrés Santa Cruz, a quien el Congreso peruano le concedió el rango de Gran Mariscal del Perú, único militar boliviano en ostentar este honor, y quien gobernó al Perú entre 1826 y 1827. El día 12 ya se encuentra en Guayaquil continuando su viaje el 18 por Riobamba con destino Quito a donde llega el 28 del mismo mes. Es conveniente saber que mientras Bolívar se encontraba en el Perú se sucedieron ciertos acontecimientos entre los militares y el gobierno civil de Venezuela, lo cual fue aprovechado por los enemigos del Libertador en su contra mediante calumnias. El Intendente de Venezuela y la municipalidad de Caracas, por su parte, elevaron quejas ante el Congreso de Colombia y su Presidente encargado, el general Santander, contra el general José Antonio Páez, quien en el momento era el Comandante General del Departamento de Venezuela. Recibida 61


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la acusación por parte del Senado de Colombia, fue admitida por 15 votos contra 6, quedando suspendido en sus funciones y con la obligación de presentarse ante la corporación para responder por los actos imputados de ordenar por la fuerza el cumplimiento de un decreto sobre servicio militar obligatorio, según Rafael Bernal Medina en el mencionado libro. Páez, tal vez influenciado por algunos viejos enemigos del Libertador desobedeció la orden del Senado colombiano de presentarse para exponer los descargos respectivos y envalentonado con el clima de inconformidad que reinaba en el Departamento, convoca una Asamblea Constituyente de Venezuela, lo cual era supremamente grave dada la delicada situación general que se estaba viviendo. Aseguran algunos tratadistas que Santander actuó con mucha prudencia para evitar un conflicto mayor tratando de que Páez aceptara los errores en que se estaba incurriendo y que aceptara colocarse dentro de la ley. A todas estas, Bolívar continúa su ruta hacia Bogotá saliendo de Quito el 5 de octubre vía Tulcán, Túquerres, llega a Pasto el día 13. Sigue camino hacia Popayán por Ventaquemada, Timbío, a donde llega el 23. Luego de un conveniente descanso retoma el camino por La Plata, Neiva, La Mesa, arribando a Bogotá el martes 14 de noviembre de 1826. Recordemos que el Libertador había salido de Bogotá el 13 de diciembre de 1821 para dirigir la campaña del sur, regresando justamente a los 5 años 11 meses. Demasiado tiempo ausente. Incuestionablemente esto permitió ahondar el abismo entre las dos figuras del gobierno central, y facilitó que el Vicepresidente se acomodara 62


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en su posición de mandatario y organizara bien las fuerzas de la oposición. Su entrada a Bogotá, con un frío recibimiento, pancartas y vivas a la Constitución, le anunció que el ambiente estaba preparado para grandes sinsabores. Su llegada a la casa de gobierno, a pesar de los vivas y exclamaciones de júbilo, fue austera. Bien lo había dicho un poco antes: Yo no quiero presidir los funerales de Colombia... Mientras que el pueblo quiere asirse de mí, como por instinto, ustedes procuran enajenarlo de mi persona. Está bien, ustedes salvarán la patria como la Constitución y las leyes que han reducido a Colombia a la imagen del palacio de Satanás que arde por todos sus lados. Que el día de mi entrada a Bogotá sepamos quién se encarga del destino de la República. Usted o yo.

No obstante esta severa admonición, con nombre propio, la multitud le aclamó a su paso con entusiasmo y el Congreso lo respaldó plenamente. A pesar de todos los problemas que Bolívar encuentra en Bogotá, conocidos desde muchos días atrás, como todas las trabas que el general Santander ponía al Libertador día a día en todo sentido, su prioridad era viajar lo más rápido a Venezuela para atender sus obligaciones de conjurar la grotesca actitud de Páez que amenazaba la unidad grancolombiana al declararse en abierta rebeldía contra el gobierno de Bogotá, sede indiscutible de todos los poderes públicos. Salvadas las dificultades, sale al fin de Bogotá hacia Venezuela, 11 días después, el 25 de noviembre, quedando nuevamente al frente del 63


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gobierno el general Santander, quien dispone las medidas pertinentes para cada caso, de ser necesarias.

Bolívar en Venezuela El Libertador encuentra a su paso toda clase de quejas y reclamos que le inquietan y maltratan su corazón, además de la desafiante actitud del general Páez quien desconocía su autoridad, en una proclama con la que fue recibido, en la cual se dice que el Libertador llegaba apenas con el carácter de ciudadano ilustre, para aportarles su experiencia y su sabiduría y ayudarlos con sus consejos. Joaquín Posada Gutiérrez escribe: El Libertador se irritó sobremanera con la lectura de este documento, en que terminantemente se desconocía su autoridad, y escribió al general Páez una larga y bellísima carta. Yo me estremezco (dice Bolívar) cuando pienso, y siempre estoy pensando, en la horrorosa calamidad que amaga a Colombia. Veo destruida nuestra obra, y las maldiciones de los siglos caer sobre nuestras cabezas como autores perversos de tan lamentables mutaciones. La proclama de usted (continua el Libertador) dice que vengo como ciudadano. ¿Y qué podré yo hacer como ciudadano? ¿Cómo podré yo apartarme de los deberes de magistrado? ¿Quién ha disuelto a Colombia con respecto a mí, y con respecto a las leyes? El voto nacional ha sido uno solo: Reformas y Bolívar. Nadie me ha recusado; nadie me ha

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degradado: ¿quién, pues, me arrancará las riendas del mando? ¿Los amigos de usted? ¿Usted mismo? La infamia sería mil veces más grande por la ingratitud que por la traición.

Esta carta la acompañaba un decreto que había expedido en Maracaibo, en el que declara que los departamentos de Maturín, Venezuela, Orinoco y Zulia quedaban sujetos a sus órdenes inmediatas y exclusivas, y mandaba que cesaran en todos los puntos las hostilidades entre los partidos. Quedó, así, restablecida la autoridad del Libertador con demostraciones de apoyo en todas partes, en la tropa y en general en todo el territorio, mientras la autoridad del general Páez se vio reducida a la ciudad de Valencia con un escaso respaldo militar. Empezaba el año de 1827, y a pesar de lo anterior, como la situación era bien complicada no obstante la aparente calma, Bolívar considera que no quedaban más que dos caminos: la conciliación o la guerra civil. En tal virtud, con fecha 1º. de enero expide un decreto en el que otorgaba una amnistía total, que por supuesto, generó toda clase de interpretaciones y reacciones. En esencia, las cosas quedaban como si nada hubiera sucedido. El general Páez continuaba detentando el poder civil y militar en el departamento de Venezuela y el general Mariño (el revolucionario), en el departamento de Maturín. Casi que como condición, se exigía que notificado el decreto, se le debía reconocer su autoridad como Presidente de la República. 65


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El general Joaquín Posada Gutiérrez en sus Memorias Histórico Políticas comenta este hecho: El Libertador no tenía necesidad de hacer tantas concesiones para ser obedecido: el general Páez estaba ya en impotencia de resistirle, y se había sometido con sólo que se le prometiera el olvido de lo pasado, y se le tratara personalmente con las consideraciones que en realidad merecía por su empleo militar y por sus servicios distinguidos en la guerra de independencia; pero el Libertador tenía la vista fija en Bogotá, y no pensaba sino en prepararse para hacer frente a su mayor enemigo. Este fue el verdadero motivo de que apresurara a cortar la revolución de Venezuela, de la manera que le pareció que no se renovaría, y que la paz quedaría, bajo su autoridad, asegurada en los eventos que temía surgieran en los departamentos del centro de la República.

Recibido que fue en Valencia dicho decreto, se apresuró el general Páez a expedir otro diciendo quedar sometido a aquel y reconocida en consecuencia la autoridad del Libertador como Presidente de la República; y todos se sometieron sin contradicción, lo que causó al Libertador tal alborozo que lo manifestó en una proclama entusiasta, patriótica en su objeto, pero llegando hasta la hipérbole, llamando al general Páez el “salvador de la Patria”. Desde el Cuartel General de Puerto Cabello, con fecha 3 de enero el Libertador Presidente nos entrega esta Proclama dirigida a todos los Colombianos: El orden y la Ley han reintegrado su reino celestial en todos los ángulos de la república. La asquerosa y sanguinaria serpiente de la discordia huye espantada del Iris de Colombia.

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Ya no hay más enemigos domésticos: abrazos, ósculos, lágrimas de gozo, los gritos de una alegría delirante llenan el corazón de la patria. Hoy es el triunfo de la paz. Granadinos: Vuestros hermanos de Venezuela son los mismos de siempre: conciudadanos, compañeros de las armas, hijos e la misma suerte: hermanos en Cúcuta, Niquitao, Tinaquillo, Bárbula...; y en los congresos de Guayana, Cúcuta y Bogotá; todos hermanos en los campos de la gloria, en los consejos de la sabiduría. Venezolanos, apureños, maturineros: cesó el dominio del mal. Uno de vosotros os trae un bosque de olivos para que celebremos a su sombra la fiesta de la libertad, dela paz y de la gloria. Ahoguemos en los abismos del tiempo el año 26; que mil siglos lo alejen de nosotros y que se pierda para siempre en las más remotas tinieblas. Yo no he sabido lo que ha pasado. Colombianos: olvidad lo que sepáis de los días de dolor y que su recuerdo lo borre el silencio.

La unidad de la Gran Colombia, no cabe duda, temporalmente estaba a salvo. Conociendo los protagonistas, era muy fácil pronosticar los acontecimientos futuros. El costo, inconmensurable, como lo fue la ruptura definitiva, aunque aún no declarada con Santander. Las interpretaciones de los enemigos de Bolívar desataron una furiosa oposición, sobretodo porque el poder civil se sintió maltratado y desprestigiado. Recordemos que el viaje a su patria tenía como objeto sofocar la revuelta y rescatar el orden amenazado con la desobediencia de Páez. Pero esto no fue así, porque las medidas tomadas por el Libertador frente al general llanero denotaron debilidad y fueron tenidas como una demostración de respaldo para él y como un 67


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triunfo de Venezuela sobre la Nueva Granada. La actitud de Bolívar, indiscutiblemente, fue una clara desautorización para Santander y para el Congreso de Bogotá. Es claro que el recibimiento de júbilo y de alegría que le tributa Caracas a su hijo envanece a Bolívar y que la presencia a su lado de Páez no es bien vista por sus enemigos, más aún, cuando el Libertador haciendo gala de su desprendimiento, en un acto simbólico le regala a su coterráneo su espada, la misma que le acompañó en todas sus batallas, lo cual mereció del general llanero estas palabras: En mis manos esta espada nunca será otra cosa que la espada de Bolívar. Su voluntad la dirigirá, mi mano la sostendrá. En mi mano está la espada de Bolívar. Por él iré con ella hasta la eternidad.

La posteridad se ha encargado de demostrar con el tiempo, la mentira, la traición y lo que puede la ambición. El día 4 de enero de 1827, el Libertador se había encontrado con Páez en un lugar cercano a Valencia, en donde se abrazaron cordialmente, y el 10, entran juntos a Caracas, en donde al recibir de manos de la niña María de la Paz Caraballo Rubí, unas ofrendas, en el mismo acto, las arrojó al pueblo, diciendo las siguientes palabras: Caraqueños! Dos coronas me presenta un ángel: esta de flores representa los derechos de los colombianos: esta corona corresponde al pueblo.

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Esta otra es de laureles, corresponde al ejército libertador: Todos habéis sido soldados del ejército: todos sois libertadores: esta corona es vuestra». (A. L. Guzmán - Datos Históricos I, 146).

En el mismo acto, cuenta Vicente Lecuna en Papeles de Bolívar (1917): Cuando Bolívar subió (a la tribuna), bajo palio, y como divisara a la negra Hipólita (esclava que fue su ama de leche y a quien llamaba su madre en su correspondencia) entre la multitud, abandonó su puesto y se arrojó en brazos de la negra, quien lloraba de placer.

Pasadas las festividades de recibimiento, Bolívar se dedicó seguidamente a enterarse de la situación en todo el territorio nacional ocupándose de las siguientes actividades: - Organizar los diferentes ramos de la Administración del Departamento de Venezuela, restableciendo el antiguo impuesto de la alcabala. - Fijar los aranceles para la aduana. - Crear los consejos de guerra permanentes que debían juzgar a los desertores. - Establecer para la Universidad de Caracas estatutos y rentas. Simultáneamente en Bogotá se sucedían otras manifestaciones. El proceder del Libertador era objeto de toda clase de calificativos y censura, y a todo esto se sumaba el conocimiento 69


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y estudio de la Constitución Boliviana con presidente vitalicio y nombramiento de sucesor por parte de sus opositores. Esto era inaceptable en Colombia. El proyecto de confederación con Bolivia y Perú no tenía sentido. La crítica permanente sobre su conducta frente a Páez concediéndole la amnistía fue siempre vista como una actitud de parcialidad en contra del Congreso y del Gobierno de Bogotá. Los militares exaltados adeptos a Santander renuevan una y otra vez, públicamente, su juramento a la Carta de Cúcuta creando un ambiente general muy difícil de moderar. La oposición crecía y así mismo nacían medios de comunicación adversos a Bolívar: La Gaceta, El Conductor, El Granadino y otras publicaciones que ataques y calumnias contra el Libertador, orientados por Florentino González, Francisco Soto y Vicente Azuero. A todo esto se aunaba el derrocamiento del gobierno que Bolívar había instalado en el Perú mediante el Consejo de Regencia presidido por el Mariscal Andrés Santa Cruz, como consecuencia de la rebelión del ejército colombiano acantonado en Lima y capitaneado por el coronel José Bustamante, nacido en El Socorro, el 26 de enero. Apresando el general venezolano Jacinto Lara Meléndez, Jefe del ejército, circunstancia esta que aprovecha don Manuel Lorenzo Vidaurre, Presidente de la Corte Suprema de Justicia, quien convoca a un Cabildo que se reúne el día 27. Ese mismo día, se conocen dos Proclamas del Comandante General José Bustamante y el día 28, una Proclama del Mariscal Andrés Santa Cruz da cuenta de haber sido llamado para hacerse cargo provisionalmente del gobierno. Con estos acontecimientos se sellaba la era de Bolívar en el Perú y se convocaría a un Congreso Constituyente para dar una nueva Constitución y elegir Presidente de la República. 70


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Es imaginable, que el conocimiento de estos hechos, debieron colmar de inmensa tristeza al Libertador al ver cómo sin su presencia se iba frustrando poco a poco su sueño de unidad americana. Algunos tratadistas atribuyen esta sublevación a una soterrada orientación de Santander. Otros, a que los enemigos peruanos de Bolívar buscaban restablecer a los dirigentes peruanos en sus posiciones expulsando del país las fuerzas adictas al Libertador. Entre tanto, en Bogotá, la noticia y el conocimiento de la expulsión del general Lara y sus oficiales produjo reacciones encontradas, reacciones que fueron respaldadas por el vicepresidente con campanas al vuelo y manifestaciones de contento, interpretándolas como pérdida de autoridad y de apoyo a Bolívar por parte del ejército colombiano del sur y de respaldo a la Constitución de Cúcuta. Sobre el particular, desde Chuquisaca escribía el Gran Mariscal de Ayacucho al General Santander, lo que sigue, con fecha 10 de julio de 1827: Los aplausos que los papeles ministeriales de Bogotá dan a la conducta de Bustamante en Lima, muestran cuántos progresos hace el espíritu de partido. Ya estos elogiadores estarán humillados bajo el peso de su vergüenza, sabiendo que aquel mal colombiano no ha tenido ningún noble en sus procederes... La nota del Secretario de Guerra a Bustamante aprobando la insurrección, es el fallo de la muerte de Colombia. No más disciplina, no más tropas, no más defensores de la patria. A la gloria del ejército libertador va a suceder el brigandaje y la disolución. (O´Leary, Tomo I de Documentos).

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Todas estas razones producían en Bolívar indudablemente un quebranto emocional, que aunados al cansancio físico después del desgaste natural por la Gran Jornada desde Lima hasta Caracas, le llevaron para presentar una vez más, por cuarta vez, en esta ocasión desde Caracas, su renuncia de la Presidencia al Congreso de forma irrevocable.

5º. Congreso Colombiano En ausencia del Libertador, se instala en forma irregular el Quinto Congreso Colombiano el 2 de mayo de 1827 en la ciudad de Tunja, y continúan sus sesiones en Bogotá, el día 12. Después de arduos debates, en síntesis, estas fueron las principales conclusiones del Congreso: - La Ley 4 de junio de 1827: “Olvido a todos los sucesos políticos ocurridos desde el 27 de abril de 1826 en adelante, absolviendo a sus autores”. - No aceptar la renuncia del Libertador. (El resultado dela votación fue 50 contra 24). - No aceptar la renuncia del vicepresidente Santander. (El resultado fue 74 contra 24). - Determinar que el Poder Ejecutivo no pode hacer uso de sus facultades extraordinarias sin consentimiento del Congreso. 72


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- Restablecer el orden político al estado que tenía antes de la rebelión del general Páez. - Convocar a una Convención Nacional para reformar la Constitución, conformada por Diputados de las Provincias de Colombia, la cual debía reunirse en la ciudad de Ocaña el día 2 de marzo de 1828. Se expidió en consecuencia la Ley 7 de agosto de 1827. (Se reformaría la Carta expedida en Cúcuta en 1821, la cual sólo podía ser modificada legalmente, una vez transcurridos 10 años). - Instituir el Reglamento respectivo para la elección de Diputados. Se deduce del resultado de las votaciones, que tanto el Libertador como el vicepresidente, quienes habían sido reelegidos por la libre voluntad de los pueblos, debían continuar al frente de sus responsabilidades y de sus destinos, aún a costa de enormes sacrificios y diversos puntos de vista. La votación sobre la continuidad del Libertador era una muestra inequívoca del prestigio perdido entre la clase dirigente del país, así como la del vicepresidente que mostraba la favorabilidad a la administración ejecutiva presidida por él durante largos años. Las diferencias estaban marcadas. Ya no existía entre ellos la amistad de otros tiempos, pero ambos estaban conminados por la voluntad ciudadana a respetar las leyes y a trabajar con todo el entusiasmo por la unidad nacional. De regreso de Venezuela llega a Cartagena el 10 de julio en donde es recibido con muestras de reconocimiento y alegría 73


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popular. Los sinsabores por el conocimiento de lo que estaba sucediendo en Bogotá, colocándosele como un tirano, como un ambicioso, aún por parte desde la misma casa de gobierno, le maltratan, le acongojan. El 28 de julio sale de Cartagena despidiéndose con estas palabras: “Si Caracas me dio la vida, vosotros me disteis gloria; con vosotros empecé la libertad de Colombia”. Durante el recorrido hacia la Capital, Bolívar fue recibiendo información de lo que iba sucediéndose en Bogotá, de lo que se pretendía en Guayaquil buscándose ratificar legalmente la presencia del general La Mar, de la revolución que se preparaba para separar la antigua Nueva Granada de Colombia, y de la reducción del pie de fuerza por parte del Congreso, solicitado por el vicepresidente, a pesar de los desórdenes que se venían presentando en diversas partes del país. El Libertador toca el 20 de agosto en Ocaña y el 28 en Bucaramanga, y llega a Bogotá el 10 de septiembre dirigiéndose de inmediato a la iglesia de Santo Domingo en donde estaba reunido el Congreso; toma posesión de su cargo de Presidente y jura ante él defender y sostener la Carta de la República. El Congreso, en sesiones extraordinarias, aprueba lo ejecutado por el Libertador durante la dirección de Páez en su carácter de jefe superior, civil y militar en los departamentos del norte.Y, a comienzos de 1828, dice José Rafael Sañudo en sus Estudios sobre la vida de Bolívar: ... habían aparecido por los llanos de Caracas, algunas partidas de realistas; lo que dióle (al Libertador) coyuntura, 74


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para el 19 de febrero de 1828 declararse en uso de sus facultades extraordinarias.

La situación así lo exigía, y el 20 expide un decreto por medio del cual quedaban en estado de sitio los departamentos de Maturín, Venezuela, Orinoco y Zulia, decreto que más adelante (el 13 de marzo) se hizo extensivo a toda la República, quedando por fuera de esta determinación Ocaña, como que allí habría de reunirse la Gran Convención. El Libertador ante la situación que se presentaba en las provincias del norte, consideró necesario desplazarse hasta Venezuela, y en uso de las facultades extraordinarias que le concedía el artículo 128 de la Constitución, se declaró en ejercicio del Poder Ejecutivo en todo el territorio nacional. Y, como el general Santander asistiría a la Convención en su calidad de diputado estaba inhabilitado para ejercer sus funciones de vicepresidente. En virtud de tenerse que ausentar, para garantizar el control del orden público en todo el territorio, tomó todas las medidas pertinentes dejando además al Consejo de Ministros la responsabilidad de atender todas las situaciones que se fueren presentando. Al respecto, dice el general Posada Gutiérrez, que Bolívar antes de su viaje: ... expidió, como medida extraordinaria, un decreto prescribiendo los trámites y fórmulas según los cuales debían ser juzgados breve y sumariamente los reos de los delitos de traición y conspiración.

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Y Posada Gutiérrez continúa: Contra este decreto se levantó el grito porque era dictado por el Libertador; Santander tomaba medidas semejantes sin causar alarma; el doctor Azuero podía aconsejar otras peores, con aplauso. Esta ha sido siempre la doctrina del partido liberal: cuanto él haga, hasta llegar al crimen, es lícito y loable; lo que haga su adversario, aunque sea imprescindible y regular, es malo y exige ocurrir “al santo derecho de insurrección” con todas las terribles consecuencias que él arrastra. Y esto lo prueba la historia de todas las épocas, y más la horrible de los nunca vistos sucesos y hechos recientes.

La preocupante situación en la provincias del norte no daban mucha espera y el Libertador emprende su viaje saliendo de Bogotá el 16 de marzo. A mitad del camino, en Cúcuta, Bolívar recibe las buenas noticias de que los problemas en Venezuela han sido controlados por Páez y los oficiales bajo su dirección extirpando todo brote de insubordinación y rebeldía realista aprehendiendo y castigando a sus visibles cabezas. La respuesta del general Páez a las necesidades de la República fue eficaz y le dio tranquilidad al Libertador, quien tenía otros frentes de preocupación y que atender de forma simultánea.

Convención de Ocaña Como es bien sabido, la Gran Convención debía reunirse en la ciudad de Ocaña el 2 de marzo, pero por diferentes razones no asistieron oportunamente algunos diputados. En las elecciones, en el centro del país, los adeptos a Santander 76


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obtuvieron la mayoría igual que en otros lugares de la Nueva Granada. En tales circunstancias, los santanderistas, primeros en llegar a Ocaña, bajo la dirección de Francisco Soto, se organizaron en tal forma, que, incidieron en la calificación de las elecciones objetando la representación (credenciales) de algunos diputados bolivianos, quedando los partidarios del federalismo en franca mayoría frente a los bolivianos, quienes estaban por un gobierno fuerte y unitario. A todas estas, para moderar el ambiente previo a la iniciación de actividades de la Convención, en el norte de Colombia, propiamente en Cartagena, surge un incidente de poca monta que pudo tener consecuencias graves dado el caso de los protagonistas: el general Mariano Montilla, de origen venezolano y el general de la marina (almirante) José Padilla, granadino. Siempre existió entre ellos diferencias no resueltas oportunamente. Diferencias fáciles de auscultar, como el general Posada Gutiérrez bien lo expone: El general Montilla era blanco, el general Padilla era pardo. El general Montilla era boliviano, el general Padilla, por consiguiente, era santanderista... El general Montilla era ilustrado, el general Padilla era ignorante... Debían, pues, ser rivales, no habiendo de común entre ellos sino que ambos eran generales de división, antiguos y beneméritos servidores, y valientes como lo eran todos los colombianos de aquella época. Pero esto mismo hacía que el general Padilla pretendiera en Cartagena la supremacía de que gozaba el general Montilla, lo que era su sueño dorado, como lo ha sido de otros menos dignos que lo han logrado por medios más criminales.

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Bolívar, quien se encontraba en inmediaciones de Cúcuta y habiendo detenido su viaje a Venezuela ante la situación allí resuelta y conocidos los acontecimientos de Cartagena entre los generales Montilla y Padilla, para resolver lo más conveniente en cada caso, cundo ello fuere necesario, determinó quedarse en un punto equidistante fijando Bucaramanga como el más adecuado. El haber fijado su residencia temporal en Bucaramanga no fue bien visto por sus enemigos quienes conceptuaron que esto era intencional para influir en el desarrollo de la convención estando cerca de Ocaña. El Libertador había escrito al Intendente de Venezuela el 1º. de abril desde Bucaramanga: ... el favorable estado de Venezuela y el último acontecimiento de Cartagena, me ha obligado a detenerme aquí (Bucaramanga) diez o doce días, para que los mismos acontecimientos me indiquen la ruta que debo tomar: si Ocaña, Cúcuta o Bogotá.

Comenta Posada Gutiérrez sobre el particular: Queda, pues, probado, de la manera más concluyente, cuanto he dicho sobre el objeto del viaje de Bolívar y de los motivos de su suspensión, y de su detención en Bucaramanga. Y probado esto, queda probado que los que han supuesto otra cosa, y aún lo suponen, fueron y son calumniadores.

La situación del momento era bien confusa y el gran sueño de Bolívar por una patria grande, se diluía irremisiblemente. Esto lo martirizaba, sin vislumbrar en lo más mínimo todo lo que estaba por venir. 78


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Después de un mes largo de retraso, el 9 de abril, con solamente 64 diputados de los 108 electos en todo el territorio de la República, se instala la Convención en el templo de San Francisco de la ciudad de Ocaña de acuerdo con lo ordenado en la Ley 7 de agosto de 1827, pequeña ciudad con cerca de 2.500 habitantes en ese entonces, con el único objeto de reformar la Constitución de 1821 expedida en Cúcuta, la cual se desarrolla dentro de los mismos lineamientos de lo que fue el Congreso de Angostura (febrero de 1819). En un ambiente de esta naturaleza afloran de nuevo, en forma abierta, las diferencias entre centralistas (bolivianos) y federalistas (santanderistas), situación que se agudiza, pues Santander renuncia a sus funciones de vicepresidente y asiste en consecuencia en su calidad de diputado; en cambio, a Bolívar, siendo el Presidente no se le permite su participación. Con dos fuerzas opuestas se inicia la Gran Convención. Santander, de un lado lidera el partido que enarbola con vehemencia las ideas federalistas y José María del Castillo y Rada encabeza a los bolivianos, identificados como el parido centralista. Y en ardua confrontación, la elección favorece al doctor del Castillo como Presidente y como Vicepresidente es elegido el diputado por Caracas, doctor Andrés Navarte. Como Secretario fue seleccionado el irreductible santanderista Luis Vargas Tejada. Así las cosas, la Convención quedó dividida en dos bandos extremadamente antagónicos. El de Bolívar, centralista y partidario de un ejecutivo fuerte, y el de Santander, sus opositores radicales, que buscaban debilitar el ejecutivo mediante 79


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toda clase de argucias. Bolívar, en su condición de LibertadorPresidente, presenta a la Convención un mensaje conciliador que suponía un cambio de régimen, un presidencial sólido con un gobierno firme, poderoso y justo. Como de esperar, Santander y sus adictos, los federalistas, asumieron una posición beligerante, ya que sus planes eran bien diferentes. El ambiente que se vivía en el seno de la Convención era muy difícil. Al respecto los historiadores Baralt y Díaz comentan: Con opiniones y principios tan opuestos era imposible que estos dos partidos se acordasen entre sí del modo íntimo y franco que exige el deliberar en los arduos y delicados negocios de interés público. Así fue que el cuerpo, objeto de tantos anhelos, se vio convertido en un campo de batalla, en donde cada uno, ya que no lograse el triunfo de su causa, se contentaba con frustrar del suyo a los contrarios.

Conviene anotar aquí, que una comisión cuya cabeza visible era el doctor Vicente Azuero, fue encargada de redactar un proyecto de constitución, y otra comisión, presidida por el doctor José María del Castillo y Rada, igualmente fue encargada de elaborar otro proyecto. La presentación y el estudio de cada proyecto constituyeron la más encarnizada discusión, sin que ello condujera a parte alguna. Loa rechazos de lado y lado suscitaron toda suerte de insultos y de agravios. Al respecto, el general Joaquín Posada Gutiérrez dice: La discusión se agrió hasta llegar al ultraje... Los diputados bolivianos eran insultados: todas sus indicaciones se imputaban a malos motivos; se les ridiculizaba cuando llamaban en apoyo de sus doctrinas la opinión general de los

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colombianos...; el general Santander con el tono imperioso que el hábito del mando le había hecho contraer, les gritaba en términos que llegó a intimidarlos.

Viéndose, oprimidos, y que se les negaba en la discusión lo que tenían de derecho como diputados, ya con infracción voluntaria del reglamento, ya con intrigas, ya con arterías..., manifestaron haber resuelto separarse de la Convención y regresar a sus domicilios, para dar cuenta a sus comitentes de los motivos que los obligaban a dar un paso de tamaña trascendencia. Bolívar, que permanecía en Bucaramanga, al conocer la real situación que se vivía en Ocaña y previendo que este era el comienzo del fin de su gran sueño, no dudó en preparar su retiro definitivo. Sus seguidores quisieron llevarlo a la Convención buscando con su presencia algún acercamiento y posible reconciliación con Santander. Esta tentativa no tuvo acogida, habiéndose frustrado lo deseado. Los diputados bolivianos al sentirse oprimidos y ultrajados y oprimidos decidieron finalmente retirarse de la Convención. Fue así cómo el 10 de julio, dos meses después de iniciadas las deliberaciones de la Convención, 21 diputados tomaron la decisión de separarse, y como era de esperarse, el santanderismo reinante, culpó al Libertador de tal acontecimiento, declarando que su influencia en esta determinación había sido determinante. Con este hecho, definitivamente, se protocolizó la disolución de la Convención de Ocaña y se inició la desintegración de la Gran Colombia. 81


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Triste fin, el de la Convención de Ocaña que no fue otra cosa que una confrontación entre las ideas de los generales Bolívar y Santander, expresadas básicamente en proyectos sobre temas tan polémicos como centralismo y federalismo. Su objetivo principal era el de cambiar sustancialmente la Constitución de Cúcuta, la cual no se podía reformar antes de diez años. La consecuencia inmediata fue la de dejar a la República sin jefe de gobierno, completamente acéfala. El clima era propicio para la desmembración definitiva de los países que conformaban la Gran Colombia, como en realidad a la postre, así aconteció: Si es bien cierto que fue durante el desarrollo de la Gran Convención en donde quedó en firme el final de la amistad entre los dos grandes hombres, conviene retrocer en el tiempo un poco más de un año, para conocer cuando ésta realmente se rompió en definitiva. Bolívar, dedicó siempre al culto de la amistad con Santander la más absoluta devoción, con una sencillez y sinceridad propia de un grande hombre, como lo demostró en todas las acciones de su preclara vida. Debe recordarse cuando decía: “El general Bolívar y el general Santander se conocieron en el campo de batalla, y unidos emprendieron desde entonces todos los trabajos militares y de inteligencia en bien de la Patria. Casanare, Cartagena, Bogotá, y luego la campaña de Nueva Granada en el 1819, y más adelante Boyacá, y entonces la libertad ondeaba por toda la República, gracias a la acción mancomunada de estos dos titanes. Podría hasta pensarse que Bolívar solo no hubiera alcanzado su obra libertadora. Y así lo pensó y lo manifestó a los cuatro vientos. Eran, a no dudarlo, íntimos amigos, que caminaban en la misma dirección con los mismos objetivos. El reconocimiento del Libertador hacia su amigo, lo divulgó en infinitas ocasiones”. En 1825, desde Lima, no fue corto en palabras

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cuando le decía: “... cuanto más considero el gobierno de Usted, más me confirmo en la idea de que Usted es el héroe de la administración americana. Es un prodigio... este gigante es Usted”. Luego, volvería a decirle con emoción y convencimiento: “Nadie lo quiere, nadie lo aplaude más que yo por sentimiento y por raciocinio”. Pero con el correr de los días, en escasos dos años, fueron muchas las circunstancias que llevaron a un mal final a esta amistad que pareciera interminable. Y este final, tendría consecuencias políticas e institucionales catastróficas para la República e infinitos dolores y padecimientos para el Libertador. Bien se nota su corazón estrujado cuando escribe desde Caracas el general Urdaneta el 14 de Febrero de 1827: “Santander es un pérfido, según se ve por la carta que ha escrito a Usted, y yo no puedo seguir más con él”. Y el 16 del mismo mes dice el Libertador al general Soublette: “Ya no pudiendo soportar más la pérfida ingratitud de Santander, le he escrito hoy que no me escriba más porque no quiero responderle ni darle el título de amigo. Ingrato mil veces!!!” Sabemos que en estos momentos el Libertador era el Presidente y el general Santander el Vicepresidente, y que los diversos sucesos previos a esta determinación de Bolívar se presentaron una vez regresó del Perú.

Bolívar Dictador Bolívar por su parte, igualmente desconcertado y adolorido sale de Bucaramanga con destino Bogotá el día 9 llegando al Socorro el 11. Mientras tanto en Bogotá, sus amigos adelantándose y previendo acontecimientos como consecuencia lógica de la falta de autoridad en el país, dirigidos por el Intendente Gobernador de Cundinamarca, general Pedro 83


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Alcántara Herrán, expidió una proclama con fecha 13 de junio de 1828, en la cual enumera los grandes peligros que enfrenta la República en el momento y después del fracaso de la Gran Convención, y convoca a toda la comunidad capitalina a una junta popular para deliberar sobre lo que más convenga de acuerdo con las circunstancias, para ese mismo día a las dos de la tarde en la sede de la Secretaría de Hacienda de Bogotá. Como consecuencia de dicha reunión se elaboró la respectiva acta, la cual se resume en los siguientes, según el general Posada Gutiérrez: 1º. - Acordar como protesta no obedecer los actos que emanaran de la Convención de Ocaña; 2º.- Revocar los poderes conferidos a los diputados electos por la Provincia de Bogotá; y 3º.- Que el Libertador Presidente se encargara del mando supremo de la República con plenitud de facultades en todos los ramos. Seguidamente el general Pedro Alcántara Herrán, ese mismo día en la tarde, sometió dicha Acta a estudio y consideración del Consejo de Ministros, la cual fue aprobada por lo mismo adicionando al final el siguiente razonamiento: El consejo, al emitir su opinión, ha tenido presente la gravedad e importancia de la materia, y aunque sin tener órdenes ni instrucciones del Poder Ejecutivo, para un caso tan inesperado e imprevisto, no ha dudado de tomar sobre sí la responsabilidad de aprobar el acta de esta capital. Los motivos que han influido en el consejo para adoptar 84


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semejante resolución, han sido los más puros y han emanado principalmente del íntimo convencimiento en que se hallan sus miembros, de que no hay otro remedio capaz de salvar la patria sino el de constituir un Gobierno fuerte y enérgico, ejercido por Su Excelencia el Libertador. Los miembros del consejo esperan que su resolución, aunque de tamaña trascendencia, no será desaprobada por el Libertador, o que por lo menos merecerá su indulgencia.

Recordemos que el Libertador había salido de Bucaramanga el día 9 de junio, por supuesto antes de la disolución de la Convención, y dos días después, había llegado al Socorro. Fue precisamente aquí en donde recibe la noticia de su disolución y también la nota con el Acta de la Junta Popular celebrada en Bogotá el 13 de junio, debidamente aprobada por el Consejo de Ministros. Es bueno comentar que dicha Acta fue acogida en el resto del país siendo respaldada por todos los pueblos de la República.Y, del Socorro, aceptando el Libertador el mando que le ofrecía la voluntad del pueblo, en comentarios que escribía el 16 de junio, decía que esta determinación no era acertada, que por el contrario, la encontraba perjudicial en sumo grado para el país. Pero clausurada la Convención, el Libertador consideró que no era posible seguir gobernando de acuerdo con la Constitución de Cúcuta por circunstancias de gravedad notoria y de procedimiento antagónico con las ideas expuestas y defendidas por sus partidarios en la Convención. Y, no quedando otra alternativa, aceptando en un todo el contenido el Acta del 13 de junio, optó por el camino de la dictadura, como lo anunció a todos los colombianos en la Proclama de 27 de agosto de 1828, la que finaliza de esta manera: 85


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... Yo en fin, no retendré la autoridad suprema sino hasta el día que me mandéis devolverla, y si antes no disponéis otra cosa, convocaré dentro de un año la representación legal. Colombianos! No os diré nada de libertad, porque si cumplo mis promesas, seréis más que libres, seréis respetados; además, bajo la dictadura ¿quién puede hablar de libertad? ¡Compadezcámonos mutuamente del pueblo que obedece y del hombre que manda solo!

El 24 de junio el Libertador hizo su entrada a Bogotá en medio de una manifestación popular sin precedentes, bajo arcos triunfales de flores y en medio de toda clase de aclamaciones y júbilo ciudadano. De inmediato, después de los discursos de rigor en el acto político, dirigidos al Consejo de Gobierno, a la Corte Superior de Justicia, al Intendente del Departamento, al Jefe Político del Cantón, al Comandante del Departamento y al Rector de la Universidad, se encargó del gobierno supremo con la plenitud de poderes, quedando de esta manera suspendido el régimen constitucional. Los adeptos a Bolívar actuaron muy rápido antes y después del resultado de la Gran Convención; además, la presencia del Libertador en Bogotá fue muy oportuna para controlar brotes de anarquía que fueran a desembocar en una guerra civil. Sin vigencia ya la Constitución de 1821, el 27 del mismo mes, en virtud del vacío constitucional que empezaba a vivir la República, se dio a conocer, mediante alocución, el Decreto Orgánico que le permitía al Libertador Presidente gobernar con poderes omnímodos, instrumento que debía servir como ley constitucional hasta que una nueva convención constituyente 86


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expidiera una nueva constitución en 1830, y que mientras tanto, como una constitución de emergencia, le iba indiscutiblemente a limitar en el ejercicio de sus poderes. Todos estos acontecimientos debieron coger por sorpresa a muchos de los santanderistas quienes no reaccionaron de inmediato. Solamente, después de la llegada de Santander empezaron a organizarse, quedando a la expectativa de los actos del nuevo gobierno, en el ánimo de restablecer el gobierno constitucional destruyendo el gobierno dictatorial. Y, uno de los primeros actos, de los más controvertidos, fue el de suprimir la vicepresidencia, enviando a Santander como Embajador o Ministro Plenipotenciario ante el gobierno de los Estados Unidos, quien acepto, llevando como secretario de la Misión a don Luis Vargas Tejada, con la aquiescencia del Libertador. Fueron como esta, varias las disposiciones de la dictadura, unas aceptadas y otras, por supuesto, rechazadas por la oposición, aunque todas fueron dictadas conservando las garantías constitucionales. La aceptación general inicial, la calma y la tranquilidad logradas con las medidas adoptadas por el gobierno fueron cediendo terreno, y en poco tiempo el ambiente se torna hostil para el Libertador. La voluntad general, influenciada por la oligarquía está ya en su contra hasta el punto de hacerlo decir: No saben cuan desgraciado me siento al hacer este papel de dictador que la salud de mi patria me obliga a asumir. Sentimientos muy hondos de ingratitud y desengaño sacudían ya las fibras más internas del aguerrido general. No era para menos. La situación del momento de este año de 1828, 87


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era bien complicada, extremadamente difícil, y su gran sueño por una patria grande, amable, en donde reinara un régimen político fuerte y estable que garantizara la estabilidad política y el orden social y asegurara igualmente la libertad y la igualdad como fundamentos básicos de los derechos humanos, se diluía irremediablemente.

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CAPITUL O APITULO TER CER O TERCER CERO

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TRAGEDIA DE UNA VIDA GRANDIOSA

Hay un momento en la vida de los hombres en el que todo se viene al suelo, en el que todo se derrumba y, a veces, sin darse cuenta de cuándo empieza todo. En otras, se es consciente de la tragedia y se tiene que seguir luchando contra ella hasta el final de los días. Los hechos se suceden uno tras otro, y se va rompiendo el equilibrio y comienza todo a desmoronarse, y claro, sobreviene la zozobra, la desazón, y es cuando se empiezan a cometer errores, y Bolívar, con todo, no estuvo exento de estos embates del destino. Son incontables los acontecimientos, que desde muy temprano fueron taladrando el corazón de Bolívar. Siendo aún muy niño Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar, cuando apenas contaba tres años, fallece su padre el coronel Juan Vicente Bolívar, el 19 de enero de 1786, y muere su madre, doña María Concepción Palacios y Blanco, el 6 de julio de 1792, cuando cumplía los nueve años. Es de suponer el tremendo dolor de ausencia que invadía al pequeño Simón, carente a tan temprana edad de todo aquello que ofrece un 91


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hogar cristiano de afecto y ternura, de dirección y disciplina para los hijos pequeños cuando ya faltan sus padres. A la muerte de su madre, Simón, niño de nueve años, va a vivir con su abuelo materno, don Feliciano Palacios, su tutor, quien fallece tiempo después, quedando entonces bajo la protección de su tío don Carlos Palacios, quien decide que el joven debe prepararse para la vida y le envía a España para continuar allí sus estudios. Después de ires y venires en España, en la casa del Marqués de Ustáriz, ilustre caraqueño quien fue su amigo y protector, hombre culto, rico, instruido e influyente, conoce a una joven distinguida, bellísima y delicada, doña María Teresa Rodríguez del Toro, huérfana también de madre, de 19 años, dos años mayor que él, con quien quiso casarse pronto, pero con sólo 17 años tuvo la natural oposición. Pasado un tiempo, después de algunos viajes por Europa, aproximadamente durante un año, y ya con el consentimiento de la familia, regresa a Madrid en donde contrae matrimonio el 26 de mayo de 1802. Llega la feliz pareja al puerto de la Guaira el 12 de julio de 1802 y después de permanecer algunos días en Caracas, Simón decide trasladarse y radicarse en su hacienda de San Mateo y atender los negocios familiares propios de su nuevo estado. Parece que durante el viaje hacia la hacienda, un mosquito hizo a doña María Teresa víctima del virus de la etiología, conocido como Fiebre Amarilla, o de otro igualmente mortal, portador 92


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del hemoparásito de la enfermedad llamada Malaria. Infortunadamente, el 22 de enero de 1803, 241 días después de haber contraído matrimonio, fallece, dejando a Simón sumido en la más profunda desolación, tomando como consecuencia la decisión de jamás volverse a casar, la que cumplió cabalmente. Don Simón Rodríguez, su amigo y maestro, bien describe al Bolívar en ese momento crucial de su vida: Quedó viudo cuando tenía veinte años, y parecía que ya hubiera vivido lo que la vida le ofrece a los mortales: riqueza y pobreza, amor y odio, gozo y sufrimiento.

Después de este tercer golpe del destino, agobiado y triste, viaja de nuevo a Europa. Después de visitar al padre de María Teresa en Madrid, pasa a Francia y asiste a la coronación de Napoleón en medio de la mayor decepción por su espíritu democrático. Vive una vida de estudio y sociedad un poco desordenada. Conoce a Bonpland y al Barón Humbolt. Recorre buena parte de Europa en compañía de su maestro Simón Rodríguez y en Roma, en el Monte Sacro, jura no dar reposo a su brazo hasta lograr la independencia de su patria del dominio español. De allí, Bolívar se dirige a Londres, París, Holanda, Alemania. De regreso a Venezuela, visita algunas ciudades importantes de Norte América, llegando solo a Caracas con alguna buena cantidad de libros, para seguir luego a San Mateo con la intención de dedicarse ahora sí a la agricultura y la administración de todas las propiedades familiares. Allí, sin descuidar sus actividades 93


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agropecuarias, lee asiduamente y va sembrando entonces, discretamente, sus ideas libertarias y democráticas. Se aprovecha entonces del fervor revolucionario que se vive ya en toda América, y el 19 de abril de 1810, estalla la revolución en Venezuela, a la cual se une Bolívar, habiendo sido nombrado por la Junta Revolucionaria para viajar en misión diplomática a Inglaterra. Regresa de nuevo a Venezuela en compañía del ilustre militar venezolano, el general Francisco Miranda, en diciembre de 1810, quien es encargado por el Congreso como Jefe de las Tropas, y nombra igualmente a Bolívar como su asistente. El 2 de marzo de 1811 la Junta Revolucionaria reúne el Primer Congreso para organizar el país, con la intervención de Miranda y Bolívar, y el día 5 de julio de 1811, el Congreso Soberano declara la libertad absoluta de Venezuela. Comienza aquí, entonces, la vida militar y guerrera de Bolívar, después del famoso terremoto en Venezuela, con el grado de Coronel. Con la declaratoria de independencia no se dejó esperar la reacción de los españoles, quienes al mando del Comandante Domingo Monteverde iniciaron la avanzada contra los patriotas, y el 5 de julio de 1812, el Castillo de Puerto Cabello, cuya defensa había sido encomendada al Coronel Bolívar, cae en poder de los españoles y de los sublevados como consecuencia de la traición del Teniente venezolano Francisco Fernández Vinoni. Con esta derrota y la toma de Caracas, tenemos el primer fracaso militar de Bolívar, fruto igualmente de la primera traición 94


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de la que había sido objeto, que finalmente tuvo como resultado la caída de la primera República de Venezuela. Con esta derrota, y herido en su amor propio, inaugura el Coronel Bolívar su vida militar por la causa de la libertad de su patria, la que afronta con entereza y energía sobreponiéndose y sacando fuerzas de su propia convicción para continuar adelante en la difícil tarea de cumplir con su juramento. Desalentado por los resultados, el general Miranda decide capitular y el 31 de julio sus mismos compatriotas, indignados, le apresan en la Guaira y lo entregan al enemigo, quienes le envían a España en donde muere en la cárcel de la Carraca, en el puerto sureño de Cádiz, el 14 de julio de 1816. Cabe anotar, que Bolívar nunca estuvo de acuerdo con la capitulación del Precursor Miranda, pero es indudable que al conocer de su muerte, a pesar de ciertas diferencias y encuentros con él en la última etapa de su vida guerrera, debió acongojarse en grado sumo, pues siempre le admiró y respetó por su trayectoria, como el más grande hijo de Venezuela hasta ese momento. El Libertador, con la ayuda de Francisco Iturbe, logra un pasaporte concedido por Monteverde y sale desde La Guaira hacia el destierro, rumbo a Curazao, en donde después de muchas peripecias y vendiendo algunos de sus haberes, compra un pequeño barco en el que llega a Cartagena el 14 de noviembre de 1812. 95


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Su llegada a territorio de la Nueva Granada marca el comienzo de la reconquista de su patria Venezuela, con cuatro maravillosos documentos que salen de su pluma que muestra ya madurez y serenidad en el tratamiento de cada tema y una meta muy definida; siendo el más importante y conocido como el Manifiesto de Cartagena: Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un Caraqueño, en el cual dice sin ambages, que la Nueva Granada, para salvarse a sí misma, necesitaba primero salvar a Venezuela a cuya suerte estaba unida. Y así mismo expone, en su arranque ideológico, la necesidad de instaurar un tipo de gobierno Centralista, por considerar que un sistema federal sería complicado y débil, para conservar el orden social en época difíciles. Todo el planteamiento expuesto para la reconquista de su patria encuentra el apoyo del Precursor Antonio Nariño, presidente de Cundinamarca y el de Camilo Torres, presidente del Congreso de Tunja. Consecuente con esto, don Manuel Rodríguez Torices, gobernador de Cartagena, lo nombra el 1º. de diciembre para ocupar y guardar el puesto de Barranca (Calamar), al lado izquierdo del río Magdalena. Y, actuando por su propia cuenta, y desatendiendo la impuesta disciplina militar con la aceptación posterior de Rodríguez Torices, inicia diversos ataques estratégicos en El Banco, Mompós, Tenerife, Tamalameque y ocupa Ocaña, venciendo al coronel Ramón Correa el 14 de febrero de 1813, y toma a la ciudad de Cúcuta el 28. En virtud de esta actitud, el Congreso de la Nueva Granada lo asciende a 96


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General y lo declara Ciudadano de la Nueva Granada, recibiendo además la autorización para continuar su campaña hacia Venezuela y algunos auxilios; siguiendo hacia Caracas por San Cristóbal, toma a Mérida, y en Trujillo lanza su famoso Decreto de Guerra a Muerte, ocupa Barinas y Valencia, y llega a Caracas el 7 de agosto de 1813, en medio del júbilo de todos los habitantes, después de haber librado en escasos tres meses seis batallas y obtenido contundentes triunfos. Esto mereció que el célebre escritor argentino, Bartolomé Mitre escribiera: Nunca con menos se hizo más en tan vasto espacio y en tan breve tiempo. Bien se dice que unas son de cal y otras son de arena, y tal vez para reconciliarse con su suerte anterior, libre Caracas, decide reconquistar Puerto Cabello después de un año de haberlo perdido, ahora en poder de Monteverde, y a corta distancia del Puerto, se libra la batalla de Bárbula en la que Bolívar derrota al adversario el 30 de septiembre de 1813, pero pierde al coronel Atanasio Girardot; al recibir un balazo en la frente, Bolívar ordena llevar su corazón en una urna hasta la capital, como el Héroe de Bárbula y el primer héroe de la patria. Duro golpe este para Bolívar, la pérdida de tan pundonoroso oficial, quien al lado de otros no menos gallardos soldados granadinos estaban luchando por la libertad de Venezuela, como Hermógenes Maza, Francisco de Paula Vélez, Antonio Ricaurte, Joaquín París y otros valientes guerreros, con quienes llega Bolívar después de Bárbula a Caracas, la que le brinda la más calurosa bienvenida y en donde la comunidad le llama “Padre de la Patria” y el Cabildo lo nombra “Capitán General de los Ejércitos de Venezuela” y le da el nombre de “Libertador”, 97


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quien a la edad de 30 años, ostenta el más bello y noble título con el que pueda designársele, refrendado por todos los pueblos de la tierra desde entonces hasta hoy día, siempre con todos los honores. Vienen batallas, una tras otra, Las Trincheras, en donde derrota a Monteverde, Barquisimeto, Vigirina y Araure, regresa a Caracas y la Asamblea Popular lo nombra Presidente con todos los poderes para que pueda organizar el país de acuerdo a sus necesidades. Y, haciendo uso de sus omnímodas facultades hace fusilar a todos los prisioneros de Caracas. Nuevo triunfo de los patriotas en La Victoria, y el 25 de marzo de 1814, Bolívar se enfrenta al despiadado y sanguinario José Tomás Boves en la hacienda de San Mateo en una de las más duras batallas, en la que se llena de gloria el capitán Antonio Ricaurte, al hacer explotar la pólvora de los patriotas que se encontraba en la casa cuya custodia le había sido encomendada, después de ordenar a todos sus soldados evacuar el lugar que ya había sido ocupado por los realistas, quienes huyen despavoridos. Otro gran dolor experimenta el Libertador con la muerte de este nuevo héroe colombiano, que ofrenda su vida por la libertad de Venezuela. Pero llega la derrota. Esta se sucede en La Puerta, y aun así, vencido, se dirige a Caracas sabiendo que esta se encuentra amenazada por Boves y Rosete, para dirigir la evacuación de la capital, triste y lamentable, conocida como la Emigración del año 14, siendo derrotado una vez más en la batalla de Aragua el 17 de agosto de 1814. 98


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Afligido y derrotado, pero no vencido, se dirige de nuevo a Cartagena, arribando al puerto colombiano el 25 de septiembre de 1814, y luego se encamina a Tunja, sitio de reunión del Congreso. En Pamplona se le une el brigadier general venezolano Rafael Urdaneta. Apesadumbrado hace presencia en Tunja en donde es recibido con todo el respeto y consideración por el Gobierno y por el Presidente del Congreso, don Camilo Torres, ante quienes expone lo que fue su campaña, pidiendo que fueran examinados y juzgados todos sus actos, y obtiene todo el respaldo y apoyo para continuar en la lucha. El Congreso asciende a Bolívar al grado de Capitán General de los Ejércitos de la Nueva Granada y le pide seguir a Santafé para someter al dictador de Cundinamarca Manuel de Bernardo Álvarez, quien no aceptó formar parte de los Estados Federales; lo cual se logra en escasos tres días, entrando y tomando a Bogotá el 12 de diciembre de 1814, aunque el Libertador no estuviera de acuerdo con el federalismo, como que siempre fue partidario del centralismo. Ingresa Cundinamarca a la Federación, y el Congreso y el Gobierno Federal, que venían operando y despachando desde Tunja, se trasladaron a Bogotá el 23 de enero de 1815. Obedeciendo órdenes del Congreso, y ante la inminencia de ataques realistas en varios sitios de la Nueva Granada, viaja a la costa norte para liberar a Santa Marta, pero el general Manuel del Castillo y Rada jefe de las fuerzas en Cartagena no le dio la 99


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ayuda requerida y necesaria, precipitando así el abandono de Bolívar de la gestión ante la invasión de Morillo. Luego se embarca con algunos compañeros oficiales con destino a Jamaica el 8 de mayo de 1815. Nuevamente Bolívar en el exilio. Inmenso dolor le causa el tener que abandonar el país y verse solo en su lucha por su independencia y su libertad. En Jamaica despliega una intensa actividad buscando apoyo por todas partes. Y, justamente allí, fruto de sus soledades, de un estudio sereno y un análisis maduro de la situación, el 6 de septiembre de 1815 escribe La Carta de Jamaica, uno de los documentos políticos y sociales más importantes en su momento histórico, cuyos planteamientos, a pesar de los años, siguen aún vigentes. Ella nos muestra un Bolívar netamente anticolonial, convencido de una auténtica identidad latinoamericana que obligaba a pensar en diseños constitucionales propios para estas tierras y a conformar en consecuencia una fuerte integración entre ellas. Envuelto en sus sueños independistas, no ceja un instante en su lucha por alcanzarlos; los ve cercanos; no hay tiempo para el descanso. Bien sabe que sus enemigos, conocedores de su indomable coraje siempre están alerta esperando el momento oportuno para despejar el camino. Y, un nuevo intento de asesinarlo se sucede el 10 de diciembre de 1815. Conocido como el negro Pío, quien fuera esclavo suyo, habiendo sido sobornado, ingresa a la habitación del Libertador y apuñala en su hamaca a José Félix Amestoy, amigo de Bolívar y Oficial miembro de su Guardia de Honor, quien allí se había quedado 100


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a dormir aquella noche. El asesino es ahorcado en la Plaza Pública de Kingston el 23 de ese mismo mes. De regreso a Cartagena, en alta mar, los tripulantes de un buque corsario le informan que Cartagena había sido tomada por Morillo, torciendo en consecuencia su rumbo hacia Haití, y llega a Puerto Príncipe el 31 de diciembre de 1815. Allí, es recibido con entusiasmo por Alejandro Petión, su presidente, quien le presta apoyo a cambio de que diera libertad a los esclavos. Y, después de su Expedición de los Cayos, nombra a Luis Brión Almirante; bordea las pequeñas Antillas y llega a la Isla de Margarita el 3 de mayo de 1816 en donde le espera Juan Bautista Arismendi y seguidamente toma a Carúpano. Proclama por tercera vez la República y cumple su promesa a Petión decretando la libertad absoluta de los esclavos. Dificultades por problemas surgidos internamente entre sus oficiales, por avaricia desmedida y comprobada envidia, le obligan regresar a Haití, en donde de nuevo su amigo el Presidente Petión le brinda ayuda. Sus amigos, desde Margarita le solicitan regresar, llegando nuevamente a la Isla el 28 de diciembre del mismo año. Entra a Venezuela por Barcelona y establece su sede o cuartel general en Angostura, el 17 de julio de 1817, sitio estratégico en todos los órdenes, y desde allí integra y organiza el gobierno e implanta los poderes públicos, garantizando con ello el imperio de la ley y la justicia. Desde Angostura empieza luego a dirigir su campaña. Entre tanto, Morillo, después de dejar pacificada toda la Nueva Granada, se dirige a Venezuela saliendo de Santafé el 16 101


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de noviembre de 1816, pues Bolívar ya daba su lucha por la independencia en su país, en donde Santander, Córdova y otros oficiales granadinos, que habían huido por Casanare, ya estaban luchando al lado de Bolívar. Un alto oficial, el general Manuel Carlos Piar, quien se opuso siempre a la autoridad de Bolívar y ajustarse a sus órdenes, fue sometido a juicio y condenado por un Consejo de Guerra, y fusilado el 16 de octubre de 1817, frenándose en esta forma todo tipo de sediciones y ocasionándole a Bolívar, como el mismo lo expresó, inmenso dolor en su corazón. Poco a poco los indisciplinados oficiales del ejército patriota fueron declinando sus ambiciones, y sometidos a las órdenes del Libertador, libraron batallas a su lado contra Morillo, en Guayana, el Centro y Apure, en algunas con resultados positivos. Los designios divinos estaban trazados. Muchas veces Bolívar estuvo en peligro de muerte, saliendo ileso en todos. Tales, en el Rincón de los Toros (16 de abril de 1816); en Casacoima (22 de agosto de 1816); en Quiamare, lugar cerca a Barcelona, Venezuela, (23 de marzo de 1827); en la Fiesta de Máscaras en el Teatro Coliseo (10 de agosto de 1828). Y llega la Legión Británica, entre quienes se cuentan Daniel Florencio O´Leary, Jaime Rook, Belford Wilson, Gustavo Hippsley y otros destacados oficiales. Varias fueron las batallas que el ejército patriota tuvo que librar con los uniformados de Morillo, alternándose triunfos con derrotas a partir de este momento. El 31 de enero de 102


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1818, Bolívar y Páez se conocen en Payara, en un lugar conocido como Cañafístolo, y de común acuerdo, unidas sus fuerzas, triunfan contra Morillo en Calabozo, a orillas del Guárico, primer encuentro con el Pacificador, el 12 de febrero de 1818. Y, en su deseo de avanzar día a día, decreta la libre navegación por el Río Orinoco, anuncia la libertad de los granadinos, unifica el sistema monetario, funda el Correo del Orinoco entregando su dirección a Francisco Antonio Zea. Designa a Francisco de Paula Santander como Comandante de las Tropas en Casanare, para ir preparando desde ese momento la campaña de la Nueva Granada, y convoca el Congreso de Angostura, que se reúne el 15 de febrero de 1819, durante el cual pronuncia su famoso Discurso de Angostura, en el cual sintetiza su pensamiento político. Es elegido Presidente de la República y Francisco Antonio Zea Vicepresidente. Como Jefe militar ratificado por el Congreso, se dirige por el Orinoco hasta las riberas del Apure y Arauca. El 20 de mayo de 1819 establece su centro de operaciones en Mantecal. Desde allí y con el concierto de José Antonio Páez, obtiene el éxito en las Queseras del Medio y empieza a preparar su camino hacia la Nueva Granada, iniciándose la Campaña Libertadora. Convoca entonces, un una pequeña localidad conocida como la Aldea de Setenta, a su cuerpo de oficiales el 23 de mayo de 1819, a quienes expone el plan de su campaña, que no era otro que el de cruzar los llanos orientales, sobrepasar la cordillera oriental, conocedores de las tremendas dificultades climáticas y la irregular topografía y tomar por sorpresa a los realistas de la Nueva Granada. Todo se inicia el 26 de Mayo saliendo de Mantecal en medio de torrenciales aguaceros. Pasan el río Arauca el 4 de junio y llegan a Tame el 11 en donde se encuentran con Santander y el 22 entran a Pore. 103


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El ascenso a los Andes es indescriptible por el sufrimiento sin fin para todos los integrantes del ejército, en el cual muchos perecieron por las inclemencias del tiempo y el escarpado camino, cuyos desfiladeros constituían un peligro constante. El frío, la fatiga y la lluvia constante no fueron impedimento para continuar adelante. Bolívar, no mostró un solo instante desaliento alguno. Todo lo contario, mediante una hermosa proclama en Paya, anuncia a los granadinos que un ejército venezolano con participación de soldados extranjeros y colombianos, Santander, entre otros, marchan decididos a libertarlos, después de derrotar a tropas realistas el 27 de junio en Paya, a pesar de las adversas circunstancias. Y así, después de varios encuentros menores con los adversarios, el 25 de julio de 1819, se libra una verdadera batalla, la Batalla del Pantano de Vargas, en donde fue definitiva la intervención de Juan José Rondón, llanero de 29 años, quien al mando de catorce lanceros y ante el pedido de Bolívar: Coronel, salve usted la Patria, dieron buena cuenta del adversario a las órdenes de Barreiro, quien se retiró a Paipa en medio de la noche y de la lluvia. Esta victoria, que pudo ser más cruenta, llenó de fortaleza e incrementó la moral del ejército libertador, como una ración de entusiasmo que habría de motivarles para los siguientes días, como que ya se acercaban acontecimientos muy importantes y definitivos para la Nueva Granada. Bolívar, pone en marcha la estrategia del triunfo; el 5 de agosto entra y toma Tunja, en donde se establece para recuperar su gente, mediante víveres, vestido y techo para descansar. Corta las comunicaciones entre sí del enemigo, estudia las posiciones y elabora el plan correcto para dar la batalla en el momento preciso. El 7 de agosto, desde el Alto de San Lázaro, 104


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en inmediaciones de Tunja, divisa la ubicación del adversario y ordena los movimientos necesarios para neutralizar al enemigo. El encuentro de los dos ejércitos se dio ese mismo día a las dos de la tarde en el sitio en donde se encuentra el Puente de Boyacá, obligando el ejército patriota a dar batalla a los realistas, y después de dos horas, el triunfo del ejército libertador fue contundente. Barreiro, el jefe español, en la huida cae prisionero de un joven campesino de 17 años, Pedro Pascasio Martínez, y es fusilado el 11 de octubre por orden del general Santander, con 38 oficiales realistas. Una vez conocida la noticia de la derrota en el Puente de Boyacá por el Virrey Sámano, huye de inmediato con destino a Cartagena. Luego de la batalla, el Libertador pasa revista de los presos en Ventaquemada y reconoce entre ellos al oficial venezolano Francisco Fernández Vinoni, quien fue el traidor de Puerto Cabello en 1812, condenándolo a la horca. En tanto, el virrey Sámano, desconcertado al conocer la derrota, huye en la noche del 9 hacia Cartagena y Bolívar entra a Santafé al día siguiente, el 10, tomando las riendas del poder de inmediato moviendo sus principales hombres hacia los lugares que dieran tranquilidad después de la victoria, constituye un gobierno provisional para garantizar el orden en la capital, designa a Santander Vicepresidente y nombra gober-nadores en las provincias, continuando él como jefe único en ambos lados, Venezuela y la Nueva Granada. Bien dice el historiador don Rafael Bernal Jiménez en su maravilloso libro Ruta de Bolívar: 105


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¡Termina aquí y para siempre la dominación española que había durado 327 años desde el descubrimiento de América!... ¡Se opera con este nuevo orden un cambio político fundamental. El 20 de julio de 1810 se inicia la Época de la Independencia. El 7 de agosto de 1819, la Época de la República. Se estabiliza la vida independiente de la nación colombiana en pleno goce de su soberanía y libertad!

Después de todo el ajetreo administrativo, dejando todo en orden y en manos de Santander emprende camino hacia Venezuela, pues Morillo acosaba las fuerzas patriotas en Angostura a cargo del Vicepresidente Zea, y debía hacer presencia allí para no perder nada de lo conseguido. Saliendo de Pamplona, camino de Angostura, recibe la dolorosa noticia de la muerte repentina de uno de sus mejores oficiales, su amigo el general Anzoátegui, ocurrida el 15 de noviembre; sin duda alguna, uno de sus más fieles soldados, lo cual le aflige y le colma plenamente de congoja, acontecimiento que le obliga a nombrar en su reemplazo al coronel Bartolomé Salom. Allí, en Angostura, su presencia acaba con un movimiento de exaltados amigos de Santiago Mariño y Juan Bautista Arismendi que habían logrado que Francisco Antonio Zea renunciara a la Vicepresidencia. El pueblo lo recibe el 11 de diciembre y el 14 el Congreso se reúne solemnemente, ante el cual el Libertador rinde el informe de su gestión libertadora en forma por demás elocuente, y recibe la más unánime aprobación a todos sus proyectos, 106


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expresando además su permanente deseo e ilusión de que Venezuela y la Nueva Granada integren para siempre una sola nación bajo un mismo gobierno. El 17 de diciembre de 1819 se aprueba la Ley Fundamental de la República de Colombia por absoluta unanimidad de votos, convocándose para el 1º. de enero de 1821, en la Villa del Rosario de Cúcuta, un Congreso General de la nueva República para expedir la Constitución de Colombia, y se decretara el Escudo de Armas y el Pabellón de la República. Esta sesión por todo lo allí sucedido ha sido catalogada de histórica y memorable. Al finalizar dicha sesión, con todos los miembros del Congreso de pie, su Presidente, Francisco Antonio Zea, proclama y declara emocionado: La República de Colombia queda constituida. ¡Viva la República de Colombia! Este gran triunfo de Bolívar era un paso más en la realización de su sueño dorado, como era la unión de Venezuela y la Nueva Granada en una sola República, y justamente con el nombre glorioso de República de Colombia. El Congreso nombra Presidente de la República, por primera vez, a Bolívar y a Zea Vicepresidente. Vicepresidente de Venezuela a Juan Germán Roscio y Vicepresidente de Cundinamarca a Santander. Así mismo, el 6 de enero de 1820, el Congreso expide un Decreto, mediante el cual le confirma el título de Libertador “como una propiedad de gloria”. Después de creada la República de Colombia y clausuradas las sesiones del Congreso, Bolívar sale de Angostura el 24 de diciembre de 1819 con destino Bogotá para proclamar en la sede del gobierno central la creación de la República, a donde 107


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llega el 4 de marzo de 1820, cuando la celebración ya se había realizado el 13 de febrero, con gran solemnidad. Desde allí, lanza una sobria y elocuente proclama el día 8 de dicho mes reconociendo la carta fundamental de Colombia, e iniciando luego una intensa actividad por todo el país. Viaja de nuevo a Venezuela, visita todo el nororiente y parte de la costa corte, avivando así con su presencia el sentimiento patrio y tomando las medidas conducentes para preservar el orden y la tranquilidad en todo el territorio nacional, pues bien conocía el Libertador que los realistas aún luchaban en Venezuela, como que Morillo se encontraba allí, a pesar de la resistencia de Páez y otros patriotas. Igual situación se vivía por los lados de Cúcuta con Miguel de La Torre y otro tanto pasaba en el sur y en Quito con Aymerich. Pero la autoridad de Bolívar y la estrategia desplegada por todos sus hombres, mantuvieron la unidad y el orden apagando todos los brotes de reconquista española. En medio de todo este constante movimiento de Bolívar y las tropas libertadoras, recibe la noticia de que España, con Fernando VII a la cabeza, prepara una gran expedición de más de 20.000 soldados de infantería y 3000 de caballería. En Cádiz, se embarcan el 1º. de enero de 1820, con el fin de respaldar a Morillo y retomar el poder de la reciente República de Colombia, es decir, Venezuela, Cundinamarca y Quito. Esta noticia, preocupante desde todo punto de vista, deja en breve tiempo de causar alarma, pues simultáneamente revienta en España la insurrección de Rafael del Riego y Núñez, quien secundado por el coronel Antonio Quiroga y por Antonio Muñoz, toman preso al oficial Félix María Callejas general en jefe del gobierno 108


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español, proclaman la constitución de 1812 y se hacen dueños de la situación, ocasionando, por supuesto, el fracaso rotundo de la poderosa expedición hacia Colombia. Morillo en Colombia y Aymerich en Ecuador, quedan sin piso y respaldo, recibiendo el primero órdenes del nuevo gobierno de la península de buscar un acercamiento con Bolívar y presentarle una propuesta de armisticio, firmándose éste en Trujillo el 26 de noviembre de 1820, mediante el cual se suspendían todas las hostilidades por seis meses y se establecían reglas de humanización de la guerra. Y el 27 del mismo mes de noviembre, por solicitud del mismo Morillo, se entrevistan en Santa Ana los dos generales, en donde le es ofrecido al Libertador un sobrio banquete, intercambian ideas y se despiden para siempre en la mañana del día 28, acordando construir un monumento como recuerdo de la histórica y cordial entrevista. Y, a mediados del mes siguiente, diciembre de 1820, regresa Morillo a España quedando al mando de las fuerzas realistas el general Miguel de La Torre. El 5 de enero de 1821 Bolívar regresa a Bogotá, y justamente en Maracaibo proclama su independencia, casi simultáneamente, lo cual hace que tenga que retornar a Venezuela, pues el general Urdaneta viaja hasta allí para apoyar y garantizar su independencia, lo cual, rompe por supuesto el armisticio en aras de garantizar la paz y el dominio por la fuerza, acordándose la reanudación de hostilidades a partir del 28 de abril después de la protesta del general de La Torre. Se reanuda entonces la guerra y Bolívar mueve sus fuerzas inteligentemente y a escasa distancia de Valencia, en la llanura llamada de Carabobo, el general de La Torre aguarda a las tropas patriotas el 24 de junio de 1821, las que al cabo de una hora 109


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dan buena cuenta del ejército realista, asegurando con ello la libertad para siempre de Venezuela. El Congreso constituyente de la Gran Colombia se hallaba reunido en la Villa del Rosario de Cúcuta, desde el 6 de mayo, como lo había dispuesto el Congreso de Angostura. Sus actos más relevantes, fueron indudablemente la sanción de la Ley Fundamental de Angostura y la Constitución de la República de Colombia. El Congreso había elegido como su presidente al doctor Félix de Restrepo y vicepresidente al venezolano Fernando Peñalver. Confirmó a don Antonio Nariño Vicepresidente de la República, quien había sido nombrado interinamente por Bolívar, pero este renunció, pues su propuesta de un gobierno federalista había sido derrotada por la propuesta de un sistema unitario y centralista. Fueron bastantes y muy importantes las leyes aprobadas por este Congreso. Se crearon el escudo y la bandera nacionales. El 7 de septiembre de 1821 se elige presidente de la República de la Gran Colombia al Libertador Bolívar y vicepresidente al general Santander; el 2 de octubre toma posesión de la Presidencia, pronuncia un corto y vibrante discurso; el 9 el Congreso expide la Ley que le concede al Libertador Presidente permiso para dirigir la guerra en todo el territorio nacional, y el 14 de diciembre sale hacia Popayán con destino El Ecuador, para emprender la Campaña en el Sur, quedando el poder en manos del Vicepresidente Santander. En 110


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la parte primera de este libro referimos todos los porme-nores de esta jornada que le mantendría mucho tiempo ausente de la Sede del Gobierno Central. Vale anotar que, en la medida del tiempo en la que crecía el prestigio del libertador, en la misma proporción aumentaban las envidias, los celos y aún los odios. Y entonces, llegan los momentos de las traiciones, y las conspiraciones, parece que orquestadas en la sombra por el general Santander, siempre valido de disculpas y razones para oponerse a los programas del Libertador mediante argumentaciones expuestas por sí o por sus áulicos u hombres de confianza, dentro de los cuales siempre sobresalían Francisco Soto, Vicente Azuero y Diego Fernando Gómez. En este sentido fue apreciable su actuación durante el desarrollo del Congreso de Cúcuta. La primera víctima fue el general Antonio Nariño, Vicepresidente de la República en ese momento. Su proyecto de constitución política fue completamente derrotado por ser amigo y hombre de confianza de Bolívar. Santander sale elegido Vicepresidente y Nariño es acusado de toda clase delitos y de absurdos cargos e inhabilidades. Hasta fue citado a retos a duelo por todos los amigos de Santander, quienes no desfallecieron en las calumnias, hasta postrarlo inmisericordemente y verlo ausente de la vida pública. Don Guillermo Hernández de Alba, decano de la Academia Colombiana de Historia y Cronista de la ciudad de Bogotá, escribe: Esta ignominia le brinda la oportunidad, en mayo de 1823, de pronunciar ante la Cámara Alta para la cual fue elegido, una de las más elocuentes y contundentes oraciones

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escuchadas en el Congreso de Colombia, en la cual desde la primera hasta la última frase constituyen tremendo estigma para quienes pretendieron humillarlo y escarnecerlo.

Fallece el Precursor de la Independencia Nacional, nuestro Antonio Nariño, el hijo más ilustre de la ciudad de Bogotá, el 13 de diciembre de 1823, en la apacible Villa de Leyva, en circunstancias dignas de su grandeza. De todo ello fue víctima don Antonio Nariño, por la única y punible razón de ser gran amigo y uno de los hombres de entera confianza del Libertador. Hemos dicho que la primera etapa de la vida de Bolívar, aquella que va desde 1812 hasta 1825, fue una etapa gloriosa, plena de victorias, llena de alegría y de creación. No obstante, vemos que a cada paso salta la envidia y aflora la ambición que se traduce en la calumnia y viene entonces la traición, la venganza, fruto de las más bajas pasiones humanas. Bien es sabido que detrás de cada hombre grande hay un traidor, siempre al acecho. En nuestro caso, el colombiano, mirando las cosas desprevenidamente, si bien pensamos que Bolívar y Santander se movían por un mismo ideal, el de la libertad, las grandes diferencias políticas los situaron desde muy temprano en lados opuestos. Bolívar preconizó la idea de institucionalizar una gran nación organizada desde el centro, y por ella luchó evitando que la anarquía acabara con lo obtenido. Santander, al contrario, concebía una nación federalista. Desde ese momento, en el Congreso de Cúcuta, en el mes de mayo de 1821, se empezaron 112


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a ver las diferencias y conociéndose entonces, cómo era el proceder de cada uno. Bolívar fue descubriendo con el tiempo en quienes podía confiar, quienes eran los traidores, y aunque siempre estuvo atento al proceder de todos aquellos que le rodeaban, en no pocos casos tuvo dolorosas y desagradables sorpresas. El escritor venezolano castro chavista, Hugo Cabezas, dice con sobrada razón que: La traición no es sólo un problema moral, sino un problema ético. Quien traiciona pierde lo más hermoso y grande que tiene todo ser humano: la Dignidad. Y Bolívar fue víctima de toda clase de traiciones; no escapó a la traición de muchos en quienes confió ciegamente. Fue objeto de la traición política, fruto de la envidia y de la ambición. Y fue objeto de la traición personal, hija de las malas entrañas y de la más innoble deslealtad. Esto lo llevó, seguramente, a sufrir inmensamente, con el más acendrado estoicismo, pero a todos perdonó con infinito amor cristiano. Su vida, analizada desprevenidamente, es sin duda la vida de un hombre trascendental. En su discurrir, le tocó hacerle frente a mil acontecimientos imprevistos, en medio de vacilaciones y contratiempos que siempre supo sortear con una clara inteligencia, midiendo, hasta donde le era posible, sus consecuencias. Si bien es cierto, decíamos antes, que los resultados de sus actuaciones casi nunca lo cogieron de sorpresa, el proceder de ciertos personajes en quienes confió y que siempre consideró sus amigos, como que luchaban por una misma causa y enarbolaban las mismas 113


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banderas, en ocasiones le tomaron de improviso, y por supuesto, llenaron de amargura su corazón. Fue así cómo, en la medida en que su espada iba rompiendo las ataduras con España, estos supuestos amigos de la causa libertadora iban mostrando sus garras e iban apareciendo supuestos líderes ineptos y pequeños jefes a quienes les movía únicamente la ambición de tomar cada uno una porción de poder. Por eso Bolívar casi nunca se apeó de su caballo, en un constante ir y venir obligado siempre a estar sofocando levantamientos y revueltas, movimientos separatistas, extinguiendo brotes de desintegración y anarquía, buscando siempre conservar la unión sobre los postulados que preconizó y defendió con decisión y entereza, de orden, justicia, libertad e igualdad. Si bien es cierto que Bolívar fue objeto de diversos atentados desde los comienzos de su temprana actividad en procura de la libertad de su patria, primero, y luego de la Nueva Granada, tales los ocurridos en Carúpano, en Venezuela, en 1814; en Jamaica en 1815; en 1816 en Casacoima, en 1818 en el Rincón de los Toros, y otros más, fue a partir de 1826, cuando su vida, indudablemente, se convirtió en un insoportable purgatorio, por múltiples razones. Veamos entonces, cómo fueron surgiendo desde comienzos de su agitada vida de militar, divergencias internas entre sus propios oficiales, aún los más cercanos en ese entonces, como Santiago Mariño y Juan Bautista Arismendi, José Francisco Bermúdez, su tío político José Félix Rivas, su pariente y gran 114


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militar, Manuel Carlos Piar y otros no menos relevantes; divergencias que se fueron convirtiendo en enemistades casi irreconciliables en algunos casos, y en otros, en alianzas en contra de la autoridad de Bolívar, cuya defección mereció el castigo supremo, como lo fue para el general Piar. Recordemos que Bolívar había sido nombrado, en septiembre de 1821, Presidente de Colombia por el Congreso de Cúcuta y una vez posesionado el 2 de octubre en la Villa del Rosario, el mismo Congreso mediante Ley del 9 de octubre del mismo año, lo autoriza viajar al Ecuador para liberarlo del poder español que le oprimía con crueldad, hacia donde se dirige tomando el camino de Popayán el 14 de diciembre. Santander, en tanto, elegido Vicepresidente, queda al mando del Ejecutivo. Pero como la situación en el sur de Colombia era aún muy complicada por el acoso de la guerrilla, al llegar Bolívar a Cali, dirige una hermosísima proclama a los caucanos y a los pastusos, y por extensión a los ecuatorianos, prometiéndoles su próxima libertad. Vienen entonces las batallas de Bomboná el 7 de abril de 1822, y la batalla de Pichincha, con triunfo contundente sobre el ejército del Rey; el 24 de mayo, al mando del general Antonio José de Sucre, mediante la cual se sella la libertad del Ecuador. Consideró el Libertador regresar a Bogotá una vez sofocados los asedios de las guerrillas en el sur del país y después de libertar al Ecuador, pero en su afán de consolidar los triunfos alcanzados toma la decisión de continuar hasta Quito, en donde 115


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es recibido en medio de desbordante júbilo el 16 de junio de 1822; ocasión en la que conoce a doña Manuela Sáenz. Resuelve avanzar a Guayaquil buscando consolidar la integración de todo el Ecuador a Colombia, y en su camino pasa por el Chimborazo, sube caminando a su cima impresionante sin compañía alguna, escribe su único poema Mi delirio sobre el Chimborazo. Continúa su viaje y llega a Guayaquil el 11 de julio, en donde no es bien recibido. Luego de conversar con los diferentes grupos, en medio de toda clase de desacuerdos y aprovechando el apoyo del Colegio Electoral de la ciudad, haciendo valer su condición de Presidente, mediante Decreto del 13 de julio, anexa todo el territorio ecuatoriano a la Gran Colombia. El 25 de julio, a bordo de la goleta Macedonia, sorpresivamente aparece en Guayaquil el general José de San Martín quien es recibido con los debidos honores por el Libertador. El 26 tienen ambos varias conferencias en privado, y el 27 se despiden los dos generales zarpando de nuevo el general argentino con destino a la capital peruana. La grave situación política que vive el Perú, nación que desde 1811 trató de independizarse de la bota española, lo intenta de nuevo en 1812, luego en 1814 y en 1815, sin que ninguna insurrección emancipadora presentada durante esos años, tuviera éxito. Hasta que en 1821 el general San Martín llega al Perú y proclama su independencia en forma por demás solemne. Pero al retirarse definitivamente después de la entrevista con Bolívar en Guayaquil, el pueblo peruano y su gobierno le pidieron al general Bolívar que fuera él 116


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personalmente a dirigir la guerra, país en completo desorden, con dos presidentes y dos congresos enfrentados; de una parte José de la Riva Agüero y de la otra José Bernardo Torre Tagle, con la perspectiva además de que el Virrey, apostado en la sierra, preparaba sus fuerzas para reconquistar las posiciones perdidas. El Libertador, quien había solicitado permiso al Congreso de Colombia para salir del país hacia el Perú, una vez recibe la debida autorización, sale de Guayaquil el 7 de agosto de 1823, llega a El Callao el 1º. de septiembre, sigue a Lima en donde es recibido con gran alboroto y el Congreso lo nombra dictador, con todos los poderes, iniciando entonces la campaña libertadora del Perú en medio de muchas dificultades, pues hacen falta armas, no hay dinero y tampoco hay hombres para conformar un ejército. Es aquí precisamente cuando empieza su calvario el Libertador, pues solicita ayuda a Santander: 14.000 hombres y dos millones de pesos, y como respuesta recibe 4.000 hombres apenas, que recibe ante la apremiante situación. Santander siempre estuvo en desacuerdo con la actuación de Bolívar en el Perú y esperó la oportunidad para golpearle demostrando su oposición con pretextos de legalidad, impidiendo de todas las formas que éste obtuviera los resultados pretendidos, que no eran otros, al fin de cuentas, que la defensa misma del territorio colombiano. Qué muestra más fehaciente de infamia, de mezquindad y de cobardía. Recordemos que en carta suya al Libertador de 1º. de mayo de 1824 le dice: 117


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Yo soy gobernante de Colombia y no del Perú: las leyes que me han dado para regirme y gobernar la república, nada tienen que ver con el Perú, y su naturaleza no ha cambiado porque el Presidente de Colombia esté mandando un ejército en ajeno territorio.

Es bueno también recordar que Bolívar actuaba en el Perú en virtud de las facultades extraordinarias para gobernar las provincias del sur y dirigir el ejército colombiano que le fueron concedidas por la Ley de 9 de octubre de 1821. Consecuente con lo expresado al Libertador en la carta antes mencionada, el 17 de ese mismo mes, el Vicepresidente Santander envió al Congreso una serie de documentos para su estudio y tomar una decisión sobre su actuación como Presidente de Colombia y a su vez como dictador en el Perú. En consecuencia, el Congreso aprueba una Ley el 28 de julio del 1824, mediante la cual deroga las facultades extraordinarias conferidas. Golpe artero del Congreso colombiano, fruto inequívoco de la intriga y la insidia del Vicepresidente Santander con el Libertador. Dos meses después, el 6 de agosto, en las horas de la tarde, en tan solo dos horas, en los llanos de Junín, Bolívar derrota a los realistas al mando del Mariscal de Campo José de Canterac. Pero al conocer la nueva Ley que le despoja de todas las facultades, Bolívar delega en Sucre el mando del ejército y se separa del Poder Público, continuando en su calidad de dictador del Perú, al frente de la dirección del Estado. 118


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Los días corren y mientras organiza el país, el general Sucre, siguiendo la estrategia trazada por el Libertador, se encuentra con las fuerzas del Rey el 9 de diciembre de 1824, librando la gran Batalla de Ayacucho, en donde José María Córdova es el gran héroe de la misma, siendo ascendido a General de División en el propio campo de batalla. Se cierra el año de 1824, que no obstante las dificultades, traiciones y enfermedades padecidas, fue un año de grandes logros y celebraciones. En abril de 1825 inicia el viaje a las Provincias del Sur en las que es recibido con demostraciones de emoción y agradecimiento, correría ésta catalogada por Cornelio Hispano como una verdadera marcha triunfal. Pasa por Arequipa y en Pucará, Choquehuanca le recibe con la elocuente oración universalmente conocida. A su arribo al Cuzco es diademado con hojas de oro filigranadas de laurel simbólico, engastada de perlas y diamantes, corona que Bolívar se quita y la pone en las sienes de Sucre, el gran triunfador de la jornada de Ayacucho. Allí mismo, recibe del poeta José Joaquín Olmedo su poema La Victoria de Junín, Canto a Bolívar. En mayo de 1825, desde Arequipa declara la independencia del Alto Perú y en agosto de ese mismo año, el Congreso reunido en Chuquisaca, ratifica el Decreto de Independencia de Arequipa, dándosele a todo este territorio el nombre de República de Bolívar y a su capital el nombre de Sucre. Se inicia entonces para la nueva nación una verdadera revolución social, una auténtica etapa de progreso en todos los órdenes. 119


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Sigue a La Paz, a donde llega el 18 de agosto y es recibido en medio del tremendo alborozo y también es coronado con una joya que Bolívar pone en las sienes del general Córdova como premio y reconocimiento a su heroísmo. Allí le proclaman Padre de la Patria y Protector de Bolivia. El 5 de octubre llega a El Potosí entre vítores y aclamaciones; el 26 sube al cerro en medio de todas las banderas americanas como muestra presuntuosa de haber construido naciones libres y pronuncia su ya conocido y bellísimo discurso. De regreso a Lima, demora unos días en Sucre, antigua Chuquisaca, y allí vierte y sintetiza su pensamiento político y gubernativo en un documento que será la Constitución Boliviana. Al hablar de la Constitución Boliviana, debemos recordar que Bolívar fue un auténtico demócrata; un político, sin mucho éxito en este plano; pero un asombroso clarividente de la época. Bolívar. Indudablemente fue un genio como militar, pero paralelamente en el desarrollo de su actividad como tal, es sujeto de una exuberante personalidad. Bien dice el escritor e historiador peruano, doctor Jorge Andújar Moreno: En ésta, coexisten otras facetas tan ricas o más que las que exhibe en el plano de las armas. Una de ellas es en el campo de las letras como escritor, y otra como legislador, en especial como constitucionalista. En el plano moral destaca también como hombre inmaculadamente honrado y noble.

Decíamos antes que Bolívar fue un asombroso clarividente. El Libertador fue consciente de las posibles consecuencias de 120


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su gesta, y no tuvo inconveniente en exponer sus presentimientos y sus temores, en forma cruda. Su pensamiento político es bien claro, el cual se fue asentando gradualmente. Primero en la Carta de Jamaica, en 1815, es clara su visión y son claros también sus ideales. En ella analiza la situación de cada país de América de una manera escueta y simple. Así mismo, no duda en manifestar su deseo de ver a la América como la más grande nación del mundo, un pueblo sujeto a una misma raíz cultural y destino elevándose por encima de los nacionalismos, nos dice así mismo Jorge Andújar Moreno. Luego surge el Bolívar constitucionalista. Qué grande hombre nos tocó, en todos los sentidos, con un pensamiento político más alto y definido y con unos ideales más ciertos y asombrosos. Llega 1819, y en el Congreso de Angostura busca el equilibrio y el orden político. Su famoso Discurso, sin duda alguna, es una de sus grandes piezas políticas. Fue todo un alarde de erudición política e histórica. Es, a todas luces, la esencia del pensamiento bolivariano. En 1826, en Sucre (Chuquisaca), de regreso a Lima escribe la Constitución Boliviana, en donde se desborda su madurez política y se aprecia la experiencia y los conocimientos adquiridos durante tantos años vividos. En ella concentra su pensamiento político, consciente de que América necesitaba un estatuto que estuviera de acuerdo con circunstancias especiales que vivía en ese momento, ajeno a cualquier tipo de constituciones foráneas, 121


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inapropiadas unas y retrógradas otras. Leyes propias, que constituyeran un serio proyecto constitucional, en el que el historiador Mario Sánchez-Barba, configuraba tres campos políticos: En el campo de las libertades, la abolición de las castas, la esclavitud; respondiendo al deseo igualitario, el Poder Electoral era una vía para conseguir el equilibrio social. Y el campo más importante y decisivo, era la creación de un Poder Presidencial.

Al respecto, Frank David Bedoya Muñoz dice: En realidad el proyecto constitucional de Bolívar era bastante lúcido, original y defensor de lo público, pero sus contemporáneos sólo se fijaron en el aspecto más polémico. La Constitución contemplaba para el Poder Ejecutivo una Presidencia Vitalicia con derecho a elegir su sucesor. Hasta ahí llegó el amor al Libertador. En adelante, todos le reclamarían que eso era simplemente una monarquía.

Este fue el punto negro que marcó el fracaso del proyecto constitucional, sobre el cual el propio Bolívar decía: Yo no encuentro otro remedio que el de la Constitución Boliviana: en ella se encuentra reunido por encanto la libertad más completa del pueblo con la energía más fuerte en el poder ejecutivo. ... el código boliviano es el resumen de mis ideas, y yo lo ofrezco a Colombia como a toda América.

Es muy importante tener presente, como bien lo anota Indalecio Liévano Aguirre, que: Para Bolívar, la solución del problema político de América residía en construir, después del gran drama de la guerra de 122


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independencia, las instituciones que pudieran representar adecuadamente los dos grandes principios que el pueblo español institucionalizó en la Monarquía y el Cabildo: el Bien Público y la Libertad individual. La Constitución Boliviana, a diferencia de las inspiradas totalmente en la Revolución Francesa, es un intento original y profundo de incorporar, en nuevas instituciones jurídicas, estos dos elementos básicos de la vida social.

Ahora bien, esos dos grandes principios, en la estructura de su Constitución, serían el resultado del armonioso funcionamiento de las tres instituciones que integraban el sistema vertebral de la misma, anotados antes por el escritor SánchezBarba. Desafortunadamente, unos no entendieron y otros no quisieron entender, por razones obvias. Estos la llamaron insólita, atrevida, desconcertante. El historiador Armando Gómez Latorre dice que: ... insólita porque se trataba de un estatuto fundamental muy controvertido en sus planteamientos ideológicos absolutistas y absorbentes; atrevida porque rompía el esquema político constitucional imperante, tanto en su parte dogmática como en su parte orgánica; y desconcertante porque consagraba un régimen autocrático y personalista.

Finalmente, por unas razones o por otras, este proyecto fracasó y el Libertador, sin duda con mucho pesar, terminó admitiendo que lo más prudente y conveniente era guardarlo. Emil Ludwig, en su libro Caballero de la Gloria y de la Libertad dice que: 123


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... cuando se multiplicaron los motines, cuando el Perú, deseoso de descartar cualquiera posibilidad de presidentes vitalicios pidió la abolición de la Constitución Boliviana, Bolívar lanzó algunos meses después este patético grito: “Nada me importa la Constitución Boliviana. Si no la quieren, que la quemen”.

Triste final de este proyecto, confeccionado indiscutiblemente con la mejor buena fe; estatuto que rigió fugazmente en Bolivia y Perú. Igualmente fue objeto de rechazo enérgico en la Gran Colombia, explicable, porque todos acá esperaban la muerte de Bolívar para llegar al Poder, y el escollo con la Constitución Boliviana en vigencia no era otro que el sucesor del Libertador sería el propio Sucre. No es difícil deducir que el primer aspirante era el propio Santander.Y ello fue así. Gilette Saurat, la famosa historiadora francesa en su maravilloso libro Simón Bolívar, El Libertador, aparecido a finales del pasado siglo, destaca la figura inmensa del “grande hombre”, con acierto incontrastable que: Con la muerte de Bolívar acabó el tiempo de los héroes, y comenzó el tiempo de los asesinos. Santander regresó del destierro para presidir al fin solo los destinos de una república que repudiaría hasta el nombre de Colombia para tomar el de Nueva Granada. José Hilario López se instalará, también, con la frente en alto en el solio del primer magistrado del país, y lo mismo José María Obando. Desde entonces la vida política tendrá el semblante de esos hombres, estrechez, demagogia, crueldad. Bajo etiquetas diferentes, sus herederos ocuparán por turnos el proscenio. Se darán golpes de pecho en nombre de la patria –de ellos ésta no recibirá grandeza alguna– y del pueblo que sólo conocerá la ignorancia, la miseria y la servidumbre. Así se preparará el soporte de una estirpe de tiranos que abandonarán el continente a la explotación económica del extranjero. 124


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Bien lo sustenta Bedoya Muñoz así: ... esta ha sido nuestra historia desde 1830 hasta hoy. Efectivamente, vivimos todavía el tiempo de los asesinos; recuerdan el asesinato de Rafael Uribe Uribe, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán?.Y yo agrego, no olvidemos los crímenes de Luis Carlos Galán Sarmiento y de Álvaro Gómez Hurtado. Y se pregunta Bedoya Muñoz, con asombro, ¿saben cuántos asesinatos políticos se han dado en Colombia desde la muerte de Bolívar hasta hoy? Y todo, todo este desastre hasta nuestros días, porque a pesar de la perenne presencia de Bolívar en los campos de la eternidad, se hizo caso omiso de su ideal político, porque le dimos la espalda a su inalterable principio de unidad. Olvidamos sus ruegos, ese clamor que aún retumba con estridencia en los oídos de todas las generaciones de su América amada hasta el final de los siglos: Os ruego que permanezcáis unidos, para que no seáis los asesinos de la patria y vuestros propios verdugos. Hemos sido malos alumnos, porque nunca aprendimos las lecciones de nuestro padre Bolívar. Sus enseñanzas siguen latentes. El acaecer diario nos enrostra el olvido a que sometimos su maravilloso legado político que no dudamos en sintetizar: República, unidad y libertad. *** Después de su gloriosa gira por los territorios del sur, decide emprender el camino de regreso dejando al Mariscal Sucre en la Presidencia de Bolivia y entra a Lima el 10 de febrero 125


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de 1826 a lomo de su famoso Palomo Blanco luciendo el espléndido uniforme tejido y bordado en oro por las damas de la ciudad capital de los Incas. El recibimiento por parte de la comunidad limeña fue fastuoso al son de música marcial y en medio de luces y del ensordecedor ruido de la pólvora, recorriendo majestuosamente las calles tapizadas de flores. Todo ello fue una locura colectiva como el más sincero reconocimiento y homenaje que se le ofrecía al Padre de la Patria. Momento sublime éste en la vida del Libertador. Disfrutaba indudablemente de las mieles del triunfo y del poder luego de Junín y Ayacucho. Se encontraba, pues, en la cima de su grandeza y de su gloria, hasta el punto que el propio Bartolomé Mitre, el distante y gran escritor argentino, llegó a decir que ... era el árbitro de los destinos del Continente Americano. Y, desde la Quinta de La Magdalena, antigua casa que fue residencia del Protector San Martín, gobierna sin ninguna restricción, con todos los poderes. Aplica desde allí todas sus experiencias en beneficio de la educación, imponiendo el orden, la organización del trabajo, la paz, el respeto a la ley y a la autoridad. En la carpeta de tareas a realizar, casi de forma inmediata y simultánea, el Libertador tenía muchas cosas que debieron quitarle muchas horas de sueño. 126


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Recordemos que en Lima el 7 de diciembre de 1824 Bolívar convoca un Congreso para hacer realidad su sueño de unir los pueblos independizados de la corona española, constituyendo una federación de Estados americanos capaces de defender y garantizar la independencia conquistada. El Congreso debía reunirse en la ciudad de Panamá el día 22 de junio de 1826, es decir, estaba próximo a reunirse, y ya Bolívar, a comienzos de ese año, había dicho que este Congreso estaba destinado a formar la Liga más vasta y más fuerte sobre la tierra. La Santa Alianza será inferior en poder a esta Confederación. Pero, todo fue un tremendo fracaso. El error fue el haber confiado sus sueños a Santander, quien actuó abierta y también soterradamente contra el triunfo del mismo. Pues éste, sin consultarlo, y en su condición de Vicepresidente, invitó al Congreso a los Estados Unidos contrariando el pensamiento y la voluntad de Bolívar, quien los consideraba como un enemigo potencial, pues los veía como socios de la Santa Alianza. No obstante ello, Bolívar confía nuevamente en Santander, y le comenta ingenuamente, en carta del 7 de mayo de 1826, la posibilidad de conformar una Confederación con Perú y Bolivia, de fácil consecución. Viene en consecuencia la jugada sucia de este para impedirla, quien se enfrenta con visos de legalidad a Páez, lo cual precipita el regreso del Libertador en busca de preservar la unidad y la concordia de la Gran Colombia. Sin embargo, Bolívar sigue soñando en sus planes de integración continental. Pero hay que defender a toda costa la 127


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realidad del momento, como es la existencia de la Gran Colombia. Luego se pensará en el desarrollo de la Confederación de los Andes. El momento exige defender lo conseguido, lo ya constituido. Las noticias de los varios sucesos de agosto en Venezuela y Colombia exigen el regreso del Libertador como que él es el Presidente titular y el único componedor de la situación, del conflicto surgido entre Caracas y Bogotá. El 1º. de septiembre de 1826 se celebraba el tercer aniversario de la llegada de Bolívar, y en medio de los homenajes y de la celebración, anuncia su retiro y regreso a Colombia. Fue así, como el 4 de septiembre, tres días después, inicia el viaje Lima, Callao, Guayaquil, Quito, Popayán, Bogotá, llegando a Caracas el 2 de enero de 1827, conocido viaje y comentado atrás como La Gran Jornada. Su llegada a Bogotá tuvo un desapasible recibimiento. Era el presagio de los duros días por venir, de acuerdos y componendas para tratar de conservar una unión precariamente unida. El descontento era general, tanto en Bogotá como en la propia Venezuela, descontento que se apreció desde un principio, cuando se aprobó la Constitución de Cúcuta el 30 de agosto de 1821, cuyo Congreso ratificó la Ley Fundamental de Colombia de 1819 (Angostura). Desde ese mismo momento arranca la inconformidad, más en Venezuela que en la Nueva Granada, descontento apoyado en varias y poderosas razones que no esperaban sino una coyuntura, por insignificante que fuera, para entrar en acción y mostrar que la unión no era sólida, y que el vínculo era más frágil que nunca, mantenido más por necesidad y por el ajetreo político de la guerra del sur. 128


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La situación del momento a la llegada de Bolívar a Bogotá, 5 años 11 meses después de haber salido para dirigir la campaña del sur, era bien alarmante. Inquietante lo era igualmente para Santander, pues después de tanto tiempo ausente, todos pedían de forma unánime que el Libertador regresara a tomar de una vez por todas las riendas del poder. El mismo Vicepresidente, a pesar de los incidentes ocurridos en Venezuela protagonizados por Páez y manejados con prudencia y apego a las leyes por él, le daba mucha importancia y, por qué no decirlo también, por cierto intrínseco temor por el retorno del Presidente. Ello se deduce de la lectura de la carta que le escribiera a Bolívar el 8 de octubre de 1827 cuando éste se encontraba aún en su viaje de regreso. Además, ante la inminencia de su llegada, en esa misma carta le presiona chantajeándolo, ofreciéndole apoyo al Código Boliviano, siempre y cuando el Presidente sostenga la Constitución en el Congreso a la luz del Artículo 119 de la misma. Bien se interpreta en la lectura de dicha carta, que en caso contrario, en el de acelerar la convocatoria de la Gran Convención para reformar las instituciones, le anuncio a Usted, desde ahora, que no hay unión colombiana, y que se trabajará por restablecer la República de Nueva Granada de 1815. En esto piensan hombres de influencia, y yo soy de la opinión de que “más vale solos que mal acompañados”. Es cierto que de acuerdo con la Constitución vigente, ésta sólo podía reformarse hasta 1831, pero la insolencia del Vicepresidente ya venía haciéndose insoportable desde días atrás, 129


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cuando en carta anterior, de fecha 19 de julio, le proponía un convenio, sobre el cual comenta Indalecio Liévano Aguirre de la siguiente manera: ... decidió proponerle a Bolívar un arreglo por el cual él se comprometía a defender las grandes líneas de la Constitución Boliviana, siempre que el Libertador, al regresar a Colombia, no se encargara del mando y partiera a resolver el problema de Venezuela en forma compatible con el prestigio del gobierno legalmente constituido.

Es que textualmente le decía a Bolívar en su carta: Respecto a la venida de Usted, permítame que le diga mi opinión: Usted no debiera venir al Gobierno, porque este Gobierno, rodeado de tantas leyes, amarradas las manos, y envuelto en mil dificultades, expondría a Usted a muchos disgustos y le granjearía enemigos. Uno vez que uno solo de ellos tuviera la osadía para levantar la voz, toda su fuerza moral recibirá un golpe terrible, y sin esa fuerza ¡adiós Colombia, orden y gloria!

La posición de Bolívar fue puesta de manifiesto en su carta de respuesta a Santander escrita desde Pasto el 15 de octubre, en donde muestra su talante de gobernante, de no someterse a convenios y su voluntad de imponer su poder y autoridad. Esta razón bastó para que el Vicepresidente asumiera así mismo su posición firme y dura, y se convirtiera, como lo dice Liévano Aguirre: ... en un problema, para buscar que el Libertador le tuviera forzosamente en cuenta. Su partido, compuesto de abogados y estudiantes principalmente, y la mayoría de la prensa de Bogotá abrieron fuego contra el Libertador, lo acusaron de

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aspirarse a coronarse y no faltaron diarios en los cuales se hiciera abiertamente la apología del tiranicidio.

Informado Bolívar sobre todos los acontecimientos en Bogotá, inconforme con todo ello, le escribe a Santander desde Popayán: Mientras que el pueblo quiere asirse a mí, como por instinto, ustedes procuran enajenarlo de mi persona con las necedades de la Gaceta y de los oficios insultantes a los que ponen su confianza en mí... Si usted y su administración se atreven a continuar la marcha de la República bajo la dirección de sus leyes, desde ahora renuncio al mando para siempre en Colombia, a fin de que lo conserven los que saben hacer este milagro. Consulte usted bien esta materia con esos señores, para que el día de mi entrada a Bogotá sepamos quién se encarga del destino de la República, si usted o yo.

Sorprendido el Vicepresidente con esta respuesta del Libertador, decide salir a recibirle antes de su entrada a Bogotá para tratar de apaciguar los ánimos en un escenario diferente a la Capital. El encuentro se sucede en Tocaima, en donde Santander aplicó toda su sagacidad ante la posición erguida del Libertador. Fruto de ello, sacrificando algunos puntos de vista no relevantes y tratando los dos de evitar un rompimiento abrupto, nada conveniente en esos momentos, se llegó a un convenio conocido como el Acuerdo de Tocaima, en el que todos salieron gananciosos, inclusive el mismo Páez, quien aunque no estaba presente, obtenía la posibilidad de las reformas constitucionales solicitadas, antes del término establecido en la Carta vigente, es decir, antes de 1831, sometiéndose a las reglas 131


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de juego establecidas para la reforma de las misma, y claro está, resignando su actitud rebelde frente al Gobierno Central y al Congreso. Después de la reunión y elaborado el citado Acuerdo, Santander regresa apresuradamente a Bogotá y el Libertador hace su arribo a la Capital el 14 de noviembre de 1826 entrando por Fontibón, en donde pudo apreciar un recibimiento bastante indiferente, que mostraba el ambiente favorable alrededor del Vicepresidente Santander. No era para menos. Durante el lapso de esos cinco años de ausencia, indiscutiblemente demasiados, el Vicepresidente los supo aprovechar muy bien para poner a la mayor parte a su favor. Bolívar ya en Bogotá, asume de nuevo la presidencia, pone en orden los asuntos más urgentes y prepara el viaje hacia Venezuela en donde con mucha inteligencia tendrá que manejar la confusa situación que se vive allí, primero por las diferencias entre el poder militar ejercido por el general Páez y el poder civil, el cual había acusado a Páez ante el Congreso de Colombia por haberse extralimitado en sus funciones al haber reclutado a la fuerza jóvenes en Caracas para el servicio militar, quien le suspendió en sus funciones y le ordenó presentarse en Bogotá para rendir sus descargos, citación que desatiende declarándose en franca rebeldía contra los Poderes centrales y convoca además una Asamblea Constituyente en Venezuela. Delicada situación que le tocaba sortear al Libertador, quien se dirige hacia Venezuela saliendo de Bogotá el 25 de noviembre de 1826, quedando en consecuencia el Vicepresidente de nuevo al frente del gobierno. 132


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La unidad de la Gran Colombia había entrado ya en una etapa de franca desintegración, pues la desafiante actitud de Páez de no obedecer órdenes de Bogotá, con el respaldo de algunas ciudades de Venezuela, como Valencia, lo llevaron a enfrentarse al propio Libertador, desconociendo su autoridad lanzando una Proclama en la que solamente le reconocía el carácter de simple ciudadano. La situación era muy complicada, pues la unidad era bien precaria, primero que todo, porque allí nunca hubo plena aceptación de que la capital y el centro de todos los poderes fuera Bogotá, quedando Caracas ocupando un posición secundaria y las autoridades venezolanas a una simple condición subalterna, lo cual no guardaba relación con la realidad histórica. Esto desató una inconformidad general que se fue extendiendo lentamente, y con el apoyo de los grupos oligárquicos se fue alimentando una idea separatista que por alguna parte tenía que aflorar. El desacato de Páez, el apoyo de Valencia, de los grupos oligárquicos, la asesoría de don Miguel Peña, las viejas diferencias entre Páez y Santander, la acerva actitud de los enemigos de la Constitución, llevaron a Bolívar a la conclusión de realizar un convenio amistoso, aplacar los ánimos de sus coterráneos y salvar la unidad colombiana. El Presidente había llegado desde Cúcuta tomando la vía de Maracaibo el 31 de diciembre a Puerto Cabello y emite el 1º. de enero de 1827 el Decreto de Amnistía, preparando el terreno para el diálogo con Páez. El 4 de enero se encuentra con el “centauro llanero”, se abrazan y a las 5 de la tarde llegan 133


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juntos a Valencia. Allí el Libertador entrega al general Páez dos caballos que le había prometido. El 10 de enero de 1827, entran ambos generales a Caracas, y la ciudad recibe al Libertador como en los viejos tiempos, plena de alegría y grandes demostraciones de entusiasmo. Era la última vez que Bolívar visitaba a su ciudad natal, en donde permaneció durante seis meses, salvando temporalmente la endeble unidad grancolombiana mediante una negociación diplomática, que tuvo una oposición despiadada y consecuencias funestas en sus relaciones con el poder civil, sobremanera en Bogotá, en donde Santander y sus amigos calificaron dicha gestión como una traición y una vuelta de espalda a la legalidad, a los convenios y a la Constitución. Sometido Páez y con aparente calma en Venezuela, Bolívar decide presentar desde Caracas renuncia de la Presidencia de la República al Congreso de 1827 instalado en mayo del mismo año, el cual conoció las renuncias de Bolívar y Santander, quien igualmente la había presentado, no las aceptó y aprobó todos los actos del Libertador en Venezuela, quien arriba a Bogotá el 10 de septiembre y toma posesión ante el Congreso reunido en el Templo de Santo Domingo. La situación y el ambiente en la Capital estaba bastante enrarecido, pues la oposición se había declarado en todos los campos levantándose en forma insolente y cruel, orientada, por supuesto, por el Vicepresidente Santander y con el apoyo pleno de sus áulicos quienes no desaprovechaban oportunidad para la calumnia y denigrar implacablemente en los periódicos que habían aparecido en la ciudad. 134


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El Congreso convoca el 3 de agosto para marzo del año siguiente de 1828 la Gran Convención, contraviniendo la misma Constitución vigente, con el objetivo mayor de reformarla, objetivo que se convertiría en la razón mayor de todas las controversias y desencuentros, dictándose el 27 del mismo mes el reglamento electoral. Esta convocatoria tuvo como era de esperar la oposición de Santander, quien no desperdiciaba ninguna oportunidad para contrariar las ideas del Libertador y de sus adeptos, como había ya sucedido con la convocatoria al Congreso Anfictiónico de Panamá cuando el Vicepresidente invitó a los Estados Unidos contraviniendo las invitaciones redactadas por el mismo Bolívar, lo cual marcó la iniciación del distanciamiento definitivo entre ambos personajes y el cruce de cartas con explicaciones de una parte y reproches de la otra. A toda esta inconformidad, Bolívar veía que la guerra que se desataba contra su Constitución Boliviana por parte de todos los amigos del Vicepresidente a través de los diferentes periódicos que circulaban en la Capital, le harían muy amargos los días venideros, al igual por el proyecto de confederación con Bolivia y Perú. A todo esto, los militares adeptos a Santander, y con su apoyo, publicaban reiteradamente su juramento a la Constitución de Cúcuta, lo cual mantiene un ambiente peligroso y difícil de moderar. Todo esto constituía, por supuesto, el comienzo del final. Al tiempo se suceden ciertos hechos en el Perú que debieron maltratar y colmar de inmensa tristeza al Libertador, 135


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como lo fue el derrocamiento del gobierno que había instalado mediante el Consejo de Regencia presidido por el Mariscal Andrés de Santa Cruz, como consecuencia de la rebelión del coronel socorrano José Bustamante que sellaba definitivamente la era de Bolívar en el Perú con la expulsión del general Lara y de todas las fuerzas adictas al Libertador, situación ésta que fue respaldada y aplaudida por el propio Vicepresidente con campanas al vuelo y comprobadas manifestaciones de alegría. El conocimiento de todos estos acontecimientos iba frustrando poco a poco su sueño de unidad americana.Vale la pena repetir la transcripción de unos párrafos de la carta, que sobre estos hechos escribiera desde Chuquisaca el Gran Mariscal de Ayacucho al general Santander el 10 de julio de 1827: Los aplausos que los papeles ministeriales de Bogotá dan a la conducta de Bustamante en Lima, muestras cuántos progresos hace el espíritu de partido. Ya estos elogiadores estarán humillados bajo el peso de la vergüenza, sabiendo que aquel mal colombiano no ha tenido ningún noble actuar en sus procederes... La nota del Secretario de Guerra a Bustamante aprobando la insurrección, es el fallo de la muerte de Colombia. No más disciplina, no más tropas, no más defensores de la patria. A la gloria del ejército libertador va a suceder el brigandaje y la disolución. (O´Leary, Tomo I de Documentos).

Este constante atravesarse de Santander a la voluntad de Bolívar, lo mortificaba y lo indisponía.Y el momento y el objetivo de la Gran Convención, le era propicio.Allí se medirían las fuerzas santanderistas y bolivaristas: anarquía o dictadura. El camino a seguir no era otro que la reforma de la Constitución de Cúcuta de 1821. 136


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La fecha acordada inicialmente era el 2 de marzo de 1828 pero la Convención se instala un mes después, el 9 de abril, con una mayoría de santanderistas comprobada, lo cual presagiaba la agitación y el resultado de la contienda. Manuel V. Magallanes, en su Historia Política de Venezuela, dice: Los santaderistas vienen con la disposición de oponerse a Bolívar, de desacreditarlo, de obligarlo a descender del gobierno, y para ello toman como bandera el federalismo. Los bolivarianos llegan desorganizados, confiados en el prestigio del Libertador, defendiendo el centralismo porque consideran que sin un gobierno vigoroso y fuerte la República se perderá dentro de la anarquía.

Las estrategias están definidas: el Libertador es un atento espectador a distancia prudente, ubicado en un lugar intermedio, Bucaramanga, a expensas del correo y de los emisarios que iban y venían con noticias y órdenes. Santander asiste a la Convención en su calidad de diputado, y desde el seno de ella maneja sus fuerzas. El recinto de la Convención, Templo de San Francisco en la ciudad de Ocaña, se convirtió en un campo de batalla verbal donde las mayorías santanderistas vejaron e insultaron de todas las formas a los bolivarianos, haciendo del Libertador el objeto de toda calumnia, llegando casi hasta la agresión física, lo cual da al traste con la Convención, y por supuesto, con este nuevo intento por mantener la unidad colombiana. En consecuencia, el 10 de junio de 1828, 21 diputados bolivarianos, en desacuerdo 137


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con la idea federalista de la mayoría, abandonan el recinto, imposibilitándose seguir deliberando por contar ya con menos de 55 miembros, como lo ordenaba el artículo 84 del reglamento de la Convención, y se disuelve la Asamblea sin llegar a ningún acuerdo. A todas estas, el Libertador, sumido en la más absoluta tristeza, no dudó en preparar su retiro definitivo. Sale de Bucaramanga el 9 de junio, un día antes de la disolución de la Gran Convención y llega el 11 al Socorro, donde le alcanza la noticia de su disolución. Después de este triste final de la Convención de Ocaña, los enemigos de Bolívar se aglutinan y ponen en ejecución todo tipo de ataques utilizando los diferentes medios escritos que circulan en la Capital. Incuestionablemente este era ya el fin del gran sueño del Libertador, la Gran Colombia.

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La Noche Septembrina

Cuenta en sus Memorias don Florentino González, que: Algunos republicanos reflexionábamos sobre todas estas circunstancias en el almacén del señor Wenceslao Zuláibar, el día y al mismo tiempo que, con grande aparato militar, se publicaba el decreto de arreglo provisorio.

No olvidemos que este documento no es otro que el Decreto Orgánico de la Dictadura, al que tanto temían los seguidores de Santander. Las razones las explica González así: Recordamos también todos los sucesos escandalosos que habían precedido a este acto que pretendía legalizar la usurpación, e indignados al considerar los medios criminales con que se había privado a Colombia del gobierno constitucional y de la libertad; y espantados con el porvenir que se nos esperaba bajo el mando de un Dictador sostenido solamente por una soldadesca inmoral y mercenaria, resolvimos acometer la empresa peligrosa de destruir la Dictadura y restablecer el gobierno constitucional.

Continúa don Florentino González en sus Memorias con las siguientes confesiones: Formóse, en consecuencia, en aquel mismo día, una junta revolucionaria secreta, y en la sesión que tuvo aquella misma 141


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noche, se decidió que la dirección de la revolución se encargase a una comisión de siete personas, que serían el núcleo de las afiliaciones sucesivas que debían hacerse de las personas que se comprometiesen a obrar, y el centro de donde partirían todas las órdenes para las operaciones. Fui nombrado miembro de esta comisión con los señores coronel Ramón N. Guerra, Mariano Escovar, Juan Nepomuceno Vargas, Wenceslao Zuláibar, Luis Vargas Tejada y doctor Juan Francisco Arganil. El general Francisco de Paula Santander era vicepresidente constitucional de Colombia; y aunque Bolívar, por sí y ante sí, lo había declarado cesante, todos reconocíamos en él el depositario del poder legal, que se encargaría del gobierno de Colombia, si era destruido el régimen dictatorío.

Como era de esperarse, el golpe se dio, y se dio a destiempo, como que estaba programado para el día 28 de octubre, día de San Simón, fecha en que se celebraba el onomástico del Libertador. Era el 25 de septiembre, precisamente dos días antes de cumplirse un mes de expedido el Decreto Orgánico de la Dictadura, en reunión de oficiales y en medio de licor, en las horas de la tarde, el capitán Benedicto Triana, hace un comentario dejando entrever ciertos acontecimientos, que pone en alerta a los presentes y se precipita la ejecución del atentado para esa misma noche. Aunque todo lo habían tenido bien planeado, los hechos de esa tarde obligaron a los conspiradores a actuar con rapidez, y presos de terror sacando valor del mismo terror, decidieron dar el golpe esa noche. Fue así cómo dirigidos por Pedro Carujo, oficial venezolano, a las doce de la noche, el comando de los doce conjurados se dirigió al Palacio de San Carlos desde la 142


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casa de Luis Vargas Tejada, donde habían tenido su última reunión, quienes exaltados a los gritos de Viva la Constitución de Cúcuta, Viva la libertad, Muera el Tirano, en compañía de veinticinco soldados, ingresaron al Palacio y atropellando la guardia, con la consigna de capturar al Libertador, vivo o muerto, fueron abriéndose paso violentamente. Fue así cómo el francés Agustín Horment de un sablazo dio muerte al centinela, hiriéndose también al teniente Andrés Ibarra. El propio Pedro Carujo dio muerte a su amigo el coronel Guillermo Fergusson, edecán del Libertador. Mientras tanto, Bolívar, atendiendo las súplicas de Manuela, salta por la ventana que da sobre la calle 10 y corre a refugiarse bajo el puente del Carmen en el río San Agustín. Doña Manuela Sáenz, abre la puerta de la alcoba y enfrenta al grupo con coraje y les manifiesta que el general se encuentra en la Sala del Consejo. Al verificar que en realidad no se encontraba allí, y que se había fugado por la ventana, aún abierta, desisten de su intento al comprobar que la conspiración había fracasado, y que ya todo era inútil, decidiendo dividirse y coger cada uno por su lado, buscando huir o esconderse de la mejor forma posible, pues la suerte por venir era fácil de predecir. Bien dijo Vargas Tejada al final: Pensemos en el cadalso y familiaricémonos con él. Recordemos que el general José Prudencio Padilla se encontraba preso por hechos de insubordinación contra el general Mariano Montilla en Cartagena, siendo este Intendente, justamente cuando se instalaba la Gran Convención en Ocaña, habiendo sido traído hasta Bogotá. Allí detenido, algunos de los conspiradores la misma noche del atentado fueron hasta el cuartel para liberarlo, asesinando a su carcelero el coronel José Bolívar, en la pretensión que el general 143


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se uniera a la revuelta contando que con el éxito de los sediciosos, liderara las tropas rebeldes y aunara al movimiento estudiantes descontentos. Conocido el fracaso de los conjurados, Padilla por sus propios medios y voluntad regresó a su celda. Bolívar, quien se había encontrado con su criado en la calle después de saltar por la ventana, de nombre Trinidad, continuaba escondido bajo el puente en donde permaneció por espacio de tres horas. Y, cuando amanecía, en medio de las detonaciones de cañones y disparos entre el Batallón Vargas y el de Artillería, se impuso el primero, el cual respaldaba al gobierno, sale de su escondite después de que su criado investigara que quienes pasaban cerca eran conocidos gobiernistas y al oír los gritos de ¡Viva el Libertador!, se dirige a la Plaza Mayor en donde se encuentra con Urdaneta y demás militares leales, entre ellos el propio Santander, y monta allí en el caballo del general Ramón Espina, se abraza de alegría con los oficiales allí presentes en medio aclamaciones de júbilo de toda la soldadesca y amigos llegando a palacio pasadas las cuatro de la mañana en donde le espera plena de emoción Manuela y toda la servidumbre. Al abrazarla, le dice: “Tú eres la Libertadora del Libertador”. Ya en la madrugada reunido con el Presidente del Consejo de Ministros, don José María del Castillo y Rada, el Libertador tomó algunas determinaciones, no tan definitivas, pues hasta ese momento estaba muy inclinado a la clemencia. En el fondo de su corazón la intención era indultarlos a todos. No entendía el por qué sus enemigos políticos, para lograr sus propósitos, tenían que tomar el camino del crimen. Su deseo, como reacción 144


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inmediata, según se lo manifestó al doctor Castillo y Rada, era el de renunciar al poder y viajar al exterior. Pero, claro, conocido el pensamiento del Libertador por el Consejo de Ministros, estos no estuvieron de acuerdo, y se dio vía libre a la aplicación de las medidas pertinentes. El pensamiento general, estudiados los recientes antecedentes de la Gran Convención, la permanente exposición de las ideas en los periódicos de la oposición contrarias a todas luces con las del partido de gobierno, la actitud frente al Estatuto Orgánico y la eliminación de la Vicepresidencia, que había creado un clima de incertidumbre y antipatía muy incómodo, era de que detrás de todo esto existía una figura visible, que no era otra que la del general Santander, posición que él nunca desmintió u ocultó, y de la que siempre hizo gala en todas partes. Lo que siempre negó, fue su conocimiento y participación en los hechos de la noche del 25 de septiembre, no obstante su estrecha amistad con la mayor parte de los conjurados y con el propio coronel Ramón N. Guerra, jefe del estado mayor del departamento de Cundinamarca, que como lo dice el general Posada Gutiérrez, era el hombre de toda su confianza, y quien estaba por demás enterado y comprometido en la ejecución que debía darse esa noche según lo había resuelto a última hora la junta revolucionaria, como que el mismo coronel Guerra fue quien dio a conocer los comentarios del capitán Triana que sobre el complot debía realizarse en breve días, y quien debía firmar ese mismo día en la noche las órdenes militares redactadas por el coronel Carujo, y que inexplicablemente nunca apareció para firmarlas. 145


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Mientras el Libertador era objeto del respaldo unánime de todos los rincones de la República, se hicieron acopio del resultado de las investigaciones adelantadas sobre los acontecimientos y todos los implicados, para obtener el control necesario en todo el territorio nacional y neutralizar nuevos brotes de violencia, refrenar los ánimos contrarios al gobierno y buscar la estabilidad del gobierno y la confianza en el mismo, el Libertador Presidente, el 29 de septiembre expide un Decreto por medio del cual nombra al general Rafael Urdaneta, quien venía actuando como ministro secretario de Estado en el despacho de guerra, como comandante general del departamento de Cundinamarca con retención del ministerio de guerra. En la misma fecha, un nuevo Decreto sustituye interinamente al general Urdaneta del ministerio de Guerra, nombrando en dicho cargo al general José María Córdova, para que el general Urdaneta pueda dedicarse exclusivamente a los graves asuntos de su cargo como comandante general del departamento de Cundinamarca. Y fue así cómo, impuesto el general Urdaneta de su encargo por el nuevo Decreto, y el general Córdova en el ministerio de Guerra, enterados de las intenciones de Bolívar de indultar a los conjurados, fueron en bloque ante él en compañía de otros connotados oficiales para convencerle de que lo correcto era aplicar la ley, por dura que esta fuera, pues la situación así lo exigía. Ello fortalecería el gobierno y le daría respetabilidad y confianza para actuar en otros frentes, pues en el sur, el Perú invadía territorio colombiano buscando anexar provincias ecuatorianas; España era una amenaza latente en las Antillas y Venezuela, con Páez al mando no constituía seguridad alguna para conservar la unidad y el apoyo al gobierno de Bogotá. 146


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En consecuencia, se aplicó la ley. Fruto de ello, fueron todos juzgados militarmente, y catorce de los conjurados fueron condenados a muerte, otros fueron condenados a presidio, destierro, confinamiento y a prestar servicios en el ejército. En cuanto al general Santander, cuya sentencia de muerte fue pronunciada el 7 de noviembre de 1828, y considerada por el Consejo de Ministros como justa, el mismo Consejo proponía la conmutación de la pena de muerte por privación de empleo y expulsión del territorio de la República, propuesta impulsada por el doctor José María del Castillo y Rada, el doctor José Manuel Restrepo y el general José María Córdova, y que finalmente fue acogida por el Libertador Presidente, mostrando con ello una vez más su grandeza de alma ante aquel quien no era otro que la cabeza de la oposición y de la conjuración de septiembre. Y, de haber sido exitoso el complot, él hubiera sido, naturalmente, quien ocupara el palacio de gobierno, aunque Santander, en su testamento, escrito por el mismo, dijera: Aquí declaro, con igual solemnidad, que no dirigí, ni estimulé, ni favorecí la conjuración del 25 de septiembre de 1828 contra Bolívar; he sufrido inocentemente por este suceso, y, lejos de protegerlo, hice cuanto pude por disuadir el proyecto de revolución a la única persona que me indicó estarse tramando el proyecto. Nunca odié personalmente a Bolívar.

Condenado a salir desterrado de la nación, con otros presos que debían cumplir pena semejante, fue detenido y confinado en el Castillo de Bocachica por algún tiempo, y luego trasladado a una fragata de guerra para conducirlo más tarde a Puerto Cabello, desde donde seguiría poco después con destino a Europa. 147


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De este nefasto episodio, bien lo dice Cornelio Hispano en el Libro de Oro de Bolívar, el Libertador jamás se restableció de la honda y dolorosa impresión que le causaron los puñales de septiembre. Desde aquel día llevó en su corazón la saeta envenenada que debía conducirlo al sepulcro. Conviene recordar que en la larga e interminable noche del crimen, la noche de los asesinos, de los traidores, de los septembrinos, estos fueron conducidos por un joven de escasos 26 años, de buena presencia, quien tenía un alma negra y un corazón lleno de odio, Pedro Carujo, español nacido en Barcelona, aunque varios historiadores aseguran que era venezolano, sobrino de Anzoátegui, y por un francés, Agustín Horment, quien al decir del historiador venezolano, Paul Verna, soñaba en ser la reencarnación de Robespierre, de Marat y Dantón. Carujo, ya se había distinguido en la filas del general Bermúdez cuando este atacó a Caracas en 1821, y con Manrique se detaca una vez más por su valentía en la toma de Maracaibo en 1823, comenta el mismo escritor venezolano Verna. Era pues un oficial conocido, con alguna trayectoria, de quien dice Indalecio Liévano Aguirre que “sólo su notoria falta de escrúpulos y su hinchada vanidad lo indujeron a creer que Bolívar era responsable de que no se le hubiera otorgado todavía el despacho de general de Colombia”. Se deduce entonces, que guardaba un infundado rencor contra Bolívar, que posiblemente lo impulsó a actuar de tal manera. Larrazabal lo califica como “hombre de malas entrañas”, y Gil Fortoul dice de él que era “loco de atar”. Recordemos, pues, que fue Carujo quien dirigió la operación de asalto al Palacio de San Carlos, y fue él el primero en llegar a la puerta del aposento privado del Libertador, para ser él quien le diera muerte y así tener ese gran honor, y al no lograrlo, asesinó de forma alevosa y cobarde a quien fuera 148


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su gran amigo, edecán del Libertador, el coronel inglés Fergusson, quien había intervenido a su favor días antes para que fuera elevado al grado de teniente coronel. El hecho fue muy simple, pero contundente; Fergusson, quien se encontraba desarmado, al encontrarse con su amigo, en esos confusos momentos, le gritó: “¿Qué hay Carujo?” La respuesta, según la versión del general Joaquín Posada Gutiérrez en sus Memorias Histórico Políticas, fue: “un tiro de pistola, disparado por el mismo Carujo, que le atravezó el corazón dejándole muerto instataneamente”. Qué negra ingratitud hacia su amigo, la que se confirmaría más adelante con su actitud frente al Libertador. Es bien sabido que Bolívar, en la misma mañana del siguiente día a la nefanda noche anterior del 25, tuvo la intención decidida de perdonar a todos los conjurados, a todos los culpables, según se lo manifestó a su Ministro José María del Castillo Rada, Presidente del Consejo de Ministros. Pero cuando se decantaron los ánimos y las emociones, y se analizaron con serenidad los hechos, los militares adeptos al Libertador, ante su ya proverbial generosidad y benevolencia, se opusieron de manera contundente a esa primera idea del Padre de la Patria, considerando que ello sería, sin lugar a dudas, funesto para la propia existencia de la república, del gobierno y del ejercito. Mal antecedente se crearía, en un gobierno fuerte, tildado Bolívar de ser un tirano. Entonces, catorce de los conjurados fueron juzgados y ejecutados, pero en forma incomprensible, Carujo, quien era el mayor responsable de todos, logró escapar de la muerte. Se asegura, que luego del atentado, el sacerdote franciscano Tomás Sánchez Mora le mantuvo oculto, y que desde su amparo escribió varias cartas al Libertador suplicándole que le perdonara la vida, comprometiéndose a contar minuciosamente todos los antecedentes de la conspiración, diciéndole que él sabía que era “clemente, generoso y filósofo”, terminando cada una de cartas en los siguientes términos: “Dios guarde la interesante vida de V. E., que tanto importa conservar...”. 149


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En definitiva le fue perdonada la vida, cumpliendo el gobierno de esta manera su compromiso de enviárle a prisión en Puerto Cabello, dejando a los bogotanos una nota de despedida en los siguientes términos: “Es necesario deciros aquí en obsequio de la imparcialidad del gobierno, que yo he sido indultado de la pena capital... La nagnanimidad y clemencia del Libertador ha confundido tanto mi espíritu y mis ideas que ya no me es posible expresarme cual lo haría en época muy diferente”. Pero el desagradecimiento, y al decir del historiador Larrazábal, su condición de ser un “hombre de malas entrañas», se manifestó una vez más cuando desde su prisión, dice Paul Verna, dirige un memorial al Congreso Constituyente de Venezuela el 10 de Mayo de 1830, poniendo al desnudo toda su alevosía, presentándose como un benemérito ciudadano, víctima de la dictadura. Y al hombre que le salvó la vida, a su benefactor, lo llama «el genio del mal, el más funesto de los mortales, el malvado autor único de males infinitos que cual criminal cobarde huyo por una ventana excusada, el más inicuo de todos los tiranos”. No se sabe si Bolívar tuvo conocimiento de estos y siguientes detalles de las actuaciones de Carujo, pues enemigos del Libertador abogaron por Carujo ante el gobierno de Venezuela en nombre de “los derechos extinguidos y usurpados por el dictador”. Sin embargo Páez, a través de su Ministro Miguel Peña, le dio como respuesta, la expulsión de Venezuela. Claro que en una serie de contradicciones, Carujo se vio favorecido, pues el Congreso determinó, el 25 de Junio de 1830, según lo cuenta Paul Verna, “que todos los conjurados comprometidos en el atentado del 25 de septiembre de 1828 y presos en Venezuela, fueran puestos en libertad”. Sale entonces Carujo de prisión, y por supuesto continúa su carrera de odio y de venganza, pasando a Rio Hacha para luchar contra el gobierno de Urdaneta, en donde el Coronel 150


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Blanco le rechaza rotundamente, teniendo que regresar a territorio venezolano refugiándose en Maracaibo. Paul Verna finaliza el recorrido por la vida de Carujo así: “Reaparece cinco años más tarde cuando los Reformistas lo hacen general e inician un golpe contra el Presidente Vargas. Increíble, pero quien vengó la memoria del Libertador, insultada por Carujo, no fue ninguno de los más entrañables amigos de Bolívar quienes ahora hicieron una causa común con el desalmado septembrista. Lo fue el propio Páez cuando atacó a los Reformistas en Puerto Cabello. Carujo muy herido cayó prisionero. Era dicimebre de 1835. Entonces Páez, con su estilo peculiar de actuar, entregó al moribundo criminal a sus soldados para que lo condujeran a Valencia: Díganle a la gente de Valencia que allí les mando mi aguinaldito”. Triste y merecido final el de este hombre quien indudablemente murió en su ley. No sobra, entonces, recordar quiénes fueron algunos de esos catorce personajes, parte de ellos representantes de lo más granado de la sociedad de la Nueva Granada y de los militares más sobresalientes del momento. Encontramos, entonces, a don Mariano Ospina Rodríguez, quien había nacido en Guasca (Cundinamarca) y estudiado jurisprudencia en el Colegio de San Bartolomé. Después de haber tomado parte en los hechos del 25 de Septiembre, cuenta el doctor Laureano Gómez en su libro El Final de la Grandeza Grandeza, que “Florentino Gónzalez fue en su compañía hasta la esquina de la Casa de Moneda. Allí se separaron. González tenía lista una mula en la que salió de la ciudad apresuradamente y no paró hasta dar en Charalá, donde fue apresado el 7 de octubre siguiente. Mariano Ospina se asiló en una casa de la calle 15, entonces llamada calle de los Carneros, donde le acometió una grave enfermedad. Repuesto de ella y sintiéndose poco seguro, 151


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una negra esclava lo sacó envuelto en un colchón a otra casa donde pudo verse con su amigo Anselmo Pineda –el después famoso coronel coleccionista de publicaciones– quien lo llevó como arriero suyo hasta Rionegro, en Antioquia, donde se colocó como concertado, en la hacienda de Aldana. Mas, como despertase sospechas por su cultura, a pesar de todo su disimulo, pasó a Santa Rosa de Osos donde vivió en casa de una hermana de su compañero de conspiración Wenceslao Zuláibar, esposa de Estanislao Barrientos, donde trabajó como jardinero. Descubierto nuevamente por la familia, casóse con la señorita Marcelina Barrientos, su primera esposa. Cuando se publicó el indulto por delitos políticos, Ospina Rodríguez acogióse a él dejando el incógnito y fijó en Antioquia su habitual residencia. Allí, en Antioquia, de asiento y sin problema alguno, colaboró con varios de sus gobernantes. Posteriormente Presidente de la Confederación Granadina entre 1857 y 1861. Con don José Eusebio Caro escribió el ideario del Partido Conservador, partido político, afecto desde sus comienzos al pensamiento político del Libertador. Murió Ospina Rodríguez en Medellín el 11 de enero de 1885, ciudad en donde reposan sus cenizas”. Otro de los personajes y figura de la época fue el renombrado Luis Vargas Tejada, nacido en Villa de Leyva. Poeta y escritor de artículos políticos, orador elocuente, intelectual de primer orden y uno de los principales opositores al régimen bolivariano. Era conocido, pues participó como diputado en la Convención de Ocaña. Había sido escogido por Santander como Secretario de la legación colombiana ante el gobierno de los Estados Unidos. El 27 de Septiembre, salió huyendo de Bogotá por la vía de Fusagasugá, tomando luego el camino al Meta, logrando esconderse durante 14 meses en la “Cueva de la Resignación”, y el 8 de diciembre de 1829, acompañado de un peón, buscando bajar por el Orinoco para pasar a Venezuela, llega al caudaloso río Pajarito, en donde tratando

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de cruzarlo, una ola grande lo arrebató de su caballo llevándoselo la corriente. No olvidemos que fue en su casa en donde se efectuó la última reunión en la nefanda noche septembrina. Juan Miguel Acevedo, hijo del Tribuno del Pueblo, era primo de Vargas Tejada y cuñado de Diego Fernando Gómez, había nacido en Bogotá. Era un joven de apenas 20 años. Acosado ante el peligro de ser aprehendido, tomó la vía de Fusagasugá y llegó el 26 en la noche a la hacienda “El Chocho” de propiedad de su cuñado Diego Fernando Gómez, a donde llegó igualmente, el sábado 27, Vargas Tejada su primo, en horas del medio día. Como la situación era bastante comprometedora para Gómez y su familia, los dos fugitivos decidieron abandonar la hacienda “El Chocho”, dirigiéndose al monte donde permanecieron diez o doce días, separándose luego cerca a Sibaté. Ya conocemos el triste final de Vargas Tejada. Juan Miguel fue condenado a la pena de muerte confiscándosele sus bienes en favor del Estado, sentencia firmada por el general Urdaneta el 10 de noviembre de 1828, pero el Libertador Presidente, al día siguiente, 11 de noviembre, le conmuta la pena de muerte y confiscción de bienes por la de ser destinado al servicio militar por ocho años, en clase de soldado raso sin opción de ningún ascenso. Tres días después fue remitido a Cartagena y luego enviado a Venezuela para que en los cuerpos de su ejército cumpliera su condena.

Nueva campaña en el Sur Destrozado y no repuesto físicamente del todo, emprende camino hacia el sur para hacerse cargo de la campaña, pues ya Colombia y Perú se baten en los campos de batalla. La historiadora Pilar Moreno de Ángel, en su biografía del héroe de 153


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Ayacucho, comenta que Bolívar viaja amargado y con el dolor de sentirse traicionado por su amigo fiel e incondicional, el General Córdova, como que: ... viejos resentimientos y envidias albergados por largo tiempo en Manuela Sáenz y en el General Rafael Urdaneta, se combinaron para sembrar ante el Libertador la duda sobre la conducta y la actividad que hubiera tenido el héroe de Ayacucho en relación con la conspiración de septiembre. “De la calumnia algo queda”. Las consecuencias filosóficas de este viejo aforismo comenzaron entonces a cernirse sobre la vida y el futuro del general José María Córdova. Esa duda empezó a abrir la brecha que debería separar al final a los dos grandes hombres y que seguramente cambió la historia de Colombia. Córdova se enteró de que su amigo el Libertador ya no tenía plena confianza en él. La sombra de la duda estaba en el horizonte de su amistad. Un drama íntimo con una profunda crisis al fondo principió a gestarse en José María Córdova.

Finalizando el mes de noviembre, el Libertador recibe noticias del Coronel Tomás Cipriano Mosquera informándole que los coroneles José María Obando y José Hilario López se habían levantado en armas contra la autoridad del Libertador Presidente pronunciándose contra la dictadura y proclamando la vigencia de la Constitución de Cúcuta (1821) como la carta fundamental que debería servir para regir el país. Como consecuencia de ello, el general Córdova es destinado a trasladarse de inmediato al sur para encargarse personalmente de la dirección de la campaña del Cauca, pues la situación allí era bien complicada en donde el Intendente era el propio coronel Mosquera, quien sufre aparatosa derrota el 20 de noviembre en La Ladera, lugar elevado cercano a Popayán, 154


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ciudad que había sido tomada por Obando. Mosquera huye abandonando su puesto, actitud que, al encontrase en La Plata el 12 de diciembre con el héroe de Ayacucho, éste le enrostra de inmediato la derrota, el huir cobardemente y la manera cómo había conducido la operación frente el coronel Obando. Dice la historiadora Pilar Moreno de Ángel: El payanés se sintió herido en lo más profundo de su ser y la enemistad rayana en el odio que allí surgió entre los dos personajes habría de tener fatales consecuencias para la república, para la familia y para la persona de Córdova. Este encuentro de La Plata, de apariencia intrascendente, bien puede considerarse como un momento crucial en el destino de Córdova.

El Libertador llega a Popayán el 23 de enero de 1829 para continuar hacia el Ecuador, encontrando recuperada la plaza y en vía de restablecimiento la situación y control de los rebeldes en toda la provincia. El 29, el Libertador y el general Córdova se encuentran y sostienen una larga conferencia, durante la cual el héroe de Ayacucho le manifiesta cordialmente a Bolívar no estar de acuerdo con su actitud dictatorial de gobierno y le solicita, muy respetuosamente, que abandone este sistema de gobierno y llega hasta insinuarle que se retire de la vida pública. Que haga un pacto con los rebeldes con el fin de franquear el paso a las tropas oficiales que deben seguir al sur a combatir con los invasores peruanos. Pilar Moreno de Ángel, sobre este hecho, comenta: Es importante destacar que en este momento principiaron a separarse Bolívar y Córdova. Éste que hasta entonces había sentido por el Libertador una admiración casi reverente, 155


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principió a evaluar las consecuencias políticas de la dictadura y, siendo un demócrata integral, calculó que la disolución de la Gran Colombia era inevitable a la muerte de Bolívar. Ya se notaba que cada uno de los héroes y de los líderes de la gesta emancipadora se matriculaban como granadinos, como venezolanos o como ecuatorianos. Las razones que habían logrado unir a los tres grupos socio-económicos casi que habían desaparecido y la dictadura servía de tizón para completar la ruptura.

Bolívar y Córdova firman un tratado con López y Obando, pues éstos al conocer que el Mariscal Sucre el 27 de febrero en el Portete de Tarqui había derrotado a los peruanos, ya no tendrían el apoyo de estos. Queda entonces libre el camino hacia el sur, llegando Bolívar el 8 de marzo a Pasto, siguiendo dos días después hacia Quito, en donde el 16 de Abril, el General Córdova, cumpliendo su llamado se entrevista con él, una de sus últimas entrevistas, durante la cual el Libertador le obsequia el caballo al Héroe de Ayacucho como una demostración clara de su afecto y de inextinguible amistad por él. Recordemos con Cornelio Hispano en su libro Historia Secreta de Bolívar, que después de Ayacucho, La Paz agradecida, ofreció al Libertador una corona de oro y piedras preciosas, la misma que Bolívar, con sus propias manos colocó sobre la cabeza de Córdova. Recordemos, igualmente, que a pesar de ya encontrarse Córdova en rebelión contra Bolívar, éste desde Guayaquil le escribe el 20 de julio de 1829: Sean cual fueren los sentimientos que en Usted queden, nunca dejaré de amarlo como lo he hecho hasta ahora con la más pura sinceridad. Después de este encuentro de los dos Generales en Quito, quizás el último, el General Córdova queda al mando de la 156


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División en Pasto, Obando como comandante militar de la Provincia y Mosquera como Jefe de Estado Mayor. El odio de Mosquera hacia Córdova crecía día a día. Mosquera, orgulloso por su origen y Córdova por el desprecio y humillación con que le trataba, hicieron irredimibles entre ellos las buenas relaciones tan necesarias para la salud de la República. Fue ello tan definitivo y de unas consecuencias tales, cuenta Pilar Moreno de Ángel que: Años después Tomás Cipriano de Mosquera cegaría alevemente, sentados como prisioneros en un banquillo en Cartago, las vidas de Salvador Córdova (hermano del héroe de Ayacucho) y Manuel Antonio Jaramillo (cuñado). El destino había colocado a Mosquera como un elemento fatídico que se interpuso y cambió la trayectoria vital de la familia Córdova Muñoz.

El Libertador había ordenado vigilar permanentemente al General Córdova, pues había indicios ciertos de sus movimientos tendientes a favorecer una reacción que degeneraría en una rebelión, pues las noticias que llegaban de Popayán eran las de que estaba fraguándose una conspiración. En este ir y venir de diferentes comunicaciones con noticias ciertas y la mayor parte fruto del odio y de la envidia, el Libertador, indiferente a todo ello, comenta también el biógrafo del héroe de Ayacucho, Roberto Botero Saldarriaga: ... firma el 13 de Julio de 1829 un Decreto encargando al general Córdova del Ministerio de Estado en el Departamento de Marina en reemplazo del General de División Carlos

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Soublette, quien cumplía misión importante en ese momento en Venezuela. Al presentarse en Popayán el Coronel Escolástico Andrade a posesionarse de la Comandancia General del Cauca, el General Córdova le hizo entrega de aquel puesto. Separado del mando del ejército y sin cargo oficial alguno, considerose desligado de todo compromiso con el gobierno dictatorial, adquirió la conciencia de su completa independencia.

El 21 de agosto salió de la ciudad de Popayán y tomando la vía del Valle del Cauca se dirigió a la Provincia de Antioquia con el fin de visitar a su familia y pasar luego a Bogotá. Pilar Moreno de Ángel escribe: Recorrió el Valle del Cauca que le causó gran admiración y lo llevó a decir: “¡Qué hermoso es el Valle que he andado! ¡Es lo más bello que conozco de América!” Iba acompañado de su edecán Francisco Giraldo, quien había sido ascendido a Capitán efectivo por Bolívar, mediante decreto expedido en Quito el 23 de marzo de 1929. Hicieron escala en Cali, Palmira, Buga y llegaron finalmente a Cartago. Estos largos días de camino sirvieron al joven General para meditar sobre el sistema de Gobierno, que le gustaba cada vez menos, y sobre la revolución como única salida ante su conflicto. Salió de Cartago y tomó la vía de Anserma, Riosucio, Marmato y llegó a Rionegro el 7 de Septiembre.

Córdova en Rionegro - Levantamiento El héroe de Ayacucho llegó a Rionegro en las horas de la tarde, cumpliendo sus 30 años de edad, justamente celebrándose 158


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ese día la fiesta en honor de Nuestra Señora del Rosario de Arma y del baile que se ofrecía esa misma noche con motivo del matrimonio de los hijos de viejos amigos de la familia. En ambas reuniones hubo los brindis de rigor tomando el General parte en ellos, manifestando abiertamente su férrea posición frente a la dictadura y sobre el sistema monárquico que ya se abría paso en las altas esferas oficiales para instaurarse en Colombia, con el convencimiento del apoyo del Libertador a estas ideas. Diferentes hechos se sucedieron en los días siguientes como consecuencia de las espontáneas intervenciones del General durante las fiestas en la noche de su llegada a Rionegro, durante los cuales, como era natural, participaron su hermano el Coronel Salvador Córdova, Comandante militar de la Provincia y su cuñado, Manuel Antonio Jaramillo, Gobernador de Antioquia. Parientes y amigos del General José María buscaron hacerle entrar en razón, pero los acontecimientos de la noche del 7 de septiembre en Rionegro pronto se conocieron en Bogotá, y claro, se prendieron las alarmas en las altas esferas del gobierno. Al siguiente día, Córdova se reunió con amigos y prestantes hombres públicos de la región, comunicándoles su inconformidad con al gobierno dictatorial del Presidente Libertador Bolívar y la posible instauración de una monarquía, lo cual a todas luces era inaceptable. Debería, entonces exigirse la restauración de la Constitución de Cúcuta de una manera vehemente, llegando inclusive hasta la fuerza para lograrlo. Los asistentes a dicha reunión calmaron al General Córdova, 159


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atendiendo a las contundentes razones y a sus juiciosas observaciones, desistiendo éste de un levantamiento armado. En Bogotá, las cosas se tornan muy difíciles para Córdova, pues el General Rafael Urdaneta, quien dominaba la situación dentro del Consejo de Ministros, tramaba con todos sus militares y amigos de la causa dictatorial, atajar cualquier tipo de acción de Córdova, consecuente con los Manifiestos y Proclamas que de su autoría circulaban libremente ya por todo el territorio. El 11 de septiembre, en las horas de la madrugada, le informan al General que un Capitán Herrera estaba a las puertas de la ciudad con órdenes del Coronel Francisco Urdaneta, de nacionalidad uruguayo, de apresarlo y llevarlo a Medellín. Este, sin lugar a dudas, fue el detonante que lanzó al héroe de Ayacucho fuera de su cama y prepararse con una juventud entusiasta pero inexperta al toque marcial de generala, a esperar en las calles del pueblo a quienes iban a apresarlo para llevarlo ante el Coronel Urdaneta. El día 12, el Coronel Francisco y el general Urdaneta y Córdova, entran a Medellín. Urdaneta viaja a Bogotá con la ayuda de Córdova. Se firmaba con esta actitud la declaratoria del precipitado levantamiento del General, lanzándose en consecuencia en una aventura bélica de funestas consecuencias, fruto de una provocación infame y cobarde del Coronel Urdaneta con el beneplácito del Consejo de Ministros manejado a su antojo por el General Rafael Urdaneta, quien ya había dado muestras de su encono contra Córdova, y aprovechando las órdenes del Libertador antes de su viaje al sur a comienzos del 160


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1829, ordenó al Comandante Jefe de Operaciones, General de Brigada Daniel Florencio O´Leary ponerse al frente de la Columna de Occidente. Dice Roberto Botero Saldarriaga, que así mismo: El General Urdaneta comunicó y ordenó a (General Mariano) Montilla, Comandante en Cartagena, le hiciera mover una fuerte columna de tropas al mando del Comandante Gregorio María Urreta sobre el norte de la Provincia de Antioquia. De Popayán hizo marchar al Coronel (Escolástico) Andrade (Comandante General del Cauca) con varios batallones sobre el sur de la misma Provincia. Así Córdova iba a ser atacado simultáneamente por tres fuertes expediciones: oriente, sur y norte del territorio que dominaba.

Lo relatado por el connotado biógrafo de Córdova da a entender a las claras que el General Urdaneta estaba decidido a acabar con el levantamiento del Héroe de Ayacucho, costare lo que costare. Además, el Libertador estaba apenas regresando del sur y la situación en Venezuela era por demás muy difícil. Los negociadores, de lado y lado, vieron frustradas sus gestiones. Sobre todo las de su amigo el Coronel José Manuel Montoya quien se reunió con el General Córdova llevando comunicación escrita del General Urdaneta y una suya personal, sin resultado alguno, pues las exigencias de Córdova, nunca fueron posibles de doblegar, las cuales se podrían resumir en volver al régimen constitucional, aplicando leal y honradamente la Constitución de Cúcuta. En consecuencia, el Coronel Montoya, desde Rionegro y con fecha 15 de Octubre de 1829, dirige al General Córdova la siguiente nota: 161


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Al señor General José María Córdova – Señor General: No estando en la esfera de las facultades que me ha conferido el General Comandante en Jefe de las operaciones sobre Antioquia entrar en una negociación cuyas bases sean el establecimiento de la Constitución de Cúcuta, condición sin la cual US., no se prestará a transacción alguna, según su nota, US., debe mirar como terminada mi comisión y la suerte de US., librada a los azares de la guerra. – Dios guarde a US., José Manuel Montoya.

La decisión estaba tomada, y desde días antes. En su primer encuentro, el Coronel Montoya, conociendo la situación de las partes, le dijo a Córdova en forma cordial pero convincente: – Dadas las fuerzas y recursos del Gobierno Nacional, es imposible vencer, mi General. – Sí... pero no es imposible morir. le respondió Córdova con su acostumbrada altivez.

Seguidamente, el General entrega la última comunicación a su hermano Salvador, con las debidas instrucciones, la cual termina así: “Vencer o morir”. Se confirma en ella “la firme resolución de batirse hasta triunfar o morir”, escribe Roberto Botero Saldarriaga. Desde la madrugada del día 17, ya Córdova se encontraba en pleno campo de batalla, cerca de la Capilla y del caserío de Santuario. Las fuerzas del General O´Leary, llegadas a la altura, muy superiores, estaban listas para el combate a eso de las once del día, y cuenta el biógrafo Botero, que cuando el General O´Leary, rodeado de tres de sus oficiales, se dejó ver sobre sus líneas de combate, intimidándolo le dijo: – ¡Córdova, entrégate: no sacrifiques a esos pobres reclutas! El General, con voz sonora y 162


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fuerte y que sellaba su irrevocable resolución, le contestó: – ¡Córdova no se entrega a un vil extranjero, mercenario y asalariado: primero sucumbe! La batalla fue cruenta, en la cual, por supuesto, se hizo patente el coraje de Córdova y sus inexpertos soldados y la superioridad del ejercito al mando de O´Leary. El joven héroe de Ayacucho recibió el impacto de dos proyectiles, uno en el hombro izquierdo y otro en el muslo, lo cual le obligó a dirigirse a una casa pequeña en el marco de la plaza de Santuario, convertida desde entonces en hospital, a la cual llegó, también herido, el teniente Francisco Giraldo. Llega hasta este lamentable escenario el militar gobiernista Coronel Carlos Castelli y se cerciora del estado en que se encuentran los allí heridos, y al salir de ahí, le da cuenta de ello y del estado en que se encuentran Córdova y los derrotados y bravos soldados granadinos al General O´Leary, quien de inmediato le ordena fría y despiadadamente: ¡Mátelo usted! El Coronel Castelli, aterrado, se niega a cumplir la orden llegando en ese momento el segundo comandante de caballería, el irlandés Ruperto Hand, quien con el calor del combate y lleno de ira al ser derribado de su cabalgadura, recibe la orden de O´Leary de acabar con la vida del General Córdova. De inmediato entra éste a la casa hospital, pregunta quién es Córdova y al ubicarlo, descarga fieramente su sable una y otra vez sobre la postrada e inmóvil humanidad del héroe de Ayacucho, quien desangrado muere sin haber opuesto la más mínima resistencia, esperando a que llegara O´Leary a quien había solicitado llamar. 163


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Este es el lamentable y triste fin del Héroe de Ayacucho, perpetrado por mentes y manos extranjeras, quienes en asocio de otros ilustres miembros del gobierno y del Consejo de Ministros, magnificaron su posición frente a la Dictadura del Libertador y a la idea de entronizar el proyecto de monarquía que venía abriéndose paso sin el convencimiento cierto por parte de Bolívar, como que el 22 de noviembre de 1829, él mismo dio pie atrás desistiendo públicamente de tal idea postergando su presentación para la consideración del Congreso Admirable, a reunirse en enero del siguiente año. Si bien es cierto que todos quienes debían y tenían que informar de este cruento suceso al Libertador lo hicieron en medio de justificaciones de su brutal proceder y responsabilidad, todos, sin excepción, tuvieron en sus vidas un desenlace fatal. No obstante todas las razones que le dieron a Bolívar para haber terminado con “justicia” con la vida del General Córdova, el Libertador indudablemente sufrió en silencio un desgarrador e inmenso dolor, que él, como ninguno otro hombre, supo guardar y llevar hasta su tumba, sin demostrarlo. Bolívar había conocido de todos estos dolorosos hechos en su regreso a Bogotá durante ese difícil año de 1829, y como bien lo anota el doctor José Herney Victoria Lozano, prestante miembro del Centro de Historia de Tuluá en el Boletín No. 38 correspondiente al mes de diciembre de 2013, el Libertador bastante mermado físicamente, torció su acostumbrada ruta Popayán, Neiva, La Plata para regresar a Bogotá, y lo hizo por el centro, pasando por Tuluá el 27 de diciembre(1), en donde 164


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(1) El historiador Guillermo E. Martínez M., en su libro “Tuluá - Historia y Geografía”, escrito con Joaquín Paredes Cruz, (1956), relata el paso del Libertador por dicha ciudad de la siguiente manera: EL LIBERTADOR EN TULUÁ El 27 de diciembre de 1829 salió Bolívar de la ciudad de Buga con dirección a Cartago. En las últimas horas de la mañana llegó a la Villa de Tuluá acompañado de muy selecta comitiva y de algunos tulueños que habían salido a recibirlo a San Padro. El acompañamiento de Bolívar estaba compuesto por su Secretario el Capitán Itúrbide y su Edecán, por varios vecinos de las poblaciones de Cali, Palmira, Buga y por los tulueños, Dr. José María Lozano y V., don Francisco Lozano, don Agustín González, don Pedro José Lozano, don Joaquín de Llanos, Capitán de Infantería don Joaquín de Victoria y otros distinguidos personajes de la época. La Villa de San Bartolomé había sido engalanada con arcos y vistosos festones desde las vísperas. Las “tribunas”, la Cárcel Pública, y la casa de los esposos Tejada estaban adornadas con bellos cortinajes y la silueta de las más bellas mujeres se destacaba por entre los tiestos de clavellinas y geranios que, pendientes de los aleros, daban brillo y belleza a los viejos balcones coloniales. El Padre de la Patria pasaría la noche en Tuluá y sería recibido en casa de los esposos Agustín González y María Jesús Tejada. Desde las primeras horas de la madrugada grupos de jinetes iban y venían en sus briosos corceles luciendo amplios zamarros. La multitud, ansiosa de conocer al Padre y Libertador, se apretujaba en la plaza. Todo era regocijo y animación en el pueblo. A las once de la mañana llegó el Libertador. El entonces Alcalde de la Villa, Sr. Pedro José Lozano, le hizo entrega de la ciudad con un corto discurso. Bolívar respondió elocuentemente al tribuno tulueño en breves frases. Terminados los discursos protocolarios, se reunió el Cabildo con asistencia del Libertador y la comitiva se dirigió a casa de los esposos González-Tejada. Un gran banquete se le tenía preparado al Padre de la Patria. A la una de la tarde se presentaron los esclavos de doña Brígida López, de don Miguel y don José Joaquín Llanos, de don Patricio Lozano, y entregaron a Libertador sus cartas de libertad. Vestían blusa de muselina blanca, llamada en la época “blusa de golas”, faldón de bayeta prensado en la cintura con numerosas alforzas. Cubríanse la cabeza con una mantilla de paño negro, etc.

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Ante el Libertador, tímidas y vergonzosas, también agradecidas y llenas de alegría, desfilaron las esclavas María Ángela López, María Josefa Ruiz, hermana de María Antonia la heroína de San Juanito, Asunción y Rosalía Llanos, Celedonia Tolón y otras. Presentaron sus Cartas de Libertad, certificado que las acreditaba como “libres de pila”. Estos esclavos se denominaban “colombianos”. María Ángela López, solía decir con orgullo: “Yo fui colombiana de doña Brígida López”. Terminada la romería de los esclavos que fueron presentados como libres y de los que fueron libertados por el Padre, se dirigieron de casa de Agustín González a la de la señora Clemencia Lozano, bailando manta, ruma y bunde, bailes zapateados y cantando coplas de las cuales sólo ha quedado esta estrofa como recuerdo imperecedero de esa época: “Dale la mano a la conga, Ay! qué conga, ay! qué conga! Nació el divino Jesú, Qué hacemo con eto ahoa; Pue buquemo otra dama Que pueda hacé de señoa”. O también: “Que se va la rumbadora Rumbarme quiero, que se va, que se va...” Y cogidos de la mano iban los esclavos colombianos, Juancho, Bernardino, Ramona y María Ángela López, bailando rumbas y bundes al son de flautas y triángulos y levantando en alto su carta de libertad. Terminada la ceremonia de los esclavos, Bolívar salió en compañía de las más selectas damas al baile de gala que se le tenía ofrecido en el salón de la esquina de la casa de las Tribunas en el piso alto. Allí exhibieron su belleza las nobles matronas doña Clemencia Lozano, doña Ana Josefa Potes, doña María Jesús Tejada y otras de esclarecido linaje. Concluido el baile se quemaron algunos cohetes, se echaron al vuelo las campanas de la iglesia, se dieron vivas al Padre Libertador y el entusiasmo se prolongó hasta bien entrada la noche. Al amanecer del día 28, Bolívar salió con rumbo a Cartago. Asidas a su cabalgadura, al trote largo de la bestia, iban dos agradecidas mujeres, valerosas y patriotas, que se habían distinguido en San Juanito como ágiles lanceras: Rita Cruz, conocida con el sobrenombre “la guila” y Mariquita Ramos, alias “la chana”.

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pernoctó y en donde fue objeto de gran recibimiento y festejos en la noche, continuando al siguiente día hacia Cartago, a donde llegó también el Coronel Salvador Córdova, hermano del asesinado General y su cuñado Manuel Antonio Jaramillo, quienes se habían salvado milagrosamente en Santuario, y allí tuvieron oportunidad de conversar largamente con el Libertador, quien, dice el General Posada Gutiérrez: ...le abrió los brazos estrechándolo en ellos con afecto paternal, deplorando el desgraciado fin de su glorioso hermano, y concediéndole no sólo una amplia amnistía para él, sino también para su cuñado Jaramillo y para los pocos que no habían sido comprendidos por el General O´Leary. Además, eximió a la Provincia de Antioquia de la contribución de cincuenta mil pesos que se le había impuesto.

El Coronel hizo entrega al Libertador de una sentidísima carta con todos los pormenores de la actuación suya en el levantamiento de General, su hermano, sin que faltare detalle alguno que despejaba sin lugar a dudas, la responsabilidad de quiénes y de cómo le pusieron fin a la gloriosa vida del Héroe de Ayacucho. Doce años después, en la plaza principal de la misma ciudad de Cartago, cuenta Pilar Moreno de Ángel, Tomás Cipriano de Mosquera cegaría alevemente, sentados como prisioneros en un banquillo, las vidas de Salvador Córdova y Manuel Antonio Jaramillo. Es necesario conocer, que por diferentes razones, como el levantamiento del General Córdova en Antioquia, la guerra con el Perú, los rechazos constantes y violentos a la política de 167


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Bolívar y la ausencia prolongada de éste, crearon un ambiente propicio y abrieron el camino de la revolución que se inició en Caracas, en la cual se presumía actuaba a la sombra el General José Antonio Páez, quien albergaba toda clase de ambiciones, como más adelante lo confirmaron los hechos mismos.

Separación de Venezuela Así las cosas, en la patria de Bolívar empezaban a pasar cosas muy graves, sobre las cuales Roberto Botero Saldarriaga, biógrafo de Córdova, escribe: El 17 de noviembre de ese mismo año de 1829, en la ciudad de Valencia, una Junta de las más altas autoridades de Venezuela acordaba el siguiente programa político, que sería llevado a la práctica inmediatamente, y que prueba hasta la evidencia que sólo en la Nueva Granada se procedía a la eliminación sangrienta de los que buscaban la solución al problema político implantando firmemente las instituciones democráticas, por las cuales se había luchado durante catorce años haciendo toda clase de inmensos sacrificios. El General Páez, el General Soublette y el doctor Miguel Peña presidieron aquella reunión y firmaron las siguientes bases: Primera.- Separación absoluta de Venezuela, como entidad política, de la Nueva Granada. Segunda.- Desconocimiento de toda autoridad del General Bolívar y su proscripción del territorio de la República de Venezuela. Tercera.- Proclamación de Páez como primer Presidente de la República de Venezuela.

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Esta revolución no fue debelada por medio de las armas, ni sus jefes cayeron bajo el fijo del machete mercenario, y ella concluyó con la existencia de la Gran Colombia, ¡sus promotores eran venezolanos! El Libertador avanza hacia Bogotá con el alma destrozada por todos estos acontecimientos. Y llega el año de 1830, y con él, llega también Bolívar a la Capital el 15 de enero. Quién sabe que traía el General en su cabeza, qué torbellino de ideas y de inquietudes, pues bien sabía de las enormes expectativas que todos tenían, el angustioso ambiente que reinaba en la ciudad, como que todos, absolutamente todos, conocían la crucial situación del momento. Para unos, una tenue luz de esperanza iluminaba el tortuoso camino a recorrer durante este 1830. Para otros, el camino estaría lleno de catástrofes, problemas y conflictos. Año bien difícil este, pues el Presidente llegaba a instalar el Congreso Constituyente que él mismo había convocado para reunirse en los primeros días de enero, y que quiso llamarlo “Admirable” por la calidad y prestancia de los representantes que a él debían concurrir. Bolívar, mejor que nadie, sabía que al instalarse aflorarían todo tipo de dificultades que habría que manejar con suma inteligencia, como que la unidad entre cundinamarqueses, venezolanos y quiteños era ya nada sólida. El sueño del Libertador, ya no era más que un sueño. Las fricciones eran permanentes y los rumores separatistas crecían, y la única esperanza era la de que de dicho congreso surgiera como solución a los conflictos una norma de gobierno que lograra conservar la unidad y la grandeza de la patria, y salvar entonces a la República de su total desintegración. 169


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Bien difícil parecía conciliar aquellas insidias personales, odios y rencores entre caudillos, entre militares y civiles, sin duda fruto también de ambiciones y venganzas. Pero había que intentarlo buscando una nueva legislación, a cuyo amparo renaciera la buena voluntad entre los tres pueblos, la Gran Colombia. Asistirían a este Congreso Constituyente delegados de los distintos territorios, debidamente acreditados, y en tal circunstancia, así lo haría, en representación del Ecuador, el Mariscal Francisco José de Sucre, quien venía de dar buena cuenta de los peruanos en la batalla del Portete de Tarqui, razón por demás tenida en cuenta para haber sido elegido Presidente del Congreso.

Congreso Admirable Instala el Libertador Presidente el Congreso bajo la Presidencia del General Sucre el 20 de enero, en el que pronuncia un emotivo discurso no ahorrándose elogios para su coterráneo, el noble, leal y mejor amigo, el gran Mariscal. Dice Armando Barona Mesa en su libro El Magnicidio de Sucre – Juicio de Responsabilidad Penal, que: ... luego, con humildad republicana, salió hacia palacio y dejó a los congresistas instalados y deliberando. Ante esa augusta Corporación había cesado en las funciones de dictador que antes, por sí y ante sí, se había arrogado en el entendido de que, como Cincinato, podía sortear la dificultades de una

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gran crisis política ejerciendo el poder omnímodamente para luego retornar a la normalidad y a la sencillez del ciudadano común y corriente.

Pero Bolívar ya no era el mismo. Joaquín Posada Gutiérrez, en sus Memorias Histórico-Políticas, cuenta que el aspecto que presentaba el día que hizo su última entrada a la Capital era el siguiente: Pálido, extenuado; sus ojos tan brillantes y expresivos en sus bellos días, ya apagados; su voz honda, apenas perceptible, los perfiles de su rostro, todo en fin, anunciaba en él, excitando una vehemente simpatía, la próxima disolución del cuerpo, y el cercano principio de la vida inmortal.

Durante la sesión del Congreso se distribuyó impresa una proclama, en la que ratifica su determinación de retirarse de la dirección del poder y de su carrera política y la sinceridad y responsabilidad con la que ha actuado al frente de los destinos de la Patria. Aquí, algunos apartes: ¡Conciudadanos! Hoy he dejado de mandaros. Veinte años ha que os he servido en calidad de soldado y magistrado. En este largo período hemos reconquistado la patria, libertado tres repúblicas, conjurado muchas guerras civiles, y cuatro veces he devuelto al pueblo su omnipotencia, reuniendo espontáneamente cuatro congresos constituyentes. A vuestras virtudes, valor y patriotismo se deben estos servicios; a mi gloria de haberos dirigido. ... Temiendo que se me considere como un obstáculo para asentar la República sobre la verdadera base de su felicidad,

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yo mismo me he precipitado de la alta magistratura a que vuestra bondad me había elevado. ... ¡Compatriotas! Escuchad mi última voz: al terminar mi carrera política, a nombre de Colombia os pido, os ruego que permanezcáis unidos para que no seáis los asesinos de la patria y vuestros propios verdugos. Bogotá, enero 20 de 1830. Bolívar

El texto completo de esta proclama muestra en toda su dimensión al grande hombre que fue el Libertador, su encumbrada inteligencia, su asombrosa visión del futuro de la patria, su abnegación y su inmensa generosidad y desprendimiento al entregar el poder en beneficio y la salud de Colombia al propio Congreso, al igual que el final de su carrera militar y política. Es, sin la menor duda, el retrato fiel del Genio de América. Mientras el Congreso admitía su renuncia, el Libertador encarga del Poder Ejecutivo al General Domingo Caicedo, quien hasta ese momento se venía desempeñando como Presidente del Consejo de Ministros. Preside la elección del Presidente del Congreso, la que recayó en el Gran Mariscal de Ayacucho. Como Vicepresidente fue elegido el doctor José María Esteves, a la sazón obispo de Santa Marta, y como secretario fue designado el señor Simón Burgos. Seguidamente, después de pronunciar un breve discurso en el cual expresaba la confianza que tenía de que el Congreso que acababa de instalarse, sancionara una Constitución que 172


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estuviera de acuerdo con las necesidades del país, manifestando también su enorme satisfacción porque la Corporación había nombrado para presidirla al “más digno General de Colombia”, elogio éste, que aunque justo, bien merecido y salido de lo más hondo de su corazón, provocó recelos entre los militares presentes, en manera especial en el General Rafael Urdaneta, se retira a la Quita de Fucha, de propiedad de la familia del General Domingo Caicedo, para tomar el descanso que su alma y su cuerpo necesitan. La Quinta de Fucha, –dice Cornelio Hispano en El Libro de Oro de Bolívar– quedaba en sitio opuesto al de la célebre “Quinta de Bolívar”, en los parajes más pintorescos de la sabana inmediata a Bogotá, sobre las vegas de los agrestes riachuelos de “Fucha y Tunjuelo”, entre frondosos nogales, alisos, sauces y eucaliptos. Allí suscribió el héroe su testamento político, como puede considerarse esa preciosa carta que allí meditó y escribió, casi a las puertas de la tumba, el 6 de marzo de 1830, dirigida a Fernández Madrid, ministro de Colombia en Londres, su gran amigo y confidente. Había pensado remitir a usted los documentos de mi vida pública, pero he sabido por el coronel Wilson que el general, su padre, tiene la obra en diez y seis volúmenes, y que puede usted pedírselos prestados para poder responder a las calumnias que están prodigando contra mí. No vacile usted en negar positivamente todo hecho contrario a lo que usted conoce de mi carácter. Primero. Nunca he intentado establecer la monarquía en Colombia, ni aun la Constitución boliviana; tampoco fui yo quien lo hizo en el Perú; el pueblo y los ministros los hicieron expontáneamente. Sobre esto lea usted el manifiesto de 173


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Pando, de aquel tiempo, y este es un... que no ocultaría nada por favorecerme. Segundo. Todo lo que sea pérfido, doble o falso, que se me atribuya, es completamente calumnioso. Lo que he hecho y dicho ha sido con solemnidad y sin disimulo alguno. Tercer o. Niegue usted redondamente todo acto cruel contra ercero. los patriotas, y si lo fui alguna vez contra los españoles, fue por represalia. Cuarto. Niegue usted todo acto interesado de mi parte, y puede afirmar sin rebozo que he sido magnánimo con la mayor parte de mis enemigos. Quinto. Asegure usted que no he dado un paso en la guerra, de prudencia o de razón, que se pueda atribuir a cobardía. El cálculo ha dirigido mis operaciones en esta parte y aún más la audacia. El hecho de Ocumare es la cosa más extraordinaria del mundo: fui engañado a la vez por un edecán del general Mariño, que era un pérfido, y por los marinos extranjeros, que cometieron el acto más infame del mundo, dejándome entre mis enemigos en una playa desierta. Iba a darme un pistoletazo, cuando uno de ellos, Mr. Bidau, volvió del mar en un bote y me tomó para salvarme... No volveré a tomar el mando, porque ya me es insoportable. No se dirá que he abandonado la patria, siendo ella la que me ha renegado del modo más escandaloso y criminal que se ha visto. Yo no soy tan virtuoso como Foción, pero mis servicios me igualan con él, y, sin embargo de que no me creo tan desgraciado con aquél, algo se parece la ingratitud de nuestros conciudadanos.

El célebre escritor e historiador, Cornelio Hispano, comenta este histórico documento así: 174


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¡Admirable carta! Toda su vida pública está sintetizada en estas pocas líneas: su amor por la libertad; su franqueza y la lealtad a su conciencia y a su inteligencia en todo tiempo y en toda circunstancia; su magnanimidad; su desinterés reconocido por sus más encarnizados enemigos, realistas y patriotas; su valor a toda prueba; su aversión al mando, y el celo por su reputación y por su gloria. El hecho es que mi situación se está haciendo cada día más crítica, sin tener esperanza siquiera de poder vivir fuera de mi país de otro modo que de mendigo.

Esa queja conmovedora es el más bello elogio de un hombre que habiendo fundado cinco naciones, abandonado el patrimonio de sus padres, veía en perspectiva la miseria como premio a su vejez. No vacile usted en negar todo hecho contrario a lo que usted conoce de mi carácter. ¡Cuánto vale esta frase para el historiador imparcial! ¿Cuántos héroes de la humanidad hubieran podido pronunciarla, con tal energía, en las puertas del sepulcro, como un reto a sus enemigos? La envidia y el odio se enseñaron en su vida, porque, según él mismo lo dijo: Nadie es grande impunemente; nadie se escapa, al levantarse, de las mordidas de la envidia. Consolémonos, pues, con estas frases de crueles desengaños para el mérito. El doctor José Fernández Madrid, cartagenero, murió en Inglaterra el 28 de junio de 1830 estando en el servicio diplomático a donde había sido enviado en 1827 como Ministro Extraordinario y Plenipotenciario.

Entre el 20 de enero y el 1º. de mayo, Bolívar y sus permanentes y fieles acompañantes tuvieron un ingente peregrinar entre la Quinta de Fucha y Bogotá. El 20 de enero 175


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se instaló el Congreso y el 1º. de mayo cesan sus funciones como Presidente, como que en sobrio mensaje al congreso, días antes, el 27 de abril, había solicitado en forma emocionada y respetuosa que lo dejaran partir, pues su determinación de ausentarse ya estaba tomada, por conveniencia y salud para Colombia. Bien sabido estaba que ello facilitaría una mejor comprensión entre Caracas y Bogotá. Durante este lapso de tiempo sucedieron muchas cosas, pues en el desarrollo del trabajo del congreso, conociéndose que en Venezuela desde noviembre de 1829, cuando las primeras asambleas populares de Valencia y Caracas a gritos expresaban la voluntad de legalizar la separación definitiva de Venezuela de la Gran Colombia y el 13 de enero José Antonio Páez había decretado la separación, el Libertador solicitó al Congreso autorización para entrevistarse con Páez en Mérida y buscar alguna solución a la crisis. El Congreso no autorizó dicha solicitud, como que el mismo Bolívar, en la convocatoria al Congreso el 24 de diciembre de 1828 estableció que: ... las funciones y poderes de los diputados que lo compongan serán únicamente acordar una Constitución permanente de Colombia, que sea conforme a las luces del siglo, lo mismo que a los hábitos y necesidades de sus habitantes y elegir los altos funcionarios que sean absolutamente precisos para su establecimiento, y esta no era en consecuencia, la misión para la que fue convocado el Congreso. Pero dada la importancia de esta gestión, el Congreso determinó integrar una comisión, conformada por el General Antonio José de Sucre, Presidente de la Institución, el Dr. José María Esteves,Vicepresidente, Obispo de Santa Marta, y el Sr. Juan García del Río, para que viajara a 176


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Venezuela y con la misión enviada desde Caracas tratara el problema de la separación y presentara las bases que el Congreso adoptará para la nueva Constitución. La misión una vez ingresó a territorio venezolano fue detenida en La Grita por orden terminante del gobierno de Venezuela, teniendo que regresar a la Villa del Rosario de Cúcuta, en donde se realizaron las reuniones. En ellas se presentó y manifestó el deseo del Congreso de mantener la integración y elaborar la nueva Constitución que establecería como régimen el republicano con gobierno alternativo y estructura centralista. Bolívar, decíamos antes, pidió encarecidamente al Congreso y a todos y cada uno de sus integrantes que su nombre no fuera tenido en cuenta para la reelección, y presentó su carta de despedida en un sobrio y corto mensaje el 27 de abril, expresando su decisión de: ... separarme para siempre del país que me dio la vida, para que mi permanencia en Colombia no sea un impedimento a la felicidad de mis conciudadanos. Venezuela ha pretextado, para efectuar su separación, miras de ambición de mi parte; luego alegará que mi reelección es un obstáculo a la reconciliación, y al fin la República tendría que sufrir un desmembramiento o una guerra civil.

Y termina diciendo: Os ruego, conciudadanos, que acojáis este mensaje como una prueba de mi más ardiente patriotismo y del amor que siempre he profesado a los colombianos.

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Una vez estudiado y discutido el mensaje del Libertador, se confeccionó, discutió y aprobó unánimemente la respuesta, apreciable en todo sentido y adecuada a las circunstancias, con fecha 30 de abril de 1830, la cual finaliza con estas sentidas palabras de agradecimiento: Sea cual fuere, señor, la suerte que la Providencia prepare a la nación y a vos mismo, el Congreso espera que todo colombiano, sensible al honor y amante de la gloria de su patria, os mirará con el respeto y consideración debidos a los servicios que habéis hecho a la causa de América, y cuidará de que, conservándose siempre el brillo de vuestro nombre, pase a la posteridad, cual conviene al fundador de la independencia de Colombia.

Seguidamente, hubo las reuniones del caso buscando un acuerdo sobre los candidatos a elegir como presidente y vicepresidente de la República. Joaquín Posada Gutiérrez dice: El Libertador fue el primero que indicó para la presidencia al señor Joaquín Mosquera, quien había sido siempre su amigo personal, y aceptándolo el partido liberal por su conducta moderada en la Convención de Ocaña, era de esperar que fuera el mediador entre los partidos.

El 4 de mayo, en un tercer escrutinio resultó electo Presidente don Joaquín Mosquera y Acto seguido fue elegido Vicepresidente, en primer escrutinio, el general Domingo Caicedo. Mientras tanto, en Venezuela, el 6 de mayo, se instalaba en Valencia el Congreso Constituyente de Venezuela, iniciándose entonces la época más oscura y amarga del proceso republicano, 178


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caracterizada por la implacable persecución contra Bolívar, al amparo de José Antonio Páez, quien declaró la autonomía de Venezuela. Y como era de esperarse, el 22 de septiembre, ese mismo Congreso sancionó la Constitución Venezolana de 1830, consumándose la separación de la Gran Colombia. Y como estaba previsto, en el sur, el 13 de mayo, en Quito, se declaró también la separación de la Gran Colombia, conformándose de esta forma la República del Ecuador. En Venezuela, un tiempo después de la instalación del Congreso, en Valencia, el tema en discusión consistía en el tratamiento de las futuras relaciones con Colombia. Estas estaban siempre condicionadas, y sobre el particular, se presentaron diversas proposiciones, entre el 22 y el 28 de mayo. Adelante comentamos cómo le fue comunicada al Libertador esta noticia, dentro de la mayor infamia por sus enemigos, que desgarró su corazón en mil pedazos. Y como si esto fuera poco, el 21 del mismo mes de mayo, el mismo Congreso aprobó que no siendo de justicia que permanecieran encarcelados aquellos ciudadanos que pretendieron liberar a la República de la opresión a que estaba sometida, es decir, que todas las personas, todos los asesinos comprometidos en el atentado del 25 de septiembre de 1828, debían ser puestos inmediatamente en libertad.

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CAPITUL O APITULO QUINTO

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Comentarios sobre la Gesta Libertadora y sus consecuencias

Bolívar siempre fue consciente de que el proceso revolucionario en la forma, como él lo inició, dirigió y sostuvo hasta el final de su azarosa vida, si bien estaba conduciendo a la independencia de España, como era su objetivo, también llevaba a un abismo de atraso, a un estancamiento total, cuando menos, a una previsible inestabilidad y despotismo. Esto martirizaba al Libertador constantemente, y su lucha fue desmedida para neutralizar los efectos de esa revolución que él alentó con denuedo y entusiasmo, propios de su ya conocida personalidad. El rumbo del proceso, entendía bien el Libertador, que llevaba indefectiblemente al desorden, a la anarquía como fruto de las condiciones morales del pueblo, de su precaria educación hasta ese momento, de sus vicios y de sus relajadas costumbres; sólo podría controlarse, en la mayoría de los casos, siendo un tirano, un déspota. Por ello es apreciable la constante en su pensamiento político de centralizar el mando frente a los desafíos de la anarquía y la disolución social, en el convencimiento sincero, 183


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eso sí, de asegurar la centralización del poder político sobre la base de una república legitimada. Eso le llevó a decir: . . . solamente un hábil despotismo puede regir a América. Era que él estaba consciente de las consecuencias de su gesta histórica. Por ello, al final de la carta enviada desde Guanare, con fecha el 24 de mayo de 1821, al doctor Pedro Gual, le dice: Persuádase Ud., Gual, que estamos sobre un abismo, más bien sobre un volcán pronto a hacer su explosión.Yo temo más la paz que la guerra... Él siempre veía en sus hazañas guerreras consecuencias funestas, preocupantes amenazas de anarquía en unos casos, y en otros, que los grupos sociales altos, no estaban lo suficientemente preparados para gobernar después de los logros militares, y ello constituía, indudablemente un peligro mayor en una sociedad profundamente desigual por múltiples razones. Era entonces indispensable prever, casi simultáneamente, la creación de un orden político estable y libre en términos de la posterior existencia interna de los pueblos independizados, dice el historiador Aníbal Romero. El movimiento de emancipación de España no tuvo otro objetivo que el rompimiento total con todas las ataduras o nexos que estos pueblos tenían con su pasado. La necesidad de liberarse de todo tipo de sujeción, de maltrato y opresión, los llevó a una contienda sin par, para lograr la independencia, sin estar preparados para el cambio y construir en consecuencia los medios para conservar lo alcanzado, en medio del orden y las instituciones que se establecieran para encausar el progreso dentro del respeto de los derechos y deberes ciudadanos. Pero no, el odio y la animadversión a todo lo que tuviera que ver con el inmediato pasado colonial y la fija idea de la conquista del 184


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poder político y la reivindicación social, no trajo otra cosa que anarquía, despotismo, brotes de rebelión internos, pasiones, envidias y enfrentamiento entre líderes y por supuesto atraso en el desarrollo social. Conseguida la independencia, Bolívar quiso que todos conocieran el verdadero sentido de la libertad; luchó y sufrió por ello sin resultado alguno. Por ello dijo: Mis ideas están en oposición con las inclinaciones del pueblo. Siempre buscó instaurar la libertad dentro del orden, pero como bien dice el historiador Aníbal Romero: Bolívar conquistó la independencia o liberación, mas no pudo consolidar la libertad en cuanto ésta atañe, de un lado, a la protección de una esfera de derechos inalienables para los individuos, y de otro lado a la limitación y separación de los poderes del gobierno.

Bolívar comprende como ningún otro este complejo fenómeno socio-jurídico y político, y se dio a la tarea, bien difícil, de establecer los nuevos ordenamientos jurídico-positivos para los estados recién libertados. Pero los legisladores, improvisados tal vez, creyeron viable, o les resultaba más cómodo el copiar constituciones y leyes de otros Estados con más experiencia o más desarrollados política, económica y socialmente. Dice el historiador venezolano Hermann Petzold Pernía: Con ello, dichos legisladores olvidaron las condiciones políticas, económicas, étnicas, culturales, sociales e incluso ecológicas de sus respectivos países. ... pensaron que para regular eficazmente la vida política y jurídica de sus correspondientes naciones bastaba únicamente con las normas jurídicas nacionales; ... creyeron que nuestros nacientes Estados serían democráticos y gozarían de

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regímenes plenamente constitucionales si tenían constituciones para garantizarlo; que los derechos humanos serían respetados si eran constitucionalmente reconocidos, y que la vida económico-social de cada uno de nuestros países sería efectivamente regulada por leyes importadas de legislaciones extranjeras.

Por ello, el contenido de estas Cartas, no fue otra cosa que una mampara que ocultaba la realidad política, económica y social de cada Estado, razones que obligaron constantemente a su cambio o modificación por su precaria eficiencia e inocua aplicación. Bolívar, quien sí comprendía bien este fenómeno, lo trata con una claridad meridiana e incontrastable en su discurso pronunciado ante el Congreso de Angostura, el 15 de febrero de 1819, día de su instalación, así: ¿No sería muy difícil aplicar a España el Código de Libertad política, civil y religiosa de Inglaterra? Pues aún es más difícil adaptar en Venezuela las Leyes del Norte de América. ¿No dice el Espíritu de las Leyes que éstas deben ser propias para el Pueblo que se hacen? ¿Qué es una gran casualidad que las de una Nación puedan convenir a otra? ¿Qué las Leyes deben ser relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de vida de los Pueblos?, ¿referirse al grado de Libertad que la Constitución puede sufrir, a la Religión de sus habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su comercio, a sus costumbres, a sus modales? ¡¡¡He aquí el Código que debíamos consultar, y no el de Washington!!!

Como es bien claro que su discurso tiene un gran fundamento en la obra de Montesquieu: Del Espíritu de las Leyes, 186


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transcribimos algunos apartes, especialmente aquellos que tienen relación con el tema propuesto: La ley, en general, es la razón humana en cuanto gobierna a todos los pueblos de la tierra; las leyes políticas y civiles de cada nación no deben ser más que los casos particulares a los que se aplica la razón humana. Por ello, dichas leyes deben ser adecuadas al pueblo para el que fueron dictadas, de tal manera que sólo por una gran casualidad las de una nación pueden convenir a otra. Es preciso que las mencionadas leyes se adapten a la naturaleza y al principio del gobierno establecido, o que se quiera establecer, bien para formarlo, como hacen las leyes políticas, o bien para mantenerlo, como hacen las leyes civiles. Deben adaptarse a los caracteres físicos del país, al clima helado, caluroso o templado, a la calidad del terreno, a su situación, a su tamaño, al género de vida de los pueblos según sean labradores, cazadores o pastores. Deben adaptarse al grado de libertad que permita la constitución, a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a su riqueza, a su número, a su comercio, a sus costumbres y a sus maneras. Finalmente, las leyes tienen relaciones entre sí; con sus orígenes, con el objeto del legislador y con el orden de las cosas sobre las que se legisla.(1)

En carta que desde San Carlos dirige Bolívar a Santander el 13 de junio de 1821 en relación con ciertas actitudes de

(1)

Montesquieu: Del Espíritu de las Leyes.

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varios integrantes del Congreso de Cúcuta, reafirma su pensamiento de la siguiente manera: Por aquí se sabe poco del Congreso de Cúcuta: se dice que muchos en Cundinamarca quieren federación; pero me consuela con que ni Ud., ni Nariño, ni Zea, ni yo, ni Páez, ni otras muchas autoridades venerables que tiene el ejército libertador gustan de semejante delirio. Por fin, por fin, han de hacer tanto los letrados, que se proscriban de la de la República de Colombia, como hizo Platón con los poetas en la suya. Esos señores piensan que la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército, porque realmente está, y porque ha conquistado este pueblo de mano de los tiranos; porque además es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que puede; todo lo demás es gente que vejeta con más o menos malignidad, o con más o menos patriotismo... Piensan esos caballeros que Colombia está cubierta de lanudos, arropados en las chimeneas de Bogotá, Tunja o Pamplona. No han echado sus miradas sobre los caribes del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los bandidos del Patía, sobre los indómitos pastusos, sobre los guajibos de Casanare... ¿No le parece a Ud., mi querido Santander, que esos legisladores más ignorantes que malos, y más presuntuosos que ambiciosos, nos van a conducir a la anarquía, y después a la tiranía, siempre a la ruina? Yo lo creo así, y estoy cierto de ello. De suerte, que si no son los llaneros los que completan nuestro exterminio, serán los suaves filósofos de la legitimada Colombia.

No todos estuvieron de acuerdo con el Libertador, ni siquiera cuando estaba en pleno apogeo de su poder político. Las cosas siguieron su rumbo, ignorando el clamor y sus llamadas 188


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de atención. Su influencia era ninguna. Todo seguía igual y no se torcía el rumbo. Indefectiblemente se iba al despeñadero. Bien lo dijo en varias ocasiones: El peligro que amenaza a Colombia me tiene muy inquieto. Convencido de ello, regresando a Bogotá, desde Cuenca con fecha 27 de octubre de 1822, le escribe al general Santander, y una vez más le confiesa: Créame Ud.: pocas veces he tenido tantas inquietudes como ahora; constantemente estoy sin dormir, procurando adivinar a dónde irá a estrellarse la nave de Colombia, cuyo timón yo manejo a presencia de la posteridad. Me duele mucho que después de tantas penas nuestra obra se nos desbarate entre las manos: pasaremos por unos miserables políticos y administradores, gozando ya de una reputación militar.

Por todo ello, Bolívar, después de libertar pueblos y darles a conocer su nueva condición de ser libres, se dedica con tesón a la enorme tarea de organizar el mundo que ha libertado. Es allí, precisamente, cuando empieza a ver la posibilidad de hacer realidad su sueño, de ver una patria grande que albergue toda clase de razas y de pueblos de diverso origen, y de ser él, el conductor que los lleve a todos al término de felicidad tantas veces pensado, lo invade de orgullo y de satisfacción en aras de su anhelada gloria. Pero como bien lo afirma Rufino Blanco Fombona en su libro El Pensamiento de Bolívar: La gran tragedia del Libertador fue ver los ideales de toda su vida desconocidos y calumniados. Vio triunfar a los mediocres y a los traidores. Vio levantarse contra él las parroquias, e imponerse los hombres y las patrias chicos.

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Su drama fue uno de los más tristes que la historia conoce: ¡Fue el grande hombre sin gran pueblo!. Qué pesadumbre. Un momento de felicidad embriagó a Bolívar cuando realizó su primer gran sueño: la libertad de los pueblos sometidos al poder colonial. Su segundo sueño: la unidad de los pueblos en libertad, se derrumba cuando pone todo su empeño en organizarlos para que unidos formen una gran nación que marque el equilibrio debido en el Continente Americano. Pudo más la envidia, la traición, el odio, la deslealtad, la ingratitud y las malas entrañas de muchos de quienes le rodearon en medio de adulaciones, zalamerías y alabanzas. En consecuencia, todo se vino al suelo, porque además, esos pueblos que surgen de ese movimiento histórico de emancipación, estaban muy lejos de acomodarse al ideal soñado de Bolívar. Por ello, él, consciente del resultado de todos sus esfuerzos que avisoró desde siempre, cuando se instaló el Congreso Admirable a comienzos de 1830, el 20 de enero de 1830, encontramos que expresa con gran sentimiento: Conciudadanos! Séame permitido felicitaros por la reunión del congreso, que a nombre de la nación va a desempeñar los sublimes deberes de legislador. Ardua y grande es la obra de constituir un pueblo que sale de la opresión por medio de la anarquía y de la guerra civil, sin estar preparado previamente para recibir la saludable 190


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reforma a que aspiraba. Pero las lecciones de la historia, los ejemplos del viejo y nuevo mundo, la experiencia de veinte años de revolución, han de serviros como otros tantos fanales colocados en medio de las tinieblas de lo futuro; y yo me lisonjeo que vuestra sabiduría se elevará hasta el punto de poder dominar con fortaleza las pasiones de algunos, y la ignorancia de la multitud; consultando, cuando es debido, a la razón ilustrada de los hombres sensatos, cuyos votos respetables son un precioso auxilio para resolver las cuestiones de la alta política. Por lo demás hallaréis también consejos importantes que seguir en la naturaleza misma de nuestro país, que comprende las regiones elevadas de los Andes y las abrasadas riberas del Orinoco... Mucho os dirá nuestra historia, y mucho nuestras necesidades: pero todavía serán más persuasivos los gritos de nuestros dolores... Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido, a costa de los demás.

Vemos en estas sus palabras, las últimas que él dirige al Congreso de Colombia, la gran desilusión que le asiste. Ya no vislumbra con certeza ninguna esperanza en el futuro. En una de sus cartas lo dice con tristeza, que los únicos culpables de la situación de la patria son los malos gobernantes, las diferencias de los partidos y las irrefrenables ambiciones de poder. Y bien, el tiempo se acaba, ya no hay expectativas, ya no hay fuerzas. Y él bien lo sabe, que donde él no se encuentre, el mundo se viene abajo. Seguramente, en sus amargas e interminables noches lo pensó muchas veces. Su sueño grandioso, el de una alianza de repúblicas hermanas, libres bajo el auspicio de la magnanimidad 191


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del brazo libertador del Padre de la Patria, conscientes de su hermandad y de su interés común, se derrumba por la acción ambiciosa de quienes cuyo ideal era el de las patrias pequeñas, las patrias chicas, en donde cada uno pudiera gobernar a sus anchas. No es acaso la presencia en sus territorios de La Mar en el Perú, Flores en el Ecuador, Páez en Venezuela y Santander en la Nueva Granada? Rufino Blanco Fombona remata este aserto: Todo esto constituyó el gran fracaso del sueño de Bolívar. Para terminar, nada más maravilloso que acudir a las palabras que escribe sobre el Libertador el célebre político y escritor payanés Francisco José Urrutia y Olano: Bolívar, el Libertador de cinco Repúblicas, creador de Colombia, la República por él soñada grande entre las grandes, la República cuya frente acarician dos Océanos, cuya planta lame con su caudal el Amazonas, cuya garganta ciñen, como collar espléndido de esmeraldas, los bosques vírgenes del Istmo; Bolívar que si en Boyacá es capitán incomparable, es en las sublimes cargas de Junín nuevo Aquiles, digno del canto épico del Homero Americano; Bolívar estadista al par que guerrero, previsor como valeroso, más grande en sus concepciones de gobierno, que en sus planes infalibles de militar; Bolívar, el peregrino de un ideal que, no alcanzado, produce en su alma nostalgias infinitas, delirios y tristezas tan grandes, que han entristecido un siglo de la edad de un Continente; Bolívar, el semidiós herido que en sus últimas palabras de moribundo nos deja un reproche final que no puede apagar todavía el mar Caribe, con su eterno, con su gigante grito.

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CAPITUL O APITULO SEXTO

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Último viaje del Libertador

Bolívar deseaba salir cuanto antes de Bogotá después de clausurado el Congreso Admirable, lo cual fue imposible por la falta total de recursos. Se fijó entonces el día 8 de mayo. Cornelio Hispano en La Historia Secreta de Bolívar, ya mencionada, escribe: Salió el Libertador de Bogotá, para no volver más. Se acercaban las supremas melancolías, el ruido de las aclamaciones había cesado, y el resplandor de los triunfos parecía extinguirse. Bogotá, que tantas veces echó a vuelo sus campanas para recibirlo bajo palmas de oro, y tantas veces lo coronó de rosas, lo dejaba salir ahora en silencio, sobre una mula, camino de Guaduas.

Armando Barona Mesa comenta que una de las cosas que más lamentó Sucre, por haber viajado a Venezuela en representación del Congreso, en un intento de hacer entrar en razón a Páez en orden a preservar la integridad de Colombia, fue el no haberlo visto cuando partió de esa Bogotá sombría, bajo la niebla helada, recorriendo sus calles solitarias, no obstante lo cual, a su paso y desde las bocacalles le gritaban, con irrespeto soez, Longaniza, apodo bellaco que él no había oído jamás. 195


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Con fecha 8 de mayo de 1830, Bolívar recibió antes de llegar a Honda la última carta que el Mariscal le escribiera, lo cual da una idea cierta que el Libertador sí salió de Bogotá ese mismo día muy temprano con destino a la costa norte. Aquí, algunos apartes de esta expresiva y dolorosa carta: Cuando he ido a su casa para acompañarlo, ya se había marchado. Acaso esto es un bien, pues me he evitado el dolor de la más penosa despedida. Ahora mismo, comprimido el corazón, no sé qué decir a Usted. Mas no son palabras las que puedan explicar los sentimientos de mi alma respecto a Usted; Usted los conoce, pues me conoce desde hace mucho tiempo, y sabe que no es su poder, sino su amistad lo que me ha inspirado el más tierno afecto a su persona. Lo conservaré, cualquiera que sea la suerte que nos quepa, y me lisonjeo de que Usted me conservará siempre el afecto que me ha dispensado. Sabré en todas las circunstancias merecerlo. Adiós, mi querido General: reciba Usted por gaje de mi amistad las lágrimas que este momento me hace verter la ausencia de Usted. Sea feliz en todas partes y en todas partes cuente con los servicios y con la gratitud de su más fiel y apasionado amigo.

El sentimiento que muestra, el último mensaje del Gran Mariscal a Bolívar, no era gratuito, porque era un sentimiento recíproco, si no, recordemos lo que Perú De La Croix en su Diario de Bucaramanga escribe el domingo 11 de Mayo de 1828, en La Casona, o Casa de Bolívar, en donde el Libertador se encontraba hospedado al tiempo que sesionaba la Convención Ocaña a la cual él no asistió: Toda la tarde, después de la comida, y hasta las nueve de la noche, dimos un largo paseo a caballo, y luego estuvimos en tertulia donde el cura con el Libertador. 196


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Vuelto a casa S. E., habló de nuevo del General Sucre, y nos hizo el retrato siguiente del presidente de Bolivia: Sucre es caballero en todo; es la cabeza mejor organizada de Colombia; es metódico; capaz de las más altas concepciones; es el mejor general de la República, y el primer hombre de Estado. Sus ideas son excelentes y fijas; su moralidad, ejemplar; grande y fuerte su alma. Sabe persuadir y conducir a los hombres; los sabe juzgar... A todo esto añadiré que el Gran Mariscal de Ayacucho es valiente entre los valientes, leal entre los leales, amigo de las leyes y no del despotismo, partidario del orden, enemigo de la anarquía, y, finalmente, un verdadero liberal.

Y, el notable historiador Arcadio Quintero Peña comenta: Conmovedora fue la despedida; multitudes de personajes y de amigos le acompañaron hasta lejos de la ciudad. Lo que pasara en aquella grande alma, Dios lo sabe. Los colombianos lo verían de regreso a su ciudad capital quince años después, guardando mágica apostura en el bronce inmortal de Tenerani, para amarlo y admirarlo siempre como a un semidiós.

En medio del dolor y amargura de esta salida con destino último Europa, conviene recordar que prominentes ciudadanos ecuatorianos, cuenta el General Posada Gutiérrez, después de conocerse además la determinación de Venezuela de que el Libertador no pudiese volver al país donde vio la luz primera, le rogaban que eligiese al Ecuador por residencia. He aquí el texto de la invitación firmada por ciudadanos quiteños recibida por Bolívar días antes de emprender su viaje hacía la costa norte colombiana: Venga vuestra excelencia a vivir en nuestros corazones y a recibir los homenajes de gratitud y respeto que se deben al 197


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genio de la América, al Libertador de un mundo. Venga vuestra excelencia a enjugar las lágrimas de los sensibles hijos del Ecuador y a deplorar con ellos los males de la patria. Venga vuestra excelencia, en fin, a tomar asiento en la cima del Chimborazo, a donde no llegan los tiros de la maledicencia, y a donde ningún mortal sino Bolívar puede respirar con gloria inefable.

Esta tierna invitación, a no dudarlo, le debió servir de gran consuelo y animación, pero la resolución ya estaba tomada. Bolívar, salió de Bogotá sin despedirse de Manuela, su gran amor, pero al siguiente día le envió una carta en la que le decía: Mi amor: Tengo el gusto de decirte que voy muy bien y lleno de pena por tu aflicción y la mía por nuestra separación. Amor mío, mucho te amo, pero más te amaré si tienes ahora más que nunca mucho juicio. Cuidado con lo que haces, pues si no, nos pierdes a ambos perdiéndote tú. Soy siempre tu más fiel amante. Bolívar.

Esta era otra gran pena que se sumaba a las otras ya muchas que el Libertador cargaba en las grandes alforjas de sus amarguras. En Guaduas pernoctó, y el General Joaquín Posada Gutiérrez, a la sazón Gobernador y Jefe Militar de Honda, se anticipó al viaje del Libertador llegando un día antes que él, habiéndole preparado un recibimiento a su altura, que alentara un poco y le animara a seguir su camino, con expontáneas demostraciones de agradecimiento y de afecto, que bien necesitaba en esos momentos de abrumadora amargura, más 198


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aún, en la más desconcertante escasez de recursos, cuando hasta tuvo que entregar en la Casa de la Moneda su vajilla de plata para reunir los pesos necesarios que le permitieran sufragar en parte los gastos del viaje a Cartagena, desde donde pensaba embarcarse con destino a Europa. Conviene recordar que el Congreso de Colombia el 23 de Julio de 1823 concedió al Libertador una pensión de $30.000.oo anuales durante toda su vida, a partir del día en que terminasen sus funciones de Presidente, disposición que tendría efecto cualquiera que fuera el lugar de su residencia. Y, ahora, al cesar dichas funciones, el Congreso Admirable, con fecha 9 de mayo, ratificó, por toda la vida, dicha pensión. Fue pues de gran alivio conocer, saliendo de Honda, esta noticia, pues le inquietaba en grado sumo el sólo pensar llegar a verse en la indigencia en suelo extraño –como que su idea era la de radicarse en Europa–, después de haber entregado a la causa de la independencia toda la fortuna que había heredado de sus mayores. Esta situación venía mortificando en silencio a Bolívar, sufrimiento que se sumaba a los ya tantos que laceraban sin piedad su corazón, día y noche. El General Posada Gutiérrez se había encargado, como bien lo cuenta en su obra Memorias Histórico Políticas, de preparar la continuidad de su viaje por el río en champanes adecuados para hacer el viaje del ilustre pasajero lo más llevadero, dadas las circunstancias de su estado de salud, con un grupo de experimentados bogas, como que en aquel entonces no existían vapores. 199


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El Libertador había salido muy temprano con toda su gente el 16 de mayo con destino a Cartagena, y así se fue desarrollando el viaje en medio de ilusiones y no pocas expectativas. Los champanes, rumbo a Mompox, llegan a Barranca, en donde el Libertador pasa una noche terrible pues hubo de pernoctar allí esperando que llegaran los animales que debían llevarle a él y a sus acompañantes. El 25 de mayo llegan a Turbaco y permanecen allí hasta el 24 de Junio de 1830, fecha en que el grupo llega a Cartagena, en donde al Libertador le espera su gran amigo y Jefe Militar de la ciudad, el General Mariano Montilla, quien le brindó un gran recibimiento y le colmó de atenciones, hospedándolo en la Casa del Marqués de Valdehoyos. Pocos días permaneció en la propia ciudad de Cartagena, pues pasó luego a una casa campestre conocida como la quinta Quisquella de propiedad de Mr. Kinsella, posiblemente Kingsellar, según Eduardo Lemaitre, junto a la Popa, saliendo de Cartagena, “casa situada, según la tradición, en la calle denominada Camino Arriba”, nos cuenta el médico historiador Rafael Ignacio Bermúdez Bolaño, nacido en el Cerro de San Antonio (Departamento del Magdalena), autor del maravilloso libro Verdades sobre la muerte del Libertador, “en la intersección con la vía que conduce a Manga por el puente Jiménez”. Decíamos, el General Montilla había preparado una gran recepción para el ilustre visitante, en donde fue recibido con manifestaciones de afecto y gritos de “Viva El Libertador”. Dos días después, se hicieron presentes en la casa donde se 200


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encontraba, lo más granado de la sociedad cartagenera, las autoridades civiles y militares, el Comandante General y su Estado Mayor y el Prefecto del Departamento, quien pronunció un cordial y respetuoso saludo a nombre de todos los presentes y del Departamento, al cual contestó el Libertador con el siguiente discurso, su último discurso, bastante desconocido por cierto, casi inédito, documento de mucha monta y significación, como bien lo afirma el historiador Gustavo Vargas Martínez: Con la mayor satisfacción recibo la expresión de los generosos sentimientos con que os habéis dignado honrarme a nombre de los habitantes de esta capital, cuyos oficiales públicos y las principales autoridades veis reunidos en este recinto. He llegado, señores, a esta hermosa ciudad como un viajero que solo tiene el tiempo necesario para negociar la continuación de su viaje. Al separarme de un país que he servido en cuanto dependía de mí, no ignoro que aún hemos comenzado a llenar los deberes que él nos impone, y que hoy su tranquilidad, su prosperidad y su felicidad debería ser el asunto de nuestros trabajos, a fin de que los heróicos sacrificios consagrados a su independencia no fueran consumados en vano. De consiguiente, muy lisonjero me sería, aun el poder, permanecer entre vosotros y dar yo el primer ejemplo de obediencia a las autoridades legítimamente constituidas, único medio de mantener el buen orden, de consolidar la libertad y asegurar la felicidad pública. Pero, señores, se me acusan miras ambiciosas que aún lejos de mi corazón, sin embargo de les dan crédito. Valiéndose de este pretexto se organizó un partido que mantiene al pueblo de Colombia en una continua agitación. Según el estado actual de las cosas, permaneciendo yo más tiempo en esta República mi presencia ofrecerá nuevos pretextos para continuar los desórdenes que existen ya. Esta es, señores, mi opinión, mi conciencia me lo dicta.

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Todas las revoluciones, todos los excesos se me han atribuido, y tal vez si no hubiera habido convulsiones, la sospecha hubiera alarmado a aquellos que temían mi influencia y me suponen ambición. Empero el tiempo pondrá al Gobierno de Colombia sobre bases sólidas: Ésta no temerá ser amenazada por un solo hombre, ni tampoco estará sujeta a ser desgarrada por las facciones. Entonces, sin duda, se terminará mi ausencia, regresando al seno de una patria de la que no puedo separarme, sin un vivo dolor, y gozaré de los beneficios que procura la libertad, teniendo la gloria de ser súbdito de un gobierno constituido por nosotros mismos. Por grande que sea este sacrificio, de mi parte lo hago para felicidad de mi país, y si con esto se asegura su tranquilidad me creeré bastante pagado de mis penas.

El mismo historiador, médico Rafael Ignacio Bermúdez Bolaño comenta: Este discurso fue publicado en el Periódico El Sol, de México, el 3 de septiembre de 1830 y dado a conocer en Colombia por un escrito de Gustavo Vargas Martínez.

Fue publicado igualmente en la Revista Credencial-Historia, en la edición No. 30 de Junio de 1992, de donde es tomada esta información. El Congreso Admirable había terminado sus actividades clausurando sus sesiones el 11 de mayo, quedando marcada la disolución de la Gran Colombia, pues Venezuela se había constituido como independiente y en el sur el movimiento separatista cumplía su cometido proclamando al fin su separación. 202


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Último viaje de Sucre – Asesinato Bolívar había salido de Bogotá dos o tres días antes con destino Honda, en medio de un cuadro lamentable que no se compadecía con el ilustre hombre que emprendía su viaje sin retorno. Y el 15 de mismo mes, con escasos ocho días de diferencia, igual emprendía su viaje, sin retorno, también, el Gran Mariscal de Ayacucho. Extraña similitud la del viaje con destinos marcados la de estas dos almas gemelas, después del deber cumplido pero llevando en sus corazones el desgarro fruto de la ingratitud, de la ambición y del odio de los habitantes de una tierra que dejaban libre, pero que se habían dejado arrastrar por incontables pasiones insanas. El doctor Armando Barona Mesa, en el mencionado libro El Magnicidio de Sucre, describe de la siguiente manera cómo fue su salida de la ciudad capital: Entre las brumas de una mañana muy fría, el 15 de Mayo de 1830, salió el pequeño cortejo de una Bogotá adormilada. Lloviznaba. Las gotas de la lluvia caían como alfileres sobre los rostros y las manos. Una recua de mulas iba a la retaguardia portando el equipaje definitivo de quien aspiraba a quedarse para siempre en su lejano destino, entregado a las delicias del hogar, la esposa tierna, la pequeña hija, las labores del campo y los recuerdos, algunos gloriosos, otros de frustrantes desengaños. A la cabeza montaba, de civil, con sombrero, el brazo y la mano derecha inválidos, un hombre aun joven, alto, delgado, de perfil romano, con majestad en los movimientos acompasados, blanca tez y sin ostentación alguna. Era el Gran

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Mariscal Antonio José de Sucre, que así emprendía el viaje de regreso a Quito donde se había casado con la Marquesa de Solanda, doña Mariana Carcelén Larrea y con la cual tenía una hija muy pequeña, Teresita. El deber con la patria le había impedido dedicar el tiempo apropiado a la esposa y a la prole. Tenía afán, casi desesperación por llegar. El camino lo había hecho antes muchas veces, algunas solo, otras con el ejército libertador. La jornada era dura, la cresta de Los Andes arisca, empinada, sembrada de precipicios y de selvas. La víspera, cuando fue a despedirse del vicepresidente encargado del poder ejecutivo, General Domingo Caicedo, su gran amigo, éste le había casi suplicado que no tomada el camino de Pasto sino el de Buenaventura. Sabía que hervían las pasiones y que Sucre, desaparecido del gobierno el Libertador, era el imán de todas las miradas feroces de los enemigos. Y de todos los odios. Porque veían en él al sucesor leal. Y porque de Sucre podría decirse lo que tal vez se dijo de Pericles: “que le servían de defecto sus virtudes”. Y la virtud, más que reconocimiento y admiración, suscita recelos y enemigos. Como Cervantes, prácticamente había perdido un brazo heroicamente en Chuquisaca, siendo presidente de Bolivia, en un motín organizado por peruanos y argentinos, en el que también, con intrepidez y coraje, el Gran Mariscal enfrentó solo a los conjurados. El brazo, pues, lo perdió al movimiento. El brazo derecho, precisamente, con el que podía blandir el sable como un tigre de Bengala o disparar certero la pistola. O sea que gobernaba las bridas con la mano izquierda y quedaba prácticamente indefenso ante cualquier ataque sorpresivo. Salió de Bogotá casi sin testigos. La pequeña ciudad aún no se despertaba, pero los conjurados sabían el itinerario y las horas de cada jornada. Había una red de comunicaciones

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tupida y eficaz que mantenía al día en las informaciones a todos los que habían estado comprometidos en el atentado de la noche septembrina contra Bolívar y seguían con la misma vesania alimentando su furia contra él y sus allegados. Acompañaban a Sucre un hacendado ecuatoriano que había estado con él en el Congreso Admirable, de nombre José Andrés García Tréllez. Era su amigo. Dos muleros encargados de la recua y dos sargentos llamados Lorenzo Caicedo y Francisco Colmenares. Poca custodia para el hombre que había esculpido su nombre en Ayacucho, que había sido Presidente por cuatro años de la nueva república de Bolivia, y el que hacía pocos meses había impuesto su genio por encima de la superioridad numérica de los peruanos agresores en Tarqui. Pero en realidad Sucre había declinado una escolta mayor, seguramente porque carecía de recursos para financiar una marcha de mayores dimensiones. Y, no obstante las advertencias y el crujir de dientes que oía a sus espaldas, marchó con el alma desbordante porque cada hora que pasara en adelante lo acercaba a sus seres queridos. Él que ya no tenía más familia que su esposa y su hija, porque todos los demás miembros se los había engullido la ferocidad de la guerra.

A todas estas, los liberales habían asumido el poder en todas las formas y en todas partes, y las noticias del viajero hacia el sur iban y venían, mediante postas que se movían dentro de la más estricta y controlada programación. Los enemigos del Mariscal abundaban por doquier, buscando siempre detenerlo como el más digno sucesor del Libertador. Cabe aquí recordar la hábil jugada de sus enemigos durante el desarrollo del Congreso, pues cuando se discutía el estatuto constitucional, fue aprobada una moción que establecía que la edad mínima 205


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de los presidentes de Colombia debía ser la de cuarenta años, causa ésta por la cual fue descartado Sucre como el sucesor de Bolívar, pues apenas contaba con treinta y siete años. Los amigos del Libertador y del Mariscal eran la mayoría, pero ya no había nada que hacer. Mañosa jugada de los antiguos amigos de Bolívar y de Sucre que de esta manera vengaron las valientes intervenciones de Sucre en las sesiones iniciales del Congreso Admirable, en las que los enfrentó con decisión y argumentos incontrastables. Los enemigos de Sucre se veían en todo lugar, y por lo tanto, el peligro estaba en todas partes. El Mariscal no era bien visto por su coterráneo Juan José Flores, quien había liderado un movimiento separatista en los territorios del Sur (Azuay, Quito y Guayaquil) de los cuales era su Prefecto General, casi inmediatamente se clausuraba el Congreso Admirable, declarándose independientes de Colombia, lo cual dio más adelante como resultado la formación del nuevo Estado que se llamó desde entonces El Ecuador. Flores veía en consecuencia, con mucha preocupación la llegada de Sucre al Sur, pues ello podía dar al traste con sus proyectos separatistas, y es de suponer que trataría de impedirlo a toda costa. El general Sucre heredó del Libertador buena cantidad de enemigos por la simple y llana razón de que veían en él su legítimo sucesor. Recordemos a aquellos que en un momento apoyaban al Bolívar dictador, hasta el Congreso Admirable, con el General Rafael Urdaneta a la cabeza, Castillo y Rada, Vergara y otros no menos peligrosos y mañosos, que le dieron la espalda 206


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porque las circunstancias del momento no eran propicias a sus intereses. El caso de los generales José Hilario López y José María Obando, es bien difícil de tratar, pues desde tiempo atrás la desconfianza en el proceder de ambos por parte del Libertador era muy conocida. Recordemos que cuando se realizaba la Convención de Ocaña, Bolívar, quien no asistió a pesar de ser el Presidente, se quedó en Bucaramanga hospedado en La Casona durante largos días en compañía de su amigo y confidente Luis Peru de Lacroix, empleado del Estado Mayor, que llevaba diario o apuntes especialmente de la vida pública y privada del Libertador, manuscritos que una vez corregidos, fueron bautizados con el nombre de “Diario de Bucaramanga”, lo dice en la Introducción del mismo el historiador y escritor Cornelio Hispano. Pues bien, en las notas del Diario de De Lacroix, correspondiente al día 14 de Mayo (1828), en conversación con el Coronel O´Leary, quien había llegado el día anterior de Ocaña, encontramos: El Libertador amaneció bueno, y al momento de sentarnos a la mesa para almorzar, me dijo: “Ya ve usted, coronel, que sin el emético del doctor me he puesto bueno; y si lo hubiera tomado, quizá estaría ahora con los humores revueltos y con calentura”.

S.E., hizo nuevas preguntas al coronel O´Leary sobre Ocaña, y éste, contestándole, llegó a hablar del coronel Hilario López, diputado a la Convención por la Provincia de Popayán, designándolo como uno de los principales y más ardientes satélites del general Santander. 207


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López, dijo entonces S.E., es malvado, es un hombre sin delicadeza y sin honor, es un fanfarrón ridículo, lleno de viento y vanidad. Lo poco que ha leído, lo poco que sabe, le hace creer que es muy superior a los demás; sin talento, como sin espíritu militar, sin valor y sin conocimiento de la guerra. Todo su saber consiste en el engaño, la perfidia o la mala fe. En una palabra, es un canalla.

El coronel O´Leary hizo la siguiente pregunta al Libertador: – ¿Y qué será entonces, señor, su grande amigo, el coronel José María Obando? – Más malo que López, peor si es posible. Es un asesino, con más valor que el otro; un bandolero audaz y cruel; un verdugo asqueroso, un tigre feroz, no saciado todavía con toda la sangre colombiana que ha derramado. Por último, son dos forajidos que deshonran el ejército a que pertenecen y las insignias que llevan; dos monstruos que preparan nuevos días de luto y de sangre a Colombia en compañía con su digno amigo, el obispo de Popayán.

Triste concepto el del Libertador sobre estos dos generales colombianos. Profecía certera y lamentable sobre hechos futuros que tendrían su origen en la mente de estos seres malvados y tenebrosos.

Itinerario del viaje y gravedad de Bolívar Dos pasquines, voceros del más acendrado odio contra Bolívar y Sucre circulaban en Bogotá por aquella época, que como dice Armando Barona Mesa, “azuzaban y envenenaban el ambiente”; eran El Patriota y El Demócrata. Conviene, de todas 208


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maneras, como prueba irrefutable de lo dicho, transcribir lo que se escribió en El Demócrata el 1º. de Junio, cuando ya el General Sucre llevaba quince días de camino con destino el sur del país, no sin antes dejar presente, que el contenido de este artículo era el fruto de las determinaciones de los integrantes del “club”, que funcionaba en la Plaza de Bolívar de hoy en día. Lo dice Armando Barona Mesa así: Y en ese club se acordó la muerte de Sucre. Le habían hecho “inteligencia”, le colocaron espías y las noticias volaron por los cuatro costados de una patria adolorida por tantos horrores. Eran conspiradores en nombre de la libertad. Y en nombre de ella creían que el crimen les estaba permitido.

Continúa Armando Barona Mesa con el comentario que uno de los asistentes a dicho “Club” hace según lo cuenta el historiador venezolano Juan Manuel Cova Cabello: El bogotano don Genaro Santamaría fue uno de los asistentes al famoso “Club” instalado en la casa de don Pancho Montoya, y concurrió a la sesión donde se decretó el asesinato de Sucre y refería que, adoptada esa medida, se comunicó a Obando para suprimirlo si iba por Pasto; al General Murgueitio, si iba por Buenaventura y al General Tomás Herrera si iba por Panamá... El mismo señor Santamaría agregaba, que él fue el primero que salió de la casa, y al llegar a la puerta, vio al General Sucre paseándose en el atrio de la catedral con los brazos cruzados; que eso lo había impresionado mucho, pues le parecía que era un espectro que le aparecía, habiéndose, momentos antes, decretado su muerte...

Veamos, ahora sí, el texto del artículo publicado en El Demócrata el 1º. de junio de 1830: 209


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Acabamos de ver con asombro, por cartas que hemos recibido en el correo del Sur, que el General José de Sucre, ha salido de Bogotá ejecutando fielmente las órdenes de su amo, cuando no para elevarlo otra vez, a lo menos para su propia exaltación sobre las ruinas de nuestro gobierno. Antes de salir del Departamento de Cundinamarca empieza a marchar su huella con ese humor pestífero, corrompido y ponzoñoso de la disociación. Cual otro Leocadio lleva el proditorio intento de minar la autoridad del Gobierno en su cuna, ridiculizándolo aún de su misma generosidad. Bien conocíamos su desenfrenada ambición después de haberlo visto gobernando a Bolivia con poder inviolable; y bien previmos el objeto de su marcha acelerada, cuando dijimos en nuestro número anterior, hablando de las últimas perfidias de Bolívar, que éste había movido todos los resortes, para revolucionar el Sur de la República... Va haciendo alarde de su profundo saber, fundado en que no se le permitió entrar a Venezuela, temiendo el influjo de sus talentos. Se lisonjea de observar una política doble y deslumbradora. Afirma que los liberales y el pueblo de Bogotá es lo más risible, lo más ridículo que ha visto, que son entusiastas de boca, y nada más... En fin, osa decir, denunciando sus aleves intentos, que si todos los pueblos son así, está seguro de cantar victoria en todos ellos...

Y terminaba la nota con estas terribles palabras: ... Pueda ser que Obando, haga con Sucre, lo que no hicimos con Bolívar, y por lo cual el gobierno está tildado de débil, y nosotros todos y el gobierno mismo, carecemos de seguridad...

Bien lo dice el mencionado historiador y abogado penalista doctor Armando Barona Mesa: 210


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Con estas dos pruebas que los abogados penalistas denominamos indicios graves, se puede colegir que el crimen posterior era el resultado de la conjura que había trascendido los espacios misteriosos de la sombra.

Es sabido que el Mariscal no oyó ningún consejo de amigos y conocedores de los peligros que correría al tomar la vía que definitivamente tomó. Había otras rutas, por supuesto, pero mucho más demoradas para llegar al destino al que ansiaba llegar cuanto antes para estrechar a su esposa y a su adorada hijita. Prefirió entonces tomar la ruta Neiva–Popayán–Pasto, corriendo los riesgos que todos conocían, y que ya la prensa antes mencionada, anunciaba descaradamente. Llega la pequeña caravana a Neiva y el General Sucre se hospeda en la casa del Coronel José Hilario López, inexplicablemente. Algunos historiadores comentan que Sucre y López tuvieron entonces varias conversaciones sobre cuestiones políticas que no fueron muy cordiales, pues los altercados fueron de tono serio y fuerte, y hubo quienes se atrevieron a comentar tal situación como un grave antecedente de los hechos lamentables que habrían de sucederse en los días venideros. Dice Barona Mesa que el historiador Luis Martínez Delgado escribe, que con fecha 19 de mayo el Coronel López escribe al vicepresidente de la República, General Domingo Caicedo, quien ejercía la Presidencia, una carta denigrante de su ilustre huésped: Diré a Usted –escribió López– que el General Sucre es un tunante completo. Para mí, Sucre no es más sino un fantasma, que desaparecerá con sólo echarlo al más alto desprecio; él ha sido mirado con telescopio, y yo que he tenido ocasión y noticias de discernirlo, lo veo con una óptica exacta.

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Tiene la necedad de hacerse creer el más solemne caballero, no siendo, en mi juicio sino el más brigand superchero.

No obstante todos los problemas que se le van presentando día a día, el Mariscal sigue su ruta con destino Popayán. Y, una vez allí, se hospeda en la casa del sus amigos Tomás Cipriano Mosquera y don Joaquín, quien está en camino a tomar posesión de la Presidencia de la República, como que había sido elegido para tal posición por el Congreso Admirable. Continúa el camino la pequeña caravana en fila india, pues el camino en la medida que se avanza se torna más difícil, y por supuesto, los peligros aumentan. Aún en el momento de salir de Popayán, no faltaron los consejos para que torciera el rumbo siguiendo por el Valle del Cauca, hacia Buenaventura y llegar a Guayaquil, con una mayor tranquilidad, aunque los peligros acechaban a Sucre por todos lados.Todos temían por la vida del Gran Mariscal, especialmente recorriendo el tramo entre Popayán y Pasto, trayecto colmado de malhechores en donde la topografía se prestaba para toda clase de fechorías. Siguiendo el relato de Armando Barona Mesa, y tomando como base lo escrito por el gran historiador colombiano nacido en Panamá en el siglo XIX, Juan Bautista Pérez y Soto en su libro El crimen de Berruecos, aún Sucre en casa de los Mosquera, el sacerdote padre Manuel José Mosquera recibe una carta de José Hilario López para que le sea entregada por éste al General José María Obando, cosa que hace puntualmente. Unos días después de que Sucre continuara su viaje hacia Pasto, el presbítero Mosquera recibía contestación de Obando en estos términos exactos: “He recibido tu carta, te la aprecio. Sucre no pasará de aquí...”. 212


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Este epistolario, sin comentario alguno. Bien calibrado tenía Bolívar al sacerdote Mosquera, como miembro integrante de la trilogía con López y con Obando, para referirse sobre ellos, como lo hizo al General O´Leary en la Casona, el 14 de mayo de 1828, según lo refiere De La Croix en su Diario de Bucaramanga. Para rematar este pasaje y continuar con la ruta de Sucre, Barona Mesa dice: Vale la pena anotar que, hacia el año cuarenta y tres de ese siglo XIX, este presbítero había llegado a ser el arzobispo primado de la Nueva Granada, y fue famosa su frase: “En Bogotá andan sueltos los asesinos de Sucre”. Pero nunca dijo públicamente quiénes eran.

Y mientras en Libertador se encontraba en Cartagena, empeorando de sus dolencias y soñando aún con viajar a Europa vía Jamaica, el General Antonio José de Sucre, soñaba también con llegar pronto al lado de sus queridas mujeres, la Marquesa de Solanda, su esposa, y Teresita, su pequeña hija. Fue así entonces, cómo él y su comitiva, continuaron su camino con destino a la ciudad de Pasto. Pero dejemos que sea el General Joaquín Posada Gutiérrez, quien con la autoridad de conocer a todos los protagonistas y quien mejor que nadie conocía también los antecedentes inmediatos de lo que estaba sucediendo en el ámbito nacional en ese momento, según su versión, nos relate en los apartes que seguidamente transcribimos, cómo sucedieron 213


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los hechos lamentables que dieron al traste con la vida del Mariscal de Ayacucho: En la tarde del dos de Junio (1830), el General Sucre con el señor García Tréllez, sus dos asistentes, un criado del señor García, y dos arrieros que conducían cuatro cargas de equipaje, llegaron al Salto de Mayo, a la casa de José Eraso, especie de tambo pajizo cercado, donde dormían amos, criados, pasajeros, hombres y mujeres, sanos y enfermos, y algunos animales domésticos; y en aquella pocilga pernoctó inquieto el General Sucre con sus compañeros. Y así tenía que ser, porque en tres leguas a la redonda ningún viajero podía encontrar un techo hospitalario donde descansar un rato, y situada esta zuhurda al borde del mismo despeñadero por donde se baja al puente del río Mayo, en un punto preciso, inevitable, todo el que iba de Popayán a Pasto, o viceversa, tenía que tocar con Eraso, y siendo de tarde, forzoso era pedirle un rincón, y una barbacoa para pasar la noche. Hombre de baja extracción, indio de instintos salvajes, avezado al crimen, antiguo guerrillero realista de los conmilitones del General Obando, presentado a la república a fines de 1827, rodeado de deser tores y soldados licenciados del ejército todos armados, calificado de salteador de caminos; era Eraso en aquel sombrío despoblado una amenaza para los pasajeros, que temiendo ser robados o asesinados, compraban su seguridad con regalos ya espontáneos, ya solicitados. Su aspecto siniestro, el de su mujer, que montaba a caballo a horcajadas como hombre, con sable ceñido y pistolas cargadas en pistoleras de cuero de tigre; el de sus compañeros, que llamaba los jornaleros, negros o indios, sucios, de tosco semblante y torvo mirar; todo inspiraba en aquella forzada pascana un terror que quitaba el sueño al hombre más fatigado. Y ese Eraso era teniente coronel y comandante de las milicias de aquellos contornos, que se llamaban “la línea de Mayo”, nombrado, sostenido y mimado por el General Obando.

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El General Sucre fue pródigo en obsequios con aquella gente, y dando gracias a Dios de haber amanecido con vida, se puso en marcha con su pequeña comitiva en la mañana del tres dejando a Eraso en su casa, aparentemente tranquilo y satisfecho. A las diez de la mañana llegó Sucre a La Venta, caserío pajizo situado a poca distancia de la boca de la montaña de Berruecos, a tres leguas del Salto de Mayo, y encontrando allí a Eraso, le dijo en extremo sorprendido: “Usted debe ser brujo, pues habiéndole dejado en su casa y no habiéndome usted pasado en el camino, le encuentro ahora delante de mí”. Las respuestas entrecortadas y ambiguas de Eraso, lejos de tranquilizarle aumentaron la inquietud que le causó la vista de aquel hombre allí, sin saber cómo ni por donde se le adelantara. Sucre, desconcertado, hizo alto, pidiendo albergue en la mejor casucha del villorrio, el que le fue concedido. Pocas horas después se presentó allí el también comandante Juan Gregorio Sarria, como Eraso hombre más que vulgar, su antiguo compañero en las guerrillas realistas del tiempo de guerra de la independencia, de más confianza que el mismo Eraso para el General Obando, a cuyo influjo debía ser comandante de caballería en 1830, no siendo más que alférez de milicias en las guerrillas españolas en 1823 cuando se pasó. Sarria fue el azote de la comarca de Timbío, Paispamba, caseríos inmediatos, y haciendas hasta Popayán, antes como realista y después en las guerras civiles.

Este era el entorno humano que rodeaba a Sucre. La situación no era para estar tranquilo, lo cual obligó al General a tomar las debidas precauciones y estar permanentemente en guardia con todos sus acompañantes y armas a disposición, como 215


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que debían pasar esa noche en ese sitio, La Venta, para continuar muy temprano al siguiente día. Y fue así cómo al amanecer del día 4 de junio, un poco más tranquilos, los integrantes de la pequeña caravana emprendieron la marcha. Continúa así su relato el General Posada Gutiérrez: Delante los arrieros con Francisco Colmenares, uno de sus asistentes; seguían a estos el señor García Tréllez y su criado, y tras ellos inmediatamente el General y su otro asistente Lorenzo Caicedo. A poco más de media legua de camino del punto de donde habían partido, en una angostura barrealosa y difícil (sitio denominado “La Jacoba”), sale del enmarañado laberinto de corpulentos árboles y espinosas malezas un tiro de fusil. ¡Ay! ¡balazo! Exclama el General Sucre, y no habían acabado sus labios de pronunciar esta su última palabra, cuando parten tres tiros más de un lado y otro del lóbrego sendero, y el inmaculado gran Mariscal de Ayacucho, a los treinta y siete años de edad, cae atravesado el corazón, sobre el hondo lodazal de aquel oscuro, tenebroso y solitario bosque, escogido por mano oculta con fría y premeditada traición, sin odio, sin idea de venganza, y sólo por miras políticas, porque estas pasiones en nuestra América hacen de nosotros, antes tan mansos y benévolos, un pueblo de caribes. El señor García, los criados y arrieros que iban por delante, a la detonación de los aleves tiros y al oír la exclamación de la víctima, creyéndose atacados por ladrones, picaron aterrados, al trote largo, y a poca distancia les alcanzó, herido y sin jinete el mulo que montaba el General. Con esto no les quedó duda que el crimen se había consumado, y continuaron su marcha tan aceleradamente cuanto el mal camino lo permitía.

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Caicedo, que seguía el último, se había atrasado a poca distancia, y oyendo los tiros corrió hasta el lugar donde encontró el cadáver de su señor, a quien amaba, y vio agazapados a los cuatro asesinos con fusiles o carabinas, y uno de ellos con sable ceñido; por lo que espantado volvió riendas hacia La Venta. Los asesinos le gritaron dos veces, “¡Párate Caicedo, no es contigo, párate!” lo que asustándole aún más, le hizo picar cuanto le permitía el lodazal de aquel infernal camino, y llegando anhelante a La Venta dio parte a gritos de la horrenda catástrofe. Eran las diez de la mañana. Temblante y consternado hizo diligencia para buscar quien lo acompañase a enterrar el cadáver, y no pudo conseguirlo: el miedo lo impedía.

El Hno. Luis Gonzaga (Pacífico Coral), del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristinas, en su obra Efemérides Colombianas, publicado en el año de 1920, comenta el asesinato del Mariscal así: Crimen nefando ejecutado por el Coronel Apolinar Morillo y Andrés Rodríguez, Juan del Cuzco (indio de las Alpujarras) y Juan Gregorio Rodríguez. Estos cuatro individuos fueron los instrumentos para ejecutar ese nefando crimen; pero ¿quién lo ordenó? ¿quiénes son los responsables? Fueron acusados los Generales José María Obando, Juan José Flórez y José Hilario López. La historia no ha dado el fallo sobre ello. El tiempo lo dirá.

J. M. Quijano Otero dice: Se sabe el lugar en donde se reunió la Junta de exaltados que ordenó el crimen; quién llevó la orden; quienes la ejecutaron; y en secreto pronuncian aún los ancianos, aunque con miedo, los nombres de los miembros de la Junta responsable de aquel crimen... ¡Ochenta y cuatro años han

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pasado ya! ¿Quién será el Caín que hizo derramar la sangre de ese inocente Abel?

Siguiendo el relato del General Posada Gutiérrez, recuerda: En la tarde del mismo día llegó a La Venta un pasajero que venía de Pasto, y dijo haber encontrado el cadáver, que le había sacado el reloj, el que entregó al criado Caicedo, y aseguró que en todo el tránsito no había visto un solo hombre, sino a los compañeros del General, que habían seguido adelante... Al siguiente día, sabiéndose que no había gente en la montaña, se animaron el señor Patiño, Caicedo y otros a ir al lugar de la catástrofe, y encontrando el cadáver lo reconocieron. Tenía tres heridas mortales, y no le habían robado la bolsa en que llevaba algunas monedas de oro, ni nada de su vestido, lo que demostró más a las claras que el asesinato no se había cometido para robarle, y que se tuvo cuidado en que esto apareciera así. Hay allí cerca un pequeño espacio desmontado que llaman la Capilla, sin haber capilla, en donde lo enterraron, poniendo sobre la sepultura una tosca cruz de madera.

Los despojos del Gran Mariscal quedan allí escondidos en la maraña de la selva verde oscura, cubiertos por los árboles añosos de la centenaria jungla. Termina aquí la vida gloriosa del gran General, vida que fue un continuo luchar por la justicia, el honor y la libertad. Vale la pena recordar aquellas palabras del Libertador refiriéndose a su coterráneo en 1825, después de las batallas de Junín y Ayacucho: 218


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Es el Padre de Ayacucho; es el redentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas con que Pizarro envolvió el Imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco Capac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada.

Como bien sabemos, el Libertador se encontraba por estas fechas en Cartagena. Y cuenta el nombrado Armando Barona Mesa, que: ...el 30 de julio, encontrándose en la casa de La Popa, a eso de las nueve de la noche llegan a la casa dos coches con el General Mariano Montilla, don Juan de Dios Amador y otros amigos. Bolívar sale a recibirlos afablemente. Pero nota algo extraño en la mirada de Montilla. –¿Qué ocurre General?, interroga inquieto. –“Excelencia”, contesta Montilla, que sabe que va a descargar un fardo aplastante sobre la débil humanidad del héroe –Han asesinado a Sucre antes de Pasto. Fue una emboscada en un sitio tenebroso llamado Berruecos. Bolívar se llevó ambas manos a la cabeza. –¡Imposible!, ese es el crimen de Caín, que vuelve a matar a Abel. Y se desplomó. Entró callado a la estancia. Su dolor era tan grande que sólo el silencio y la soledad podrían mitigarlo. Amablemente pidió a los visitantes, sus amigos, que le dejaran solo, y antes de que se retirasen exclamó: Tenía el presentimiento de que si viajaba por tierra lo asesinaría Obando.

Se enclaustró en su alcoba, y debieron pasar por su cabeza los recuerdos de aquellos días de gloria, empezando por aquella ocasión en que el Libertador tuvo la oportunidad de conocer al joven Antonio José de Sucre como bien lo cuenta el Maestro Germán Arciniegas en su libro BOLÍVAR El Hombre de la Gloria, cuando un poco después de la Batalla de Boyacá, de camino a 219


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Venezuela que aún se encontraba en poder de los realistas, se entrevista en Barinas con Páez durante la cual le hace un relato de las proezas cumplidas, y ... bajando el Orinoco, cruza una flechera que lleva izada bandera de general. – ¿Qué general sube? – pregunta Bolívar. – El general Sucre, Excelencia. – ¿Sucre? No hay tal general. Hágale usted señas para que venga a tierra. Las dos flecheras se dirigen a la playa, y Bolívar ve por vez primera a este hermoso soldado de veinticinco años, que hace su presentación con un breve relato de su carrera. – Nunca he pensado Excelencia, en tener mi rango sin vuestra aprobación. Cuando Bolívar se despide del “general” Sucre, ya lo lleva en el corazón, pero está lejos de pensar que con el tiempo será el más amado de sus soldados y el más fiel de sus amigos.

Es fácil deducir, que Bolívar, una vez en la soledad de su cuarto, haya desenvuelto la madeja de recuerdos en su duro trajinar por un mismo ideal, que haya desplegado el ovillo de su existencia recorriendo los mismos caminos, teniendo siempre a su lado el apoyo y el sincero consejo de su coterráneo, el mejor de sus amigos, el más noble, el más leal. Él siempre estuvo presto a reconocer públicamente todos los merecimientos, la rectitud, el respeto, el valor, la inteligencia, 220


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la prudencia, la lealtad, el decoro que distinguieron perennemente a ese maravilloso ser humano que fue Antonio José de Sucre, a quien quiso más que a un hermano, verdaderamente, como a un hijo. Es de suponer que el Libertador recordó en aquellos momentos de inmenso dolor y abatimiento, todos aquellos actos de su vida que fueron comunes con el gran Mariscal. Así, no debió pasar por alto el recuerdo de un hecho que una vez más ponía en evidencia el reconocimiento expontáneo, su amor por él y su desprendimiento proverbial, cuando en 1825, en el Perú, de camino hacia el sur, en la antigua capital del imperio inca, según los tratadistas, las damas de la ciudad, como muestra de agradecimiento ofrecieron un homenaje al Libertador con mucha pompa y brillo, lo mismo en el Cuzco que en Arequipa.Y encontramos en la crónica de la Gaceta Colombiana, que Bolívar fue coronado “después de una resistencia generosa ... con una guirnalda cívica de oro matizada en perlas y brillantes...” Y, en una edición de julio de 1883, el Papel Periódico Ilustrado, encontramos que ... el Libertador la quitó de sus sienes y adornó con ella las del Gran Mariscal de Ayacucho, juzgando que era él quien la merecía. El vil asesinato del Mariscal constituyó, a no dudarlo, la final estocada que habría de abatirlo en forma brutal, y con ello, sus enemigos, estaban reafirmando su abierta intención de truncar la continuidad del proyecto del Libertador. Si bien ya no poseía el entusiasmo de otros días ni las fuerzas necesarias para buscarlo, este acontecimiento, lo acercaba, irremediablemente al final. 221


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Es pues innegable que a partir del recibo de la noticia de su muerte fue cuando empezó a agravarse su mal, y su estado de salud y de ánimo decayó notablemente, entrando con sobrada razón en una tremenda depresión. Su prematura vejez muestra una lamentable imagen del Libertador sumido en la más profunda tristeza, ya sin fuerzas y sin deseos de vivir, presa del más absoluto dolor moral. No obstante, le escribe sentidas palabras a la viuda del Mariscal: No concibo, señora, hasta dónde llegará la presión penosa que debe haber causado a Usted esta pérdida tan irreparable como sencilla; únicamente me atrevo a juzgar por mí mismo lo que pasará por una esposa que lo ha perdido todo de un golpe y del modo más bárbaro. Todo nuestro consuelo, si es que hay alguno, se funda el los torrentes de lágrimas que Colombia entera y la mitad de la América deben a tan heroico bienhechor.

Así mismo escribió varias cartas, algunas de respuesta, en medio de la amargura que le embargaba, dejando siempre ver su convicción de que los autores de tan execrable crimen no eran otros diferentes a “estos dos monstruos”, cuando se refiere a López y Obando. En carta al general Juan José Flores, al final de la misma, no vacila al comentar: Yo pienso que la mira de este crimen ha sido privar a la patria de un sucesor mío. A todos estos hechos, se sumaron otros no menos dolorosos para el gran hombre que empezaba a ver cómo su vida se consumía en medio de las penas y las espinas que 222


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punzaban sin misericordia su noble corazón. El presidente Joaquín Mosquera, elegido por el Congreso Admirable para dicho cargo el 4 de Mayo y posesionado el 13 del mismo mes, empezaba a mostrar su debilidad en el ejercicio del mismo, y una de las mas elocuentes demostraciones de ello fue el nombramiento de don Vicente Azuero como Secretario del Interior, quien desde el momento de tomar posesión de su cargo inició toda clase de injurias y ataques contra Bolívar. Azuero, santanderista de tiempo completo, recientemente regresado al país del destierro en Jamaica por la supuesta participación en los acontecimientos del 25 de Septiembre, no dudó, sin autorización del Presidente, en hacerle llegar al Libertador la determinación del Congreso de Venezuela, remitida al Congreso Admirable por su mismo Presidente, el cubano señor Francisco Javier Yáñez, comentándole en la respectiva nota remisoria: ... para que V.E. quede informado de esta notable circunstancia, por lo que puede influir en dicha nación, y por la trascendencia que tenga en la gloria de V.E., determinación que en sus apartes mas relevantes decía: ... Venezuela, a quien una serie de males de todo género ha enseñado a ser prudente, que ve en el general Simón Bolívar el origen de todos ellos, y que tiembla al considerar el riesgo que ha corrido de ser para siempre su patrimonio, protesta que no tendrán aquellas (la relaciones con Venezuela), mientras éste permanezca en el territorio de Colombia, declarándolo así el soberano congreso en sesión del día 28 de Mayo. Estos son los sentimientos del pueblo venezolano, y de orden de sus representantes lo manifiesto a Vuestra Excelencia para que se sirva ponerlo en conocimiento de la respetable Asamblea a cuya cabeza se encuentra.

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No sobra anotar que el historiador Gustavo Arboleda trae en su Historia Contemporánea de Colombia, tomo I, página 45, un brevísimo comentario sobre cómo el Congreso de Venezuela determinó que Venezuela no entrase en conversaciones con el gobierno de Bogotá mientras el Libertador estuviese en territorio de la Nueva Granada. Así mismo, Pombo y Guerra en Constituciones de Colombia, en su edición de 1892, página 181, hacen el comentario sobre tal acontecimiento, de la siguiente forma: El congreso convocado por Páez se instaló en Valencia el 6 de Mayo, y después de decretar la expulsión de Bolívar del territorio de Colombia se dio a discutir la separación de Venezuela del resto de la República.

Así, cuando Bolívar se ausentó de Bogotá, enfermo, triste, abrumado por el desengaño y el odio de sus émulos, con el fin de expatriarse para siempre, la Nueva Granada le daba las expre-siones de agradecimiento y le mandaba entregar de por vida la pensión que le había concedido el Congreso de 1823; Ecuador le llamaba para que pasara allí tranquilo sus últimos días, y Venezuela, su cuna, donde pasó su infancia, pedía su ostracismo perpetuo. Don Vicente Azuero, hizo publicar la nota completa en los periódicos enemigos desde siempre de Bolívar, El Demócrata y La Aurora, así mismo en La Gaceta de Colombia. Nada más indigno, muestra inequívoca de la venganza más rastrera. Indudable que esto constituyó la afrenta más terrible recibida por el grande hombre, el pago más infame, inicuo y malvado a tanta nobleza, 224


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desprendimiento y generosidad. Y todo esto con la complacencia del Presidente, señor Mosquera. Bien lo manifestó el Libertador más adelante cuando dijo: Este es un hecho atroz del que el señor Mosquera no se vindicará nunca; aseguro que es el suceso que me ha afectado más en toda mi vida.

El general Tomás Cipriano, hermano del propio Presidente, una vez conoció el incidente, comentó que: ... fue un acto de debilidad de su hermano, que debió destituir a Azuero y declarar que el Presidente de Colombia no se podía prestar a hacer la notificación de un acto indigno de la Junta revolucionaria de Valencia que se llamaba Congreso de Venezuela.

Como otras de las desacertadas decisiones del señor Mosquera está el nombramiento del general De Rieux en el Ministerio de Guerra y el del doctor Francisco Soto como Procurador General de la Nación, fanáticos y reconocidos enemigos del Libertador. Nunca se puso en duda la capacidad y el conocimiento de los funcionarios nombrados para tales posiciones, pero los momentos que vivía la nación hacía inconveniente esta decisión del Ejecutivo, pues ello constituía, sin duda alguna, gran afrenta a los partidarios de Bolívar, creciendo odios y el descontento general y los ánimos separatistas se fueron haciendo realidad, desde la Convención de Ocaña, llegándose a extremos insospechados que dieron al traste con la tolerancia debida, la unidad de la nación y con el sueño del Libertador. 225


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Los días transcurrieron en medio de la más absoluta desolación, agobiado por la ingratitud y la actitud despiadada de sus propios paisanos, quienes le negaban, como ya está claro, hasta un pedazo de la tierra que le vio nacer para terminar allí su peregrinar por este mundo, mientras en el centro de país los sucesos no terminaban, con actuaciones confusas del Batallón Callao, de reconocida fidelidad a Bolívar y del Batallón Boyacá, santaderista, que ante actuaciones débiles y desafortunadas del Presidente Mosquera y del Vicepresidente Caicedo, pues se turnaron el poder por demás en forma irresponsable, terminaron en enfrentamiento sangriento en inmediaciones de Fontibón, sitio cercano a Bogotá denominado “El Cerrito del Santuario”, en el que las fuerzas gobiernistas del Batallón Boyacá sufrieron una aplastante derrota por parte de los integrantes del Batallón Callao, resultando de esto la caída humillante del régimen legal. El 5 de septiembre de 1830, Mosquera y Caicedo y la mayor parte de sus inmediatos colaboradores renuncian, encargándose provisionalmente al General Urdaneta del poder ejecutivo, lo cual originó diversos pronunciamientos en favor del Libertador para que regresara a tomar el poder, lo cual Bolívar rechazó enfática pero elegantemente, prometiendo una vez más servir a Colombia como soldado y como ciudadano. Dice el célebre historiador Gerhard Masur después de estos acontecimientos: Sus amigos lo abrumaron con cartas: los embajadores de Inglaterra, Estados Unidos y Brasil declararon públicamente que sólo el Libertador podía salvar a Colombia. En Cartagena, los líderes militares y políticos designaron a Bolívar Jefe del ejército. Se le prometió una libertad completa para tomar 226


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todas las medidas necesarias a fin de mantener el orden en la República. Pero Bolívar resistió la tentación. Dijo que estaba todavía dispuesto a servir a su país, pero que el movimiento espasmódico a su favor no constituía una base para su regreso a la presidencia. Toda esa acción estaba marcada con el estigma de la anarquía, contra la que había luchado siempre. Urdaneta, que ahora lo instaba a regresar, se había opuesto a que continuase en el poder apenas unos cinco meses antes. Bolívar no esperaba que surgiese nada constructivo de estos levantamientos ni para él ni para la República. Estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, afligido, calumniado y mal pagado. Créanme que nunca he mirado con buenos ojos los levantamientos y que durante estos últimos días me he arrepentido hasta de los que emprendimos contra los españoles. Todos mis razonamientos llegan a la misma conclusión: no tengo esperanzas de salvar a la patria. Este sentimiento, o mejor dicho, esta convicción, ahoga mis deseos y me sume en la desesperación. Soy de la opinión que todo está perdido para siempre... Si sólo se tratase de hacer un sacrificio, aunque fuese de mi felicidad, de mi vida o de mi honor, créanme que no vacilaría. Pero estoy convencido de que ese sacrificio sería inútil, pues el cambio del mundo excede el poder de un hombre, y como soy incapaz de hacer la felicidad de mi país, me niego a gobernarlo. Además, los tiranos de mi patria me han expulsado y proscrito, de modo que no tengo patria a quien ofrecer sacrificios...

El mismo Gerhard Masur agrega: Por primera vez en su vida, Bolívar está definitivamente resignado. Nada tenía significado: todo era inútil. Quizá todo el movimiento emancipador había sido prematuro. Algunas veces su aflicción lo llevaba a exagerar, como cuando dijo que le pesaba haber emprendido la liberación de Sudamérica. Miranda había muerto en una prisión española; San Martín estaba en el exilio; Sucre yacía asesinado; y él mismo en 227


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esta costa ardiente y estéril, estaba proscrito y a la espera de la muerte. ¿De qué habían servido veinte años de guerra y revolución? “Hemos arado en el mar”, fue su amarga conclusión.

El doctor Rafael Ignacio Bermúdez Bolaño en su citado libro Verdades sobre la muerte del Libertador, comenta que Bolívar: ...salió de Cartagena al final de septiembre rumbo a Santa Marta por el camino de Tierra Adentro, por la vía de Soledad a Barranquilla. Bolívar se encontraba desesperado, pues se sentía ya muy enfermo, sin fuerzas, y vilipendiado en forma cruel por sus enemigos, acosado por todos los flancos. No tenía reposo, y un fuerte desasosiego se apoderaba de él intermitentemente.

El 2 de Octubre escribe al General Urdaneta desde Turbaco diciéndole: Dentro de dos días me iré para Santa Marta con la mira de visitar aquel país, que no lo he visto nunca y por ver si desengaño a algunos que influyen demasiado en mi opinión. Aún me lleva otro fin y es el de mi salud; pues dicen que hay climas templados cerca de la Sierra Nevada que se parecen al de Ocaña.

Pero antes de emprender el viaje hizo empacar de la mejor forma todo su archivo personal haciendole entrega al señor Juan Bautista Pavageau, de origen francés dedicado al comercio y radicado en Cartagena, en donde gozaba de gran prestigio como persona seria y responsable; de lo cual dio muestras ciertas tiempo más adelante. El archivo debía ser entregado en París de acuerdo con indicaciones precisas del 228


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propio Libertador. Y, en constancia, el propio Pavageau entregó el respectivo recibo: Cartagena 28 de Septiembre de 1830. A S. E., el General Bolívar. He recibido de S. E., El Libertador, diez baúles conteniendo papeles varios de su pertenencia, para ser depositados en París en manos seguras según las instrucciones de S. E. Firma: Juan Pavageau.

Dice al respecto el médico Rafael Ignacio Bermúdez Bolaño: Poco tiempo después, el 10 de Diciembre, al hacer su testamento en Santa Marta, El Libertador ordenó que aquellos papales fueran quemados, pero el señor Pavageau, al tener noticia en Jamaica del fallecimiento de aquel, le entregó los papeles a D. Juan de Francisco Martín, quien había sido nombrado por Bolívar como uno de sus albaceas testamentarios y se hallaba a la sazón en Kingston, dicho señor con buen juicio, se abstuvo de incinerar aquel archivo tan precioso, con lo que salvó ese tesoro histórico para la posteridad.

El estado de salud del General fue empeorando día a día, hasta el punto que se tuvo que cancelar momentáneamente el viaje a Santa Marta, y aprovechando la intermediación del Señor Pavageau para que el médico Próspero Reverand le examinara, se le trasladó a Soledad, lugar cercano a Barranquilla, el 4 de Octubre por invitación de don Pedro Juan Visbal, lugar sobre el cual escribe el Médico Bermúdez Bolaño: La había construido (Visbal) como regencia española para el recaudo de tributos, siendo el Recaudador de Impuestos. Actualmente se llama “La Casa de Bolívar” y se conserva preservando los detalles de su primitiva 229


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construcción y fue declarada Monumento Nacional, según Decreto No. 390 de 1970, durante la Presidencia del Dr. Carlos Lleras Restrepo. En Soledad, el Libertador dio rienda suelta a su actividad epistolar, pues escribió una veintena de cartas, varias de ellas a su coterráneo Rafael Urdaneta, al frente del Ejecutivo, en las que le daba cuenta de su lamentable estado de salud. En una de sus cartas le decía: Mi debilidad ha llegado a tal extremo que el menor airecito me constipa y tengo que estar cubierto de lana de la cabeza a los pies. Mi bilis se ha convertido en atrabilis... Todo esto mi querido general, me imposibilita de volver al gobierno, o más bien de cumplir lo que había prometido a los pueblos de ayudarlos con todas mis fuerzas, pues no tengo ninguna que emplear ni esperanza de recobrarlas, (por ello) tengo la pena de asegurarle que, no pudiendo servir más, he resuelto decididamente tratar sólo de cuidar mi salud, o más bien mi esqueleto viviente.

El 27 de Octubre, sintiéndose muy mal le escribe al general Mariano Montilla, su gran amigo, quien siempre estaba atento a sus cambios de salud: Necesito con mucha urgencia de un médico y de ponerme en curación formal para no salir tan pronto de este mundo...

Nuevamente le ve el doctor Gastelbondo, quien ya le había examinado recién llegado a Soledad, como que era el único médico que se conseguía por esos lados, y sobre el particular, en nueva carta al General Urdaneta fechada el 31 de Octubre, le comenta: 230


LA GRANDEZA TRÁGICA DE BOLÍVAR

Mi salud se ha deteriorado que realmente he llegado a creer que moriría; con este motivo tuve que llamar al médico del lugar para ver si me hacía algún remedio, aunque no tengo la menor confianza en su capacidad y voluntad; pero el pobre me ha levantado de la cama dándome una fuerza ficticia, pero dejando las cosas como estaban, porque no hay buen medicamento para quien no lo toma, pues esta es mi mayor enfermedad y lo peor es que es irremediable, porque prefiero la muerte a las medicinas: ni aún la coacción del dolor me persuade pues le tengo una repugnancia que no puedo vencer.

El general Mariano Montilla no ahorró esfuerzos para trasladar al general Bolívar hasta Santa Marta, dando resultados positivos, como que se recibió, –cuenta el médico Bermúdez Bolaño–, una carta de don Joaquín de Mier ofreciendo su ayuda y poniendo a sus órdenes la Quinta de San Pedro, gesto que Bolívar agradeció con alguna reserva por su nacionalidad española y especialmente porque Santa Marta siempre fue fiel al Rey Fernando VII, pero una segunda carta de don Joaquín de Mier enviándole alguna cosas que no se conseguían ni en Barranquilla ni en Soledad como vinos, víveres, cerveza y libros, decidieron que el Libertador aceptara la cordial invitación y escribió la siguiente carta: Soledad, 17 de octubre de 1830. Señor Joaquín de Mier: Mi estimado amigo y señor: He tenido el placer de recibir la bondadosa carta de Ud., en la cual se sirve ofrecerme su casa de campo y honrarme con las expresiones afectuosas de su benevolencia. Reciba Ud., Señor, las gracias más expresivas de mi parte. 231


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No me había adelantado a escribirle a Ud., antes, por no tener el placer de conocerle, pero el General Montilla, a quien le encargué, lo mismo que al Coronel Adlercreutz, de hablar con Ud., sobre su casa de verano, le habrán dicho cuál era mi deseo de molestar a Ud., lo menos que me fuera posible y los motivos que me animaban de usar de esa franqueza. Yo pienso seguir pronto para esa ciudad y desde luego, acepto la oferta de Ud., aunque sea por unos pocos días. Entre tanto, reciba Ud., las expresiones de mi consideración y aprecio. Simón Bolívar

De igual manera, no escatimó en sus cartas de aconsejar a Urdaneta para que su paso temporal por el gobierno no estuviera desprovisto de prudencia, y que cada una de sus actuaciones se distinguieran por estar siempre ajustadas a la constitución, empezando por realizar elecciones e instalar el congreso, como única forma posible de salir honrosamente del encargo de estar al frente del Ejecutivo temporalmente. Su enfermedad no le sustraía del interés por el destino de la patria, que conocía que era bien incierto en esos momentos, y dada su perspicacia, conocimiento de los protagonistas y su sentido político, no desaprovechaba su correspondencia fluida al general Urdaneta para aconsejarle y comentarle en consecuencia sus impresiones. El 6 de Noviembre, en una nueva carta le escribe: Mi mal se va complicando y mi flaqueza es tal que hoy mismo me he dado una caída formidable, cayendo de mis propios pies sin saber cómo y medio muerto. 232


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Al siguiente día, el 7 en la mañana, es trasladado nuevamente a Barranquilla, llegando a la casa del Sr. Bartolomé Molinares en la llamada Calle Ancha, contigua a la Iglesia de San Nicolás, en donde permaneció hasta cuando se embarcó con destino a Santa Marta. Y en una nueva carta, de las últimas que le escribió a su coterraneo, escrita el 16 de Noviembre, le hacía algunas consideraciones al General Urdaneta, fruto tal vez de sus largas meditaciones en las que se nota cierto grado de arrepentimiento: ...mejor es una buena composición que mil pleitos ganados; yo lo he visto palpablemente, como dicen: el no habernos compuesto con Santander nos ha perdido a todos.

Y era bien cierto, que las muchas diferencias que mantenía Urdaneta con miembros de la oposición, aún con altos dignatarios del alto gobierno, como el general Justo Briceño, entre otros, impedían el normal funcionamiento del mismo.

Últimos días – San Pedro Alejandrino Los días transcurrían, en los cuales los únicos cambios que se apreciaban eran el abatimiento progresivo del Libertador y el empeoramiento de su salud. Las controladas visitas, le daban ratos de esparcimiento con tertulias con algunos militares amigos, ciertas personas importantes de la vida política y con el médico que controlaba el estado crítico de su enfermedad, doctor Gastelbondo. Este le aconsejó, dado el progreso de su mal, 233


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cambiar de ambiente lo más pronto posible. El 23 de noviembre, el Libertador le escribe al General Mariano Montilla: Mis males van de peor en peor, ya no puedo con mi vida, la flaqueza puede llegar a más. El médico me ha dicho que pida un buque para ir a Santa Marta o Cartagena pues no respondo de mi vida dentro de poco.

Era pues el momento propicio para iniciar los preparativos para su traslado a Santa Marta, pues don Joaquín De Mier ya le esperaba y el propio Bolívar había aceptado días atrás su invitación. Fue así cómo en la tarde del día 28 de noviembre el General Bolívar fue llevado a Sabanilla, en donde el Bergantín Manuel le esperaba, enviado por el mismo señor De Mier, para llevarlo a Santa Marta. El 26 de noviembre en una muy lacónica carta le decía a Urdaneta: Estoy casi todo el día en la cama por la debilidad, el apetito se disminuye y la tos o irritación del pecho va de peor en peor.

De suerte, que nada restaba por hacer, que llevarle a Santa Marta cuanto antes mejor. En Sabanilla se encontraba también la Goleta U.S.S. Grampus nave de guerra norte-americana al mando del Capitán Isaac Mayo llevando a bordo al Assistant Surgeon George McNiht quienes escoltaron al Bergantín Manuel hasta Santa Marta, a donde llegaron el 1º. de diciembre, a las 7 de la noche, en tan lamentable estado, que no pudiéndose tener en pie, tuvo que ser bajado del barco en una silla, después 234


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del saludo de bienvenida del propio dueño del barco don Joaquín de Mier y de algunas autoridades del lugar. Una vez en tierra, se acordó llevarlo a un sitio en donde le pudiera examinar el médico del lugar, el francés Alejandro Próspero Reverend, quien gozaba de buen prestigio y era propietario de una farmacia ubicada en la Calle de la Cárcel No. 11, nos dice en su libro el médico e historiador Rafael Ignacio Bermúdez, hasta donde llegó Monseñor José María Estévez para informarle que el Libertador ya se encontraba en Santa Marta y que le habían hospedado en la Casa de la Aduana, en donde le tenían preparada temporalmente una habitación. El viaje por mar no le hizo mucho bien, antes por el contrario, le produjo mucho vómito, llegando muy débil y deshidratado. El doctor José Ignacio Méndez, en su libro El Ocaso de Bolívar comenta que su aspecto era deplorable: ... Lívido, descarnado, con la pupila apagada, esa pupila que fulguró en Junín, parecía una cadáver salido de la fosa.

Hasta allí se desplazó el médico Reverend, quien después de un completo examen del paciente entregó un primer Boletín: Le encontré en el estado siguiente: cuerpo muy flaco y extenuado; el semblante adolorido y una inquietud de ánimo constante... Las frecuentes impresiones del paciente indican padecimientos morales. La enfermedad de S.E., me parece ser de las más graves y mi primera opinión fue que tenía los pulmones dañados; no hubo tiempo de preparar un método formal; solamente se le dieron unas cucharadas de un elixir pectoral compuesto en Barranquilla.

Los días transcurrían muy lentamente, en medio de una angustia indescriptible por una respiración difícil, entrecortada, 235


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casi sin pasar alimentos y sin recibir los medicamentos por los que siempre conservó total repugnancia. Conversaba con el doctor Reverend constantemente sobre todos los temas. Fue su gran contertulio durante esos penosos días. Bien conocida es la colección de documentos que el doctor Reverend publicó en 1866 en Francia, que tituló La última enfermedad, los últimos momentos y los funerales de Simón Bolívar, Libertador de Colombia y del Perú. Pues bien, allí consignó algunas de las cortas conversaciones que sostuvo con el Libertador, como estas, ya en la Quinta de San Pedro Alejandrino: Un día, que estábamos solos, de repente me preguntó: –¿Y usted qué vino a buscar a estas tierras? –La Libertad. –¿Y usted la encontró? –Sí, mi General. –Usted es más afortunado que yo, pues todavía no la he encontrado... Con todo, añadió en tono animado: –Vuélvase usted a su bella Francia en donde ya está flameando la gloriosa bandera tricolor... En otra ocasión en que yo estaba leyendo unos periódicos, me dijo el Libertador: –¿Qué está usted leyendo? –Noticias de Francia mi General. –¿Le agradaría a usted ir a Francia? –De todo corazón. –Pues bien, póngame usted bueno, doctor e iremos juntos a Francia. Es un bello país, que, además de la tranquilidad que tanto necesita mi espíritu, me ofrece muchas comodidades propias para que descanse de esta vida de soldado que llevo hace tanto tiempo...

Esta charla, la comenta Juan Francisco Pazos Varela en su libro Así era Bolívar, diciendo que todo ello sucedía cuando: Ya la muerte vigilaba incesante a su presa; ya sus horas estaban contadas matemáticamente; en el reloj del tiempo, muy poco faltaba para el momento fatal, en que se hundiera en el océano, ese astro que no volverá a presentarse, igual, en el cielo de América. 236


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Pero recordemos que Bolívar estaba temporalmente en la Casa de la Aduana en Santa Marta, en donde tenía el médico Réverend todas las facilidades para prestarle la atención del caso y suministrarle los medicamentos adecuados, y que don Joaquín de Mier, muy galantemente le había ofrecido su casa campestre, en las cercanías a la ciudad, ofrecimiento que el Libertador había aceptado gustoso. El médico, después de ver el desarrollo de la enfermedad, el día 5, llegó a la conclusión que su distinguido paciente sufría de una tuberculosis pulmonar que había llegado al último grado, no teniendo ya remedio alguno. Se decidió en consecuencia, preparar el traslado del enfermo a la Quinta San Pedro Alejandrino, buscando un ambiente más sosegado y fresco, con la intención de seguir más adelante hacia la Sierra Nevada de acuerdo con la reacción que presentara en los días siguientes. Como estaba programado, el día 6 salió la comitiva acompañando al Libertador desde la Casa de la Aduana hasta la Hacienda o Quinta de San Pedro Alejandrino, acomodándolo en una amplia habitación con poco mobiliario, el escasamente necesario para sus pocos implementos personales, lencería y medicamentos, con ventanas de cuatro naves para la mejor ventilación según las horas del día. En el Boletín No. 7, a la hora de las 8 de la noche, el doctor A. P. Reverend consignó: S. E. pasó buena noche y el día contento, alabando mucho la mudanza y el hallarse en el campo. Es el mejor día que ha tenido.

El día 8 de Diciembre, mostró una ligera mejoría, hasta el punto de tener ánimo para escribirle al Ministro Vergara: 237


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Mis males afortunadamente han calmado un poco y esto ha sido bastante para hacerme variar de dictamen, pues había pensado hasta irme a Jamaica a curarme.

No obstante cierta sensación de bienestar, la enfermedad siguió su curso fatal. Con frecuencia se le escapaban ciertas exclamaciones, algunas incoherentes, sumido en la profunda fiebre. Cuentan que se le oía decir: ¡Muchachos, vámonos! ¡Esta gente no nos quiere en esta tierra! ¡Lleven mi equipaje a bordo de la fragata!

Como consecuencia de todo esto, el médico le recomendó prepararse espiritualmente con la mayor serenidad y calma. Fue así cómo el 10 de diciembre, en la mañana, el ilustrísimo José María Estévez, Obispo de Santa Marta, visitó al Libertador y le aconsejó confesarse y hacer testamento. Si bien es cierto que muchos historiadores tienen sobre este punto muchas versiones, el profesor y connotado historiador Julio César García, quien fuera Rector de la Universidad “La Gran Colombia”, en carta que le dirige al también historiador y profesor Juan Manuel Saldarriaga Betancur, en el año 1953, confirma que Bolívar se confesó con Monseñor José María Estévez, y comenta: Monseñor Nicolás Eugenio Navarro, arzobispo titular de Cárpathos, dean de la catedral de Caracas y uno de los más ilustres historiadores venezolanos, publicó en 1930 el libro: La Cristiana Muerte del Libertador, en el cual presentó los testimonios del doctor Alejandro Próspero Reverend, de don Fernando Bolívar, sobrino del Padre de la Patria, del coronel Miguel Sagarzazu y del Pbro. José María Arenas, cura del Sagrario de la catedral de Santa Marta, todos contestes en cuanto a la confesión de Bolívar...

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El 17 de Diciembre de 1952 leyó el mismo ilustre prelado e historiador por la Radiodifusora Nacional de Venezuela una conferencia sobre el mismo asunto, en la cual dio a conocer el informe del Cónsul británico en Cartagena, Edwards Watts, fechado el 27 de Diciembre de 1830 y publicado en el Public Record Office de Londres, en el cual se lee: Habiéndose hecho cada día más visible el desgaste de salud del Libertador, sus amigos pensaron que era su deber para con él, para consigo mismo, para con la República y para con el mundo en general advertir a su Excelencia del peligro en que se hallaba. El Obispo de Santa Marta fue considerado por ellos como la persona más a propósito para hacerle esta delicada pero necesaria advertencia, y él se encargó de muy buen grado del penoso oficio. El 10 de diciembre fue, pues, el Libertador de Colombia impuesto por el obispo del estado crítico de su salud, tremendo anuncio que S E. recibió con tranquilidad y resignación y en seguida se aprestó debidamente para su trance final. Como cristiano se conformó a todas las prácticas prescritas por su religión, recibió los santos sacramentos y de todo corazón perdonó a sus perseguidores y difamadores que le llevaban prematuramente al sepulcro.

Los días, pasaban inmisericordemente, y todos veían cómo se acercaba el día fatal. El tiempo había que aprovecharlo, y tal vez el Libertador, consciente de ello, cuenta Fabio Puyo en su libro Muy cerca de Bolívar lo siguiente: Cuando, a pesar de su inicial rechazo, fue consciente de lo que se avecinaba, otorgó ante el escribano público de Santa Marta don José Catalino Noguera, su testamento. Declaró que los únicos bienes que le quedaban eran las tierras y las minas de Aroa, las cuales dividió en tres partes iguales, las

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dos primeras para sus hermanas María Antonia y Juana, y la tercera para los hijos naturales de su fallecido hermano Juan Vicente. A su fiel mayordomo, José Palacios, le legó la suma de 8.000 pesos, en remuneración a sus constantes servicios. La espada que Sucre le regaló después de Ayacucho se la dejó a la viuda de este, la Marquesa de Solanda, pronto señora de Barriga. Entre sus escasas pertenencias quedó sin destino la medalla que Jorge Washington Curtis le hizo llegar en nombre de su padre y de la que tanto se ufanaba.

Ese día, 10 de diciembre, fue un día memorable, histórico, profuso en acontecimientos. Ese mismo día, dictó al mismo escribano público el más bello y conmovedor de todos sus documentos, su Última Proclama: A los pueblos de Colombia: Colombianos! habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad, donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonado mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando, cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad, y hollaron lo que me es más sagrado: mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión; los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del Santuario, dirigiendo sus oraciones al cielo, y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales. Colombianos: Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.

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Una vez terminado de dictar el documento y leído por parte de su amanuense, haciendo un gran esfuerzo se incorpora en su lecho y con mano temblorosa pone al pie del mismo su nombre: Simón Bolívar. Consecuente con el bellísimo y maravilloso texto de su proclama, el 11 de Diciembre, como para no ahorrar ni un solo esfuerzo en su empeño por lograr la unión, le dirige una carta al General Justo Briceño, tal vez la última que escribiera el Libertador, en la que le manifiesta: En los últimos momentos de mi vida le escribo ésta para rogarle, como la única prueba que le resta por darme de su afecto y consideración, que se reconcilie de buena fe con el General Urdaneta y que se reúna en torno del actual gobierno para sostenerlo. Mi corazón me asegura que no me negará este último honor. Sólo sacrificando nuestros sentimientos personales podemos proteger a nuestros amigos y a Colombia de los horrores de la anarquía.

Qué grandeza, qué unidad de criterio, qué corazón más grande, pleno de amor, que aún muriendo, muestra sin ambages su entrega por la causa que lo impulsó a actuar toda su vida, desprovista siempre de todo egoísmo, de toda ambición. Decíamos que ese 10 de diciembre fue un día memorable, pleno de acontecimientos. Así lo comprueba el doctor J. P. Reverend cuando escribe en su Diario de lo ocurrido ese mismo día por la noche: Por más tiempo que viva nunca se me olvidará lo solemne y patético de lo que presencié. El cura de la aldea de Mamatoco

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cerca de San Pedro, acompañado de sus acólitos y unos pobres indígenas, vino de noche a pie, llevando el viático a SIMÓN BOLÍVAR. ¡Qué contraste! ¡Un humilde sacerdote y de casta ínfima a quien realzaba sólo su carácter de ministro de Dios, sin séquito ni aparatos pomposos propios de las ceremonias de la Iglesia, llegarse con los consuelos de la religión al primer hombre de Sur América, al ilustre LIBERTADOR y fundador de Colombia! ¡Qué lección para confundir las vanidades de este mundo! Estábamos todos los circunstantes impresionados por la gravedad de tan imponente acto. Acabada la ceremonia religiosa, luego se puso el escribano notario Catalino Noguera en medio del círculo formado por los generales Mariano Montilla, José María Carreño, Laurencio Silva; militares de alto rango; los Sres. Joaquín de Mier, Manuel Ujueta, y varias personas de responsabilidad para leer la alocución dirigida por Bolívar a los colombianos. Apenas pudo llegar a la mitad, su conmoción no le permitió continuar, y le fue preciso ceder el puesto al Dr. Manuel Recuero, a la sazón auditor de guerra, quien pudo concluir la lectura; pero al acabar de pronunciar las últimas palabras “Yo bajaré tranquilo al sepulcro”, fue cuando Bolívar desde su butaca en donde estaba sentado, dijo con voz ronca: “Sí, al sepulcro... es lo que me han proporcionado mis conciudadanos... pero les perdono. ¡Ojalá yo pudiera llevar conmigo el consuelo de que permanezcan unidos”. Al oír estas palabras que parecían salir de la tumba, se me cubrió el corazón, al ver la consternación pintada en el rostro de los circunstantes a cuyos ojos se asomaban las lágrimas, tuve que apartarme del círculo para ocultar las mías, que no me habían arrancado otros cuadros más patéticos.

Escasa una semana de vida le quedaba al Padre de la Patria, abandonado y olvidado de quienes fueron sus amigos, en la seguridad de que cuantos lo recordaban, era con odio y con lo regocijo por la proximidad de verse liberados de su incómoda presencia y de su influencia. Solamente veía cruzar en su alcoba 242


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a aquellos acompañantes, casi todos militares fieles, tristes por la inminencia del infausto suceso, esperando el momento, sin una mano femenina que le prodigara una caricia, y lo ayudara a mitigar con voces suaves de cariño ese tremendo dolor del desengaño, de la traición, de la ingratitud y del olvido. Que secara de sus sienes ese sudor frío, comienzo ya de una muerte que se avecinaba sin clemencia, sin afanes, haciendo más larga su espera. San Pedro ALejandrino, hermoso escenario para eventos románticos, se había convertido en el mejor sitio que podía encontrar el Libertador para despedirse de este mundo, lugar apacible para el más horrido momento del ser humano, sembrado de tamarindos cuya sombra mitigaba levemente la temperatura del mediodía y en donde el mar azotaba rítmicamente con su oleaje la cercana playa, recordando que estaba presto para el embarque e iniciar el tramo final del recorrido. Durante su corta permanencia en la Quinta del Señor Mier, el día de los grandes acontecimientos, decíamos antes, fue pues el 10 de diciembre. A partir de entonces, su salud siempre fue en detrimento día a día. El avance de su mal nunca tuvo receso. En el Boletín No. 14, correspondiente al 11 de diciembre, y en los siguientes, hasta el Boletín No. 32, del 17 de diciembre a las siete de la mañana, el doctor Reverend, deja la constancia de que el mal es incontenible a pesar de todos los esfuerzos realizados en un intenso y continuo tratamiento. Los únicos remedios que se le suministran son los fortificantes. Fiebre intensa, tos constante y seca, el pecho muy tupido, hipo casi permanente, desvarío frecuente, con voz ronca, pulso casi 243


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siempre deprimido, respiración estertorosa. El único alimento que puede pasar es sagú, algunas veces con vino. Solamente los estimulantes y fortificantes le sostienen la vida y las fuerzas vitales cada vez son más escasas. El Boletín No. 33, el último, firmado por el doctor Reverend, dice textualmente: Desde las ocho hasta la una del día que ha fallecido su S. E. el Libertador, todos los síntomas han señalado más y más la proximidad de la muerte. Respiración anhelosa, pulso apenas sensible, cara hipocrática, supresión total de orines, etc. A las doce empezó el ronquido y a la una en punto expiró el excelentísimo Señor Libertador, después de una agonía larga pero tranquila.

El mismo médico Reverend refiere que: ... cuando conocí que la hora fatal se iba aproximando, me senté en la cabecera teniendo en mi mano la del Libertador, que ya no hablaba sino de un modo confuso. Sus facciones expresaban una perfecta serenidad; ningún dolor o seña de padecimiento se reflejaban sobre su noble rostro. Cuando advertí que ya su respiración se ponía estertorosa, el pulso trémulo, casi insensible y que la muerte era inminente, me asomé a la puerta del aposento, y llamando a los generales, edecanes y a los demás que componían el séquito de Bolívar: –Señores, exclamé: si queréis presenciar los últimos momentos y postrer aliento del Libertador, ya es tiempo.– Inmediatamente fue rodeado el lecho del ilustrísimo enfermo, y a pocos minutos exhaló su último suspiro el ilustre campeón de la libertad sudamericana, cuya defunción cubrió de luto a su patria, tan bien pintado cuando en su proclama el General Ignacio Luque exclamaba: ¡Ya murió el sol de Colombia!

Horas después del fallecimiento del Libertador, su cadáver es trasladado a un cuarto cercano, el cual convertido en morgue, 244


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es preparado para el embalsamamiento que practica el propio doctor Reverend, quien realmente era de profesión farmaceuta, con avanzados conocimientos en medicina. “Lámparas de aceite, agua, paños de lino, algodón egipcio, marmitas, jofainas y jarras de porcelana”, organizan para el trabajo próximo a realizar. De otro lado, “cuchillos propios para el oficio, tijeras de plata, escalpelos debidamente afilados, jeringas de vidrios, agujas e hilo de cáñamo”. Y finalmente, para neutralizar el hedor natural de las secreciones, “ricino y hojas de espliego y romero, arden en el pebetero”. En frascos con letras doradas de lee, “aceite de trementina, lavanda, romero, espíritu de vino y vinagre aromático”. Terminada la ceremonia de embalsamamiento por parte del profesor Reverend, el ambiente que reina en el aposento y en las salas vecinas es purificado con sahumerios de incienso y lavanda. Casi de inmediato, el cadáver embalsamado que había sido colocado en un catafalco, es trasladado de la Quinta de San Pedro Alejandrino a la Casa la Aduana, sitio al cual había llegado a Santa Marta antes de su último viaje, que no fue otro, con el mismo trayecto, el día 6 del mismo mes de diciembre, al lugar en donde habría de fallecer. Allí, tres días permaneció el féretro del ilustre Padre de la Patria, en donde recibió el silencioso homenaje de los habitantes del lugar y de los fieles militares que le acompañaron hasta sus últimos momentos. Antes de terminar la tarde del 20 de Diciembre, el pueblo le dio el último adiós al celebrarse las honras fúnebres, llevando su cuerpo hasta la Catedral de Santa Marta y depositándolo en una bóveda que fue cedida gracias a la generosidad de la familia Díaz-Granados. El M.D. Rafael Ignacio Bermúdez, en su ya 245


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comentado libro Verdades sobre la muerte del Libertador, comenta sobre este acto: Aún cuando no había mucha tropa en Santa Marta, el traslado se realizó con un bonito desfile militar presidiendo la procesión los caballos del Libertador cubiertos con cobertores negros que llevaban inscritas las iniciales S.E. A continuación iban un Sargento Mayor, detrás un Coronel y el primer Comandante de la plaza, todos a caballo con espadas en mano y una compañía del batallón Pichincha y por último, el cadáver del Libertador bien arreglado con sus atuendos militares, llevada la urna por dos Generales, dos Coroneles y dos primeros Comandantes. Detrás seguían el Comandante de Armas del puerto con su séquito de la guardia de honor de Bolívar con otra compañía del Batallón Pichincha enarbolando banderas enlutadas y armas a la funerala. Desde el morro los cañones no dejaban de disparar cada cinco minutos. Todo el trayecto del recorrido desde la Aduana se realizó bajo un silencio fúnebre acompañado suavemente por la música sórdida de los cuerpos militares, el tañido de las campanas y el canto triste de los sacerdotes.

Ha muerto, el Libertador, y hemos quedado huérfanos todos, absolutamente todos, los de entonces, aún aquellos que disfrutaron la ausencia eterna que empezaba, los que han sufrido con dolor, también desde entonces, y los de ahora, sin comprenderlo, porque el Padre de la Patria se fue a llorar los desengaños mismos que le llevaron a la tumba aumentando el caudal del inmenso mar, cuyos murmullos no lograron ahogar los ronquidos de héroe ya vencido al medio día de ese luctuoso 17 de Diciembre de 1830, dejándonos como única herencia cierta la Libertad, que tristemente no hemos sabido exaltar, defender y conservar como es debido. 246


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El Parricidio En los últimos años de su vida fue sometido inmisericordemente a un olvido voluntario por parte de sus adversarios; fue ignorado políticamente por quienes veían en él el freno a todos sus desmanes, fundamentando su actitud en la calumnia y en la conveniencia de empequeñecer su grandeza. Pero ya muerto Bolívar, desaparecido el peligro para quienes detentaban el poder, es lamentable, y así lo registra la historia, en la década siguiente a su desaparición, y un poco más, continuó olvidado voluntariamente, sobre todo en su tierra. Allí, solamente al cabo de los dos meses se conoció la noticia de su muerte, de la muerte del más grande de sus hijos, guardándose impunemente el más vergonzoso silencio sobre su memoria, como si fuera la del más insignificante desaparecido. Doce años corrieron inexplicablemente, después de su muerte, para que se sucediera la traslación de sus restos a Caracas en Noviembre de 1842. El doctor Bohórquez Bolaño cuenta que: ... en 1834 un fuerte terremoto sacudió a Santa Marta lo que ocasionó que la tumba sufriera graves fisuras. El Sr., Manuel Ujueta Bisais, gran amigo de Bolívar, se encuentra a su regreso con el espectáculo de ver el ataúd asomado entre las ruinas cubierto por piedras y escombros; consigue exhumar los restos y llevarlos a su casa donde los conserva hasta que la bóveda de los Díaz-Granados sea reparada y cuando esto sucede los coloca en el mismo sitio.

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Continúa el citado Bohórquez Bolaño: Posteriormente en el año de 1839 el General Joaquín Anastasio Márquez considera que el sepulcro del Libertador debe estar en un lugar más digno de la misma Catedral y por ello lo hace construir en la nave central, bajo la cúpula frente al presbiterio, en donde finalmente son trasladados los restos cubriendo la fosa con una loza y un epitafio que el mismo General Márquez hizo grabar: “Bolívar Libertador de Colombia y Perú y fundador de Bolivia, dedícale este pequeño tributo un oficial del Batallón de Rifles de la Guardia. – J. A. MÁRQUEZ”, lo cual quedó certificado por el escribano público del número y del juzgado de Hacienda de la Provincia Francisco J. Osuna, quien lo firmó el 26 de Julio de 1839.

Los restos del Padre de la Patria permanecieron durante doce años en Colombia en la Catedral de Santa Marta, ya que fueron devueltos a Caracas en un evento por demás solemne, realizándose el acto de exhumación de sus restos venerables el 20 de Noviembre de 1842. Cabe anotar, que el notable escritor e historiador venezolano, Carmelo Fernández, quien formó parte de la Comisión Especial que recibió los restos del Libertador, describió en forma magistral este acontecimiento, con todos sus detalles y pormenores. Entre tanto, en Colombia, la desaparición de Bolívar dio la oportunidad a sus enemigos y contradictores de experimentar una inmensa satisfacción, que puede interpretarse como un triunfo, por supuesto triste, lamentable. Ellos, todos, a la sombra del General Santander, desplegaron una intensa actividad gubernamental, pero no lo suficientemente contundente como para cortar de un tajo y para siempre el recuerdo del Libertador. 248


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No por mucho tiempo pudieron tener en el olvido al Padre de la Patria. Los bolivarianos ausentes después de la muerte de Bolívar y aquellos que sumidos en el dolor y en la impotencia para mantener vivo su pensamiento, volvieron a unirse al retorno de los primeros y conformaron decididamente con los segundos, un movimiento que habría de convertirse en el partido conservador. Simultáneamente con Venezuela, como si las dos naciones se hubieran puesto de acuerdo para ello, al cabo de una década larga, se inicia una decidida acción, en cada lugar, para reivindicar la figura ilustre del Genio de América. El reconocimiento, aunque un poco tarde, de todo lo que representó, significaba en ese momento y significaría por siempre el solo nombre de Bolívar, empezó a mostrarse por toda parte con actos de desagravio y de recordación afectuosa. Es curioso que quienes ser encargaron de que el Libertador, desde de comienzos del luctuoso año de 1830 empezara a vivir en el más tremendo ostracismo, como que quisieron borrarlo plenamente del escenario político tanto en Venezuela como en Colombia, y se iniciara por más de una década a partir de su muerte la proscripción de su memoria y por supuesto de su pensamiento político –conociéndose esta época como la del parricidio–, fueran los mismos, de rescatar de ese olvido voluntario del pueblo venezolano, y darle, al cabo de doce años, cumplimiento al deseo del más preclaro de sus hijos, de que sus cenizas reposaran en la tierra misma que le vio nacer.Así lo pedía el Padre de la Patria en su famoso testamento que firmara apenas siete días antes de su fallecimiento. 249


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Uno de ellos fue el mismo José Antonio Páez, aquel que impidió el ingreso a Venezuela del Mariscal Sucre, Presidente del Congreso Admirable y del Vicepresidente del mismo, José María Estévez, Obispo de Santa Marta, quienes viajaron en Comisión para tratar de llegar a acuerdos con el Gobierno de Caracas, en el ánimo de conservar la integridad de la Gran Colombia, sueño dorado del Libertador, presentando las bases sobre las cuales el Congreso adoptara una nueva Constitución. Venezuela se negó rotundamente a sostener conversa-ciones y llegar a convenios mientras el Libertador permaneciera en territorio colombiano. Todo estaba trazado. El movimiento desintegrador, dirigido en Venezuela por el General Páez y en Colombia, directa e indirectamente por Santander, darían al fin con su cometido, contribuyendo con ello, indefectiblemente, acercarlo más a la tumba. Fue el mismo General Páez, aquel que mientras se celebraba el Congreso Admirable en Bogotá, dictaba en marzo una proclama plena de mentiras y de atroces calumnias contra Bolívar, con el único propósito de convertirlo en el objeto de la animadversión y el odio del pueblo venezolano, quien, increíblemente, iniciara todos los trámites tendientes a la repatriación de sus restos mortales, contando con la aquiescencia del Gobierno de Colombia y la aceptación y colaboración de las autoridades de la ciudad de Santa Marta, para que su traslado a territorio venezolano se realizara con todos los honores propios del Padre de la Patria. Quizá el remordimiento llevó al general Páez y a todos sus áulicos a cambiar de opinión después de la muerte política 250


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y física del Libertador para tratar de restablecer su memoria histórica, en este su segundo gobierno, ordenándose la repatriación de sus restos mortales en medio de toda clase de honores. Todo esto ocurría en el año de 1842. Inexplicable comportamiento, impelido quién sabe por qué sentimiento, después de como nos lo explica el investigador histórico y veterano periodista venezolano Eleazar Díaz Rangel, Director del diario Últimas Noticias, ganador del Premio Nacional de Periodismo en su país, que un mes después de la muerte de Simón Bolívar en Santa Marta, el general Rafael Urdaneta, encargado del Ejecutivo de la Gran Colombia, le escribió al general José Antonio Páez, jefe del Departamento de Venezuela, comunicándole del fallecimiento en una carta que terminaba: “Así es de esperar que los venezolanos, y V. E. el primero, honren y veneren su memoria”. Nadie atendió su exhorto. Y continúa su apunte el periodista venezolano, publicado el 17 de diciembre de 2010, como sigue: La carta la leyó Páez a comienzos de febrero de 1831. La noticia trascendió a un periódico de Tomás Lander, que apenas publicó una mezquina nota el 5 de febrero, cuando se enteraron en Caracas, y semanas después se conoció la carta de Urdaneta en la Gaceta de Venezuela, el mismo diario que el 31 de enero, cuando no se conocía de su muerte, había publicado una nota donde se “informaba” que Bolívar estaba “gravemente enfermo de un chancro en el ano y una tisis que lo ha redivivo a una debilidad extrema.” ¡Eso lo decía el diario oficial!! No eran de extrañar esa y otras notas y comentarios publicados en la prensa de la época, al servicio de Páez y de

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conductas antibolivarianas. La opinión pública estaba orientada por esos medios contra el Libertador y al lado de Páez. Semanas antes el Congreso Constituyente de Valencia, lo había proscrito del territorio nacional.

Completa su comentario el notable periodista: Hacia Europa, la noticia la comunicó el coronel Belford Wilson desde Santa Marta; había sido edecán de Bolívar, y le escribió el 22 de diciembre al capitán de navío de la Blanca, Fraquehar, quien había sido enviado para socorrer a Bolívar y que recién había llegado a puerto. El lunes 21 de febrero apareció la noticia en los más importantes diarios franceses, tomada de la prensa inglesa que recibió antes la luctuosa noticia. Journal du Commerce publicó un extenso artículo: “¡Dichoso hombre, sin embargo, porque habiendo sido grande en la tierra, y en su tiempo el más poderoso de su país, permaneció hijo obediente de la Libertad!“ Le Courrier Français: “Se concederá sin duda a ese gran hombre la primera de las glorias, la del patriotismo, la de haberse inmolado por la prosperidad y el engrandecimiento de su país”. Le Tribune: “A la vuelta de pocos años se fijará su carácter público y moral en su verdadero punto de vista, y su reputación sobre firmes e inmutables bases,” y un mes después lo hizo Le Figaro. El Gobierno de Chile decretó el 13 de abril duelo por ocho días; el de Bolivia celebró funerales el 31 de mayo y ordenó que “todo empleado público llevará luto por el término de dos meses” meses”. El de Buenos Aires celebró «pomposas exequias fúnebres,» y emitió decreto de duelo. Mientras en otros países los Gobiernos y la prensa rindieron honores a Bolívar en ocasión en que conocieron de su muerte, de Venezuela se le había expulsado, y la prensa denigraba de su obra, y durante años ni se habló del Libertador.

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Bien dice el historiador y escritor venezolano Luis Fernando Castillo Herrera, del Instituto Pedagógico de su país, que: ...la prensa de la época tuvo una actitud mezquina, las notas no trascendieron, y pasado el año, algunas localidades aún no recibían la noticia de la muerte del Padre de la Patria. Esto se debe a la actitud antibolivariana que había adoptado el gobierno del recién nombrado Presidente, el general José Antonio Páez, hecho con el cual se daba inicio al parricidio que sufriría la memoria del Libertador por un espacio mayor a los diez años.

Es cierto, pues, que los “años fatales” de Bolívar no fueron los cuatro o cinco últimos de su vida, porque estos se prolongaron en el tiempo. El ostracismo a que fue sometida su memoria después de su muerte por quienes fueron sus adversarios políticos, continuó durante este tiempo como política de estado, como que la élite dominante en su afán por crear su propio culto y engrandecer sus gestas propias, prefirieron ocultar la grandeza de Bolívar y hacerla resurgir en momentos necesarios y convenientes, dice igualmente Castillo Herrera. Este período se distinguió, continúa Castillo Herrera, ... por el más vergonzoso silencio; poco se escribió sobre el gran hombre. Nulos los monumentos erigidos, pues tardíamente aparece el primer monumento en honor al Padre de la Patria, en una fecha tan lejana como el año de 1852. A pesar que en los Decretos del 29 de abril de 1842 y del 12 de mayo del mismo año el Estado prometía la construcción de un monumento a Bolívar, encargado al italiano Pietro Tenerani, este, debido a múltiples desórdenes adminis253


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trativos, se instalaría sólo diez años después de la repatriación de los restos del Libertador, erigiéndose el monumento en el panteón de la familia Bolívar. Posteriormente en 1869, fue inaugurada una estatua en bronce, en esta ocasión en la plaza mayor de Ciudad Bolívar; Juan Bautista Dalla Costa, Presidente del Estado Guayana y las donaciones de los principales habitantes, permitían que el 28 de octubre de 1869 se instalara la estatua en honor del Libertador. En este sentido, permaneció prácticamente olvidado entre 1830 a1840; la repatriación de sus restos mortales desde Santa Marta lo hacían visible al pueblo venezolano una vez más, pero, la ausencia de una política estatuaria impidió que se le rindiera un merecido homenaje con un monumento digo de su grandeza; sólo la llegada al poder de Antonio Guzmán Blanco, haría resurgir la figura de Bolívar.

Repatriación El Congreso de Venezuela resuelve en abril de 1842 rendirle toda clase de homenajes y ordena entonces la repatriación de los restos mortales del más ilustre de sus hijos que se encontraban en la ciudad de Santa Marta, ciudad que nunca se negó a entregarlos. Fue así, cómo el Presidente venezolano conformó una comisión para recibir solemnemente los restos, integrada por los señores José María Vargas, José María Carreño, Mariano Ustáriz y don Manuel Cipriano Sánchez. Simultáneamente el gobierno venezolano cruzó invitaciones a varios gobiernos amigos para participar en los diversos actos de repatriación de los restos del Grande Hombre Americano, 254


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los que se llevarían a cabo el día 20 de noviembre, habiendo obtenido respuestas positivas para asistir a tan conmovedor suceso. Ese día, al terminar la tarde, la Comisión Colombiana y la Comisión Venezolana se reunieron en compañía de todas las autoridades eclesiásticas, civiles y militares en la Catedral, en donde el Obispo dio la orden de iniciación del acto de exhumación, escuchándose tres cañonazos al momento de remover la pesada losa. En presencia del Dr. Alejandro Prospero Reverend y don Manuel Ujueta, quienes habían presenciado los funerales de su Excelencia, se develó la urna. El Dr. Reverend examinó el cuerpo y confirmó que era aquel que él mismo había examinado y autopsiado en 1830.

Y continúa el relato el doctor Castillo Herrera: El pueblo presente no pudo mantener el protocolo y en segundos ya habían rodeado el féretro para observar por única vez los restos del Libertador.

El gobierno de Nueva Granada solicitó la urna que preservaba el corazón del Libertador y el resto de sus entrañas, petición que fué aceptada. Realizados los últimos actos, la comisión se enrumbó el 22 de noviembre de 1842 hacia Venezuela, con los restos mortales de Simón Bolívar custodiados por varios buques. Es así cómo en diciembre de ese mismo año, Bolívar regresa a su tierra natal en medio de los más altos honores. 255


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En la Descripción de los honores fúnebres consagrados a los restos del Libertador Simón Bolívar, del historiador Fermín Toro, venezolano, leemos: Luego de que los venerados despojos del Libertador, dentro de la lujosa urna construida en Bogotá por costas del gobierno colombiano fueran embarcados en Santa Marta en la goleta venezolana Constitución, esta enrumbó hacia puerto venezolano escoltada por un convoy de buques de guerra integrados por la corbeta francesa Circé y los bergantines Caracas (venezolano), Albatros (inglés), Venus (holandés) y Santa Cruz (danés).

El conjunto naval llega a Puerto venezolano de La Guaira, en la tarde del día 13 de diciembre, donde permaneció atracado hasta entrada la noche, disparando cañonazos cada cinco minutos, cuando fueron depositados los restos en el templo parroquial hasta el día 16. Luego empezó su peregrinar en solemne procesión con destino a Caracas, a donde llegó a las 5 de la tarde de ese mismo día, en medio del alboroto emocionado de la gente que esperaba con ansiedad los restos del Padre de la Patria. El cofre que guardaba los restos del general Bolívar fue llevado en hombros por los representantes más distinguidos de la sociedad caraqueña hasta la capilla de la Trinidad, en donde quedaría bajo guardia hasta el siguiente día 17 de diciembre, fecha en que se cumplían 12 años de su deceso, y desde donde serían trasladados con igual solemnidad hasta el Templo de San Francisco, el cual estaba engalanado, como lo describe don Fermín Toro: 256


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Todo este espacio estaba elegantemente adornado. Grandes estandartes de terciopelo morado con franjas de oro y en medio el busto del Libertador coronado de laureles rodeaban la plazuela del templo, cuya fachada colgada de negro estaba hermosamente decorada con laureles y palmas plateadas. Entre estandarte y estandarte soberbias trípodes doradas cargando urnas ardientes, alternaban con elegancia columnas dóricas que sostenían cada una dos grandes pabellones, de un lado el de Venezuela y del otro el de una República amiga. En medio de los pabellones el gorro frigio se veía levantado en una alta pica, de la cual pendían negros crespones que caían flotando sobre un escudo que llevaba en letras de oro el nombre de Bolívar.

El general José Antonio Páez, Presidente del país en su segunda administración, encabezó el cortejo fúnebre con el cofre hasta el Templo de San Francisco, seguido del gabinete ministerial y de los altos jerarcas de la Iglesia Católica, oficiales del ejército y altos dignatarios de la administración gubernamental, desde la capilla de La Trinidad, seguidos por una multitud indescriptible, en silencio respetuoso por la calles adornadas con arcos y balcones enlutados. El cofre fue llevado en hombros por los generales y altos oficiales hasta depositarla en el sitio destinado en el interior del Templo. Y ya en las horas del mediodía se celebró la solemne eucaristía y el oficio de difuntos a cargo del arzobispo de Caracas en medio de interpretaciones de música barroca, seguido de la lectura de piezas fúnebres a cargo de distinguidos oradores. Permanecieron los restos del Libertador en el Templo de San Francisco hasta el 23 de diciembre, día en que fueron trasladados a la Catedral. 257


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Dice nuevamente don Fermín Toro, el ilustre historiador venezolano, sobre este último acto: El 23 a las nueve de la mañana comenzó la ceremonia de traslación del templo de San Francisco al de la Catedral, donde debían reposar para siempre los restos del Libertador, según su propia voluntad, al lado de los de sus antepasados y de los de su esposa. La solemnidad fue la misma que la del 17, el mismo acompañamiento, el mismo esplendor. Seis antiguos edecanes del Libertador, los Sres. Bernardo Herrera, Marcelino Plaza, Diego y Andrés Ibarra, Miguel Arismendi y Julián, tomaron en hombros la urna y la colocaron en el carro.

El 23 de diciembre de 1842, doce años después de su fallecimiento, el “Genio de América”, el “Hombre de las Dificultades”, el “Alfarero de Repúblicas”, el “Caballero de la Gloria y de la Libertad”, el “Libertador”, el “Padre de la Patria”, se da cumplimiento al punto décimo de su Testamento: Es mi voluntad, que después de mi fallecimiento mis restos sean depositados en la ciudad de Caracas, mi ciudad natal.

Con las siguientes palabras, el presidente, general José Antonio Páez, pone punto final a los actos de repatriación de los restos del más ilustre de todos los venezolanos: Queda cumplido ya, señores, el último y tierno deseo del Hijo ilustre de Venezuela; queda ejecutado así el mandato del Congreso de la Nación; quedan satisfechos nuestros ardientes votos. Los restos venerados del Gran Bolívar han sido colocados por nuestra mano en el sepulcro de sus padres convertido de hoy más en el altar que recibirá las ofrendas de nuestro amor, de nuestra admiración, de nuestra eterna gratitud...

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CAPITUL O APITULO SÉPTIMO

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Definitivamente, El Libertador fue un auténtico mártir. Así lo afirmo en la introducción de estas páginas: “la máxima expresión de la grandeza es aquella, sin duda alguna, la grandeza trágica de los perseguidos, de los incomprendidos, de los envilecidos, de los difamados, de los calumniados, de los traicionados. En suma, la grandeza trágica de los mártires, sumidos al final en una inmensa y profunda tristeza”. Desde un principio hemos dicho que la vida de Bolívar está enmarcada en dos épocas, dos épocas claramente definidas, la de dicha y de gozo de su juventud atrevida y creativa, aquella que arranca en 1812 y va hasta 1826. Esta, indudablemente, es la etapa alegre, la etapa plena de victorias y gloria por doquier. A mediados de 1826, en el mes de septiembre, habiendo llegado a Lima a comienzos de ese mismo año, luego de su correría triunfal por las provincias del sur, decide retornar a Colombia e inicia la llamada la Gran Jornada embarcándose en El Callao el 4 de septiembre en la nave Congreso. Bien explicadas en los capítulos anteriores son las razones que le movieron a regresar después de cinco años y once meses de ausencia, tiempo demasiado largo, como que llega a Bogotá el 14 de noviembre de 1826, tiempo durante el cual el Vicepresidente Santander aprovechó para afianzarse en su posición de mandatario y organizar a su amaño las fuerzas de la oposición. En el transcurso 261


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del viaje, Bolívar debió vislumbrar las tragedias por venir y a darse cuenta que la primera etapa de su vida empezaba a oscurecerse. Debió presentir que negros nubarrones se avecinaban y que empezaba a derrumbarse su obra. Es aquí, justamente, cuando empieza a medir las consecuencias de su larga ausencia y a sentir que va perdiendo el equilibrio de la etapa anterior y que todos sus sueños pueden llegar a diluirse sin remedio. Justamente, en estos momentos, es cuando aflora el comienzo de la segunda etapa, la etapa final de su gloriosa Vida, que se torna amarga y definitiva y ve amenazados su sueño y su gloria, y le embargará, a no dudarlo, una inmensa tristeza. Comienza, aquí, la que no hemos dudado en llamar, la etapa de su Grandeza Trágica, ese 14 de noviembre de 1826, con el recibimiento frío y distante conque fue recibido en Bogotá, a la cabeza Vicepresidente Santander. La presencia de Bolívar ante el movimiento revolucionario independista, con su visión certera, su empuje y optimismo, su asombrosa inteligencia, cuando después de analizar el pasado y el presente de su América elabora en la Carta de Jamaica, el anteproyecto de su libertad, garantiza el éxito del mismo y se lanza entonces sin descanso, contra viento y marea, en procura de ella, de su libertad. Nunca le arredraron los múltiples tropiezos que iba encontrando a lo largo del camino, como que estuvo a punto de morir asesinado en seis ocasiones. 1816 y 1817 fueron años 262


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terribles, pero no desmayó. Los españoles estaban por todas partes, y hasta sus propios oficiales, agotados unos y otros que fueron perdiendo la fe, llegaron hasta la insubordinación, la que fué gracias a su inteligencia, a su don de mando, a su enorme capacidad de persuasión y a su firme e imperturbable convicción, las fue neutralizando una a una. Llega 1819 y en este año empieza el éxito de la Campaña Libertadora en Boyacá y termina en Ayacucho, pleno de gloria, coronado de triunfos y agobiado de dicha hasta el delirio, paseándose orgulloso por los suntuosos salones de La Magdalena y por sus bellos y perfumados jardines. Momento sublime éste en la vida del Libertador en el que disfrutaba de las mieles del triunfo y del poder, como que se encontraba en la cima de la grandeza y de su gloria. No obstante el recibimiento frío de la Capital ese 14 de noviembre, el Congreso la recibió con respeto, y lo respaldó plenamente, y conoció por boca del propio Libertador su intención de seguir hacia Venezuela, pues la prioridad era la de atender la situación surgida allí por una intervención de Páez que tuvo consecuencias por desacato con el Gobierno Central de la Nueva Granada, lo cual amenazaba la unidad grancolombiana. Así las cosas, Bolívar sale con destino a Venezuela el 25 de noviembre, quedando el general Santander de nuevo al frente del Ejecutivo. Esta visita a su tierra nativa, la última, la inicia con el corazón destrozado, pues Páez lo recibe con una proclama en la que desconoce su autoridad y en la que informa que su visita tiene apenas el carácter de ciudadano ilustre que 263


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llega para aportarles su experiencia y ayudarles con sus consejos. Esto, por supuesto, aparte de la irritación que le causa, le llena de inmensa tristeza. Y empieza su visita en medio del cruce de cartas y proclamas entre los dos generales, quedando restablecida la autoridad del Libertador en todo el territorio y la del general Páez reducida a la ciudad de Valencia. No obstante que la situación era de aparente calma, lo sucedido en su patria era un campanazo de alerta, que le instaba a actuar con demasiada prudencia. Considerando entonces que no quedaban sino dos caminos, la conciliación o la guerra civil, el 1º. de enero de 1827 expidió un decreto en el que otorgaba una amnistía total, mediante el cual las cosas quedaban como si nada hubiere sucedido. Esta actitud, por supuesto desató toda clase de interpretaciones y reacciones, especialmente en la Nueva Granada, en donde Santander desató tremenda oposición manifestando debilidad en la actuación del Libertador, permitiendo el maltrato al poder civil con sede en Bogotá, tomándolo como un triunfo de Venezuela sobre la Nueva Granada. Cada acontecimiento y la escalada de insultos y calumnias de la oposición incrementan sin piedad su quebranto emocional, los que sumados a su agotamiento físico por el constante ir y venir de la guerra, le llevan a presentar una vez más, por cuarta ocasión, desde Caracas, la renuncia de la Presidencia de la República ante el Congreso de 1827 (5º Congreso Colombiano). El Congreso no acepta las renuncias de Bolívar Presidente, ni la de Santander Vicepresidente y convoca a una Convención 264


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Nacional para reformar la Constitución, la cual debía reunirse en Ocaña el 2 de marzo de 1828, con el objeto de reformar la Carta expedida en Cúcuta en 1821. Se reúne la Convención de Ocaña, no en la fecha antes señaladas, estipulada en la Ley 7 de agosto de 1827 expedida durante el 5º. Congreso Colombiano que la convocaba, sino el 9 de abril de 1828, en el templo de San Francisco de la ciudad de Ocaña, con el único objeto de reformar la Constitución de 1821, con asistencia únicamente de 64 diputados de los 108 electos, con una mayoría estimable de los adeptos a Santander, quien había renunciado a sus funciones de Vicepresidente para asistir en su calidad de diputado, no así Bolívar, quien establece su residencia temporal en Bucaramanga. La Convención que se inició con dos fuerzas opuestas claramente definidas, las ideas federalistas lideradas por los santanderistas que buscaban debilitar el ejecutivo mediante toda clase de argucias, y la de bolivianos, identificados como el partido centralista, partidario de un régimen presidencial sólido con un gobierno firme, poderoso y justo. Bandos extremadamente antagónicos, que convirtieron el recinto en un deplorable campo en donde toda clase de insultos y de agravios iban y venían. El resultado no podía ser otro que el de la protocolización de la separación de los dos bandos, y que, ante la actitud intimidatoria del propio Santander y sus adeptos, los bolivianos decidieron retirarse de la Convención, disolviéndose el 10 de julio e iniciándose en consecuencia la desintegración de la Gran Colombia. Los resultados deplorables de la Gran Convención causan en el Padre de la Patria desconcierto e inmenso dolor, resultados 265


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que ya había previsto, habiendo iniciado su retorno a Bogotá el día anterior, es decir, el 9 de julio. Allí sus amigos, con el general Pedro Alcántara Herrán a la cabeza, convocan a la comunidad capitalina a una junta popular, de la cual se elabora el Acta respectiva, la cual, sometida a estudio y consideración del Consejo de Ministros fue aprobada, resultando de todo esto, que no habiendo otro remedio capaz de salvar la patria se constituyera un Gobierno fuerte y enérgico ejercido por su Excelencia el Libertador. Desde el Socorro, el 16 de junio, Bolívar acepta el mando que le ofrecía la voluntad del pueblo. El 24 entra el Libertador a Bogotá y se encarga del gobierno supremo con la plenitud de poderes, dejando sin vigencia desde ese mismo momento la Constitución de 1821. El 27 de agosto, ante el vacío constitucional que ya vivía la República, se dio a conocer el Decreto Orgánico que le permitía al Libertador Presidente gobernar con poderes omnímodos, como una constitución de emergencia, hasta que una nueva convención constituyente expidiera una nueva constitución. Es decir, fue el comienzo de la dictadura. Todo esto, por la rapidez con que actuaron los bolivianos, sin duda, cogió por sorpresa a Santander y a todos sus adeptos, pero una vez éste llegó a Bogotá empezó a organizar sus fuerzas con la consigna de restablecer el gobierno constitucional y destruir la dictadura. Bolívar, en uno de sus primeros actos de gobierno suprimió la vicepresidencia y nombró a Santander Ministro Plenipontenciario ante el gobierno de los Estados Unidos, quien 266


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decidió llevar, con la aceptación superior como secretario, a Luis Vargas Tejada. Pero con el correr de los días el ambiente se fue enrareciendo y se tornó hostil para el Libertador, obligándole a decir: No saben cuan desgraciado me siento al hacer este papel de dictador que la salud de mi patria me obliga a asumir. Después de la lamentable disolución de la Gran Convención, no sólo por la forma en que ella terminó, sino porque la reforma de la Constitución de Cúcuta, para lo cual fue convocada, no se dio.A su regreso a Bogotá, casi obligado, asume pues la dictadura ese 27 de agosto de 1828. Pero la oposición, no dormía. Con Santander como cabeza a la sombra, y más aún, con la supresión del cargo de Vicepresidente, crearon una junta revolucionaria para acabar con la dictadura, por supuesto eliminando al Libertador. Las reuniones se realizaban en diferentes sitios para no llamar la atención, hasta que, después de varios intentos, el atentado fue anticipado para el 25 de septiembre, cuyo desarrollo ya es bien conocido. Para terminar el comentario sobre este terrible episodio, recordemos lo que bien dice Cornelio Hispano en El Libro de Oro de Bolívar: El Libertador jamás se restableció de la honda y dolorosa impresión que le causaron los puñales de septiembre. Desde aquel día llevó en su corazón la saeta envenenada que debía conducirlo al sepulcro.

Sentimientos muy hondos de ingratitud y desengaño sacudían las fibras más íntimas del Grande Hombre. Pero la 267


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cadena de sufrimientos, aún no estaba por terminar. La incomprensible actitud de los redimidos después del triunfo en el Portete de Tarqui, laceró una vez más su corazón. Después del atentado del 25 de septiembre, el Libertador fue víctima de una crisis aguda, y destrozado y enfermo salió de Bogotá para tomar unos días de reposo en la localidad cercana de Chía, el 18 de noviembre. Hasta allí fueron a visitarlo sus amigos, entre ellos el general José María Córdova por asuntos personales y de familia. Igualmente llegó hasta el lugar en que se encontraba, el capitán Vicente Gutiérrez de Piñeres quien llevaba el mensaje que desde Popayán le enviaba el coronel Tomás Cipriano de Mosquera, Intendente del Departamento del Cauca, con la desagradable noticia, cuenta la historiadora Pilar Moreno de Ángel, de que los coroneles José María Obando y José Hilario López se habían levantado en armas contra la autoridad de Bolívar, proclamando la vigencia de la Constitución de Cúcuta. Ya habían derrotado las fuerzas gubernamentales acantonadas en Popayán. Sorpresa amarga para el Libertador, quien suspende su descanso, regresa a Bogotá, designa al general Urdaneta Ministro de Guerra y al general Córdova lo envía al Cauca al frente de los granaderos montados, acantonados en Bogotá. La situación en el Cauca era extremadamente difícil. El 26 de noviembre de 1828 Córdova sale con destino a Neiva. Obando y López habían derrotado a Mosquera, quien había huido a Popayán. El 1º. de diciembre llega Córdova a Neiva y el 12 se entrevista en La Plata con Mosquera, de cuyo encuentro 268


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surge una tremenda e irreconciliable enemistad. El 23 de enero de 1829 llega Bolívar a Popayán y el 29 tiene con Córdova una larga entrevista, quien después de los informes del caso, le pide a Libertador que abandone el camino de la dictadura y que se retire de la vida pública, en forma por demás afectuosa y respetuosa. Como es menester, procuran un convenio con López y con Obando para despejar el camino hacia el sur para que las tropas del gobierno puedan continuar y desalojar a los peruanos de territorio colombiano. El 27 de febrero el Mariscal Sucre derrota a los peruanos en el Portete de Tarqui, y firmado el convenio con los coroneles sublevados, continúan su ruta. El 8 están en Pasto y el 16 de abril vuelven los dos generales a encontrase en Quito, última vez en que se veían estos dos grandes hombres. Mosquera fue nombrado Jefe de Estado Mayor y Córdova Comandante General del Departamento del Cauca. A todas estas, el Libertador ya estaba bien enterado de reuniones y conversaciones del general Córdova con grupos liberales, y había ordenado casi a todos sus inmediatos vigilancia de todos los movimientos del General Córdova, comunicaciones que el propio Córdova conoció, lo que le llevó, desde Popayán, a enviarle carta respetuosa al Libertador el 21 de junio de 1829 en la cual le solicita autorice su retiro después de 14 años de servicio activo, en virtud de que deberes particulares demandan su atención. Bolívar, al conocer la solicitud de Córdova, lo nombra Ministro de Estado en el Departamento de Marina, en reemplazo del general Carlos Soublette. Por supuesto la decisión del retiro activo del ejército libertador ya estaba tomada, pues nunca estuvo de acuerdo con el cambio de pensamiento político del gobierno, ni con la idea de implantar una monarquía, hasta el punto de 269


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que su inconformidad podría llevarlo a tomar la determinación de rebelarse. Después de entregar el cargo de Comandante General del Cauca al Coronel Escolástico Andrade, Córdova parte de Popayán el 21 de agosto con destino a la Provincia de Antioquia, atravesando maravillado el Valle del Cauca por sus bellos paisajes, toma la vía Cartago Riosucio y llega a Rionegro el 7 de septiembre, día en que cumplía sus 30 años de edad. Relatamos estos episodios del último tiempo que estuvo Córdova al lado de Bolívar como uno de los héroes y de los líderes de la gesta emancipadora, recordando también cómo después de Ayacucho, Bolívar, con sus propias manos, colocó sobre las sienes de Córdova la corona de oro y piedras preciosas que La Paz, agradecida, ofrecía al Libertador. Recordemos también, que en su última entrevista, el 16 de abril, en Quito, el Libertador le obsequia su caballo como una demostración de afecto y de imperecedera amistad. Recordemos así mismo, que Córdova, desde Guayaquil, el 20 de julio, de regreso ya a Colombia, le escribe una expresiva nota al Libertador, plena de todo cariño: Sean cual fueren los sentimientos que en Usted queden, nunca dejaré de amarlo como lo he hecho hasta ahora con la más pura sinceridad. Vienen entonces todos los acontecimientos que se sucedieron después de su llegada a Rionegro, los cuales están relatados atrás en el capítulo de La Nueva Campaña del Sur, hasta el lamentable y triste fin del Héroe de Ayacucho, que indudablemente, por las razones mismas que le llevaron al levantamiento hasta su desenlace fatal, causaron, como es de 270


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suponer, el más grande dolor en su corazón y la más profunda tristeza. Definitivamente, 1829 fue un año extremadamente difícil, para Colombia y sobre manera para el Libertador, en todo sentido. Pero 1830, fue de verdad, un año terrible, para el Libertador, para Colombia y para el mundo. Bolívar había iniciado su viaje de regreso a Bogotá, abatido por el trágico final del amigo y Héroe de Ayacucho y por el hecho mismo de su levantamiento, siguiendo la misma ruta tomada por Córdova, hasta Cartago, y llega a Bogotá el 15 de enero e instala el Congreso Admirable el 20 del mismo mes, acontecimiento precedido de un ambiente poco propicio para el entendimiento y acuerdos para lo que estaba convocado el Cuerpo Constituyente, ambiente auspiciado por Páez en Venezuela, Flórez en el Ecuador y Santander en Colombia, quienes luchaban subrepticiamente por la desmembración definitiva de la Gran Colombia. En Congreso elige al general Sucre Presidente del mismo,Vicepresidente al Obispo de Santa Marta, Dr. José María Esteves y Secretario al Señor Simón Burgos. Bolívar pronuncia un breve discurso en el que demuestra su generosidad y grandeza al hacer entrega del poder en beneficio de la salud de Colombia y la esperanza de que de su recinto surja una Constitución que esté de acuerdo con las necesidades de la Patria. Enfatiza el Libertador la conveniencia de la separación de su cargo cuando expresa: 271


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Libradme, os ruego, del baldón que me espera si continúo ocupando un destino que nunca podrá alejar de sí el vituperio de la ambición. Creedme: un nuevo magistrado es ya indispensable para la República. El pueblo quiere saber si dejaré alguna vez de mandarlo. Los estados americanos me consideran con cierta inquietud, que puede atraer algún día a Colombia males semejantes a los de la guerra del Perú. En Europa mismo no faltan quienes teman que yo desacredite con mi conducta la hermosa causa de la libertad.

Y adelante continúa: Disponed de la presidencia que respetuosamente abdico en vuestras manos. Desde hoy no soy más que un ciudadano armado para defender la patria y obedecer al gobierno; cesaron mis funciones públicas para siempre. Os hago formal y solemne entrega de la autoridad suprema, que los sufragios nacionales me habían conferido.

Y así finaliza su mensaje: Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás. Pero ella nos abre la puerta para conquistarlos bajo vuestros soberanos auspicios, con todo el esplendor de la gloria y de la libertad.

¿Habéis visto un desprendimiento mayor? Mayor abnegación, amor y respeto por la República y sus instituciones? Bien se refleja en sus palabras el dolor, cuando en la proclama que circuló impresa durante la instalación del Congreso, dice: Colombianos: he sido víctima de sospechas ignominiosas, sin que haya podido defender la pureza de mis principios. Los mismos que aspiran al mando supremo se han empeñado

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en arrancarme de vuestros corazones, atribuyéndome sus propios sentimientos, haciéndome parecer autor de proyectos que ellos han concebido, representándome, en fin, con aspiración a una corona que ellos me han ofrecido más de una vez, y que yo he rechazado con la indignación del más fiero republicano. Nunca, nunca, os lo juro, ha manchado mi mente la ambición de un reino que mis enemigos han forjado artificiosamente para perderme en vuestra opinión.

Concluye esta proclama, con un grito desgarrador, con una súplica adolorida, cuando dice: Compatriotas: Escuchad mi última voz al terminar mi carrera política; a nombre de Colombia os pido, os ruego que permanezcáis unidos, para que no seáis los asesinos de la Patria y vuestros propios verdugos.

Conmovedora esta última petición del Padre de la Patria para evitar caer en la anarquía, que como bien lo había dicho: ... os ahogaréis en el océano de la anarquía, dejando por herencia a vuestros hijos el crimen, la sangre y la muerte. Pero en el recinto del congreso la situación era bien confusa, fruto de las intrigas, de las calumnias, de los odios y de todos los sentimientos que afloran en tales circunstancias. Y, buscando llegar a un acuerdo con Venezuela, Bolívar, en un último intento de conservar la unión propone entrevistarse con Páez, pero el Congreso no lo autoriza, y nombra una comisión integrada por el general Sucre, el Obispo de Santa Marta, Dr. Esteves y el Sr. Juan García del Río, quienes viajaron a Venezuela con la misión específica de presentar las bases que el Congreso adoptara para la nueva Constitución. El Gobierno Venezolano 273


CARLOS OCHOA MARTÍNEZ

impidió a la Comisión cruzar la frontera. De La Grita, regresa la Comisión a la Villa del Rosario de Cúcuta para continuar las reuniones del Congreso. Páez y Santander, quienes dirigían el movimiento desintegrador de la Gran Colombia, cada uno por su lado, no daban tregua para derrumbar definitivamente el sueño del Libertador, para quien cada suceso era una puñalada más a su destrozado corazón. El 27 de abril Bolívar presenta al Congreso su carta de despedida, para que como él mismo lo dice: su permanencia en Colombia no sea un impedimento a la felicidad de sus conciudadanos, cuya respuesta se da el 30 del mismo mes con sentidas palabras de agradecimiento. Es elegido Presidente de la República don Joaquín Mosquera, sugerido por el propio Bolívar, y Vicepresidente el general Domingo Caicedo. Año oscuro este de 1830. Año terrible. Venezuela instaura la más implacable persecución contra el Libertador al instalarse en Valencia el Congreso Constituyente el 6 de mayo, todo preparado y dirigido por José Antonio Páez, Congreso que determinó que Venezuela no entrase en conversaciones con el gobierno de Bogotá mientras el Libertador estuviese en territorio de la Nueva Granada. Noticia esta que al conocerla Bolívar, manifestara: ... aseguro que es el suceso que me ha afectado más en toda mi vida. ¿Qué pudo sentir el Grande Hombre ante semejante afrenta recibida de la propia tierra 274


LA GRANDEZA TRÁGICA DE BOLÍVAR

que lo vio nacer, como el pago más miserable, infame y malvado a tanta nobleza, desprendimiento y generosidad? El 13 de mayo, en Quito, se declara la separación de la Gran Colombia, consagrándose desde entonces la República del Ecuador. Al frente de ella estaba otro de sus ambiciosos y traicioneros compañeros de armas, el general Juan José Flores. Otro inmenso dolor, inimaginable. Sale el Libertador de Bogotá, el 8 de mayo, agobiado, desolado, enfermo y triste, para nunca más volver, sin despedirse del amor de su vida, y del amigo leal y fiel, el general Sucre. ¿Puede imaginarse, amigo lector, la enorme pena que invadía al Grande Hombre de América? Al día siguiente le escribió a Manuela, y al llegar a Honda, el día 13 en la tarde, encuentra carta del Mariscal. Tuvo un recibimiento pleno de cariño y agradecimiento con un constante «Viva El Libertador». En Honda comienza por el río Magdalena en último viaje de Bolívar hacia Cartagena. Salió el 14 de mayo y llega a Mompox el 19, cómodamente en su champán, continúa su viaje el 21 y arriba a Turbaco el 25, desde donde le escribe su última carta a su amigo el Mariscal, en la que le manifiesta, entre tristeza y emoción: ... he recibido mil testimonios de parte de los pueblos. Allí permanece por espacio de un mes. El 24 se desplaza a Cartagena. Mes y medio duró el viaje del Libertador, tiempo durante el cual escribió permanentemente y estuvo atento al acontecer tanto en Bogotá, como en Caracas y en Quito, por noticias que recibía casi a diario, en medio de una tremenda agitación 275


CARLOS OCHOA MARTÍNEZ

espiritual, pues las noticias le generan toda clase de sobresaltos, como el alzamiento del Batallón del Callao, y de las actuaciones confusas del Batallón Boyacá, las inesperadas intervenciones de Manuela, los cambios políticos en Bogotá como la renuncia del Presidente Mosquera y la toma del gobierno por el general Urdaneta. En fin, los acontecimientos en los países libertados son de permanente conocimiento e inquietud por parte del Libertador. Pero faltaba algo para conmover todas las fibras del Grande Hombre de América. El 30 de julio, entrada la noche, a la casa de La Popa, en Cartagena, en donde se encontraba el Libertador, llega el general Mariano Montilla en compañía de ilustres acompañantes. Quienes allí, a pesar de la prudencia necesaria, asestan sobre la pobre humanidad del Héroe el golpe más tremendo con la noticia del asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho, en la vía a Pasto. ¡Imposible!, ese es el crimen de Caín, que vuelve a matar a Abel. El miserable asesinato del general Sucre, fue a no dudarlo, la estocada final que recibiera el Padre de la Patria y que lo acercaba definitivamente a la tumba, como que desde este momento, para emporar su mal, entra en una tremenda depresión y se acentúa su prematura vejez sumido en la más insondable tristeza. Escribe una bellísima carta a la esposa de Sucre, Mariana de Carcelén en Quito, y otra a su paisano, el general Juan José Flores, igualmente en Quito, a quien le expresa: Yo pienso que la mira de este crimen ha sido privar a la patria de su sucesor mío. 276


LA GRANDEZA TRÁGICA DE BOLÍVAR

Pasa de Barranquilla a Soledad, desde donde escribe cartas por doquier, y el frecuente balance que hacía de su obra, sin duda, le llenaba de congoja, pues siempre estuvo inconforme sobre los logros obtenidos, y siempre también fue pesimista con los resultados finales de su obra. No de otra manera, Bolívar se ha constituido en un “héroe trágico”. Más de una vez comentó que a pesar de haber mandado veinte años, los frutos obtenidos, los resultados positivos fueron pocos, y el futuro que veía para las naciones independizadas, era por demás bien incierto. Después de severos análisis y al final de su carrera y de su siclo vital, no dudaba en declarar que estos pueblos americanos eran ingobernables, que lo mejor tal vez, era emigrar, pues estos países, más adelante habrían de caer en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a manos de tiranuelos de todos los colores y razas. No dudó en expresar, salido de los más hondo de su corazón, con profundo pesar, con inmenso dolor: Dichosos los que mueran antes de ver el desenlace final de este sangriento drama. En todas sus cartas deja ver la desazón, la inconformidad. Todas están impregnadas de cansancio, de agotamiento, de frustración, de desengaño. En el ocaso amargo de su vida, decía desde Turbaco, que sólo dos seres le quedaban. Su adorable amiga, su amable loca, y el único amigo a quien amaba, el amigo fuerte, el amigo fiel en todas las circunstancias, el Gran Mariscal de Ayacucho, en cuyo hombro se apoyó llorando el Libertador en Quito, después de la batalla de Tarqui. 277


CARLOS OCHOA MARTÍNEZ

Es la imagen del hombre envejecido que revela la soledad y transmite su tristeza. Se desahogaba escribiendo casi a diario a sus amigos, oficiales, a quienes fueron sus ministros, sus compañeros de campaña, sus edecanes, y a otros en quienes poco confiaba. Escribía incesantemente, desde siempre, en todas las circunstancias de la vida, lo cual ha permitido reconstruir un poco su pensamiento y lo que sentía en cada situación. Recordemos, apenas, que al doctor José María del Castillo en carta que le escribe desde Riobamba el 1º. de junio de 1829, con gran decepción le confiensa: ... Desengáñese Ud., y desengáñese Colombia de que yo no vuelvo a mandar más. Este partido lo he abrazado muchos años ha, mas la gratitud de los pueblos me encadenaba a su servicio; pero los asesinos, los ingratos, los maldicientes y los traidores, han rebosado la medida de mi sufrimiento. No hay día, no hay hora, en que estos abominables no me hagan beber la hez de la calumnia... No, amigo, no seré más mártir; y aunque mucho me cuesta abandonar a mis amigos, me es imposible soportar el escarnio de todos los liberales del mundo, que prefieren los crímenes de la anarquía al bienestar del reposo. Me han llamado tirano, y los hijos de nuestra capital han tratado de castigarme como tal. Por otra parte, a mí nadie me quiere en la Nueva Granada, y casi todos los militares me detestan. Un centenar de hombres de bien me juzga necesario para la conservación de la República, considerándome, más bien como un mal necesario que como un bien positivo. Esto es lo cierto, lo evidente, lo infalible. ¿Por qué he de hacer yo servicios a quien no los ha de agradecer?... ¿Por qué me he de sacrificar por pueblos enemigos, que ha sido preciso obligar por la fuerza a defender sus derechos, y es preciso también la fuerza para que hagan

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LA GRANDEZA TRÁGICA DE BOLÍVAR

su deber? En semejantes países no puede levantarse un Libertador, sino un tirano... Yo autorizo a Usted para que haga uso de estas ideas como tenga por conveniente, en la inteligencia de que no las mudaré por nada...

Esto pensaba Bolívar año y medio antes de su hora final. Él, desde el comienzo de su gesta se dio buena cuenta de las consecuencias de la revolución que inició con tanto entusiasmo y decisión. Este anhelo constituyó siempre su gran preocupación, y por esto mismo su convicción de buscar centralizar el poder político sobre una sólida base, sobre una república legalmente constituida. Sólo una mano dura, sólo el rejo de un tirano podría evitar que se desbordase el efecto de esa misma revolución, que no era otro que la anarquía política y social. La mano dura que el desarrollo y la disciplina de la guerra exigían, expresión y práctica del centralismo que siempre defendió, se fue haciendo patente y fue tomando forma. Fueron apareciendo entonces formas semi-dictatoriales.Así vemos cómo llega en 1826 la propuesta de la Presidencia Vitalicia y la selección del sucesor, así como la del Senado Hereditario y el Poder Moral. Todo esto no era otra cosa que la desesperación y la gran preocupación a que lo llevaba el análisis de que el proceso de emancipación, que si bien lo condujo a la independencia de España, lo condujo también, inexorablemente, a situaciones inesperadas de atraso, de debilidad y de inestabilidad política a todos los pueblos recientemente independizados. La angustia que lo embargaba ante la amenaza inminente de la anarquía y la disolución social, lo llevaba a la convicción de que sólo siendo un tirano, un dictador, un déspota, podría gobernarse bien a Colombia, y esto no lo dejaba dormir. 279


CARLOS OCHOA MARTÍNEZ

En eso consistió su lucha: desplegar todos los esfuerzos, físicos, políticos e intelectuales tendientes a dejar a los pueblos liberados formas constitucionales que les permitieran el desenvolvimiento normal de su civilización y su cultura, que les evitasen caer en la anarquía. Pero pudieron más las envidias, las intrigas, los caciquismos, las ambiciones, que condujeron luego a la ingratitud, a la traición, a la calumnia, al odio, y, por consiguiente todo esto produjo en el Libertador sentimientos muy hondos de dolor y desengaño, como que, quienes a la postre triunfaron sobre él, fueron sus propios hermanos, los mismos a quienes había liberado del yugo español y de la esclavitud, y que ahora eran sus jueces. En esos momentos finales de su vida, ya sin fuerzas, en medio de la más absoluta impotencia, abatido por el más terrible fracaso y sin más esperanzas que las de no esperar ya nada, sólo, la de alcanzar también para su alma la eterna libertad, –supremo instante de su tragedia–, se encuentra tendido y agonizante en las playas de nuestro mar caribe, llevando hacia la eternidad en su infinita tristeza, el sello indiscutible de su grandeza.

280


LA GRANDEZA TRÁGICA DE BOLÍVAR

BIBLIOGRAFÍA BOLÍVAR - CABALLERO DE LA GLORIA Y DE LA LIBERTAD - Emil Ludwig - Argentina BOLÍVAR - CARTAGENA 1812 - SANTA MARTA 1830 - Academia Colombiana de Historia - Colombia DOCUMENTOS PARA LA HISTORIA DE LA VIDA PÚBLICA DEL LIBERTADOR José Félix Blanco - Ramón Azpúrua - Venezuela SIMÓN BOLÍVAR - MÁS ALLÁ DEL MITO - Guillermo Ruiz Rivas - Colombia LA VIDA HERÓICA DEL LIBERTADOR - Lucio Díez de Medina - Venezuela BOLÍVAR - COMO HÉROE TRÁGICO - Aníbal Romero - Venezuela EL OCASO DE BOLÍVAR - José Ignacio Méndez - Colombia MUY CERCA DE BOLÍVAR - Fabio Puyo Vasco - Colombia SIMÓN BOLÍVAR Y LAS GUERRAS DE LA INDEPENDENCIA AMERICANA - Wolfram Dietrich - Chile BOLÍVAR Y LA CONFEDERACIÓN AMERICANA - Santiago Jiménez Arrechea Colombia LECCIONES DE HISTORIA DE COLOMBIA - Arcadio Quintero Peña - Colombia RUTA DE BOLÍVAR - Rafael Bernal Medina - Colombia EL LIBRO DE ORO DE BOLÍVAR - Cornelio Hispano - Colombia HISTORIA SECRETA DE BOLIVAR - Cornelio Hispano - Colombia COLOMBIA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA - Cornelio Hispano Colombia DIARIO DE BUCARAMANGA - Luis Perú de Lacroix - Colombia 281


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COLOMBIA - ITINERARIO Y ESPÍRITU DE LA INDEPENDENCIA - Germán Arciniegas - Colombia BOLÍVAR - Salvador de Madariaga - España BOLÍVAR - EL HOMBRE DE LA GLORIA - Germán Arcniegas - Colombia PROCLAMAS Y DISCURSOS DEL LIBERTADOR - Vicente Lecuna - Venezuela BOLÍVAR EN LA LIBERTAD - Luis Alva Castro - Perú BOLÍVAR - Jules Mancini - Colombia DICCIONARIO DE EMOCIONES - Bernardo Arias Trujillo - Colombia MEMORIAS HISTÓRICO POLÍTICAS - Joaquín Posada Gutiérrez - Colombia SIMÓN BOLÍVAR - Alfonso Rumazo González - España BOLÍVAR Y LAS REPÚBLICAS DEL SUR - Daniel F. O’Leary - España SIMÓN BOLÍVAR - Gerhard Masur - Colombia EL LIBERTADOR - Augusto Mijares - Venezuela MI SIMÓN BOLÍVAR - Fernando González - Colombia SANTANDER - Fernando González - Colombia ENSAYOS HISTÓRICOS - Bartolomé Mitre - Argentina JOSÉ MARÍA CÓRDOVA - Pilar Moreno de Ángel - Colombia GENERAL JOSÉ MARÍA CÓRDOVA - R. Botero Saldarriaga - Colombia EL MAGNICIDIO DE SUCRE - Armando Barona Mesa - Colombia MANUELA SÁENZ - LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR - Alfonso Rumazo González - España MEMORIAS - Florentino González - Colombia MEMORIAS - José Hilario López - Colombia ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE BOLÍVAR - José Rafael Sañudo - Colombia SIMÓN BOLÍVAR: ENSAYO DE UNA INTERPRETACIÓN BIOGRÁFICA 282


LA GRANDEZA TRÁGICA DE BOLÍVAR

A TRAVÉS DE SUS DOCUMENTOS - Tomás Polanco Alcántara - Venezuela BOLÍVAR - Indalecio Liévano Aguirre - Colombia VERDADES SOBRE LA MUERTE DEL LIBERTADOR - Rafael Ignacio Bermúdez Bolaño M.D. - Colombia EL FINAL DE LA GRANDEZA - Laureano Gómez - Colombia EL DÍA QUE BOLÍVAR... - Paul Verna - Venezuela BOLÍVAR Y LA ORDENACIÓN DE LOS PODERES PÚBLICOS EN LOS ESTADOS EMANCIPADOS - Hermann Petzold Pernía - Venezuela BOLÍVAR PASO A PASO - Emiliano Londoño Botero - Pbro. - Colombia

283


CARLOS OCHOA MARTÍNEZ

284


LA GRANDEZA TRÁGICA DE BOLÍVAR

ÍNDICE DEDICATORIA AGRADECIMIENTOS PRÓLOGO............................................................................

7

INTRODUCCIÓN.............................................................

13

CAPÍTULO PRIMERO

21

La Campaña del Sur.....................................................

23

Encuentro Bolívar – San Martín..............................

27

Bolívar y el Perú...........................................................

28

Pativilca............................................................................

31

Junín abre el camino...................................................

37

Congreso Anfictiónico................................................

41

Ayacucho sella la libertad de América...................

43

Viaje a las Provincias del Sur.....................................

49

Constitución Boliviana...............................................

53 285


CARLOS OCHOA MARTÍNEZ

CAPÍTILO SEGUNDO

59

Regreso a Colombia – “La Gran Jornada”........

61

Bolívar en Venezuela................................................

64

5º. Congreso Colombiano.....................................

72

Convención de Ocaña............................................

76

Bolívar Dictador........................................................

83

CAPÍTULO TERCERO Tragedia de una vida grandiosa...........................

CAPÍTULO CUARTO

89 91

139

La noche septembrina...........................................

141

Nueva campaña en el Sur.....................................

153

Córdova en Rionegro – Levantamiento...........

158

Separación de Venezuela.......................................

168

Congreso Admirable..............................................

170

CAPÍTULO QUINTO Comentario sobre la Gesta Libertadora y sus consecuencias...............................................

181 183 286


LA GRANDEZA TRÁGICA DE BOLÍVAR

CAPÍTULO SEXTO

192

Último viaje del Libertador...................................

195

Último viaje de Sucre – Asesinato.......................

203

Itinerario del viaje y gravedad de Bolívar..........

208

Últimos días – San Pedro Alejandrino...............

233

17 de diciembre de 1830: Muerte del Libertador............................................

239

El Parricidio................................................................

247

Repatriación...............................................................

254

CAPÍTULO SÉPTIMO Bibliografía..................................................................

259 281

287


C arlos Ochoa Martínez Nació en Tuluá, Valle del Cauca, Colombia, en 1936. Realizó sus estudios de primaria y parte de los secundarios en el Colegio Salesiano San Juan Bosco ( 1 ) de la misma ciudad. Bachiller y Abogado de la Universidad de Medellín de la capital de Antioquia. Desde sus primeros años de universidad escribía ya esporádicamente en «El Colombiano», en donde tuvo la acogida y orientación del doctor Fernando Gómez Martínez y de otros periodistas y escritores como Abelardo Londoño Marín, José Mejía y Mejía y el inolvidable Jorge Robledo Ortiz. Fue fundador y codirector, en el vespertino «HOY», de Medellín, dirigido por el ideólogo, político y escritor,


Manuel Ospina Vásquez, de una Separata política semanal que se denominó «Derechas», con Oscar Ospina Peláez y William Alzate Mejía, al lado de los avezados periodistas y escritores Juan Roca Lemus «Rubayata» y Gilberto Gallego Rojas «Tito». Prestando sus servicios a la empresa textil «Tejicondor», siendo aún estudiante, fundó y dirigió su revista, de circulación interna en su primera época, gozando luego de enorme prestigio entre todas las empresas del ramo por su contenido e impecable presentación. A finales de 1961 llegó a Bogotá a la Dirección de Personal de la Federación Nacional de Cafeteros, pasando a ocupar importante posición en la Jefatura de Crédito Público del Ministerio de Hacienda y luego a la Gerencia Financiera de la Corporación Autónoma Regional de la Sabana de Bogotá, «CAR», sin descuidar su afición por la investigación y escribiendo ocasionalmente en «El Siglo», con el auspicio de su coterráneo José Hugo Ochoa. De aquí en adelante permaneció en el exterior trabajando con empresas colombianas como Editorial Bedout y Carvajal & Cía.


Después de permanecer fuera del país algunos años, regresó primero a Cali radicándose posteriormente en la capital del país, donde por un espacio mayor a los veinte años estuvo al frente de la Dirección Ejecutiva del Gremio de la Publicidad Exterior, fundando en la década de los ochenta una revista que se llamó «Actualidad Publicitaria», órgano de todos los medios publicitarios, la cual mereció siempre los mejores elogios. Alternó sus actividades con la docencia como profesor en la Universidad Central y en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Últimamente, actúa como Consultor especializado en las áreas del «espacio público» y «cultura ciudadana». Es miembro del «Centro de Historia de Tuluá» ( 1 ) , de la «Academia de Historia del Valle del Cauca» ( 1 ) y de la Sociedad Bolivariana de Colombia. . Ha publicado los libros «Guillermo E. Martínez M. - Su Vida y su Obra»* ; «Heriberto Gil Martínez»; «Voces de mi ciudad»**; «Guillermo E.


Martínez Núñez - Primer Historiador de Tuluá»***. Próximos a aparecer: «Recuerdos de Juventud»; «Guillermo E. Martínez M. - Prosa Suelta y edición facsimilar de sus mejores poemas» y «Salesianos en Tuluá». . E-mail del autor: carlosochoam@gmail.com Facebook del autor: https://www.facebook.com/carlos.ochoamartinez.75

. * http://ntc-libros-depoesia.blogspot.com/2012_03_11_archive.html ** http://ntc-edicionesvirtuales.blogspot.com/2012_03_08_archive.html *** http://ntc-narrativa.blogspot.com/2017_03_12_archive.html ----



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