Los vinos del desterrado. Gerardo Rivera

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Los vinos del desterrado

Gerardo Rivera

VII Premio Nacional de PoesĂ­a JosĂŠ Manuel Arango


ISBN 978-958-58388-4-0

9 789585 838840


Los vinos del desterrado



Los vinos del desterrado

Gerardo Rivera

VII Premio Nacional de PoesĂ­a JosĂŠ Manuel Arango 2012


Los vinos del desterrado © Gerardo Rivera Primera edición: noviembre 2014 ISBN: 978-958-58388-4-0 Tiraje: 1.000 ejemplares Edición al cuidado de: Hernán Vargascarreño Esta publicación fue realizada con el apoyo de la Administración Municipal de El Carmen de Viboral “Prosperidad y buen gobierno” Néstor Martínez Jiménez: Alcalde 2012-2015. María Eugenia García Gómez Directora Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral Comité organizador Premio Nacional de Poesía: Paula Andrea Toro Ricardo Ospina Felipe Botero Impresión Editorial Gente Nueva Tel: 320 21 88 Bogotá D.C.




La noche, como un animal dejó su vaho en mi ventana por entre las agujas del frío miro los árboles y en el empañado cristal con el índice, escribo esta efímera palabra José Manuel Arango


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Las desaparecidas

Ocultos en la casa del tiempo, los labios azules recuerdan la rosa de la sombra. SoĂąados nos hemos alejado en las noches de la hierba. AllĂ­ bebimos en hermosas copas el vino de los dĂ­as. Tomados de la mano por las hijas nocturnas, las desaparecidas.

Los vinos del desterrado / Gerardo Rivera

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Tú ya no eres

Tú ya no eres. Abres o cierras el árbol azul sobre la tristeza y la muerte de los pájaros. Sé aquel que llega al amanecer, el expulsado del Paraíso, el humo que en la noche escapa desde la cabaña encendida. He visto caer joyas de nieve sobre los prados del olvido, he visto el espejo. ¿Quién eres tú? ¿Aquel que en vano llama a las estrellas? ¿Aquel a quien ya nadie escucha? Veo las pálidas flores, veo el destino cuando echa a volar desde el oro vertiginoso del tiempo. Veo el espejo.

Los vinos del desterrado / Gerardo Rivera

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Herida luminosa

Los bellos รกngeles estรกn allรก a lo lejos, entre sus naves y sus pรกjaros muertos. Piensa en el tiempo que pasa, Dios apagado, sobre las suaves plumas. Con hilos de oro nos ata el corazรณn la herida luminosa.

Los vinos del desterrado / Gerardo Rivera

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Parte del mar y de la tierra

Allí te escondes, en lo que recuerdas como sombra, en el corazón y en las hojas. Todo lo olvidas en las copas de la noche. Así, antes de volar, llevado por el sueño te desvaneces. Es fría tu hermosa desaparición, mi dulce atormentado. Eres el solitario, parte del mar y parte de la tierra.

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Las llamas de la soledad

Tú, el oscuro, pero al final de ti había una agua viva, una cabeza de ramas trenzadas. Tú dijiste: “Yo el último. Manojo de hierbas, final eco de estrellas.” A esa hora ya no sabía quién eras tú ni en quién te habías convertido. ¿Se marchitó el sol hasta el último aliento, el último atardecer y el último recuerdo? Antes de perderte entraste a los bosques de la noche. Nuestras hermosas ropas iluminadas por las llamas de la soledad.

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La vida que nos queda

Regresas a viejos lugares, pero no los recuerdos. Recuerdas a los que cantaban en el corredor de la casa en penumbra, a las monedas de oro que pasaban entre nuestras viejas manos. ¿Fue vertida el agua sobre nosotros, sobre nuestras cabezas iluminadas por el astro resplandeciente? Alguien quedará todavía allí. Emilio, de pie, mirando la noche, recorriendo aquel corredor, soñando sobre la vida que nos queda.

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Allí donde la luna se levanta

Trataré de alcanzarte, de tocarte, de ser como tú eres. Lo digo por el viento de las urnas, por la rosa de la sombra. Tú, mi prisionero, lejana ceniza de mis días, ya no sé quién eres ni quién a esta hora golpea a mi puerta. ¿Eres solo la dura sentencia de la noche? ¿Aquel que pone sus palabras como chispas allí donde la luna se levanta?

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Bosque estrellado

Ahora que te aprestas a pagar con crecidas monedas de oro a la púrpura, al sueño de la mariposa, tú, el desterrado ante las últimas cumbres y la última puerta, inclina la copa; que el vino se derrame sobre la tierra de alas muy viejas. Sé siempre el solitario. Habita para siempre el bosque estrellado.

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Inalcanzable

Dame cada una de tus lágrimas, hojas, gotas de sol. Todo aquello que se parece a la inmovilidad o a la esperanza. No me basta con la tibieza de tu corazón, con tu canto en la noche estrellada. Aún hay para nosotros este rojo de pinos ignorados, esta tierra caída, inalcanzable.

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Al amanecer

La noche sepultada en su cofre –como encendidas semillas– sube las rojas escalinatas de tu cuerpo. La noche sepultada en su cofre –como viejos pájaros negros y amarillos– Y la miel dorada vertida por el sol en la ventana, al amanecer.

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Bebe pues el agua

¿De dónde vienes? ¿Vienes acaso a visitar a mis hijas nocturnas, esas que llevadas por alas poderosas tejen un mundo de fuego y olvido? El sol ha oscurecido ya y la vida se rasga sobre un musgo negro y frío. La vida es solo eso; tan solo te es permitido arrastrarte como lo improbable, como lo imposible. ¿Sí ves? Ahora ellas callan. Bebe pues el agua nefasta que te es ofrecida.

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Bocas de olvido

Vuelan, pasan arriba de nosotros las palabras, muertas palabras, pájaros, hojas de la primavera. Tú duermes también en lo imaginado, en ese país invisible que ya pasó con labios de seda. Arrójalas al viento: son dulces piedras, bocas de olvido.

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Ladridos lejanos

A Lucky para que regrese

Negra es la nieve del resucitado. Lázaro de la taza de oro. Hazme beber, llévala a mis labios, mírame firmemente a los ojos. Ahora que estás desnudo, respirando a mi lado, háblame al oído, sé la vara triste de mis sueños. Sé el pobre perro amado, la llovida ceniza que escucha tus ladridos lejanos.

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Regreso

Los recuerdos llegan como pálidas flores. Echa a rodar tus joyas sobre la mesa, los hilos brillantes, el oro del tiempo. Recuerda las islas perfumadas, el olor a sandía, los espejismos y el viento entre los olivos y los templos. Llegará el otoño, desaparecerán las islas azules en el mar blanco. Expulsados del paraíso, pájaros oscuros nos señalarán el regreso al polvo y al olvido.

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Dame tu espejo

Tú debes ser el que has perdido. Atrás queda la bandera tejida del crepúsculo, la noche que empieza como fulgor o distancia. La estrella te ha visto muchas veces, y está en ti, no en mí. Solo hay polvo, ceniza, piedra ahogada. Señálame todo aquello que queda fuera del tiempo, señálame el agua, las incendiadas escaleras de los días del agravio, hazme la señal. Dame el lugar y la hora. Dame tu espejo.

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Templo vacío

Atardecer, sueño velado de las aguas. Sueño de naves entre silenciosas estrellas. ¿Qué podría ser cuando las voces llegan desde remotos cielos? ¿Acaso la sed de la diosa de piedra, el vuelo de la soledad y de las hojas? El viento entre las columnas del templo vacío.

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Polvo y olvido

Serás aquel que llega al amanecer, serás el humo que escapa en la noche desde la cabaña encendida. Aquel a quien ya nadie escucha, aquel que llama a las estrellas, joyas de nieve sobre los prados. El expulsado del paraíso, aquel que nos señala el polvo y el olvido.

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Muestra sus palabras

Hunden sus ramas en la carne del tiempo. Ă rboles azules, ramas en la tristeza de los pĂĄjaros. PĂĄjaros de viejo canto, armoniosos espejos. Rocas donde un misterioso Dios muestra sus palabras.

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Con una luz fría y mortal

Él nunca lo supo, había llegado impulsado por el viento y las montañas al lugar de las piedras abandonadas, él mismo una piedra que Dios olvida. Él mismo un Dios silencioso que desciende sobre la rosa invisible. Ya no era él. Solo pudo ver al halcón levantar el vuelo y perderse en el cielo. Astros lejanos lo acariciaron entonces con una luz fría y mortal.

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Para el descanso de la sombra

Hay un frío temblor en la noche que nada ve. Pero la piel del alma toca tu corazón. Solo pasa el viento que habla cosas extrañas llevando a beber pájaros muertos. En todo pusiste tus manos recordadas; apartados lugares te vieron pasar inútilmente. Estuviste antes aquí para el descanso de la sombra.

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Corre, corre

Es hermosa la sombra del corazón apagado. En la noche oscura ladran los perros. Atraviesa los rojos desiertos allí donde el olvido teje sus flores blancas, sus zarzas y espinas. Tú nada esperas. Corre, corre, te esperan las montañas; el viento no te alcanzará. Ahora la luna es clara para ti en la noche rebosante como una jarra. ¿Llegarás hasta el muro sagrado, juntarás allí tus manos de mendigo? El viento te traerá pájaros prodigiosos, pero yo iré atrás de ti, seré el fuego y tú el arbusto en la montaña reseca. ¿Qué deseas tú de mí? Fría será la luna, frías las manos entrando al sueño de la tierra. Seré el halcón y la sombra del halcón vertida sobre ti. Las puertas de tu alma se han abierto ya. Corre, corre.

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Una a una las estrellas

A Darío Henao

Ahora háblame, abandona tu cabaña encendida y háblame. Lilith, la hermosa, yace en su sueño; el árbol remoto ha dicho ya sus palabras y el agua es piedra o sombra. Ahora que ya todo está en su inmóvil música y hemos abandonado para siempre nuestros viejos palacios, háblame, desaparecida. Toma un puñado de las cenizas de la noche y ofrécelas después al bosque y al espejo. A la que cruza los prados blancos de neblina, a la luna escondida detrás de tus sueños. Háblame del altar y el sacrificio de las torcazas dobladas en la muerte. De las ofrendas de la sangre y el fuego. Háblame del silencio que reposa en sus copas de oro, de la noche que es música y resonante cuerda.

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O toma mi mano y caminemos juntos por estas tierras del eclipse rojo. O hazme el conjuro de las chamizas y de la taza de agua; esta es la hora azul, tráeme tus pájaros. ¿Será de plata este largo camino, este mar lejano? Yo vendré a buscarte en la lluvia de tus ojos antes del alba, antes de los animales fantásticos. A la hora de la danza. A la hora en que apagas silenciosa una a una /las viejas estrellas.

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En este único lugar

La respiración de mi madre y su taza de agua y aquello que ella dijo alguna vez, son prueba de un amor alejándose. Viejas arenas y verdades de lo que ya no está aquí. El viento es solo una amarga bandera de brillantes estrellas. En este único lugar del naufragio.

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Pájaros invisibles

Tráeme la estrella, la torcaza, la paloma. Sé el enigma, sé la aldea. Ahora que la noche te entrega su fresco delirio. Ya no estás más aquí, volaste sin darte cuenta. Y atravesaste el sueño del mar, lo que se deshace, lo que se desvanece. El viento de los pájaros invisibles.

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Música de las flautas

Caravana de aquellos sombreados por la luna, seres de los otros espejos. Sombras azules y leves esparcidas por los sueños, por la estrella de la sangre en lo inclinado del navío, lenta en el polvo de cada uno de tus pasos. De aquellos idos que ya no recuerdan nada hermosamente después convertidos en piedra y después en olvido. Dormir y despertar en pájaros bajo estos fuegos danzantes del sol nocturno. Caravana de los incendiados, peregrinos del cielo, fría voz de octubre, música de las flautas.

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Dirigido por las flautas

Vamos lentos por estos fuegos danzantes del sol. Lentos y atados al ramaje estrellado de la voz, al sue帽o dirigido por las flautas. En lo alto de la soledad y del viento y del halc贸n.

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Sobre los prados

Escucha otra vez los viejos ecos, aquello que una vez dijiste a los ríos de alabastro, a la débil luna blanca huésped del mar. Sé otra vez los ángeles alados, esos que al atardecer sueñan albas lejanas. Gotas de sangre que salpica la paloma, púrpura invernal, surtidor en los espejos. Todo lo que una vez fuiste, esa mano de nieve sobre los prados.

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Verde vestido de payaso o arlequĂ­n

Sobre los prados que se preparan a desaparecer, mĂşsica de la noche, descanso sin sombras, voces y nubes que pasan por primera vez. Sonido de la dorada luna, verde vestido de payaso o arlequĂ­n desparramado en el suelo. Cortina de la lluvia que cae desde un techo de zinc.

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Convertidos en lluvia

Atravesarás el desierto como si estuvieras vivo. La luna iluminará el león de tus sueños. Al espejo llegarás inútilmente como un astro cansado de tanto morir. No verás más el sol sobre los prados, la dulce mano azul que acaricia las hojas. Habrán partido los días del ayer convertidos en lluvia para tus ojos de tierra.

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Los vinos del desterrado

El alejado ha bordado la nieve del precipicio. TodavĂ­a la mano bendita es azul en mi garganta, pero los pĂĄjaros cantan tristes en la sombra lunar, espejos que conducen al bosque irremediable. Joyas para celebrar el invierno, oscuros prados donde el otoĂąo sangra los vinos del desterrado.

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Todo lo que olvido

Llevaré el río turbulento a las orillas del árbol inmenso cargado de estrellas. ¿Quién es este que huye? Las invisibles promesas, lo que vuela, los vidriosos palacios, la despedida, todo lo que olvido.

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Ahora la joven voz

A Chicoral, la hermosa comarca de los bosques y el agua

Ahora la joven voz hará volar al peregrino. Ahora el joven sol echará a andar con su atado de hojas y de ramas a la espalda. ¿Serás tú quien siga el fuego blanco, el helado resplandor, el vuelo de la lechuza? Ahora que la curva del camino muere entre los árboles y ha llovido, y el jinete llegará a su casa dormida, nadie habrá para recibirlo ni para abrirle la puerta; o quizás seas tú quien le extienda la mano para que las aguas caigan saltando entre las piedras. Tú, con tu verde, fresca mano, cuando el viento del atardecer anuncia la llegada de la noche y el vuelo de sus anillos estrellados. El viento con sus ojos de adivino leerá nuestro destino en sus rutas azules.

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Que venga pues la joven voz del árbol, su verde palacio, su respiración de azucena. Que lleguemos pronto al bosque, el bosque dirá palabras, aves hermosas, llamas doradas, y volarán las dulces torcazas de sus ojos, y beberá la miel que el tiempo vierte en los sembrados de té, allá en Chicoral. Ya todo es ayer, ya todo es ayer, dice el invisible señor del bosque, el rojo señor del curvado pico. “Honda es la gruta donde te espera el agua y la lluvia de tu voz perdida”.

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Ese azafrán amarillo

Te pones a llorar, ánfora desnuda, o bajo el arco iris eliges la tristeza para desvestirte. No te despiertes. De tu corazón saca el barro del augurio y despídete de mí con los anillos de tu atardecer. ¿No ves que estás completamente perdida y sonámbula? Ponte a cantar, báñate en medio del eclipse, tus ropas ya están puestas a secar muy tarde en el crepúsculo. Tú, hermosa sombra mordida por los gatos. Eres piedra de amolar, duro cuchillo para el corazón rojo, estrella silenciosa. Desde tu pico triste dejas caer semillas, piedras azules para la noche larga. Háblame, quiero que de ti me llegue ese aroma de rosa final que muere en el espejo. En tu jaula de nubes eres el jilguero, el sol vertido en la ventana, blanquísima luna en los senderos de marzo.

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Abre o cierra para mĂ­ tu amanecer, cuando en tus manos duerme aĂşn esa luz, ese resplandor, ese azafrĂĄn amarillo.

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Viejo resplandor de la tarde

¿No sabes aún, quién eres tú ahora? Eres el desaparecido. El amado por las bellas criaturas del otoño. El lobo, el gamo, el halcón, la lechuza. Todos ellos desean ahora tener trato contigo, todos ellos desean acercarse a ti para husmear en tu sombra (quizás lo único vivo que aún conservas). Ya solo sabes callar, con ese silencio tuyo que te llevó entre candelabros hacia tu desaparición, hacia esa blanca respiración tuya de estandarte. ¿Ves ahora a esa estrella roja que brilla sobre ti? Ella te seguirá siempre a todas partes. ¿Sientes ahora más que nunca la fragancia dormida de los pinos? Ella ahora hace parte de ti, ella ahora eres tú. Translúcida copa levantada para mirar la púrpura del vino,

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sangre tomada a las viñas del otoño, hojas que se pierden en tristes esquinas, vientos helados que desde las torres golpean la noche con sus alas sagradas. Eso eres tú ahora, las huellas casi perdidas de alguien que pasó sobre la nieve en un distraído sueño blanco, lentos veleros que pasan bajo la luna fría, viejo resplandor de la tarde, en un espejo.

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Cada uno de sus pasos

A Jhonny Díaz Q. que me regaló dos hermosas líneas

Entró a la ciudad imperial impulsado por las ráfagas de viento y arena. Llevado por alas poderosas avanzó bajo las hermosas torres medievales, piedras negras bañadas en una luz de amanecer, blancas, frías piedras alejadas del corazón. Se sentó en el rincón azul a contemplar cómo la catedral abría las puertas oscuras de su boca infinita. Saludado por los mismos rojos, los equilibristas y los payasos de las esferas, caía llevado hacia los cielos, hacia el ramo estrellado de su voz, aldea secreta, verde abismo del agua y la soledad. Escuchaba al viento puro, al fauno amado, como recién llegado a la alegría de una fiesta. ¿Quién era él en aquel entonces? ¿En quién se había convertido?

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¿Era él quien atravesaba el parque en la noche bajo luces amarillas, dormido y ataviado como para una crucifixión de Holbein? Verde río lapislázuli. Bebió allí el agua del cántaro sagrado y levantó su cabeza como el gamo solitario cuando escucha al corno. Bandadas de hojas y pájaros y ramas en el parque llovido donde escuchó el sonido de sus pasos. Sonido de sus pasos hacia un lento, futuro triste, “hacia glauco, hacia aquel que olvidaba los mares y la brisa”. “Allí donde no estaban el rastro de las pisadas y las piedras”. Solo que nunca llegaría, se perdería allí, en aquel agotado jardín, en aquel rincón azul. Lo abandonaron sus manos y sus ojos, lo abandonó todo su cuerpo y voló lejos, lejos. Trataría de regresar después, pálido fantasma, recorriendo cada uno de sus pasos.

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A su resplandor atado

Dijo: felicidad, lluvia, arco, torre, blancura. Dijo tristeza, dijo soledad. Y un delicado frío, elevando sus brazos, alcanzó la puerta más olvidada del jardín. ¿Fueron ángeles? O largos e invisibles vuelos de sombras que se besan sangrando en el aire. ¿Eran nubes? ¿Eran hojas? O palabras que al atardecer se queman como joyas. O música que la luna abandona en los remotos bosques del pasado. ¿Eran estrellas? O eras tú, el cautivo, que tan solo sueña a su resplandor atado.

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Abandonando tu alma

Solo sabes arder. Entregarte al asombro con la lentitud de un animal iluminado. Hablas al oído en el hermoso idioma de los locos, de los desaparecidos. Tu belleza se extiende sobre una tierra roja, vuelas sobre ella y baja a beber después un poco de agua. Mi amor por ti huele como la sangre y acepta tu amor como una jaula. ¿Qué buscas aún en el crepúsculo? ¿No sabes ya que tú y yo hemos desaparecido? No fuiste tú, fueron los labios azules. Aquello que en la sombra nos entrega su llave muerta, su voz desnuda.

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Ese animal que huye dentro de ti, oscuro y rojo, con los pasos del lobo abandonando tu alma

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Despierta

Eres la que pasa, la que va de monte en monte dando gritos violeta. Y el sol, gota profunda de futuros cristales, te dirá quién eres. Mueve pues tus pálidos labios, ocúltate entre llameantes trompetas en la desesperada blancura de la eternidad, en tu terrible casa. Y despierta.

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Alimentos

Yo puse sobre ti mi corazón rojo, el deseo iluminado y silencioso, pero tú, ¿en quién te habías convertido? Yo sé que mirarás los recuerdos con tus ojos fríos de estatua muerta, alada, entre los guardianes de la soledad, y que seré igual a ti, y entraré desnudo en tu resplandor. Sobre la mesa absoluta la oscura cena ya estará dispuesta. Te escucho masticar como un ciego. Te alimentas de horror y de pureza.

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Cosas inmortales

No deseas salir, pero afuera está la belleza, la piedra divina, el agua de la luz para tus ojos. No deseas el mar y su fragante puerta. Es porque quizás deseas el relámpago o quizás la noche, es porque quizás deseas que te alcance la estrella, que llegue el fuego o que tu corazón llegue al enigma. Danza pues ahora entre las hojas que barriste hasta que tu falda dance con el viento; danza en el robledal mientras esperas al fauno; la luna llegará pronto con su hermosa flauta. Tarde, más tarde, más tarde, veremos juntos arder entre las llamas del fogón las cosas inmortales.

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GERARDO RIVERA

Nació en Medellín en 1942. Estudió Derecho en el Colegio Mayor del Rosario. Se desempeñó como publicista y redactor en varias agencias de publicidad. Durante dos décadas deambuló por Europa y el norte de África. Autor de los libros de poesía A lo largo de las estatuas de octubre, El viajero de los pies de oro, Una nada cubierta de hojas (Premio Jorge Isaacs 2005), Anterior a la penumbra, El lugar de la espera (2010), A la sombra de los árboles milagrosos (2012). Actualmente vive en una cabaña, acompañado de sus perros, en la Reserva Natural de Chicoral, cerca a Cali.

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Contenido

Las desaparecidas

11

Tú ya no eres

13

Herida luminosa

15

Parte del mar y de la tierra

17

Las llamas de la soledad

19

La vida que nos queda

21

Allí donde la luna se levanta

23

Bosque estrellado

25

Inalcanzable 27 Al amanecer

29

Bebe pues el agua

31

Bocas de olvido

33

Ladridos lejanos

35

Regreso 37 Dame tu espejo

39

Templo vacío

41

Polvo y olvido

43

Muestra sus palabras

45

Con una luz fría y mortal

47

Para el descanso de la sombra

49

Corre, corre

51

Los vinos del desterrado / Gerardo Rivera

93


Una a una las estrellas

53

En este único lugar

55

Pájaros invisibles

57

Música de las flautas

59

Dirigido por las flautas

61

Sobre los prados

63

Verde vestido de payaso o arlequín

65

Convertidos en lluvia

67

Los vinos del desterrado

69

Todo lo que olvido

71

Ahora la joven voz

73

Ese azafrán amarillo

75

Viejo resplandor de la tarde

77

Cada uno de sus pasos

79

A su resplandor atado

81

Abandonando tu alma

83

Despierta 85 Alimentos 87 Cosas inmortales

94

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ISBN 978-958-58388-4-0

9 789585 838840


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