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LUNA NUEVA No. 36. Agosto de 2010 Lic. Mingobierno Res.081 de 1993 ISSN 9121-666X EDITOR Omar Ortiz CONSEJO EDITORIAL J.J. Guzmán Abella Omar Ortiz Pionono González Carolina Urbano
´ FOTOGRAFIA Omar Trujillo LUNA NUEVA Apartado Postal 179 Carrera 26 No. 27-60 Teléfonos 224 5781 - 2244876 Tuluá, Valle del Cauca, Colombia e-mail: ortizforero@hotmail.com DISEÑO E IMPRESIÓN Feriva S.A.
Centenario, Bicentenario y Poemario . .................. 5 Orihuela como espacio literario............................. 7 Miguel Hernández............................................... 10 Dieciséis poetas, dieciséis poemas latinoamericanos.................................................. 19 Gonzalo Rojas..................................................... 22 Ida Vitale ............................................................ 20 Lêdo Ivo............................................................... 25 Óscar Hernández................................................. 26 Eduardo Lizalde................................................... 29 Rafael Cadenas.................................................... 31 Juan Gelman........................................................ 33 Rafael Alcides...................................................... 34 Olga Nolla........................................................... 35 Gustavo Pereira.................................................... 38 Antonio Cisneros.................................................. 40 Marco Antonio Campos....................................... 42 Jorge Boccanera.................................................. 43 Rómulo Bustos..................................................... 45 José Ángel Leiva................................................... 47 Alberto Rodríguez Tosca...................................... 48 El techo de la poesía............................................ 51 Juan Calzadilla..................................................... 53 En el nochero....................................................... 64 Notas al pie de una biblia.................................... 65 Los ecos de Santiago Espinosa............................. 67 Línea de encuentro.............................................. 69 Manzanitas verdes al desayuno............................ 71 Mujeres que saben escribir................................... 73 Tiempo de crisálida.............................................. 75 Bestiario en el olvido........................................... 77 Una antología contra el olvido............................. 79
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Contenido
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Centenario, Bicentenario y Poemario
En el año de 1910, cuando los concejales bogotanos guardaban en caja fuerte fotos, misivas y recomendaciones para que sus pares futuros, de cien años luego, tuvieran en cuenta su descendencia si la misma caía en infortunio económico, en un pueblo español nacía Miguel Hernández. Orihuela, lugar de cuna del poeta de la luz como lo llamará Pablo Neruda, vio crecer a Miguel en una familia dedicada a la crianza de ganado. Cuidador de rebaños a Hernández le corresponde vivir una de las épocas más dramáticas, pero a la vez más creativas de España. La guerra civil española que condenó a la muerte a sus mejores hijos, pero que nos legó el magnífico verbo creador de la llamada “Generación del 27”. A cien años del nacimiento de una de las voces más representativas de la poesía en lengua española, queremos rendir un emocionado homenaje, publicando una reseña del poeta y una selección de su obra, más precisamente de su libro “El hombre acecha”. Mientras hoy los prohombres de este 2010 se aprestan a llenar otra urna representativa para ser abierta cien años después y las autoridades culturales de un país errante y famélico se gastan más de seis mil millones de pesos en músicos, cantantes, juegos pirotécnicos, espectáculos mediáticos, entre otros, en una celebración llamada Bicentenario, que nada tiene que ver con la reflexión seria y crítica sobre el proceso independentista, como puede ser el legado de la Ilustración, la Expedición Botánica y la creación de los primeros centros de estudio superior en territorio granadino en la formación de un espíritu nacional. O, la perpetuación de la Patria Boba como modelo a seguir en la construcción del Estado colombiano. Para citar dos temas posibles. La revista, con la complicidad del poeta Juan Manuel Roca, celebra este momento histórico desde la poesía, entregando a nuestros lectores una breve pero vital muestra de poemas latinoamericanos actuales.
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Omar Ortiz
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Y cuando se debate sobre un posible conflicto armado entre Colombia y Venezuela fruto de la intemperancia y la actitud delirante de sus mesías de turno, queremos dejar constancia de nuestro destino común en la voz de un poeta venezolano al que queremos, admiramos y respetamos, Juan Calzadilla, quien desde sus “Poéticas” traza múltiples senderos para la creación lírica desde el humor hasta el rigor de una construcción soñada. Queremos también agradecer el trabajo fotográfico de Omar Trujillo que desde distintos ámbitos de nuestra geografía nos ofrece imágenes de una tradición que nutre el imaginario colectivo. Sin duda este número 36 de “Luna Nueva” es un número para disfrutar y coleccionar.
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Orihuela como espacio literario
José Guillén, erudito de Murcia, llama la atención sobre Orihuela más como reducto del sureste español que del levante. Eso implicaría ser más murciana que alicantina. Y por ello, tal vez, Miguel Hernández Gilabert, el oriolano más ilustre, no la reconstruyó mucho mítica y poéticamente. La huerta de Murcia es la misma de Oriol (Orihuela). El habla murciana, como se desprende del monumental Miguel Hernández, visto por Jorge Restrepo trabajo de Guillén García El habla de Orihuela, es casi la misma, desde el léxico y desde su fonética, que la de la capital murciana. Orihuela está a cincuenta kilómetros de Alicante y a otros tantos de Murcia. El tren que recorre estas vegas fértiles fue el mismo que llevó a Miguel Hernández y a Josefina Manresa Marhuenda, recién casados en forma civil, hacia Murcia, desde la Origüelica del señor. Esta terminación en ico/ ica es muy propia de la vega murciana del río Segura (llamado Selgra en la literatura de Gabriel Miró Ferrer) que es la misma vega orcelitana. Así como en las novelas de Pereda aparece el uco/uca propio de Santander (sabor de la tierruca, etc.), en los libros de Azorín, Miró y Hernández aparece mucho este registro fonético que recoge una realidad lingüística de la vega de Orihuela.
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Por: Daniel Potes Vargas
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En la época visigoda Orihuela fue llamada Cora del Tadmir. Teodomiro fue el monarca más enamorado de esta ciudad ubicada entre breñas y rocas de escaso pastoreo ahora. Tuvo como insignia al pájaro Oriol y así también se llamó en esa época. La avenida más bella de Orihuela lleva ahora su nombre: Avenida de Teodomiro. Según Manuel Ruiz, erudito oriolano, Orihuela aparece evocada de no muy grata manera en las páginas de Azorín. El maestro Pepe Martínez Ruiz (Don José, el de Monóvar, Alicante), filósofo de lo pequeño y maestro de los primores de la lengua, según Mario Vargas Llosa, habla de sus callejuelas sórdidas, de sus olores a inundación del Segura y de sus muchas torres y templos que la delatan como una factoría de clérigos y clarisas, amén de ser la ciudad del manjar blanco en aquella zona levantina. Allí hubo palacio obispal. La obispalía le daba a Orihuela un marcado matiz de cuartel religioso. Era espacio castrense de Jesús y de hecho la Compañía de Jesús tuvo uno de sus baluartes más poderosos: el Colegio de Santo Domingo. En él estudiaron los alicantinos más universales: Azorín, Miguel Hernández y Gabriel Miró. Durante la Guerra Civil Española, el seminario de San Miguel, vetusta mole de teologías, fue destinado a servir como prisión, donde incluso estuvo detenido Miguel, cuando la Guardia Civil habilitó sus sótanos como espacios de interrogación y reclusión. En las novelas del ciclo olécico de Miró (Nuestro padre San Daniel y el Obispo leproso), Orihuela sale diagramada con la minucia microscópica, benedictina y super – estética del alicantino. No debemos olvidar que Azorín amaba tanto el trabajo literario de Miró que cuando lo propuso como miembro de la Real Academia de la Lengua y encontró rechazo para su ilustre paisano, renunció a su silla académica. Miró tenía una prosa de inmensa plasticidad, capaz de reproducir con fidelidad de orfebre cada detalle de la realidad. A Orihuela y Alicante en general, las hizo afines con el paisaje palestino o galileo del nazareno, en libros como Figuras de la pasión del Señor o Figuras de Bethlehem.
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Memoria de un laberinto en cuya Calle de Arriba nació un 31 de octubre de 1910, Miguelillo, como llamaban sus amigos al poeta, al que cuidaba cabras en Callosa del Segura y al que el doctor Ortega y Gasset no pudo hallarle empleo en Madrid como pastor caprino. Oriol, Oleza, Cora del Tadmir, Orihuela, sin tiempo en el tiempo a un siglo del nacimiento del vate de Perito en lunas. Orihuela ha sido, no sólo espacio físico y urbano, histórico y geográfico, sino una creación mítica de sus grandes escritores. Todavía, por ejemplo, se conserva el Teatro Circo, donde por primera vez se puso en escena Quien te ha visto y quien te ve, la ópera prima dramática de Hernández Gilabert, exaltada por Miró y Azorín, entre otros. Orihuela es signo y símbolo, garabato de eternidad. Allí se hizo la cultura autodidacta de Miguel. Allí halló sus primeras inspiraciones. En Orihuela encontró el amor de su vida, la modistilla Josefina Manresa Marhuenda. Se bañó en las aguas pardas, serenas y frías del río Segura, el Selgra mironiano. Verso y biografía van muy ligados en Miguel. Tanto a nivel personal como social y político. Algunos autores eliminan en su obra todo rastro de sus biografías. Otros no son capaces de escapar del peso de sus vidas y saturan sus obras con el yo narrador y poetizante. Miguel es concomitante con su obra. Limpio de corazón y de nobleza sin límites, sufrió privación de la libertad siete veces en su vida. Y aunque huyó de hospitales y juzgados, pasó parte de sus días en esos sitios. En El noi de Poble Sec, el niño de Pueblo Seco, Joan Manuel Serrat logró fusionar la alta estética hernandiana con su agitada y noble vida. Y es que Miguel es vida y muerte, cantor de las tres heridas: la de la vida, la de la muerte y la del amor. Así vivió, entre sus hijos y la esposa que no podía tener cercana a la brasa de su amor, incendiado por estar en prisión. Mirando palmeras y siendo alto, silbando, cantando, volviéndose perito en lunas, experto en misterios, Orihuela es cantada por Miguel. Miguel, acogido para siempre en el seno y la memoria de la ciudad sagrada y amada.
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Miguel Hernández (1910-1942) Canción primera
Se ha retirado el campo al ver abalanzarse crispadamente al hombre. ¡Qué abismo entre el olivo y el hombre se descubre! El animal que canta: el animal que puede llorar y echar raíces, rememoró sus garras. Garras que revestía de suavidad y flores, pero que, al fin, desnuda en toda su crueldad. Crepitan en mis manos. Aparta de ellas, hijo. Estoy dispuesto a hundirlas, dispuesto a proyectarlas sobre tu carne leve.
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He regresado al tigre. Aparta, o te destrozo.
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Hoy el amor es muerte, y el hombre acecha al hombre.
El herido Para el muerto de un hospital de sangre
Por los campos luchados se extienden los heridos. Y de aquella extensión de cuerpos luchadores salta un trigal de chorros calientes, extendidos en roncos surtidores. La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo. Y sus heridas suenan igual que caracolas, cuando hay en las heridas celeridad de vuelo, esencia de las olas. La sangre huele a mar, sabe a mar y a bodega. La bodega del mar, del vino bravo, estalla allí donde el herido palpitante se anega, y florece y se halla. Herido estoy, miradme, necesito más vidas. La que contengo es poca para el gran cometido de sangre que quisiera perder por las heridas. Decid quién no fue herido.
Si hasta los hospitales se va con alegría, se convierten en huertos de heridas entreabiertas, de adelfos florecidos ante la cirugía de ensangrentadas puertas.
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Mi vida es una herida de juventud dichosa. ¡Ay de quien no esté herido, de quien jamás se siente herido por la vida, ni en la vida reposa herido alegremente!
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Para la libertad sangro, lucho, pervivo. Para la libertad, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso, cautivo, doy a los cirujanos. Para la libertad siento más corazones que arenas en mi pecho: dan espuma mis venas, y entro en los hospitales, y entro en los algodones como en las azucenas. Para la libertad me desprendo a balazos de los que han revolcado su estatua por el lodo. y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos, de mi casa, de todo. Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada.
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Retornarán aladas de savia sin otoño reliquias de mi cuerpo que pierdo a cada herida. Porque soy como el árbol talado que retoño; porque aún tengo la vida.
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Las cárceles
Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo, van por la tenebrosa vía de los juzgados; buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen, lo absorben, se lo tragan. No se ve, que se escucha la pena del metal, el sollozo del hierro que atropellan y escupen: el llanto de la espada puesta sobre los jueces de cemento fangoso. Allí, abajo la cárcel, la fábrica del llanto, el telar de la lágrima que no ha de ser estéril, el casco de los odios y de las esperanzas, fabrican, tejen, hunden. Cuando están las perdices más roncas y acopladas, y el azul amoroso de fuerzas expansivas, un hombre hace memoria de la luz, de la tierra, húmedamente negro.
Un hombre que cosecha y arroja todo el viento desde su corazón, donde crece un plumaje: un hombre que es el mismo dentro de cada frio, de cada calabozo.
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Se da contra las piedras la libertad, el día, el paso galopante de un hombre, la cabeza, la boca con espuma, con decisión de espuma, la libertad, un hombre.
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Un hombre que ha soñado con las aguas del mar, y destroza sus alas como un rayo amarrado, y estremece las rejas, y se clava los dientes en los dientes de trueno. Aquí no se pelea por un buey desmayado, sino por un caballo que ve pudrir sus crines, y siente sus galopes debajo de los cascos pudrirse airadamente. Limpiad el salivazo que lleva en la mejilla, y desencadenad el corazón del mundo, y detened las fauces de las voraces cárceles donde el sol retrocede. La libertad se pudre desplumada en la lengua de quienes son sus siervos más que sus poseedores. Romped esas cadenas, y las otras que escucho detrás de esos esclavos. Esos que sólo buscan abandonar su cárcel, su rincón, su cadena, no las de los demás. Y en cuanto lo consiguen, descienden pluma a pluma, enmohecen, se arrastran. Son los encadenados por siempre desde siempre. Ser libre es una cosa que sólo un hombre sabe: Sólo el hombre que advierto dentro de esa mazmorra como si yo estuviera.
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Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero. Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma. Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias: no le atarás el alma.
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Cadenas, sí: cadenas de sangre necesita. Hierros venosos, cálidos, sanguíneos eslabones, nudos que no rechacen a los nudos siguientes humanamente atados.
Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio, tenso, conmocionado, con la oreja aplicada. Porque un pueblo ha gritado ¡libertad!, vuela el cielo. Y las cárceles vuelan.
Llamo a los poetas Entre todos vosotros, con Vicente Aleixandre y con Pablo Neruda tomo silla en la tierra: tal vez porque he sentido su corazón cercano cerca de mí, casi rozando el mío. Con ellos me he sentido más arraigado y hondo, y además menos solo. Ya vosotros sabéis lo solo que yo soy, por qué soy yo tan solo. Andando voy, tan solos yo y mi sombra. Alberti, Altolaguirre, Cernuda, Prados, Garfias, Machado, Juan Ramón, León Felipe, Aparicio, Oliver, Plaja, hablemos de aquello a que aspiramos: por lo que enloquecemos lentamente. Hablemos del trabajo, del amor sobre todo, donde la telaraña y el alacrán no habitan. Hoy quiero abandonarme tratando con vosotros de la buena semilla de la tierra.
Quitémonos el pavo real y suficiente, la palabra con toga, la pantera de acechos. Vamos a hablar del día, de la emoción del día. Abandonemos la solemnidad.
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Dejemos el museo, la biblioteca, el aula sin emoción, sin tierra, glacial, para otro tiempo. Ya sé que en esos sitios tiritará mañana mi corazón helado en varios tomos.
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Así: sin esa barba postiza, ni esa cita que la insolencia pone bajo nuestra nariz, hablaremos unidos, comprendidos, sentados, de las cosas del mundo frente al hombre. Así descenderemos de nuestro pedestal, de nuestra pobre estatua. Y a cantar entraremos a una bodega, a un pecho, o al fondo de la tierra, sin el brillo del lente polvoriento. Ahí está Federico: sentémonos al pie de su herida, debajo del chorro asesinado, que quiero contener como si fuera mío y salta, y no se acalla entre las fuentes. Siempre fuimos nosotros sembradores de sangre. Por eso nos sentimos semejantes al trigo. No reposamos nunca, y eso es lo que hace el sol, y la familia del enamorado. Siendo de esa familia, somos la sal del aire. Tan sensibles al clima como la misma sal, una racha de otoño nos deja moribundos sobre la huella de los sepultados. Eso sí: somos algo. Nuestros cinco sentidos en todo arraigan, piden posesión y locura. Agredimos al tiempo con la feliz cigarra, con el terrestre sueño que alentamos.
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Hablemos Federico, Vicente, Pablo, Antonio, Luis, Juan Ramón, Emilio, Manolo, Rafael, Arturo, Pedro, Juan, Antonio, León Felipe. Hablemos sobre el vino y la cosecha.
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Si queréis, nadaremos antes en esa alberca, en ese mar que anhela transparentar los cuerpos. Veré si hablamos luego con la verdad del agua, que aclara el labio de los que han mentido.
Canción última Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias. Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa con su ruinosa cama. Florecerán los besos sobre las almohadas. Y en torno de los cuerpos elevará la sábana su intensa enredadera nocturna, perfumada. El odio se amortigua Detrás de la ventana. Será la garra suave.
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Dejadme la esperanza.
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Dieciséis poetas, dieciséis poemas latinoamericanos Por: Juan Manuel Roca
Desde que el modernismo, con Rubén Darío a la cabeza, devolvió las carabelas a España cargadas de un nuevo sentido de la lengua (Alfonso Reyes dixit), podemos señalar que la poesía ha sido el primer territorio liberado de este continente al que sin duda le iba mejor cuando el mundo era plano, cuando era cuadrado como tantas cabezas colmadas de necedades patrioteras. La lírica en nuestra lengua no volvió a ser la misma tras nuestros precursores de la modernidad, y habría que incluir también en esta descolonización el extraordinario aporte de la lírica escrita en el idioma de Murilo Mendes. Ahora que se celebran los bicentenarios de nuestras independencias es bueno recordarlo, y agregar que a pesar de tantas libertades coartadas y recordando a Flaubert cuando afirma que el arte, como el Dios de los judíos se alimenta de holocaustos, es bueno constatar que la poesía, desterrada en letras gruesas de los grandes sellos comerciales, está más viva que nunca. Al igual que el cuento y el ensayo, otros géneros que desdeñan en general los editores, la poesía se sigue escribiendo, leyendo y releyendo.
Desterrada o desplazada a grandes rasgos de los nuevos feudos del poder cultural, la poesía parece repetir que su empecinamiento es igual al de la araña que trepa por la escoba que la barre. Que hablen, mejor, estos dieciséis poemas de dieciséis poetas latinoamericanos vivos y actuantes.
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Quizá por no tener la urgencia de cierta narrativa que hace su tránsito casi inmediato de la edición al olvido, la lenta digestión de la poesía, su morosa y desinteresada factura, nos entrega momentos tan altos como los de esta pequeña muestra de “Luna Nueva”.
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Gonzalo Rojas (Chile, 1917)
El dinero Yo me refiero al río donde todos los ríos desembocan, al gran río podrido, donde vienen a dar nuestros pulmones que hemos criado para el aire, al río coagulado que lleva en su corriente sanguínea los despojos de nuestra libertad: todas las rosas en sus alcantarillas comerciales, las rosas del placer y de la dicha, las rosas de una noche que se abrieron a todos los sentidos, depositadas hoy en las aguas viscosas, donde las siete plagas nos manchan y nos muelen, nos consumen, nos comen con sus dientes inmundos bajo el beso y la risa del encanto.
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El río entra en nosotros, y nosotros entramos en el río. Es una guerra a muerte, como la del microbio que nos roba el color de nuestra sangre, a cambio del sustento con que nos embrutece, y nos permite unas horas de amor después de la fatiga del trabajo.
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Cuando al amanecer saltamos al abismo desde el confort caliente de nuestros blancos lechos, y ponemos los pies sobre las cosas, abrimos la ventana para mirar el cuerpo de nuestra realidad, y antes que salga el sol sale para nosotros la lividez del río, el aliento malsano del río de la muerte que nos cobra intereses por velar nuestra noche. Por las noches, las prostitutas lo enriquecen, los criminales que entran a casa de sus víctimas
con la muerte en los ojos, los avaros que creen aprovecharse de él, y son las pobres pústulas de este infinito río reventado como llaga monstruosa. Todos los miserables contribuyen al desarrollo, al crecimiento informe de este charco sin término. Los Bancos y los Templos abren sus grandes puertas para que pase el río. Todo se normaliza para que el río reine sobre vivos y muertos y de todos los ojos que corren por las calles sale el color maligno de su agua purulenta, y de todas las bocas sale el olor del río. Comemos, trabajamos por el honor del río y el día que morimos, nuestra mísera sangre es devorada por el río, y nuestros duros huesos que parecían dignos de la tierra también sirven al río como otros tantos testimonios de su poder, que pone blandas todas las cosas.
Pero no lo gritemos. Que él sabe nuestra suerte, él es la institución y la costumbre, él vence los regímenes, demuele las ideas, él mortifica al pobre, pero revienta al rico cuando no se somete a lamer su gangrena, él cobra y paga, sabe lo que quiere porque es la encarnación de la muerte en la tierra.
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¿Cómo parar su cauce envenenado, cómo cortar las grandes arterias de este río para que se desangre de una vez, y eche abajo las tiendas y los tronos que vive construyendo sobre nuestra miseria?
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Ida Vitale (Uruguay,1924)
¡Esta lira de muerte!
A. Machado
Elegías en otoño
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Hay días que parecen prestados por la muerte. Como llamada desde lejos su luz vacila y huye, algo nuestro se va, fugitivo de un cuerpo, de una tierra vacíos. Las flores nos ofrecen, con qué dulzura fúnebre, su aroma que no sentimos ya, su frescura, que nada nos debe, como una despedida, como un augurio de la primavera que quizás pronto y por única vez se encenderá en nosotros.
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La muerte abre sus parques y su perfume invade los olores terrestres. Vetas de su aire impuro ondulan como un canto de flauta en nuestro aire, hostigando las aves, el pecho de los hombres. Cuando el último cielo de luz queda invadido, cuando inocentes sitios pierden entre la niebla el brillo de sus horas, ¡qué solo queda el ser que se aventura en esta tierra ajena!
Todo está lejos; como en la noche nos inclinamos sobre la sombra de un sueño y apenas agitada su onda frágil se desvanece, dejándonos su puro destello, así se va la tierra que pisamos, así de pronto todo, amor o hiedra, es un vano pretexto del deseo, forma huidiza, nube. Sólo el recuerdo, quebrado en piedras falsas, finge la luz, rescata la hermosura.
Hay que subir al cielo con los ojos cerrados, tocar tu nombre nada más y apenas y arrancando una pluma del corazón de ayer hacer nacer el ramo azul de la alegría. Y no sentir el fruto preparado en la tierra pronto en cualquier momento para abrirse y llamarnos con su perfume denso, hecho al amor de tantas primaveras. Y no ver por la orilla pálida de las cosas la soledad mirándonos el rostro, poniéndonos su número, su orden, esa luz roja del ocaso, al pecho. A José Bergamín
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Cuántas sombras cuántos pálidos nombres vienen en el otoño a morir en el fondo de algún agua quieta. Cuántas sedas ajadas se alzan de pronto fúnebres, tensas.
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Lêdo Ivo (Brasil, 1924)
Los murciélagos Los murciélagos se esconden entre las cornisas del almacén. Pero ¿dónde se esconden los hombres, que vuelan en lo oscuro toda su vida, chocando con las blancas paredes del amor? La casa de nuestro padre estaba llena de murciélagos pendientes, como luminarias, de las viejas vigas que sustentaban el tejado amenazado por las lluvias. “Estos hijos nos chupan la sangre”, suspiraba mi padre. ¿Qué hombre tirará la primera piedra a ese mamífero que, como él, se nutre de la sangre de los otros bichos (¡hermano mío!, ¡hermano mío!) y, comunitario, reclama el sudor de su prójimo hasta en la oscuridad? En el halo de un seno joven como la noche se esconde el hombre; en su almohada, en la luz de un farol el hombre guarda las doradas monedas de su amor. Pero el murciélago, durmiendo como un péndulo, sólo guarda /al día ofendido.
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Al morir, nuestro padre nos dejó (a mis ocho hermanos y a mí) su casa donde de noche llovía por las tejas rotas. Levantamos la hipoteca y conservamos los murciélagos. Y entre nuestras paredes se debaten: ciegos como nosotros.
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Óscar Hernández (Colombia, 1925)
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Simón metálico
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¿Y quién no ha hablado de Bolívar? ¿Y quién no ha dicho que libertó muchas naciones? ¿Quién no conoce en los museos su vieja espada o la chaqueta de la guerra que se quedó detrás de un vidrio? Todo está ya dicho, yo miro el mineral. Bolívar y sus pantalones de bronce sobre todos los parques que libertó en América; su espada de bronce, su caballo de bronce, duro el ojo, parado en el último combate. En todas las plazuelas de la tierra le está cayendo musgo al padre, musgo a su espada, musgo a todo su bronce y a los flancos inmóviles de su caballo muerto. Y colocan al fabricante de la libertad una corona de hojalata para que dure un día más, se hacen al padre, al bronce y al caballo largos discursos de hojarasca. Mil veces han gritado: “El padre de la Patria” y sin embargo, el dueño de los ríos y los potros, remasca su gloria de opereta, de vitrinas oscuras, gloria de los rincones y los parques donde no llega el jardinero sino a abrir su bragueta. Pobre padre Bolívar castigado en el bronce. De aquí no sales más, le dijo el fundidor, y vació sobre el barro metales derretidos. A Bolívar le quemaron el alma Los estatueros de las fundiciones. De aquí no das un paso, le dijeron tres hombres cuando lo anclaron bajo un árbol y un pájaro. Bolívar está muerto, está muerto, está más muerto;
está apretado en su ataúd de bronce como un grano de trigo entre dos rocas; Bolívar está muerto en su caballo; de aquí no das un paso; y su bota quedó en el aire suspendida y su otro paso no lo ha dado jamás. Las generaciones van todas a los parques. Años atrás hablaban de la guerra, nuestra “sangrienta guerra”, con unos pantalones atados al tobillo. Daban vuelta a la estatua y ponían las zapatillas sobre el pedestal y hablaban mal del tiempo. Los políticos iban y decían “la patria”, Lamían la palabra “República” A la espera de comerse una sílaba; y al fin llegaron las niñeras que dan vueltas a la estatua con un tropel de hijos ajenos. ¿Quién no ha visto la espada de Bolívar combatiendo al silencio en un museo y a su pistola muerta disparando epopeyas? ¿Quién no sabe que libertó cinco naciones? ¿Y que empuñó este continente como un sable desde el puño nudoso de Colombia? ¿Que fue soldado y tísico? De aquí no das un paso, caballo de bronce de Bolívar: los espolines de tu dueño no punzan más que al viento en sus ijares. Padre Bolívar de rincón de parques, Estás muriendo nuevamente en cada tarde. Simón, alimentado de victorias, con los cubiertos de la guerra colgando de sus huesos, come pisadas de palomas, intimidad de insectos, siestas de golondrinas en los pliegues de piedra de su capa. Simón, hijo del padre y de su espada,
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dando albergue a los pájaros. Simón Batalla que envainó los gritos en todas las cubiertas de los árboles se nutre ahora de un silencio metálico. Simón universal, Simón América, guarda como una plaza fuerte la sombra de sus parques, sus invisibles puertas y su hierro. Conquistador de estanques y de araucarias, Te hemos cambiado el llano por los peces los Andes por una niebla oscura, te cambiamos la espada por los pinos y los estribos desbocados por una piedra muerta sobre el césped. Te dan coronas tristes cuando tu estatua triunfa en el crepúsculo, y por cada batalla con el viento tienes cien mil cadáveres de hojas. Oh, piedra resignada de Bolívar, granito muerto, carne de museo, polvo de tu guerrera, Simón Bolívar de sable enmohecido, libertador de fraguas y cinceles. En esta América, tuya por tu brazo, Se va a morir tuberculoso el bronce.
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Eduardo Lizalde (México, 1929)
La noche sobre las almas. Todos los sueños, toda la sangrienta memoria, las pasiones más pútridas, los amores más bellos, las más altas traiciones, los estupros más viles, los delitos incruentos y preciosos de los amantes perseguidos, los crímenes también de los impuros, toscos /chacales de la urbe, los secretos más crueles de la felicidad y del dolor, los crímenes imaginarios, heroicos, bucaneros, de los adolescentes incestuosos, la clave de la guerra entre hermanos, punto fino, el solapado origen de toda la tragedia, el ojo mismo para contemplarlos, están todos ahí, en la caja negra, nuestro centro invisible y expansivo que vibra entre la válvula cardiaca y el florecido sexo al que servimos con suerte /desigual. Pero nunca ha de abrirse. Todo a su alrededor ha de morir si ella se abre, agujas, cardos ha de volverse el agua que se bebe si ese turbio corazón se rompe. Sobre las almas cerraría la noche si esa caja se abriera en las entrañas de una sola criatura del frágil universo, como si se rompiera el corazón de Dios -La miel enferma del panal está en la caja-.
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Caja negra
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Freud se traumara con la idea de ese custodio /visceral, รกngel interno, que nos protege como un tumor benigno de la basta miseria. Se han de romper las naves, ha de astillarse el aire como el vidrio corriente, pero la caja, no. Dios puede enloquecer y ha de quebrarse al fin como un volรกtil superior, pero la caja, no.
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Rafael Cadenas (Venezuela, 1930)
Yo que no he tenido nunca un oficio que ante todo competidor me he sentido débil que perdí los mejores títulos para la vida que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución) que he sido negado anticipadamente y escarnecido por /los más aptos que me arrimo a las paredes para no caer del todo que soy objeto de risa para mí mismo que creí que mi padre era eterno que he sido humillado por profesores de literatura que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta /fue una risotada que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni /triunfar en la vida que he sido abandonado por muchas personas porque casi /no hablo que tengo vergüenza por actos que no he cometido que poco me ha faltado para echar a correr por la calle que he perdido un centro que nunca tuve que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir /en el limbo que no encontraré nunca quién me soporte que fui preterido en aras de personas más miserables que /yo que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo (“Ud. es muy quedado, avíspese, /despierte”)
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Derrota
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que nunca podré viajar a la India que he recibido favores sin dar nada en cambio que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma que me dejo llevar por los otros que no tengo personalidad ni quiero tenerla que todo el día tapo mi rebelión que no me he ido a las guerrillas que no he hecho nada por mi pueblo que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería /interminable que no puedo salir de mi prisión que he sido dado de baja en todas partes por inútil que en realidad no he podido casarme ni ir a París nitener un día sereno que me niego a reconocer los hechos que siempre babeo sobre mi historia que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo que no lloro cuando siento deseos de hacerlo que llego tarde a todo que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable que no soy lo que soy ni lo que no soy que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras que he vivido quince años en el mismo círculo que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado que nunca usaré corbata que no encuentro mi cuerpo que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la /mano me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del /juicio final.
Juan Gelman (Argentina, 1930)
Los poemas escritos en estado de frialdad tienen una ventaja: están escritos en estado de frialdad. El odio del vecino no entra ahí, ni el vecino atado a su odio y se puede alabar las bellezas del paisaje. Alabar es una palabra rara, lleva del ala al bar donde el estaño está mudo. Los poemas sin sangre tienen una ventaja: no tienen sangre, ni sacudones mortales o inmortales, ni la imperfección, la suciedad de todos. Eso cae y nada perturba a la tierra. A los poetas que practican esa visión y sin duda escriben hermosos poemas, habría que levantarles una estatua ciega que no se vea. Es bello su no estar. Todo está bien afuera de todo lo que está mal, intocado y lejos de la escritura, lejos, en un canto bajito.
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Opinión
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Rafael Alcides (Cuba, 1933)
El agradecido
A Nati Revuelta
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Toda mi vida ha sido un desastre del que no me arrepiento. La falta de niñez me hizo hombre y el amor me sostiene.
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La cárcel, el hambre, todo; todo eso me ha estado muy bien: las puñaladas en la noche y el padre desconocido. Y así de lo que no tuve nace esto que soy: bien poca cosa, es verdad, pero enorme, agradecido como un perro.
Olga Nolla (Puerto Rico, 1938)
Mi madre daba fiestas espléndidas para los matrimonios elegantes de Mayagüez, cierto. Mi madre disfrutaba de estos cocteles, cierto. Mi madre disfrutaba de estos cocteles, falso. Mi madre hubiera querido ser actriz. Cierto, cierto. Recitaba sus poemas de espumas y pétalos frente a los invitados. Le gustaba el halago y el aplauso. Su público reía bebiéndose el champán y el ron de su despensa. Su público, borracho, hablaba de negocios y de viajes al extranjero. Mejor dicho, los hombres hablaban de negocios; las mujeres, aparte, de trajes y sirvientas. Mi madre tenía buenas amigas; nada tan falso, falso. Mi madre dispersaba sus versos de alegría y adentro le crecía, llorosa, una nostalgia. Mi madre era feliz. Cierto, cierto. No, falso. Mi madre era un vacío que huía de su sombra. Mi madre no sabía que era infeliz, lo dudo. Mi madre me quería. Cierto, cierto, muy cierto; todavía me empuja la tabla del columpio. Mi madre daba fiestas, pero otras fiestas y especiales
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Cierto y falso
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para los amigos norteamericanos de mi padre. Cierto, cierto. Mi padre desdeñaba la alta burguesía puertorriqueña. ¿Falso? ¿Cierto?..., no sé, era distinto de ellos, no bebía ron, ni wiski, no entendía de negocios. Mi padre sabía cultivar la tierra y curar las heridas de los árboles de naranja. Le daba vitaminas y abono a las cosechas. Los retoños de la caña de azúcar aplaudían de gozo cuando él entraba al campo. Mi padre prefería los norteamericanos, cierto, cierto. ¡Admiraba las sanas, honestísimas costumbres de los altos rubios miembros de la comunidad científica que trabajaba la estación experimental agrícola! Mi padre como creía lo que decían los periódicos, pensaba que los norteamericanos eran la gente mejor del mundo. Mi madre se aburría de muerte en los grandes banquetes con que obsequiaba a los gringos y bostezaba hacia adentro al escuchar las bromas de los comensales. Mi madre no comprendía cómo Algunos llevaban hasta diez años en Puerto Rico y aún no hablaban español. A nadie se le ocurría criticarlos, pero era vergonzoso, socialmente, que un puertorriqueño no hablara inglés. Mi madre se levantó un día y acusó a los norteamericanos de habernos colonizado sicológicamente, falso, falso. Mi madre se tragó su rabia y nunca protestó. Siguió dando las mismas fiestas para que los burgueses puertorriqueños se emborracharan y las mismas fiestas para que los norteamericanos probaran comida nativa. Mi madre una noche envenenó a los amigos de mi padre.
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Falso, falso. no se atrevió. Mi padre envejeció creyendo que para mi madre también los norteamericanos eran la gente mejor del mundo. Mi madre envejeció fabricando versos con torres de espuma y ríos de pétalos. Por suerte, olvidaron bajarme del columpio.
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Gustavo Pereira (Venezuela, 1940)
Fin de partida Partir es renacer. Así declaré mi mediodía y así deduje que avanzaba partir es encontrar otros tejados en la helada implacable bajo la cual una muchacha aguarda un hombre que no es uno Se parte de sí mismo y se naufraga entre sábanas y humo o se parte de otros hacia otros Yo partí de mis sesos Conocí la más alta zozobra los declives los bares las colmenas las pesadumbres y sus azoteas los amores sin alma y las penas Y fueron mías la miel y la cadena y la pelambre húmeda y el riesgo /y la locura
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Yo partí de mis pliegues Regresé a mis confines Rastreé /por entre /viejas soledades
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Y descubrí que aún andabas por mis huesos Pero todo fulgor antiguo me fue inútil /Y así lo declaro
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En el polvo de mis libros la ceniza se acumuló como una tumba y el hastío lo invadió todo Así partí otra vez hacia ninguna parte hacia donde rasguear una guitarra era un riesgo apacible sin vanidad ni orgullo ni amargura.
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Antonio Cisneros (Perú, 1942)
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Entonces en las aguas de Conchán
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Entonces en las aguas de Conchán ancló una gran ballena. Era azul cuando el cielo azulaba y negra con la niebla. Y era azul. Hay quien la vio venida desde el Norte (donde dicen que hay muchas). Hay quien la vio venida desde el Sur (donde hiela y habitan los leones). Otros dicen que solita brotó como los hongos o las hojas de ruda. Quienes esto repiten son las gentes de Villa El Salvador, pobres entre los pobres. Creciendo todos tras las blancas colinas y en la arena: Gentes como arenales en arenal. (Sólo saben del mar cuando está bravo y se huele en el viento). El viento que revuelve el lomo azul de la ballena muerta. Islote de aluminio bajo el sol. La que vino del Norte y del Sur y solita brotó de las corrientes. La gran ballena muerta. Las autoridades temen por las aguas: la peste azul entre las playas de Conchán. La gran ballena muerta. (Las autoridades protegen la salud del veraneante). Muy pronto la ballena ha de pudrirse como un higo maduro en el Verano. La peste es, por decir, 40 reses pudriéndose en el mar (o 200 ovejas o 1000 perros). Las autoridades no saben cómo huir de tanta carne muerta. Los veraneantes se guardan de la peste que empieza en las malaguas de la arena mojada. En los arenales de Villa El Salvador las gentes no reposan. Sabido es por los pobres de los pobres que atrás de las colinas flota una isla de carne aún sin dueño.
Y llegado el crepúsculo –no del océano sino del arenalse afilan los mejores cuchillos de cocina y el hacha del maestro /carnicero. Así fueron armados los pocos nadadores de Villa El Salvador. Y a medianoche luchaban con los pozos donde espuman las olas. La gran ballena flotaba hermosa aún entre los tumbos helados. Hermosa todavía.
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Sea su carne destinada a 10000 bocas. Sea techo su piel de 100 moradas. Sea su aceite luz para las noches y todas las frituras del verano.
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Marco Antonio Campos (México, 1949)
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Cine ermita
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Claro y caro era el mundo para él. Claro e insólito el filme con la figura del héroe. Combatiente o artesano, trapecista o estudiante, da lo mismo y no importa. La primera película inicia a las cuatro veintiocho de la tarde, y los rasgos del niño se transfiguran en héroe, y da lo mismo, y qué importa, bailar a lo Astaire o lo Kelly, ser vaquero a lo Wayne, el gran chulo a lo Gassman. Relatos e historias (no lo ignora el niño) se han hecho para él, y en qué forma, y formidablemente, claro. Ríelo y llóralo en el melodrama nacional, extravíalo de frente y de perfil en el perfil italiano de Gina Lollobrigida o en la alba desnudez de Carrol Baker, abúrrelo con Disney con filmes donde el protagonista es elefante o perro, diviértelo, en fin, del todo, distráelo, en fin -mientras afuera, sobre Revolución, se lee en enormes letras: CINE ERMITA, y el tren eléctrico color pajizo enfila hacia el sur, y llueve y la larga lluvia de agosto se alarga y cae desde las goteras, y el agua se mezcla en el pavimento oscuro con el lodo o con aceite blando o espeso, y en el asiento trasero del tren eléctrico despierta el niño, se despereza, y mete el dinero en el bolsillo roto del pantalón.
Jorge Boccanera (Argentina, 1952) El peluquero Asentaba navajas en un listón de cuero, porque era su trabajo arrancarle a los rostros sus animales muertos. Hacía barba y bigote para el espejo atestado de gente. Su navaja pulía aquella superficie, rasuraba los rostros del espejo y haciendo su trabajo, ¿afeitaba al espejo? Era más chico que un tarro de gomina Brancato mi abuelo, pero una cabeza más alto que la muerte. Invitaba al cliente sacudiendo una toalla y el cliente ocupaba aquel sillón Dosetti de madera y entraba en el espejo. El estilista hablaba solamente con su tijera y cuando ella por fin tenía la lengua desgajada hacia un lado, él decía: “servido”.
Un día la muerte, que hojeaba una revista deportiva dijo: “me toca a mí”. Y ocupó aquel sillón, despatarrada y con un remolino en la cabeza. “Tiene un pelo difícil” dijo sin voz mi abuelo.
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Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de talco y usaba un pulcro saco blanco. La muerte –que es prolija–, le envidiaba su colección de peines.
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Después, la muerte asentó su navaja y haciendo su trabajo, ¿rasuraba al espejo? El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera con estrellas de talco. El espejo se pasó la mano por la cara afeitada, suave, como un recién nacido.
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Rómulo Bustos (Colombia, 1954) De la dificultad para atrapar una mosca La dificultad para atrapar una mosca radica en la compleja composición de su ojo Es el más parecido al ojo de Dios A través de una red de ocelos diminutos puede observarte desde todos los ángulos siempre dispuesta al vuelo
Probablemente tampoco distinga entre tú que intentas atraparla y los restos descompuestos en que se posa.
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Parece ser que el gran ojo de la mosca no distingue entre los colores
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José Ángel Leiva (México, 1958)
Gemelos Al caer en la inmundicia se reconocen y atraen las sombras rezagadas No hay principio ni final Perplejidad en el vacío el hambre del azogue -¿Qué hay en el revés de tu belleza hermano del dolor? - Venganza y manadas en silencio -En cambio en mí- alega el monstruoNo hay lugar para esa luz que afila tus pupilas Mi descenso es flor inmanente de la guerra -Impaciencia de espadas garras explosiones /completa la beldad y agita sus alas membranosas en el oscuro espeso
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Los siameses se despeñan con envidia uno del otro Se desmiembran Se aborrecen Se invierten Se llaman por el nombre de sus hijos Lucifer Satán Belial Mammon Adolf Josif Maldoror George Ceaucescu Saddam La hermafrodita legión se empeña en convencer / al mundo “No hay mal que por bien no venga”
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Alberto Rodríguez Tosca (Cuba, 1962) Aquí comienza la enumeración de mis derrotas
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las que propiné me propinaron. Les ordeno marchar en fila india como bestias marcadas con broquetas de azufre a la vista de una horda de ángeles. Les tapo los oídos para que no se distraigan con la euforia de los triunfadores. Las beso en la boca para que se distraigan con mi beso mientras pasa la quinta columna de los hombres felices. Este lunes,
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mis derrotas y yo nos pusimos de acuerdo para mirarnos a los ojos. Ya nos estamos viendo, rozando con los dedos, casi amándonos a la sombra indiferente de un cielo en llamas: amigos idos, cuerpos enfermos, espíritus en ruina, vinos baratos, endiablados alcoholes, heridas en la cara, lenguas traidoras, mujeres en fuga, puertas clausuradas; plegarias, miedos, hambres, hembras, hombres; cansancios, fiebres, filias fobias; héroes, mártires, extravíos de fe; hojas en blanco, naves a la deriva, falsos poemas, entierros, destierros, nombres propios, recónditos adioses, una isla, mis 38 años, todas las tumbas: mi madre en una de ellas, y polvo, polvo, mucho polvo cayendo sobre la realidad como chispas de agua sin consagrar en un bautizo
embrujado. Ya fueron despedidas todas las plañideras. No habrá lamentos pero habrá un gemido. Un solitario gemido de papel a la luz de dos lunas. La mía, y la vieja luna del mundo sobre cuyas laderas se acuestan con la muerte todos los derrotados.
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Buenos días, siglo. Por fin nos encontramos. Ojalá no hayamos llegado tarde a la cita.
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El techo de la poesía
Juan Calzadilla es un poeta que enfrenta la realidad de su tiempo y el quehacer poético sin contemplaciones, ni retóricas. Con la palabra aguda y fina intenta dar en el blanco, en el centro del corazón humano donde duele lo que el mundo ha hecho del hombre. No en vano es cofundador del grupo El techo de la ballena, que se caracterizó por ser un grupo contestatario ante el arte y la sociedad de los años sesenta. Por esto su poesía va en contra del lirismo de las generaciones anteriores hasta el punto de mimetizar el verso con la prosa. Es reflexivo y crítico en su concepción del hombre moderno pero también con la escritura. Escribir sobre el oficio propio, sobre el arte de escribir poesía es un tema recurrente en la obra de Juan Calzadilla, el cual llega a su mejor expresión en el Libro de las poéticas. No es un tema fácil, por cierto, pues para hablar de ello se necesita, más que alguna verdad o respuesta definitiva, que el poeta sea honesto con su hacer, es decir, que tenga por compromiso la poesía misma y espere como única recompensa la palabra. Ingrato oficio, quizás, lo dice el poeta: “lo que me quedó de la poesía – después de haber intentado atraparla- fue el deseo de buscarla (…). Pero no la he poseído más que como necesidad de ella”. No hay forma, entonces, de escapar de ella y como un sino Calzadilla lo asume desde el pensamiento, pero también desde el juego, la ironía y el humor. Supongo que sólo así puede haber un acercamiento al hecho poético porque permite su búsqueda desde muchas miradas: desde el lector, desde el poeta (en sus múltiples facetas, y por qué no, desde las diferentes “clases” de poetas), desde el crítico, desde el objeto contemplado, etc.
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Por: Carolina Urbano
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El Libro de las poéticas, como la imagen que se nos viene a la mente al mencionar el techo de la ballena, es una colección de ideas que salieron a flote para dejarnos pequeñas gotas de deleite con la palabra, gotas amargas para muchos, porque si algo nos recuerda, de manera persistente, las poéticas de Calzadilla es que la poesía puede ser un poderoso antídoto contra la vanidad.
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Juan Calzadilla (Venezuela,1931)
Libro de las PoĂŠticas La realidad Que se oponga pero que deje ver. Como la verja, no como la pared.
El poema
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Que se refleje pero que deje ver. Como el cristal, no como el espejo.
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Gajes de la poesía Gran parte de la poesía de hoy, por no decir que casi toda, es como el autorretrato de alguien que estuviera largo tiempo contemplándose en un espejo frente al cual no hay nadie. -¿Cómo puede verse en un espejo alguien que no está frente a él? –¡Ah! Esos son los gajes de la poesía.
Gema del sentido Hay que hallar el sentido, no la forma. Hacer gema de la transparencia del verbo. Pero que la herramienta no sea el buril o el escoplo, sino el escalpelo. Hay que hacer del lenguaje algo más transparente. Que se pueda mirar a través de su opacidad como a través de un cuerpo.
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El verso libre La forma métrica en nuestra época es una de las fórmulas concretas que se tienen a mano para justificar que todavía se puede escribir poesía sin tener nada que decir. O sea, acudiendo a la forma y presentándola como a la poesía misma. Si hubiese algo que decir, se diría con la mayor naturalidad, sin tener que pasar por un molde. ¡Como si se necesitara comprobar que con algo se lo tendría que medir! Habiendo un curso de agua libre junto a mí, no voy a buscar un vaso para beber.
Hago cuenco con las manos.
El sentido Tus palabras son torpes para representar. Lo que no es torpe es tu convicción de que las cosas podrían llegar a decirse mejor, en cuyo caso la representación no dependerá tanto de la certidumbre de tus palabras como de la verdad de tus sentimientos. Pero si tus sentimientos son confusos, ¿cómo no han de serlas aún más tus palabras?
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-Sin embargo, los poetas comprueban que el balbuceo también tiene sus ventajas.
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Inversión de factores Que el poema sea el que nos lleve de la mano y no a la inversa. Que él nos lea, y no al contrario. En esta perspectiva, nuestra relación con la lectura sería mucho más productiva si el poema, viniendo a nuestro encuentro, se transforma en lo que trae de la mano: un mundo.
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Quiero que la poesía reine
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Quiero que la poesía reine pero que actúe como la prosa. Informal y campechanamente. ¡Que no abrigue en sí tanta presunción de obra maestra! Que esté escrita principalmente en prosa, prosódicamente. Que adopte los giros de ésta, su desnudez, sus saltos y hasta sus caídas libres. Que deje abierta a la duda la puerta del entendimiento y que excluida de la voluble trama metafísica de la versificación pura ponga el sentido sobre la mesa.
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Árbol genealógico El poeta está en el deber de considerar todo lo que escribieron los demás poetas que le precedieron en el uso de la palabra como a su propia obra, del mismo modo en que, en otro orden de ideas, seguimos siendo hijos de todos los padres de nuestros padres. En este sentido puede hablarse de una filiación en línea directa con el idioma, respecto al cual el poeta, declarándole su parentesco, se comporta como un desheredado de todo lo demás: de fortuna, patria, familia, religión, Estado…
El sendero que se bifurca
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Cuanto me ha sido enseñado no lo debo más que a mí. Lo he recogido por el camino, sin que lo hayan sembrado, o quizás mejor, se lo he arrebatado a la noche, en circunstancias que en principio me eran hostiles y contra las cuales -como en las enfermedades- para sobrevivir tenía yo que luchar a brazo partido. Y en eso ha consistido mi aprendizaje. No en cruzar el río, sino en vencer la corriente para labrarme un paso a través de ella. Y con el inconveniente de que no había obstáculo derribado sobre mi camino que no me hiciera ver que tenía que comenzar de nuevo. La estética no cuenta en estos casos. Tampoco las bondades del clima.
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Cuánto hay de desconfianza, tanto hay de poesía Escribir es desconfiable en sí mismo, pues es inseparable de la duda. La duda se manifiesta en la escritura en todo momento y sobre todo antes y después de tomar la pluma. El intermedio está lleno de falsa felicidad. Y consiste en lo que algunos llaman erróneamente júbilo. Pero que no es sino candidez.
La tradición ¿Es que toda tradición es solamente anterior? ¿Acaso no hay una del porvenir? Una tradición de la que no se está arrepentido porque no ha pasado. Una tradición con la que no se esté en duda por el hecho de que pertenece exclusivamente al futuro.
En poesía no hay que hacerse ninguna ilusión respecto de que pueda llegarse a saber. Ni aún si está de por medio el conocer. Saber en poesía es asunto de iluminación genética. La poesía conoce por ósmosis. Y se guarda el secreto.
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El conocimiento en poesía
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El término medio
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El término medio no es mi fuerte. Siempre tengo que inclinarme a un lado, en desbalance, dejando el otro extremo ayuno de mí, cojo. No admito, así pues, ir por el centro del camino recto y conocido, aconsejado por todos. Elijo en cambio, hasta por amor al riesgo, los extremos, la vía peligrosa e innominada, la vía iluminada, esa que nadie fuera del poeta sigue y que, sépase bien, no conduce a ninguna parte.
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Dictado por el absurdo Las cosas que más debe ver el poeta son las absurdas. Las cosas corrientes sólo tienen interés práctico. No enseñan a la experiencia; por el contrario, la constriñen. El absurdo otorga la libertad que le falta a lo real. Pero el absurdo como tal solo puede ser descubierto por el poeta. Y esto es lo que lo hace poeta.
No hay razón por la cual no
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No hay que dejar de reconocer que la poesía se volvió problemática, incluso para los que la hacen. Y en este sentido son más las preguntas que las respuestas que ofrece. Su espacio es la provisionalidad y su frontera de desconfianza. Su estructura, la falta de forma. Su resultado, la incertidumbre y, a veces, unas pocas palabras donde se dice que todo lo que cabe en la página confirma que la realidad se quedó afuera.
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La experiencia considerada como escritura Un poeta es alguien lleno de pudor. Alguien que no “echa todo para afuera de una vez”, sino que se guarda lo mejor, o que prefiere, dado el caso, arrojarlo por la borda para que nadie se entere, y conservar para sí el misterio. Incluso si hablara de su experiencia, la reduciría a sentimientos. Este hábito hace que termine teniendo mala memoria de los hechos. Procede por selección. Omite el argumento y jamás se rebaja a contarlo groseramente, vale decir, como ha ocurrido en la vida real. Ni como lo haría un narrador. En general, supone que la experiencia solo tiene valor considerada como escritura. Y por eso corrige, corrige, como si con esto mejorara su plana, cuando en realidad lo que hace es corregir la experiencia. Y desnaturalizar el sentimiento.
Aviso
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A los consumidores y presuntos usuarios de la poesía se les informa acerca de los riesgos a que los expone el hecho de que, después de cierto tiempo, puedan llegar a comprobar que este producto nunca estuvo de moda.
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En el
nochero
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Notas al pie de una biblia Felipe Agudelo
En Biblia de Pobres hay poco dejado al azar, si es que lo hay, y por esto no quiero dejar de llamar la atención sobre dos cosas formales, puesto que ambas tienen un claro propósito. La primera es sobre el epígrafe que abre el libro, que es no sólo un verso sabiamente elegido de uno de los más grandes poetas y un guiño a uno de los más extraordinarios poemas que uno pueda leer: Una noche con Hamlet, de Vladimir Holan, sino que es una de las claves secretas del libro. Y esto lo menciono de entrada, pues este es apenas el primero de los poetas que asoman en Biblia de Pobres que, como pueden comprobar sus lectores, también opera a la manera de una genealogía poética electiva de Roca. Y la segunda es acerca del título mismo, pues para evitar posibles desviaciones, vale la pena explicar que hace referencia a un tipo específico de libros que se hacían en la Baja Edad Media, antes de Gutemberg, para más señas.
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Título: Biblia de Pobres Autor: Juan Manuel Roca. Editorial Visor. IX Premio Casa de América de Poesía Americana. Madrid, 2009, 82 páginas.
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Y estos eran impresos que se realizaban con técnica xilográfica sobre tablillas de madera. Contaban, por lo general, con 54 estampas que narraban, en dibujos y textos escritos en lengua vernácula, no en latín, episodios importantes de la Biblia. A su manera intentaban poner el saber de la época al alcance de los excluidos, de los pobres. Y es también interesante considerar que así mismo se le dice Biblia Pauperum a las series de retablos que se cuelgan en algunas iglesias y que de manera secuencial relatan un mismo evento bíblico. No obstante, hay que decir que más que interesarse en cuestiones de tipo religioso, Roca utiliza el hallazgo para aplicarse en denunciar la indigencia espiritual que nos rodea y mostrarse solidario con la suerte actual de los desposeídos; es decir, como un recurso para subrayar su postura de repudio a los poderes y al curso de los tiempos que corren. Los cincuenta y cuatro poemas que conforman esta Biblia Pauperum están presentados con diversos ropajes, casi un verdadero catálogo de géneros, de uso poco frecuente. Encontramos parábolas, confesiones, prontuarios, memoriales, crónicas, rezos, genealogías o paisajes que posibilitan el desarrollo de los temas y son el escenario de sus personajes y donde a veces se desagarra sin drama ese antihéroe que es el poeta. Le sirven para hablar de servidumbres, mendigos, heridas, desaparecidos, meseras, enfermedades, hambre, soledad, silencio, desterrados; pasando por mercados de lástima, por hospitales, por iglesias en penumbra, por lugares escogidos del mundo, por salas de niebla, por rincones de Colombia y por el centro goyesco de una Bogotá que es como para mantenerla lejos del alcance de los niños. Son ámbitos duros, qué duda cabe, pero le valen bien para propiciar un ajuste de cuentas con esto que le tocó vivir y para mostrar algo más que los itinerarios de su desencanto, sin culpa ni queja. Hay incluso algunos poemas con un toque autobiográfico discreto, pero no distante, como si a ratos el autor se diera la licencia de pasear por sus mundos cual una sombra.
Los ecos de Santiago Espinosa Lucía Estrada
Santiago Espinosa sabe que la poesía es una invocación, un llamado en medio de la niebla, un grito que se abre paso (y se bifurca) a través de las cosas, una voz que se resiste a desaparecer aunque nadie parezca escucharla. Voz que cala hondo en nosotros y cuyos ecos siguen vibrando, resonando en el silencio; gruta en la que no tenemos otra opción que permanecer dolorosamente despiertos como náufragos que, para seguir vivos, recogen y devoran esas últimas palabras deshechas por el viento. No todo está perdido mientras haya alguien que descifre esas vibraciones luminosas, rítmicas y definitivas que llegan intermitentes a través del vacío, el humo y el estrépito de las ciudades. No todo está perdido mientras ese alguien siga allí, atento, en medio del fragor y del silencio, hilando su propio sonido interior y palpando con manos de sordomudo la exuberancia de la música en el aire nocturno. No todo está perdido mientras poetas como Santiago Espinosa,
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Título: Los ecos. Autor: Santiago Espinosa Taller de Edición Rocca. Bogotá, 2010, 108 páginas.
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escuchen sin parpadear las voces que les llegan de todos lados, renombrándolas, devolviéndoles una forma y un color, un timbre que las acerque a nosotros en su tensión y su vértigo, su insomne tamborileo, su rumor de calle, de barrio, de casa antigua, de habitaciones y objetos detenidos al fondo de la memoria. Tal vez sea una constante en los poetas de la más reciente generación la evidente hostilidad de los acentos con los cuales se expresa la angustia y el reclamo frente a un tiempo cada vez más oscuro e indiferente. En Santiago Espinosa no se antepone esa aspereza aunque la atmósfera de lo que dice subraya suficientemente el trasfondo sombrío de su inxilio, estado al que nos vemos reducidos, me atrevo a pensar, muchos poetas colombianos dentro de una conciencia de desesperanza sin desesperación en la que no hay otro lugar para la plenitud, ni para el sueño, que la misma palabra concebida al margen del miedo y los enmascaramientos “felices” con los que tenemos que convivir a diario. En su primer libro de poemas, Santiago Espinosa une su voz al eco de otras tantas para trazar la parábola del pájaro de luz en medio de las sombras; la mirada posible al paisaje soleado de otros días; el gesto amoroso que redima los cuerpos y las calles de los que ha sido expulsada toda compasión; una palabra que nos haga creer nuevamente en la palabra.
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Línea de encuentro Julián Malatesta
La presente antología es una pequeña colección resultado del trabajo individual, puesto en común en las labores del taller de poesía El Palabreo conformado por un grupo de personas comprometidas con pasión en el trabajo de la escritura, anhelantes por conocer ese extraño suceso de la creatividad que se puede hacer con el lenguaje ordinario. Como grupo, sospechamos que el poema se edifica con un tiempo que nos redime del tiempo habitual de nuestras vidas, y desde allí nos interroga, nos cuestiona, nos instala nuevas preguntas y nos inquiere por nuestro modo de ocupar el mundo. Nuestra confianza en la palabra está hecha con el material de la duda, la fe que le tenemos al agua se ampara en la dimensión de la sed, la palabra de la que somos devotos tiene que mitigar una sed superior, la sed de creación. Por eso combinamos estrategias, somos espontáneos en el palabreo y también palabreamos con cautela, dejamos que la palabra transcurra libre, sin obligaciones y
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Título: Línea de encuentro. Antología Taller de Poesía El Palabreo. Compilador: Ignacio Coral Editorial Universidad Santiago de Cali. Cali, 2009, 173 páginas.
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luego le imponemos deberes, responsabilidades, atuendos que ella no conocía, la sometemos a un diálogo íntimo con la palabra para que abandone sus decorados, salga a hacer mundo, sin la pesada carga de su mundo habitual. En una ciudad afligida por la anodina insensatez de los sensatos, de los cuerdos, un taller de poesía resulta ser el lugar donde los insensatos, los necios, descubren la sensatez. La descubren en la creación, en ese tiempo que ella aprisiona, que los libera de la idiotez de las rutinas, de la tontería de los itinerarios. Como resultado de cuatro años de trabajo sale a la luz esta primera muestra poética de El Palabreo, lugar de necios que creen en la sensatez del Arte. Para más información sobre el libro, ver: http://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com/2010_06_05_archive.html
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Manzanitas verdes al desayuno Marcos Fabián Herrera
La obra narrativa de Milcíades Arévalo representa un ejemplar caso de fidelidad a ciertas obsesiones temáticas, vitales y literarias. Sus relatos y novelas, nutridos de un holgado universo testimonial, aúnan un corpus que trasluce una vastísima miscelánea de vivencias, una autenticidad en su escritura fundada en la transparencia y verismo de sus personajes y un modélico empleo de los tonos dialógicos que deriva en una esencial poesía como rasgo principal de sus ficciones. Libros de relatos como El oficio de la adoración e Inventario de invierno y novelas como Cenizas en la ducha, han eslabonado un mundo en el que el apremio de un estado que se sobreponga a la prosaica realidad se convierte en una pertinaz pulsión, en una desenfrenada vocación transgresora. Su nuevo libro de cuentos, Manzanitas verdes al desayuno, atesora fisonomías sicológicas y apuestas existenciales que le son transversales a la obra. Tal unidad le confiere el
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Título: Manzanitas verdes al desayuno Autora: Milcíades Arévalo Editado por Sociedad de la Imaginación. Bogotá, 2009, 112 páginas
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carácter de cuaderno de viaje que testimonia una azarosa vida. El narrador, en un despliegue de exquisito recuento de bitácora de éxodos y mudanzas, protagoniza una continua afrenta a la ajada realidad, en la que el erotismo, la poesía y la turbación amatoria buscan socavar el dique que blinda la rutina. Ello explica lo avieso del amor en personajes como Azaria en el cuento Fuego de luna y Erika en Todo fue por culpa del amor. El refugio en el placer es un antídoto que pulveriza la negación del sueño. Así, siempre que lo adverso se imponga, el amor se presentará como ensalmo y los viajes como el escape que remedia. Haroldo, prevenido y cauto cómplice del narrador, en una de las piezas que integran la obra, escasea en osadía, en actitud contrapuesta al descomunal ímpetu y valentía que porta el protagonista de cada uno de estos cuentos. Manzanitas verdes al desayuno es un absorbente y deleitoso libro que, en una sabia mixtura de crudeza, floración imaginativa y aprobado dominio cuentístico, revitaliza un género infravalorado por la predecible industria editorial colombiana y confirma la vitalidad y madurez literaria de su autor.
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Mujeres que saben escribir Carolina Urbano
Cuando Laura Restrepo ganó el premio Alfaguara con la novela Delirio uno de los comentarios que recibió del jurado fue su confesión de la sorpresa que había causado el conocimiento de su autoría ya que no parecía una novela escrita por una mujer. Ahora, hasta dónde puede ser esto un elogio depende, creo, de la posición que tengamos frente a las cuestiones de género que tanta importancia han llegado a tener en nuestros días y que no escapa a los temas de investigación literaria como bien lo muestra Cristina Valcke en Perspectiva de género en la literatura latinoamericana, una compilación de nueve ensayos que son a la vez un cuestionamiento y una invitación hacia la literatura escrita por mujeres. Un cuestionamiento porque nos lleva a diferentes interrogantes que surgen de la relación entre literatura y género, pues ¿qué hace que la literatura escrita por mujeres tenga tan poca participación en la historia de la literatura?, ¿qué
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Título: Perspectiva de género en la literatura latinoamericana. Autora: Cristina Valcke Universidad del Valle. Cali, 2010, 212 páginas.
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obras nos muestran el papel que han jugado las mujeres en la sociedad frente a la discriminación y la exclusión que hacen parte de su historia? De alguna manera, estos ensayos pretenden dar una respuesta socio-histórica desde la literatura, sin olvidar el análisis literario desde la teoría literaria. Por ejemplo, Valcke nos recuerda que el hecho de tratar el lugar que la mujer ha tenido en la sociedad, en su aspecto tanto positivo como negativo, no significa que el texto sea de buena factura. Así sucede con la obra de Mercedes Valdivieso La brecha, novela que se queda en el panfleto, en la denuncia y no logra tener el peso literario que la pueda sacar del olvido. No sucede lo mismo con el olvido inmerecido de la escritora Mercedes Hurtado y su novela Alfonso. Cuadros de costumbres, publicada en 1870. Así son la clase de cuestionamientos que intenta resolver Cristina Valcke con sus disímiles ensayos, unos hablan del desarrollo de personajes femeninos en la literatura, como sucede en La María de Jorge Isaacs, otros de la mujer, como escritora, como poeta, en el caso de Meira Delmar y Mariela del Nilo. Unas veces hace un poco de historia con Soledad Acosta y Mercedes Hurtado, otras veces nos presenta a la mujer y la adolescente actual con la obra de Ángeles Mastreta y Yolanda Reyes, respectivamente. Es de resaltar, además, el ensayo sobre Rosario Castellanos, quien con su obra política, más que feminista, nos permite entender su lucha por los derechos de las mujeres. Por esto, el libro de Valcke también es una invitación a quienes pueden ver la literatura femenina y las cuestiones de género con prevención, pues finalmente lo que logra esta profesora e investigadora de la Universidad del Valle es que las cuestiones de género sean entendidas como una realidad. Una realidad que se refleja en toda nuestra historia de la mano de problemas de clase y de raza, resaltados por la autora, los cuales nunca han sido ajenos a la literatura, por el contrario, son temas centrales a la sensibilidad de quienes con la escritura nos ofrecen la posibilidad de acercarnos, de comprender la naturaleza humana que así como a veces nos avergüenza también nos asombra.
Tiempo de crisálida Gabriel Ruiz Arbeláez
Idania Ortiz, quien realiza con Claudia Mantilla el programa radial “El jardín de poesía”, que bajo el patrocinio de la Universidad Industrial de Santander se emite semanalmente y que cada mes invita en vivo a poetas del orden regional y nacional, desatendió la advertencia de la poetisa sueca Edith Södergram cuando en unos bellos versos informa: “No vayas con los pies desnudos por la yerba: mi jardín está lleno de fragmentos de estrellas”, y decide no sólo cuidar el jardín sino adentrarse en sus laberintos con el riesgo de provocarse heridas en sus pies descalzos. Es así como publica su primer libro de poemas que incluye veinticuatro textos donde el amor, el desamor, y los pliegues del deseo constituyen un “corpus” poético que teje una historia permeada por el vacío de la muerte. Así leemos: “Mis temores,/ cual valles/ no tienen esquinas./Galopo perdida/ en el eco sordo/de su trágico adiós./
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Título: Tiempo de crisálida Autora: Idania Ortiz Sílaba Editores, Medellín, 2009, 40 páginas.
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Siento en tu ausencia/ la despedida de sus ojos,/ siento en tu ropa/ su olor lejano y paternal./ Nada extinguirá/ mis infiernos,/ nada devolverá/ su presencia”. En buena hora la naciente Sílaba Editores, en su colección de poesía “Barca”, reconoce, apoya y publica esta nueva voz femenina que con sumo agrado registro para “Luna Nueva”.
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Bestiario en el olvido Carlos Fajardo Fajardo
“En la jaula de los exiliados” está el poeta, desterrado del arca que lo condena a una realidad cruel y triste. Como el suricato, pequeño vigía, el poeta anuncia los peligros, se vuelve vidente de mortales zarpazos; carga su ostracismo perpetuo y, sin embargo, sigue encadenado a su lugar de origen, a un nombre de ciudad, a un amor, a la infancia que lo signa. Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz ha fundado en este libro una poética que dialoga con las formas más seductoras de la fábula, la parábola y el mito; ha instaurado un bestiario como hermosa metáfora devenida en símbolo, donde reflexión, memoria y pasión dan cuenta de nuestro drama. Todo aquí está bajo amenaza. El arca ha partido y Noé ya no es la imagen del refugio. En este territorio del naufragio, animales y hombres están solos. La fábula bíblica sirve al poeta para describir la constante presencia del abismo.
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Título: Exiliados del arca Autor: Jorge Eliécer Ordóñez Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Tunja, 2008, 73 páginas.
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Víctimas del látigo, prisioneros del amor y del desamor, entre la libertad salvaje y la celda doméstica, danzan estos exiliados del arca, marcados con la señal del extravío. Agonía y soledad es su destino, conciencia de estar en los umbrales, en el filo de navajas, marchando hacia el silencio. El poeta, como un niño, juega con sus animales, los inventa, es uno de ellos, se identifica con su salvaje ternura, con la orfandad; es hermano de sus resplandores y tinieblas
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Una antología contra el olvido Alfredo Vanín
Toda antología supone una revisión del estado del arte en algún punto de la historia. Pero es también un arrinconamiento jugarse una posibilidad hasta el extremo y, además, esperar las sorpresas de quien cree tener todos los materiales en la mano y descubrir luego que había muchas más cosas de las que pensaba. Lo único cierto es que cuando inicia su aventura, el antólogo debe al menos tener claro el rumbo de sus brújulas. Este libro –y los precedentes y los que vendrán luego- se volvió necesario porque la historia es sólo entendible por el lenguaje que la habita y la desborda, porque la vida siempre está ávida de palabras, para renovarse, para no extraviarse en el laberinto de sus ciclos poderosos. Los pueblos que habitan este libro fueron creados y habitados con la solidaridad, el extrañamiento y bajo secreto. Solidaridad contra la vida adversa y la opresión,
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Título: Palabras pacíficas. Antología. Mito, historia, tradición oral y literatura del Pacífico colombiano. Alfredo Vanín, compilador. Fundación Sociedad Portuaria de Buenaventura, Cali, 2009, 241 páginas.
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extrañamiento de la tierra dejada atrás y bajo el secreto de un lenguaje que le tiende la mano al primer rayo de luz de la vida libre. Los textos de esta antología fueron escogidos de obras ya editadas, algunos enviados por los propios autores. Nuestro agradecimiento a todos los que nos enviaron o permitieron usar sus textos. Quisimos que el hilo conductor fuera el Pacífico aunque algunos nacidos en la región no están incluidos por razones temáticas o logísticas, nada raro en una antología, creemos haber reunido un número suficiente que posibilite una lectura del Pacífico sin dejar vacíos insuperables.
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