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Confusiones

La vecindad es no sólo complicada sino extraordinariamente contrastante. Aunque la región fronteriza entre México y Estados Unidos constituye un espacio excepcional, distante tanto de la Ciudad de México como de Washington, la realidad es que se trata del punto de conflagración más crítico a la luz del año 2024, momento en que coincidirán las elecciones presidenciales de México y Estados Unidos. Ahí van a converger los miedos de los estadounidenses con las fallas del obradorismo y el resultado es todo menos certero. Octavio Paz escribió que la frontera marca una diferencia cultural más que geográfica, un encuentro de civilizaciones contrastantes. Nada ilustra esto mejor que la forma en que el gobierno mexicano ha respondido ante el creciente clamor estadounidense porque México enfrente sus problemas de seguridad, control fronterizo y migración. No hay ni la menor duda que las llamadas de legisladores y gobernadores estadounidenses tienen una evidente connotación política y electoral encaminada a atraer a sus propios votantes, pero eso no altera el hecho de que lo que impacta a los mexicanos no son los discursos de figuras prominentes estadounidenses, sino la extorsión y violencia que afectan

Templo Mayor

F. BARTOLOMÉ

LA FURIA de Andrés Manuel López Obrador se desató después de que el ministro Javier Laynez desactivó el “Plan B” electoral hasta que el pleno de la Suprema Corte decida en definitiva sobre su constitucionalidad.

Y POR MÁS que su descontento fuera previsible, no deja de sorprender que la respuesta del Presidente fuera una ristra de descalificaciones que nomás no empatan con lo que se esperaría del jefe de Estado de un país democrático.

SEÑALAR a los ministros de ser conservadores, partidarios de la oligarquía y asegurar que están en contra de la democracia es en sí mismo fuerte, pero acusarlos de ser parte de una mafia ya se trata –literalmente– de palabras mayores.

ENRARECER el ambiente con declaraciones desde el Poder Ejecutivo, en vez de esperar a que el Poder Judicial tome su decisión de manera autónoma y sin presiones, se llama coerción ilegítima y en una democracia es, por definición, intolerable.

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MIENTRAS los capitalinos enfrentábamos oootra contingencia ambiental, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, anduvo de gira por Jalisco en donde fue recibida a cuerpo de reina por la Universidad de Guadalajara y por el gobernador de esa entidad, Enrique Alfaro

Y VAYA que sorprendió el trato deferente que tuvo con ella el mandatario emecista visto que, cuando han ido de gira por allá Marcelo Ebrard, Adán AugustoLópez y Ricardo Monreal, no han sido recibidos igual.

AL CANCILLER de plano le reclamó que fuera a regalar paneles solares a Tonalá y con el titular de la Segob se reunió dos veces para tratar temas de la relación de su gobierno con la Federación.

SIN IR más lejos, Monreal, presidente de la Jucopo en la Cámara de Senadores, estuvo el viernes en tierras tapatías y ni un lazo le echó.

EN CAMBIO, a la mandataria capitalina Alfaro la recibió 40 minutos en la casa de gobierno a pesar de ser un día no hábil y la calificó como “amiga”.

¿A POCO el gobernador que llegó al cargo representando a Movimiento Ciudadano está pensando en cambiar su camiseta del naranja al guinda? Es pregunta de colores.

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COMO caballos en el arrancadero andan las y los candidatos a las gubernaturas del Estado de México y Coahuila, pues ya nada más falta una semana para que arranquen formalmente las campañas.

EN EL CASO mexiquense sigue en el aire la propuesta lanzada hace tres semanas por la abanderada de PRI-PAN-PRD-Panal, Alejandra del Moral a su rival del bloque Morena-PT-PVEM, Delfina Gómez, de sostener cinco debates temáticos. Ya se verá si la cuatroteísta levanta el guante... o le saca la vuelta.

LUIS RUBIO @lrubiof

en la etapa de la farsa. Similares disquisiciones tuvieron lugar en los ochenta y la decisión final entonces fue que era imposible resolver problemas clave de México sin la concurrencia del gobierno estadounidense.

a prácticamente toda la población. Envolverse en la bandera es muy emotivo, pero eso en nada cambia el reino de la impunidad y miedo en el que viven prácticamente todos los mexicanos. Igual de evidente es el sesgo que el gobierno actual le ha imprimido a la estrategia hacia Estados Unidos. Reconociendo, así sea de manera implícita, que la geografía es inalterable, el gobierno ha mantenido una política un tanto esquizofrénica hacia el vecino del norte: miedo respecto a Trump, desdén hacia Biden; desinterés por las reglas del juego inherentes al T-MEC vs. respuestas particulares ante el riesgo de que los americanos emprendan acciones punitivas; control de la migración centroamericana, pero parálisis ante la crisis migratoria que percola a lo largo de la frontera. Si fuese posible, el gobierno habría distanciado a México de Estados Unidos; como esa no es una opción, hace lo posible por provocarlo. El riesgo radica en que, cuando las cosas se compliquen, opte por detonar el equivalente de una bomba nuclear. No es un riesgo pequeño o menor.

La solución a los problemas de México no reside en la presencia de tropas (o asesores) estadounidenses en nuestro territorio, pero igual de obvio es que muchos de los problemas centrales que caracterizan a México no pueden ser atendidos sin la concurrencia de los estadounidenses, ni se pueden divorciar de la realidad de ese país. Lo fácil es envolverse en la bandera y tirarse (metafóricamente) del Castillo de Chapultepec, pero eso no cambia las circunstancias de una región en la que unos dependen de los otros.

La situación recuerda a la muy repetida frase de Marx en el sentido que la historia se repite, la primera vez como tragedia, la segunda como farsa y ahora estamos

La noción de que es posible divorciar a los dos países es no sólo nostálgica, sino falaz, meramente ideológica. El verdadero problema de México, que se exacerba por el hecho de la vecindad, radica en la existencia de un gobierno que no tiene capacidad (o disposición) para resolver problemas tan elementales como los de seguridad, justicia y crecimiento económico, todos ellos críticos para salir adelante.

La respuesta visceral es siempre de ataque ante las acciones (casi siempre sólo discursivas) del lado estadounidense, pero eso no resuelve el problema que se enfrenta en México, que no es de drogadicción o fentanilo, sino de la seguridad más elemental que le ha sido negada a la población. No tengo ni la menor duda que las armas que vienen de Estados Unidos contribuyen, incluso de manera decisiva, a afianzar el poder de los narcos, pero el problema mexicano no es ese. Como en tantas otras cosas que caracterizan a la relación bilateral, sea esto de manera directa o indirecta, las armas son un factor meramente incidental.

El presidente sueña con restaurar el viejo sistema político y ha dedicado su gobierno, en su totalidad, a ese propósito. Sin embargo, en lo que toca al asunto de la relación bilateral y de seguridad, el viejo sistema es irreproducible. A mediados del siglo pasado el gobierno federal era hiperpoderoso, lo que le confería la posibilidad de imponerles condiciones y límites a los narcos de aquella época, todos ellos colombianos. Hoy los narcos son mexicanos, tienen regiones enteras bajo su control y el gobierno federal es un enclenque. Peor cuando se acentúa la debilidad al limitar la capacidad de acción del Ejército y la Marina. Mucho peor, porque ese es el asunto de fondo, cuando no se invierte en la construcción de un sistema de seguridad de abajo hacia arriba, el único susceptible de modificar la realidad de impunidad y violencia en el largo plazo.

La vecindad es una realidad inalterable. La pregunta es si México la verá como una oportunidad o como una maldición. Como con Marx, hemos vuelto a la era de la maldición. La única que funciona es la de la oportunidad.

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