Txabi Arnal
Roger Olmos
La leyenda de Zum
Una misteriosa niebla envuelve Zum cada cinco años. A la mañana siguiente se va, llevándose consigo una canción, la primera flor de la temporada y el niño o la niña más desobediente del pueblo.
ISBN 978 84 944137 0 4
La leyenda de
Txabi Arnal Roger Olmos
A Juanan. Txabi Arnal Al Vampirillo y a los niños malos. Roger Olmos
La leyenda de Zum Colección Nubeclásicos © del texto: Txabi Arnal, 2014 © de las ilustraciones: Roger Olmos, 2015 © de la edición: NubeOcho, 2015 www.nubeocho.com – info@nubeocho.com Primera edición: 2015 ISBN: 978-84-944137-0-4 Depósito Legal: M-19804-2015 Impreso en España – Gráficas Jalón Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción.
La
leyenda
Txabi Arnal
de
Roger Olmos
Don Máximo Terco, reconocido explorador,
puso en marcha su más ambiciosa expedición acompañado de tres pastores alemanes, un cocker spaniel inglés y dos pares de botas; uno para los pies y el otro, también. Don Máximo soñaba con alcanzar el rincón más remoto del planeta, y levantar en él un pueblo a imagen y semejanza de su Aum natal.
M路ximo Terco
El polvo y la lluvia del camino destrozaron los dos pares
de botas de Don Máximo, y una copiosísima nevada borró para siempre todo rastro del reconocido explorador.
Don Máximo no consiguió hacer realidad su sueño, pero lo dejó en herencia a sus descendientes, quienes, Terco de apellido y tercos como él, siguieron gastando botas en el empeño de alcanzar el rincón más remoto del planeta.
Hasta que, por fin, durante el atardecer de una
primavera recién estrenada, Martina, la quinta tataranieta del intrépido Don Máximo, lo consiguió. Después de vagar durante semanas perdida en las tripas de una densísima niebla (de cuyas tinieblas nadie jamás había salido con vida), Martina alcanzó el lugar más remoto del planeta, y, tal y como su tatarabuelo había deseado, allí fundó una nueva población a la que llamó Zum; un nombre muy apropiado para evidenciar la enorme distancia que le separaba de Aum, el pueblo de origen de la familia Terco.
Varias generaciones después de su fundación, Zum se
convirtió en un pueblo universalmente conocido. Pero su remota ubicación no era la razón de su enorme fama... sino el hecho peculiar y espeluznante que allí sucedía, puntual y regularmente, cada cinco años. Cada cinco años, ni uno menos ni uno más, durante el primer atardecer de la primavera, una espesa niebla descendía (nadie sabía desde dónde) y cubría cada calle y cada plaza de Zum, cada fuente y cada casa, cada perro y cada gato, desde los bigotes hasta el rabo.
Al amanecer del día siguiente la niebla se retiraba, mas no se
iba de manos vacías. Envueltas en su húmeda capa, se llevaba la primera flor de la temporada, una canción y el niño o la niña más desobediente del pueblo. Los más ancianos contaban que, de esa manera, la niebla se cobraba una antigua deuda contraída por Martina, la fundadora del lugar.
Perder la primera flor de la temporada entristecía a los
habitantes de Zum. Pero no pasaban muchos días hasta que su alegría renacía, a la par que los prados se llenaban de margaritas.
Una canción era olvidada de repente. Acostumbrados a acompañar
sus paseos con una alegre tonadilla, los zumitos (o zumienses) pasaban varios días cabizbajos y decaídos, sin nada que silbar. De cualquier modo, no pasaba mucho tiempo hasta que el músico del pueblo componía una nueva canción, y esta se apoderaba de inmediato de cada calle, cada paseo, cada garganta y cada rincón.