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Una diabólica comedia celestial

«The Good Place» propone un amable y desternillante enredo metafísico.

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TEXTO Alberto N. García [Com 00 PhD 05] es profesor titular de Comunicación Audiovisual y crítico cultural

«Lo que importa no es si las personas son buenas o malas. Lo que importa es si intentan ser mejores hoy que ayer. ¿Me preguntaste de dónde viene mi esperanza? Esa es mi respuesta». Esta sentencia de Michael (un sensacional, siempre elegante, Ted Danson) funciona como síntesis y advertencia: The Good Place es una comedia amable y luminosa, alejada de la descacharrante misantropía que destilan obras cumbre del género como «Curb Your Enthusiasm» o las series de Ricky Gervais. En «The Good Place» las collejas son amables, los villanos de opereta, la gente bondadosa y, al final del camino, siempre reina la esperanza.

Ese optimismo existencial es marca de la casa. Michael Schur, creador de «The Good Place», se curtió en la adaptación americana de «The Office» —mucho menos vitriólica que la original british— y ascendió al Olimpo de la ficción televisiva con «Parks and Recreations», con su proverbial equilibrio entre corazón y risotada. El éxito de aquella hilarante comedia sobre la burocracia y el sentido de comunidad se ha prolongado en Brooklyn Nine-Nine y en este «The Good Place» que ahora nos ocupa. En todas sus series, Schur despliega un acogedor humanismo, atravesado por una sana, casi infantil, mala leche y sin ajustes de cuentas.

Las instituciones acaban funcionando, los errores pueden enmendarse, la redención existe y el amor, oh, triunfa. Uno podría pensar que las series de Schur son bobaliconas, blanditas, políticamente correctas e indigestas en su almíbar. Pero no.

Porque el milagro creativo de «The Good Place» es generar buen rollo mediante un concepto dramático tan disparatadamente sofisticado que, una vez puesto en marcha, permite un torrente de salidas salerosas y giros abracadabrantes. Es un relato que reclama no solo mandíbula, sino también cintura elástica. Los narratólogos de salón serán tan dichosos viendo la serie como los adictos al yogur helado o… los amantes de las aporías éticas. Porque una de las virtudes de «The Good Place» es la labilidad de la premisa. Al fallecer, Eleanor Shellstrop (Kristen Bell) llega al «Buen lugar» del título —una especie de cielo exclusivo, hipervitaminado de felicidad—, donde aterrizan las personas moralmente más excepcionales. Allí, Michael —el director ejecutivo de este selecto más allá— se afana en organizar el día a día con una profesionalidad apabullante. Todo está medido hasta la exageración. ¿Cuál es el problema? Que Eleanor llevaba una vida desastrosa, de egoísta y malcriada, por lo que intuye que su presencia en este trasunto del cielo es un inmenso error. Ella debería pasarse la eternidad oliendo a azufre.

Este punto de partida —una comedia de enredo metafísica— le permite al relato exhibir no solo un baile de identidades y máscaras, sino también darle un centrifugado simpático a preguntas existenciales y dilemas morales

Este punto de partida —una comedia de enredo metafísica— le permite al relato exhibir no solo un baile de identidades y máscaras, sino también darle un centrifugado simpático a preguntas existenciales y dilemas morales. Porque, bajo la corteza de levedad e inventiva propia de una ágil comedia para todos los públicos, late una serie que hace pensar. Que va al núcleo de las primeras preguntas, que también son las últimas. Y lo logra no solo por la agónica indecisión de Chidi (William Jackson Harper), un profesor de Filosofía Moral, sino también por la progresión empática de Janet (D’Arcy Carden), una suerte de robot divino que aloja todo el conocimiento del universo, o por el complejo arco de transformación de Michael. Por desgracia, como pasa en otras comedias de Schur, hay algunos personajes que no alcanzan la genialidad de los cuatro ya citados y acaban resultando cargantes, como la pija de manual que es Tahani o el mentecato de Jason. A cambio, la constelación de secundarios, recurrentes e invitados —otro de los rasgos de estilo de Schur— supone un goce continuo. Quienes hayan visto sus cuatro temporadas le habrán cogido cariño a la risita malvada de Shawn, a la crueldad naíf de Trevor o a la impredecibilidad de la juez Gen, la que resuelve —en el poco tiempo que se lo permite su adicción a las series televisivas— las disputas interdimensionales entre el Cielo y el Infierno.

Chidi intenta definir el «Buen lugar» que habitan de una manera simple: «Es solo pasar suficiente tiempo con la gente que amas». Eso es «The Good Place» también para nosotros, los espectadores. Porque a esta panda se les acaba queriendo muchísimo. Y se nota el vacío una vez terminada. Las cuatro temporadas de «The Good Place» regalan frases memorables, sorpresas épicas, insultos divertidísimos y episodios inolvidables, como el final de la primera temporada, el del dilema del tranvía, el de las múltiples Janets, el del crossover con Justified o aquel en el que se explica cómo funciona la temporalidad en el más allá. Pero, sobre todo, lo que quedará en la retina y el corazón del espectador será un carcajada inteligente, diabólica y entrañable. Nt

APUNTES

LA FE EN LA PEQUEÑA PANTALLA. Habitualmente denostada como elemento dramático, el tema de la fe reaparece tímidamente gracias a series como «God Friended Me» —un ateo al que Dios le solicita amistad en las redes sociales— o «Evil», donde un seminarista católico y una escéptica psicóloga forense investigan posibles milagros. Trascendente.

LA SEGUNDA TEMPORADA DE «THE MANDALORIAN». La plataforma de streaming de Disney ya se ha extendido por todo el mundo. Haber escogido, como emblema de su lanzamiento, esta serie ambientada en el universo de Star Wars fue todo un acierto. La apasionante mezcla de cine de samuráis, wéstern galáctico y un bebé de lo más pocholo regresa en otoño. Gozosa.

«LOVECRAFT COUNTRY» EN VERANO. Dos autores de referencia han unido sus fuerzas: J. J. Abrams y Jordan Peele. Su «Lovecraft Country» es un drama sobrenatural ambientado en la América de los años cincuenta. Racismo, terror, sorpresas y lecturas sociopolíticas en esta serie de la HBO. Intrigante.

NÚMEROS

60

países, además de España, verán el estreno en septiembre en HBO de la adaptación a serie de la novela «Patria».

54

millones de suscriptores había alcanzado ya Disney+ en abril de este año. Una cifra que pensaba conseguir en 2024.

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