Escena
tristán, en el acto III
«Estuve, / donde he permanecido siempre / y hacia donde partiré / para toda la eternidad. / ¡En el vasto reino / de la noche universal / solo se posee / un conocimiento: / el divino, eterno y primitivo olvido!»
Demasiada eternidad
Jonas Kaufmann y Anja Harteros en el segundo acto de la versión de Warlikowski de la tragedia musical de Wagner.
Múnich y Aix-en-Provence firman la última actualización de la ópera Tristan und Isolde, de Richard Wagner. texto Felipe Santos [Com 93]
@ultimoremolino fotografía ©W. Hoesl / Bayerische
Staatsoper
100—Nuestro Tiempo verano 2021
Le debemos a la pasión de Richard Wagner por la mujer de su mecenas esta partitura deslumbrante, en la que sobresalen compases con una de las músicas más bellas jamás compuestas. Así que, tratando de levantar un homenaje al amor eterno que profesaba por Mathilde Wesendonk, terminó por convertir en eterna la obra de arte. La sublimación del sentimiento amoroso fue una constante en el romanticismo. Cuanto más imposible y complejo fuera,
conducía sin remedio a una solución radical. El de Tristán e Isolda no es menos, empujados a vivirlo al abrigo de la noche, hasta que la muerte sea quien los una para siempre. Pero ese «para siempre» ya fue un exceso que no ayudó a la comprensión del sentimiento. Como a la belleza, al amor le ocurre que resulta más cegador cuanto más débil lo presentimos frente al embate de las circunstancias. Cuando se trata de escenificar esta ópera, el relato tradicional no satisface la pro-