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Arte 713

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«Succession»: una familia deliciosamente cruel

Este drama familiar sobre finanzas y poder triunfó en los Globos de Oro.

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TEXTO: Alberto N. García [Com 00 PhD 05], profesor titular de Comunicación Audiovisual y crítico cultural

A bordo de un yate de megalujo, el patriarca Logan Roy le regala este escupitajo a uno de sus hijos, que le acaba de pedir cien millones de dólares para financiar su campaña para la presidencia de Estados Unidos: «¡Todo el mundo piensa que eres un chiste y siempre me avergüenzas hasta la médula!». (En realidad, no dice médula, sino una burrada que mejor no repetir aquí). La escena sintetiza la trama de Succession: ricachones en conflicto, regateos de poder, familias en descomposición y una violencia verbal siempre a punto de hacer volar todo por los aires.

Son características que han aupado a esta serie de HBO Max como una de las más aclamadas por la crítica actual. Y con razón. En unos años de sobredosis en la oferta, Succession se ha ganado un extraño aplauso unánime: el de ser una gran serie «como las de antes». Esa nostalgia crítica apunta a asumir la estela de riesgo y majestuosidad —sin miedo a provocar y pisar callos biempensantes— que propulsaba a aquellas Deadwood, Los Soprano, Mad Men y demás vacas sagradas del inicio de la edad dorada de las ficciones televisivas. La trama tiene un evidente aire de sátira: la disfuncional familia Roy controla Waystar Royco, uno de los conglomerados más importantes de América. Cuando la salud del líder (un solemne, grave, iracundo Brian Cox) se tambalea, comienza una lucha sin cuartel por el control de la empresa. Como si se tratara de una tarde en los coches de choque, los cuatro hijos herederos perpetran traiciones, tejen alianzas, airean trapos sucios, acuden a reuniones familiares con triple agenda o convierten unas vacaciones en el Mediterráneo en la continuación de la guerra por otros medios.

Los espectadores asisten a semejante sangría con palomitas, prestos a recoger la mandíbula mientras musitan, con placentera risa incómoda, un «no me puedo creer que el hermano mayor les haga esta canallada». La potencia de este todos-contra-todos marca la diferencia con el melodrama habitual al adoptar un aire shakesperiano; es como si en cada jugarreta en la que los lazos de sangre se ven trampeados por la ambición latiera el peso del mundo. Los ecos del rey Lear resuenan para los vástagos: «El diente ponzoñoso de la serpiente es menos desagradable que tener un hijo ingrato. Ingratitud: demonio con corazón de mármol». Y los de Ricardo III para el amenazado reinado de Logan Roy («¡Cuánto pesa esta corona!»).

Los constantes requiebros de los Roy se anclan en heridas antiguas e incomunicaciones domésticas, ambas capaces de convivir —¡es la vida, estúpidos!— con el cariño inevitable de haber compartido infancia, ese paraíso del que nunca debimos ser expulsados

Ambas referencias apuntan al cogollo de la serie: la familia y el poder. A estos asuntos, tan viejos como el mundo, Succession les aplica un upgrade temático. Los rascacielos sustituyen a los castillos y las acciones de empresa son las nuevas tierras que conquistar para alcanzar la gloria. Al enemigo, al hermano, se le aplasta en el parqué de Wall Street. Semejante ajetreo —donde ningún personaje tiene la certeza de quiénes son sus aliados y quiénes enemigos— hace de Succession un relato, en primer lugar, muy entretenido. Pasan muchas, muchísimas cosas en esos pasillos de lujo a tutiplén. Cuando un personaje parece contra las cuerdas, al final siempre encuentra una forma reptiliana de revolverse y morder.

No obstante, el mayor triunfo dramático de Jesse Armstrong es lograr que semejante montaña rusa resulte auténtica. Son personajes dibujados con cuajo y sutileza, sin hurtar ni una arista, donde una mirada, un insulto o una sonrisa pueden ensanchar el arco dramático de manera fastuosa. Los constantes requiebros de los Roy se anclan en heridas antiguas e incomunicaciones domésticas, ambas capaces de convivir —¡es la vida, estúpidos!— con el cariño inevitable de haber compartido infancia, ese paraíso del que nunca debimos ser expulsados; no es casualidad que por ahí discurran los títulos de crédito.

Esa misma pluma cuidada, mezcla de maquiavelismo y humanidad, hace que los malnacidos que son todos los personajes que pululan por la trama acaben forjándose entrañables para el espectador. Uno siente vergüenza ajena por las soflamas oportunistas de Kendall, la lengua ácida de Roman o la frialdad emocional de Shiv. Pero, al mismo tiempo, todos dejan entrever una cara B donde se aprecia el dolor del rechazo, la necesidad de ser querido por papá o los costes del naufragio emocional de una vida obsesionada con el estatus y el poder. Si a estas aristas le sumamos algunas secuencias desternillantes con los alivios cómicos (¡qué gran personaje es el primo Greg!), Succession regala un visionado deliciosamente perverso: el de constatar, por enésima vez, que los ricos también lloran. Porque, como todos, son humanos. Demasiado humanos.

Más en la web

Durante el año 2022 publicaremos, además de lo que lees en papel, ocho críticas de series en nuestrotiempo. unav.edu.

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NÚMEROS

559

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55

series españolas vieron la luz en ese mismo año.

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