Sacramento del matrimonio

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El sacramento del matrimonio Hip贸lito Prieto

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EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

LA VIDA SACRAMENTAL 

Los signos son necesarios para la vida del hombre

El hombre no puede prescindir de los signos en su vida personal y social. Mediante esos signos expresa necesidades vitales tan hondas que deben ser significadas de tiempo en tiempo de manera especial. o Una cena o una comida para celebrar algún acontecimiento, se convierten en signos o ritos de nuestra necesidad de unión, de nuestro deseo de comunicación de experiencias. o Regalos o gestos de ternura: signos de nuestra necesidad de amar y ser amados. ¿Qué sería de la ternura de los padres con sus hijos, la amistad y la solidaridad en la prueba, el amor de los novios o de los esposos, la solicitud con los enfermos, si sólo contáramos con la palabra? En los más importantes momentos de la vida, tanto en los alegres como en los dolorosos, las palabras necesitan de gestos para tocar el corazón humano. También la Iglesia tiene gestos que “hablan”. Si las palabras tienen el poder de “tocar”, de herir o de curar, se debe a que aparecen en un conjunto de signos que “expresan el amor o la ternura, el desprecio o la indiferencia. Dios nos toca mediante su Palabra y mediante sus gestos. Sus manos, dice la Biblia, empleando un lenguaje simbólico, nos han moldeado a su imagen. ¿No ha liberado a su pueblo “con mano fuerte y brazo extendido”?... Dios nos toca porque se acerca a nosotros. Ha tomado nuestra humanidad para formar cuerpo con nosotros. Por la mano de Jesús cura, bendice, reconcilia, consagra... 

Aversión por los ritos vacíos

La vida social, cada vez más compleja, ha ido multiplicando los ritos, hasta tal punto que muchos de ellos han dejado de ser significativos para convertirse en fórmulas sin vida. Todos sabemos lo que “significan” (o dejan de significar) muchas invitaciones, tarjetas de felicitación, que son actitudes dictadas por la necesidad de “cubrir el expediente” y que están desprovistas de autenticidad. ¿No habremos caído los cristianos en un “ritualismo vacío”, cuando realizamos las acciones sacramentales de la Iglesia? El gran papel de una celebración, con su carácter festivo, bello, colectivo, esperanzador..., se ha perdido muchas veces en la comunidad cristiana.

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¡Si nuestros ritos significasen siempre un encuentro! Encuentro personal con Cristo, con los hermanos, con la comunidad cristiana que se realiza a través de signos sensibles. Celebramos al Señor y también el hecho de estar juntos. ¿No es acaso que estamos muy poco comprometidos cuando nuestras celebraciones nos dejan un sentimiento de vacío? El que ama verdaderamente se preocupa de prepararse, en cuerpo y alma, para el encuentro con el que ama. El cristiano se prepara interiormente para encontrarse con el Señor, que en el caso del Matrimonio bendice el amor de los esposos y permanece con ellos para que puedan vivir siempre en ese amor. Para “casarse en el Señor” se requiere la fe, si no también se convertirá en un rito vacío. 

Los sacramentos

Cuando Dios lanza una señal, se pone a nuestro alcance. No aplasta sino que eleva. El signo más hermoso del Padre es que ha enviado a su Hijo. La palabra latina “sacramentum” significa entre otras cosas “juramento solemne de fidelidad por medio de un signo auténtico”. Por esta razón decimos que Jesucristo es el sacramento por excelencia que realiza el encuentro entre Dios y los hombres. La Iglesia es, a la vez, sacramento de la presencia de Cristo entre nosotros. En ella cada sacramento es una palabra y un gesto de salvación: el Señor nos hace renacer a la vida, nos confirma y perdona nuestros pecados; nos reconcilia; une el esposo a la esposa; reúne a su pueblo alrededor de la misma mesa y se da como alimento; hace revivir a los enfermos y da pastores a su pueblo. 

Presencia del Señor entre nosotros

Por tanto, en los sacramentos celebramos la presencia de Jesús entre nosotros. Sean cuales sean las cosas que nos sucedan, nuestra edad y nuestra vida, nuestras debilidades y problemas, tenemos la seguridad de que el Señor nos acompaña y nos ayuda. Y podemos encontrarlo. Cristo, por la Encarnación, entra a formar parte de nuestra historia, de nuestra vida. Se encontraron con él los necesitados, los pobres, los enfermos, los despreciados, los pecadores..., y recibieron de sus manos el gesto que cura, y de su boca, palabras de salvación. Jesús resucitado vive en la historia de los hombres y hoy, por medio de su Iglesia, continúa salvando, pronunciando palabras de perdón, curando, alimentando el corazón de los creyentes. Cuando celebramos los sacramentos, festejamos la presencia salvadora del Señor que actúa en medio de nosotros. Las maravillas de Dios no sólo se han realizado en el pasado, también se siguen realizando en el presente. 

Los sacramentos son los grandes signos de nuestra vida de fe

En los sacramentos Cristo sale a nuestro encuentro en medio de las situaciones humanas: cuando buscamos a Dios y el sentido de nuestra vida; cuando experimentamos el sentimiento de culpa; cuando experimentamos el amor, la libertad y la responsabilidad; cuando estamos en el dolor, la enfermedad o la cercanía de la muerte.

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Estos encuentros con el Señor se realizan en acciones y gestos elementales de nuestro existir: salir del agua, comer el pan y beber el vino, ungir con óleo, imponer las manos, pronunciar un sí, reconocer la propia culpa. Estas acciones pasan a ser signos de la nueva vida que inaugurado el Señor resucitado. Son signos de nuestro encuentro con Dios. 

Los sacramentos son celebraciones dentro de la comunidad cristiana

No hay fiesta cuando uno está solo. Tampoco en los sacramentos. Los sacramentos son signos de vida, de amor, de unidad: signos comunitarios. En ellos se expresa toda la comunidad de creyentes como un pueblo salvado, que es une a su Señor en la fe, la esperanza y el amor.

EL MATRIMONIO 

El noviazgo

Cuando un hombre y una mujer se comprometen el día de su matrimonio a amarse durante toda la vida, antes han vivido un tiempo en el que se han conocido, se han comunicado el uno al otro tal como son y han decidido emprender juntos un camino de amor. Este tiempo es el noviazgo, tiempo de ilusiones y promesas mutuas, que desembocará en el encuentro íntimo y pleno del matrimonio. Todo ello es necesario para que el amor de los futuros esposos se desarrolle y crezca, lenta pero profundamente. Su compenetración se lleva a cabo con mutuo conocimiento y libertad y se preparan así a unir sus vidas para siempre. Es un tiempo maravilloso de espera, de descubrimientos, de preparación seria y responsable. 

El amor entre el hombre y la mujer

El amor entre el hombre y la mujer es algo natural. Llega un momento en que un hombre y una mujer se aman, deciden entrar en una comunión estable de vida y amor, para llegar a formar una familia. A esta comunión de vida y amor se le llama “matrimonio”. En el matrimonio los esposos entran libremente, pero ninguno de los dos, ni por separado ni de común acuerdo, puede romperlo. El amor que funda el matrimonio es para siempre. No entramos en el plano religioso. En el plano psicológico y existencial, válido para creyentes y no creyentes, el amor quiere ser definitivo: o hay amor para siempre o no hay amor verdadero. En caso contrario sería sólo un amor-pasión, un amor-sentimiento, un amor-convivencia... La indisolubilidad, por tanto, arranca de la naturaleza del amor, que exige ser para siempre. A favor de esta indisolubilidad natural militan, además, los valores biológicos y humanos que el matrimonio encierra. La procreación de los hijos, así como su educación exigen la estabilidad de la pareja. Sin embargo, la indisolubilidad natural, no es absoluta, es decir, para todos los casos: Pueden darse situaciones en que el bien personal de la pareja o en bien de los hijos a educar exijan la disolución del matrimonio o, lo que es lo mismo, el divorcio. Entra aquí la razón de bien común y el ordenamiento jurídico del Estado para lograr y mantener ese 4


bien común. (No entramos aquí en el matrimonio como sacramento, que si ha sido válido, es siempre indisoluble). En los pueblos más antiguos encontramos normas y costumbres que regulan la unión estable del hombre y de la mujer para construir una familia. No se deja en manos del capricho o del interés de hombres y mujeres. El matrimonio y la familia son la base de la comunidad humana. A lo largo de los siglos, ha habido diversas formas de contraer los esposos matrimonio. En nuestra tradición cultural, cada esposo se entrega, por propia iniciativa y libremente al otro en matrimonio. Es una alianza. También se puede constatar por la historia que el matrimonio ha tenido siempre un color religioso. La pareja se ha encomendado a su Dios a la hora de unirse y le ha pedido prosperidad y éxito en su unión conyugal. En Israel se da el testimonio palpable de la concepción religiosa del matrimonio según vemos en los primeros capítulos del Génesis. Aquellos pueblos nómadas están convencidos de la intervención de Dios en la unión de la pareja humana, haciendo de esa institución algo sagrado. Esta fe no añade contenidos concretos a la realidad de la pareja humana, pero sí añade una referencia a Dios creador del ser humano. El amor encuentra su origen en Dios. 

El sacramento del matrimonio

La dimensión cristiana tampoco cambia los contenidos y proyectos humanos de la pareja unida en matrimonio, sino que da a esos contenidos y proyectos una nueva dimensión: el matrimonio es vivido desde la referencia al misterio de Cristo y al Evangelio. Cristo, presente en el matrimonio, da su gracia y su vida. La opción por el matrimonio cristiano es aceptar el compromiso de vivir según el Evangelio y proclamar vuestro amor ante la Iglesia. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos”. El matrimonio es una señal exterior y visible que ponen hombre y mujer, diciéndose ante la Iglesia que se aman y que quieren seguir amándose. Ese rito exterior descubre que Dios acoge, bendice y consagra ese amor humano. Quien se casa en el Señor, es decir, mediante el sacramento, toma conciencia explícita de la presencia de Cristo en su vida conyugal. Vivir conscientemente el matrimonio cristiano como sacramento es caminar con Cristo, que ennoblece y alienta cada día más la comunidad conyugal para amarse, ayudarse, sobrellevarse y perdonarse desde el amor sincero. La presencia de Cristo en el amor humano: o Purifica el amor humano: Vence el egoísmo, hace que cada uno dé lo mejor de sí. o Consagra el amor humano: No tanto a las personas que ya está consagradas por el bautismo, sino el amor que se tienen esposo y esposa. El matrimonio es, a su vez, sacramento o signo de otro amor más fuerte: el amor de Dios al hombre, a la humanidad. El Antiguo Testamento compara la alianza de Dios y su pue5


blo elegido, Israel, con la alianza matrimonial –comunidad de vida y amor- de un hombre y una mujer. Dice el Señor a su pueblo: “Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad y te penetrarás del Señor”. (Oseas 2, 21-22) La mutua entrega de un hombre y una mujer bautizados, a fin de vivir en comunión de vida y amor matrimonial, es sacramento o símbolo de la alianza de amor y fidelidad de Cristo con su pueblo, la Iglesia.

“Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”

Muchos hombres y mujeres se dijeron un día “te quiero”. Pero con el pasar del tiempo, ¿es posible continuar diciendo lo mismo? En la vida de cada día se descubre lo que cada uno es: su carácter, los defectos, los aciertos y los fallos, y llega un momento en que los gustos no coinciden, tampoco las ideas. Así surgen los enfados, las riñas. Hay otros momentos también de prueba: una enfermedad inoportuna, un revés económico, problemas de los hijos... y entonces parece que los días felices, llenos de amor y de alegría no volverán... Será necesario ponerse de acuerdo, ajustarse el uno al otro en todas estas cosas y continuar amándose en medio de la prueba, compartir ese sufrimiento mutuo. ¿Es posible? En estas situaciones habrá que decir a los esposos lo que San Pedro dice a los cristianos: “Procurad todos tener un mismo pensar y un mismo sentir: con afecto fraternal, con ternura con humildad. No devolváis mal por mal, o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición”. (1 Pedro 3, 8-9) Los esposos encuentran modelo y fuerza en el amor fiel de Cristo que se entregó hasta la muerte. El amor de los esposos tiene, por consiguiente, una íntima relación con el de Cristo: vence las dificultades y renuncias, y aún, a través de ellas, crece su entrega y fidelidad. “Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. (Marcos 10, 6-9) Unidos con el Señor cada uno de los esposos por el bautismo, Cristo mismo los une en el matrimonio para que sean, a través de su vida matrimonial, presencia y testimonio vivos de la entrega y fidelidad del Señor. Para que se dé el sacramento del matrimonio además del bautismo, se requiere la fe, tener fe. 6


Si se tiene el sacramento del bautismo, en la mayoría de los casos recibido antes del uso de razón, no se está ya, sin más, en la disposición necesaria para el sacramento, sino que se requiere, además, una aceptación responsable del bautismo como adhesión a Cristo; se requiere necesariamente una vivencia de la fe cristiana. Si los esposos permanecen fieles a su bautismo, Cristo no deja de ayudarlos con los dones de Espíritu divino, para que “en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad” la entrega y fidelidad de los esposos vayan acercándose crecientemente a la entrega y fidelidad de Jesús. “El amor es paciente, es afable, no tiene envidia; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites”. (1 Corintios 13, 4-7) En el matrimonio cristiano los esposos intentan amarse como Cristo amó a su Iglesia, que se entregó a sí mismo por ella. Y esto sólo es posible si cada uno de los esposos vive la vida nueva recibida en el bautismo. Unido cada uno de los esposos a Cristo es Él quien hace de esta unión natural una unión sacramental, un signo o símbolo vivo del amor de Cristo a la Iglesia. 

Amarse para formar una familia

Dios quiere que entre hombre y mujer se realice una alianza de amor. “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. (Génesis 2, 24) La unión del hombre y mujer es una imagen de Dios, creador de vida. Dios bendice al hombre y a la mujer en la creación como imagen y semejanza suya, otorgándoles el don de dar vida a nuevos seres. “Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y le dijo: Creced, multiplicaos”. (Génesis 1, 27 ss) Dar vida a otros es un don especialmente divino y, a la vez, una llamada de Dios al hombre y a la mujer para que colaboren responsable y amorosamente en su obra creadora. Un hijo es la prolongación viva del amor de los esposos; es sin duda el don más excelente del matrimonio y contribuye al bien de los propios padres, afianza su unión matrimonial y favorece la entrega y fidelidad de su amor. Dar vida a unos hijos, criarlos y educarlos es una de las misiones más importantes que pueden recibir de Dios un hombre y una mujer. En Concilio Vaticano II señala la gran responsabilidad de esta misión: “Los esposos saben que son cooperadores del amor del Dios creador y, en cierto modo, intérpretes de ese amor. Por eso con responsabilidad humana y cristiana cumplirán su misión, y con dócil reverencia hacia Dios se esforzarán ambos, de común acuerdo y con común esfuerzo, por formarse un juicio recto, atendiendo tanto a su propio bien personal como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía por ve7


nir... y, finalmente, teniendo en cuenta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad y de la propia Iglesia” (Constitución sobre la Iglesia en mundo actual, nº 50) Para realizar, pues, esta misión que Dios encomienda al matrimonio cristiano, los esposos deben cumplirla con responsabilidad y sin egoísmo. 

El matrimonio como forma de realizar la vocación cristiana

Los esposos cristianos realizan su vocación cristiana cuando: 

Son testigos con sus vidas de que, gracias a Cristo y a los dones del Espíritu Santo, puede haber en el mundo un amor fiel y totalmente entregado, a pesar del paso del tiempo y de toda clase de obstáculos y dificultades. La raíz de esta fidelidad necesita ser purificada día tras día por la acción del Espíritu y la renuncia al egoísmo, es decir, por la constante conversión.

Extienden la Iglesia para el Reino de Dios, teniendo hijos y educándolos en la fe. De este modo, los esposos cristianos son testigos de la resurrección y de su esperanza. Los padres son los primeros catequistas.

Forman una comunidad familiar, que es la comunidad cristiana o iglesia más pequeña: en ella se ora a Dios, y todo se vive desde la fe, la esperanza y el amor.

Así lo recoge el Concilio Vaticano II: “Los esposos cristianos en virtud del sacramento del matrimonio por el que manifiestan y participan del misterio de la unidad y del fecundo amor entre Cristo y la Iglesia (Efesios 5, 32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de los hijos y, por tanto, tienen en su condición y estado de vida su propia gracia en el Pueblo de Dios”. (Constitución sobre la Iglesia, 11) La Iglesia invocará así la bendición sobre los esposos: “Nuestro Señor Jesucristo os conceda ser testigos fieles de su resurrección en el mundo y esperar con alegría su venida gloriosa” (Ritual del Matrimonio. Bendición final )

LITURGIA DEL SACRAMENTO 

Prepararse en la fe

En esta hermosa y difícil aventura, un hombre y una mujer, que se reconocen también pecadores, van a poner su vida en común. Animados por el Espíritu Santo, que recibieron en el bautismo, desean comprometerse entre sí con un corazón liberado de todo egoísmo. ¿Cómo podrían dejar de pedir la gracia del sacramento de la reconciliación, confesándose bien, o cómo podrían dejar de participar en la eucaristía el día de su boda?

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Lo más frecuente es que el matrimonio se celebre en el transcurso de la misa, entre la liturgia de la Palabra que la ilumina, y la liturgia eucarística que hace presente la nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo. Este vínculo entre ambos sacramentos es significativo. Los esposos, que van a compartir la misma mesa cada día, buscan gracia y fuerza en la misma mesa del Señor. Asimismo, tras haberse dado el uno al otro por mediación del consentimiento, no pueden evitar el recordarlo en el momento de la consagración: “...la noche en que iba a ser entregado, tomó pan,... diciendo: - ... esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”. De esta nueva Alianza, don de Cristo, toma sentido la alianza de los nuevos esposos. Por esta razón tendrán como un honor participar en la eucaristía del domingo a lo largo de toda su vida. 

¿Quién confiere el sacramento del matrimonio?

La liturgia del sacramento del matrimonio muestra que no es el sacerdote quien casa a los novios. Estos se casan intercambiando sus consentimientos: se confieren el uno al otro el sacramento en presencia del sacerdote que da a este compromiso su alcance eclesial, y en presencia de los testigos que representan a la sociedad. Actuando de este modo en nombre de Cristo y de la Iglesia, los esposos deben ser libres y conscientes de sus compromisos. Por esta razón el sacerdote, que recibe sus compromisos en nombre de la Iglesia, les interroga de este modo: o N. y N. ¿venís a contraer matrimonio sin ser coaccionados, libre y voluntariamente? - Sí, venimos libremente. o ¿Estáis decididos a amaros y respetaros mutuamente durante toda la vida? -Si, estamos decididos. o ¿Estáis dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos, y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia? - Sí, estamos dispuestos. Ser libres, comprometerse para toda la vida sólo con esa persona y aceptar la responsabilidad de esposos y de padres: esas son las condiciones que pone la Iglesia para que los cónyuges queden realmente unidos por el matrimonio. 

El consentimiento

Los que entraron en la Iglesia como novios, saldrán como marido y mujer. Este cambio se opera por el intercambio de los consentimientos, momento esencial del sacramento que inaugura la comunidad de vida y amor. El carácter sacramental se manifiesta y queda asegurado por la presencia del sacerdote, que requiere el consentimiento en presencia, al menos, de dos testigos. El sacerdote dice: “Así, pues, ya que queréis contraer santo Matrimonio, unid vuestras manos, y manifestad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia”. 9


Los novios se dan la mano e intercambian el mutuo consentimiento. El varón y después la mujer dicen: “Yo, N., te recibo a ti, N., como esposa (esposo) y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. Este diálogo es claro y simple. Los novios aspiran y se preparan para él; los casados lo recuerdan y lo viven. En este sacramento, en el que ambos se vuelven una sola carne, es Cristo quien habla de una parte y de otra. Es él quien, por boca de cada uno de los cónyuges, expresa su amor por su Iglesia. Ambos contrayentes hablan libremente, se comprometen para siempre, toman sus responsabilidades. Su palabra es palabra de amor, libre y sincera del uno al otro y al mismo tiempo puro amor de Dios. Hay varias fórmulas para intercambiar el consentimiento, pero todas expresan la misma verdad. El sacerdote dice, en nombre de la Iglesia, que recibe el compromiso como sellado. El sacerdote extiende la mano derecha sobre los cónyuges y dice aquellas palabras que son eco de las de Mt 19, 6: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Toda la belleza y grandeza del sacramento están significadas en estas palabras. 

La entrega de los anillos, símbolo de fidelidad

A continuación el sacerdote bendice los anillos y los esposos se entregan su alianza. “Alianza” es un nombre significativo, un precioso símbolo del amor y de la fidelidad. N., recibe esta alianza, en señal de mi amor y fidelidad a ti. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo. Según las costumbres locales, en este momento, también se entregan las arras después de ser bendecidas. Significan que en el matrimonio todo se va a compartir. N., recibe estas arras como prenda de la bendición de Dios y signo de los bienes que vamos a compartir. Tras la celebración del matrimonio comienza la vida común entre un hombre y una mujer, viviendo el amor de Cristo en el corazón de la realidad matrimonial y dentro de una comunidad cristiana: la Iglesia.

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EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO LA VIDA SACRAMENTAL      

Los signos son necesarios para la vida del hombre Aversión por los ritos vacíos Los sacramentos Presencia del Señor entre nosotros Los sacramentos son los grandes signos de nuestra vida de fe Los sacramentos son celebraciones dentro de la comunidad cristiana

EL MATRIMONIO      

El noviazgo El amor entre el hombre y la mujer El sacramento del matrimonio “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” Amarse para formar una familia El matrimonio como forma de realizar la vocación cristiana

LITURGIA DEL SACRAMENTO    

Prepararse en la fe ¿Quién confiere el sacramento del matrimonio? El consentimiento La entrega de los anillos, símbolo de fidelidad

RECUERDA: 1. Los dos fines esenciales del matrimonio-sacramento son: el amor mutuo entre los esposos y la procreación. 2. El sacramento del matrimonio es indisoluble. 3. El sacramento del matrimonio expresa el amor que tiene Dios a los hombres y el amor que tiene Jesucristo a la Iglesia. Por tanto, este amor debe ser: total, perdonador, abierto e íntimo, despierto y fiel. 4. En la celebración del matrimonio, los contrayentes proclaman públicamente su amor ante la Iglesia.

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