OBED DELFÍN
DÍAS Y NADA MÁS
Días y nada más Obed Delfin
Caracas, Venezuela, 2017 Editorial el delfín loco
© Obed Delfín Carcas – Venezuela - 2017
A Pecoso
Odiseo Odiseo no tenía muchas ganas de volver a Ítaca, porque sino se hubiese ido derechito y en un rato hubiese llegado. Claro de haber sido así, a los días Penélope estaría fastidiada de tener a aquel hombre en la casa sintiéndose olvidada después de haber tenido tantos pretendientes atentos a sus deseos y gustos. Odiseo, por su parte, se la pasaría pensando que aquella le había sido infiel, lo mismo y con más razón lo pensaría la antes amada esposa. El hijo de ambos, en un primer momento, se hubiese alegrado de que el pae hubiese vuelto, pero a los días estaría cansado de los regaños de éste; y ya no tendría los regalos que los pretendiente de la mae le traían porque dice un dicho popular que «la vaca se gana por el becerro». Los esclavos estarían mal humorados, porque Odiseo les echaría la culpa por el estado calamitoso en que se encontraban las tierras mal atendidas, porque «el ojo del amo engorda al ganado». Odiseo se la pasaría todo el día de mal humor recordando aquellos días de gloria en Troya y con las troyanas; refunfuñaría de aquí para allá y de allá para acá, suspiraría a cada momento porque «quien ha sido marinero cuando ve la mar suspira» dice el poeta. Por todas esas razones, prefirió comenzar su odisea que lo llevo a la gloria en los versos del rapsoda, guió sus pasos a los brazos de Circe más interesante que la aburrida vida domestica. En cuanto islote veía de una vez se quedaba allí varios días y hasta meses, buscaba algún monstruo con quien enfrentarse sino lo hallaba se lo inventaba; la cosa era ganar tiempo para no volver a los regaños y a las sacadas de trapos de Penélope. En eso era bueno Odiseo, en no regresar a casa. Pero como Homero ya era viejo lo obligó a volver y allí se acabo la historia.
Los Libertarios Cuando los libertarios y democráticos agarren el poder se destrozarán a dentelladas entre ellos, así como los mesiánicos le han sacado las tripas a todo el mundo. Porque para estos políticos mercachifles el santo patrón al cual le rinden culto, es aquel a quien Juan Vicente González imprecaba con el mote de «Catilina»; sí aquel a quien llamarón el «Padre de la mentira» al cual el héroe de Las Queseras del Medio le perdonó la vida porque iba a ser fusilado, por lo cual El Ilustre Americano estuvo siempre agradecido del llanero. Tal santo es aquel pérfido de Antonio Leocadio Guzman, del cual cada político tiene en su cartera una estampita para rezarle cada mañana y cada noche para que lo ponga donde hay.
De primer mundo ¿Por qué será? Alguna bendita explicación mágico-religiosa o alienígena ancestral debe existir que expliqué tal cosa. Si uno se toma una foto en Caracas, con todo el esfuerzo que uno haga siempre sale esmirriaito en la misma. Si se la toma en Charallave ni se diga hasta las alarmas de la INTERPOL se activan; o si se la toma en Guarena-Guatire lo más probable es que la DEA haga presencia por la casa de uno, porque no hay manera de quitarse de encima ese aspecto de fotomatón. Algo debe de haber, porque en cualquier foto que uno se tome o le tomen por estos lares uno sale flaco, feo, sudado, doblado como flor de barranco, con cara de tercermundo; con la mirada perdida como de quien acaba de haber sido atracado; con cara de delincuente o de paludismo como si lo estuviesen buscando los de la seguridad. Y no hay manera de corregir tal cosa ni con la última versión de photoshop; tal vez sean las configuraciones astrales o las constelaciones. Pero eso sí, si por alguna causa o motivo uno viaja milagrosamente a Berlín, Milán o New York y se toma una foto allá, uno sale guapo, se ve alto, saludable, atlético, se le ve el cabello brillante que ni con Pantene; parece de primer mundo, hasta con cara de inteligente sale. Algo ocurre, que hasta uno termina por creer en los determinismos geográficos. La posee de uno en la consabida foto es erguida como de prócer, la mirada abarca el infinito y más allá. ¿Por qué será tal cosa? Es extraño pero ocurre, y a diario.
El premio Ayer me gané un premio. Tenía tieeempo en verdad que no me ganaba nada. Desde aquella vez que me gané dos trompadas por estar de metido en lo que no era mi problema. Claro, dirán que no es lo mismo, pero me acordé de eso. Porque los recuerdos aparecen cuando quieren y son más impertinentes que retortijón de purgado en medio de una declaración de amor.
Bolívar Como me dijo una vez el Dr. Manuel Carrero: Bolívar fue el único a quien nadie le pagó ni las putas ni el aguardiente porque para eso tenía plata, para pagárselas él mismo. Uno dirían que cosa ma grande, otros «bendito». Por acá que vaina más buena.
El periódico Antes uno compraba el periódico o se paraba en el kiosco, porque no tenía ni medio en el bolsillo, a leer los titulares para enterarse de lo que había sucedido en el mundo. Todas eran noticias de ayer, como dice la canción, pero así era. Hoy se enteraba de lo ocurrido ayer. Ahora con internet todas las noticias son un presente, no hay el ayer noticioso. Tal vez esto no permite la reflexión que otorga la pausa del tiempo, todo sucede y se desecha simultáneamente. No hay pausa entre un acontecimiento y otro, tampoco para la reflexión.
Andrés Bello Andrés Bello es un caso extraordinario en la vida nacional. El que haya existido en medio de aquella caterva de bebedores de aguardiente y cogedores de putas que hubo en el periodo independentista y republicano es un milagro. Es la excepción que confirma la regla. Porque como dijo el héroe de Las Mucuritas: Venezuela es como un cuero viejo cuando se pisa por un lado se levanta por el otro.
Llegar a viejo Mucha gente que está por la edad de los 30, 40 o empezando los 50 años le preocupa llegar a viejos. Tal vez por eso cada década les produce una crisis. En mi caso, este año cumplo 59 años y el próximo 60, es decir, que el próximo año seré oficialmente un anciano y estaré listo para el desaguadero o cuando mucho para latonería y pintura. Cuando hago memoria nunca me he dado cuenta si he llegado a padecer esas crisis de la edad, porque siempre he vivido en un permanente estado de menesterosidad el cual me ha tenido ocupado. Pero pienso, para mi coleto, que el problema no es llegar a viejo, sino llegar a viejo y cabrón.
El portaviones A mediados de los ochenta, si mal no recuerdo, llegó a las aguas venezolanas un portaviones de la Armada estadounidense que venía de visita diplomática, y no como diría Blacaman El Bueno. Aquel barco era tan grande como nunca habían visto ojos en El Litoral y eso que han visto de todo, desde la entrega del Generalísimo hasta el Pez que fuma y pare de contar. Tuvo que fondear a lo lejos, aguas adentro. Dicen que no pudo atracar en La Guaria porque sino la tripulación hubiese tenido que desembarcar unos en La Guaria, otros en Puerto Cabello y los demás en La Vela de Coro, porque a Coro casi le llegaba la proa de lo grande que era ese animal de barco.
La compra Fui a abastecerme para estos días de paro, la plata me alcanzó para comprar tres yemas y dos cambure verdes. Los sancochare y los rayaré para que rindan. Al llegar, con aquel miserable bastimento, me puse a mirar el comportamiento de Miserere. De allí sospecho que los gatos deben estar tramando conquistar este planeta y hacer esclavos a los humanos, sino están considerando seriamente que la naturaleza les debe pleitesía.
Nos toco vivir Nos tocó vivir, así como a los demás, con unas lumbreras científicas, campeones de la lógica y de la ciencia. Famosos eran entre ellos mismos, por ese talento aparente que engaña sin servir para nada y por esa elocuencia que aturde sin servir al entendimiento. Se habían hecho memorables, porque podían hablar más dos horas seguidas sin que nadie entendiera nada, e incluso sin entenderse ellos mismo. En medio de todo aquello, andaba perplejo yo. Entre tanto respeto y veneración, vanidades sin fundamento ni sustancia, igual que las adulaciones oficiosidades que se prodigaban entre tan grandes hombres; porque la pretendida grandeza humana se disuelve casi siempre en palabras vacías.
Otra vez Bolívar ¿Qué habrá querido decir El Libertador cuando señaló que los Estados Unidos “parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”? ¿A qué hará referencia? Y ¿por qué ha hecho esta aseveración? ¿Cuál es el desarrollo del argumento para llegar a esta conclusión? Hasta el momento, ¿habrá habido una correcta interpretación (dentro del pensamiento de Bolívar) de esta sentencia? O ¿solo ha habido interpretaciones a partir de ideas externas a las de El Libertador? “En su opinión, hasta que los pueblos de Hispanoamérica no adquirieran las virtudes políticas de sus hermanos norteamericanos, los sistemas de gobierno popular, lejos de ser una ayuda, podían ser su ruina. Ése era uno de sus mayores temores. Bolívar no confiaba en el pueblo como masa” John Lynch “Los norteamericanos ya habían recorrido el camino de la independencia y realizado progresos hacia la construcción de una sociedad democrática e igualitaria en la que la educación, la alfabetización y el voto estaban mucho más avanzados de lo que hasta entonces se había logrado hacer en Colombia” John Lynch
Eugenita Ya Eugenita es una anciana, no solo por la edad. Sino por sus movimientos lentos, por la miraba extraviada, por lo que ya deja de hacer que antes hacĂa, por lo que ya no puede hacer; por su pensar mĂĄs lento, porque el cuerpo ha sido doblegado por el tiempo. Esa cosa extraĂąa, que el humano no logra comprender y que se le escapa irremediablemente de las manos.
El mortadela Cuando el mortadela eterno decía que Bolívar era socialista, lo que provocaba era arriarle una sola patada por la jeta. Porque ofender de tamaña manera el pensamiento político del Libertador era vergonzoso. Asimismo, la tesis «pueblo y ejército, ejército y pueblo» en estos cuatro meses ha mostrado que es palabrería vana. Ya que ambos estamentos aun cuando convivan en la República no pueden mezclarse, por ser incompatibles en sus funciones. Uno es represor, del otro tenemos que preguntarnos ¿qué es eso que llamamos pueblo? Porque tal palabra se usa para cualquier cosa, según la conveniencia de quien la mienta. Hambreando se entiende la gente.
Incomunicación Cuando somos hijos creemos que son nuestros padres quienes no nos entienden, después cuando nosotros somos padres creemos son los hijos quienes no nos entienden; si somos alumnos son los profesores quienes no nos entienden, ahora si nosotros damos unas mochos de clases estamos convencidos que son los alumnos quienes no nos entienden. Y así vamos haciendo con todo lo que nos rodea. Somos los únicos —y nuestro círculo íntimo de allegados— quienes entendemos lo que pasa. Sin embargo, los demás piensan lo mismo de nosotros, que nosotros no entendemos lo que pasa. ¿Será esto parte de nuestra incomunicación personal? Por ello, el poder de no amar convierte nuestra vida en un caos emocional, y transforma a esta nuestra vida en una amenaza física.
La República La imagen que ofrece la República al iniciar el siglo XXI es la de la discordia. Una discordia más profunda que la querella política, pues consiste en la superposición de formas jurídicas y culturales que deforman nuestra realidad, la asfixian e inmovilizan. Al amparo de esta discordia prospera una casta que es incapaz de transformarse en clase. Vivimos una vida envenenada por la mentira y la esterilidad. Cortados todos los lazos se hace inútil toda relación. Estamos encerrados en formas muertas, reducidos a una imitación unilateral ignorante. Solo nos queda la asfixia y la soledad. La República no se sabe dónde está, pero se puede reencontrar. Pero que el Presidente no existe es algo que confirman los sistemas de verificación.
Esos que se la dan de revolucionarios a costa del
dinero del Estado nunca se cansan de repetir las ficciones del muerto; mientras los otros se consideran y comportan como si fuesen los descendientes directos de los próceres. Para ambos, los demás somos gentuza que merece sus desprecios, porque de algún modo permanecemos en su maravilloso mundo de intenciones turbias y aviesas. Todos son unos cretinos sanguinarios, lo que hacen es pedir la muerte del otro. Los que tienen cuatro años matando a la gente de hambre y necesidades ahora piden que no haya clemencia para los “terroristas”. Se la dan de santurrones. Anhelo un fin de semana de siete días por encima de la deshonestidad, del engaño, del desafecto, donde solo se pueda ser lo que se quiere ser.
La caída Esta mañana el cielo estaba límpido después de que anoche llovió con ganas y con desmesura. Salí con el compromiso de pagar la luz y no la del entendimiento como diría el poeta. Iba pensando en la E Street Band y en aquello de “los vagabundos como nosotros, nena, nacimos para correr” y así andaba por la calle. Pero los caminos del señor y las aceras de la República son incognoscibles y tortuosas; caminaba inocentemente cuando, no sé si con una concha de cambure o tal vez con la canilla de satán, que quiere que uno caiga en pecado, me tropecé y me fui de bruces; mientras caía vislumbré que delante mí había una moza remoza era ella, era lo único lo juro que había donde agarrarme; y no quiero decir por hombre, así dijo el poeta, las cosas que pasaron por mi cabeza, la luz de la imaginación me hace ser muy comedido. Y allí caí entre sus brazos.
Internet De haber sabido que iba a existir internet, nos hubiésemos tomado una de esas fotos históricas donde salen todos los amigos juntos, medio abrazados y sonrientes. Largo sería nombrar a tantos amigos y aún más a quienes se van perdiendo en medio de la desmemoria. Pero que foto nos íbamos a tomar, si no teníamos ni una miserable Polaroid de esas instantáneas de las que salía la foto medio verde. Solo teníamos esas caras de hambre y de vagabundos a granel; y más importante aún teníamos toda la vida por delante.
Garrincha Eduardo Galeano dijo que Garrincha fue el único que nunca supo que el futbol era un negocio. Por eso, “cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo, la pelota un bicho amaestrado, el partido, una invitación a la fiesta. Garrincha no se dejaba sacar la pelota, niño defendiendo su mascota, y la pelota y él cometían diabluras que mataban de risa a la gente; él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se escondía, él se escapaba, ella lo corría” Eduardo Galeano No solo el futbol es un negocio. Muchos de nosotros no sabemos o no sabíamos, en cambio, que toda la vida se ha convertido en un negocio. Donde la vida tiene un precio de lo más bajo. Creo que más bajo que un kilo de quinchoncho.
El emprendedor Cuando estés en una de esas pendientes agarrado a la misma con las uñas como una cabra montés y el aguacate (persea americana, o palta) que intentas agarrar está a 14 metros de altura, que no me vengan con el cuentico de «querer es poder», que tú eres un «emprendedor», se positivo, se humilde, se ganador, que eres el futuro o que eres único y toda esa monserga. Porque además tuve que correr, y más que correr rodar cuesta abajo mientras veía que se iba a lo lejos el aguacate de la ensalada del almuerzo. Porque el muérgano del aguacate rodó y yo con él más de 50 metros pendiente abajo porque la pértiga se partió cuando ya lo tenía dominado o él me tenía dominado a mí no sé, esto solo los dioses lo sabrán.
Tembló Tembló, 4,5 en la escala de no sé quien. Apenas comenzó a temblar, yo grité — mama con yuca— y salí disparado como alma que lleva el diablo por esa puerta calle afuera, iba por el medio de la calle a todo perder; en medio de mi tribulación, no sé porque, me acordé del poeta Vallejo y aquel poema del odio de Dios. Imaginaba, mientras corría, que había comenzado la ira de dios por ser tan tarambana y que había llegado el fin de los tiempos. Seguía corriendo cuando me percaté que la gente, parada en la acera, me miraba con cara de asombro. Me fui deteniendo poco a poco tratando que el resuello me volviese al cuerpo, había corrido no sé cuánto tiempo ni cuanta distancia. Creo que el sol empezaba a ocultarse cuando comencé a caminar de regreso a casa.
El televisor En mi casa la televisión llegó tardíamente, yo estaba en primer grado de la escuela primaria tenía entonces siete años de edad cuando apareció en la sala el televisor, cuando llegué de clases allí estaba el aparato; en ese entonces las transmisiones comenzaban a mediodía y terminaban a medianoche. La radio llegó antes, era un aparato de esos pequeños que se colocaban en cualquier lugar para oír las noticias, música y las novelas radiales. El «radio picó» (radio pick up), como se le decía, era otra cosa, era un equipo más complejo traía radio y plato para los discos de vinilo grandes; de éste no recuerdo cuando apareció en la sala de la casa.
Un gato ¿Qué pensará un gato que mira a la distancia? Estará pensando en comerse un ratón o estará pensando en ese tonto humano que lo contempla a través de la ventana. O que un beso es un arma para distancias cortas
Preguntar Cuando vamos dejando de preguntar Âżpor quĂŠ? Nos vamos olvidando de las causas u origen de las cosas. Comenzamos ha olvidar que hubo un inicio; que hubo una chispa que desencadeno o una tormenta o un arcoĂris o cualquier otra cosa. Nuestro pasado se va volviendo blando y difuso. Nosotros como historia nos vamos perdiendo hasta llegar a no saber que somos; hasta llegar a perdernos en la bruma de un mero presente. Ninguna pregunta se debe dejar a un lado, porque todas conforman nuestro relato. Conforman lo que somos y lo que no somos.
El vendedor El vendedor de verduras tiene que ser un augur; pues al pesar las papas sabía cuánto me quedaba en la miserable tarjeta de debito porque eso fue exactamente lo que me cobro el muérgano. De allí deduje que una persona se constituye tanto por su pasado que pasivamente lo determina como por la validez de su proyecto histórico, el cual mueve su voluntad que es dispersa y da unidad y trascendencia a su esfuerzo individual y social. Por eso, tenemos que ser cada día admirablemente impertinentes.
El objeto más solitario del mundo Allá, el 5 de septiembre de 1977 fue lanzado al espacio de los dioses eternos el Voyager 1, ese año cumpliría 19 años, días antes habían lanzado el Voyager 2. Los lanzamientos fueron hermosos entre lo que se podía ver en la televisión en blanco y negro que era lo que había en casa y en todas las casas de los vecinos; la de color no había llegado aún, vendría años más tarde en medio de discusiones insulsas; todavía no había nacido un oso y de un niño ya sabía que existía. En ese entonces, faltaban muchos años más para saber que Ray Bardbury, el poeta del espacio, escribía sobre naves que paseaban por el universo los sueños de los huérfanos del sistema solar. El mismo día del año 2017, cuarenta años después el Voyager 1, ahora cumpliré 59 años, ha salido al espacio interestelar; ha llegado y traspasado a la inmensidad de la soledad. Ha dejado atrás la heliopausa, el último suspiro del Dios ante el cual aztecas, mayas, incas, egipcios, nórdicos, africanos, asiáticos… se han postrado para venerarlo. El Voyager 1 sigue su curso de ermitaño más allá de todo recuerdo; es un viajero arcaico y el objeto más solitario de este mundo.
Volvió a temblar Esta mañana tembló. La lámpara tintineaba y los vidrios de la vitrina sonaban en señal de alerta; la silla donde estaba sentado parecía una chalana en el Golfo de Cariaco. Yo pensé, de ésta no se salva ni El Libertador porque si en 1812 no quedó ni una astilla en 2017 no quedará ni el recuerdo. Yo miraba la ventana y no recordaba donde había guardado el parapente, porque los quince pisos que me separan de la calle los pensaba planear como si estuviese en Dubai o tal vez en pleno vuelo gritaría como el lorito: «más pajita, más pajita».
Todo quedó en calma Todo quedó en calma. Los muertos reclaman el no olvido, los vivos no saben qué hacer. Los mesiánicos siguen desgobernando, los libertadores cargan con su desesperanza. Los políticos siguen haciendo lo que saben deshacer. La esperanza está extraviada. Como dice Serrat: el rico a su riqueza el pobre a su pobreza cuando se acaba la fiesta. Todo esto es porque, muchas veces, nuestras conversaciones se convierten en un arriesgado caminar en círculo entre equívocos y espejismos. La verdad es que no son diálogos sino monólogos. Nunca oímos lo que dice el otro o si lo oímos creemos siempre que dice otra cosa. De esa manera hemos terminado por irrespetar al otro, mientras tanto nos irrespetamos a nosotros mismos.
El pan Fui a comprar pan. Había de guayaba, de cabello de ángel, de fruta y algún que otro más. Dije el de fruta ha de ser bueno y me decidí por ese. A esas alturas ya estaba como los perros de Pávlov, me tuve que secar varias veces y seguido la boca por miedo a babear la camisa. Quien cobraba el bendito pan era una muchacha con su más hermosa sonrisa que demostraba un alto nivel de inteligencia interpersonal, diría Gardner; o que podía derretir uno de esos iceberg que se la pasan desprendiéndose y andan a la deriva por la Antártida. En ese trance, me dijo lo siguiente —cosa que luego entendería— ahora le vendemos el pan y luego cuando quiera pasar por acá en horario de oficina de lunes a viernes le damos con mucho gusto las frutas. Gracias por su compra.
No vemos a linda Cuando Heidegger se interrogaba sobre: ¿Por qué hay ente y no, más bien nada? Se ve a las claras que el compadre no estaba en Venezuela en estos últimos cuatro años. De haber estado acá des-viviendo no se hubiese hecho semejante pregunta en ¿Qué es metafísica? Porque con solo salir a la vía, que es de la necesidad, se hubiese dado cuenta que lo que hay por estas calles, como se titulaba la telenovela, es la nada. Por estos macondos de dios, la nada campea: nada de comida, nada de política, nada de gente, nada de prosperidad, nada de éxito, nada de decencia, nada de ciudadanía. El ser está acorralado contra las cuerdas como Betulio González. Entonces, en todo su esplendor, viendo como la República anda en hilachas sería acertada aquella su frase célebre «la nada nadea». Tal vez, la pregunta en estas circunstancias antro-filosóficas sea al revés ¿Por qué hay nada y no, más bien ente? Porque hace tiempo que por estos lares no vemos a linda.
Sin tu amor “Soy igual que un niño, falto de cariño…” Iba cantando yo a todo gañote por el medio de la calle cuando la vi, dejé de cantar en ese momento dejando la estrofa en suspenso. Estaba parada allí en la esquina, era más hermosa que un tulipán; buscaba algo, irremediablemente supe que era a otro y no a mí. Del puro embeleso perdí el entendimiento, como diría el poeta. Más impresionado que santo Tomas de Aquino ante la Summa Theologiae, la miraba y miraba. Era imposible no mirarla, hasta el santo de Hipona hubiese descuidado sus haceres de haber estado allí. No sabía qué hacer. Pues sin entendimiento ni razón estaba a la deriva. Con el último arrebato de lucidez y con la voz más dulce que pude terminé la estrofa que había quedado en suspenso “…sin tu amor”.
La dama de rojo Tengo unos años que no visito a la dama de rojo. Tampoco le he escrito nada. Tantos años juntos aprendiendo en su regazo todo lo que hoy sé. Un día nos despedimos, esa fue la primera vez, nunca antes lo habíamos hecho. Ese día sabíamos que era tiempo de separarnos. Yo volví, pero sabía que no había porque hacerlo. Ella ya me había educado por veinte años, en ella me devele al saber que me había encontrado a mí mismo. Eso lo supimos ambos, tal vez por eso un día con De Profundis de Wilde nos dijimos adiós; después regresé el libro porque había que hacerlo. Y ella estaba allí, siempre hermosa y silenciosa en su saber. Entre joven a su alma y salí casi viejo. Entre ignorante salí con un poco más de entendimiento. Siempre nos quisimos el uno al otro. Me dio todo lo que sé en abundancia y con generosidad. Nos amamos. Entre sus brazos disfrute de los antiguos, los modernos y los contemporáneos. Navegué por mares y tierras que nunca llegaré a ver, pero allí estuve. Es la primera vez que escribo sobre ella, me gustaría que fuese como una carta donde le escribo requiebros de amor. Porque en ella leí a Góngora y a que Quevedo; a Ovidio y a Platón; a Bradbury y a Bukowski. En ella me entregué a la filosofía, al arte, a la novela negra. Me perdí entre vivos y muertos; entre poetas y prosistas; entre pintores y arquitectura. Pasaron muchos años, veinte fueron. Hermosos años de lecturas feroces. La dama de rojo siempre será parte de lo que soy, no puede ser de otra manera. O tal vez, soy lo que ella quiso que fuera.
© Obed Delfín Carcas – Venezuela - 2017