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NUESTRA COMARCA
from Revista febrero 2021
by Guía de Ocio
LOS HOMBRES DEL ARENAL
Mario Ocaña
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Surgidos en el silencio de los arenales de la península Arábiga y fieles a las palabras de una nueva fe, sorprendieron a los gobernantes de Bizancio, últimos herederos de la dignidad imperial romana, como un torbellino imparable. En muy poco tiempo ocuparon las tierras del Medio Oriente con sus ciudades, fortalezas, mercados, caminos y puertos y, también, los lugares considerados como los más sagrados de la cristiandad. Contemplaron, no mucho más tarde, los perfiles de las pirámides enormes y las ruinas de los templos que levantaron los faraones a dioses olvidados hacía más de tres mil años en las tierras de Egipto que el Nilo riega y, buscando siempre el Occidente, pegados a las costas del Mediterráneo, se fueron adueñando de la Tripolitania, Tunicia y llegaron al Magreb, donde encontraron su Finisterre en las playas infinitas que bate el Atlántico. A cada paso fueron incorporando a los pueblos descendientes de Roma a la nueva religión y a la nueva cultura. Sobre los templos paganos y las iglesias cristianas levantaron mezquitas; favorecieron y aseguraron las redes comerciales que a través del Sahara pasando por Tombuctú, abastecían las costas mediterráneas; fundaron ciudades nuevas y se fusionaron con los pueblos y las culturas precedentes. Los árabes, los originarios de Arabia, constituían la minoría dirigente frente a otros musulmanes procedentes de los territorios sometidos de Anatolia, Siria, Judea, Egipto, Mesopotamia y Berbería que formaban la mayor parte de las tropas de los ejércitos islámicos.
Desde el Este, como el viento de levante, llegaron y se instalaron en la orilla sur del Estrecho, sin que nada los detuviese, allá por el 711 de la era cristiana. No tardarían mucho en pasar al otro lado y expandirse por las tierras que pronto comenzarían a conocerse como Al-Ándalus. De aquellos tiempos lejanos conserva la memoria, y, sobre todo, la geografía y el paisaje del sur en que vivimos, recuerdos imborrables. Al este de la bahía de Algeciras se alza la mole de Gibraltar. Debe su nombre a Tariq ibn Ziyad, gobernador de Tánger, que cruzó el Estrecho en la primavera del 711 y conquistó el asentamiento humano que, a partir de entonces, conocemos con el nombre de Algeciras. Era un 27 de abril del 711 cuando sucedió tal hecho, según los historiadores. De Yebel Tariq, Gibraltar: la montaña de Tariq. Este gobernador, un poco más tarde, en julio del mismo año, derrotó en singular batalla a las huestes del rey visigodo don Rodrigo, lo que dejó expedito el camino para que el Islam se extendiese por la península Ibérica como una mancha de aceite. La batalla, dicen, fue junto al río Guadalete. Otros opinan que pudo ser junto a nuestro más cercano y conocido Guadarranque.
Al otro lado del Estrecho, en Marruecos, se levanta otra mole de roca viva, que se refleja en la mar y cambia de color, como los camaleones, según pasan las horas del día. Lo llamamos Yebel Musa, en recuerdo de Musa ibn Nusair, gobernador musulmán de Ifriqiyya, en el actual Túnez, jefe de Tariq. A partir de ahora, las antiguas Abila y Calpe, las milenarias montañas que recordaban la figura del Hércules mitológico, cambiaban su nombre para conservar la memoria de dos grandes conquistadores de carne y hueso.