Un nuevo concepto de belleza emerge lentamente. Apartada de las tradiciones, una estética disruptiva se configura a partir de la tensión y en el choque de elementos como fuerza creativa. Es una belleza incómoda, pero extrañamente atractiva, que comienza a teñir productos, tiendas, exhibiciones, editoriales. Sobre la tríada ser humano, ciudadano y consumidor, el acento vuelve a estar puesto en el primer aspecto. La humanidad comprendida en su complejidad, con sus puntos claros y oscuros. Para los diseñadores se trata de un tiempo proverbial, porque sin un marco estético de referencia hay espacio para diseñar desde la creatividad más visceral.