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Cooperación, colonialismo y crisis
Carlos Emiliano Villaseñor Moreno
carlos@oem.org.mx Graduado de la licenciatura de ciencia política en el ITAM y actualmente analista en temas de equidad de género en Latinoamérica en Aequales.
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Hemos hablado extensamente en las últimas semanas de la agenda y desarrollo de la COP26 y de su importancia en el contexto de la transición energética actual. Sin embargo, me parece que uno de los temas que más permearon el debate cayó en oídos sordos. En más de una ocasión se escuchó pedir a los/ as líderes y representantes de los países no pertenecientes a las naciones “desarrolladas”, una agenda diferenciada que tome en cuenta sus contextos, sus necesidades, el punto en el que se encuentran en su desarrollo. Fuera de la conferencia activistas indígenas y defensores de la tierra alzaron la voz para conmemorar a los 1005 compañeros que han sido asesinados alrededor del mundo desde la firma del Acuerdo de París; denunciaron la continuación de prácticas colonialistas, basadas en la explotación de personas y recursos, como si el hecho de que fuera en nombre de la sustentabilidad les fuera justificación suficiente; y finalmente recriminaron el que sus voces fueran sistemáticamente ignoradas incluso cuando participan formalmente en la COP. Unos días después la variante Omicrón es descubierta en África y las naciones “desarrolladas” proceden a actuar exactamente de la forma que se les criticó y se les pidió evitar tan vehementemente. Estas acciones consisten principalmente en el bloqueo y restricciones de viaje a todos los países del continente con casos identificados, sin que estas medidas o algunas similares se extendieran a sus contrapartes europeas que también ya se encontraban lidiando con casos de esta variante. Nesrine Malik del periódico británico de The Guardian describe la reacción de estas naciones mejor de lo que yo jamás podría, afirmando que, “hay algo ridículo en la estructura de toma de decisiones políticas que no ha aprendido nada de los últimos dos años, dos años durante los cuales el Reino Unido ha tratado de minimizar y asumir, en casi todo momento, que podría escapar del destino de otros países. Dos años durante los cuales ha surgido una cepa muy particular de arrogancia angloamericana, una que cree, falsamente, que si levantamos nuestros muros lo suficientemente alto, almacenamos nuestras vacunas y establecemos un apartheid de viajes, entonces la pandemia terminará para nosotros, incluso si continúa fuertemente en otros lugares.” Las palabras de esta periodista pueden aplicarse casi sin cambiar una palabra al resto de estas naciones “desarrolladas” y para más de una de las crisis que experimentan nuestras sociedades modernas. Frente a la hecatombe que representa la crisis ambiental la cooperación es funda-
mental y este tipo de respuestas que predican colaboración y unidad desde el confort de un búnker erosionan la confianza en esfuerzos internacionales que cada vez más parecen garantizar únicamente la salvación de unos cuantos. Hamza Hamouchene, investigador y activista algeriano, ya mencionaba algo similar en 2020 cuando se especulaba la muerte del petróleo por los efectos de la pandemia actual. Su argumento consistía en dejar claro que cualquier transición de los hidrocarburos a energías limpias debe necesariamente tomar en cuenta las relaciones de poder del sistema energético actual, las cuales están basadas en un sistema extractivista que tiene sus raíces en legados coloniales y neocoloniales de explotación del Sur Global. Estas economías ocupan una posición subordinada como proveedor de recursos y mano de obra baratas y en muchas ocasiones como meras zonas de sacrificio con poblaciones de sacrificio, destinadas a ser saqueadas de todo lo que tienen. Bajo este marco no es sorpresa alguna que surjan discursos nacionalistas propios en las naciones del Sur Global, siendo México y la nueva reforma energética de la administración de Andrés Manuel López Obrador un muy claro ejemplo. Un claro ejemplo de una confianza erosionada en agentes extranjeros y privados y una narrativa popular de regreso del control a los
mexicanos de lo que es suyo. Sin embargo, tal y como es cierto para las naciones “desarrolladas” que no hay muros suficientemente altos para detener la crisis que viene y que la cooperación es elemental para nuestra futura supervivencia, también lo es cierto para el Sur Global y para México. Las interacciones entre naciones deberán redefinirse con base en el reconocimiento de estas relaciones de poder tan evidentemente desiguales y esto requerirá una presión organizada de los países del Sur Global tanto en foros internacionales como en el fortalecimiento de su gobernanza interna para garantizar que, el estatus, ya conseguido en papel, de naciones independientes con voluntad propia sea cada vez más también una realidad material. La identificación de aliados/as de naciones en situaciones similares y en la inclusión más profunda de la sociedad civil, la ciudadanía y los/as activistas pueden ser el primer paso para llevar a cabo una transición energética justa.