Viaje alrededor de 750 palabras
¿
Se puede reflejar una parte de la realidad en un folio? ¿Cabe un mundo personal alrededor de 750 palabras? ¿Son suficientes o necesitamos ocupar varias páginas para expresar una mirada, una sensación o un recuerdo? Pienso que la literatura se encuentra en minoría con relación a las demás artes: ante la sutileza y el colorido de la pintura; ante la belleza y la expresividad de la escultura; ante la fuerza y elegancia de la arquitectura; ante la ternura y turbación del cine; ante la ligereza y gracia de la danza; pero sobre todo ante la música, que quizá sea la forma de expresión más compleja y profunda que existe. Pero a veces, sólo contamos con palabras, con la única herramienta que nos queda. Quizá las palabras no puedan competir contra un crepúsculo, el aroma del jazmín o una melodía seductora, pero uno se entretiene tejiendo humildemente con palabras, para intentar atrapar la esencia de una emoción, o plasmar la belleza de un paisaje, aunque el resultado quede lejos de lo esperado. Es una tentativa, muchas veces vana, de reflejar el misterio de un gesto lánguido o de descubrir la inocencia en los ojos de un niño. Durante casi tres años, he tenido la manía de anotar meras divagaciones, de intentar apresar recuerdos o sensaciones que percibía, y también de fabular pequeñas historietas que imaginaba. ¿Ha valido la pena el esfuerzo? No lo sé. En mi caso, la ficción y la realidad se han entremezclado y se confunden; desgraciadamente no consigo distinguirlas. A veces parto de un recuerdo lejano, pero sin querer, empiezo a recubrirlo con matices, miradas y resonancias, y le otorgo
vida propia. A esa metamorfosis, que yo me he acercado con poca fortuna, quizá podríamos denominarla: literatura. Todo viaje es una aventura que empieza con cierta esperanza pues nunca sabes qué sorpresas nos puede deparar el siguiente escrito. Cada trayecto, como cada instante de nuestra vida, es único, diferente y también puede ser fascinante. Quizá he abusado de ciertos temas. Posiblemente. Ante algunos temas candentes o actuales no me siento cómodo, y si entrase, tal vez pisase terrenos un tanto resbaladizos para mí. Cuando uno escribe debe trazar su propio camino, independientemente de si tiene aceptación o no. Además, la vida es demasiado corta para perderla intentando agradar a los demás. Borges dijo que un libro es una cosa más entre la vastedad de cosas que pueblan el universo. Es cierto. Además, no hay que darle más importancia de la que tiene. He hecho una recopilación de escritos que ya se han publicado y de otros que todavía no. De ello, se edita este libro. ¿Qué pasa completamente desapercibido y sólo le interesa a escasas personas? No importa. Si nos hemos metido en esta aventura, no perdamos la compostura y fracasemos con el mejor ánimo posible, sin lamentos y aceptando nuestro destino. Y aun sabiendo que este libro pronto yacerá en el dulce foso del olvido, me gustaría que mi nieta cuando fuese mayor, se entretuviese en leer algunas de sus páginas. Espero que no sea hipócrita, sino tolerante y sepa perdonar mis torpezas, contradicciones y debilidades. También me gustaría que supiese estimar la vida plenamente, que no la viviese con miedo, que aprendiese que nunca es tarde para empezar de nuevo, que cada día encontrase momentos bonitos y agradables, que no se cogiese las cosas a la tremenda, y que no se arrugase antes las adversidades. Mientras pulía los textos, tenía la sensación de que en algunos han pasado más de mil años y no me reconozco. En fin. Cada escrito es fruto de unas circunstancias. Si vuelvo a
las andadas, me sacudiré de encima esa cansina melancolía que arrastro, y sacaré a relucir mi lado salvaje. Prometo ser mucho más mordaz, radical e irreverente. ¡Al carajo lo que piensen los demás! Creo que acabaré siendo un viejo gamberro. Quiero agradecer al editor del semanario “El Dissabte” Vicente Jovaní por permitirme publicar durante casi tres años mis escritos, así como a su redactora María José Sánchez que aguantó estoicamente mis continuas rectificaciones. Ha sido un viaje lleno de incertidumbres, de búsquedas y también de encuentros y de alegrías, pero como cualquier aventura, ésta toca a su fin. Es hora de arrinconar las ensoñaciones, de intentar desconectar esta convulsa y maldita mente que me devora cuando se revoluciona y se pone a mil por hora, de volver a la realidad y de regresar a casa. Benicarló, febrero de 2014.