“Aprendí a leer en Cochabamba”
IMPRESO EN COBOCE-EDITORA OPINIÓN
nº 293 cochabamba, 12 de diciembre de 2010
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ramona cochabamba, 12 de diciembre de 2010
La RAMONA recibió la Medalla “Huáscar Cajías Kauffman” del Premio Nacional de Periodismo
Animales en
ANDRÉS LAGUNA ace unas semanas, cuando Sergio de la Zerda me contó que OPINIÓN postularía a la RAMONA, representada por sus tres editores, a la Medalla al Mérito Profesional “Huáscar Cajías Kauffman” al Profesional de las Nuevas Generaciones 2010, que otorga la Asociación de Periodistas de La Paz, como parte del Premio Nacional de Periodismo, tuve un leve sentimiento de incomodidad. Ese tipo de reconocimientos siempre parecen lejanos, ajenos, hacen parte de una dinámica a la que no solemos pertenecer. Supongo que así se sienten los periodistas culturales de casi todos los medios bolivianos en situaciones similares. Somos una especie en peligro de extinción, que lamentablemente no tiene muchos activistas a su favor. No tenemos nada parecido a Greenpeace o a la World Wide Fund for Nature, lo que nos hace sentir casi condenados. En las redacciones somos algo así como el ejemplar excéntrico que tiene que estar ahí porque la tradición así lo dicta, pero son pocos los que nos extrañarían si desapareciéramos, son muchos los que preferirían canjearnos por uno o dos reporteros de sociales y de farándula. Hace unos días, cuando Sergio me escribió contándome que nos otorgaron la Medalla, por un segundo pensé que me estaba jugando una broma. Luego caí en cuenta que a estas alturas de la vida, mi querido amigo, ya no está para esos chistes. Como me dijo, cuando lo llamé, “era ahora o nunca, porque ya no estamos tan jóvenes, lo de ‘nuevas generaciones’ ya no se acomodaría a nosotros”. De pronto pienso, en una frase del gigantesco Bob Dylan, que me recordó hace poco el venerable Juan Villoro: “No confíes en nadie mayor de 30 años”. Y pienso, que el promedio de edad de los miembros del equipo de redacción de la RAMONA se acerca peligrosamente a esa cifra. No importa. A nuestras incansables ocho páginas semanales todavía les faltan muchos años para cumplir tres décadas. Intentaremos siempre ser confiables. Invitando a firmas que rebajen nuestro promedio de edad y que nos recuerden que nunca se debe dejar de lado al desenfado, al entusiasmo,
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a la alegre rebeldía. Supongo que este es el momento perfecto para agradecer una vez más a OPINIÓN por darnos el espacio y la casi total autonomía que tenemos desde hace más de cinco años, que nos permite hacer algo que no dejamos de disfrutar, periodismo cultural. Es el momento perfecto para agradecer a todas las instituciones y personalidades que apoyaron nuestra candidatura: José Camargo, director de la Carrera de Comunicación Social de la Universidad Mayor de San Simón; Marcelo Guardia, director de la Carrera de Comunicación Social de la Universidad Católica Boliviana; Emile Flesh-Gómez, directora de la Alianza Francesa; María Julia Suárez, directora del Centro Boliviano Americano; Rodrigo Mita, director académico del Instituto de Filosofía y Humanidades “Luis Espinal”; Franklin Anaya, director del Instituto “Eduardo Laredo”; y Ramón Rocha Monroy, Premio Nacional de Novela y Cronista de la Ciudad. Es el momento perfecto para agradecer a todos los colaboradores que han firmado memorables textos en nuestras páginas. Es el momento para agradecer a
PREGUNTITA ¿Qué podría revelar Wikileaks de la llegada de Luis Miguel a Bolivia?
todos nuestros lectores, a la gente que responde a nuestras “preguntitas”, a los que nos mandaron mails de aliento, de felicitaciones y/o de zarandeo. Es el momento perfecto para agradecer a todos los que han hecho posible que la RAMONA sea lo que es. Vivimos tiempos duros para la práctica periodística. Los medios de comunicación cada vez son menos rentables y defienden intereses más cuestionables, cada vez son menos autónomos y más manipulados. Los periodistas vivimos en la cuerda floja, vivimos con constantes amenazas, la inestabilidad laboral y la mediocridad están intoxicando letalmente un oficio que ha perdido casi todo el glamour, la ética profesional. En Bolivia muchos de nuestros colegas levantan banderas poco legítimas y responsables, son alarmistas y tendenciosos. Muchos anuncian la muerte del oficio tal como lo conocíamos. Es aterrorizante pensar que estamos cerca de convertirnos en simples altavoces de los más poderosos, instrumentos de la manipulación de la información. Vivimos en tiempos desalentadores. Cada vez hay menos razones para ser periodista. Menos para ser periodista cultural, la especie que casi todos los jefes de redacción consideran más prescindible. Lo que nos debe salvar es la obstinación, creer que todavía se puede informar éticamente, creer que todavía la palabra es el arma más letal y perdurable, que nuestro ejercicio siempre es una declaración de principios y un compromiso, que jamás estaremos dispuestos a corrompernos o a vender nuestra pluma al poder. Justamente, ese ha sido el compromiso de la RAMONA desde que se publicó, no dar ningún tipo de concesión. Somos concientes de que estamos en peligro de extinción, pero no desapareceremos sin dar lucha, manteniéndonos inamovibles, confiando en que nuestras palabras son fértiles y sinceras. Nuestro trabajo es difundir el quehacer creativo humano, a través de la escritura, hemos querido irradiar esa materia esencial que hace humano al hombre, celebrar sus coqueteos con la divinidad, con lo trascendental, el arte y la cultura. En estos cinco años de práctica ramonística , Santiago Espinoza, Sergio y yo, además del resto del equipo*, hemos aprendido mucho, hemos cometido varios errores, muchas veces no hemos estado a la altura de las situaciones, pero siempre hemos estado convencidos de que la RAMONA contribuye al panorama artístico cultural nacional. Algo hemos hecho, de eso estoy seguro. El compromiso permanece intacto, que esta sea una oportunidad para reiterarlo públicamente, cada vez parece ser más urgente. Aquí estamos, firmes, dispuestos a vencer cualquier intento de extinción. *El equipo de la RAMONA, además de los antes mencionados, está actualmente conformado por los hermanos Javier y Luis Rodríguez Camacho, Luis Brun y Adriana Campero, con la colaboración fiel de Bartolomé Leal y, muy recientemente, de Andrés Rodríguez R. tiemporecuperado.blogspot.com
La sección “La Preguntita” de la RAMONA se trasladó al Facebook. Se publican todas las respuestas posibles. La nueva pregunta de la semana, que igualmente estará en el Facebook, es:
¿En qué se parecen Mario Vargas Llosa y el dueño de AeroSur? Las respuestas también podrán enviarse, como es costumbre, a la dirección: ramona_opinion@yahoo.com. La edición virtual de la revista puede encontrarse en el sitio www.opinion.com.bo. ¡Gracias a todos! ramona_opinion@yahoo.com
PRESUNTOS IMPLICADOS editores: santiago espinoza, andrés laguna y sergio de la zerda la troupe: adriana campero, camila ramírez yaksic, ricardo bajo, javier y luis rodríguez y luis brun colaboradores: bartolomé leal, benjamín santisteban, xavier jordán,
javier velasco, manuel monrroy, pablo virgüitti, andrés rodríguez y liliana colanzi diseño: luis brun armado: lucio huaranca magne
contactos publicidad: 72217007 - 72253816
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Memorialistas & Viajeros
Guy de
: “Bajo el sol”
BARTOLOMÉ LEAL DESDE SANTIAGO iendo un joven escritor reconocido (había publicado Bola de sebo con éxito), Maupassant se embarca a sus 31 años desde Marsella proa al norte de África, más precisamente a Argelia. Colonia conflictiva. Su tarea es periodística: seguir las huellas de un jeque llamado BuAmema que está poniendo en entredicho el dominio francés en esta zona al norte del desierto del Sahara. Entre julio y septiembre de 1881, el narrador despacha a un periódico sus impresiones sobre el territorio que recorre, y que visita por primera vez. En 1884 agrupa esos textos en un volumen que titula Bajo el sol. Los textos participan, para alegría del lector, de la misma fascinación que sus celebérrimos relatos. Domina un deseo de emprender viaje que Guy de Maupassant señala desde el inicio: “Hay que partir, entrar en una vida nueva y distinta. Los viajes son algo así como la puerta por donde se sale de la realidad conocida, para penetrar en una realidad inexplorada que parece un sueño”. Bien dicho, aún cuando eran otros tiempos, antes que el viaje fuera sinónimo de negocio turístico. Manifiesta que uno de sus sueños recurrentes era visitar África, “por la nostalgia del desierto desconocido, como por el presentimiento de una pasión que va a nacer”. Argel, a la que califica como una de las ciudades más bellas del mundo, lo hechiza y espanta a la vez: “Por todas partes pulula una multitud cuyo aspecto asombra. Centenares de miserables, cubiertos simplemente con una camisa o con dos alfombrillas cosidas en forma de casulla o con un saco viejo agujereado para pasar cabeza y brazos, descalzos, van, vienen, se injurian, se pelean, piojosos, astrosos, manchados de cieno, mal olientes como bestias”. Nada de esto lo hace bendecir al colonialismo francés: “Se advierte que el progreso se ha aplicado de un modo torpe... Nosotros somos los que parecemos bárbaros entre estos bárbaros, muy brutos en verdad, pero que están en su casa y a quienes el tiempo les ha impuesto usos de los cuales parecemos no comprender el sentido siquiera”. Al entrar al interior, el viaje empieza a ponerse duro. En ruta a Orán: “El tren rueda, adelanta, desaparecen las llanuras cultivadas; el suelo aparece desnudo y rojizo; es el verdadero suelo de África”. Viaja sin comodidades “entre montes desolados, requemados, grises, sin un árbol, sin una hierba”. Sin embargo, la presencia humana se asienta allí, desde siglos: “En las incultas cimas se elevan de trecho en trecho unos puntos blancos, redondos, a
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guisa de huevos disformes puestos por gigantescas aves. Son templos elevados en honor de Alá”. No falta un toque más amable: “En las calles de Orán se ven lindas muchachas de ojos negros, color trigueño y blancos dientes”. Enfila hacia Saida. Su misión es encontrar señales de BuAmema, el invisible rebelde, que ha hecho carnicerías entre colonos venidos de España. La noche se le revela aún más terrible, y no sólo por el calor. “Oigo ladrar a los perros... Desaparecidos o muertos sus dueños, quinientos, quizá mil, hambrientos, feroces. Son los perros que en las altas mesetas guardaban los campamentos de los españoles. Rondan por los contornos muriéndose de hambre, y al topar con la ciudad la rodean como un ejército... Ladran ahora de un modo continuo, espantoso, capaz de volver loco a cualquiera. Luego se oyen otros gritos, aullidos débiles; son los chacales que llegan; y a veces sólo se oye una voz más fuerte y rara, la de la hiena, que imita al perro para atraerlo y devorarlo”. Maupassant redacta en auténtica vena de periodista truculento. La religión es por cierto un dominio que llama su atención. Le toca estar durante el Ramadán, período de abstinencia diurna obligatoria para los musulmanes practicantes. Se teme una insurrección general tras la cuaresma. Maupassant observa: “No hay dispensas para tal cuaresma. No hay quien se atreva siquiera a pedirlas; y hasta las mujeres públicas, las uladnail, que pululan
en todos los centros árabes y en los grandes oasis, ayunan...”. El autor no condena tal libertinaje y no se muerde la lengua para opinar: “Hasta los árabes que se creían civilizados... desde que empieza el Ramadán se vuelven salvajemente fanáticos y estúpidamente fervorosos”. No deja de divertirse en todo caso: “Durante el Ramadán funcionan los aissauas, comedores de escorpiones y de culebras, saltimbanquis religiosos, los únicos quizá que, con algunos descreídos y algunos nobles, no tienen una fe muy arraigada”. Tales nobles son llamados “hijos de tienda grande, descendientes de antiguas e ilustres familias del desierto”. Son ellos los principales aliados de los colonialistas franceses. No mezquina sus observaciones, la noche lo pone elocuente: “Los judíos dejan abiertos los cuchitriles que les sirven de tiendas, y las mancebías clandestinas llenas de rumores son tan numerosas que no se anda cinco minutos sin encontrar dos o tres”. No faltan las visiones de las Mil y una noches, como él mismo las califica: “De pronto, de pie en el umbral de una puerta, aparece una mujer con un peinado y unos adornos que parecen de origen asirio, ceñida la cabeza por una enorme diadema de oro. Lleva largo vestido de un rojo vivísimo. Los brazos y las pantorrillas ostentan brazaletes de oro bruñido, y su rostro de rectas líneas está tatuado de estrellitas azules. Luego aparecen más, muchas más... Por la noche hay que verlas cuando bailan en el café moro”. Son prostitutas que ejercen sus funciones desde que cae la noche durante el Ramadán. Afirma: “No todas son lindas, pero todas son singularmente raras”. No escapa a Maupassant un tema que describe así, ambiguo: “A cada paso topa uno aquí con esos amores antinaturales entre seres del mismo sexo, que recomendaba Sócrates...”. Pero es sobre todo en los amplios espacios del país donde Maupassant vibra. Sufre los embates del viaje sin perder el entusiasmo, desde las tormentas de arena en el Sahara, a los engañadores lagos de sal; desde las dunas ondulantes y musicales, a los ataques de ranas y escorpiones; desde las astucias de los jefes locales, a la continua falta de agua; desde las comidas insulsas, a los camellos devorados por los buitres que marcan la ruta en el desierto; desde las visiones espantosas de la maldad humana, a los extraños amaneceres; desde los pueblos imposibles a los oasis acogedores... ¿Está pasado de moda Guy de Maupassant? Si así fuera, enhorabuena, dice el lector de libros, ese personaje anacrónico que es capaz de renunciar a las pantallas por escuchar las voces de los que, en otro tiempo, tuvieron el coraje de llevar una vida inquieta. www.mauroyberra.cl
A más de un año de su estreno se lanzó el DVD oficial de la cinta de Juan Carlos Valdivia
Zona Sur, el
LUIS BRUN ás de un año ha pasado desde que Zona Sur, película escrita y dirigida por Juan Carlos Valdivia, fue estrenada en salas. En ese tiempo han pasado algunas cosas, entre estas más de una decena de premios, nominaciones y selecciones oficiales en importantes festivales del mundo (como los de Berlín, Huelva, Guadalajara, Sundance), así como una buena cantidad de críticas positivas y elogiosas en la prensa internacional y nacional, que también auguraban mejores días para el cine nacional. Y aunque esos días se hacen un tanto lejanos hoy por hoy (ante el performance cinematográfico de este año), queda aún el sabor de haber presenciado una de las mejores películas bolivianas de nuestra modesta historia del cine. Zona Sur impresionó por su técnica, cinematografía y, sobre todo, por su sensibilidad narrativa para poder retratar un cambio histórico en el país tal y como se mostraría el llanto contenido, la agonía interminable, el ahogo lento y silencioso de la soledad. Minuciosa hasta el esteticismo en sus detalles, ingeniosa en su puesta en escena y arriesgada en su historia, Zona Sur nos muestra las consecuencias de una confrontación silenciosa que se va dando en La Paz, río abajo, lugar donde se refugian las clases altas que ahora deben asimilar el empoderamiento (simbólico, y también económico) de otras clases, todo en medio de la paradójica y contradictoria forma de ser del boliviano cuando intenta asignarle un lugar y espacio a las personas, es decir, el racismo. Más de un año después se relanza esta película en formato DVD (se vende a 30 Bs. en puestos de periódico desde el martes pasado), un esperado lanzamiento que merece ser mencionado. Recuerdo hace muchos años un trabajo de colegio en el que debíamos hacer una especie de ensayo sobre una película boliviana. Un tanto complicado (yo) ante tan inusual trabajo (inusual para mi escuela e, imagino, para muchas otras), me preguntaba dón-
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de podría conseguir una de esas películas, además, claro está, de ir al cine, aunque por la cantidad de días en cartelera y periodicidad de las emisiones, esa posibilidad estaba completamente descartada. Grata fue mi sorpresa al encontrar el VHS de Jonás y la Ballena Rosada en el video club de mi barrio, con la portada más que conocida y publicitada del ombligo de Maria René Prudencio impreso en papel fotográfico (imagino que de la copia original). Desde ese entonces Juan Carlos Valdivia ha sabido dar un paso más allá en la comercialización y difusión de sus películas, pese a lo hostil que pueda mostrarse el mercado con la abrumadora presencia de la industria pirata. Los DVD fallidos en su lanzamiento comercial como Dependencia Sexual y ¿Quién mató a la llamita blanca?, ambos de Rodrigo Bellot, fueron víctimas de esa “hostilidad”. Sin embargo, Valdivia apuesta nuevamente por el lanzamiento -junto al periódico la Razón- del DVD de su más reciente y mejor lograda película, Zona Sur, así como lo hizo hace unos años con la venta de un DVD doble con Jonás y la ballena rosada y American Visa .
El DVD de Zona Sur incluye el Press Book para descargar en formato PDF, algo no muy práctico ni común en los extras de un DVD, pero con una computadora a mano puede ser interesante, pues este Press Book contiene muchísima información, como notas de dirección, reproducción, de diseño de producción, fotografías y hasta algo de la partitura de la musicalización. Los extras también incluyen el trailer y el making of de la película, divido en tres partes, breves pero interesantes. En ellas descubrimos cosas curiosas, como que la primera escena en rodarse fue en Pajchiri, La Paz, una de las pocas en exteriores. También conocemos un poco del estilo de dirección que tiene Juan Carlos Valdivia, a la vez que vemos en acción el sofisticado sistema de brazo articulado a un eje donde se posa la cámara que gira constantemente alrededor de la locación. Es interesante ver los ensayos que mezclan nociones de interpretación del personaje, coreografía de acciones (cronometradas por Valdivia) y pericia en el manejo de la cámara, ya sea en el peculiar brazo, el trípode adaptado para la película o el dolly circular, herramientas claves en esta puesta en escena. Otro detalle peculiar es la subtitulación al inglés. ¿Por qué peculiar?, porque es la primera traducción de la escena en la que Wilson y Marcelina hablan en aymara, misma que en la proyección en las salas de cine bolivianas queda en un total misterio para los que sólo sabemos en aymara algunos números y colores (claro que si por el mismo camino va el conocimiento del inglés, seguirá siendo un misterio). La trascendencia de esta película es innegable y la polémica que puede generar aún sigue latente. Basta con detenerse a leer la ultima frase que cierra el trailer disponible en el DVD: “los últimos días de un ‘apartheid’”. luis.axolotl@gmail.com
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ramona cochabamba, 12 de diciembre de 2010
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Fragmentos del discurso del escritor peruano Mario Vargas Llosa, en la recepción del Premio Nobel de Literatura 2010
Elogio de la lectura y la ficción
MARIO VARGAS LLOSA prendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas. La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras. Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero. No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos?
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Maestros Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada. Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias. Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola. Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas
que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor. Puentes La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez. Francia De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal. Raíces Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia–, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí. Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole,(…). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasion-
al de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. “Todas las sangres” Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo- cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas! La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza. España Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exager-
ados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura. De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal. Nacionalismos e ideologías Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales. No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y
ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver. El Perú El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” –lindo y triste apelativo–, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño –la llamábamos el Barrio Alegre–, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad. Su esposa El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”. Cochabamba Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa. Trabajo Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las pal-
abras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar. Literatura La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional. Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno. La ficción Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños. De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible. Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.
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ramona cochabamba, 12 de diciembre de 2010
A propósito de la tristeza (nuestra) de los wilstermannistas
Del cielo al infierno
“…quería tanto a mi equipo, no sólo por la alegría de la victoria, tan maravillosa cuando está combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches luego de una derrota” Albert Camus YURI F. TÓRREZ uando el partido culminó, los hinchas aviadores nos quedamos inertes como si una exhalación infernal hubiera atrapado nuestra alma. “Mamoré empató en la Capital”, decía un relator y era como la estocada final para los corazones rojos. Se enmudeció el estadio a pesar de que la hinchada aurorista de la general, por momentos burlona, se mofaba de nuestro infortunio o de aquella mentira abyecta de que Universitario habría anotado el segundo gol, que desató una alegría momentánea y artificiosa. El dolor se desperdigaba: el silencio, las voces quebradas, las muecas de impotencia en el rostro de los hinchas, de chas, no es parte de una dinastía que le impone ser hin- y también de los hinchas. Están aquellos que pensaban esos más fanáticos envueltos en sus banderas y con la cara pintada que empezaba a derretirse por las lagrimas cha; sea por presión o reflejo paternal, el hincha wilster- que mediante la violencia o la intimidación se iba a conque derramaban. Era uno de aquellos momentos incom- mannista es hincha por convicción. Por eso, el dolor de seguir éxitos deportivos y actuando como brigadas fasprensibles aunque el corazón del hincha en los últimos este infortunio es tan grande que ni siquiera el consuelo cistas, en un remedo caricaturesco y burdo de aquellas tiempos se iba acostumbrado a vivir en vilo. Esa fugaz redentor de un próximo retorno aliviana, porque hemos hinchadas bravuconadas de otras latitudes. En tanto que los dirigentes piensan más en estrategias que conducen alegría por el título fue un canto de sirenas; el descenso caído a los fuegos de azufre inmensurables del infierno. Por eso, el wilstermanista -y la mayoría de los cocha- a laberintos kafkianos y manchan la digna despedida deacechaba sin piedad como una espada de Damocles. Hasta que se consumió inexorablemente nuestro desig- bambinos- el lunes siguiente no tenía ánimos para enca- portiva, y que contaron inclusive con la complicidad de nio. La incomprensión del hincha quería negar esa evi- rar sus actividades cotidianas, ya sea por el insomnio de algunos periodistas para alargar los días de angustia e indencia del naufragio en aguas hirviendo, que parecían la noche anterior en que buscaba una respuesta a esta certidumbre. Así han conducido a que los wilstermaniscongoja o porque todavía no mascullaba el sabor desa- tas seamos motivos de burla, socavando esa actitud digemanaciones infernales. A pesar de este cataclismo, los wilstermanistas -no gradable del descenso. Parecía una pesadilla. La rabia de na que nosotros, los verdaderos hinchas, mostramos al una viejita en el estadio que arrojó al suelo sus empana- final del partido ante Aurora. Ya estamos en el infierno sólo en el césped verde ganando gallardadignamente; lo indecoroso hubiera sido contimente a su rival de siempre, sino en las gradas del estadio- asumían con un dolor infiLa rabia de una viejita en el estadio, que arrojó nuar en la liga por algunas artimañas de aboganito la realidad. Wilster moría de pie y al suelo sus empanadas y empezó a secar sus lágrimas con su dos, eso hubiera significado una peor vergüenza que el propio descenso. El verdadero hincha predignamente. Ironías de la vida, después de mandil, es la mejor imagen para ilustrar la hecatombe futfiere al dolor a la vergüenza de mantenernos en haber culminado el partido, un jugador la liga por argucias jurídicas que no corresponbolística del Wilstermann. wilstermannista levantaba a un jugador auden a la dignidad de la historia wilstermannista. rorista que estaba abatido en el césped por Cochabamba esta triste. Inclusive aquellos no haber conseguido el pase a la Libertadoverdaderos auroristas que saben que jugar un res. Era una imagen de dignidad. Esas premoniciones de los heraldos apocalípticos de algunos periodistas depor- das y empezó a secar sus lágrimas con su mandil, como clásico con cualquier otro equipo que no sea el Wilster, tivos, de que el descenso del equipo rojo devendría en un amigo mío me contó, es la mejor imagen para ilustrar no es lo mismo. Es como escuchar cantar tangos a Julio actos de violencia, caían en saco roto. La dignidad roja esta hecatombe futbolística. Aunque nos digan que es un Iglesias. El clásico es el condimento de una ciudad futboante este infortunio de su historia fue el signo que marcó adiós breve y que otros equipos sufrieron en su momen- lera. Por eso, Cochabamba no tendrá esta alegría (como to estos designios, cuando uno siente en carne propia la cuando Aurora jugaba un partido decisivo para volver a la despedida decorosa del equipo aviador. La mente humana se reactiva ante cualquier estímu- pasión por un equipo no hay consuelo que valga. Todo la liga, y nosotros, los wilstermannistas, colmábamos el lo proveniente del exterior. Hace poco leí un ensayo de esto era, como en el poema de José Agustín Goytisolo, Capriles alentando fervorosamente al equipo celeste). Para los wilstermannistas, no es momento de tender “Cuando yo soñaba en un mundo al revés”. Esas imágeMario Vargas Llosa sobre Madame Bovary, en el que senes eran indescriptibles, nunca vistas. El Capriles, que cortinas de humo, sino de asumir los errores nuestros ñalaba “que la memoria erigida como indeleble, empecinado ariete contra el tiempo, (va) recobrando a partir de fue testigo a lo largo de seis décadas de esas victorias ha- con la valentía que exige la coyuntura para empezar a cada nuevo incidente lo ya vivido”. Estas palabras, en es- cedoras de épicas jornadas en las que la alegría era una trazar el derrotero de vuelta dignamente, aunque para tos momentos de dolor, sirven para evocar la forma en estampa habitual en el rostro del hincha wilstermanista, eso tengamos que jugar los sábados en la asociación. Así que fui pariendo esta pasión en aquellos lejanos domin- aquel domingo fatídico era mudo espectador de esa rea- como pasamos del cielo al infierno en menos de seis megos de mi niñez, cuando me escapaba de casa desde muy lidad lacerante; aunque, en un gesto de impotencia, los ses, pasaremos del infierno para acariciar nuevamente el temprano para esconderme en aquellas escaleras que co- hinchas trataban de mitigar algo que resultaba imposible cielo en menos de un cerrar de ojos. Y así, de las cenizas nectaban el palco oficial con la planta baja del estadio. de mitigar, y arengaban dignamente un último griterío que brotaron del mismo infierno esparcidas en el Capriles, resucitaremos como el ave fénix. Allí, leyendo aquellas historietas de niño, esperaba por de estoicismo: “volveremos, volveremos, volveremos”. Culpables hay muchos: los que se fueron cuando el cuatro horas para ver a mi equipo gratis y así edificaba yuritorrez@yahoo.es una gran pasión, como de la mayoría de los cochabambi- barco se hundía, y los que se quedaron por decisiones nos. Porque el wilstermanista, a diferencia de otros hin- equivocadas. Dirigentes, directores técnicos, futbolistas
IMPRESO EN COBOCE-EDITORA OPINIÓN
nº 293 cochabamba, 12 de diciembre de 2010
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“Aprendí a leer en Cochabamba”
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ramona cochabamba, 12 de diciembre de 2010
El estadio de fútbol como espacio vital y narrativo en Fiebre en las gradas
Estar para contarla: Vivir y narrar el El Taller “Literatura y Arquitectura”, organizado por el Centro Simón I. Patiño a lo largo de la gestión 2010, concluyó la semana pasada con la presentación de un Boletín Literario que reúne los textos preparados por los facilitadores de los distintos ciclos del taller. A manera de invitar a la lectura del boletín, publicamos la primera parte de uno de los escritos incluidos en la publicación y fragmentos del texto de presentación leído por una de las asistentes al taller. SANTIAGO ESPINOZA A. l domingo debe ser el único día de la semana en que puedo volver a ser un niño. No lo digo por la posibilidad que me ofrece de estar en familia o por la urgencia con que me lleva a consumir los últimos minutos de ocio antes de volver al mundo real, sino porque el domingo me remite a una experiencia genuinamente infantil y, acaso, primigenia: ir al estadio para alentar a mi equipo. Porque, al menos en mi caso, el ritual futbolero de domingo fue, es y será siempre un patrimonio exclusivo de mi niñez. Y no es que me haya dejado de gustar el fútbol o que reniegue de la experiencia de gastar la vida en las tribunas; no es eso (aunque debo confesar que estoy lejos de ser un modelo de hincha). Es, más bien, un gesto de honestidad con la persona que me contagió la fiebre futbolera; esa persona que ya no está o que está sin estar, pero que me espera invariablemente cada domingo –nostalgia de por mediopara llevarme de la mano al “match”; esa persona que fundó para mi infancia una patria en las gradas de Preferencia del Capriles. Por entonces, ir al fútbol era más, mucho más que experimentar 90 minutos al borde de la gradería de cemento, gritando por un gol de último minuto o rezando para escuchar el silbato final de una buena vez. Era la advertencia de mi abuelo, horas antes del partido, para que nos alistáramos antes de salir rumbo al estadio. Era el momento en que nos embarcábamos en el micro para ver al viejo exhibir con orgullo su carnet de benemérito de la Guerra del Chaco frente al chofer de turno, que, a regañadientes, debería llevarnos hasta Cala Cala sin cobrarnos un centavo. Era la fila en puertas de Preferencia que, otra vez merced a eso de haber sobrevivido a una guerra, mi abuelo sabía abreviarnos milagrosamente. Era la compra de plastoformos para las gradas, de empanadas y gaseosas para el entretiempo y de viseras para el recuerdo. Eran los dichosos 90 minutos de furia, euforia y bronca. Era el desbande –de mal o buen humor, dependiendo el resultado- del estadio y la búsqueda infructuosa de transporte público. Y
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era, por supuesto, el cansancio al llegar a casa y la cuenta regresiva hasta el siguiente domingo. Toda esta reminiscencia viene a cuento en el afán de ilustrar el efecto que es capaz de producir la lectura de Fiebre en las gradas, el libro de Nick Hornby que guió el ciclo “Estar para contarla: Vivir y narrar el espacio” que me tocó dictar dentro del Taller de Literatura y Arquitectura 2010, organizado por el Centro Patiño. Y en este punto conviene aclarar que éste no pretende ser un documento académico, como tampoco lo fueron las sesiones en que se desarrolló el ciclo. Esta renuncia al cariz académico se explica no tanto porque me sienta algo fuera de lugar ensayando una lectura de este tipo sobre la relación entre literatura y arquitectura, como por el convencimiento de que el libro de Hornby no se prestaría a un ejercicio academicista. Lo que, en verdad, provoca esta lectura es un rebrote de eso que el autor llama “fiebre en las gradas”: una alteración en nuestra salud sentimental que eleva la temperatura de nuestros recuerdos futboleros, precipita el escalofrío de los goles en tiempo de prórroga, nos deja afónicos de tanto reclamar a nuestros delanteros, enrojece nuestros ojos maltratados por la derrota en penales y nos sume en un delirio insalvable que nos hace repetir una y otra vez el relato de aquellas vivencias experimentadas desde las tribuna de un estadio, en las que aprendimos a reconocer la felicidad, el dolor, el regocijo colectivo, la perversidad de la masa y casi todo lo que, con el tiempo, supone vivir. Tan contagiosa es la “fiebre en las gradas” de Hornby, que alguien desprevenido -como yo- puede ceder fácilmente a la tentación de compartir su infancia futbolera con el resto, sin reparar en pudores familiares, en el interés de sus interlocutores o en consideraciones similares. Y es que de eso precisa-
A propósito del Taller “ CARLA CECILIA BALDERRAMA VARGAS a finalizado el ciclo de talleres correspondientes a la presente gestión, organizados por la Biblioteca del Centro Simón I. Patiño… La presente gestión se realizó el ciclo “Literatura y Arquitectura”, a través de siete talleres realizados desde el mes de abril al mes de octubre. Mi experiencia respecto a este ciclo se sintetiza en los siguientes comentarios: Partamos por preguntarnos ¿cómo comprender la relación de la literatura con la arquitectura? Al principio me pareció una relación bastante incierta; el afiche de promoción de los talleres nos mostraba unos planos y edificaciones hechas de libros y nos invitaba a desenredar un laberinto de palabras a través de “maquetas narrativas” que se escondían en cada una de las “páginas-piso” de unos edificios tipo monoblocks. Bueno, se empezó a armar el rompecabezas, al iniciar el ciclo con el taller de Adriana Lanza, con “El rito mágico de nombrar un espacio en el mundo”, basado en el libro Cuando Sara Chura despierte, del autor Juan Pablo Piñeiro. Con Adriana fuimos parte de una “narrativa y recorrido desde lo andino”, un entretejido de experiencias en torno a un espacio festivo donde hombres y mujeres se aman, se buscan, se desean, se añoran; en síntesis, la fiesta como espacio, y el amor como uno de los hilos de este “aguayo” que es la vida (Adriana nos invito a leer los tejidos andinos, donde cada color y figura no estaban al azar sino, que expresaban códigos históricos). Así, el rompecabezas se iniciaba, el espacio ya iba
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mente se trata: de evocar la relación que cualquiera de nosotros aprende a trabar con un espacio; de las experiencias que en él tienen lugar y de la necesidad de narrar ese espacio y esas experiencias, reconociendo su trascendencia en nuestras existencias a fin de asegurar su perdurabilidad en nuestra memoria. El relato de Hornby nos permite, precisamente, encontrar en el ejercicio narrativo un correlato cabal del recuento autobiográfico. Fiebre en las gradas (Anagrama, 2008) es un libro que testimonia la bendita manía humana de –García Márquez dixit- “vivir para contarla”, pero en el que la experiencia vital está dada por la forma en que uno ocupa un espacio y, por qué no, por la forma en que el espacio lo ocupa a uno, lo constituye y transforma, exponiéndolo a las vicisitudes propias de la condición humana. En el libro de Hornby vivir es, en buenas cuentas, estar, ocupar y ser ocupado por ese escenario extraordinario que es el estadio de su equipo de fútbol, desde el que construirá su propio trayecto vital para luego narrarlo. En este entendido, lo que el ciclo “Estar para contarla: Vivir y narrar el espacio” se propuso, desde el principio, fue indagar en las cualidades narrativas que un espacio físico entraña cuando ocupa un lugar central en la experiencia vital del autor/protagonista del relato. Tal es el caso particular de Fiebre en las gradas, un relato autobiográfico que repara en la faceta de Hornby como hincha de un equipo de fútbol, y en el que la centralidad vital del espacio la ocupa el estadio de fútbol al que acude, cuasi religiosamente, desde niño. Así pues, más que un ensayo o una ponencia, estas líneas están abocadas a servir como una suerte de guía para recorrer la trayectoria vital y futbolera de Hornby, a la que accedemos desde su propio relato, desde el relato de ese espacio en el que el autor reconoce su lugar en el mundo: el estadio Highbury del Arsenal londinense. Las coordenadas señaladas por el autor inglés nos permiten también explorar en otros autores que han sabido volcar sobre el papel vivencias y reflexiones inspiradas en la fascinación por el fútbol, con las que se ha buscado hacer dialogar las propias experiencias narradas en Fiebre en las gradas. Y, con el perdón del lector de turno, este texto se permite también algunas breves digresiones personales que ha desencadenado la lectura del libro, y cuya pretensión última es contagiar de esa “fiebre en las gradas” ante la que, voluntaria e insalvablemente, he sucumbido yo también. * Fragmento introductorio del texto que, en su versión completa, puede leerse en el Boletín Literario del Centro Simón I. Patiño dedicado al Taller “Literatura y Arquitectura”.
y Arquitectura” *
trascendiendo su dimensión de soporte material para transformarse en fiesta, en escenario de relaciones y códigos sociales históricos, y la literatura estaba ahí precisamente como un telar donde las palabras iban tejiendo espacios, es decir fragmentos de vida. Con el segundo taller, el espacio volvía a ser soporte físico, material, pero al mismo tiempo fluctuaba, filtraba, se expandía a través de “códigos arquitectónicos”. Precisamente, el taller se llamó “Relatos de Arquitectura” , y en él el arquitecto Carlos Villagómez trazó planos y levanto maquetas, pero esta vez con narraciones “de y desde el espacio”: el espacio sufría, el espacio sentía, el espacio era protagonista y no solo un escenario. Fuimos así parte del llanto de casonas antiguas que gritaban al ser mutiladas por demoliciones pragmáticas en los relatos de Manuel Mujica, así como oímos la soledad de los patios y alcobas de Alejo Carpentier; y de “La casa del Asterión” de Borges nos fuimos a la La Casa Tomada de Julio Cortázar, en ambas casas fuimos testigos de una constante: el espacio al estar cargado de tanta historia, termina él siendo protagonista de la misma… Hasta entonces habíamos comprendido al espacio como fiesta, y al espacio como historia, y enlazándolos, conectándolos a través del lenguaje escrito, estaba la literatura, como narrativa y como poesía. El tercer taller nos otorgó una de las piezas fundamentales del rompecabezas. Santiago Espinoza nos compartió la obra Fiebre en las gradas de Nick Homby, que nos relata la experiencia, la historia de la vida de un hincha de fútbol a
partir de su experiencia e historia en el estadio, a través de su “ocupación del estadio” como hincha. La diferencia así entre “describir un lugar”, un espacio, y entre “narrar un espacio” estaba dada y se convertía en el eje de esta relación entre literatura y arquitectura. Narrar el espacio era una experiencia histórica, una experiencia desde la piel, la memoria, el olvido; el espacio se convertía en protagonista, crecía con uno, amaba con uno, odiaba con uno, no era un simple receptáculo de vivencias, él mismo era una vivencia. Ahora era posible comprender a Jaime Saenz, que en Vidas y Muertes nos dice: “Conozco pasadizos que me conocen y recuerdo peldaños que me recuerdan, miro una ventana que me mira y echo de menos una fachada que me echa de menos”. Con Santiago, pudimos recordar a Eduardo Galeano, a Juan Villoro. Vibramos con el fútbol, con el juego que no se limita a los jugadores de ambos equipos en una cancha de fútbol, trasciende a las graderías y convoca a cada uno de los hinchas en una misteriosa cábala, y nos permite pintarle el rostro de colores, según la hinchada, a uno de los grandes participantes del juego: el estadio. Así comprendemos por qué en la memoria de muchos niños y adolescentes una de las imágenes más queridas de su niñez es pues la cancha de fútbol, sea del barrio o de un gran estadio. El espacio narrado era así la tercera conquista…
* Fragmentos del texto que leyó la autora en el acto de presentación del Boletín Literario dedicado al Taller “Literatura y Arquitectura”
ramona cochabamba, 12 de diciembre de 2010
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Rememoración de la visita de Carlos Boltes y Scott Hill, del Alturas Dúo
Levántate y
las manos
VILMA TAPIA ANAYA* stos días en los que podemos palpar las expuestas laceraciones en la piel de la tierra es imposible dejar de pensar en las caídas y resurgimientos que han constituido la historia de la humanidad. Es evidente que algo fundamental del mundo se nos desmorona. Y no sabemos lo que de ese desmoronamiento se levantará. Sin embargo, aun en el vértigo de la caída, encontramos a seres que con igual o mayor y misteriosa fuerza, concientes de ello o no, ofrecen las horas de sus días para preservar el sentido de lo humano. En esa tarea encontré al Alturas Duo la semana pasada: un charango, una guitarra y una viola en manos de dos músicos comprometidos con el arte y con el espíritu del arte. El espíritu del arte que refleja la más alta posibilidad del hombre, la de de/mostrar lo que en realidad el hombre es. Sí, tuve el regalo de conocer a estos dos artistas: Carlos Boltes y Scott Hill. Ya en su primera actuación fue muy fácil percibir la esencia de aquello que se lee en el resumé del dúo, son embajadores de buena voluntad de la Fundación chileno-americana que se conformó después del terremoto de Chile. Esto que es específico del compromiso que asumieron con Chile trasciende y en el escenario nos encontramos con una presencia, embajadora de buena voluntad de la preservación de lo bello en estos difíciles tiempos. ¿Y de dónde la fuerza de esta presencia? De la combinación del virtuosismo con el afecto, con la calidez, finalmente, con el amor. El Alturas Duo pone en escena la más depurada técnica musical y un sentido. Un sentido que se articula en la elección de la música que interpretan, en los nombres de los compositores con los que trabajan, en esa encantadora construcción que es cada uno de sus conciertos y que amablemente también apoyan en palabras. En palabras para el público. Palabras habladas como en una conversación y palabras cantadas. Palabras que dan cuenta de la muerte de la Carmencita de Víctor Jara y de la muerte de Víctor Jara. Sin duda alguna, uno de los momentos más conmovedores del programa que trajeron a Cochabamba fue cuando, en el último movimiento de El vuelo de tu alma, una composición del maestro chileno Javier Farías que se basa en temas de Víctor Jara, de entre las notas del charango y de la guitarra emergió, como con apremio, un canto: Levántate y mírate las manos/ Para crecer estréchala a tu hermano,/ juntos iremos unidos en la sangre./ Hoy es el tiempo que puede ser mañana… El canto, significado puro, en este caso era la Plegaria para un labrador. Y ese apremio, ese llamado acompañado de urgidos rasgueos vino ya no de la canción de Jara, sino de la inventiva musical de Farías y de las excepcionales posibilidades interpretativas del dúo. Comprendí el entramado de eso que estaba escuchando al recordar lo que me habían dicho una noche antes mientras yo intentaba aproximarme a ellos y a su trabajo a través de las preguntas que anoté en mi cuaderno: “en la música contemporánea”, me dieron una clave, “el intérprete puede conversar con el compositor”. La propuesta estética del Alturas Duo es considerada como una de las más interesantes en el panorama mundial de la música de cámara, el grupo ha ofrecido conciertos en muchos países y ha tocado con importantes artistas de América del Sur y de América del Norte. Boltes y Hill tienen predilección por la música contemporánea, en especial por aquella de compositores que están vivos. Algo que parece importante en el hacer profesional del dúo es que encargan trabajos a compositores con los que ese diálogo que
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Festival El II Festival Internacional Tropofonía, que incluye poesía, teatro, música, cine, talleres y arte contemporáneo, se desarrollará del 13 al 19 de diciembre en el centro cultural La Troje (Av. Cap. Ustariz kilómetro 3.5 y Trojes) y en el espacio mARTadero (Ex-Matadero Municipal). Este lunes 13 a las 19 horas, la actividad será inaugurada en el primer espacio citado. Actuarán Artistas en Residencia (Sucre) presentando la obra teatral “Ithaca”, se lanzará la revista Tropofonía Latinoamericana y habrá un recital de poesía. Más informes en el teléfono 72798209. Música y Teatro El grupo Artistas en Residencia (Sucre) presenta el espectáculo de música Electroacústica “Entretanto”, el miércoles 15 de diciembre en Martini Pub (calle Beni 520), el viernes 17 en Na Cúnna (calle Salamanca casi lanza) y el sábado 18 en Vinópolis (Av. Ramón Rivero 939). Asimismo, el monólogo teatral Itaca se presentará el jueves 16 en Na Cúnna. Todos los espectáculos comienzan a las 22.00 horas. Informes en el correo electrónico: teatricabolivia@gmail.com. Libro El libro “Abracadabra. Escritos para cronopios”, ensayo del Premio Nacional de Novela Eduardo Scott Moreno, será presentado, el
mencionaban como una de las principales características de la música contemporánea se hace más consistente y fluido. Me comentaron que la relación que el dúo logra con los compositores es de colaboración, hay una interacción que permite cierta ingerencia de los intérpretes en la concepción de la obra, como la de hacer sugerencias sobre las melodías de base, por ejemplo. Los compositores con los que han trabajado recientemente son Raimundo Penaforte, Javier Farías, Alexander Silas Walker, Yovianna García y Sergio Igor Chnee. “Al trabajar con los compositores se interactúa con niveles de mayor conocimiento musical”, opinó Carlos Boltes, “con todo lo que el compositor tiene en la cabeza en cuanto comprensión de la música, es como interactuar con maestros”. “Y también es posible hacer ciertos cambios después de la primera interpretación”, siguió Scott. “Hay compositores que después de los estrenos han cambiado algo de sus partituras”. En mayo del 2011, Alturas Duo regresará a Bolivia para interpretar una obra del maestro paceño Javier Parrado, en la que contarán con la compañía del quenista boliviano Marcelo Peña-Lobo. Y en octubre del 2011, estrenarán una obra de Javier Farías compuesta para orquesta y charango, viola y guitarra. Cuando pregunté por el nombre artístico que eligieron, me contaron que siendo uno canadiense y el otro chileno, lo que determinaba que no hubiese ni un territorio, ni una cultura, ni una lengua comunes, buscaron un paisaje que estuviera en la memoria de ambos, las montañas, las Rocky Mountains de la cadena que cruza la parte occidental de Canadá y la cordillera de los Andes que llega estrecha al sur de Chile. Y, algo más, del paisaje espiritual de Carlos Boltes recogieron la voz de Neruda y, quizá, la de su propio padre que en el poema Alturas de Macchu Picchu claman: Sube a nacer conmigo, hermano./ Dame la mano desde la profunda zona de tu dolor diseminado. Esta elección, a mi modo de ver, está manifiesta en el aura que envuelve al dúo. Se transparentó, por ejemplo, en el repertorio que trajeron a Bolivia, que siendo dinámico, diverso, prefirió las notas que transportaban hacia altos territorios. El Estudio para
miércoles 15 de diciembre a las 19.30 horas, en el Centro Simón I. Patiño (Av. Potosí No. 1450). Teatro El Bertolt Brecht Process, acontecimiento preparatorio del Festival Nacional de Teatro, organizado por el Instituto Cultural Boliviano Alemán (ICBA), continuará hasta el 13 de diciembre con lecturas de obras, proyecciones de películas, talleres y exposiciones. Hoy a las 19.30 horas se proyectará la película “La despedida”, en el auditorio de la entidad organizadora (C. Lanza No. 727 entre La Paz y Chuquisaca), a donde la entrada es libre. Mañana en el mismo horario se llevará a cabo una sesión de lecturas de las obras de Brecht, más una charla sobre su vida. Informes en el teléfono 4257248. Calendario El Centro Boliviano Americano presentará el calendario cultural 2011. Esta vez el calendario lleva fotografías del astrónomo Germán Morales. El acto tendrá lugar en el auditorio de la institución (C. 25 de Mayo No. 365), el martes 14 de diciembre, a las 19:00 horas. El ingreso es libre. Exposición La muestra sobre las nuevas tendencias en la arquitectura boliviana, denominada “Aprendiz de mago” continúa en la Alianza Francesa (C. La Paz No. 784 casi Crisóstomo Carrillo). La exposición continuará hasta el viernes 17 de diciembre, como corolario a toda la agenda que propuso esta institución en 2010. Mayores informes contactarse al 4525771.
charango de Mauro Núñez, una de las piezas inaugurales del programa, fue la primera que Hill y Boltes interpretaron juntos, hecho por demás significativo para marcar la trayectoria del grupo. La Sonata para viola y guitarra de José Lezcano se cierra con un movimiento que es un homenaje “a la tristeza de Buenos Aires”. El Desierto Suspendido sobre el cielo de Chile perdiéndose en el aire está presente en la Suite de Atacama, un arreglo del dúo en el que reúnen piezas de Horacio Salinas, Héctor Soto, Alberto Cumplido y César Palacios. Cada movimiento de esta construcción es como una reverberación del desierto. Espejismo, de Alberto Cumplido, repite notas que en su cristal reflejan, sueñan también el viento que llora/llama a Jimi, And the Wind Cries Jimi, un hermoso homenaje de Alexander Silas Walker a Jimy Hendrix, santo de la devoción de Scott Hill en el paisaje de su adolescencia. Ventolera de Hugo Lagos y Nubes pasajeras de Ernesto Cavour, inicio y final del programa, nos sostuvieron en las Alturas, las más altas, las más dulces, las más melancólicas y también las más llenas de esperanza. En su gira por Bolivia, además de los conciertos, el dúo ofreció clases magistrales, me explicaron que la modalidad de la Master Class tiene una antigua tradición en el ámbito de la música clásica, son sesiones en las que los estudiantes pueden recibir la opinión y los consejos de los concertistas de manera directa y concentrada. En Cochabamba se reunieron con alumnos del Instituto Eduardo Laredo, en quienes encontraron gran talento y un espíritu musical muy desarrollado. Algunos de los estudiantes, pese a su joven edad, interpretaron para el dúo piezas muy difíciles. En palabras de Scott Hill,“solamente el memorizar la gran cantidad de notas que hay en partituras de esa complejidad, es un gran logro”. Tanto Hill como Boltes expresaron que les complació mucho el que los estudiantes respondieran a la convocatoria que se realizó y acudieran para mostrarles lo que están haciendo. Me atreví a pedirles que recordaran el momento que definió de alguna manera su destino como músicos. Carlos recordó sus dieciséis años, era estudiante de arquitectura y tocaba charango en el grupo chileno Barroco Andino. Entonces se propuso comunicar a su padre que dejaría la arquitectura para dedicarse por completo a la música, su decisión rompía con lo que en su medio social se esperaba de él. Al escuchar al hijo, el padre respondió con inteligencia “tendrás que ser valiente.”Scott cursaba las carreras de psicología y de profesorado de música. Un verano decidió practicar guitarra, muchas más horas de las que habitualmente practicaba, eso le obligó a recortar las horas del trabajo para su manutención, aunque no tuviera más que un colchón en su habitación de estudiante. Scott recordó un momento más en el que decidió por la música pura: Decidió no hacer el doctorado, sino dedicarse a ser concertista. A la pregunta de rigor, que indagó sobre los intérpretes que estos dos grandes intérpretes admiran más, Scott mencionó a Assaad Brothers, a Vladimir Ashkenazy, a David Russel y a Manuel Barrueco. Carlos mencionó a Yoyoma, a Illapu, a Carlos Pérez y a Gidon Kremer. Yo me imagino que Carlos Gallardo y Fabiola Ibarnegaray, y todos los que pudimos aproximarnos un poquito al alma de estos músicos, tendremos en nuestra lista de intérpretes favoritos al Alturas Duo, con todo el viento que trae ese nombre. *Vilma Tapia Anaya, poeta y escritora boliviana.
Música Con más de 50 músicos se presentará, por primera vez en la historia musical de Bolivia, el “Magnificat”, obra maestra del gran Johann Sebastian Bach. La cita es el domingo 19 y el lunes 20 de diciembre, a las 19.30 horas, en la Iglesia de Santa Teresa (Plazuela del Granado). Ingreso libre. Exposición La exposición de fotografía “Efectos personales”, del artista Anuar Elías, se lleva a cabo en el espacio mARTadero (Ex Matadero Municipal), hasta el 15 de diciembre en horarios de 1 a 13 y de 15 a 19 horas. Danza El elenco de Dance Studio Jazz, dirigido por Walter Albarracín, presenta los espectáculos “Boda Judia” y “Disco Fever”, hoy a las 19.00 horas en el teatro Achá (calle España entre Heroínas y Plaza Principal). Exposición “Gallero, Gíldaro Antezana”, la retrospectiva de la obra del artista plástico cochabambino, se extenderá hasta el 23 de diciembre en instalaciones del Centro Simón I. Patiño (Potosí casi Portales). La actividad es organizada por la Fundación Simón I. Patiño y el Museo Nacional de Arte dependiente de la Fundación del Banco Central de Bolivia. Cine En los ciclos “Lunes de Película”, mañana se proyectará el filme “La culpa es de Fidel” (2006), de Julie Gavras. La función se inicia a las 19.00 horas en la calle Baptista No. 110, casi Heroínas.
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ramona cochabamba, 28 de noviembre de 2010
A propósito de la tristeza (nuestra) de los wilstermannistas
Del cielo al infierno
“…quería tanto a mi equipo, no sólo por la alegría de la victoria, tan maravillosa cuando está combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches luego de una derrota” Albert Camus YURI F. TÓRREZ uando el partido culminó, los hinchas aviadores nos quedamos inertes como si una exhalación infernal hubiera atrapado nuestra alma. “Mamoré empató en la Capital”, decía un relator y era como la estocada final para los corazones rojos. Se enmudeció el estadio a pesar de que la hinchada aurorista de la general, por momentos burlona, se mofaba de nuestro infortunio o de aquella mentira abyecta de que Universitario habría anotado el segundo gol, que desató una alegría momentánea y artificiosa. El dolor se desperdigaba: el silencio, las voces quebradas, las muecas de impotencia en el rostro de los chas, no es parte de una dinastía que le impone ser hin- y también de los hinchas. Están aquellos que pensaban hinchas, de esos más fanáticos envueltos en sus bandecha; sea por presión o reflejo paternal, el hincha wilster- que mediante la violencia o la intimidación se iba a conras y con la cara pintada que empezaba a derretirse por mannista es hincha por convicción. Por eso, el dolor de seguir éxitos deportivos y actuando como brigadas faslas lagrimas que derramaban. Era uno de aquellos moeste infortunio es tan grande que ni siquiera el consuelo cistas, en un remedo caricaturesco y burdo de aquellas mentos incomprensibles aunque el corazón del hincha redentor de un próximo retorno aliviana, porque hemos hinchadas bravuconadas de otras latitudes. En tanto que en los últimos tiempos se iba acostumbrado a vivir en vicaído a los fuegos de azufre inmensurables del infierno. los dirigentes piensan más en estrategias que conducen lo. Esa fugaz alegría por el título fue un canto de sirenas; Por eso, el wilstermanista -y la mayoría de los cocha- a laberintos kafkianos y manchan la digna despedida deel descenso acechaba sin piedad como una espada de Dabambinos- el lunes siguiente no tenía ánimos para enca- portiva, y que contaron inclusive con la complicidad de mocles. Hasta que se consumió inexorablemente nuesrar sus actividades cotidianas, ya sea por el insomnio de algunos periodistas para alargar los días de angustia e intro designio. La incomprensión del hincha quería negar la noche anterior en que buscaba una respuesta a esta certidumbre. Así han conducido a que los wilstermanisesa evidencia del naufragio en aguas hirviendo, que pacongoja o porque todavía no mascullaba el sabor desa- tas seamos motivos de burla, socavando esa actitud digrecían emanaciones infernales. gradable del descenso. Parecía una pesadilla. La rabia de na que nosotros, los verdaderos hinchas, mostramos al A pesar de este cataclismo, los wilstermanistas -no una viejita en el estadio que arrojó al suelo sus empana- final del partido ante Aurora. Ya estamos en el infierno sólo en el césped verde ganando gallardadignamente; lo indecoroso hubiera sido contimente a su rival de siempre, sino en las gradas del estadio- asumían con un dolor infiLa rabia de una viejita en el estadio, que arrojó nuar en la liga por algunas artimañas de aboganito la realidad. Wilster moría de pie y al suelo sus empanadas y empezó a secar sus lágrimas con su dos, eso hubiera significado una peor vergüenza que el propio descenso. El verdadero hincha dignamente. Ironías de la vida, después de haber culminado el partido, un jugador mandil, es la mejor imagen para ilustrar la hecatombe fut- prefiere al dolor a la vergüenza de mantenernos en la liga por argucias jurídicas que no correswilstermannista levantaba a un jugador au- bolística del Wilstermann. ponden a la dignidad de la historia wilstermanrorista que estaba abatido en el césped por nista. no haber conseguido el pase a la LibertadoCochabamba esta triste. Inclusive aquellos res. Era una imagen de dignidad. Esas premoniciones de das y empezó a secar sus lágrimas con su mandil, como verdaderos auroristas que saben que jugar un clásico los heraldos apocalípticos de algunos periodistas deporun amigo mío me contó, es la mejor imagen para ilustrar con cualquier otro equipo que no sea el Wilster, no es lo tivos, de que el descenso del equipo rojo devendría en esta hecatombe futbolística. Aunque nos digan que es un mismo. Es como escuchar cantar tangos a Julio Iglesias. actos de violencia, caían en saco roto. La dignidad roja adiós breve y que otros equipos sufrieron en su momen- El clásico es el condimento de una ciudad futbolera. Por ante este infortunio de su historia fue el signo que marcó to estos designios, cuando uno siente en carne propia la eso, Cochabamba no tendrá esta alegría (como cuando la despedida decorosa del equipo aviador. pasión por un equipo no hay consuelo que valga. Todo Aurora jugaba un partido decisivo para volver a la liga, y La mente humana se reactiva ante cualquier estímulo proveniente del exterior. Hace poco leí un ensayo de esto era, como en el poema de José Agustín Goytisolo, nosotros, los wilstermannistas, colmábamos el Capriles “Cuando yo soñaba en un mundo al revés”. Esas imáge- alentando fervorosamente al equipo celeste). Mario Vargas Llosa sobre Madame Bovary, en el que senes eran indescriptibles, nunca vistas. El Capriles, que Para los wilstermannistas, no es momento de tender ñalaba “que la memoria erigida como indeleble, empecifue testigo a lo largo de seis décadas de esas victorias ha- cortinas de humo, sino de asumir los errores nuestros nado ariete contra el tiempo, (va) recobrando a partir de cedoras de épicas jornadas en las que la alegría era una con la valentía que exige la coyuntura para empezar a cada nuevo incidente lo ya vivido”. Estas palabras, en esestampa habitual en el rostro del hincha wilstermanista, trazar el derrotero de vuelta dignamente, aunque para tos momentos de dolor, sirven para evocar la forma en aquel domingo fatídico era mudo espectador de esa rea- eso tengamos que jugar los sábados en la asociación. Así que fui pariendo esta pasión en aquellos lejanos dominlidad lacerante; aunque, en un gesto de impotencia, los como pasamos del cielo al infierno en menos de seis megos de mi niñez, cuando me escapaba de casa desde muy hinchas trataban de mitigar algo que resultaba imposible ses, pasaremos del infierno para acariciar nuevamente el temprano para esconderme en aquellas escaleras que conectaban el palco oficial con la planta baja del estadio. de mitigar, y arengaban dignamente un último griterío cielo en menos de un cerrar de ojos. Y así, de las cenizas de estoicismo: “volveremos, volveremos, volveremos”. que brotaron del mismo infierno esparcidas en el CapriAllí, leyendo aquellas historietas de niño, esperaba por Culpables hay muchos: los que se fueron cuando el les, resucitaremos como el ave fénix. cuatro horas para ver a mi equipo gratis y así edificaba barco se hundía, y los que se quedaron por decisiones una gran pasión, como de la mayoría de los cochabambiyuritorrez@yahoo.es nos. Porque el wilstermanista, a diferencia de otros hin- equivocadas. Dirigentes, directores técnicos, futbolistas
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