Fotografía - Salvador Compañ Styling - Mara Bejos Hair and Make Up - Angel Moncada Modelo - Denisse Alor @ Glenda Modelos Edición Fotográfica - Neftali Espino Máscara (portada) - Ma Guadalupe Sánchez
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“Ayer fui a la discoteca...”- dijo uno de los hermanos Oligor en el umbrío sótano de su casa, en voz baja porque no era necesario ni siquiera alzarla para ser escuchado ahí dentro. Abajo solo estaban ellos dos, encerrados entre fragmentos de juguetes, alambres, pequeños focos a prueba y un elefantito, entre otros despojos... además de una cajita musical. El resto del mundo había sido aislado del encierro intermitente y voluntario al que por casi tres años se sometieron. Las cosas no iban bien. Ni Jomi y ni Senen Oligor tenían idea de hacia dónde continuar. Habían pasado cosas -que ahora es mejor no recordar. Ciertos desencantos. Lo de la discoteca fue tan solo una anécdota más durante ese tiempo en el que apenas y salían de su retiro para no perderse el resto de la vida. Hablaron también del festival de la secundaria, aquel con la fonomímica del grupo español de heavy metal Barricada; de las decepciones amorosas, de la dificultad de cumplir las expectativas, las ajenas y las propias. Mientras, seguían construyendo. Desarmando objetos encontrados en la basura, en los bazares de tiliches, los rastros, como ellos les llaman en algunas regiones de España, y otros tantos objetos de segunda y hasta tercera mano recolectados aquí y allá durante ese tiempo. Lo que otros dejaban se convirtió paulatinamente en los fragmentos de un montaje involuntario, más intuitivo que planeado, que daría pie a Las Tribulaciones de Virginia, una pieza de teatro intimista en la que la narrativa incorpora no solamente los entresijos de las memorias de los hermanos Oligor, sino también las de quienes asisten a cada función. 34
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Virginia y el origen de todos sus problemas Bajo techo, en la sede del grupo escénico La Rendija, los 30 grados de temperatura matutina promedio del verano en Yucatán se sienten menos. Operan bien para ambientar la “gimnasia mental” a la que Jomi Oligor se enfrenta para encontrar respuestas en sus propias palabras a preguntas que no se había planteado antes sobre Las Tribulaciones de Virginia, la obra con la que lleva más de una década y media de gira por Europa y parte de América. Volviendo la memoria al sótano de dónde todo surgió, apuesta que fue de manera intuitiva, no como un acto consciente. Se trató de un proceso de creación peculiar: “mi hermano y yo estábamos en una época de la vida un poco frágil; no sabíamos qué hacer. Habían pasado cosas que generaron cierto desencanto y nos encerramos en un sótano y (ahí) nos ponemos a construir cosas porque nuestra primera afición sí que era como más el mundo de las artes plásticas”. Les dio por disfrutar el encanto personal de “destripar los juguetes”, crear pequeños artefactos, maquinitas. Se trataba de un trabajo puramente plástico. Pequeñas escenas, maquetas con mecanismos que crean una narrativa, pero muy plástica. La base era el placer de hacerlo, puro entretenimiento. Sin voluntad alguna de hacer un espectáculo o crear un montaje escénico. Poco a poco, terminaría llegando a eso: “se fue formando así como si fuese un Frankestein... las tribulaciones de Virginia”.
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“Cuando estábamos en el sótano hablábamos también de cosas, mi hermano y yo, porque nos pegaban muchas horas construyendo. Estabas ahí con la maquinita y hablabas de cosas, pues, ‘te acuerdas de esto... lo otro... ayer fui a la discoteca y me pasó no sé qué’". Como el proceso fue tomando meses, cruzó el año, comenzó a llegar gente a ver qué tanto hacían los Oligor en su sótano. Llegaron los primos, algunos amigos, los vecinos, quienes eran los primeros testigos de cómo les iban contando el proceso detrás de cada pequeño montaje ya armado, de qué habían platicado cuando lo hacían, armando la historia por pura intuición, pero sin percatarse que eso estaba ocurriendo: se creaba una narrativa. También se quedaban con los visitantes hablando de cosas que los preocupaban. “Y todo eso se fue como adhiriendo a las máquinas y se fue creando una suerte de espectáculo”. La obra que remite a la historia de amor-desamor vivida por Virginia-pequeña-muñeca-bailarina y lo difícil que es llegar a ser, comenzó como un juego que en un principio no duraba más de 10 minutos de breve exhibición del entramado de objetos, alambres y algunos circuitos que más que contar la historia mostraban cómo habían sido armados. “Mira, pues esta que se cae aquí... el elefantito, se enciende la nariz, se enciende un corazón, yo le disparo, se empieza a mover...”, recuerda Jomi Oligor a unas horas de montar por tercera ocasión Las Tribulaciones en la sede La Rendija, en el Centro Histórico de Mérida, la capital de Yucatán. “Y ese era el show, por llamarlo de alguna manera. Eran 10, 12 minutos, (que) se fue alargando (mientras) íbamos sumando cosas. Al final pues sí que nos animaban y venía gente que sí que está más dentro de las artes escénicas; nos decían "hombre, pues esto podría ser un espectáculo".
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Si bien al final se definió como un espectáculo de artes escénicas, en su momento los Oligor no sabían qué hacer con todo el asunto: si queríamos sacarlo del sótano y enseñarlo... hubo momentos en los que se planteó que podría ser una especie de instalación o que tu pasaras por ahí y se activaran los mecanismos o como si aquello te contase una historia”. Pero al final cogió la forma de espectáculo. Un espectáculo intuitivo e íntimo, cercano al teatro de pequeño formato, al teatro del objeto, pero sin pertenecer del todo a uno y otro género escénico. Más bien una suerte de encuentro, de descenso e interiorización del público al sótano de Jomi y Senen. Una experiencia individual y compartida con todo el que asiste. “Estamos ahí todos juntos, nos miramos las caras. Oigo lo que dice este o como respira, las reacciones de la gente, no sé, ahí se crea como una especie de ambiente de comunidad que mí me gusta mucho”. El sótano que viaja en y es la misma nave espacial -Es posible decir que se trasladó ese ambiente íntimo de ustedes (los Oligor) en el sótano, al escenario. Como que el sótano también se desplazó. -Sí de hecho mi primo habla un poco de eso antes de entrar al espectáculo y a él le gusta usar ese término del sótano portátil. Digamos que hemos recreado el sótano en esta estructura nave espacial que se pude montar y desmontar en cualquier sitio. -En occidente tenemos una construcción, un imaginario sobre el sótano, de ese espacio mágico, a veces de terror, de suspenso... ¿está algo de eso un poco, voluntaria o involuntariamente en el montaje? -Sí, totalmente. Es como entrar en esa buhardilla de la abuela, que cuando no había nadie en casa tú te atrevías a abrir la trampilla y subir a ver qué había. Todos esos muebles ahí, con unas lonas por encima que no sabes lo que esconden. Ese baúl que estaba al fondo y que abres sin saber lo que va a haber dentro, te va atacar una araña o si hay una joya. Todo eso está ahí en las tribulaciones. La realidad es que para el artista español que ahora trabaja solamente con su primo Pepe Oligor, luego de la retirada de Senen del espectáculo, todo lo sumado y que forma parte de Las Tribulaciones de Virginia ha llegado a ellos de forma azarosa. El encierro en el sótano fue porque era lo que tenían, no porque estuviera planeado así. De ahí también el azar que ha guiado las manos de los hermanos hasta cada uno de los objetos que se fueron incorporando al montaje. Aparatos desfasados en el tiempo, encontrados por ahí, rescatados. -Sí. Esto tiene que ver con el gusto personal de mi hermano y mío de entrar a esos espacios. En la época del sótano, como no queríamos estar con la gente, nos íbamos de paseo el tiempo que no estábamos encerrados construyendo. Los recorridos de ambos artistas incluían casas abandonadas a las que se colaban sin más miramiento que la natural precaución. De ahí “rescataban” una lámpara o un mueble viejo, cualquier cosa útil para montar una escena, una pequeña historia. Luego iban a los basureros a encontrar “tesoros” por otros desaprovechados, además de los rastros.
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Visitaban lugares donde se podían encontrar cualquier cosa, tanto puestos de antigüedades “de estos que están como en un mueble restaurado, así Luis XV; pero la mayoría de los puestos son una manta en el suelo, cuando hay manta, y todo puesto así como amontonado” “Te encuentras cosas surrealistas... cosas que ves así como un cubo que le salen cables y unas piezas y no sabes qué es y le preguntas al tipo (del puesto) y él mismo, que lo está vendiendo, te dice ‘no sé’. Le dices ‘pero no sabes para qué sirve’, ‘no’... ‘¿cuánto vale?’ Te pone un precio y no se sabe ni lo que es aquello. Lo acaba vendiendo... es alucinante”. -De alguna manera tenemos también esta creencia de que un objeto está como un poco cargado de quien lo poseyó, de su dueño... ¿pudiera uno imaginarse también que en el montaje está esa serie de cargas de tanta gente que ha pasado antes que ustedes por estos objetos? -Sí podría ser, lo que ocurre que en las tribulaciones, mucha gente habla de los objetos, y los objetos pa arriba y pa abajo, y yo me doy cuenta y comienzo a hacer una enumeración de lo que traemos en los baúles y en las cajas y no hay tanto objeto antiguo.
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Jomi Oligor comparte esa fascinación por los objetos que causa tal efecto en el público de la obra. Vive esa sensación, la carga de memoria que se puede atribuir una cosa y que quien la adquiere trata de imaginar, intuyéndola solo con mirarla. Sin embargo, en Las Tribulaciones... no hay tanto que tenga que ver con antigüedades puras, porque las piezas del montaje ya están todas intervenidas y manufacturadas, “han sido destripadas y vueltas a construir”. Aun así, algunos objetos conservan su propia carga, como la cajita musical que anima el cuerpo de Virginia-pequeña-muñeca-bailarina. El dispositivo se ha ido transformando con los años, porque no se trata de un artículo de mucha duración. Así es como la obra incluso ha sobrevivido a sus propias partes, a su contenido físico. Por eso Jomi Oligor procura tener “la antena” alerta siempre que visitan estos espacios de despojo buscando cajitas musicales, por cualquier eventualidad. Justo ha sido en México que encontró una justo igual a la que aún usan en el montaje. La resguarda como un tesoro, para tenerla a tiempo cuando la actual deje de funcionar. Gracias a esa combinación de cosas de aquí y de allá, que podrían rastrearse como llegaron a formar parte de Las Tribulaciones... incluso en el tiempo de vida de la obra, es que cuenta con una estética propia creada por su proceso de creación. 43
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Además está la carga del propio viaje de ver la obra, donde el público se pude transportar al pasado de los personajes, al de cada uno de los asistentes y al experimento de encontrarse en esos dos tiempos, además el tiempo de Jomi Oligor, que es quien está ante el montaje, viviendo y narrando la obra. -Pensando de nuevo en los espacios físicos, es un viaje triple... es al interior de uno, que sería el sótano personal; el viaje en el tiempo y también este asunto de la nave espacial porque es la que permite salir del entorno y regresar al mismo tiempo... -Nunca lo había pensado así, pero me parece genial. Creo que vas más allá que yo, porque yo estoy dentro del sótano y no lo puedo ver desde afuera, pero por ahí van los tíos. Yo, todo esto que te puedo hablar, y que me sorprendo cuando me pongo a hablar porque nunca había llegado a estas conclusiones, es porque ya llevamos tanto tiempo que ya inevitablemente ya tengo una vista, puedo como puedo ver cosas y hablar con la gente. La gente me dice y yo lo asimilo y digo ‘esto es verdad, tiene razón’. Pero si me lo hubieran dicho, nada más salir del sótano, no te hubiese podido contestar a nada, estaba tan dentro. Porque es como muy personal y estoy muy adentro, entonces hacer esto, estas como unas gimnasias mentales, es como un esfuerzo. Más sobre los Hnos. Oligor en oligor.org Visita también rendija.net
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