1 minute read

Camaleón, capullo y águila

Rocío del Pilar Flores Adrianzén

Soy el camaleón que emula al arcoíris callado, taciturno, quieto, solitario. Aunque digan que no oigo yo sí siento y mucho más aún presiento la maldita muerte que ufana y hambrienta ronda mientras me aferro estoico al árbol de la vida. Me critican por mi paso lento pero ante la ofensa mi lengua sigilosa reacciona revelando mi coraza y sobrevivo mientras mis ojos desorbitados no dejan de observar a un capullo moviéndose tembloroso en una rama cercana.

Soy el capullo que finge dormir para esconder el miedo pero en verdad no sé si salir de este encierro. Tengo frío y aunque he perdido el abrazo inútilmente me envuelvo en mis propias alas que no llegan a ser como el cobijo del extraviado, aquel que transformado en polvo se fue sin aire. Temo asomar la cabeza para no morir sin haber nacido Quiero respirar y aunque — el aire ya no es vida — dicen me sueño como la mariposa posada en el hombro de aquel que lucha y se aferra a un día más. Aunque aún envuelto en una cuarentena sin fin me preparo para poder volar y como el águila que lidera el cielo algunas mañanas mantengo en alto mi bandera de fe.

Soy el águila que reina por las montañas pero que también pierde sus plumas. Soy amiga y enemiga de la rapiña voraz, rápida, intrépida, atrevida. Nadie sabe dónde me escondo si me refugio en lo que fue o quizás en lo que pudo ser. Nadie sabe cuándo, por qué o por quién muto o si también me pregunto dónde fue a parar la sociedad. Nadie sabe del dolor de mis patas desgarradas o del llanto de mis ojos cuando no tienen a quien mirar. Nadie sabe lo que alberga mi pecho hinchado si es amor, rencor o vanidad o quizás mentiras salpicadas de verdad. Nadie sabe mi realidad.

Juntes y diferentes desde nuestros espacios nos descubrimos camaleón, capullo y águila. El hombre ha desaparecido y no sabemos si volverá. Juntes y diferentes nos vestimos y nos desvestimos de una ilusión llamada humanidad.

This article is from: