El Templo del Dragón Púrpura

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LOS ANIQUILADORES DE PLANETAS

ORIGEN

CECILIA OLIVEROS CRUZ


Índice

El Templo del Dragón Púrpura

Sangre de Guerra

Doncella de Venganza

El hechicero metálico

Epílogo

Los Aniquiladores de Planetas: Origen © Número de Registro: 03-2009-120213182200-01

Esta obra se encuentra registrada y protegida por la Ley Federal del Derecho de Autor. Queda prohibida cualquier copia, imitación, o utilización sin previa autorización de su legítimo propietario. Ilustración por Héctor Bustamante.


El Templo del Dragón Púrpura.

Era un desierto sin nombre. Estaba en un planeta clase II, según la nueva clasificación de la Confederación de Sistemas. Principalmente era un planeta de paso, donde los cansados viajeros paraban a tomar un trago, dormir un poco, sentir la gravedad. Después abordaban de nuevo sus cargueros intergalácticos y continuaban haciendo su trabajo. También había allí muchas personas con el simple oficio de vagar a través de los mundos, ganándose la vida de maneras nada ortodoxas. En un bar, justo en medio de ese desierto sin nombre… El tipo grandulón bajó de su moto de ocho cilindros, y la aparcó a un lado de la fachada. En ese momento, solo estaban el cantinero cyborg y otro cliente, un maiar, esos seres de pequeña estatura, piel azulada y ojos con forma de avellana, negros y brillantes, parecía que no tenían nariz y su boca era muy chica. Al recién llegado le causaban gracia, pues le recordaban clones a medio madurar. -

¿Qué le sirvo?- dijo el cyborg.

-

Cerveza helada – contestó el tipo rudo

-

Procesando…

El robot dio la media vuelta, tomo un tarro y lo llenó con la espumosa bebida recién salida del barril, enfriada con hidrógeno liquido. - Quince créditos, señor – sonó la voz cibernética. - Cóbrate – le lanzó una barrita de metal, la forma más común de moneda. El tipo llamó la atención del maiar, quien inició la plática. - Mi nombre es Prot, ¿Le molestaría decirme el suyo, señor? El aludido volteó. - ¿Por qué quieres saberlo? – contestó.


- Somos dos individuos solitarios sin ninguna ocupación momentánea. ¿Le gustaría entablar una conversación? ¿O jugar cartas? Le diré que solo domino lo que nos humanoides cero llaman póker, pero lo juego muy bien. -Thunder X. – añadió con una sonrisa - Eso está por verse. Ya con las cartas sobre la mesa, Thunder y Prot tomaron confianza. - Creo que he ganado - dijo el maiar - ¿Desea una revancha? - ¡Claro! Oye Prot, - y apuró un trago de cerveza - ¿Puedo hacerte una pregunta? - Adelante. - ¿Que carajos hace un maiar como tú, en un lugar como este? - Viajo. Trato de acumular conocimientos, la actividad propia de un maiar. -Y… has de haber visto cosas muy raras. – se aventuró a decir, mientras revolvía el mazo. - Lamento decirle que no. Verá soy un clon, creado hace pocos ciclos espaciales. Fui transportado aquí justo después de obtener la consciencia. Es el primer planeta que conozco. - Ya veo – dijo Thunder, tomando otro trago - ¿Usted visto cosas extrañas, señor Thunder? - Muchas - ¿Cuál ha sido la más increíble? Thunder se lanzó para atrás en la silla. Miró el ventilador, mientras acomodaba sus recuerdos. Con sus gestos daba a entender que le costaba trabajo discernir, pero, por fin, hizo su elección. - Un dragón El maiar enmudeció, permitiendo que Thunder siguiera hablando. - Un dragón púrpura volando por encima de mi cabeza. - ¿En verdad? ¿Y cómo era?


Thunder humedeció su boca con otro trago de cerveza. Miró sus cartas, pero solo para mantener la vista ocupada, pues su mente estaba en otro sitio y en otro tiempo. - Jodidamente enorme. Brotó del suelo, justo frente a mis pies. Tenía una tremenda cabeza rodeada de flamas azules, un largo cuello, y el cuerpo escamoso. Esas malditas alas cubrieron al sol sobre mí, y pude ver sus brazos y patas colmados de garras. Se movía rápido, haciendo destrozos a diestra y siniestra. Al acabar de incendiar y demoler las cosas que tenía cerca, alzó el vuelo, movió el hocico solo para escupir un chorro de fuego a mi izquierda, para retorcerse como una serpiente y desaparecer. Aunque volteé y lo busqué con los ojos, ya estaba lejos. No tengo idea de adonde se largó. Y no lo he vuelto a ver desde ese entonces. Thunder regresó al juego, acomodando sus cartas. Prot se maravilló con esa descripción y pidió más. - ¿Dónde conoció al dragón? ¿Cuándo? - Hace tiempo, cuando era un muchacho - ¿Y? -¿A qué te refieres con “y”? - Mire, hagamos un trato. Si yo pierdo, le contaré sobre el científico que me creó, lo poco que sé acerca de él y sus proyectos. Si yo gano, me hablará de cuando era un muchacho ¿De acuerdo? -¿Por qué no? – dijo Thunder, entusiasmándose de golpe - ¡Venga! Tercia de reyes. - Póker de seis - Demonios “Mi planeta era parecido a este. Pero yo no vivía en el desierto, sino en el mar. ¿Conoce el mar? Me alegro, eso ahorrará la explicación. Era pescador. Mi familia, miserable. Yo era el mayor de todos los hijos, y eso da ciertas responsabilidades, así que pescaba principalmente para darles de comer a seis bocas hambrientas y ansiosas. Cuando no estaba trabajando con las redes, era un chico normal. Jugaba en la calle, molestaba a las chicas, me metía en problemas, perdiendo el tiempo como cualquier crío en una esquina, aprendiendo a fumar, comiendo chatarra y maldiciendo al por mayor. Pero siempre me sentí distinto. Poseía una resistencia increíble. Al


dolor, a la vergüenza, al ridículo, al hambre, a la pobreza. El mundo podía caérseme encima, y yo encontraba una rendija estrecha para escapar, sacudirme el polvo y decir ‘ahí vamos de nuevo’. Eso molestaba a mis padres, quienes inventaban que lloraba desconsoladamente por las noches, porque les temía, y me azotaba la culpa de ser un malcriado desobediente o algo así, pero era basura. Ellos nunca me vieron llorar. Y nunca lo he hecho. Sin embargo, no siempre fui el bastardo que soy ahora. Digo, cuando se es joven aún se tienen esperanzas. Los que tienen buena suerte, las conservan. Los que tienen mala, las pierden. Y la mía quedo echada cuando ese maldito monje pasó por enfrente de mi casa” Unos gritos perdidos entre la respiración de una muchedumbre… - ¡David! ¡Tapa las goteras, con un diablo! - ¡Voy mama! Un suburbio citadino. Hogar tras hogar apilados tras de sí, una colmena de hombres tratando de sobrevivir a ellos mismos. - ¡Mas a la derecha! ¡Cuidado y te caigas! - ¡Voy mama!!! David se quito la camisa, para no arruinarla con sol y grasa impermeabilizadora. Él era el más fuerte de la familia. Entonces, un anciano, miembro del Templo del Dragón Púrpura, caminaba por la acera de enfrente. Al escuchar los gritos de la mujer, clavó sus ojos en David. - ¿Estas ciego? ¡Muchacho tonto! - ¡Aquí se necesita algo más que grasa! ¡Abraham, Abraham! ¡Trae por favor una viga! - ¡David! ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Soy tu madre! ¡Hazme caso y obedece! El joven en el tejado no le oía. Trabajaba duro, con ayuda de sus hermanos, arreglando el agujereado techo de su casa. El anciano se acercó a la mujer. - ¿Cómo se llama el chico, señora?


- Soy su madre, Inés. Él es David… - Es muy fuerte - Si… - agrego la mujer con vanidad – es nuestro orgullo. Es un muchacho muy valiente. - Será un excelente aprendiz de monje. Si aprende, sería respetado. La mama de David escuchaba emocionada ¡Un sacerdote del templo más venerado decía que si hijo seria un excelente aprendiz! -¿Respeto? – preguntó Inés - Claro. Sabe usted que los monjes tenemos muchos privilegios. Al igual que las familias de los monjes. Por supuesto, cuesta dinero, el viaje, el diezmo al monasterio, y todo lo demás, pero vale la pena. Cuando David regrese, con su sola presencia los vecinos suyos le darán dadivas, comida, ropa. El gobierno les da subsidios a los monjes. Subsidios jugosos. “Carajo. Recuerdo ese momento como si fuera ayer.” - ¡Toma! –Thunder desplegó su juego- ¡cuatro ochos! - Lo felicito. Mis tres reinas no son competencia. – respondió el maiar con amabilidad. - Ahora le toca a usted… veamos… cuénteme… Thunder sudaba a la gota gorda y no tenía humor para pensar - ¿Habrán atrapado al infeliz de Frag -Tazz? - ¿Esa es su pregunta? - Ah… olvide eso del acuerdo. Hablemos de cualquier cosa - ¿Por qué le interesa conocer el destino de ese individuo? Thunder saco de su chaleco un puro y un encendedor. Contestó fumando. - Soy cazarrecompensas. Ando siguiendo su rastro. Me ha costado algo de trabajo, pero soy autodidacta, y mejoro rápidamente.


“Fue un trabajo que me cayó como anillo al dedo. Perdido en el desierto, con los cadáveres de esa banda ¿Qué otra cosa podía hacer? Eran mis cadáveres. Los primeros de toda mi vida. No digo que nunca había querido matar a alguien. Especialmente en el templo. Pero esa noche, esa en especial, descubrí mi vocación. Tomé una metralleta, después de degollar a los guardias. Desde la duna que los cubría, disparé y disparé como loco. Al bajar de allí, rematé a los pocos restantes. Después de eso, quemé su campamento. Tome sus armas y vehículo. Metí los cuerpos allí. Al día siguiente, los llevé a la policía. Y no porque quisiera hacerle un bien al universo, sino por el dinero. Necesitaba efectivo para dejar el planeta, cambiar de vida. Matar malvados por dinero era una buena opción. Así que esa es mi profesión ahora. No disfruto matando gente. No soy un rajado asesino, solo hago lo que la vida me ha enseñado a hacer. Estoy seguro que muchos en mis zapatos habrán sentido remordimientos, asco o se hubiesen vuelto locos al ver la sangre de una docena de bastardos encima de ellos. Pero yo no. Hice lo que podía y tenía que hacer. ¿Preguntas si alguna vez siento culpa? Debería, pero no es así. Alguien iba a matar a esos malnacidos, tarde o temprano. La policía u otros más desgraciados que ellos. Cuando te la pasas jugando con filos, eventualmente te cortas. Tuve la suerte de que me tocase empuñar el cuchillo en esos momentos, de que me jodieran y reaccionara, es todo. Un día de estos a otro le va a tocar matarme. Tan sencillo como eso.” Los recuerdos de Thunder eran claros. Más que recordar, revivía. El fuego, los gritos. Eran malvados. No había problema. - ¡Tomen esto, hijos de perra!! – Mucho tiempo de rencores ocultos explotaron en él de una manera catastrófica, posesionándolo con ira y ansia de sangre. - ¡Agárrenlo!- dijo el jefe de la banda -¡Quiero su maldita cabeza! - ¡No escaparé, perros! – El joven de ese entonces adquiría una increíble habilidad con las armas ¡No, nunca más! Ellos no tuvieron oportunidad. El gritaba y disparaba, disparaba. Sus ojos brillaban, ajenos al entorno. El joven ya no era el mismo. El cielo se poblaba de nubes. Una tormenta caía sobre sus hombros, sobre su cabeza, sobre sus ojos. Exhausto, el joven se dejo caer de rodillas, en medio de ese infierno creado por sí mismo. La culpa o debilidad lo olvidaron. Ahora se sentía fuerte, muy fuerte. Cobraría venganza. -

Tercia de sietes – dijo Prot.


-

¡Rayos! Tercia de cincos.

Prot, quien, en su búsqueda de información, vio en Thunder una historia digna de oírse. Continuaban solos ellos dos, acompañados solos del cyborg expendedor y el zumbido eléctrico de los dispensadores de licores automáticos. -

Así que si fue al Templo del Dragón Púrpura ¿el monje logró convencerlo?

-

No. Fue por otra razón. Cuando a los padres se les mete algo en la cabeza no hay manera de quitarles esa maldita idea. Bueno, así eran los míos. Lo siento por el resto de la familia.

-

¿Tuvo hermanos?

-

Si. Seis. Abraham, Judith, María, José, Ezequiel, Lucas. Me gustaría saber que están haciendo ahora. Creo que mi planeta natal se ha integrado a la Confederación de Sistemas. Si es así, habrán cambiado muchas cosas.

-

Esa nueva organización autodenominada la Confederación de Sistemas parece tener un gran futuro.

-

¿Tú crees?

-

Impartir justicia e impedir la colonización de planetas salvajes me parece una buena intención.

-

Además de poner precio a las cabezas de varios criminales, cosa que beneficia mi negocio. Ignoro lo que sucederá con esa Confederación en el futuro, pero deseo que a ellos no les cause problemas. Digo, si siguen siendo como yo los recuerdo.

-

¿Qué edad tenía usted en ese entonces?

-

Diecisiete. luego seguía Abraham, Judith era la tercera. A como yo recuerdo.

Los ojos de Thunder se perdieron por un momento en el horizonte, atravesando la sucia ventana a su derecha, como si viajaran lejos de allí. “El mar. A pesar de todo, siempre me agradará el mar. Ah, siempre me pongo raro cuando pienso en ellos. Ya no lo hago mucho, porque sé que están bien. Deben estar bien. Eran unos mocosos muy fuertes. Nosotros no teníamos padres estrictamente hablando, ya que se la vivían en el trabajo, juntando dinero para llevarme al Templo. Cuando vieron que no alcanzaba, nos pusieron a trabajar a todos.” -

¡Judith! ¡Judith!

Una voz se acercaba. La voz de un niño pequeño corriendo por la costa. Lucas era el más chico de los hermanos, el más indefenso y maltratado.


-

¡Hermana!

La joven de catorce años llevaba una gran canasta. -

¡Aquí estoy!

Se dieron un abrazo. Ella había ido a recoger el pescado para la comida de la noche, y ahora partían joven y niño de regreso a casa, con el alba a sus espaldas. David dejó la lancha, y caminaba detrás de ellos, con la idea de darles un susto. Se acercaban a la carretera, cuando vieron a sus padres hablando con una pareja desconocida, al parecer adinerada, en un auto, bajando los cuatro con cara de satisfacción. Parecía que hubieran concertado un gran negocio. -

¡Hija! - dijo la madre, extrañando a Judith, porque nunca era tan amable - ¡Nos alegra encontrarlos! ¡A ti y a Lucas!

-

¿Pasa algo, mamá?

-

Sabes que tu papá trabaja en la casa del Sr. Rogers. Le tiene una gran confianza, ya que nos ha ayudado mucho. Debemos estarle agradecidos.

Judith endureció al rostro, al recordar los “favores” que su madre mendingaba: porciones de comida caducada, algunas limosnas, ropa vieja y bastante desprecio. - Lo sé, mamá. -

Los señores tienen un serio problema – dijo el padre – verás, ellos no pueden tener hijos…

Judith se aterró. Tomó a Lucas entre sus brazos, aferrándolo ansiosamente. -

¿En que están pensando?

Su papá trataba de parecer sereno, aunque obviamente la situación se le iba de las manos. La madre intervino por segunda vez. -

Sabes que la estamos pasando mal, hija, tu padre y yo trabajamos hasta morir, pero aún

tenemos muchas necesidades. Nos duele ver como ustedes la pasan terrible. -

Hija, escucha primero antes de que nos juzgues – dijo el padre- Es por darle una mejor vida al pequeño Lucas, ellos lo alimentarán, le darán techo, educación, cariño… Lo querrán como a un hijo…

-

Tu iras con ellos también – dijo la madre - serás su ama de llaves… cuidarás a Lucas…. Incluso te pagarán un salario. Podrás visitarnos cuando quieras…

-

¡No! –contestó Judith - ¡No lo haré!


El Sr. Rogers era un político. Todos los políticos necesitan niños para lucir bien. Ya había convencido a los padres de venderle al pequeño de cuatro años, e incluso también de llevarse a la hija, así que no permitiría que su dinero se desperdiciara. -

Tómalo con calma, jovencita. Es por el bien de toda tu familia. Tienes mi palabra de que…

-

¡No! ¡No lo haré!

Judith corrió de regreso a la playa, cargando a Lucas. Fueron tras ella, quien caía a menudo, enredándose con las rocas y sus propios pies. -

¿Alguien puede decirme que demonios piensan que están haciendo?

David alcanzó a sus hermanos, con el corazón casi a reventar, testigo lejano de la escena. Sin importar de lo que se tratase, el los protegería. -

¡David! – gritó Judith - ¡Quieren vender a Lucas con esos señores!

-

¿Están locos? – arremetió el joven - ¿En que están pensando?

Judith con el niño aún en sus brazos, se escudó detrás de la fornida espalda de David, sollozando de miedo y rabia. El padre, Jacob, dio el negocio por perdido. David, el mayor de sus hijos, prefería morir antes de retroceder. Toda la musculatura del joven se hallaba tensa, lista para el contraataque. -

Antes que nada déjame explicarte la situación…- dijo nerviosamente Jacob

-

¿Saben qué? ¡Olvídenlo! ¡Ustedes son los peores padres que…! ¡Vender a su propio hijo! ¿Tanta es su avaricia? ¿Están locos, por el amor de Dios?

-

¡Somos tus padres y debes respetarnos! – gritó Jacob - Lo que hacemos es por el bien tuyo y de tus hermanos ¿No has pensado en que Lucas tendría un mejor hogar y una mejor vida? ¿Qué tu hermana podrá estudiar? ¿Qué tendremos muy pronto el dinero para mandarte al Templo del Dragón Púrpura?

-

Incluso, si contamos el salario de Judith, podremos enviar a tus otros dos hermanos, Abraham y José, a vivir contigo al Templo. Imagínate, ¡Tres sacerdotes en la familia!

Con tan solo oír el nombre del Templo del Dragón Púrpura, David se ponía furioso. El saber que sacrificaban a sus hermanos por ese sueño estúpido lo enloquecía de rabia. -

Ni lo piensen – y dijo, dirigiéndose al político, aún presente y en espera de su mercancía – lo siento muchísimo, pero Lucas se queda con nosotros. Mis padres le regresarán su dinero. Judith, vámonos.


-

Muchacho irrespetuoso, no permitiré que te largues sin siquiera escuchar…

-

¡ESCUCHE ESTO!

Un certero y efectivo puñetazo en el estómago fue la respuesta de David. Sus padres sentían la muerte, mientras ayudaban al Sr. Rogers a incorporarse del golpe, ignorando a los tres hermanos que huían rápidamente, hacia la carretera, sin mirar atrás… “Ellos están bien. Son resistentes. No tuvieron ninguna culpa de tener esa fea vida. Supongo que por eso los niños siempre sacan lo poco de bueno que queda de mí. Puedo joder a matones, criminales, hijos de perra, abusadores, violadores, toda la maldita escoria que abunda en los mundos. Esos que me teman, si quieren. Pero no niños ni mujeres inocentes. Lo dicen las reglas del juego, y si uno desea conservar algo de humanidad entre tanta mierda en la que te sumerges, tienes que respetar eso. Un día un perdedor me pidió eliminar a su esposa y tres niños, para cobrar el seguro. No solo lo pateé hasta hacerlo escupir su hígado, lo llevé a la policía y, adivina, ¡buscado en todo ese sistema por fraude y asesinato! Gane más créditos de los que él me ofrecía.” -

¿Qué le parece – dijo Prot – si apostamos algo para hacer más entretenido el juego?

-

¡Vientos! Estaba a punto de quedarme dormido. Abro con… cinco créditos, para empezar.

Mientras el maiar repartía, Thunder tuvo un curioso recuerdo. -

Chistoso. Estoy empezando a recordar más cosas.

-

Se le llaman memorias suprimidas. Usted se está abriendo, liberando esas impresiones

-

¿Eso es bueno?

-

Los teóricos de la mente predican que es saludable para su psique.

La cara de Thunder decía “¿de qué rayos estás hablando?” El maiar sonrió. -

Es bueno

-

Yo de escuela, nada… solo soy un pobre cazarrecompensas. Lo que me enseñaron en el condenado Templo fue muy poco. Más bien fue un rajado infierno. Para que lo entiendas… ¿Qué es el mal para ti? ¿Lo más feo que te puedas imaginar?

Esa fue una pregunta difícil para Prot, por su carencia de experiencias propias. -

Solo puedo darle la definición de mi sistema progenitor. “Estado o acción de destrucción tanto física y mental, sin razón aparente o el beneficio a terceros”

Thunder terminó su segunda cerveza.


-

Pues, amigo, el Templo del Dragón Púrpura era peor. Mucho peor.

“Llegar allí fue un triunfo sobre la adversidad. En condiciones normales, al ver la puerta hubiera dado la media vuelta para largarme inmediatamente. Pero no podía. En ese entonces hice una promesa, y tenía que cumplirla. Así que solo apreté mis pantalones, jale aire y entré.” “El Templo del Dragón Púrpura… y a todo esto ni te he dicho que eso de que rayos se trataba. Hace mucho tiempo, existía una escuela de artes marciales y filosofía, en donde sus integrantes tenían la categoría de monjes. Allá en el pasado, eran una hermandad cultivadora de conocimiento, con la doctrina de dominar al cuerpo con el poder de la mente. Tenían un montón de leyes e ideas extrañas, bajo las cuales supuestamente se regían. Malnacidos. ¿De que vivían? ¡Eso era lo interesante! Supongo que al principio tenían sus propias cosechas y recursos, pero, con el tiempo, la gentes le donaba bienes por sus ‘buenos actos’. Acumularon riquezas, se volvieron poderosos. Los gobernantes pedían consejo y aprobación, así que muy a menudo había un monje del templo junto a un político, dándole buena imagen. Así fue como el Templo se alió al gobierno, cada cual enriqueciendo y corrompiendo al otro, hasta convertirse en lo que yo vi, cuando era un muchacho, al abrir sus puertas.” El aire rugía, levantando las fieras arenas del Desierto Rojo, en cuyo centro, alejado de la civilización, se encontraba el majestuoso edificio, el antiguo y venerado templo del Dragón Púrpura. Una muralla de ladrillos rodeaba al templo por todo su perímetro. En las cuatro esquinas de esta muralla, se alzaban torres con vigías. La pared oriental era la principal, donde estaba una puerta de hierro, que solo podía ser abierta desde adentro, quitando las trancas y levantando una reja con goznes del tamaño de un hombre, impidiendo el paso a los viajeros. Una plazoleta pavimentada se hallaba detrás, terminando en una escalinata que daba a un edificio de mármol, con techos curvos sostenidos por columnas cilíndricas, austeramente decoradas en su base con imágenes del Dragón. A los lados, un par de enormes construcciones, una serie de cuartos apiñados y mal construidos de unos diez pisos, en donde se alojaban los monjes. En ese momento había mucho bullicio, causado por los integrantes del Templo, enfrascados en sus ocupaciones diarias. Y cuando David llevaba unos cien o doscientos metros de recorrido, un cuerno lejano sonó desde el fondo del complejo, haciendo que todos dejaran de moverse. David siguió avanzando, sorprendido. El cuerno sonó por segunda vez y los monjes corrieron para situarse alrededor de un altar colocado enfrente de los recintos sagrados, fastuosas moles de piedra y mal gusto, cubil de


los monjes de más alto rango. Enfrente estaba una losa circular, un poco más arriba del ras del suelo, y sobre de ella el Maestro, con sus dos estudiantes más aventajados. -

Acércate – dijo el Maestro – nuevo integrante de esta escuela. – ven, déjame verte con detalle.

David sintió algo raro en el estómago. Siguió andando, entre todos esos tipos que lo miraban de pies a cabeza. Estaba conmocionado. - Alegrémonos. ¡Oh hermanos!, por la llegada de David Jackes a nuestra Orden. Una persona que se integra, hace fuerte a los demás… La multitud gritaba. David quería reírse por la apariencia del Maestro, un tipejo bajo de estatura, muy blanco, labios gordos, muy parecido a un cerdo, obviamente con marcado sobrepeso, envuelto en telas rojas, que a su vista, parecían cortinas, y un gorro chistoso en la cabeza, con forma de bollo. Un ser completamente ridículo. Para mala suerte de David, el Maestro interpretó esas miradas de forma diferente. -

David, joven pupilo, ¿estás contento de pertenecer ahora al Templo del Dragón Púrpura? – dijo tomando sus hombros de una manera definitivamente extraña.

-

Yo…este… estoy… quiero decir… este…

David no podía aplacar su risa. Cada nueva palabra del Maestro la acrecentaba más y más. -

Pues, bienvenido, ¡Oh pupilo!, ingresa a nuestra hermandad y honra...

El Maestro tenía una túnica muy larga. Quiso avanzar hacia David, para abrazarlo, pero se enredó con su propio vestido y cayó de bruces justo a sus pies. Algunos, a lo lejos, lograron contener la risa. David estalló en carcajadas. No era bueno para ocultar las cosas. Hasta la fecha. “Mi primera golpiza. Ah… como la recuerdo. Me molieron a patadas, puñetazos, azotes y demás. Comí con un popote durante mes y medio. Claro, hubo muchísimas, pero el humano tiene la mala maña de recordar siempre la primera vez de cualquier basura que se le ocurre. De ahí agarre fama. Hay alguien que se duerme en las monstruosas sesiones de meditación ¿Quién es? ¡Pues David! ¿Se quebró algo? David. ¿Se perdió el dinero para el ron? ¡David! Carajo… y puedo asegurarle que yo era completamente ajeno a todo eso. Luego, agarraron la costumbre, así que me golpeaban cuando estaban ebrios, drogados o aburridos. Porque sabrás que ellos tenían tanto de monje como yo de científico genético. Lo del Templo sagrado era solo una maldita farsa. Verás Prot, en


ese condenado lugar se juntaban todos los vicios habidos y por existir. De hecho, estoy seguro que creaban nuevos. Eran un montón de parásitos viviendo a costa de los campesinos y los pobres esclavos como yo que trabajábamos como locos en los campos de cultivos. Había alcohol, drogas de todo tipo, mujerzuelas, incluso hacían orgías entre ellos mismos….” “Sentía náuseas todo el tiempo. Yo no soy del tipo de los que se acostumbran a algo y lo dejan pasar. Es decir, hay gente que ve tanta mierda, y deja de importarle, hasta nada en ella. Tuve asco desde que pise ese endemoniado lugar, tuve asco todos y cada uno de los segundos que permanecí allí adentros y tuve asco hasta el momento antes en que me largué. Estoy seguro de que si regresara, tendría de nuevo tanto asco que les vomitaría encima de sus cabezas. Para mi si es mierda, es mierda, y aunque la pinten de colores, seguirá siendo mierda.” -

Si en ese lugar sufría, e incluso lo odiaba ¿Por qué permanecía allí?

-

Una promesa.

Pidió otra cerveza al cyborg en la barra. Miro de nuevo al ventilador, extendiéndose en su silla. El calor amainaba. -

Cuando a los padres se le mete algo en la cabeza, hay poquísimas o ninguna cosas, de convencerlos de lo contrario.

“Mi familia sufría. Todos trabajábamos. Después de esa locura de querer vender a Lucas, decidí que ya no podía permanecer allí ni un momento más. Así, que, con ayuda de mis hermanos, preparé ese maldito viaje.” David hizo una fiesta de despedida. Cuando sus padres regresaron de sus trabajos y vieron lo que pasaba, gritaron enfadados -

¡Dios santo!

-

¿Quién les dijo que podían hacer esto?

David dejó su silla. -

Marcharé solo. He hecho los cálculos necesarios y tenemos el dinero suficiente para el viaje. El resto se lo di a los niños. Se ganaron cada maldita moneda.

Un día, mientras la pequeña María fregaba el piso de la habitación de sus padres, encontró una caja. Siguiendo su curiosidad infantil, descubrió todo el dinero ganado por el trabajo familiar. Se lo confió a su hermano mayor, y cuando David lo vio, se dio cuenta de la situación.


-

Ya lo sé. Sé que todos estos “sacrificios” eran para explotar a sus hijos, con el simple pretexto de mandarme al Templo. Al principio, quizás, fueron honestos, pero con el tiempo se dieron cuenta de la cantidad de dinero que podían juntar si nos ponían a trabajar.

El padre alzó la mano para darle una bofetada a David. El interpuso la suya, deteniendo el golpe. -

¿Quieren que me vaya? Me iré ¿Quieren cumplir su capricho? Lo haré. Con la única condición de que nunca, y con nunca me refiero a ni una sola maldita vez en todas sus vidas, vuelvan a aprovecharse del amor de sus hijos.

“Ese fue el fin. Mis padres me acompañaron, de todas formas. Eran unos jodidos avariciosos. De todos los hijos que tuvieron, a todos les encontraban peros. Nunca se estaban contentos o en paz, siempre querían algo, o más dinero, o una mejor casa o un vehículo nuevo. La misma cantaleta una y otra y otra vez. Tenían planes locos y estúpidos bajo los cuales ponían todas sus esperanzas de salir de pobres, y cuando su maravilloso plan no daba resultado, nos echaban la culpa a nosotros. Al contrario de yo y mis hermanos, que nos conformábamos con estar juntos, comer pescado frito y jugar a las retas. Éramos felices con eso, y a veces creo que ellos envidiaban nuestra felicidad, por lo que nos ponían a trabajar sin cuartel. Si ellos no estaban contentos, sus hijos tampoco podían estarlo. Malditos mezquinos. Viendo que no tenían remordimientos al abandonar a sus otros cinco críos, los dejé al cuidado del viejo Daniel. Ese viejo tenía un hijo, de mi edad, que murió en un naufragio. Ambos éramos pescadores, y nos llevábamos bien. Creo que desde entonces no he tenido amigos. Su hijo era muy parecido a mí, rudo, se tomaba las cosas en serio, honesto hasta que doliera, pero menos malhablado. Se parecía al señor Daniel, y justo como él, tampoco le agradaban mis padres, así que le fue fácil darle protección en esos niños desamparados.” -

¡Cuídense! – gritó el anciano mientras saludaba en el muelle rodeado de los hermanos de David, que agitaban vigorosamente las manos

-

¡Adiós!

-

¡Por favor, vigílelos!

-

¡Adiós!

David partía al Templo en una barca, con sus padres a bordo, para llegar a la Megaurbe del Norte, atravesar el golfo de Dra y llegar a la Megaurbe del Sur. Allí, su viaje alcanzaría la etapa más dura. “Los viejos no eran marinos como yo. Es decir, el bote los mareaba. Y a pesar de ser un viaje corto, no le veían fin. Yo no quería que me acompañaran, y no porque me fuera a largar sin ir al Templo,


sino porque lo había planeado como un viaje sin retorno. Ahora, debía preocuparme por como carajos regresarían a la Megaurbe Norte, y para empeorar las cosas, mi madre se sentía mal. El frío y el calor extremos afectaban sus pulmones. Mi padre fue a buscarle un doctor apenas llegamos a la Megaurbe Sur. Cuando el doc le dijo a mi madre que debía estarse quieta, lo mando al demonio. Creo que yo herede su carácter, lo cual tiene sus pros y sus contras.” -

Eso puedo verlo ¿seguro que desea seguir apostando? – dijo Prot.

-

¿Por qué?

-

Ha perdido trescientos créditos.

-

¡Bah! Agarro a algún roba coches y lo entrego. Me darán por lo menos mil. A veces soy tan necio como un burro. Pero en este negocio, esa es una gran virtud.

-

Los humanos me sorprenden. Esa capacidad de sobreponerse, de encontrar soluciones con la fuerza de su voluntad.

-

No todos son capaces de hacer lo que dices.

-

Los que lo logran, cambian su entorno.

-

Eso sí.

-

Por ejemplo, esa promesa que usted hizo hace tanto tiempo.

Thunder calló por un momento. Reanudando la plática, continuó: -

Esa fue la promesa más estúpida que he hecho en toda mi vida. Aun así, era una promesa, y no importa si tiene razón de ser o es una completa idiotez, debe de cumplirse.

“Por otro lado, después de lo sucedido en el Templo, debía largarme. Elegí el oficio de caza recompensas, Existía para mí un mundo nuevo de oportunidades, bandidos que atrapar, dinero por ganar y sinfín de gentes nuevas a quienes verles la cara. Sin importar todo lo malo que me había pasado, me sentí tremendamente contento, por primera vez en toda mi maldita vida, no más sueños de venganza y patear traseros, no más escondites de perro, o robar comida de puestos callejeros. Mataría malos por dinero y contando la cantidad de criminales que existen allá afuera, ganaría tantos billetes como para forrarme con ellos. Con el dinero de los bandidos que maté tuve lo suficiente para ir a la megaurbe mas cercana y comprar una nave, para salir al primer planeta que se me atravesara.” -

¿Qué hizo en el Templo?

-

Algo. Después de escaparme. Hubo un tremendo problema. Por eso debía de irme, ya sabe, la ley.


La tarde avanzaba lentamente sobre el caliente desierto. No había nada de viento, formando lejanos espejismos de pozos petroleros. El maiar tenía una paciencia increíble, además de una suerte tremenda, -

Creo que el motivo de su visita a este planeta es la búsqueda de un criminal

-

No, para nada. – contestó Thunder – solo quería recargar gasolina

-

Por favor, hábleme de la promesa que lo hizo permanecer en el Templo. Llámeme entrometido, pero encuentro su historia fas…

-

Nada de adulaciones. Te lo diré todo con tal de tenerte callado.

“Ya sabrás que partí al Desierto Rojo con los viejos. Ya te conté como mi madre comenzó a enfermar. Entre más avanzábamos, el camino se hacía peor, al igual que su salud. Verás, tuvimos que dejar la Megaurbe sur para atravesar las montañas Esfinge, una serie de cordillera difíciles de escalar. Buscamos los caminos por donde pudiéramos seguir avanzando con la camioneta, así que dimos rodeos y rodeos hasta salir de esos condenados riscos. Tardamos mucho, y las alturas le afectaron los pulmones, pero luego… vino el desierto.” “Esta cosa que este planeta llama desierto es un prado de flores en comparación con el Desierto Rojo. El sol te atraviesa, tostando tus órganos internos, hirviendo tu sangre. La arena se calienta tanto, que hay lugares en donde se cristaliza, formando rocas transparentes con insectos fritos en su interior. Un calor de muerte, donde el agua se considera divina. Varias veces mandé a los viejos de regreso, pero ellos querían verme en las puertas del templo antes de dejarme. Tercos. Viajamos por el Desierto Rojo durante varios días, mas de los que deberíamos, racionando nuestros alimentos y la preciosa agua lo que podíamos. Pero la mala suerte nos alcanzó. Una banda de forajidos, los ladrones de las arenas, rondaban por allí, y nos asaltaron, quitándonos todo. Por suerte el templo estaba cerca y llegamos justo a tiempo de morir de sed, pero no lo logramos todos. “ Thunder recuerda esa noche. La noche en que su madre murió. Dormían adentro de la camioneta, apretados, protegiéndose del frío. A decir verdad solo dormían los papás de David, ya que él estaba afuera, mirando el cielo, haciendo guardia. Vio a lo lejos una docena de tipos en motocicletas dirigirse a ellos, dándole muy mala entraña. No había gente buena en el desierto y mucho menos después de haberse puesto el sol. Encendió el motor y arrancó, aun después de que su papa lo regañó por haberlo despertado.


-

Ladrones – contestó David

-

¿Seguro?

-

Muy seguro

Pero ni toda la velocidad alcanzada por esa vieja camioneta era competencia para las motocicletas. Los tipos los rodearon y obligaron a defenderse. -

Viajeros, estamos solicitando su ayuda – dijo uno de ellos, piel quemada y labios gruesos, fornido, el más alto de todos y de seguro su líder – y, claro, nos ayudará cualquier cosa que nos puedan ofrecer.

-

Dinero

-

Agua

-

Comida

-

Gasolina

-

O cualquier otra cosa que valoren más que a su vida.

David tenía las manos atadas. Nada podría hacer. Tendría que darles lo que quisieran, ya que no deseaba enfrascarse en una pelea donde seguramente perdería, y no por falta de habilidad, sino por superioridad numérica y estratégica. Por el contrario, sus padres no pensaban así. -

¡Déjennos en paz! – grito su padre

-

No tenemos nada que pueda servirles – dijo David – nada.

No se puede razonar con bandoleros. A punta de pistola, los obligaron a vaciar sus maletas. El joven permitió ser amenazado e insultado, pero no les perdonó los golpes. Utilizando un momento de distracción, desarmó a uno de ellos. Los demás estaban sorprendidos, y cuando lo vieron ir contra el jefe y noquearlo de un puñetazo limpio, iniciaron la desbandada. Por desgracia, para cubrir su huida, dispararon sobre ellos. David y su padre tuvieron suerte de tirarse de bruces y esquivar las balas. Su madre no fue tan hábil. Era la noche madura. Solo había oscuridad, interrumpida por la luz de las estrellas y una pequeña fogata. David tenía a su madre en los brazos. -

Prométeme… que serás un monje en el templo del dragón púrpura

La bala perdida atravesó su pecho. Perdía mucha sangre, y estaba débil, por su enfermedad y el pesado viaje. Moriría pronto. Su padre lloraba desconsoladamente. Él no quería hacer esa promesa, pero era su madre y ese sería muy probablemente su lecho final.


-

De acuerdo. Tú ganas. Lo haré.

Iniciaron el viaje al templo lo más rápido posible. David puso unos vendajes para tratar de parar la sangre, además de cuidarla lo más posible. Dos días después, debajo del sol ardiente, él y su padre terminaron de enterrarla en las doradas arenas de Desierto Rojo. Ella había dejado ese mundo a escasos días de llegar al Templo del Dragón Púrpura. “Tenías que morirte, ¿eh? Solo así conseguiste tu capricho. Hasta eso fuiste capaz de hacer” -

Ahora entiendo

Prot sacó del mundo de los recuerdos a Thunder -

Ahí estas, maiar.

-

Lamento la muerte de su madre

-

Eso ya fue algo de tiempo. Pero gracias por la intención

-

¿Qué paso con el jefe de la banda? Aquel que dejó inconsciente.

-

Pues, creo que luego se reencontró con su pandilla. Lo maté no mucho tiempo después. ¿Recuerdas que te conté acerca de los primeros cuerpos que llevé para cobrar la recompensa? Él fue uno de ellos.

-

Así que sí termino su entrenamiento como monje.

-

Oh, diablos, no. No acabé el curso.

La cara del maiar daba a entender que algo no entendía. -

¿Cómo lo dejaron abandonar el Templo?

-

Nadie deja el templo sin permiso del Maestro. De hecho, habían pocas cosas en que el maestro no metiera su horrible y gruesa nariz.

“Había un montón de negocios sucios allí. Venta de drogas, fraudes, usura… Convivía con más ladrones, estafadores y adictos que en una jodida cárcel. Si mi madre se hubiese enterado de todas las cosas divertidas que esos pervertidos hacían para entretenerse, seguro se moría por segunda vez. A veces pienso que ella tuvo suerte al morir engañada. De seguro esta en el más allá pensando que soy un monje beato y sabio, que la Orden del Templo les lleva dinero a mi familia, o que todos se inclinan cuando paso y me besan la mano, diciendo ‘A sus órdenes, excelentísima sabiduría’ Porque, de saber la verdad… bueno, ella nunca soportó las decepciones. Está bien ahora, en el purgatorio o en la sala de espera, o donde sea, aferrándose al único sueño estúpido que para ella tenía sentido, el jodido Templo de Dragón Púrpura.”


-

¿Cómo era la vida allí? – interrumpió Prot

-

Ya te conté eso.

-

Me parece que no. – el maiar pensó un poco – No, no lo ha hecho. ¿Cuáles eran sus actividades diarias en el templo?

-

Déjame recordar…

“Un rajado infierno. Si. Eso era. Me levantaba antes que el sol. Luego, iba a las granjas hidropónicas, a unos cinco o seis kilómetros del Templo, a pie, por supuesto, junto con los demás aprendices. Trabajábamos dieciocho horas, sin descanso o alimento, hasta que nos mandaban de regreso a llenarnos la panza – si lo conseguíamos – con un batido de arroz hervido o algo parecido a eso. Después, tenía un montón de pendientes, como lavar pisos, remendar ropa, cocinar, arreglar los vehículos. ¡Carajo! No podía intentar dormir hasta bien entrada la noche en unos catres apretados y apestosos. No había ningún maldito entrenamiento ni nada parecido, era solo trabajar y trabajar hasta morir de inanición. Solo avanzabas de rango si lograbas el favor de algún monje superior a ti. Lo cual, en mi caso, nunca pasó. Lo único que conseguí fue hacerme más fuerte y resistente, cosa útil, desde cualquier punto de vista. Era cosa de ver cuánto puedes aguantar. Treinta latigazos hoy, mañana treinta y uno, treinta y dos pasado. Hagámoslo más interesante, ahora que me cuelguen de cabeza mientras me azotan. Créeme que nunca me sentí muy furioso. Claro, te molesta que un marica de mierda, te persiga todo el día y trate de pasarse de listo, pero nunca perdí la cabeza. Solo me daba a entender en el único lenguaje que dominaban: golpes. Y cuando me azotaban, me daba curiosidad que tanto resistía mi espalda, cuarenta, cincuenta, ya no significaban nada. Allá por el sesenta o setenta empezaba a dolerme de verdad, pero el verdugo ya se había cansado y mandado la tortura al demonio. Eso sí que los fastidiaba. Me liberaban y yo todavía tenía ganas de gritarles, ‘¡púdranse, jotos!’ Entonces usaban el látigo con púas y contestaba con algo así como ‘¡Hey! Esa es nueva. Veamos de que es capaz ese trasto’. Aguantaba todo, mientras mi odio y mi asco hacia ellos crecían lentamente, fermentándose, concentrándose. Sabía que algún día les iba a meter sus torturas por el trasero. Solo era cosa de aguantar, y esperar.” “Probé mis habilidades por primera vez cuando luché con la banda que te mencione hace rato. Éramos ese gorila y yo, él tenía un revolver, así que tome una barra de metal y una cadena, cuando…” -

Olvido mencionar algo – volvió a interrumpir el maiar


-

¿Qué cosa?

-

Su padre. Lo que hizo su padre cuando llegaron al templo.

-

Pues…

“Llegamos moribundos. Casi arrastrándonos, hasta el Templo. Los monjes nos ayudaron, con el conocimiento de que yo me quedaría. En caso contrario, estoy seguro de que nos hubieran dejado morir allí a sus pies. Curaron nuestras quemaduras y nos alimentaron. Pero mi padre… creo que se le rostizaron los sesos o algo, porque me miraba de forma extraña y murmuraba cosas… cosas acerca de mi madre. A la hora de separarnos, dijo algo que nunca podré olvidar” Le dieron agua y comida para el largo viaje. El caballo, el único medio de transporte que aceptaron obsequiarle, estaba inquieto. Aun así, el padre de David se dio tiempo de hablarle muy seriamente a su hijo. -

Tu madre murió por hacerte un monje. Si acaso llegas a regresar a la casa sin cumplir con tu promesa, te degollo.

David no cambio la expresión de su rostro un ápice. -

¿¡Oíste, malagradecido?!! ¡¡Si vas a ver a tus hermanos sin ser un monje, voy a matarte!!

Giró y dio la orden al caballo de correr, alejándose rápidamente al horizonte de arena. David solo movió la cabeza negativamente. -

Ni siquiera me deseo suerte. Carajo.

El Templo del Dragón Púrpura estaba frente a él. Jalo aire, se dio valor, y caminó por ese caminillo de rocas redondas, para dar con la puerta principal y enfrentar a su destino. Fue la última vez en que David vio a su padre. La última vez que tuvo contacto con algo llamado “familia”. -

¿Y… que paso luego?

-

Creo que iba a contarte la pelea que tuve con el jefe de la banda que asesino a mi madre – levantó su cerveza, y dio un gran trago

“Éramos un par de bastardos tratándonos de arrancar la cabeza.” - ¡Aléjate mocoso! ¡Te voy a sacar las apestosas tripas! El jefe de la banda vio como este muchacho había matado a sangre fría a todo su grupo, en una emboscada perfecta. En el fondo, comenzaba a temerle.


-

¡Maldito, pedazo de bestia! ¡Te mataré!!!

El jefe intentó disparar su arma. Pero David uso una cadena que tenía en las manos como látigo y la separó de sus manos. Saltó sobre él, usando una barra de metal para enterrarla en su abdomen, y comenzó a ahorcarlo. El tipo lo tomó como un saco y lo lanzó lejos. David cayó sobre chatarra metálica, pero no se hizo ninguna herida de gravedad. -

maldito, maldito, maldito…

Se levantó furioso. El tipo buscaba frenéticamente su arma, para defenderse de esa fiera salvaje que caminaba hacia él sin quitarle la hiriente mirada de encima. Tenía ya entre sus manos un tubo, pero no pudo reaccionar. David lanzó un rápido puñetazo a su cara, tumbándolo. Sobre de él, David sujeto su cuello con ambas manos y comenzó a apretar. -

¡Muérete! ¡Muérete de una maldita vez!!

El tipo estaba asfixiado y su tráquea rota. El joven ya no era el mismo. El cielo se poblaba de nubes, la lluvia caía, la preciosa y extraña lluvia del desierto, con sus rayos que rasgaban el horizonte. Exhausto, se dejó caer de rodillas en medio de ese infierno. No más culpa o debilidad. Era fuerte, muy fuerte. Enfrentó por primera vez a su ira y su rencor, y salió victorioso. El maiar escuchaba atentamente. Habían dejado de jugar desde hace rato. La cerveza de Thunder se había calentado, y ordeno una tercera, casi al punto de congelación. Después de tomar un refrescante trago, prosiguió. -

Se lo que estas pensando: “Como va a haber tormentas en el desierto”. Te diré que yo tampoco lo creía en ese momento. Y sigo sin creerlo, si me lo preguntas. Pero lo cierto es que agua y rayos caían del cielo. Además, cosas raras pasaron ese día, mucho más que una lluvia en el infierno.

El maiar no contestó. La narración de Thunder lo tenía absorto. -

Ya le comenté que en el Templo me daban golpizas diario. Intentaban torturarme por todos los medios posibles, pero no lo conseguían.

-

Déjeme adivinar - interrumpió Prot – usted los golpeaba antes de que alcanzaran a intentarlo.

-

Exacto. Uno de eso malnacidos trato de abusar, es decir, abusar de mi, ya sabes… hacerme su querido amigo… sin embargo le di una paliza… ¡Ja! No pudo caminar en seis meses. Lo cual era un círculo vicioso, ya sabes, yo les pegaba, ellos me azotaban, yo les contestaba, ellos me encerraban en el pozo por dos días…


“Hasta que comencé a hartarme. El Maestro no dejaba de fastidiarme con sus acosos de marica, y detrás de él otra docena de infelices. Así que planee mi escape. Digamos que mi odio creció tanto que ya no podía contenerlo. Es como cuando tienes ganas de orinar, tienes que ir, porque hay que ir, o las consecuencias serán peores. Algo natural, inevitable, llega tarde o temprano. Alguna vez tu odio es tan grande que debes dejarlo libre o te tragarás tu solo. Un día me desperté diciendo ‘a la mierda con todo. Es hora de mandar a alguien al carajo’. Simplemente quería largarme, y dejar atrás a aquellos que se divertían tratándome como bestia carroñera.” Era de noche. El cambio de guardias. David les llevaba comida, pero en esta ocasión, además de las bolas de arroz, llevaba en el saco un cordón extremadamente resistente y delgado. -

¡Apúrate, perro!

-

¡La comida, estúpido! ¡me muero de hambre!

-

En un momento…

Al meter la mano en su saco, enredó el cordón fuertemente en su muñeca. -

Tome… - y le lanzó su bola de arroz

El guardia dejó su arma para atrapar su cena. David aprovechó la situación, dándole un gran puñetazo en la mandíbula, el otro quiso gritar, pero él lo alcanzó y le enredó el cordón en el cuello, asfixiándolo. Hizo lo mismo con el primero, para que nunca dieran la alarma. Usando la escalerilla que tenían para bajar y subir de la torre se deslizó por fuera de la muralla. Con el máximo sigilo y corriendo lo más rápido posible, llevando consigo un par de navajas robadas de los guardias, se alejó por el desierto. Aun lo acompañaba el saco con arroz y alforjas de agua. Sabía que necesitaba mejores armas y un vehículo de motor y solamente había un lugar donde conseguirlas. No sería fácil, pero era eso o morir. Camino por el desierto durante horas, y casi a la mitad de la noche, encontró el campamento que había buscado. Pero no sería prudente meterse así nada más. Estaban rodeados de dunas, y detrás de ellas estaban las hogueras, los asadores, los barriles de cerveza, las armas y las motos. Oyó las risas, los cantos y los disparos al aire. Reconoció incluso a unos rostros. -

Los ladrones de las arenas… ahí esta… aquel hijo de perra.

David tuvo una idea. Aun era tiempo. Cobraría su primera venganza. -

Ya sabes lo que pasó después. ¡Ah! Pues a la mañana siguiente, fue cuando vi al Dragón.

La cara del maiar se iluminó de alegría.


-

Por favor, hábleme de eso.

-

De acuerdo – dijo Thunder - si quiere la historia completa, se la daré.

“Los monjes contaban que el Templo se construyó encima del nido de un dragón. Si era cierto o no, les tenía sin cuidado. Guardaban reliquias, pero la más preciada de todas era una espada, que según perteneció al fundador del templo, el primer maestro. La llamaban Espada Escarlata y la tenían en un altar central del Templo, a la vista de todos. No nos dejaban ni acercarnos a ella. Los monjes más viejos mencionaban una relación entre la espada y ese supuesto dragón, pero nunca se molestaron en contarnos el cuento completo.” - ¿Usted cree que en realidad existió algo sobrenatural en ese Templo? ¿Algún indicio de que la leyenda sea cierta? - Solo creo en lo que veo. Aun si es raro o anormal. - Eso incluye al dragón. - Eso incluye al dragón. Y a un Templo tragado por las arenas. “¿Por qué regresé? Cuestión de principios. Me torturaron, golpearon, humillaron, azotaron y ¿todavía querían seguir vivos? Infelices. Además, no podía correr el riesgo de que alguno de ellos fuera a tomar represalias contra mi familia acerca de mi deserción. Pero, más que todo, porque esos bastardos se lo merecían con ganas. Encontré un arsenal decente con esos bandidos, lo suficiente para emprender mi ingenuo plan de matar a los grandes sacerdotes, los mayores demonios que parasitaban al Templo. Por supuesto, en ese entonces no sabía nada de tácticas, ni siquiera empuñar un arma como se debe, así que fue un estúpido ataque suicida…” Un incendio se inició en el corazón del desierto. Explosiones, llamas y el calor abrasaron las arenas, y el Templo del Dragón Púrpura comenzó a arder como ramas secas caídas en ríos de lava. El joven David se bautizó a sí mismo con fuego y muerte, volviéndose en esos momentos un agente implacable de justicia inmediata. Entró a los dormitorios como un demonio descarriado, disparando las armas tomadas de los bandidos, causando destrozos y bajas entre los monjes. Su única ventaja, la sorpresa. Los problemas empezaron cuando se le acabaron las balas, y aun conservando la furia de león con que inició el ataque, tenía las de perder. Lo rodearon, cerca de la plataforma circular de oración. Los monjes sobrevivientes planeaban vengarse. El Maestro, aún intacto, blandía un látigo con astillas de metal en sus ocho colas. El rebelde estaba perdido.


- Querrás morir - Te torturaremos - Rogarás porque te matemos La ira ígnea de David alcanzó para un último esfuerzo. -

Nunca me gusto rogar. Gracias ¡Me mataré yo mismo!

La espada vieja, debajo del monumento de ese maldito dragón… El joven solo tenía que extender el brazo que aún tenía sano para asir esa arma anticuada y causarse solo un poco más de daño para quitarse la vida. Estaba dispuesto a hacerlo. -

¡Aléjate de la espada, ignorante!

-

¡Es la Sagrada Espada Escarlata!

Tenía menos de un segundo para tomar la empuñadura y levantarla de su nicho, donde había reposado por siglos. David gritó a todo pulmón: -

¡¡ ¿A quién carajos le importa?!!

Tomó la espada. Entonces, algo increíble sucedió. Cuarteaduras en el suelo de piedra se fueron haciendo más y más grandes. Un sonido abrumador, el retumbo del corazón del desierto fue haciéndose más y más fuerte, hasta que las losas cedieron y se resquebrajaron. Espesas nubes de humo brotaron de las grietas, poco antes de que el piso del Templo colapsara casi por completo. Las paredes cayeron justo al momento en que el sol asomó por el horizonte. “Ya sabes lo que pasó después” -

Destruyó el Templo del Dragón Púrpura

-

Yo no lo hice. Fue el dragón. Escapé por poco, alcanzando mi moto, a punto de sumirse en la arena movediza.

-

¿Quedaron restos?

-

Nada. Todo desapareció por completo. Los cimientos del templo se esfumaron, se perdieron en el Desierto Rojo. Junto con los monjes y los cadáveres de los otros monjes.

“El Dragón huyó. Le pegó la gana de salir, y mala suerte del Templo por estar encima de él. Sacó la cabeza por entre las grietas, escupió fuego, estiró el cuerpo entumido y se comió a unos monjes para entretener la boca. Debieron haberle sabido horrible, porque el dragón rugió


espantosamente, y, enfurecido, se dedico a destruir el Templo y a saciar su hambre de cientos de años tragándose a los espantados monjes que huían como insectos fuera de su agujero. El incendio que yo originé se hizo muchísimo más grande, y, cuando no quedó ningún ladrillo en su sitio, ni monje que pudiese componerlo, el dragón se largó. Yo no me quedé a ver el espectáculo completo. El templo fue engullido por el desierto. Al irse el dragón, el nido quedó vacío, haciendo colapsar el Templo. Si nunca nadie vuelve a mencionarlo, será imposible decir que alguna vez existió allí.” -

Usted fue la perdición del Templo del Dragón Púrpura

- ¿Quién lo diría? Si mi madre lo hubiera sabido, lo habría pensado antes de llevarme. Además, te repito que yo no lo volé. Fue el dragón. - ¿Qué paso con la espada? -

¿Cuál espada?

-

¡La Espada Escarlata!

-

La traigo conmigo, me trae suerte. Además le agarre cariño. Salvó mi pellejo.

En la espalda de Thunder, había un gran tubo envuelto en tela, cuidadosamente atado con varios nudos. Prot pensó que era otro tipo de arma, pero ahora ya conocía su contenido. -

Después de eso, se hizo cazarrecompensas

-

Si. Lleve los cuerpos de los ladrones a la policía.

“Ahí tome una nueva personalidad. Como te dije, las oportunidades aguardaban. Mas muchísimas ganas de olvidar mi jodido pasado” -

¿Nombre?

David sabía que tenía que dejar su vida atrás. Recordó que durante la pelea, llovía. Y recordó en particular que al matar al jefe de la banda, un rayo particularmente grande rugió en los cielos. -

Thunder. Thunder X.

-

¿Thunder X?

-

Mi apellido es muy mi problema

-

OK, OK, ¿efectivo o cheque?

-

Pregunta tonta


-

Entonces… - el oficial sacó un costal de billetes, vaciándolo en el mostrador – 1,000, 2,000, 3,000 …

Era la tarde caliente de un desierto sin nombre. -

Una historia fascinante – comentó Prot

-

Si tú lo dices. Una historia y nada más.

-

Le propongo un trato

-

¿Qué cosa?

-

Un último juego de naipes. El todo por el todo. Mi nave y su contenido contra su moto y su espada.

-

¡Hey!

-

Ande, tome una decisión arriesgada. No lo dejaré mal parado.

Thunder lo pensó un poco. -

¡De acuerdo!

Prot revolvió el mazo. Thunder no estaba nervioso. El maiar repartió las cartas. Hora del cambio. -

¿Cuántas?

-

Tres

Prot se las dio, y después el tomo una. - ¿Listo? ¿Desea continuar? - Vale, lo lamentaré por la espada. Pago por ver. Prot bajó sus naipes. Nada. Thunder liberó una carcajada. -

¡Par de dos!

Salieron al exterior de la cantina. La nave de Prot estaba un poco lejos de allí, así que Thunder lo llevo consigo en su moto. Al llegar… -

¡¡¡Santa rajadura!!! ¡Por el mosquete de mi abuela!!!

Una nave nodriza intergaláctica de al menos cien kilómetros de ancho estaba posada en la arenas. Era inmensa, de formas aerodinámicas, negra y uniforme. Cubría parte del horizonte, y, desde cierto ángulo, opacaba al sol. -

¿Que demonios? – balbuceaba Thunder asombrado.


Prot le entregó una cadena repleta de llaves, una libreta con contraseñas y un libro grueso (el manual), que traía en su maleta. -

Es suya. Lamento decirle que la nave tiene algunos desperfectos, pero los sistemas de navegación, defensa y aterrizaje están en su punto. El manual esta en nuestro idioma, no tendrá problemas para estudiarlo.

-

¡Es una maldita ciudad! ¡Un maldito país!

-

Y es suyo

Thunder acabó de asimilar la idea. -

Bueno, pero no es correcto perder una nave como esta en un juego de cartas. Hagamos un cambio.

Thunder le dio a Prot la llave de su moto, el casco y sus gafas protectoras. -

Ambos tendremos un medio de transporte, no es totalmente justo, pero...

-

Fue un placer conocerlo. Y fue un placer que usted haya compartido su historia conmigo.

-

No hay problema. Gracias… quizás y nos veamos en otra ocasión.

-

Ojala. Espero que me cuente los nuevos sucesos que aparecieron en su vida.

-

Cuente con eso. - dijo Thunder y le guiñó un ojo.

El maiar llamado Prot se puso los lentes negros, el casco, abordó la pesada moto de ocho cilindros y arrancó. Se alejó en el desierto, en busca de conocimientos y más anécdotas de tipos rudos. Thunder, por su parte, abrió el manual y la libreta de contraseñas, acercándose a lo que parecía ser el acceso a su nave. Una escalinata descendió elegantemente hasta sus pies. Subió por ella y uso una de las setecientas cuarenta y tres llaves de su cadena y entró a su nuevo hogar, leyendo en voz alta. -

Veamos… capítulo uno… como encender… si el sistema de energía sobrepasa… ¿Qué carajos es nuclearización?... acceda al sistema de seguridad y proporcione el código ¿Cuál código?… inicie secuencia...

FIN

(Continúa en Sangre de Guerra… próximamente)


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