Sangre de Guerra

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LOS ANIQUILADORES DE PLANETAS ORIGEN

POR CECILIA OLIVEROS CRUZ

Los Aniquiladores de Planetas: Origen © Número de Registro: 03-2009-120213182200-01

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Sangre de Guerra De los Archivos Históricos de la Duma de los Pueblos, regidora del Sistema Nueva Vladivostok: “El origen de la Confederación de Sistemas se encuentra en nuestra mano. Primero estuvieron intentos tibios de organizar las civilizaciones conocidas bajo leyes y reglamentos. No nosotros, el Pueblo de Nueva Vladivostok. Nosotros creemos en la fuerza y la entereza, la batalla y la conquista, la victoria y su energizante elixir. De nosotros han nacido reyes, y nuestra raza esta compuesta de ellos” En los tempranos inicios del Sistema, muchas familias de abolengo se establecieron en los fructíferos mundos que rodeaban a ese sol maduro. La gran mayoría se estableció en el planeta capital, Colonia Nueva Vladivostok IV, organizando su gobierno y élite de acuerdo a sus nuevas y refinadas usanzas. Todas esas familias tenían en común la sangre azul, el gusto por el arte de la genealogía, y una indescriptible pasión por la guerra. Legendarias e inolvidables son ya las proezas de Orumov en la batalla de los planetas externos, o la incansable lucha de Ariel Krushrenada contra los rebeldes de Tulusk. Pero de entre todos estos clanes, solo existía una familia cuya sangre era más preciada que el oro, una familia capaz de conjuntar aristocracia, arrojo, nobleza y riqueza. Ellos portaban como un estandarte su nombre, y lo blandían con orgullo. Ellos eran los Tubarov. Los míticos Tubarov. Dueños de fortunas inmensas, siendo ya sea políticos, gobernantes, hombres de ciencia e incluso artistas, todos los afortunados en nacer dentro de la dinastía Tubarov tenían asegurado un futuro plagado de poder y abundancia, el derecho a volverse regidores de hombres, destinos, mundos, imperios. La historia de los Tubarov es amplia y nutrida de detalles, forjadores principales de las raíces del Sistema Vladivostok. Los últimos descendientes directos eran los llamados Príncipes Tubarov, hijos del gran Igor Tubarov, general, estratega, empresario; y de Irina Krushrenada, dama poseedora de belleza y fuerza, celosa protectora de sus hijos. Los Príncipes Tubarov, ahora ya mayores de edad, eran los herederos indiscutibles del Imperio, próximos reyes del Sistema, aun cuando sus caracteres


fueran totalmente disímiles. Boris, tenía el encanto y la simpatía de la juventud en el rostro, poseedor del don de la palabra y el convencimiento, acostumbrado a mandar y a ser obedecido. Su hermano, Alexei, era alguien silencioso y sumido en el misterio, su principal atractivo, prefiriendo intimidar a razonar, actuar a esperar respuestas. Boris ordenaba con la palabra, y Alexei dirigía con los hechos. Aún de jóvenes, ambos participaron en cuantiosas guerras, y, después de la prematura muerte de sus padres, continuaron sus trazados caminos bajo la guía de la fuerte figura del General Stukov Petrovich, colega de armas muy cercano a su padre. Ellos perpetuaron su obra, creando a la Confederación de Sistemas, paso a paso, planeta a planeta, letra a letra del Tratado Tallgeese, sin abandonar nunca el mando. Nadie olvidaba que todo ese poder les pertenecía, un poder creado por y para los Príncipes Tubarov. Pasado. Había una tensa calma en ese campo de batalla, plagado de minas terrestres. Los hombres de ambos bandos respiraban miedo. Las luces que surcaban el cielo nocturno en busca de aviones caza les revolvían el estómago de pánico. Moverse era un asunto peligroso. Podría decirse que la situación estaba pareja. El ejército de la Confederación estaba bien atrincherado, con búnkeres vigías y tiradores expertos, además de peinar el espacio aéreo para encontrar signos hostiles. Con lentes de visión nocturna, en todos sus hombres, no había nada que pudiera sorprenderlos. Por otro lado, los comandos de Antulio tenían esos megalásers de alta precisión tierra-tierra y tierra- aire, colocados cada uno a menos de diez metros entre sí, rodeados de soldados fuertemente armados con automáticas en sus trincheras. Sus radares lo veían todo. El más grande, situado atrás de las líneas de batalla, era el “Ojo Mayor”, capaz de detectar a kilómetros las más modernas naves con sistemas de camuflaje. La situación estaba pareja, y cuando algún soldado se aventuraba a observar por encima del ras de la tierra, solo veía un campo interminable y oscuro, un panteón de cruces metálicas, donde los cadáveres aun se movían inquietos en las tumbas. De pronto, corrió la voz entre los hombres de la Confederación. Un nombre, Alexei Tubarov. La guerra estaba ganada. Con solo escucharlo, se levantó la moral entre los soldados. Alex Tubarov lo solucionaría. El General Tubarov era una leyenda, y su sola


presencia aseguraba el éxito. Otro mensaje fue de boca en boca por todos los pelotones. “A la bengala roja, los tiradores, a la bengala azul, avancen”. La expectación era enorme. -

¡Miren! ¡Allá, en esa trinchera!

-

¿Es? ¿Es él?

-

¡A callar! – dijo un comandante a sus emocionados hombres. Existía un silencio total. Aun así, seguían observando

Protegido por la noche, solo se vio como tres vigías caían de espaldas. Hubo un ligero resplandor dentro del búnker, pero las alarmas no se encendieron. Uno de los lásers gigantescos dio vuelta de 90° y atacó a los demás. Giró de nuevo y destruyó a los búnkers de izquierda, alcanzados por su rayo mortal. Sin desperdiciar tiempo, volteó a sus espaldas y disparó directo al “Ojo Mayor”, con toda su potencia, destruyendo así el sistema de radares. Una bengala roja rasgó el aire desde ahí. Los francotiradores de la Confederación dispararon a todos aquellos hombres desprotegidos que se movían frenéticamente entre los lásers en llamas, tratando de resarcir el daño y encontrar al culpable. Sin embargo el culpable corría ahora hacia el campo de batalla, lanzando una bengala azul al cielo. Los soldados gritaron. Se iniciaba la ofensiva. Los pilotos tuvieron un llamado, proveniente del combate. -

Están recibiendo órdenes directas del general Alexei Tubarov. Sobrevuelen la zona y ataquen los objetivos enemigos designados. Suelten micro robots para ayudar a los combatientes de tierra a pasar el campo.

Con ayuda de los micro robots, las minas terrestres fueron rápidamente anuladas. Los aviones acabaron con los lásers restantes. Los hombres atacaron con energía, exaltados por la proeza del General Tubarov. Aunque, para él, era un trabajo de rutina. Era la última base de los comandos de Antulio. La Confederación había ganado la guerra. Planeta Colonia Nueva Vladivostok IV. Hemisferio norte, paralelo 68°. Cuartel general de la Confederación de Sistemas. Un edificio fuertemente resguardado, con un par de guardias en cada entrada, vigilancia por doquier. En la sala de juntas, una docena de representantes de diferentes mundos tenía acaloradas discusiones.


-

¡Eso es invasión!

-

¡Protección de intereses!

-

¡Intervención en políticas externas!

-

Están manipulando los gobiernos nativos…

-

Eso es una forma de decirlo. ¿usted permanecería pasivo ante tales violaciones de los derechos humanos?

-

¿Derechos humanos? ¿Qué son los derechos humanos antes las naciones no humanoides – cero?

-

¡Nuestra política es la no-intervención!

-

Es decir la indolencia…

Boris Tubarov observaba la escena con cuidado. Planeaba estrategias, estaba en su elemento. -

Señores, señores…

Boris Tubarov era el vocero de la Confederación de Sistemas. Un papel muy importante, considerando su joven edad. Los diplomáticos callaron. -

Señores, observemos los hechos cuidadosamente. ¿Cuál fue el propósito de la Confederación de Sistemas al emprender una acción militar en contra de Antulio? ¿Qué factores nos condujeron a eso? Para responder a estas preguntas, deberemos entonces revisar los propósitos de la Confederación misma.

Continuó, entre el silencio de su expectante público. -

Nosotros, la Confederación de Sistemas, deseamos la armonía entre planetas de diferentes culturas. Con la proliferación de los viajes intersistemas, los mundos más desarrollados invaden, pacífica o agresivamente, a aquellos con menos recursos y los “educan” a su manera, quizás con buenas intenciones. Eliminan así la idiosincrasia nativa, y el producto de cientos de miles de años de evolución. Si este fenómeno continua por el Universo, muchas civilizaciones quedarán arrasadas por contactos no controlados con otras, supuestamente mas avanzadas. Nuestro objetivo es regular estos contactos, clasificar los mundos y protegerlos, además de promover tratos amistosos y de mutuo beneficio entre cualquier mundo con cualquier raza.

-

¿Eso que tiene que ver con la invasión de Antulio?


La intervención agreste de un político novato alegró a Boris. Lo incitó a utilizar sus mejores cartas. -

El planeta Antulio tiene un enorme poderío económico. Es un mundo comerciante, en plena carrera armamentista. Los informes, confiables, por cierto, nos hablan de una invasión a gran escala de su planeta vecino, Tïro, un mundo sin la capacidad tecnológica suficiente para defenderse. Tïro nos pidió ayuda, y nosotros atacamos a lo que consideramos un enemigo potencial, no solo para Tïro y planetas circunvecinos, sino para la misma Confederación. Sabrá usted que los planetas que han firmado el Tratado Tallgeese son aun muy escasos. Apoyaremos a cada uno de ellos con todas nuestras fuerzas, e incluso convenceremos a más planetas de unirse al tratado y aceptar la supervisión y ayuda de la Confederación de Sistemas.

El emisario de Ra-Saler, un ser de barbas verdes y piel azulada, dio un comentario atrevido. -

¿No será en realidad por proteger los recursos naturales de Tïro? ¿Los yacimientos de adanmátium de cientos de miles de kilómetros de diámetro en la superficie, que los nativos no aprovechan?

Boris Tubarov demostró porque era el vocero de la Confederación de Sistemas -

Todos los planetas tienen algo que les interesa a otros: adanmátium, agua, hierro, recursos naturales. ¿Ha visitado Tïro, visir Raj?

El emisario de Ra-Saler permaneció turbado y con la boca cerrada. -

Tïro tiene incontables bellezas, sus habitantes tiene una filosofía basada en la hermandad y paz, prefiriendo morir ellos mismos que lastimar a cualquier forma de vida. Créame, y pregunte al Primer Ministro de Tïro si no esta conforme, nosotros, la Confederación de Sistemas, no queremos sus bosques, su agua o su adanmátium. Queremos proteger esa maravillosa cultura, esa sabia filosofía, de mundos avariciosos y conquistadores como Antulio. Esa es nuestra misión.

Los diplomáticos callaron un momento. Se levantaron de sus asientos y aplaudieron efusivamente a las palabras del general Boris Tubarov. Afuera... Guy estaba algo nervioso. Quitaba y ponía el protector de su cámara varias veces. Jeanine tardaba algo en regresar, y lo había dejado solo. Después de todo, solo era un


camarógrafo principiante. Ella regresó, recién maquillada, sosteniendo su delgado micrófono inalámbrico, portando una sonrisa digna de su programa propio de TV. -

¿Listo? – dijo, al cerrar despacio la puerta del tocador de damas.

-

Si. Eso creo. ¿Y usted?

-

Háblame de tú, Guy. Relájate, es solo un par de preguntas. Los interceptaremos en su camino a la salida. Filmaremos minuto y medio, y lo tendremos listo para el noticiero de las ocho. Está todo planeado.

-

¿Y si no se detiene?

-

Se detendrá. Él nos pidió este pequeño tiempo. Publicidad.

-

Es que hay tanta gente. Y tantos soldados. Sabes que policías los tolero, pero en cuanto a los soldados, aún no me acostumbro.

- ¿Qué esperabas, ingenuote? Estamos en el Cuartel General de la Confederación de Sistemas. Hay mucha seguridad aquí. -

A mi ya me revisaron tres veces. La cámara por poco la desarman.

-

Hoy hay una junta de varios enviados de civilizaciones no humanoides, para tratar de convencerlos de firmar el Tratado Tallgeese.

Sonido de armas y voces. La junta ha terminado, y los emisarios han comenzado a salir. Jeanine, la reportera oficial de Noticias Centrales lleva a su joven y asustado camarógrafo justo en medio de todo el alboroto. Hay mucha gente, incluyendo seguridad, políticos, empresarios, y círculos de poder mucho más altos. Guy, siguiendo su instinto, enciende la cámara, siguiendo los rostros y las acciones de todos los presentes, tratando de plasmar sus memorias e impresiones en el disco digital. Conocía con anterioridad al hombre que bajaba la escalinata principal, con paso rápido y firme, el famoso General Alexei Tubarov, acompañado de 3 soldados con armadura de fibra de carbono, viéndolo caminar hacia la salida alterna, para perderse finalmente en una puerta custodiada por dos soldados más, quienes los siguen de inmediato. Mediante el zoom, logra grabar en su mente el perfecto rostro del General Alexei Tubarov, preguntándose, justo en el momento menos indicado “¿Cómo alguien como él, metido en tantas guerras, no tiene ninguna cicatriz?” De pronto, es sacado de su reflexión por un pellizco en las costillas. -

¡Auch!

-

¡Guy! ¡Aquí viene! ¡Empieza a filmar la salida del General Boris Tubarov! ¡Apresúrate!


Reenfocando la mirada, por las mismas escalinatas, sigue el descenso del General Boris Tubarov. No puede creerlo. Son idénticos. -

¡Hey! ¿no… había… salió?

-

¡Shhht! – le dice Jeanine al oído - ¡Bobo! ¡Son gemelos! ¡Eso te pasa por no interesarte en política!

Aun cuando a la cámara ambos fuesen el mismo, el general Boris irradia una atmósfera diferente a su hermano. Sonríe, saluda, se detiene y deleita al mundo con su presencia. Incluso la fría pupila de la cámara puede percibir el calor que emana de su ser. Como la reportera lo había dicho, ella se adelanta un par de pasos y él se detiene justo a un lado, enfrente de Guy y su cámara. -

General Tubarov, ¿Me permitiría?

-

Solo un par de preguntas. La comitiva no puede esperar.

El chico no entiende ni recuerda alguna cosa de lo que Jeanine, su prima mayor, le cuestiona al importantísimo General Tubarov. Él solo ve como ella se sonroja y trata de ocultar lo mucho que le agrada su voz, percibir el aroma de su aliento y esa cercanía tibia de su rostro. Él, por otro lado, pareciese que la estuviese seduciendo o invitándola a cenar, no hablando de tratados, política o cosas de esas. Al final, él se aleja y la cámara de Guy graba sin querer como Jeanine lo sigue con los ojos, de la cabeza a los pies, y él, como buen caballero, le regresa la mirada indiscreta. Pero solo la mirada. Después de todo, es una simple reportera. -

¿Acabamos prima? – le pregunta Guy, al apagar su cámara.

-

Si, primito. – responde ella al quitarse el audífono y desconectar el micrófono – Eso es todo. Por desgracia, todo lo que voy a obtener de él.

Campo de entrenamiento en Luna Ámbar, en la órbita de Nueva Vladivostok IV. - Quizás lo entiendas mejor, - decía un sargento a un joven recluta que llenaba nervioso sus formatos de enrolamiento al ejército – si te cuento una experiencia propia: “Yo empecé como guardia, en una base localizada en las lunas de Tsar. Era algo viejo para ese puesto, comparado contigo, pero uno no puede dejar ser soldado así a la primera. Estábamos siendo invadidos por fuerzas de la Congregación de Planetas, y sabía que


llegarían a mi puesto de un momento a otro, en cuestión de minutos. Y lo hicieron. Soldados y armas, estallando la puerta, a punto de volarme los sesos. Y llegó el. El Gran Alexei Tubarov, Destrozó de un puñetazo el panel de ventilación, dejándose caer por allí, en medio de todos, disparando y disparando tantas rondas en el camino que tres ya estaban fríos cuando acabó de tocar el piso. Era joven, muy joven, en ese entonces. Les pateó el trasero a esos cinco, tan rápido que le perdí la pista. No les valieron de nada las pesadas armas multimunición, las corazas de adanmátium aligerado ni la vista infrarroja. Con un carajo, no. Antes de que parpadearan, el Gran Alexei Tubarov les había cortado el cuello como pollos y se encontraban retorciéndose en el suelo. Mirándome con sus ojos negros, solo dijo: -

Toma las armas. Asegura el área y cerciórate de que no haya más.

Solo eso. Nada de discursos bonitos, palabras vacías o caravana inútil. Me salvó la vida, pero no había porque agradecérselo. Estaba haciendo su trabajo, y la única forma de corresponderle era haciendo el mío. Lo único que necesitaba eran órdenes. Solo órdenes. Simples y claras. La certeza absoluta de que él ganará, y de que, si lo sigues, vas a vivir. ¿Qué otra garantía, otro aliciente mejor que ese? Vivir” El joven, ahora decidido, firmó la última solicitud, y dándole la mano efusivamente al sargento que lo atendía en la ventanilla, dejó la fila y se unió al resto de los demás. Quizás no sobreviviese mucho tiempo. Sin embargo, ¡La emocionante vida que le esperaba! Con los anuncios de “salvar a tu raza y proteger al Universo” miles de jóvenes ingresaban a las filas de la Confederación, para desempeñar cualquier cargo en el ejército, fuerzas acuáticas y aéreas: pilotos, soldados rasos, ingenieros, médicos, técnicos, inteligencia, etc. Los exámenes podrían considerarse rigurosos, y existía cierta predilección por los humanos en todas las pruebas de selección. Al final, después de semanas de evaluaciones. Se asignaba el número de batallón y campo de entrenamiento, donde vivirían con sus demás compañeros. El quinto batallón estaba muy emocionado, ya que tendría de supervisor nada más y nada menos que al General Alexei Tubarov. Müller, un chico de rizos oscuros y piel morena, temblaba de nervios. Volteaba a ver a sus compañeros igual de estresados que él. En cambio, una chica de ojos azules, a su izquierda, parecía sonreír. -

¿No esta nerviosa?


Estaban sentados en las barracas, esperando al supervisor. -

Polina Strurova, número 16714382, Quinto Batallón. No, estoy emocionada.

-

En ese caso, Müller Hänser, 99765110, Quinto Batallón. Yo estoy petrificado. Conocer al general Alexei es algo… increíble. El entrenamiento será durísimo. Seremos la élite.

-

Yo estudie varios años para poder entrar. Tuve también que aprender a conducir varios vehículos, artes marciales, técnicas de combate…

-

Igual yo. Por fortuna, Salí bien en el examen.

-

¿Cuántos puntos tuviste?

-

845 ¿Y tú?

-

998

-

¡998! ¿Que estas haciendo en “comandos especiales”? Deberías estar en ingeniería, comunicaciones, o mejor ¡Inteligencia!

-

No… - Polina se sonrojó en poco – quería conocer al legendario Alexei Tubarov.

-

¿Por eso entraste aquí? Curioso, ambos tenemos la misma razón. Ese hombre es genial. Dicen que acabo con una base de más cien enemigos el solo.

-

Además de que es un excelente piloto. Sabe volar los cazas espaciales como nadie. Cuando él esta en el campo de batalla, pelea hombro con hombro con los soldados de mas bajo rango. Y es letal.

-

Tuvo entrenamiento de espionaje, durante mucho tiempo fue agente de inteligencia. Sabe esconderse y matar de formas silenciosas y rápidas.

-

Ojala y nos enseñe algo de eso. No aguanto las ganas de verlo.

Un grito del guardia anuncia la llegada del supervisor. Todos los reclutas se pusieron en fila, listos para la inspección. Un teniente entró con los expedientes, para comenzar a pasar lista. Müller y Polina se llevaron la decepción de su vida. Él no era Alexei Tubarov. -

Adams

-

¡Presente, señor!

-

Rodríguez…

-

¡Presente señor!

-

Strurova

-

¡Presente…. Señor!


Al terminar, de pasar lista, el teniente les dio un discurso de bienvenida, las instrucciones, la repartición de clases, y el reglamento. Era un buen maestro y muy amable, pero Müller y Polina no asimilaban la idea. Polina por fin desoyó los consejos de Müller y alzó la mano. -

¿Alguna pregunta, soldado?

-

Usted… es decir… ¡ejem! ¿Cuándo vendrá a supervisarnos el General Tubarov?

-

No tengo idea – contestó con gesto sincero – Mira, soy el encargado del entrenamiento de este batallón. Cuando ascendieron al General Tubarov al rango que ahora tiene, le asignaron el manejo de este lugar, como lo establecen los estatutos. Solo vino aquí, hace unos… dos años y medio o un poco más, y me dijo que podía seguir haciendo lo que he estado haciendo por más de treinta años: entrenar reclutas, dándome poderes totales para manejar el batallón y las instalaciones. Desde entonces no lo he vuelto a ver.

Polina no estaba tan conforme. El teniente Marx lo noto, y él, con su buen sentido del humor y conocedor del carácter inestable de Alexei, amplio su respuesta. -

Mira, niña, ambos tenemos las mismas ganas de conocerlo. Pero él no es hombre de estarse en un solo lugar. En estos momentos ha de estar en algún planeta lejano, peleando en una guerra. Así que mejor no esperes verlo. Como te dije, yo tengo más de dos años de haberlo hecho, y no duro mucho el encuentro, solo el tiempo en que firmo un papel en donde decía diplomáticamente que todo esto le importaba un bledo.

Los rostros de Müller y Polina se torcieron en una mueca de desencanto. El general Tubarov era una leyenda, en todo el sentido de la palabra. Cuartel General de la Confederación de Sistemas. Planeta Colonia Nueva Vladivostok IV. Boris jugaba bien con ambos lados de la moneda. A menudo era él quien le daba las misiones a Alexei, en representación del Director de la Confederación de Sistemas, Stukov Petrovich. Boris y Alexei vivían en el complejo, pero en áreas completamente distintas. También eran muy disímiles en sus hábitos y costumbres. Estaban en un café vacío en el interior del Complejo. Solo un mesero los estaba atendiendo. -

Vodka, por favor ¿tiene tabaco?

-

¿Alguno en especial? – preguntó el mesero


-

Habanos de la colonia Guayma, y nada más para mí.

-

¿Desea usted algo, general Alexei?

-

Un vaso de agua.

El mesero se despidió cortésmente. En instantes, regresó con vasos, encendedor, cenicero y una campanilla de bronce por si se le volvía a necesitar. -

Hermano, ¿Solo agua? Prueba un poco de vodka, o vino, si prefieres.

-

No, gracias. Sabes los efectos que causa el alcohol. Necesito estar siempre al cien por ciento.

-

¿Aun cuando estas dentro de la base, con tu hermano? Como quieras. Cada quien tiene sus vicios.

-

¿Para que me querías?

-

¡Vamos, Alexei! ¿Desde cuando no tenemos una simple charla?

-

Nunca hemos tenido una simple charla. Nuestro padre no nos fomentó la… cortesía

-

El viejo era un ex – militar de la Alianza. Éramos sus soldados favoritos, aun cuando solo tuviéramos seis años. ¿Recuerdas la manera de saludarlo? Decíamos “¡si, señor!” “lo que usted ordene”. Aprendí a disparar antes que a leer bien. En realidad, tú aprendiste antes. Mamá había sido una sargento, que fue a dar una presentación en el cuartel de papá, así se conocieron ¿Recuerdas?

Alexei solo se limito a decir, con un gélido tono de voz: -

Si

Boris siguió rememorando en voz alta: -

Mamá… era una mujer muy fuerte. Nos dijo que ella no sitio los dolores del parto. Solo nos vio salir de su vientre, y luego se enteró que la habían operado sin anestesia. Pero nunca sintió dolor, y nunca se quejó. Después, se endulzó al vernos tan chicos, como dos gotas de agua. Las historias antes de dormir, que nos relataba, eran acerca de batallas. Guerras mitológicas, de hombres, de historia antigua, modernas. A ti te gustaban las historias de héroes, me parece.

-

Solo tengo en mi memoria, el hecho de que nos confundía a menudo. – respondió Alexei - Nos cambiaba de nombre hasta el momento en que empezamos a hablar.

-

Cierto. Ya no sabía si mi nombre era Boris o Alexei. Era muy divertido. Mamá decía que si nos juntábamos haríamos una persona completa. Que por eso éramos tan


distintos, aunque nuestros cuerpos no tuvieran ninguna diferencia. Te miro ahora, y parece que hablo conmigo mismo – y agregó, en voz baja, casi para si – con mi lado oscuro. -

¿Para que me querías?

En ese momento, regreso a la mente de Boris otras de las palabras de su madre. Ella decía que Alexei tenía la mente, mientras que él conservaba el corazón. -

Existe un sistema, el sistema Centauros 38. –continuó, después de un trago de vodka Una colonia humana que se estableció en 4 planetas alrededor del un Sol relativamente joven. Tienen la tecnología, tienen la cultura, tienen el interés. Les ofrecimos integrarse al Tratado Tallgeese como miembros activos, pero existe un líder…

Boris sacó un sobre con varios documentos clasificados, fotos, copias de expediente y un par de memorias. -

Él no esta de acuerdo con los principios de la Confederación. Tiene un gran poder en su parlamento, y los cuatro ministros no firmarán nada si el no da la aprobación. Además, tienen problemas internos, insurrectos que tratan de cambiar el sistema de gobierno.

-

¿Cuál es mi misión? – dijo Alexei

-

Eliminar a Carl Town de manera tal, que culpen a los rebeldes. Los ministros querrán ayuda, firmarán y nosotros entramos. Simple. Carl Town es un blanco franco de los rebeldes, así que eso lo hará creíble, y aumentará la paranoia.

-

¿Inestabilizar al gobierno?

-

No, solo convencerlos de que nos necesitan.

Alexei Tubarov nunca se preguntaba demasiado el porqué de sus misiones, si esos hombres merecían la muerte o la consecuencia de sus actos. Era tan solo una orden, y eso era más que suficiente. Campo de entrenamiento en Luna Ámbar, cuatro semanas más tarde. Había una expectación en los cadetes debido a la inesperada llegada del General Tubarov. Ellos no sabían de qué se trataba, ni mucho menos el motivo de su repentina visita. Polina y Müller estaban nuevamente emocionados, recuperando sus esperanzas de


conocer al héroe de toda la Confederación. Se hallaban en el comedor, conversando con los demás. -

¿Estará aquí para revisar nuestros avances?

Un cadete rubio, ojos cafés, con porte gallardo, se metió en la plática de ambos. -

Ingenuos. El tiene cosas más importantes que hacer. Aun ignoro porque siguen diciendo que este campo esta a su cargo, le ha pertenecido desde siempre al teniente Marx.

-

¿Entonces, según tu, que hace aquí? – preguntó Polina, molesta.

-

Su centro personal de operaciones esta en el edificio que no podemos entrar. Estar armando sus planes para otra misión. En este lugar estarán sus armas, su equipo, información. Seguramente volverá a irse de un momento a otro.

-

¿Cómo sabes eso? – dijo Müller, sorprendido.

-

Digamos que…

La voz del teniente Marx se oyó en la entrada del comedor. Todos se levantaron y se pusieron en fila, para la inspección. Muchos palidecieron de susto al ver a quien estaba acompañando su comandante. -

Estos son los nuevos reclutas, han recibido el mejor de los entrenamientos posible… le daré sus expedientes.

-

No es necesario.

Caminaban muy rápido, y el general Alexei ni siquiera miraba a los muchachos a sus costados. Tenía en el rostro la expresión de fastidio, como cuando alguien te insiste en hablar de algo que no tienes la intención de saber. Así que cuando el gran Alexei Tubarov paso cerca de Polina, la cual se moría por ser observada, ella intentó de hablarle lo más segura posible. -

Poli…

Pero el General no tenía tiempo para presentaciones espontáneas. Siguió de largo, sin prestarle atención o percatarse de ella. Polina sintió el mundo derrumbarse, desvanecerse. Tanto tiempo de esperanzas y expectativas acerca de este encuentro, con la vaga ilusión de que él mismo la asesorara en su entrenamiento, e incluso algún día lucharan juntos en el mismo campo de batalla. Peor aún, siendo ella el mejor promedio de su clase, la recluta mas comprometida, la mas entregada, debía ser quien llamara la atención del General, que siempre de rodeaba de los mas destacados soldados. Su autoestima bajó mucho cuando


descubrió la relación de ese chico que le había hecho la plática minutos antes en el comedor, con el general. -

Vincent Krushrenada, # 76685155. Gusto en conocerlo

El general esbozó algo parecido a una sonrisa. El teniente Marx le paso rápidamente su expediente y Alexei lo hojeo desinteresado, casi sin verlo. -

Aun eres un crío.

-

La sangre Krushrenada, general Tubarov

-

Conocí a tu hermano mayor. Buen soldado. Boris tiene mejores relaciones con tu familia, me parece.

-

Los Tubarov y los Krushrenada nos hemos llevado muy bien. Tenemos el mismo espíritu.

-

Llega a adulto. – fue la despedida del General.

-

¡Si señor!

Alexei continúo rápidamente su camino. Al salir ambos, todos los cadetes rodearon a Vincent, ahora su nuevo ídolo, acosándolo de preguntas de tal forma que él confesó que su prima era una gran amiga de Boris Tubarov, que su padre fue compañero de armas del padre de los gemelos Tubarov, y además otro hermano suyo contrajo nupcias con una prima segunda de éstos. Ambas familias estaban unidas y él había conocido al general, tiempo atrás, en las esporádicas fiestas de los Krushrenada. Terminando la euforia, Vincent sintió las miradas recelosas de Müller y Polina, por lo que decidió acercarse a su mesa y volverse a meter en su conversación. -

Oigan… siento si se acaso los hice sentir…

-

¿De que te lamentas? – dijo Müller, ofuscado – eres afortunado de nacimiento

-

Ve a presumir a los otros lo mucho que conoces al General – espetó Polina, visiblemente enfadada.

-

¡Hey! Nunca presumí de nada. Dije la verdad y nada más.

-

Ahora quien se disculpa soy yo – interrumpió Müller, sonrojado – es que, ¡Caramba! Te reconoció, a ti, entre todos nosotros, caray…

-

Era incapaz de olvidarme. Le hice algunas diabluras cuando nos encontrábamos, aunque claro, mi mamá me defendía en ese entonces ¿O tú no recordarías de un niño pecoso que lanza hielos con una resortera en una boda?


-

¿En serio? – preguntó Müller, sin decidirse a reírse o asombrarse.

-

Era un malcriado en ese entonces. Lo sigo siendo ¿saben una cosa? – Vincent le dio un fuerte jalón a Müller y le paso el brazo por el cuello con efusividad – Seríamos excelentes amigos, ¡Me agradan! ¿Qué opinas?

-

Por mi… no hay problema… ¡Suéltame! ¡Estas asfixiándome!

Polina estaba sumida en sus pensamientos. Tenía la mirada baja, fijada en la mesa. No parecía tranquila, ni haber dejado atrás el fallido encuentro con el general. Müller lo percibió, además de Vincent, ya que su repentina alegría no había encontrado eco en ella. -

¿Pasa algo? – preguntó Vincent - ¿Te podemos ayudar?

-

No, no –contestó Polina – es cosa mía. Es que… no, no puedo permitir que esto acabe así, aquí, tan de repente.

-

¿A que… te refieres?

-

¡Al general, tonto! ¡tu estas tranquilo porque lo conoces, pero yo… no! Y no tienes idea de cuanto quiero conocerlo, tan solo verlo, tan solo que él pronuncie mi nombre, que me vea, que sepa que existo. – exclamo con fervor, temblando de emoción.

-

Polina…

-

Si supieras cuanto me he esforzado por llegar hasta donde estoy, estudios, entrenamiento, - la voz de la chica se hacia trizas - mi familia, todo para tener el privilegio que tú tienes, y que …

-

¿No merezco? – interrumpió Vincent - Lo pensaste, Polina, admítelo.

Ella no contestó. Tenía la mandíbula trabada de desesperación y rabia. Parecía que rompería a llorar de un momento a otro. Vincent y Müller se percataron de sus sentimientos, y, con los ojos, se decidieron apoyarla, no dejarla sola. Pero la verdad tenía que decirse, por cruel que fuera. -

Mira, esta bien, lo admito, Polina, esto que tu llamas privilegio lo tengo de nacimiento, el apellido Krushrenada y la cercanía de las familias, pero… hey, no es la gran cosa. No lo conozco, no he intercambiado más de cinco palabras con él, y estoy muy seguro de que después del saludo de hoy nunca más me volverá a hablar.

-

Polina... – intervino Müller – yo también quiero conocer al general, tu lo sabes, pero, él… bueno, ya sabes es… es el general, Polina. Cielos… para él solo somos… números…


Y la joven replicó furibunda: -

¡No! ¡no puede ser cierto!

-

Te dije que no lo conozco, - continuó Vincent - pero si se algo de él, chica. Para el gran General Alexei Tubarov lo único que existe en el mundo son las guerras. Y algo mejor que las guerras, son la victoria en las guerras.

Polina se restregó el rostro con las manos. -

Déjenme sola un momento, por favor. Los veo después

-

De acuerdo.

Se levantó de la mesa, y sin mostrar sus ojos vidriosos, salio del comedor. -

Enamorada hasta los huesos – dijo Vincent

-

Lo siento por ella, digo, el general nunca le corresponderá, por muy buena soldado que fuera. O ¿tu… piensas que habría alguna… ya sabes? Polina es guapa. Muy inteligente.

-

¿Oportunidad? Diablos, no. Ni una sola. Antes la Confederación se desarma en pedazos.

Esa noche, Polina les hizo llegar un mensaje a sus amigos y les dijo que escabulliría en las barracas en busca del dormitorio del general. Vincent y Müller trataron de disuadirla de que no lo hiciera, pero fue de igual manera. La esperaron en su habitación, para saber los resultados de su incursión, si es que podía contarlo. A las pocas horas de su partida, ella regresó, llorando amargamente. Müller pensó lo peor. -

¡Polina!

-

¡Chica! ¿Qué paso? – dijo Vincent - ¿Te descubrieron?

Entre sollozo y sollozo, relató lo sucedido. -

Entré al edificio, nadie me vio, todo era perfecto… logre encontrar su habitación, y, al entrar en ella… ¡no estaba! ¡no estaba! Se fue de incógnito, engañó a sus propios guardias… ¡se esfumó!... a quien sabe donde…

Lanzándose a su cama, continuo su tristeza, alimentando su frustración con lágrimas. -

No saben que ganas tenía de verlo… quería verlo… no saben que ganas tenía…

Müller abrazó a Polina, comprendiendo que ese amor el cual ella sentía hacia el General Tubarov acabaría matándola uno de esos días. Tres semanas más tarde…


Alexei Tubarov ha terminado con una misión. Se dirige a su base personal, un lugar que casi todos los demás llamarían hogar, localizada en el planeta capital, Nueva Vladivostok IV. A la mitad de la noche, entra a sus habitaciones, se quita la coraza abollada y perforada, la malla antibalas, y tira su cuerpo dolido a una tina de agua tibia recién llenada. Inyecta nanobots médicos en la vena de su brazo izquierdo y los deja hacer tranquilamente su trabajo. Es momento ya de relajarse. El dolor se disuelve en el agua y el silencio se lleva los estruendos de las balas. Oye a alguien moverse cerca de allí, abrir la puerta de su recámara con pasos rápidos. Se levanta de la tina y toma el arma depositada en el piso, para encontrarse frente a frente con su hermano, quien lleva una toalla en la cintura, una botella de vodka en la mano y un paquete de nanobots médicos en la otra. Boris se mete al baño, dirigiéndose directamente al amplio y lujoso lavamanos. -

¿Has regresado? – dice Boris

Alexei no contesta, regresa su arma al suelo, para meterse de nuevo a la tina. -

Estas cosas son maravillosas – continúa Boris, después de inyectarse una en el mismo brazo que Alexei – estas, y el suero, nos hacen inmortales. Quizás no invencibles, pero sí inmortales.

-

¿Estas tratando de decirme algo? ¿Qué ha pasado?

-

No. Nada ha pasado. – Boris se mira el rostro en el gran espejo, y de inmediato ve el rostro de su hermano. – Aún usas la mascara ¿cierto?

-

Aún.

Solo un par de pasos de distancia lo separaba de su máscara de combate, producto de incontables ruegos de su madre. Comenzó a usarla desde que tenía edad para salir a misiones de campo. -

Mamá misma te la mando a diseñar. Su único deseo era que siempre, siempre, conservásemos la igualdad física.- y tomó otro gran trago de vodka, el cual se derramó en parte por la comisura de sus finos labios.

-

¿Ha pasado algo? ¿Por qué insistes en beber esa cosa, si sabes que no tiene efecto en ti?

-

Por el sabor. Je… demasiado chicos para embriagarnos, pero no para morir, ahora que tenemos edad para por fin olvidar con alcohol, somos demasiado perfectos para ambas. Es lo único que detesto de ese maldito suero.


Alexei se levanta de su tina y toma una toalla blanca de un estante para cubrirse, de la misma forma que su hermano. Ya cerca de él, le aparta la botella de la mano, y sujeta su barbilla para examinar sus pupilas ante la luz. -

No estoy drogado.

-

Lo pareces.

-

Somos inmunes también a eso.

Al apartarse, ve un moretón en el firme abdomen de Boris. -

¿Cómo te hiciste eso?

-

Ah. Eso. Una patada.

-

¡Una patada! ¿Quién se ha atrevido a hacerlo?

-

El estúpido de Kulya. – Kulya Razmarov, compañero de parrandas de Boris, colega universitario y enemigo permanente - Estaba ebrio. Empezó a decirme algo acerca de su hermana, o prima… el honor, un hijo que tuvo que abortar… No se. ¿Cómo no quería que la besara, si casi me la arroja a los brazos? Con lo hermosa que es esa perra… Hasta tú la encontrarías hermosa.

-

Lo hiciste otra vez, Boris. Caíste en el previsible enredo de Kulya. Te metieron en el juego, deshonraste a la hermana de alguien, a la hija de alguien y ahora… - Alexei no mostraba su enfado, tan solo apartó la mirada de su hermano, se apoyó en el rico lavamanos y comenzó a mirar su propia imagen como si se reprendiese a si mismo. – Solo la besaste ¿eh?

-

Solo la besé. ¿No me crees?

-

Te creo. ¿Por qué Kulya actuaría así? El no te golpearía, aún ebrio.

-

Porque esta celoso. Mi promoción esta cerca, es inevitable y lo que ese bastardo quiere es armarme un escándalo para ensuciar nuestro nombre. ¡Esta rebosante de celos! ¡Me golpeó en la cara! ¡Mírame!

En el apuesto rostro de Boris se veía una pequeña marca de nudillos. Un arañón insignificante, un raspón superficial que no dejaría huellas. -

Cierto, cierto – dijo Alexei, quitándole importancia. Pero Boris había recordado la ira que quería olvidar, y, viendo a su gemelo a los ojos, la dejó salir.

-

¡Estábamos bebiendo, tranquilamente! ¡Ese plebeyo de Kulya se emborrachó muy rápido y comenzó a exigirme que desposara a la mujerzuela de su hermana, por una


supuesta ofensa que yo no cometí! ¡Me negué y él se lanzó sobre mí! ¡Me golpeó en el rostro, me pateó en el abdomen! ¡Al defenderme, le estrellé una botella en los ojos! ¡A ese imbécil! -

Ganaste, entonces.

-

¡No Alexei! ¡No se trata de algo tan mundano como eso! ¡A mí! ¡Como se atrevió! ¿Acaso no te das cuenta? ¡EXIGIRME A MÍ! ¡GOLPEARME A MÍ! ¡A MÍ!

-

¿Por qué no lo mataste? ¿Por qué si osó ensuciar el nombre Tubarov con algo tan vulgar, no lo desangraste como a un perro? Nadie te lo impedía. ¡Eres Boris Tubarov!

-

Por eso – dijo, en un hilo de voz, mientras la rabia escapaba de su cuerpo – Porque yo no soy tú.

Alexei tomó el arma del suelo, se puso los pantalones, una camiseta limpia y su chaleco antibalas, dirigiéndose rápidamente a la puerta. Pero, allí, en el umbral, se detuvo. -

Ordénamelo.

-

No Alexei.

-

Ordénamelo.

-

No, Alexei.

-

Quieres que lo mate. Que llene su mentiroso y traicionero cuerpo de balas y le recuerde el significado de nuestro nombre. Lo que somos. Eso quieres.

-

No, Alexei.

-

¿Algo te detiene? Solo pídelo. Es como…

-

Si yo lo hiciera, porque ambos…

-

Somos uno… tú el corazón…

-

Y tú la razón… yo siento, sufro, si lo odio…

-

Lo mato. Así debe ser. Así es. Una vez lo dijimos, hace tiempo, antes de que el mundo comenzara a rodar para nosotros.

-

Si fuéramos una sola persona…

-

No sobreviviríamos, ya que…

-

Realmente estaríamos solos….

-

Solo dilo, y se hace realidad. Así es siempre, así debe ser.

Boris recupera la entereza. Ve su rostro en el espejo, el rostro de su hermano gemelo. Respira profundo.


-

Ve y hazle entender a este mal nacido hijo de puta que nada ni nadie le dice a los Tubarov lo que tiene o no tiene que hacer. Una ofensa y calumnia de esa magnitud no se perdona. Nunca.

-

Regreso al amanecer.

Alexei sale sigilosamente de su base, mientras Boris toma su lugar en la tina. Es cierto, el agua se lleva el dolor y el silencio, los estruendos. Boris se enamoraría de todas, odiaría a todos y sufriría las penas de ambos. Alexei se encargaría de aquellos que se atreviesen a interponerse en su camino, golpeándolos a todos, matándolos a todos. Kulya esta muerto, Boris lo mató. Alexei solo jaló del gatillo. Así debe ser. Así es. Campo de entrenamiento del 5° Batallón en Luna Ámbar. Poco tiempo después, el noticiero dio un reporte especial del ataque por parte del grupo rebelde de Centauros 38 y consecuente asesinato de Carl Town. Esto propició la firma de Tratado Tallgeese y la llegada de ayuda militar proporcionada por la Confederación de Sistemas. Para las personas promedio eso era solo una noticia entre miles, pero para estos cadetes inexpertos, aun finalizando su entrenamiento, era muy importante. El teniente Marx los cito a una junta de información. Vincent, Müller y Polina, como era su costumbre, se sentaron juntos. Frente a una pantalla, el teniente les explicaba los objetivos de su primera misión, de una manera clara, apoyado por su vara señaladora, muchísimas fotos de satélite de la superficie del planeta, y mapas detallados de cada edificio de la ciudad que atacarían. -

Será su primera misión, muchachos, así que tengan cuidado. Nuestro trabajo será acabar con los últimos núcleos rebeldes en el área capital del planeta designado como J-38. Rogué mucho a los pomposos del alto mando para que les asignaran esta misión, para demostrarles que ustedes serán lo mejor de la Confederación, así que no me defrauden. Es la clásica operación de entrar, emboscar, y asegurar en zona urbana. Con todo el entrenamiento que llevan en sus espaldas, será coser y cantar.

El teniente Marx los preparó para lo peor. Aún así, había cosas acerca de la guerra que tenían que descubrir por ellos mismos.


Cayeron en paracaídas desde las naves de desembarco que sobrevolaban lo suficientemente alto y rápido para evitar la vigilancia. Estaban en lo que hace un par de meses era una ciudad. Todo el batallón se movía sincronizado, entre los muros derrumbados y los escombros conservando sus mentes frías y enfocadas en el objetivo. Aprovechaban la noche para observar sigilosamente y esconderse de sus enemigos. Dividiéndose en grupos de tres, Müller, Vincent y Polina tenía que encargarse de una bodega en donde supuestamente los rebeldes escondían sus armas. La sangre de Vincent lo convirtió en el líder nato de la misión. Se acercaban a la puerta de entrada. -

Müller, a la derecha, Polina, izquierda, me cubrirán.

Vincent tumbó la puerta con una patada. Adentro, estaban torres de cajas, formando pasillos. Caminaron ahí dentro lentamente, protegiéndose unos a otros. Polina temblaba. Un tipo con un arma pequeña saltó frente a ellos, pero Vincent le disparó antes de que pudiera amenazarlo -

Saben que llegamos ¡Atentos!

Salieron varios más, armados con navajas y armas de bajo calibre, por lo que no eran rivales para los pesados rifles de mira infrarroja de la Confederación. Dispararon y golpearon a los atacantes con una agilidad que rayaba en el instinto. Polina noqueó a uno con la culata del rifle y lo mandó sobre una hilera de cajas, haciendo que se derrumbaran estrepitosamente, rompiéndose y liberando su contenido. Al verlo, se sintió la persona más miserable del mundo. -

Comida. Tienen comida. ¿Donde están las armas? Esta gente solo…

Vincent se acercó al tipo inconsciente y le dio un tiro de gracia. -

¡Mal nacido! ¡Eso no era necesario! – gritó Polina.

-

Recuerda la orden. No prisioneros de guerra.

-

¿Guerra? ¿Contra quien peleamos?

-

Contra los rebeldes que tenían armas aquí escondidas, ¡Entiende!

-

¡No Vincent! ¡Peleamos contra gente que atesora comida!

Polina disparo hacia los cargamentos que estaban al fondo, y de los agujeros de bala brotaron ríos de semillas. -

¿Qué estamos haciendo aquí, Müller? – y el chico respondió, debatiéndose entre el asco y la indolencia.


-

Siguiendo órdenes, Polina.

Sinceramente, ella nunca se había preguntado a si misma el porque de unirse a la Confederación. Lo hizo en su momento tan solo para conocer al legendario Alexei Tubarov. Pero ¿estaría dispuesta a matar personas que solo deseaban una vida digna, sin hambrunas e injusticias? Pues eso era lo que querían los rebeldes de Centauros 38. Solo vivir en paz. Como seres humanos. Presente. Instalaciones personales del General Tubarov, en Luna Ámbar. Dos semanas después. Encerrado en la negritud de su aislamiento, rodeado de libros y penumbra, Alexei se concentraba específicamente dos horas diarias en olvidar. Olvidaba los rostros de aquellos que había matado, el olor de la sangre y de la pólvora. Trataba también de olvidar los gritos, los gritos que toda persona da cuando se da cuenta que va a morir. Normalmente los soldados no gritan, pero no todas las personas que Alexei había matado a lo largo de sus misiones eran soldados. Y a pesar de esos esfuerzos, no podía olvidar los gritos. Lo acompañaban perpetuamente. Al inicio, eran claros, reconocibles, para ir paulatinamente fundiéndose en uno solo, amorfo, indetenible. Alexei lo oía cada vez que estaba en silencio, como un velo en sus oídos, semejante al sonido de la interferencia radial, al murmullo de un canal muerto en la televisión. Por supuesto, el gran e implacable Alexei logró disminuir al mínimo los sonidos generados por la muerte de sus objetivos, sus rostros, sus miradas vacías, y esas sensaciones secretas, a la vista de sus hombres, no le afectaban. Solo él sabía que los gritos nunca se iban, manchando su silencio, el cual desde hace mucho tiempo, desde la primera vez que disparó un arma, dejó de existir para él. Cualquiera hubiese enloquecido. Pero no el glorioso General Alexei Tubarov. Todos los días, sin excepción, se levanta de su lecho, carga su arma, se coloca la máscara, y parte, ausente de dudas y esperanzas, a la siguiente misión, tan solo continuar haciendo lo que sabia hacer mejor, aquello para lo cual fue entrenado. Sus pensamientos huían del pasado y rechazaban el futuro, ayudándose a olvidar el significado del remordimiento, porque, a pesar de tantas


muertes, de tanta destrucción, demoliciones y operaciones sangrientas, solo era un trabajo. Un trabajo de tantos. Órdenes. Órdenes y nada más. -

La operación fue un éxito, Alexei

El Director de la Confederación de Sistemas, Stukov Petrovich fue al encuentro del General Alexei, con motivo de su último encargo, en una de las frías mansiones de la dinastía Tubarov. Mientras Stukov se sentía cómodo y en confianza, Alexei permanecía ajeno y distante, sin hablar de lo estrictamente necesario. -

Era mi deber, General Petrovich.

Stukov observó con interés una colección de pinturas adornando el estudio del hace tiempo fallecido Rheneas Tubarov, tío abuelo de los Príncipes. -

¿Sabes porque pedí verte aquí? – preguntó Petrovich. Alexei no respondió.

-

Quería decirte esto en completa privacidad. Tú y tu gemelo son piezas vitales para la Confederación. Cada vez hay más planetas en cola para firmar con nosotros y rogarnos para que resolvamos sus problemas. Y eso debo agradecérselo a la labia de Boris y a tu liderazgo, Alexei. Ambos han hecho un buen trabajo.

-

Gracias, general

-

Estoy pensando muy seriamente en ascenderlos a ambos de puesto. Es decir, Boris sería ya un miembro del Consejo y tú serías jefe de tácticas, con poder sobre cada soldado en la confederación entera – Ahora dedicaba codiciosas miradas al sillón de piel de varias generaciones de antigüedad - ¿Te gusta la idea?

-

Me alegro por Boris. Por mi parte, le agradecería que desistiera.

El general se extrañó por la petición de Alexei. -

¿Algún problema?

-

No puedo estarme quieto. Dirigir una guerra a años luz de distancia de las tropas no es mi idea de luchar, señor.

-

Citando las palabras de tu hermano, eres un hombre de acción.

-

Efectivamente señor.

-

En ese caso, te otorgo libertad absoluta en tus desiciones. Puedes disponer de hombres y recursos de la Confederación como se te ocurra. Te lo confieso, hubiera preferido que tomases el puesto de estratega principal.

-

Me moriría de aburrimiento, señor.


Cuando Boris Tubarov fue nombrado miembro del Parlamento y representante de Nueva Vladivostok en el Consejo de Planetas, organizó una magnifica fiesta e invitó a todos sus camaradas, amigos, y familiares. La reunión seria en su mansión personal, otra de tantas pertenecientes a su acaudalada familia. En media algarabía, Boris subió a las habitaciones de su gemelo, a ver que le impedía bajar a la fiesta. Lo encontró haciendo ejercicio, en las barras paralelas. - ¡Alexei! – dijo al abrir la puerta con algo de discreción y cerrarla tras de sí - ¿no piensas bajar? Todos están allí, y la señorita Katrina Orumov ha estado preguntando por ti toda la noche. Alexei no dejaba de dar giros. Pareciera que no le prestaba atención a su hermano. -

No. Diles… diles lo que quieras.

-

Le romperás el corazón a una bella chica, déjame decirte.

-

Tú estarás allí para consolarla, ¿O me equivoco?

Boris buscó un espejo y empezó a acomodarse la corbata, el saco, la capa y el cabello. -

Solo aprovecho mis cualidades. La vida es corta y esas damas no andarán tras de mí para siempre. Como gemelos que somos, deberías aprovechas mi apuesto rostro para divertirte un rato. Consigue un par de novias, que no sean celosas, por supuesto, o solo una, si gustas. Olvídate del amor, si quieres, pero al menos harás feliz a una de tus tantas seguidoras, Alexei.

-

Desperdiciaría mi tiempo – agregó al momento, como una reflexión – ninguna de ellas estará a mi lado cuando mas lo necesite.

Boris tuvo una idea chistosa. Quiso decirle “¿entonces porque no buscas una novia soldado?” Sin embargo sabía bien el significado de las palabras de Alexei. El nunca había tenido novias, amantes o amigas, porque consideraba que las mujeres eran débiles, tan solo un estorbo o una distracción. Además, una mujer que lograra combatir a su lado debería ser demasiado masculina para tener el mismo nivel que Alexei, quien no se daría el lujo de rescatar a una damisela en apuros. Tenia un carácter muy competitivo, si encontrara a alguien con el mismo gusto y habilidad bélicas lo mas probable es que acabara matándola. La otra persona tendría que estar igual de psicótica para sobrevivir a ese ritmo. Cuando la vida esta siempre colgando de un hilo, no dan muchas ganas de compartirla.


-

En ese caso – dijo Boris – te daré tu siguiente misión. Planeta Casiopea, sistema Ninfaide. Invasión y derrocamiento del sistema de gobierno. Su presidente amenazó con declarar la guerra a su planeta vecino, Dréyade, si firmaba el Tratado Tallgeese. Dréyade nos pidió que interviniéramos. Teme por su seguridad.

-

Entiendo ¿Algo más?

-

De preferencia, si es que es posible- Boris acabó de arreglarse y se dirige a la salida, de nuevo a la fiesta – destruye sus plantas de materia negra. Así ayudaremos a un par de planetas que desean expandir sus zonas de comercio.

-

Acepto la misión. Partiré al amanecer

-

Ese es mi gemelo. Buena suerte

-

No la necesito.

Campo de entrenamiento Luna Ámbar, Ocho meses después… Todos los que ingresaban a la milicia de la Confederación tenían la esperanza de pertenecer a las Fuerzas Especiales, un batallón de soldados entrenados hasta el límite, responsables de misiones secretas y operaciones imposibles, aquellos que escribían en la sombra la verdadera historia de la Confederación. No solamente eso, sino que tenían una gran oportunidad: la posibilidad de trabajar hombro con hombro con el General Alexei Tubarov, Comandante en Jefe de las mismas Fuerzas Especiales. Poseían varias bases, siendo la más concurrida la ubicada en Luna Ámbar, donde se entrenaban por dieciséis horas diarias, en férrea disciplina. El coordinador de la base era el Mayor Léonov, mano derecha indiscutible del General Tubarov, y éste se encargaba, entre muchas cosas, de la selección de los nuevos reclutas. Léonov nunca se agotaba de recordarles su lugar y posición dentro de la Confederación, haciendo especial hincapié en el respeto al rango y a la privacía del General. Él se encargaba de alimentar su imagen, mantenerla intacta y viva, y sólo él podía hablarle abiertamente, pues lo conocía de tiempo atrás, siendo su tutor en los tiempos mozos de Alexei. Aún así, Alexei no lo consideraba su amigo. Un muro infranqueable de rangos estaba entre ellos. El mayor Léonov aceptaba gustoso su puesto de subordinado, cumpliendo con sus deberes con devoción, enriqueciendo el mito de su General. Pues para el resto de los demás, Alexei Tubarov solo era eso. Un nombre glorioso


bajo cuya sombra todos querían cobijarse. Los integrantes de las Fuerzas Especiales fomentaban la imagen oscura e inalcanzable de su líder, para volverse a sí mismos oscuros e inalcanzables. Todos conocían su rutina, el despertar temprano junto al sol, comidas ligeras y completamente a solas, entrenamientos de tiro y técnicas de combate solo con un par de elegidos en completo silencio. Tampoco nadie lo veía llegar o partir de la base, ni siquiera dormir. Podía estar allí o no estar, siendo del encanto de cualquiera la idea de la sigilosa figura de Alexei rondando por allí. Quizás, con el tiempo y entrenamiento, podrían ser como él. Y cuando el nombre de Alexei comenzaba a flaquear, sus más fervientes seguidores lo nutrían con nuevos mitos y anécdotas. Para cuando él hablaba con los pocos elegidos de Léonov para apoyarlo en una misión, era ante ellos un dios, un ser irreal que le concedió la oportunidad de su visión, de ser parte de otra batalla increíble. En este momento, en Luna Ámbar, Alexei Tubarov planeaba con cuidado su nueva misión. Estaba en su despacho, un salón amplio tapizado de libros, cuadros y bustos, iluminado levemente por la pantalla de la computadora con la que trabajaba. Un ventanal cubierto de tapices y cortinas de terciopelo detenía los rojizos colores del ocaso, asemejando el rico despacho de Alexei a un museo sacado de un sueño febril. La colección de espadas cuidadosamente colocadas en vitrinas, en el fondo de la habitación, se veía realmente tétrica a esa hora del día. -

Mayor Léonov. – dijo Alexei, accionando el intercomunicador que tenia en su escritorio, a la derecha.

No necesita decir más. Léonov deja de inmediato lo que esta haciendo y acude a su llamado. Abre lentamente la pesada puerta de madera y asoma solo la mitad del cuerpo. -

¿Desea algo, General?

-

He terminado la etapa de planificación. Reúne a veinticinco comandos, para una reunión a las 20:00 horas locales. Ellos me acompañarán.

-

¿Algunas características en especial?

-

Es una misión urbana. Elige a los que tengan más experiencia en el área. Lo demás, a tu criterio.

-

¿Otra cosa más?

-

Nada por el momento. Puedes retirarte.

-

A sus órdenes, General Tubarov.


De todos sus subordinados, el más respetado era, obviamente, el Mayor Léonov. Se le consideraba su portavoz oficial, aquel único que conocía la enigmática voluntad del General. Nadie dudaba que sus elecciones fueran del agrado de él. Al poco rato, reunió a los comandos, citándolos en una sala de juntas, con orden de confidencialidad absoluta. Ya sentados, les dirigió unas palabras. -

Los he escogido para apoyar al General en una misión de suma importancia para la Confederación. No necesito recordarles que pertenecen a la élite de las Fuerzas Especiales y lo que eso significa, pero si quiero mencionarles que los he elegido principalmente por su capacidad de obedecer órdenes. No los escogí por su inteligencia, valentía o habilidades. Los elegí de entre todos los reclutas de la base porque hacen a la perfección lo que un buen soldado debe de hacer. Obedecer órdenes.

-

¿Usted nos explicará la misión?

-

No – dijo Alexei Tubarov al entrar de improviso a la sala. – Lo haré yo.

Recibiéndolo con un fuerte saludo militar, le dan el uso completo de la palabra y del sistema de proyecciones holográficas. Comienza a explicar los objetivos de una manera tan segura que da la impresión de hablar en pasado, como si hubiese obtenido desde este momento la victoria. Al terminar, después de encomendarle al mayor Léonov entregarle los documentos necesarios a cada uno, les da la despedida. -

Partimos mañana a las 0800.

Un soldado atrevido, no tan intimidado por el legendario apellido Tubarov, deja salir un comentario a media voz: -

¿Eso es todo? Al menos nos hubiese dado algo de ánimos.

Sus compañeros escuchan y voltean al instante, con ojos de desaprobación, mientras Léonov intenta adelantarse a darle una clara llamada de atención, pero Alexei lo detiene al levantar su dedo índice. -

¿Esperabas un discurso de aliento, chico? ¿Tus anteriores superiores te acostumbraron a eso?

El soldado no sabe que contestar. Solo balbucea aterrado algo parecido a: -

Yo…

-

Supongo que esperas encontrar en mis palabras algo que mejore tu puntería, te concentre más, mejore tus reflejos o tu resistencia. ¿Piensas que lo que yo te diga te


hará más eficaz en la misión? Si piensas eso, entonces no tienes lo suficiente para estar con nosotros ahora. Es decir, si algo tan vano como palabras te afecta tanto, mejorando o empeorando tus capacidades, deduzco la inmensa cantidad de defectos que te aquejan. ¿O me equivoco, soldado? -

No, señor

-

Es decir, ¿tienes lo que se necesita?

-

¡Si señor!

-

¿Esperas algo más? Los hombres de las Fuerzas Especiales no necesitan incentivos para hacer su trabajo. Los hombres de las Fuerzas Especiales desean estar bajo mi mando, sin necesidad de alabanzas o lisonjas, porque ellos saben que trabajo ha de hacerse, tienen lo necesario para hacerlo, y son los mejores de toda la Confederación. Aceptan mis órdenes por la simple razón de que soy su superior, y ellos son superiores a todos los demás. Saben que si me siguen, sobrevivirán a todas las misiones, batallas y enfrentamientos a los que nos enfrentemos. Ellos ponen el resto, están seguros de sí mismos, perfectamente capacitados y entrenados, necesitando tan solo de una guía. Mi guía. ¿Aún quieres que te de ánimos? ¿Apoyo moral? ¿Consejo?

-

¡No, señor!

-

Partimos a las 0800

Les da la espalda y sale. Detrás de él, el mayor Léonov, y al final, los restantes, dejando atrás al reprendido, siendo el último de éstos quien le da un fuerte manotazo en la cabeza. -

Imbécil. – agrega, al salir.

Sistema Ninfaide, planeta Casiopea, en el área conocida como El Valle, campo de batalla actual. Müller se estremecía en su trinchera cuando veía las estelas de humo oscuro surcar los cielos por encima de su cabeza, rumbo a su propio campamento. Eran las seis de la tarde, pero la niebla y los gases de combustión daban la impresión de que la noche mas oscura caía sobre ellos. En lugar de estrellas, los puntos luminosos de las luces guía de las naves exploradoras ocupaban su lugar en el cielo. Müller se agachaba y abrazaba su arma. Trataba de cerrar los ojos, pero no podía. Los estruendos de los disparos y cañones lo traían


constantemente a la realidad. Polina no se separaba de él. Estaba igual de asustada. Vincent, por su parte, lo observaba todo con minuciosidad, quería recordar cada detalle de esa batalla, y empezar a almacenar anécdotas sangrientas. La Confederación de Sistemas, mandó con anterioridad a sus comandos especiales para asesinar a los altos mandos del ejército del planeta, además de los más importantes colaboradores del dictador conflictivo de Casiopea. Luego, en un movimiento arriesgado, envió un batallón de sus mejores hombres y tomó la capital del planeta, obligando al dictador a renunciar. El Consejo General de Planetas, apoyó la invasión, en buena parte por la labor de convencimiento de Boris Tubarov, quien les había hablado ampliamente del peligro del sistema militar y sus armas que gobernaba Casiopea. Su dictadura fue disuelta en el papel, pero generales fieles al mandatario iniciaron un contraataque militar para sacar a la Confederación del planeta, con un llamado de ayuda dirigido al resto de planetas aliados del sistema. Pero la Confederación, en secreto, había ya hablado con todos esos mundos, e incluso logró convencerlos de firmar el Tratado Tallgeese, aislando así a Casiopea de todo auxilio exterior. Por la mano misma de Alexei Tubarov, los generales insurrectos y el mismo dictador cayeron, uno a uno, y bajo una amnistía promovida por la Confederación, los soldados dejaban las armas. Ahora, solamente uno resistía en El Valle, y se decidió a que, si iba a ser derrotado, utilizaría antes las peores armas que nadie podría imaginarse. -

¡Máscaras de gas! ¡Máscaras de gas!

-

¿Qué pasa, Vincent?

-

¡Polina, ven a ver esto! ¡Y ponte tu máscara!

Un avión rasgó el viento y dejó tras de sí una nube de gas tóxico, corrosivo, que nubló mas la visión de los soldados. Los que no pudieron protegerse a tiempo, cayeron asfixiados casi al instante. Pesado acorazados flotantes ocuparon el cielo, iluminando la tierra con potentes luces, mientras disparaba a los hombres, jeeps, torretas de misiles, tanques y cualquier otra cosas que estuviera al alcance de sus armas. Con un blindaje perfecto, los aviones de ataque de la Confederación casi no le causaban daño. Continuaban su ruta, indetenibles, moviéndose lentamente sobre la fiera batalla. -

¿Qué demonios es eso?


-

¡Al resguardo! ¡Que no los vea! – gritó un soldado al aire, justo antes de ser acribillado por una de las infinitas armas de la nave ofensiva.

Polina y sus dos camaradas se acomodaron en la trinchera. -

Son Limpiadoras. Bases aéreas que disparan hacia todos lados, destruirlas es imposible, ya que tienen demasiadas armas… su método de operación es solamente pasar por encima, destruyendo por doquier, mientras resiste el resto de los ataques.

-

¡Cielos!

-

Una es temible

-

Entonces, imagina una veintena.

Gigantescos ovoides metálicos rodeados por decenas de aviones que trataban de buscar un punto débil es esos fuertes voladores, avanzaban firmemente por El Valle, causando severos destrozos en las tropas de la Confederación, gracias a la infinidad y variedad de proyectiles. Pero el último general libre de Casiopea pensó que eso no era suficiente. Así, envió otro monstruoso vehículo, para terminar de aplastar a sus enemigos, una alta torre mecánica, la cual se movía gracias a sus bandas de oruga. Su punto fuerte, era igual que al de las naves aéreas, el blindaje. Ningún ataque de los hombres de la Confederación parecía dañarlas, mientras que estas torres disparaban y disparaban rondas sin fin, basándose su estrategia en separar a las tropas, rodearlas en pequeñas islas y eliminarlos. Los proyectiles que usaban perforaban todas las armaduras de los hombres, quienes no tenían defensa contra este tipo de armas. Era muy difícil esquivarlas o esconderse de ellas, porque tenían incontables cámaras que veían en todas direcciones. - Dios mío… - Polina nunca había sentido tanto miedo en su vida. El cielo, gracias al humo del fuego, era negro ahora. Los soldados no sabían si aun era día o noche. Solo veían oscuridad. Müller seguía intentando cerrar los ojos. La tierra temblaba por las explosiones y los gritos de dolor perforaban sus tímpanos. Veía a su alrededor jóvenes como él escondiéndose, de las luces mortales de esas horrendas esferas que disparaban muy cerca, fallando por centímetros. Pareciese que sus balas eran infinitas, creando una tormenta de plomo que caía inevitablemente sobre sus cabezas. Arriba, los aviones derribados se rodeaban en llamas cayendo a pedazos sobre sus antiguos compañeros, convertidos en herrumbre ardiendo. Los “Limpiadores” seguían moviéndose sin cambiar su ruta un solo metro, íntegros, sin rasguño


alguno. Las torres móviles encerraban a las tropas. Y en el momento más álgido, cuando se acercaban peligrosamente a la base, los “Limpiadores” casi acababan con la flota aérea, varios mensajeros – comandos especiales, aquellos que trabajan directamente con el General Alexei - se movieron rápidamente, entres los pocos hombres que se escondían entre las ruinas. Uno llego a donde estaban los tres camaradas. -

Soy Vladimir Antropov, de las Fuerzas Especiales, ¿ustedes?

-

Vincent Krush… - contestó entre la sorpresa

-

Solo nombres de pila, no hay mucho tiempo para formalidades

-

¡Vincent!

-

Müller.

-

Me llamo Polina.

-

Bueno, chicos, su nueva misión es esta: escoltarme hasta una de esas mierdas rodantes, hasta que yo dispare esto – Vladimir descuelga de su hombro un gran cilindro metálico, del cual saco varias piezas, armando rápidamente una arma sofisticada y peligrosa.

-

¡Un cañón portátil de pulso electromagnético! – gritó Müller

-

¡Silencio! El enemigo no debe saberlo. Bueno…- un pitido sonó en su reloj. Todo el escuadrón estaba sincronizado – Suerte chicos. ¡Ahora!

Salieron rápidamente, sin saber bien lo que hacían y como lo estaban haciendo. Solo seguían sus instintos fabricados, el producto de su entrenamiento que aún no concluía del todo. En el momento justo, Vladimir disparó contra la torre más cercana, y el disparó apagó todos los dispositivos electrónicos que poseía, volviéndose entonces un gran montón de chatarra. -

¡Excelente!– dijo Vladimir – pero no podemos acabar aquí. ¡Síganme mocosos!

Escondiéndose por entre el fuego y los escombros, continuaron. Müller y Polina seguían asustados, temerosos de encontrarse con un cadáver despedazado, o peor aún, una mina intacta. En cambio, Vincent seguía velozmente al nuevo héroe, tratando de aprender, de memorizar. -

¿Cómo le hiciste para pertenecer a los comandos especiales?

-

Chico…

-

Solo dime eso.


-

Primero crece. Luego, sobrevive a todas las batallas que puedas. Y luego, quizás, algún día hagas algo que llame la atención del general. Entonces, deberás sobrevivir a todas las batallas a las que él vaya. En ese momento podrías considerarte un comando especial.

-

¿Y lucharé con el General?

-

¿Por qué no? Quizás tengas más suerte que yo.

-

¿A que te refieres?

-

Nunca he visto al general en persona.

Por todo el Valle, varios comandos especiales estaban haciendo exactamente lo mismo. Con el nuevo espacio libre ganado, la segunda parte del plan del General Tubarov tuvo lugar en el campo de batalla. -

¡Lo han hecho bien, chicos! – dijo Vladimir- ¡Buena escolta!

-

He matado por lo menos a una docena…- murmuró Polina

-

¡Estúpidos! ¡No deberían meterse con la Confederación! – interrumpió exaltado Vincent.

-

¡Calma! – bramó Vladimir - ¡Aún falta una!

Salieron de su último escondite, eliminando a los soldados que llegaban a detenerlos. Vladimir estaba a punto de volver a disparar su cañón, cuando fue puesto en la mira de una de las miles de armas de la torre. Cientos de balas lo atravesaron, haciendo que cayera muerto en el acto. -

¡Vladimir! – gritó aterrorizada la chica.

-

¡Olvida eso Polina! ¡Aún nos falta una!

Vincent tomó rápidamente el cañón cargado, cumpliendo con la misión del ahora ya fallecido Vladimir. Disparó seguro a su objetivo, como si hubiera sido él quien estuviera a cargo todo este tiempo, transformando así a la última torre del flanco este en corazas inservibles. -

¿Ahora que, Vincent? Todavía están las malditas “Limpiadoras”

-

Ahora vamos a ganar esta batalla. – y les explico lo que pudo escuchar de Vladimir cuando aun estaba con vida y en el campo de batalla.

-

El segundo paso del General Tubarov consistía en mandar naves experimentales cargadas con las armas de PEM, mientras que, en tierra, serían desplegadas torretas


móviles con misiles del mismo tipo, tierra-aire, con el firme propósito de derribar a esas porquerías voladoras. -

¿El general? ¿Dónde está? – preguntó Polina, esperanzada, con la firme intención de ver a su ídolo en acción. Vincent señaló al cielo

-

Tienes el honor de saber que esta en el mismo campo de batalla que tú. Confórmate con eso.

La RC- P120 era la nave más rápida, más resistente, y la favorita de Alexei Tubarov. Esquivando a los misiles, guío al escuadrón de naves contra los “Limpiadores”, atacando en aparente desorden, pero en perfecta coordinación. No pasó mucho tiempo en que también desde el suelo se dispararon los increíbles rayos PEM que acabaron con los computadores internos de las naves gigantescas. Cuando la última cayó explotando en millones de esquirlas, los hombres de la Confederación gritaron de algarabía. Honraron a los muertos, pero no lloraron por ellos. Cuartel General de la Confederación de Sistemas. Planeta Colonia Nueva Vladivostok IV. La estructura orgánica de la Confederación era la siguiente. Todos los planetas y sistemas que la integraban tenían un miembro representativo en el Consejo de Planetas, incluyendo Colonia Nueva Vladivostok IV. De ese Consejo de Planetas, se elegían varios representantes que formaban el Parlamento, órgano que formulaba leyes, proponía acuerdos o reformas, sometidos luego a votación por el Consejo de Planetas. El general Stukov Petrovich era director ejecutivo de la Confederación de Sistemas, y en teoría, no podía influir en las desiciones tomadas por el Consejo o por el Parlamento. Pero eso no importaba. Ahí estaba Boris Tubarov, que avanzó de ser vocero de la Confederación, integrante del Consejo por parte de Nueva Vladivostok IV y ahora, Coordinador del Parlamento, con poder de aprobar o desechar todas las desiciones que ahí se tomaran. No era un secreto que el verdadero poder de la Confederación de Sistemas se encontraba en Nueva Vladivostok, en los hombros de Stukov Petrovich. Hoy, una gran reunión se llevaba a cabo en el Parlamento. La confederación ganaba fuerza rápidamente, siendo ya una organización interplanetaria digna de tomarse en cuenta. Pero para lograr su más ambicioso proyecto, es decir, clasificar y regular los contactos entre los


mundos, solo faltaba un paso. Y ese paso, el cual los llevaría a liderar a miles de sistemas, estaba a punto de darse. Boris Tubarov estaba de pie en su palco privado, protegido por las cortinas, observando. Su gemelo, Alexei, llego sigilosamente, pero Boris ya sabia de su existencia allí. -

Bienvenido. Ponte cómodo. La fiesta apenas empieza.

Allá abajo, adelante del salón cóncavo, en el estado principal, un ser de piel azulada con cabello plateado, sama del planeta Deagea, daba un discurso impresionante. -

Es casi tan bueno como tú, Boris – anotó Alexei.

-

Es un muchacho apenas, es decir, según la medida de los samas. En realidad tiene más de ochocientos años, en nuestro tiempo. Competencia desleal.

-

¿No tienes miedo de que robe tu lugar? Gana adeptos

-

Hermano, este es mi campo de batalla. Mis armas son las palabras. Se cada cosa que dirá este jovenzuelo sama. Cada una de sus palabras a la perfección. Si quisiera, podría dejarlo en ridículo.

-

¿Entonces, que es lo que te detiene?

Boris señaló discretamente el fondo del Parlamento, en la parte en que los asientos comenzaban a hacerse más elevados. -

Máximo Jefe de la Congregación de Planetas Aliados. Quiere entrar a la Confederación. No como consejero, ni miembro del parlamento, sino como igual del general Stukov. Compartir el poder, llegar a dar órdenes. Siente algo de rivalidad con el general.

Alexei solo asintió con la cabeza. -

Hisue Langley es un tipo muy necio. – continuó Boris - Militar a la vieja guardia, compañero de armas del general Stukov, incluso de nuestro padre. Si entra a la Confederación, iniciaría una carrera armamentista contra todo el Universo.

-

No es muy diferente de nosotros.

-

Pero carece de carisma. En otra situación, le daría la bienvenida con los brazos abiertos.

-

Solo que ahora…

Boris volvió a señalar de la misma manera discreta el fondo del área, ocupada por un gran número de samas, vistiendo sus mejores atuendos. Eran la realeza de un millar de mundos. -

La Unión Astral.

-

Se ven muy ceremoniosos.


-

Son sabios, adelantados tecnológicamente. Ofrecen integrarse a la Confederación y proporcionarnos materiales, ciencia, y recursos biológicos, sin pedir nada a cambio, conformándose con tener un representante en el Parlamento, a pesar de que todos los mundos que integran la Unión Astral son diez veces más que toda la Confederación de Sistemas. También son extremadamente pacíficos.

-

Eso va a ser un problema – dijo Alexei.

-

Y que lo digas. Gracias al discurso favorito de nuestro padre encontré una solución ¿Recuerdas cuando nos hablaba del origen de las guerras?

Alexei trajo a sus pensamientos las palabras de su padre, aquellas palabras que decía cuando quería explicarles el mundo, enseñarles a ser fuertes. “Hijos, deben saber que los hombres se dividen en dos: aquellos que luchan y aquellos que huyen. Los hombres que luchan aceptan su propia naturaleza, y los que huyen niegan todo, incluso su propio espíritu, el espíritu guerrero que llevamos en nuestro corazón. Se preguntarán si hasta en la paz peleamos, y si, lo hacemos. El humano siempre lucha. Lucha contra la naturaleza, y crea las casas y vestiduras. Lucha contra la enfermedad y crea las medicinas. La vida de todos nosotros es una inevitable batalla contra la adversidad, contra el mundo. Los que huyen de las batallas son cobardes y débiles. Los que luchan, los que cambien y dominan a si mismos y a la vida, son valientes y fuertes. El hombre siempre buscará algo contra que luchar, nuestra existencia gira alrededor de que enemigos derrotar. Cuando encontramos una némesis digna, nos alegramos, ya que al vencerlo, seremos mejores, y no importa si se trata de la vida, la naturaleza, otro hombre e incluso nosotros mismos…” Hubo un pequeño silencio y ambos oyeron hablar al sama acerca de la paz que traería la Confederación. Alexei comenzó a jugar con su arma. -

¿Entraste aquí con eso? – dijo Boris, al servirse una copa de vino, de una pequeña mesa con bebidas en el interior del palco.

-

Soy Alexei Tubarov. Puedo hacer lo que quiera.

-

Como digas – respondió desinteresado, y bebiendo un sorbo granate.

-

Hay algo que te molesta – preguntó Alexei - ¿cierto, Boris?

-

Hisue Langley me causará líos. Será difícil jugar mis cartas. El conoce la verdadera cara de la Confederación y las intenciones reales del General Petrovich. Si llegara a hablar…


-

Te preocupas mucho por el General.

-

Es mi deber.

Alexei apuntó con su arma al Sr. Hisue allá abajo, en el Parlamento. -

Un disparo. Déjame ayudarte.

Boris bajo el arma de su gemelo. -

¿Y permitir que elimines a mi enemigo perfecto? Olvídalo.

-

Ya veo tu truculento plan. ¿Cuándo apretarás el botón rojo?

Boris miró su reloj de cadena. -

En unos… seis minutos más

El joven sama hablaba emocionando acerca de una nueva era en el Universo. Una era de respeto y paz. Su pueblo estaba complacido. Pero allá arriba, en el área correspondiente a la Congregación de Planetas Aliados, conformada por varias razas distintas, había disgusto. Hisue Langley se levantó de su lugar. -

Ni las palabras de un sama podrían engatusarme. ¿Creen que con un desarme se traerá armonía al Universo? No, compañeros, necesitamos tener el control, dominar, y solo así regularemos lo que ustedes llaman “contactos dañinos entre civilizaciones.” Sanciones severas, e intervenciones militares a aquellos mundos que continúen rechazando el Tratado Tallgeese. Solo así conseguiremos regir al Universo…

El sama interrumpió, ofuscado. -

Nuestro objetivo no es regir. Sino proteger.

-

¿Cómo planeas proteger? – respondió bruscamente el General Hisue - ¿Uniéndonos a los débiles? ¿O castigando a los agresores? Solo podremos castigar si somos los mas fuertes.

-

Ese no es el punto de vista de la Confederación.

-

Pero es el punto de vista del resto de los Sistemas. Recuerden que no solo los samas dominan el Parlamento. Algunos tenemos una visión más realista de la situación.

-

¡Usted no tiene el derecho…!!!

Boris Tubarov salió de su palco. -

Hora del espectáculo – dijo.

-

Suerte – dijo Alexei.

-

No la necesito.


Una discusión estaba a punto de darse. El Parlamento empezó a agitarse, y mas arriba, los miembros del Consejo de Planetas deseaban calmar la situación. Cuando Boris Tubarov entro por una puerta lateral, en dirección al estrado, reinó el silencio. Él les daría la verdad, él lograría unirlos. -

Lo hiciste bien, Kyo-sa, permíteme.

-

Gracias, general Tubarov. El uso de la palabra es suyo. – y se apartó, saliendo de la escena.

El Gran Boris Tubarov subió al estrado. Su gloria, a diferencia de su hermano, no era con las armas o las guerras. Se trataba de gobernar, de convencer, de manipular con las palabras, del reino de la intriga y la sospecha. Con la frialdad con la que Alexei disparaba un arma, Boris daba sus discursos, impecables, sin fallas, provistos de lógica perfecta y razón incuestionable. Todos, atentos a su voz, vieron como dirigió su mirada al General Hisue Langley, de una manera fría e impersonal. -

Nuestro compañero Kyo-sa tiene razón, General Langley, El propósito de la Confederación no es dominar, sino ayudar. Proteger a los débiles, frenar a los insensatos. El punto de vista que usted toma como verdadero solo origina conflictos ¿Cuánto tiempo duraría su “orden”, su “paz”?. ¿Cuánto tiempo tendría usted antes de que la gente se levante en armas y utiliza los mismos medios que usó para sojuzgarlos, con el fin de liberarse? El General Stukov Petrovich solo esta interesado en preservar las culturas de mundos indefensos, y para eso, necesita el apoyo de otros, quienes realmente le darán la fuerza a su creación, a los cimientos de la Confederación de Sistemas.

Hisue Langley se sintió ofendido. Arremetió, con la voz quebrada de la ira. Odiaba en realidad al General Stukov. -

Usted, Boris Tubarov, ha estado vendiendo esa mentira…

Pero Boris no se dejaría intimidar. -

El General Stukov desea forjar alianzas duraderas con cualquier raza que así lo desee, para formar un órgano de ayuda interplanetaria. Esto solo será posible si todos y cada uno de los miembros de esta junta aceptan renovar sus firmas en el Tratado Tallgeese, comprometiéndose en no dar la espalda a la Confederación de Sistemas por ningún motivo. Si desean integrar algún nuevo miembro al Parlamento de la Confederación,


para representarlos de manera adecuada, son libres de hacerlo. Con su participación, la Confederación de Sistemas podrá ser al fin una realidad palpable e innegable, y podremos evitar amenazas de mundos que comparten la ideología de dominar, invadir y sojuzgar. Todos los miembros del Consejo de Planetas (contando los nuevos integrantes) comenzaron a hablar en sus propios idiomas. Boris consiguió terminar su primer acto con elegancia. Allá arriba, su gemelo sonreía. Sin embargo Hisue Langley estaba a reventar. Su ego no permitía haber sido ignorado por el resto del Consejo, ridiculizado y echado a menos. Incluso varios representantes de su propia organización comenzaron a pensar en integrarse al Tratado Tallgeese. Eso no era lo que tenía planeado, y dijo lo que exactamente Boris quería oír. -

¡TODOS SON UNOS TONTOS!

Un segundo silencio cubrió el auditorio. Recobrando la cordura, el general Langley se disculpó. A su manera. -

Disculpen el exabrupto, miembros del Consejo. Pero no puedo creer que ignoren las similitudes entre mi organización y la Confederación. El General Petrovich y yo no somos tan diferentes como les han hecho creer. Ambos tenemos un ejército bien entrenado y numeroso, ambos tenemos armas, ambos amamos la milicia. Solo que yo decidí venir personalmente a decirles lo que creo se debe hacer, y Stukov manda a su mejor víbora enjoyada a cubrirles de seda lo mismo que les estoy diciendo. La Confederación acabará por…

-

Eso es una afrenta personal, General. – interrumpió Boris con voz de trueno -No es recomendable que por diferencias personales con el General Stukov, usted ensucie su nombre y el de su Organización. Siente rencor, porque sus políticas represivas no tienen cabida aquí,

-

Yo no puedo injuriar a tu amo, - arremetió el General Langley - pero tu si estas en libertad de injuriarme a mi, y exponerme como el tirano de tu obra, por lo que llamas “políticas represivas” Mis políticas represivas han creado la Congregación de Planetas Aliados, mis políticas represivas la han mantenido a pesar de los ataques a traición que Stukov Petrovich manda sin descanso con tal de eliminarme. Mis políticas represivas


aumentaron el número de planetas que la integran. El general Petrovich no podrá cambiar eso. -

La Confederación nunca ha efectuado ataques a traición a la Congregación, general. Otra difamación suya más, y será una incitación a guerra.

-

¿Guerra? ¿Quiere guerra? La Confederación de Sistemas no son más que un montón de razas pusilánimes. Verán como sus planetas se integraran a la Congregación, ya sea por voluntad propia o por las armas, si es necesario. La Confederación carece del poder para enfrentarme.

-

No hable sin conocer, general. Nos ha declarado la guerra

Y el grito del general acabo con las dudas de la Confederación y con los problemas de Boris. -

¡Destruiré a Petrovich y ustedes se irán con él!

Hisue Langley dejó enfurecido el auditorio, y detrás suyo, todos los representantes de la Congregación de Planetas Aliados. Se había dejado una seria amenaza en el aire, la promesa de una guerra brutal, cuyas proporciones desbordaban la imaginación de cualquiera de los allí presentes. Por otro lado, gracias a su terca actitud, su pobre visión y orgullo desmesurado, fue fácilmente manipulado por Boris Tubarov como una marioneta. El segundo acto acabó, y ahora, el gran final, la suma de todos los esfuerzos, vería la luz de la realidad. -

Señores, miembros del Parlamento, integrantes del Consejo…

La repentina partida del Sr. Langley turbó a todos los presentes. Una seria amenaza fue pronunciada. El enemigo que tanto deseaba Boris por fin había aparecido. -

Tenemos la fuerza para repeler los embates y evitar el colapso de la Confederación. No hagamos paso de las palabras altaneras de Hisue Langley. Unámonos todos, para darnos lo mejor de nuestras culturas, para preservar nuestra seguridad y la seguridad de todos los planetas vecinos ¿Ven ahora la necesidad de la Confederación? Solo la unión traerá una nueva era de protección y paz entre todas las razas. La Confederación mostrará su utilidad al no permitir que existan dirigentes planetarios con tan mala actitud y ambiciones egoístas, como el Sr. Langley ha demostrado poseer. No podemos esperar que la Congregación de el primer paso y comience a invadir mundos inocentes – Boris


alzó la voz, tan solo lo necesario para realzar su discurso - ¡Debemos actuar! ¡Combatamos por la seguridad! ¡Luchemos por la paz! ¡La victoria será para nosotros! Hubo un gran revuelo. Los representantes discutían entre sí, los comos y los porqués, los dondes y los cuandos. Boris disfrutaba la vista, mientras su gemelo lo miraba a él, y se admiraba de cómo lograba ganar guerras sin un solo disparo, dominarlos con tan solo palabras. Después de semanas de debates, se decidió que la Congregación de Planetas Aliados era una seria amenaza. Varios mundos cooperaron con materiales para ampliar el poder militar de la Confederación. Aunque algunos no estaban totalmente de acuerdo, aceptaban las decisiones del Consejo – manejado prácticamente por Boris – debido a que preferían pegar primero y no esperar a ser golpeados. Una intensa guerra se avecinaba. Planeta Amazo 38. Hemisferio 35, paralelo 78, latitud 56. 22:56 horas locales. Lugar del desembarco del batallón 5 de la Confederación de Sistemas. Objetivo de la misión: ganar terreno, invadir la capital, y adquirir las fórmulas de las armas biológicas más complejas jamás concebidas. Los peores horrores son aquellos que el propio ser humano engendra. Vincent les explicaba a Müller y a Polina el supuesto origen de la Congregación y de la Confederación mientras aterrizaban. -

Verán… ¡aughh! Existió algo llamado la Alianza Interestelar… no tenia gran alcance, y solo era entre humanoides cero.

-

¿Humanos? – dijo Müller

-

¡Sí hombre! Tú, yo, el conductor de esta lata de sardinas. ¡Aprende a volar esta cosa, animal!

-

¿Entonces?

-

Entonces, Polina, la Alianza se disolvió. Problemas internos. Hubo dos hombres que resaltaron entre todo el desorden que hubo entonces: Hisue Langley, y Stukov Petrovich. Ambos fundaron cada uno por su lado su versión de la antigua – un gran salto de la cabina interrumpió la frase - ¡Alianza! ¡Nos vas a matar antes de aterrizar!

-

Entonces el general Langley y el general Stukov fueron camaradas – dijo Müller.

-

Si, pero existe una rivalidad intensa entre ellos. – finalizó Vincent.


-

Por eso vamos a invadir este planeta, porque pertenece a la Congregación ¿no?- dijo Polina

-

Prestaste atención a la junta de información ¿cierto? – anotó Vincent con ironía.

-

Eres un pedante – y la chica no volvió a hablar en algo de tiempo.

La noche era demasiado silenciosa. Los soldados bajaron junto a un gran número de vehículos. En total eran más de ochocientos mil hombres, se había planeado un movimiento aplastante. Alexei Tubarov estaba en otras misiones secretas, tan peligrosas e importantes que nadie tenía la menor idea de su paradero o función en esta guerra. Su nombre volvió a ser el sinónimo de un fantasma. - Hemos llegado. – dijo Polina. Cuando vio a su alrededor, murmuró asombrada, abrazando su pesada arma – No lo puedo creer… Apenas se inició el avance, los soldados se dieron cuenta de que algo estaba mal. No encontraron a nadie esperándolos, solo un campo desierto y oscuro sin fin aguardaba frente a ellos. Los reportes de inteligencia hablaban de virus, pero no sabían exactamente a que se enfrentarían. -

Amazo 38 es pacífico – dijo Müller al ponerse sus gafas nocturnas – pero es ridículo pensar que no ofrecerán resistencia.

Alguien da la orden de avanzar a través del campo, poniéndolos en movimiento. Mientras caminaban, encontraban dispersos por el suelo extraños hongos verduzcos que explotaban al mínimo movimiento. Los soldados comenzaron a caer, muertos antes de tocar el piso. Los hongos liberaban potentes toxinas al ambiente, funcionando como minas silenciosas. -

¡Mascaras de gas! – se oyó a los lejos

-

Vaya si estas cositas son mortales – dijo Vincent –mejor apeguémonos a la misión, debemos llegar a la capital…

-

Creo que la misión ha cambiado. – dijo Polina, mientras mantenía fija su mirada en algo que la tenia horrorizada – La prioridad, supongo, es mantenernos vivos.

De la tierra brotaron ramas, que en velocidad increíble, desarrollaron troncos, hojas y frutos. Los frutos cayeron, continuaron su desarrollo y reventaron, dejando libres a unas criaturas pequeñas, venenosas que se alimentaban de los soldados que atrapaban. Entre más se alimentaban, su tamaño aumentaba desmesuradamente, haciéndose más feroces, más rápidas, mas fuertes.


-

¿Qué aberración es esa?

Las tropas, unos minutos antes perfectamente ordenadas, estaban ahora presas del caos. Los hombres disparaban sin cesar, rompiendo las formaciones, ya que, justo debajo de sus pies emergían plantas carnívoras capaces de arrancarles las piernas de raíz. Los grandes jefes ignoraban que clase de monstruo estaban alimentando con la carne de su ejército. Pensaron que su multivacuna acabaría con los gérmenes y virus usuales utilizados como armas biológicas. Ignoraban que el sistema Amazo era capaz de crear seres que desarrollaban alas de insecto después de absorber los líquidos vitales de 30 hombres. -

¡Este ataque es desmesurado! – gritaba Polina con desesperación mientras disparaba su arma sin descanso - ¿Por qué hacen esto? ¡Solo queríamos ayudarlos!

Müller contestó, asustado y jadeante: -

¡Despierta Polina! ¡Nosotros somos los malos!

La sinfonía macabra de gritos y alaridos llegaba a los oídos de todos los que aterrizaron en Amazo 38, haciéndolos correr entre pesadillas malditas, nacidas en el ambiente, informes y poderosas como el miedo que atrapaba a los soldados. Millares de nuevos monstruos acababan con los soldados, mientras muchos mas morían gracias a un virus extraño que atacaba el cerebro, para deformarlos, enloquecerlos y hacerlos atacar a sus propios compañeros. Así una escena de cualquier infierno concebido estaba siendo observada por los ojos de Müller y su fiel compañera Polina, quienes corrían ansiosamente entre las balas y los mutantes, buscando un lugar seguro para esconderse, esquivando las flores que liberaban espinas ponzoñosas, nubes de bichos succionadores de sangre, además de ese maldito bosque grotesco, el cual sencillamente no paraba de crecer. Llegaron a preguntarse el porqué habían sido lo suficientemente estúpidos para integrarse a la Confederación con el ingenuo propósito de conocer a Alexei Tubarov, un ser tan legendario e irreal como un cuento de hadas. - Manténgase unidos – decía Vincent, el único que mantenía la cabeza fría – Vamos a reagruparnos. ¡Síganme! Vincent le hacía honor a su apellido. Tenía presente a todo momento la fama de los Krushrenada y sus glorias obtenidas. Hallaba valor en las hazañas de sus antepasados, convenciéndose de que esa misma sangre arrojada y heroica era bombeada violentamente por su corazón. Aún si así fuese, en esos momentos, Vincent no era mejor que sus


compañeros, sin exactamente igual a ellos, jóvenes soldados atrapados en una batalla atroz, sin honor o motivo. Apareciendo de la nada, miles de seres humanoides con garras y colmillos infectos los rodeaban. Los jóvenes disparaban sus armas sin descanso, tras la guía de Vincent, quien, a pesar de lo horroroso de la batalla, conservaba la energía y el entusiasmo necesarios para sacarlos vivos de allí y lo más enteros posibles. Buscaban un vehículo, para alejarse e ir en busca de las naves de evacuación. Desgraciadamente, un gran desorden les complicaba organizar la huida, pues las criaturas brotaban por doquier, incluyendo ahora plantas que asfixiaban a los hombres e insectos portadores de enfermedades fulminantes, impidiendo que los comandantes pudieran concentrarse en la retirada. El último intento de replegarse fue frustrado cuando uno de esos árboles pensantes apareció repentinamente en medio de la formación, y, a pesar de los disparos, lanzó lianas y succionó los líquidos de quienes tenia a su alcance, nutriéndose así lo suficientemente rápido para dar sus pavorosos frutos. Polina observó el florecer del monstruo, y los inútiles esfuerzos para sobrevivir a él. -

¿Qué vamos a hacer ahora?

Una manada de recién formados homúnculos fotosintéticos se había trepado a los vehículos, y se divertía corroyéndolos con su saliva ácida al arrancarlos a pedazos. -

Aguantar, Polina, vendrán por nosotros. Estoy seguro de ello. Debemos buscar un refugio y reorganizarnos con los demás o estos bichos nos van a tragar. Usen sus lanzallamas, eso los mantendrá a raya por un buen rato.

Polina era buena con las armas. Su problema era que no se decidía a usarlas. Y cuando lo hacia, aún tenía un pesado sentimiento de culpa. Pero su vida nunca había estado tan en riesgo como ahora, así que esto le ayudó a deshacerse de una vez por todas con el miedo que le restaba. Fue entrenada para matar, al igual que Müller y Vincent, pero ella conservaba aún su espíritu inocente. Y ese espíritu se destrozaba al contacto de esta batalla grotesca. Corrieron los tres y encontraron una trinchera, por lo que saltaron dentro de ella, arrojando antes varias descargas de lanzallamas. - ¿Con eso será suficiente? - Espero, Müller, espero. El entrenamiento de la Confederación es el mejor de cualquier parte de la galaxia. Es necesario ver como se movían estos muchachos, jóvenes, que en otro tiempo y en otro


momento estarían en la escuela, con aventuras de adolescentes y enamoramientos, luchando como profesionales, disparando y coordinándose perfectamente, en medio de un túnel oscuro lleno de hierros retorcidos y cadáveres a medio masticar. Müller, por ejemplo, era muy inseguro acerca de su capacidad. A menudo se preguntaba si había tomado la decisión correcta. Al disparar, su primera preocupación era saber su le había dado al blanco, y que cosa haría en caso de haber fallado. Pocas veces se daba cuenta que su puntería era la estándar de todos los soldados de la Confederación: perfecta. - Cero sobrevivientes según mi cuenta – dijo Vincent - Y la mía – agregó Polina - La mía también – dijo Müller. - Vamos bien – añadió Vincent, al recargar cartuchos compactos de combustible para su lanzallamas. Polina lo interrogó encogida de miedo. -¿Cómo eres capaz de decir eso? - Estamos vivos, Polina, y eso es lo mejor que nos puede pasar. La trinchera no estaba bien excavada en algunas zonas, y recorría sinuosamente el campo de batalla, con la intención de dirigirse al centro de mando y al área de aterrizaje de vehículos aéreos, lugar más probable de llegada de las naves de salvamento y, quizás con algo de suerte, lugar de reunión del resto de sobrevivientes. No había luz de ninguna de las lunas, y los tres compañeros usaban ahora sus googles de visión nocturna. Muy seguramente fue hecha por la avanzada, los primeros hombres que llegaron con 5 horas de anticipación a la gran invasión programada a Amazo 38, destruida también seguramente por la primera generación de mutantes vegetales, antes de que alcanzaran los 3 metros de altura y la capacidad de emponzoñar el aire con su aliento. -

¡Alto! – Vincent levantó la mano con el puño cerrado. Hizo después una señal con sus dedos que significaba alerta.

Polina solo alcanzaba a oír zumbidos. Veía el fuego a su alrededor, y a sus camaradas morir de formas espantosas, mientras ella tenia que caminar por encima de sus despojos, con el miedo de que algunas de esas cosas se percatara de su existencia. La invasión se torno rápidamente en una masacre, gracias a esas armas biológicas tan novedosas, las cuales no se detendrían hasta acabar con todos los seres vivos a su alcance. Por supuesto que la llamada de auxilio fue enviada hace horas a la base espacial, pero las naves de salvamento


tenían que lidiar con extraños insectos que taladraban los cascos y descomponían los circuitos, haciéndolas estrellarse. Escondidos en esos hoyos en la tierra, no sabían que hacer. No tenían órdenes que seguir. Avanzaban entonces con extrema cautela, y cuando Vincent marcó la pausa, estaban en un recodo estrecho. A la vuelta se escuchaba un sonido gorgoteante, entre tintineos metálicos. - Müller – susurró Vincent – verifica. El chico sabía de antemano que la siguiente visión sería espantosa. Y en el fondo, se negaba a moverse. Sin embargo, en ese momento Vincent era su superior, jefe de la compañía, y le había dado una orden clara y directa. Como buen soldado de la Confederación, debía obedecer. Empuñó su arma y miró a Polina, pálida y con el rostro tenso. - Cúbreme. Una bestia colosal estaba de espalda a ellos, a medio camino. Los huesos que crecían desmesuradamente en el interior de ese cuerpo deforme protuían rasgando la piel húmeda y los músculos voluminosos. Sus seis extremidades terminaban en garras. Con éstas, arrancaba los uniformes y armas de los soldados a sus pies. Los despedazaba, acercándolos a su horrible boca, una especie de nidos de gusanos, sorbedora de carne y sangre. El montó de cuerpos lucía sin vida, aun algunos de ellos parecían tratar de aferrarse a ella, retorciéndose espasmódicamente. Müller retrocedió lentamente. Aunque su voz sonaba segura, el horror permanecía en él. -

Segmento bloqueado. Hay que retroceder y buscar otra vía.

Continuaron deslizándose como sombras dentro del caos y la perdición, en busca de un fantástico escape, seguramente imposible. De todas maneras, tendrían que intentarlo. -

¿Ves la base? – preguntó Polina, cuando, varios metros mas allá, en otra ruta distinta, Müller alzo su cabeza por encima del nivel del suelo para ver el panorama. - ¿Los comandantes siguen vivos?

-

No lo creo… - contesto Müller – Mira hacia allá.

Consiguieron llegar al final del camino creado por las trincheras y escombros. Por desgracia, su meta, el campamento base, estaba inundado de lianas estrujantes y árboles malditos, con enjambres de monstruos moviéndose a su alrededor. -

Aguantaremos. – dijo Vincent – Verán, saldremos vivos de ésta, lo recordaremos y nos alegraremos. Seremos héroes, los sobrevivientes a la gran batalla de Amazo 38


-

¿Por mantenernos vivos? Eso si que es irónico

-

Cierren la boca por el amor de Dios – interrumpió Polina casi al borde de alzar la voz – estamos…

Varias explosiones retumbaron en la tierra. Los gritos eran cada vez menos y más lejanos, ya no se oía tan seguido el disparo de las armas. El silencio comenzaba a cubrir de nuevo el campo de batalla. Polina sentían más miedo que nunca. Pero no tenia tiempo ni ganas de pensar en otra cosa que no sea mantenerse viva, ni siquiera en dejarse llevar por esa esperanza romántica de que Alexei Tubarov vendría a rescatarla. Si quería permanecer entera, tendría que hacerlo por su propia cuenta. -

¿Oyes eso Müller?

-

¿Qué? ¿Qué cosa?

-

Las naves de salvamento no son.

-

¡Silencio! Se escuchan como chillidos, aullidos. Los mutantes, ya son capaces de comunicarse entre sí…

Un metro más arriba de sus cabezas, yacían los cuerpos de cientos de miles de soldados confederados. El hombre contra sus demonios, y la guerra voraz, alimentándose y engordando a base de los derrotados. Unos pocos, resistían. Pero los mutantes eran ahora más inteligentes, atacaban con más saña. Su tarea, para lo que fueron creados, era simple. No dejar un solo hombre vivo. Y un grito agudo que hirió los tímpanos de los 3 compañeros indico la evolución de una nueva ola de mutantes. Seres de complexión semihumana prodigiosamente fuertes se acercaban a ellos, y derribaban los estorbos de chatarra, olfateando la sangre humana de sus presas. Varios de ellos se acercaban a su escondite actual. -

¡Larguémonos de aquí, ahora! – gritó Müller.

Vincent, logró salir de un salto de la trinchera, con Müller y Polina pisándole los talones. Fueron detectados por los mutantes, que comenzaron a perseguirlos. -

¡Todo el lugar esta cubierto! ¡Maldición!

-

¡Allá! ¡Sobrevivientes!

Varios soldados ofrecían pesada resistencia en los restos de un búnker con municiones explosivas en su armamento. Vincent comenzó a guiarlos entre los escombros, trazando una ruta segura hacia esa dirección.


-

Müller, nos arriesgaremos a revelar nuestra posición. Lanza una bengala. Estamos muy cerca de ellos, cubrirán nuestra salida

-

¿Lo dices en serio?

-

No estamos a mas de 500 m

Escondiéndose entre los escombros, lograron despistar a varios monstruos. Sin embargo, otros, bestias humanoides de piel grisácea y colmillos estaban ya vigilándolos de cerca, rodeándolos sin que se dieran cuenta. En el último trayecto, había que avanzar al descubierto. Al llegar a un claro, donde tenían que correr para volver a ponerse al refugio de un camión en llamas, los monstruos saltaron sobre ellos, chillando de manera espeluznante. Uno fue directamente sobre Vincent, quien se defendió al instante. -

¡Vincent! ¡Vincent!!

Aunque Müller y Polina dispararon sobre el mutante que atacó a su amigo, éste ya lo había atravesado de lado a lado con una enorme garra retráctil que brotaba de su brazo izquierdo. Ahora iba hacia Polina. -

¡Maldito engendro!

Ella disparó cientos de cargas, las últimas de su arma, logrando detener al monstruo. Sin embargo, no se percato de otro más que se abalanzaba por su costado. Müller se interceptó en su trayecto y rodó un par de veces con él, hiriéndolo lo más que podía con su navaja. Polina, apenas se percató de lo ocurrido, disparó. Pero la fuerza del mutante era mayor que la de Müller, y fácilmente logro quebrarle el cuello una vez que lo tuvo en su mano. -

Dios, Dios, Dios…

Estaba sola. Dos mutantes más llegaron allí. -

Müller, nunca me abandonaste. Ni siquiera tu, Vincent. Se que me están esperando. No tardare mucho… así bajaremos los tres juntos al infierno.

Murió de forma rápida, pues uno de los mutantes le destrozó el corazón con su enorme garra. Luego, apilaron los cadáveres alrededor de los últimos sobrevivientes, que atestiguaron de lejos la muerte de los jóvenes, y les prendieron fuego, justo antes de que el ciclo vital de la última generación de armas biológicas llegara a su fin. Al amanecer del nuevo día, el campo de Amazo 38 volvió a recuperar su silencio, pero ahora tenia grandes llamaradas de cuerpos humanos calcinados, e incontables mutantes moribundos sobre la


tierra. Para eso fueron diseñados, y antes de que el sol llegara a su cúspide, no quedaría ninguno. Ni Vincent, Müller o Polina llegaron a conocer al legendario Alexei Tubarov.

Futuro Por irónico que pareciese, el triunfo de la Confederación fue la derrota del poderío de Nueva Vladivostok. El objetivo tan ansiado de unir a tantos mundos, sistemas, razas y civilizaciones, fue posible solo con la promesa de eliminar todo aquello que Vladivostok representaba. Las guerras heroicas, las batallas interminables, el amor al secreto y encubrimiento causaron repudio al resto de los seres pensantes, que, como era la original intención, se consolidaron formando una organización de alcances universales. Las imágenes enviadas por las cámaras equipadas en los uniformes y armas de los soldados confederados muertos, corrieron a la velocidad de la luz por toda la galaxia. Aunque la Confederación de Sistemas intentaba contener y filtrar la información, la noticia de la carnicería aberrante ocurrida en uno de los verdes valles de Amazo 38, impactó tanto a los sistemas confederados como a los congregados. Amazo 38 fue incapaz de guardar silencio, y ocultar lo sucedido, pues observó por días los restos desechos de hombres y mujeres descomponiéndose en el campo de batalla, mientras los mutantes se desintegraban encima de ellos. Asqueado de si mismo, el pueblo de Amazo 38 y millones de mentes en toda la galaxia, testigos directos e indirectos de la tragedia, se preguntaron “¿Este es el camino a la armonía? ¿Esta es la paz de la Confederación de Sistemas? ¿Un ejército completo sucumbiendo en una hecatombe? ¿Y esa era la defensa de la Congregación de Sistemas? ¿Una horda salvaje de monstruos hambrientos y desalmados?” Cada planeta reflexionó a su tiempo y circunstancia. Mientras unos digerían la masacre, volviéndola algo aceptable e incluso necesario, otros se unían a la conclusión de Amazo 38. Los sistemas pacifistas encontraron, justo en ese momento, más que nunca antes, oídos dispuestos a escucharlos. Y por un sistema convencido, dos o tres se mostraban accesibles a la visión de paz sin armas, al diálogo como método para fincar una relación respetuosa


entre incontables culturas. Una idea cristalizó, común a todas las propuestas de los sistemas: las guerras no conducirían a nada. Sin embargo, esta visión pacifista y conciliadora no nació de los sistemas humanos. El sistema Cristallys,

donde giraba el planeta Deagea, fue uno de los más activos en

promoverla. Con sus recursos y tecnología, viajaron por todo la Confederación de Sistemas y hasta donde lo permitiese la Congregación, divulgando la paz y conciliación. Fueron los primeros en llegar a Amazo 38 y ofrecer su apoyo. Cuando la misteriosa muerte del General Hisue Langley ocurrió, los samas ofrecieron su palabra de que la Confederación no aprovecharía ese periodo de inestabilidad para una invasión a gran escala hacia los desconcertados planetas congregados. Asistían a debates y referéndums, exponiendo el punto de vista de Crystallis, comportándose como mediadores entre sistemas hostiles, para resolver sus diferencias. A las razas les maravillaba su paciencia y sabiduría, sus muestras de buena voluntad y fidelidad a la política de no agresión. A pesar de que en su agenda de actividades estaba incluida la invitación a firmar el Tratado Tallgeese, los samas actuaban con tanta cautela que no propiciaron roces entre los sistemas confederados y congregados. Las ex – colonias terrestres eran las más impresionadas, pues los humanos habían demostrado, otra vez, su capacidad para provocarse, entre si, dolor y muerte. Con el fin de obtener paz y concordia la misma humanidad debió aceptar su derrota. Los dioses tuvieron que bajar de las estrellas para impedir nuestra propia autodestrucción. Cinco meses después del incidente en Amazo 38, en las afueras del Cuartel General de la Confederación de Sistemas. Planeta Colonia Nueva Vladivostok IV. Boris Tubarov había dejado la seguridad de las instalaciones de la Confederación, y caminaba al interior de un bosquecillo en los alrededores. Un poco más allá se alcanzaba la desembocadura de un río, el cual alimentaba al gran lago en las afueras de la ciudad de Xenia. Kyo sa lo había citado allí, y Boris estaba seguro de que hablarían sobre Amazo. A él le incomodaba en cierta forma que Kyo sa fuera tan poco ortodoxo con las normas de la Confederación, es especial a lo referente a la vigilancia. Ciertamente, su popularidad había subido, desde que consiguió ese último y casi incomprensible acuerdo de paz entre Nueva Tokio 16 y Axis, un par de sistemas poseedores de una larga historia mutua de ardides, escaramuzas, traiciones y enemistades. Boris decía no sentirse amenazado por Kyo sa, pero


aún así le dedicaba gran parte de su atención intelectual, mientras deambulaba sin rumbo y un poco nervoso entre los árboles. Sin percatarse, llegó a un espacio indudablemente modificado por los asistentes samas de Kyo sa. Había plantas miméticas que cambiaban sus tonos según la incidencia de la luz, creciendo sobre dos paredes de piedra que formaban ángulo recto entre sí, en solo uno de sus extremos. Dos fuentes reposaban en las paredes, y su agua se desbordaba para crear riachuelillos que corrían traviesos hacia el río. A la sombra de las paredes, había una mesa baja y varios cojines para sentarse recién colocados. Boris recordó que los samas amaban la naturaleza, de cualquier planeta que fuese. La única decoración, aparte del hermoso paisaje, era un florero de cristal vacío sobre una columna, justo en la esquina entre los dos muros de piedra. Puesto que Kyo sa no se encontraba, pasó de largo y continuó adentrándose en el bosquecillo. Cerca, entre unos árboles que formaban una barrera a un brazo del río poco profundo, Boris se detuvo. Una dama sama recogía flores entre los juncos que crecían a orillas del agua. Era de mediana estatura, con cabello de suave color turquesa extremadamente largo y brillante, que parecía estar envuelta en una cortina de gemas, con ojos amarillos, grandes y expresivos. Su piel, a diferencia de Kyo sa, que era azulada, era de un blanco perfecto, iluminada por el resplandor de su pelo. Pero, al igual que Kyo sa, quien proyectaba la imagen de un joven amable a pesar de su larga existencia, ella tenía la tez de una adolescente, inocente e ingenua, rebosante de pureza. Las manos delicadas de la sama rozaban levemente las flores, y éstas abandonaban de inmediato sus raíces y la tierra para ir al encuentro de esas manos divinas. Boris no tardó en reconocerla, era la secretaria de Kyo sa. << No será humana, pero es preciosa >> pensó Boris << ¿Cómo se sentirá besarla?>> Experto en el arte de la seducción, se armó de una sonrisa atractiva, y un gesto cautivante, e hizo notar su presencia con el tronar de una rama bajo sus pies. Ella levantó sus amarillos ojos y las miradas de ambos se encontraron. Y las intenciones atrevidas de Boris se esfumaron igual de rápido que su sonrisa. Unas palabras atravesaron su mente. << Tu no debes verme así. >> La dama sama tenía una expresión enigmática, mezcla de sorpresa y altivez. Erguida en toda su altura, su semblante era gélido y lejano. Parecía capaz de matarlo solo con el color de sus ojos. Boris tuvo un arranque de vergüenza. Retrocedió de inmediato y regresó al punto de reunión.


<< Que raro. Nunca me había sentido así. Es una secretaria, sama, pero secretaria. >> El camino de retorno era más rápido, sin embargo, sus ideas lo eran más. << Sama. Yo soy un humano, y siempre lo seré a pesar de todo, hasta que muera. Ella es una sama. Y ser un sama implica ser muchísimo mas que un humano, debo admitirlo. Más hermosa, longeva, incomprensible. Inalcanzable. Como una estrella. O una diosa. >> Kyo sa acomodaba los lirios que su secretaria había recogido momentos antes, en el florero de cristal. Sobre la mesa, aguardaba un porta documentos cerrado. Boris estaba solo con él, sin dejar de tener un mal presentimiento. - Saludos, Boris – dijo jovialmente el sama - ¿Te gusta mi nueva oficina? Boris dejó salir una risilla despectiva. - Tienes razón – continuó Kyo sa con buen ánimo. – No es cómoda desde tu punto de vista, escribir o hacer correcciones a los informes se complica un poco, y más si necesitar llamar a alguien para cuestionamientos verbales. Sin embargo, me permite hacer algo que no puedo conseguir tranquilamente en el Complejo. - ¿Y eso es? – preguntó Boris - Pensar – Kyo sa dirigió sus azules y etéreos ojos al lejano río. En este momento, Boris, tu yo, mas que nada, necesitamos pensar. Acompáñame. Ambos fueron hacia el río, por las orillas del bosquecillo. Kyo sa continuó la conversación. - Sabes lo que pasó en Amazo 38. Una matanza inenarrable. Las consecuencias de ese evento han resultado benéficas para nosotros, a la vez que contraproducentes. - La muerte de Hisue Langley ha facilitado las cosas. – agregó Boris. Kyo sa sonrió de forma melancólica. - Solo ustedes los humanos tienen la capacidad de ver la muerte de otras personas como algo positivo. Los samas duramos siglos, y por eso evitamos a toda costa la pérdida de vidas. Nos compadecemos por aquello que no pudieron disfrutar, el camino perdido que nosotros, probablemente, ya recorrimos. Pero me estoy desviando del tema. – E hizo la siguiente pregunta sin cambiar la tonalidad de su voz - ¿Sabes quien mató a Hisue Langley? Boris no respondió. - Eso es algo de lo que solo tú y yo tenemos conocimiento. Limpio, sin evidencias. Cada vez es mejor en lo que hace.


Caminaron otro corto trecho, envueltos en lo tibio del atardecer. Boris, a diferencia de Kyo sa, estaba volviéndose taciturno. - Después de lo de Amazo, se generaron reacciones inmensas. En primer lugar, Amazo ofrece sus disculpas a la Confederación. Como prueba de su arrepentimiento, nos dan el control de su gobierno, recursos naturales y han destruido todas sus reservas de armas biológicas. Desean que nunca vuelva a ocurrir otro combate de esa magnitud. Firmaron el Tratado Tallgeese hace semanas. - Estaba al tanto de eso. Y opino que hemos sido demasiado blandos. Ellos no perdieron a ningún soldado – dijo Boris. - Argumentan que solo se defendían. Desde que desarrollaron ese armamento a base de ingeniería biológica, no cuentan con fuerzas armadas, llámense ejércitos o vehículos convencionales. Toda su defensa se basa en la tecnología de recombinación de genes. No conocían la magnitud de un ataque a gran escala, nunca habían participado en alguno. Seamos sinceros, Boris, el sistema Amazo 38 es neutral. Si bien pertenecía a la Congregación, no firmó la declaración de guerra del general Langley. El sistema Amazo 38 no era un objetivo militar. Boris hizo su silbido peculiar entre dientes cuando una de sus estratagemas queda al descubierto. La orden de invadir y robar las fórmulas de las armas biológicas mas poderosas jamás concebidas fue dada en secreto por su jefe directo, Stukov Petrovich. - Dirán cualquier cosa por salvarse. – Comentó Boris – Al menos ya están integrados a la Confederación. - Ellos y el noventa y cinco por ciento de la Congregación, la cual, en lugar de disolverse, decidió unirse a la Confederación, y no solo eso, se comprometen a extender el alcance del Tratado a todos los sistemas posibles. Kyo sa comenzó a trepar por un árbol de frutos rojos y vistosos, dejando a Boris estupefacto, no solo por verlo encaramarse por las ramas como un chico, sino por la abrumadora noticia que acababa de recibir. - ¿Cuándo? ¿Cuándo consiguieron eso? ¿Por qué no me lo han comunicado? ¿Quién esta al tanto de esa solicitud?


Kyo sa bajó de un salto con varios frutos que de cerca parecían manzanas. Eligio uno, lo examinó de cerca, y le dio una gran mordida. Y agregó, como no quiere la cosa, mientras masticaba. - En teoría. - ¿Podrías hacerme el favor de explicarte? – el violento talante de Boris lo hacia alzar la voz notoriamente. - La catástrofe de Amazo 38 abrió los ojos de casi todos los sistemas conocidos. Se percataron de que, si continuamos por el mismo camino llevado hasta ahora, habrá millones de muertes antes de llegar a un acuerdo. Así que no desean más guerras, y su búsqueda de paz los atrae a la Confederación. - Suena excelente – dijo Boris - ¿Entonces porque dices que, “en teoría”, los sistemas ex congregados firmarán el Tratado? ¿Cuál es el problema? Kyo sa continuaba comiendo, y a decir por la manera en como lo hacía, o la fruta era deliciosa, o el tenía mucha hambre. Se alejó un poco de Boris en dirección al río. - Uno no puede obtener lo mejor de la vida sin hacer algo a cambio. El sacrificio no es dejar de hacer lo que amas, sino lograr cosas que nunca te hubieses imaginado capaz de hacer. Por ejemplo, para tomar la fruta que tengo ahora, debí subir al árbol con mis propias manos, sin importar lo que pensaras de mí, o el riesgo de caerme. Nosotros no podemos ser una organización que habla de paz y tener ejércitos de millones de soldados apostados en cada sistema integrante. No podemos hablar de igualdad cuando la totalidad de los directivos son humanos con rango militar. Si queremos que esos sistemas se unan a la Confederación, debemos ceder a algunas de sus demandas. - Debí sospecharlo. Demandas. Cambios. ¿Podrías ser más específico? - Un desarme. Disminución de armas y efectivos. La salida de la milicia de los altos mandos ejecutivos de la Confederación de Sistemas. Boris lucía molesto. Y lo estaba. Sacó un puro de su uniforme de gala y lo encendió. Tomó una profunda bocanada para inundar sus pulmones y exhaló, diciendo: - Locos. Locos o idiotas. Te agradezco que no me hayas invitado a participar en las negociaciones, hubiera perdido la cabeza. No tengo tiempo que perder oyendo esas estúpidas… - Aún no has escuchado la tercera petición.


Boris clavó la mirada en Kyo sa, quien era inmune a sus ojos negros y lacerantes. - Quieren la ejecución del general Alexei Tubarov. Boris dejo de ver a Kyo sa y se enfocó en el río. Estaban casi a la orilla. El agua parecía una cama de cuentas de cristal, que al chocar entre sí, cantaban un murmullo adormecedor. - ¿Por qué? – preguntó, después de unos momentos. - Objetivamente, lo inculpan de la muerte del general Langley. - Tonterías. Les importa un bledo si esta muerto o vivo, y mucho menos quien lo mató. - Si lo hizo, sabemos que obedecía órdenes. - Claro. - Entonces sabemos también quien le dio esas órdenes. Boris miró de nuevo a Kyo sa, pero esta vez, con duda en el rostro. ¿Qué trataba de decir? - Continua. - No es secreto que Petrovich y tu son los únicos que ejercen influencia en Alexei. Si dices que solo obedecía órdenes, entonces delegas la responsabilidad del asesinato directamente a tu superior. Lo mismo sucede si tú asumes la responsabilidad. La otra opción es decir que Alexei actuó por su propia cuenta. - Pero podemos inculpar a otro. No tiene que ser Alexei. - Inculpar, bonita palabra humana. Podría ser buena idea, pero ellos quieren a Alexei. - Repito, les importa un carajo si quien haya matado a Langley, lo único que desean es la cabeza de mi hermano gemelo. - Exacto. - Son unos enfermos. ¿Qué opina el resto del Parlamento? - Su opinión no sirve de nada. Recuerda que para la firma del Tratado Tallgeese solo fungen como testigos. Todo queda entre Stukov y los sistemas solicitantes, es decir entre ellos y tú. Ese candado legal para evitar que miembros de la Confederación ajenos a ustedes promovieran o negaran la invitación a otros sistemas es problemático en ocasiones. - Esto es ridículo. Completamente ridículo. Y deja de lado el sarcasmo, no te va. ¿Quién dirigió las negociaciones? ¿Cómo permitieron que se llegara a esto? - Algunos miembros del Consejo y varios nobles de la realeza sama. Lograron aplacar sus demandas…


- ¿Aplacar sus demandas? – interrumpió Boris con una carcajada siniestra y otra bocanada de humo - ¡No lo creo! ¡Me están pidiendo que mande al patíbulo a mi gemelo! - Sabes que el subiría con gusto si se lo pidieras. Boris, con una agilidad felina, desenfundó un arma de entre su uniforme y la puso en la frente de Kyo sa. - ¡Nunca desearía la muerte de mi gemelo! ¿Cómo osas insinuarlo? ¡Mi hermano, mi único hermano! - Ese es el precio del sueño que tú construiste. Para alcanzar tu objetivo, habrá que matar a una persona más. Obtendrás la poderosa Confederación de Sistemas que siempre deseaste. Tu creación. - ¿Una muerte más? ¿Por qué no la tuya? Puedo decir cualquier excusa, deshacerme de tu cuerpo y nadie sospecharía de mí. Kyo sa mantenía la serenidad. - En verdad. Podrás engañarlos a todos. Pero, ¿podrás engañarte a tu mismo? << ¿Podrás olvidar los rostros de los muertos? >> Boris sintió como una descarga eléctrica recorría su espina dorsal, pero no abandonó su posición. - Deja de hacer eso. ¡Deja de meterte en mis pensamientos! - ¿Disculpa? – preguntó Kyo sa, completamente extrañado. - Ustedes los samas son famosos por sus habilidades extrasensoriales. Se dice que son capaces de manipular las ideas de los que tienen a su alcance. Kyo sa rió con energía. - Lo siento, Boris, pero no puedo hacerlo, mucho menos decirte que pensar. Realmente me gustaría, así no cometerías tantos errores, o aplacaría tu sufrimiento. Pero solo despierto ideas y sensaciones que niegas y ocultas en el fondo de tu ser. Aquello de lo que me acusas, vive dentro de ti. - ¿Sufrir, dices? Otra patraña tuya. ¡Yo no sufro! – arremetió Boris. - ¿No sufres cuando ves las imágenes de las guerras que incitaste? ¿Al leer las listas de fallecidos en operaciones que tu ordenaste? ¿Al ver a esas viudas y huérfanos acudir por tu piedad, clamando por los esposos y padres enviados a morir por tu causa en planetas lejanos?


Boris no dijo nada y se limitó a mirarlo con odio. - Déjame preguntarte algo personal, – dijo Kyo sa - ¿Anoche dormiste solo? - No es de tu incumbencia – respondió Boris. - Tu fama como amante de la compañía femenina es tremenda y no te juzgo. Solo quería saber el motivo. << Para olvidar. Ellas me ayudan a olvidar. >> Boris aferraba el mango de su arma. - Por las noches – continuó Kyo sa – nos visitan las memorias. Con ellas vienen nuestras culpas. Quizás por eso necesitas a alguien que te distraiga, que borre, aunque sea por un momento, esos recuerdos. Boris estaba firme y rígido, apuntando a Kyo sa. Por instantes, lucía idéntico a su gemelo. - Baja el arma, Boris – dijo Kyo sa - No. – contestó, sin tensar un solo músculo. - Se que no vas a disparar. - ¿Estas seguro? - Si. Tú también lo estás. Deja de tratar de engañarte a ti mismo. << Alexei dispararía. Les volaría la cabeza, saldría ileso y podría dejarlo atrás. Pero yo no soy Alexei. >> Boris guardó el arma. Por primera vez en su vida entera, perdía el control de la situación. Lucía derrotado. Tardó un rato en condensar sus siguientes preguntas. - ¿Qué pasaría si Stukov Petrovich no acepta? ¿Si yo no firmo? - Le salvarías la vida a Alexei. Los ex integrantes de la Congregación, al ver que el principal sospechoso del asesinato del general Langley sigue libre, impune y protegido por el alto mando, desistirían de su integración al Tratado Tallgeese y se retirarían del acuerdo de no agresión. Algunos amenazarán con retomar sus territorios cedidos a la Confederación, con Amazo 38 encabezando la lista, o recuperar los recursos donados para nuestra infraestructura. Los sistemas recién incluidos notarán que preferimos proteger a un agente encubierto que negociar con docenas de sistemas, y dejarían el Tratado, en el mejor de los casos. - ¿Y en el peor? – preguntó Boris, Kyo sa parecía haber vivido esa situación con años de anticipación. Probablemente así fuese.


- Los acuerdos de paz podrían verse afectados, dada la caída de nuestra credibilidad, ya sea en mayor o menor medida. ¿Nuestras acciones? Intervenir en pos de nuestros integrantes, y quizás lleguemos a la invasión de sistemas hostiles. Con suerte, nuestros ejércitos saldrían victoriosos. Pero habrá sistemas que reorganizarán la ofensiva. Como tu lo dijiste una vez, ¿cuánto tiempo tardarán en liberarse utilizando las mismas armas que nosotros usamos para sojuzgarlos? << Podría nunca ocurrir. Podría ocurrir. Una guerra por la galaxia entera. ¿Qué es mejor, confiar en la esperanza ciega o en el derrotismo previsor? Miles de millones de muertes. >> El sama se apartó lentamente. Boris mojaba sus botas con el agua del río, silencioso, hermético. - Cualquier decisión tomada por ti será apoyada incondicionalmente por la realeza sama y el Parlamento. Respetaremos lo que tú digas, sin reproches o cuestionamientos, no importando el resultado de dicha decisión. A fin de cuentas, eres el vocero único y directo de Stukov Petrovich, y esa fue la condición para la firma del Tratado. La dimisión inmediata del Director General, Stukov Petrovich, y la salida de la Colonia Nueva Vladivostok IV de los puestos de alta jerarquía, o la ejecución inmediata de Alexei Tubarov. Desgraciadamente, tú te encontrabas en medio. Boris parecía haberse transformado en una estatua de piedra. Solo sus labios se movieron ligeramente. - ¿Por qué él? Kyo sa le respondió pacientemente. - Como sama, te diría que probablemente debieron pensarlo mejor antes de promocionarlos como implacable mercader de la muerte, o como símbolo glorioso de regimientos suicidas. En mi opinión como consejero de la Confederación, diría que los sistemas ex congregados temen, de forma velada, una rebelión organizada por Alexei, dado su franco apoyo a la milicia. Es un símbolo tan fuerte como tú, aunque tu estás relacionado con políticos, y el, con asesinatos. - Misiones. – corrigió Boris. - El hecho de que Stukov los ordenara no los transforma en algo correcto. Ante los ojos de la galaxia, aquel que mata es un…


Boris levantó la mano disimuladamente, interviniendo a Kyo sa. Su gesticulación indicaba algo semejante al dolor, como si no quisiera oír esa palabra. Pero Kyo sa solo le estaba dando un respiro. - … asesino. - No… - murmuró Boris. – Él solo obedece órdenes. No es ninguna amenaza. - Ha matado sin compasión, sin preguntarse el porque de sus actos. Para eso fue educado. No tiene miedos, dudas o remordimientos. Algunos lo ven como una especie de robot frío y sin sentimientos, hecho exclusivamente para matar y matar. - ¡¡NO!! – gritó Boris desde sus entrañas. El sama continuaba imperturbable. -¡SOLO OBEDECE ÓRDENES! - ¿Cuáles eran esas órdenes, Boris? ¿Qué tipo de órdenes le das a tu gemelo? << Asesinos. Para eso nos criaron. >> Boris retomó el control de sí rápidamente. Paso una mano por su cabello. El puro aún estaba encendido, así que tomó una bocanada profunda. Kyo sa observaba a las brillantes plumas de las aves volando sobre el agua, y bajo el prolongado crepúsculo. - En cierta forma, tú también lo eres. La quietud amplificaba los latidos del corazón de Boris. Un silencio perfecto, sin cabida en su mente tormentosa. - Aunque matas de forma diferente. – Continuó el sama – Y ambos olvidan de forma diferente. Tú, rodeándote de placeres, y Alexei, enclaustrándose en si mismo. Boris caminó lentamente hacia el lago, siguiendo la orilla del río. Kyo sa permaneció en su lugar. - ¿Dices que apoyarán cualquier decisión que tome? ¿Cualquiera? - Cualquiera. Supongo que deberás discutirlo con el general Petrovich, para el también será sumamente difícil de… - Innecesario. Se de antemano la elección que tomará. ¿Tenemos un plazo para responder? - No. - ¿Alguna otra información que debas comunicarme? - Ninguna. Ahora sabes lo mismo que yo. - De acuerdo. Necesito pensarlo. - Por supuesto.


- Te veré mas tarde. Kyo sa se perdió en la vegetación. Boris anduvo automáticamente hacia el lago. Recordaba fragmentos inconexos del pasado. La imagen de su madre entregándoles sus máscaras, antes de combatir por primera ocasión al lado de su padre. Cuando se volvieron de repente lo suficientemente hombres para quitarle la vida a los demás. << Tenía miedo. Dios, temblaba de pánico. Extrañaba a mamá, el palacio, los juegos de caza. Creí que me volvería loco. Pero tú estabas a mi lado. Y yo te miraba disparar y matar. Y era como si yo mismo lo estuviese haciendo. >> Alexei y Boris, Boris y Alexei, siempre rondando el uno al otro. Les enseñaron que la muerte era magnífica, que el honor y el deber iban más allá del individuo. De cualquier individuo. El clima se enfrió. El lago Ryazan estaba estático bajo la niebla, que empezaba a emerger. Boris miró y recordó. << Era como este. No, más pequeño. Decíamos que era nuestro. El único lugar donde te vi reír. Reír de verdad, de alegría y felicidad. Acordamos ahí que cada vez que viese en el espejo no me vería, sino a ti, y viceversa. Así siempre estaríamos juntos. >> Boris tuvo un escalofrío. Pero no se apartó de la orilla del lago. No dejó de pensar. << Nunca te he visto besar a una chica. A decir verdad, nunca te he visto dar demostraciones de afecto a absolutamente nadie, aparte de nuestros padres. Y desde que ellos murieron, solo somos tú y yo. >> Era hora de regresar. Las piernas de Boris lo conducían por el sendero de retorno, mientras su cabeza se llenaba de remordimientos y sus ojos de sucesos extinguidos. << Balashikha. Recuerdo esa colonia. No debíamos pasar de veinte años. Pero combatimos con los mejores, y regresamos a casa victoriosos. Eliminé a dieciséis enemigos. En cambio, tú sobrepasaste las dos docenas. Les dijimos a todos que la cantidad de muertos la dividiríamos siempre entre nosotros dos. Aún seguimos haciéndolo. >> Varias lámparas eléctricas colgadas de las ramas iluminaban a Boris, guiándolo. Seguramente Kyo sa las mandó a colocar. << ¿Cuánto vino y cuantas mujeres necesitaré para olvidar miles de millones de muertes? >>


Por primera ocasión, Boris se sintió absolutamente vació. Tenía bellezas a su alrededor, pero era incapaz de disfrutar la impresionante quietud del bosque. ¿De que le servía ahora el apellido Tubarov, las riquezas de la familia, el respeto del Parlamento, la adoración de las damas, el poder político, si era incapaz de salvar lo único importante para él? El abolengo y el orgullo son inútiles, si no sirven para proteger lo más preciado de nosotros. Boris descubrió ese agujero en su alma, un abismo furioso que tarde o temprano lo devoraría entero. << Me gustaría saber, Alexei, que harías tú en mi lugar. >> El camino de luces lo llevó a la oficina al aire libre. El documento aún aguardaba en la mesa baja, teniendo a un lado la pluma de cristal de Kyo sa y una fragante taza de té, depositada seguramente por su secretaria. Boris se acomodó con desenfado entre los cojines, abrió el sobre, leyó el documento lentamente, solo una vez, y volvió a ponerlo sobre la mesa. << Tomarías la misma decisión que yo he tomado ahora, supongo. Somos gemelos. >> Boris Tubarov estaba en una encrucijada terrible. La muerte de su hermano gemelo o llevar a miles de mundos a una guerra sin sentido. Ninguna de ambas acciones tendrá un fin siquiera aceptable. ¿Cuál sería la peor? ¿Qué pena lo enloquecería más rápido? El había matado a muchos de esta manera. Había dispuesto de los destinos de incontables personas. Por un instante pensó lo que hubiera pasado si otro nombre ajeno a él tuviera que tomar esa decisión. Se percató entonces del significado de un simple garabato en una hoja de papel. <<Hacer lo correcto. A ambos nos gusta eso. Hacer lo correcto, a cualquier costo.>> Más tarde, la secretaria sama de Kyo sa se acercó en absoluto silencio a la oficina del bosque. Vio partir a Boris, con paso enérgico hacia el Complejo. Esperó a que se alejara lo suficiente y luego, como solo pueden moverse las damas sama, alcanzó la mesa. Encontró el documento, la pluma de su jefe y la taza de té a medio vaciar. El documento estaba firmado, manchado imperceptiblemente con una pequeña gota de agua en la esquina inferior izquierda. Pensando que era té, lo acercó a su nariz. Con su fino olfato, capaz de diferenciar miles de esencias, se dio cuenta de que no se trataba de té. Era una lágrima solitaria en una hoja de papel.


Tres semanas después, en una base militar de localización ultra secreta en algún planeta del sistema Vladivostok. << Bueno, bueno. Debo admitirlo. Estos chiquillos están bien entrenados. Saben lo que hacen. Profesionales, sin lugar a dudas. >> Someter al infatigable Alexei Tubarov necesitó la operación conjunta de una fuerza de ochenta hombres pertenecientes a los comandos especiales – una exageración, según algunos, un número necesario, según otros – movilizaciones de varios vehículos, además de armas con gas narcotizante altamente concentrado, y dardos sedantes con cinco veces de la capacidad normal. Las modificaciones al sistema inmunológico de Alexei por medio de un experimento de los laboratorios de la Confederación (el llamado Suero del Soldado, un remanente del fallido proyecto Bio-lenx) fueron los causantes de complicar la situación. Él estaba ahora esposado de manos y piernas, en un sótano a medio iluminar, de una base militar de las tantas existentes en el Sistema Vladivostok. Aun no reconocía en cual exactamente, pero tenía la ventaja de haber visitado todas. Le dolía un poco el cuerpo, pues fue drogado, golpeado, enmascarado y encerrado en un vehículo que sonaba como un camión blindado, para llevarlo al lugar de fusilamiento. La cabeza le estallaba. -

General Alexei Tubarov, ha sido encontrado culpable de genocidio, asesinato, complot, destrucción masiva…

Las palabras de este sargento desconocido (“¿Cómo es que nunca lo he visto en mi vida?” se preguntaba Alexei) le sonaban huecas. Lo importante es que iban a matarlo. Otra cosa que lo confundía es que usaban uniformas sin insignias. No sabía si eran de la Congregación de Planetas, o incluso de alguna otra asociación que deseaba venganza. Por las armas de unos, podría tratarse posiblemente de la misma Confederación. Como se dijo antes, lo importante era que iban a matarlo. Había una docena de hombres apuntándole. Y el sargento, al acabar el resultado del juicio, le acercó una pantalla de video. -

Es un mensaje del general Petrovich, para usted, general Tubarov.

La voz era característica. No había datos de falsificación. Su tono y respiración no indicaban que estuviera siendo forzado o que mintiera. Confundido, Alexei se dedico a escuchar.


-

“Por los crímenes que has cometido utilizando el nombre de la Confederación a beneficio tuyo, se te ha condenado a la pena máxima. El único consuelo que puedo darte es que tu muerte será el inicio de un proceso de paz que creará una Confederación de Sistemas mas sólida y segura. Acepta la muerte con dignidad, Alexei. Acéptala como un soldado.”

El mensaje acabó y el soldado se llevo la pantalla portátil. Alexei se puso a reconsiderar la situación en los pocos minutos que le quedaban. << Seré un héroe a fin de cuentas. Un héroe muerto. >> Los soldados cargaron sus rifles. El sargento desconocido estaba en la orden de “preparen” << No lo niego, no me importaba morir. Esto de la paz intergaláctica me tiene sin cuidado. Es el sueño ambicioso de mis padres, no el mío. Solo obedezco órdenes. Ese es mi trabajo. >> -

Apunten…

<< Fui criado para cumplir órdenes, aun hasta el final. No es el beneficio personal que jala el gatillo o corta el cuello. Son las órdenes que he recibido toda mi vida. Creo que en el honor, en la justicia. En el equilibro de fuerzas. ¿Y si por primera vez en toda mi vida desobedezco una orden? Quiero vivir. Al carajo la Confederación y su estúpida paz. No voy a morir. Ahora yo decidiré a quien matar. Quiero vivir. >> -

¡Fuego!

Quizás la fuerza de estos pensamientos le dio la impresión a Alexei de que sus esposas eran más débiles de lo que generalmente serían. Tirándose al suelo, esquivó las balas. Rompió sus ataduras en un solo movimiento. Los soldados dispararon una segunda carga, pero Alexei se acerco lo suficiente a uno de ellos para usarlo como escudo humano. Con el arma que le arrebató, mató al escuadrón de fusilamiento en unos instantes increíbles. Salir de allí no sería fácil. Al oír la escaramuza, los refuerzos llegaron a la bodega, encontrando los restos de la lucha de Alexei, pero este ya estaba en el techo, moviéndose ágilmente entre los ductos de ventilación. Cuando se dio la alarma general, se puso el chaleco antibalas que le había quitado a uno de sus primeros atacantes. Aun no sabía en donde estaba, y no estaba seguro si el ducto lo llevaría a un lugar seguro. Salió de allí por una reja de ventilación y cayó en uno de los cuartos de ingeniería y diseño. Más abajo, se encontraban los generadores de electricidad, enormes


maquinas con un zumbido espantoso, y algunas tenían desperfectos en los sistemas de enfriamiento. Pero eso era bueno, ya que le permitía moverse sin tanto sigilo, y los chorros de vapor lo protegían de las cámaras de seguridad. Necesitaba armas. Revisando el escritorio del jefe de mantenimiento, encontró además un mapa detallado de la base. Se encontraba en un edificio militar, de diez pisos de altura, en una pequeña isla rodeada por lo mares huracanados del Nueva Vladivostok II. Aun si salía de la base sin ser descubierto, continuaría atrapado en la isla. El mar a su alrededor solo podría ser atravesado por lo pesados buques de carga, y ahora que la alerta sobre su huida había sido dada, ninguno de ellos dejaría las costas. Y ni siquiera el gran Alexei Tubarov podría robar uno para escapar. Sin embargo, la fortuna le dio la mano. El hangar de naves estaba muy cerca de allí. Tomar una seria fácil, en comparación con el resto de la huida. Con una rápida ojeada a los mapas y papeles de ese anónimo despistado (su escritorio estaba todo revuelto) se dio cuenta de que estaba una base de alta seguridad, con el nuevo sistemas de defensa. En la superficie de la isla, había torretas de misiles inteligentes completamente automáticas, la cuales disparaban a cualquier nave no autorizada que sobrevolara la zona, ya sea de llegada, o de salida. Sin embargo, Alexei no se preocupaba por detalles como ésos. Tenía la gran ventaja de conocer a la perfección los sistemas de la confederación. El diseño la gran mayoría. << Tengo como quince minutos para cortar las comunicaciones, si no quiero a un millar de tipos oliendo mi sombra>> Aprendió los mapas de la base con un par de ojeadas. Solo encontró un arma pequeña, con poca munición. << Esta basura tendrá que servirme en lo que llego al tercer piso>> Saliendo en completo silencio, Alexei se puso un casco sacado de uno de los estantes de la oficina. Subió por las escaleras, escondiéndose de las cámaras. <<Tendré que ocuparme de la seguridad más tarde, a riesgo de retrasarme demasiado. Primero debo eliminar la señal de auxilio vía satélite, o mis problemas serán mayores. >> -

¡Alto ahí! ¡Quieto!

Alexei disparó al par de guardias que vigilaban la entrada al primer piso. Los despojó de armas y un intercomunicador, escondiendo los cadáveres como mejor pudo. Subiendo como loco las escaleras (pues sabía con anticipación que las entradas por los elevadores


serían las más vigiladas) pasó de largo la entrada al segundo nivel, concentrándose en llegar al tercero, con el tiempo justo. << Han pasado cinco minutos y… veintitrés segundos. No tengo muchas oportunidades>> -

¡No se mueva!

-

¡Deténgase y desista!

-

¡Suelte las armas!

Un ataque frontal. Varios soldados lo esperaban ya en la entrada al nivel de comunicaciones. Con armas en ambas manos, disparo sin descanso, mientras se lanzaba al suelo, barriéndose para llegar al resguardo de dos grandes anaqueles próximos. Unos cuantos cayeron. Los restantes, cuatro de ellos, se escondieron detrás de las consolas de control de comunicaciones. -

Tengo que destruirlas de todos modos.

Disparó e hizo volar varias de ellas, aprovechando la distracción para correr hacia los soldados y enfrentarlos cuerpo a cuerpo. Entre disparos y golpes, no pasaron más de tres minutos. Todos muertos, menos Alexei, que tecleaba algo rápido en las computadoras sobrevivientes. << No contaba con esto. El sistema alterno esta ahora en funcionamiento. La gran antena estará mandando el estatus de la situación en quince minutos a las demás bases del planeta si no se vuelve a reiniciar el sistema de comunicación. Cosa que doy por hecho. Entonces, la alarma será ahora generalizada, y los incontables refuerzos llegarán muy rápidamente. Tengo que destruir la antena satelital para obtener al menos esos quince minutos extra, después de eso, las repetidoras de señal rogarán por ayuda. Si no consigo salir antes de eso, estaré perdido. >> Volvió a tomar munición de los caídos, y con el radio de uno de ellos, escuchó los mensajes y las órdenes los soldados que continuaban persiguiéndolo. Tenían cubierto todo el edificio, a excepción del túnel de los elevadores. Alexei decidió darse el lujo de demorarse y acabar con el sistema interno de seguridad, así, al menos, tendría más libertad de acción. Abrió una cabina, se trepó al techo, y entró en el túnel oscuro donde corrían los cables de acero reforzado encargados del funcionamiento de los elevadores. Cubrió su mano con su chaleco. <<Pero, antes que nada, bajan>>


Disparó al seguro del ascensor, y abrazado al techo, siguió su breve caída hasta saltar a una pequeña cornisa que indicaba la entrada al segundo piso, sujetándose con la yema de los dedos. Afuera, los soldados oyeron el estrépito de la cabina al desbaratarse en el sótano. La puerta se abrió, y un soldado se asomó a reconocer el área. Alexei sujetó la pierna del curioso, y con la agilidad de un gato, trepó por ella, hasta lograr tirarlo de espaldas. Quebró su cuello con rapidez, encontrando un bono especial en su equipo: granadas. << Me dejaré de delicadezas. Estoy perdiendo mucho tiempo. >> Los soldados llegaron instantáneamente, con sus amenazas usuales -

¡Alto!

-

¡Quieto o disparamos!

Una veintena de hombres lo rodeo en un par de segundos. Alexei tenía las manos detrás de su espalda, con seis granadas de fusión activada para explotar en veinte segundos. -

Manos arriba ¡Ahora!

Alexei le respondió susurrante: -

Si eso quieren.

Mostró sus pequeños juguetes y antes de cualquier tipo de reacción, los lanzó los mas lejos que pudo para volar, si era posible, todos los sistemas de seguridad y vigilancia, incluyendo el piso entero. << Disfrútenlas. >> Alexei saltó de regreso al túnel de elevadores, sujetándose instantáneamente a otra cuerda de acero y disparando al seguro que la ataba a la segunda cabina, elevándose al momento lo suficientemente rápido para evitar la gran explosión y llegar sano y salvo al último piso, repitiendo su acrobacia, pero utilizando una cornisa más amplia. Abrió con la fuerza de sus brazos la puerta del elevador. Se encontró con unos cuantos guardias, pero los eliminó rápidamente. << ¿Dónde? ¿Dónde?>> Debía ahora encontrar el control de las torretas autodirigidas, para poder escapar con más libertad de movimientos. Vagó por las habitaciones, hasta encontrar el servidor de seguridad exterior. En esta ocasión se dio el lujo de sentarse. << Sin cámaras tengo mas holgura, pero no mas tiempo. Los dejé mudos y ciegos, sin embargo, ellos son muy buenos. No lo suficiente, pero sí son buenos. >>


Localizo la fuente de energía del servidor, invirtió las polaridades y puenteó hacia el cable de alta tensión que corría por el techo, por el sistema de iluminación, Alexei logró freír los discos duros de todas las computadoras en el piso. Con consecuencias inesperadas. << Este apagón me servirá de mucho >> Corrió por las escaleras de servicio hasta llegar a la azotea. Encontró allí la antena satelital, una parabólica que giraba lentamente gracias a su propia fuente de energía. Estaba a minutos de mandar la señal de peligro inminente a las demás bases del planeta. << Ahora tengo que…>> -

¡Abajo!

-

¡Ha causado demasiados destrozos!

-

¡Deténgase y desista!

<< Claro, este movimiento era muy lógico. No esperaba menos>> Alexei tenía aún un par de granadas, con suficiente poder para volar la antena. Pero no podría colocarlas con facilidad, lo matarían. Debía continuar distrayéndolos a toda costa, por lo que tomo el extremo de una rollo de cuerda metálica, ató un extremo fuertemente a su pierna y el otro a la estructura de la antena. -

Hemos dicho que se detenga

-

¡A él!

Los soldados corrieron hacia él, pero Alexei continuo su plan sin demora. -

¡Se escapa!

Corrió con la cuerda en su pierna hacia el borde contrario de la azotea, aparentemente huyendo de sus perseguidores, que dispararon en el momento justo en que se precipitaba al vació. Y, en el aire, giro su cuerpo, lanzando las granadas a diez segundos de su explosión. - Atrápenlas. Haciendo ignición en el aire, justo encima de la parabólica, la convirtieron en chatarra, junto a los hombres que estaban allí. Alexei seguía cayendo, y la cuerda impidió que se estrellara contra el suelo. Claro, no era lo ideal, pero el lo había hecho tantas veces que conocía el truco para evitar que te dislocaras el fémur o tu cadera se partiera en dos. Un enjambre de soldados se apresuraba a alcanzarlo, mientras Alexei les quebrara el cuello a varios y disparaba sin cuartel. << ¡No hay tiempo! >>


Los hombres, es decir, los refuerzos de los refuerzos, le seguían los tobillos. Había logrado destruir la parabólica, y el sistema de comunicaciones de la base. Pero las incontables antenas repetidoras tenían ya varios minutos sin recibir señal de ambas, y, como lo especificaba su programa de funcionamiento, si en cinco minutos continuaban recibiendo solo estática, tomarían ellas el control de las comunicaciones y su primer acto seria mandar una señal de alarma prioridad máxima, y volver a poner el sistema de misiles autodirigidos en línea. Alexei corría frenéticamente, escondiéndose aquí y allá. Entre todas esas naves, la fortuna le colocó su corcel favorito, el RPC-120, la nave experimental diseñada exclusivamente para el grandioso Alexei Tubarov. << Enhorabuena>> Los soldados peinaban la zona. Desconcertados, vieron como una nave encendía motores y avanzaba rápidamente a la salida. -

¡Derríbenla! ¡Derríbenla!

Pero la RPC-120 iba ya lejos cuando los misiles inteligentes volaban hacia él. Como una estrella fugaz, Alexei alcanzó la estratosfera y se perdió en el espacio. La última gran hazaña de Alexei Tubarov. Un día después, en el cuartel general de la Confederación de Sistemas. Boris llevaba tres botellas de vodka en una sola sesión. Aun así, no se sentía ebrio. Ni siquiera mareado. Se mantenía consciente, y bien lúcido. En la oscura privacidad de sus habitaciones, luchaba contra los recuerdos. Últimamente prefería encerrarse con su soledad, evitar las conversaciones, e incluso, desatender sus compromisos sociales. A la única cosa que le mantenía fidelidad, eran a sus obligaciones en la Confederación. Sus amigas y amantes extrañaban sus llamadas a deshoras o las frecuentes invitaciones a cenas tardías y románticas. Pero ninguna de ellas se atrevía a acercársele, en esta nueva fase suya, de silencio y oscuridad. De todas maneras, ¿Quién es lo suficientemente digno o valiente para cuestionar la actitud de los Príncipes Tubarov? <<Te he traicionado, hermano. Porque elegí la paz en lugar de la guerra. Fui el primer Tubarov en elegir la paz. >> Sonó el intercomunicador. Boris encendió la pantalla de su video teléfono.


-

Habla Boris Tubarov. - dijo con voz sombría.

-

Aquí el teniente Nizni. El objetivo…- e hizo una pausa nerviosa - el objetivo huyó, General.

No hubo respuesta instantánea de Boris. Se sumió en su sillón, mirando la pantalla con los ojos vacíos y la expresión adusta. -

Bien. Fin del asunto

-

General – el teniente trataba de no temblar del pánico. - Le juro capturarlo de nuevo, antes de…

-

Alexei Tubarov esta muerto, teniente ¿Es capaz de entender eso?

-

Si señor. Cambio y fuera.

<< Fin del asunto. Es el fin de todo. >> Planeta Colonia Nueva Vladivostok I, capital del Sistema Nueva Vladivostok. Cuatro a cinco semanas después. Boris tenía que representar a su hermano, para mantener a las tropas unidas, representando dos papeles, con la oportunidad de ser por fin una persona completa, sustituyó a su hermano en varias ocasiones. Aunque nunca en una batalla. No le convenía a nadie que se dispersara la historia de la ejecución, lo que significaría el colapso de la Confederación, la cual aún atravesaría un último trance de violencia. -

¡No lo permitiremos! ¡Ningún pacifista de mierda va a acabar con siglos de preparación y tradición!

-

Nunca debimos dar la entrada a los samas. Mucho menos otorgarles nuestra confianza. ¡Miren el tamaño de su traición!

La Duma de los Pueblos tenía una ígnea discusión. La noticia del desarme, fue tomada como una ofensa. -

Un contraataque. ¡Golpes de estado a esos planetas cobardes! Hay que atacar ahora.

Boris no tenia aquí voz ni voto. De todas formas, aunque tuviera la oportunidad, el no diría nada. El nuevo Parlamento de la Confederación, reelegido con los nuevos integrantes del Consejo de Planetas, cobraba mucha fuerza y aceptación. Los samas eran ahora quienes los organizaban a todos, los que daban las órdenes. Los restos de la Congregación que se


integraron influenciaban mucho en las desiciones, llevando su deseo de paz y nointervención militar hasta la última letra del reformado Tratado Tallgeese. Stukov Petrovich, ante tales cambios, encabezó la rebelión contra el Parlamento, por tal motivo, fue sustituido por Kyo sa, como nuevo Director General de la Confederación de Sistemas. Dolido hasta el alma por este revés, hablaba ante la Duma de los Pueblos acerca de guerras y conquistas. -

¡Tenemos la fuerza! – dijo apasionadamente en el podium de la Duma - ¡Tenemos las armas! ¡Tenemos los hombres! ¡Tenemos las agallas! No permitiré que nuestra creación, nuestro sueño será robado y destruido por planetas ignorantes. ¡El sistema Vladivostok debe gobernar al Universo! ¡El sistema Vladivostok gobernará al Universo!

Los líderes alistaron a las tropas para un movimiento a gran escala contra Siria Tres, elegido para ser el primero de una gran serie de planetas invadidos por el Sistema Vladivostok. Era el planeta más externo del sistema y se encontraban allí varios representantes de la antigua Congregación, quienes votaron unánimemente por el desarme, por lo que tomaron esto como excusa para lanzar su ataque. El sistema Tau seria destruido, a manera de símbolo a aquellos que se oponían a los ideales del sistema Vladivostok. No necesitaron mucho tiempo para reunir un ejército de proporciones considerables. Gigantescos cruceros intergalácticos partieron de cada uno de los planetas del Sistema Vladivostok hacia el sistema Tau, aumentando durante el viaje su número de naves de batallas y su poder destructivo. Boris observaba todo, y no podía evitar pensar que su hermano disfrutaría enormemente participar en esta guerra. En una ocasión, muy cerca de llegar a su objetivo, Kyo sa convocó a Boris para una negociación. La conversación a través de videoconferencia fue corta. -

Saludos, general Tubarov – dijo la imagen de Boris en la pantalla.

-

Kyo sa ¿Cómo va todo? – Boris estaba en su sillón, rodeado por la noche y el humo de su habano.

-

Gracias por aceptar comunicarse con nosotros. La situación….

-

Eso ya no esta en mis manos. Yo solo sirvo a mi sistema natal, al hombre que lucho hombro a hombro con mi padre.


-

Su lealtad al General no es impedimento para que tome una actitud tan pasiva y no intente detener esta ridícula muestra de orgullo. ¿Cree que la guerra es la solución a todo?

-

Hacemos esto para regresar a la Confederación a su estado original, a lo que debe ser.

-

La Confederación de Sistemas los vio como líderes, visionarios, los trató con honores, con respeto.

-

Pero nos corrió del mando, el lugar que nos pertenece. Nos volvió títeres de personas débiles como ustedes.

-

Usted renunció voluntariamente a tu puesto en el Parlamento, en apoyo al general, sin que nadie de nosotros le diera razón para ello.

Boris no contestó. -

¿Serán capaces de destruir lo que con tanto empeño crearon?

-

La reconstruiremos – dijo con una sonrisa oscura – yo los hice. Puedo volver a hacerlo.

Kyo sa cubrió su rostro con las manos, pasándolas luego por su largo cabello plateado, lentamente, demostrando su fatiga. -

Humanos estúpidos. Boris… ¿no hay marcha atrás?

-

Lo dices de una manera, como si fuéramos a perder. Vamos a ganar. Tú te encontrarás pidiéndome perdón de rodillas cuando yo y mis tropas tomemos los palacios de tu gente y empecemos a ejecutar a tus gobernantes.

Un insulto directo. Pero los samas nunca oían las palabras, preferían escuchar lo que estaba debajo de ellas. -

El sistema Tau es pacífico. No se defenderá

-

Allá ellos

-

Óyelo bien, Boris. No se defenderá.

Fin de la transmisión. Dos semanas después, órbita alta de Siria Tres. Cientos de miles de cargueros aparecieron en el radar que vigilaba el espacio circundante al planeta. Acercándose rápidamente, en formaciones estrechas, llevaban


adentro el mejor armamento jamás creado. Si todo ese arsenal se usara al mismo tiempo, como estaba en los planes de los grandes generales, Siria Tres seria aplastada con holgura. << Lucimos bien. En forma. >> Mirándose al espejo, Boris hizo una pequeña reverencia. Sin dejar de observar su propio rostro, se colocó el traje de combate, además del casco de Alexei. -

Ya lo se, hermano… me lo dijiste ayer. Confía en mí. Nadie se dará cuenta. También soy un soldado de élite.

<< La pistola. >> -

Vestido como tú, - cargó el arma y la enfundó en su chaleco - no notarán la diferencia.

Ambos finalmente somos uno ahora. Mas unidos que nunca. << Mas unidos que nunca. >> Bajó al hangar, y, sin decir palabra, abordó una de las naves. Los soldados pensaron que el general Alexei estaba extraño, ya que no eligió su favorita, la RCP-120,

pero lo

atribuyeron a lo especial de la batalla. - ¿Estamos listos para iniciar? Stukov Petrovich estaba en la sala de control de la nave principal, junto con los representantes más importantes de la Duma de los Pueblos que fueron exiliados de puestos de mando de la Confederación. Querían ver en posición de lujo el ataque desde el espacio, y celebrar la victoria ante la primera oportunidad. - Si, señor. Iniciando secuencia de despliegue… ahora. Las naves tomaron sus posiciones de batalla, y los cruceros mostraron su armamento. Se aproximaban más y más a Siria, desde la cual ya eran capaces de ser observados como un firmamento artificial inquieto y multicolor en el cielo del anochecer. Los controladores dirigían el ataque, dándoles indicaciones a las naves. Un comandante les explicaba a los generales el poderío de las armas. -

Las naves bajaran directo a la superficie, señores. Desde el espacio, nuestros cañones de alta precisión atacarán los blancos más importantes, gracias a nuestros satélites que toman imágenes en tiempo real del campo de batalla. Después, cuando logremos asegurar el área de aterrizaje en la superficie del planeta, bajaremos a las tropas. Primero los mecanizados (trajes robóticos), luego vehículos y luego soldados. Al final, aterrizaremos nosotros.


-

¿Se abarcará la totalidad del planeta?

-

Por supuesto. Inversos a su velocidad de rotación, tendremos velocidad suficiente para cubrir los polos. Hemos calculado incluso el ángulo de…

Un controlador de comunicaciones interrumpe la presentación, -

Mensaje urgente de Regidor Baril, del Sistema Tau.

-

Ponlo en la pantalla. Veamos lo que tiene que decir.

Frente a todos los atareados técnicos, la pantalla más grande, la principal, mostró la figura de un joven de piel verdosa, sin cabello, con una túnica ocre cubriéndole los hombros. -

Habla Baril VII, Regidor del Sistema Tau. No continúen este ataque sin sentido. Siria Tres no les ha hecho ningún daño.

-

Eso lo decidimos nosotros, crío- contesto agresivamente el general Stukov

-

En ese caso, tienen diez minutos para evadir un carguero intergaláctico que acaba de partir de la superficie del planeta, sin piloto y con destino a ustedes. Se encuentran ahí todas las armas del sistema, desde pequeñas pistolas de proyectiles, bombas N, hasta cabezas nucleares de materia negra. Nosotros no deseamos utilizarlas. Esperamos que ustedes si.

El encargado del radar lo confirmó fácilmente -

Un objeto…

-

¡Intercéptenlo! ¡Destrúyanlo!

-

Seria inútil. – Baril aun no dejaba la línea – solo acelerarán el proceso de autodestrucción. Retírense ahora, o mueran con su propia guerra. – y finalizó la transmisión.

Ni Boris o alguien de los altos mandos consiguieron salir de la nave nodriza. No tenían tiempo de evadir o dar la media vuelta. Los generales consiguieron ver el preciso punto de ignición, cuando estallaron las primeras bombas, originando la onda expansiva que se hacia mas y mas extensa. Una lluvia de estrellas y un fuego enorme, increíble y real, con tormentas de metal ardiendo precipitándose sobre las indefensas ciudades. Así llegó el rápido final de una guerra en la que nadie quería participar. En la soledad del espacio repleto de mundos. Días después, en un planeta cualquiera.


Era inicio de una nueva era. Los viejos líderes habían muerto, y con ellos las ideas arcaicas de dominación y poder. Caía ahora la responsabilidad de los nuevos miembros de la Confederación no cometer los errores de sus antecesores. Ni otros peores. - ¿Otra fría, amigo? - Largo -OK, OK, es mi deber preguntar cada hora. Por algo soy el cantinero, maldita sea. Alexei llevaba meses después de su deserción forzada escondiéndose. Ansiaba vengarse, pero aun no encontraba al culpable de la traición. Imagino un montón de situaciones posibles por las cuales la Confederación se hubiera visto obligada a actuar de esa manera. Pero mientras todos los líos políticos se enfriaban, él tenia que pasársela de incógnito, recogiendo migajas de información, para tratar de dar un segundo paso más firme, quizás, aventurarse a hablar con su hermano. Estaba sentado ese día en un bar de gasolinera espacial, con el holovisor encendido y griterío de ebrios alrededor, cuando el noticiero dio una cruel verdad. Su venganza carecía ya mucho de sentido en ese momento. -

¡Cállense malditos borrachos!!! – gritó el cantinero – al menos déjenme ver cinco minutos de maldita holovisión. ¡Esto se pone bueno!

-

¿Qué es, Ruf?

-

Un montón de muertos en el sistema Siria.

-

¿La guerra ya llego?

-

No, que carajos. ¡Cállate o no nos vamos a enterar hasta el noticiero de las diez!

<< ¿El sistema Siria?>> pensó Alexei Dos comentaristas se alternaban en segundo plano de la proyección del holovisor. Alexei les dedicaba pizcas de atención, mientras veía, en otra imagen holográfica proyectada por el aparato, los datos de la destrucción de la flota. “

- … en honor a la verdad, este incidente solo destruyo un 18% de la flota del

sistema Vladivostok. -

Pero debo señalar claramente que los samas han manejado a la perfección este incidente que pudo haber terminado como una de las mayores catástrofes genocidas de la galaxia. El grueso de los sistemas aboga por una salida pacífica al conflicto.

-

Te sales del punto, el asunto es que este supuesto ataque no alcanzó a disminuir las fuezas efectivas de Vladivostok…


-

… aun no observas el índice de vidas perdidas por tiempo de combate. En el primer enfrentamiento con un sistema pacifista, murieron 969 mil soldados de Vladivostok…

-

Esa cifra es cuestionable, sin embargo no justifica la confianza en que Vladivostok no reincidirá en los ataques.

-

No lo hará porque si reincide se encontrará con el poderío total de la Confederación de Sistemas. Bloqueos comerciales, aislamiento cultural, entre otras medidas que los samas aun no han impuesto gracias a las negociaciones….”

Las imágenes cambiaron.

-

Un reporte especial. Gran tragedia en el sistema Siria Tres. Se ha presentando en su órbita superior una de las mas grandes catástrofes de la historia de la Confederación de Sistemas. Un ataque fallido del Sistema Vladivostok, ha terminado con cientos de miles de vidas. Serlina tiene los detalles ¿Serlina?

-

Gracias, Johann. Estoy ahora en un traje espacial, junto a los trabajadores de Siria Tres, flotando en el área del desastre. Todo comenzó cuando la Congregación de Sistemas firmó el Tratado Tallgeese, después del asesinato de su líder, Hisue Langley…

Alexei tuvo un mareo. Se había quedado fuera de la historia. -

… es loable la actitud del sistema Siria. Se han entregado por completo a la actividad de recuperar los posibles heridos que fuese posible hallar, recoger escombros, y algo realmente consolador para las familias que sufrieron pérdidas: la reconstrucción de cuerpos ¿podría explicarme de que se trata este novedoso método, Dr. Kira?

Se veía curiosa la imagen de la reportera como del científico, ambos flotando cerca de una nave, entre toneladas de basura. Alexei no le hubiese dedicado ni un gramo de atención si no fuese porque ese par de personajes ridículos estaban hablando de su destino y su venganza. -

Con todo gusto, Serlina. Como ves, estamos en el espacio con millones de fragmentos de naves carbonizadas. Para confirmar la identidad de los restos, reproducimos, con base en el material genético de estos fragmentos, un cuerpo sin vida, para poder identificarlos y entregarlos a las familias. Este procedimiento se utilizó primero en


batallas en la superficie del planeta, es la primera vez que lo llevamos al espacio exterior. Pretendemos disminuir las listas de desaparecidos. -

¿Pero… no es muy complicado? – preguntó la reportera, muy similar a una muñeca de plástico.

-

No, Serlina, es tremendamente complicado. Pero creemos que el esfuerzo vale la pena. Encontramos usualmente células en muy malas condiciones, muertas, y hacemos grandes esfuerzos para tratar de extraer ADN que pueda servir. Además, tan solo recreamos tejidos externos, músculos, piel. Los órganos vitales sobreviven poco tiempo. Sin un molde neuronal, el cerebro no funciona, y los cuerpos no pueden vivir autónomamente, dependiendo del respirador artificial para las pocas horas que poseen. Aún así, es un gran alivio para los parientes tener el cuerpo de su ser amado de vuelta a su lado.

-

¿Qué cuerpos han sido recuperados de esa manera?

-

Nos alegramos en informar que trece mil cuerpos van ya de regreso al Sistema Vladivostok para las ceremonias fúnebres. Si deseas nombres conocidos, ya han sido entregados los cuerpos de Stukov Petrovich, Vladimir Gori, y Boris y Alexei Tubarov…

Alexei casi se desmaya. Pero claro, siendo gemelos idénticos, era fácil confundirse. Si en vida lo era… -

¿Le pasa algo? – dijo el cantinero

-

No… nada… déjeme solo.

<< Muerto. Ambos muertos. >> -

Déjeme solo.

Rápidamente y tambaleándose, salió del lugar, perdiéndose entre las callejuelas oscuras de esa ciudad. Una semana después. Sistema Nueva Vladivostok. Planeta Nueva Vladivostok V. Cientos se habían reunido a observar la carroza fúnebre que llevaba los cuerpos de los Príncipes Tubarov, en ricos ataúdes de metal. Muchos estaban tristes, no por su muerte, sino porque con ellos murió también la gran línea de militares y gobernantes


aristócratas del sistema. Un cortejo de soldados de gala los coloco en la cripta familiar, en donde dos nuevas estatuas de roca habían sido puestas. Eran idénticas, una con una espada y la otra con un orbe, en el fondo, esperando los cuerpos de los gemelos Tubarov. Nadie lloro, o dio palabras de despedida. Todo el acto fue en silencio. Alexei entró, disfrazado de soldado, cargando su propio ataúd. Cuando el resto de los hombres salió, permaneció rezagado, escondiéndose a los pies de la estatua de su abuelo. Cerraron la cripta por fuera, retirándose el resto de los presentes. Alexei paso varias horas, entre los cadáveres ilustres de su familia. Por fin se dio tiempo para recordar todas las historias de su infancia, observando las figuras severas que lo rodeaban. En momentos, le costaba creer que en realidad hubiesen sido su familia. Nunca lo acompañaron en ningún momento, o compartido algo con ellos, o lo apoyaron en alguna decisión difícil. Solo eran imágenes y nombres vacíos, de gente muerta hace años. Ellos no eran él. Todos esos nombres, toda esa historia, no eran ni siquiera una pequeña parte de su ser. Cuando calculó que el cementerio por fin estaría desierto, sacó un soplete portátil para llevarse el cuerpo de su gemelo. Le perturbó un poco el saber que había un par de cuerpos idénticos al suyo, y, lo peor, que estuvieran muertos. Pero esos cuerpos no eran él, no significaban nada. Puso una bomba en el lugar, y quemó los restos, después de envolver el cuerpo de Boris y volar la puerta además de gran parte de la entrada al Mausoleo Tubarov. Lo llevó consigo hasta su vehículo, para llevarlo a un lugar diferente. A la mañana siguiente, los noticieros locales hablaron de los siglos de tradición que fueron reducidos a escombros y de los miembros restantes de la familia Tubarov, escandalizados por la destrucción anónima de la cripta, pero lo atribuyeron fácilmente a varios grupos rebeldes de intenciones pacifistas que últimamente ocupaban el escenario de Nueva Vladivostok. Además, allí solamente había muertos y piedras viejas. De niños, cuando la guerra todavía era un juego, los Príncipes Tubarov acompañaban a sus padres en salidas al bosque a practicar el viejo arte de la caza. Pero ellos a menudo se separaban del grupo, escapando a un pequeño lago interior, seco a medias, rodeado de árboles viejos y enormes. A los pequeños niños les gustaba, sentándose a ver el agua y lanzar rocas o a observar y buscar formas tenebrosas en las ramas torcidas de los árboles. Jugaban al espejo y, se ponían a divagar acerca de que si en realidad eran hermanos o solamente una persona en dos cuerpos distintos. Y se sentían tan unidos, que incluso


llegaron a decirse que podían leerse la mente, solo en ese lugar, y a llegar a pensar que si iban mucho al lago, finalmente podrían fundirse en uno, ser por fin, un humano completo. Claro, nunca se lo dijeron a nadie. Era su secreto. El lugar les fascinaba, y por tal motivo, tampoco le revelaron su ubicación a ninguna persona. << Justo a tiempo. >> Alexei colocó la última piedra de una tumba sin nombre, entre dos árboles majestuosos. Atrás, el lago, lleno por el momento gracias a las lluvias, reflejaba las dos lunas. -

Descansa aquí, Boris. Estarás mucho mejor. Claro que si. Pero ya sabes como era mamá. Y papá. No, aquí tendrás algo de paz. Te traje esto.

Enterró en la cabecera de la tumba la espada familiar, la que perteneció a su padre, a su abuelo, a su bisabuelo y a muchas personas más atrás en el tiempo que también llevaron el apellido Tubarov. Se decía el dueño original provenía de la legendaria Tierra. Pero eso ya no le importaba a nadie ahora. -

¿Podrías cuidarla? Ves lo que decía el viejo tío Ilich… solo un Tubarov de pura sangre podía poseerla. Y de esos solo quedamos tú y yo. Si. Estaré contigo un momento más.

Paso toda la noche, entre dormitando, viendo las estrellas y platicando con su hermano de todo y de todos, con una calma inusual en él. Se dio el lujo de meditar y recordar cosas que el ya daba por perdidas. Al llegar el día, se levantó, lavó su cara con agua fría del lago y dio su última despedida. -

Boris, se que me desearías suerte, pero tu la necesitarás mas que yo. Si papá tenía razón y el paraíso existe, espero encontrarte allí. Irás, irás. Confía en mí. Por lo tanto, yo andaré por aquí. Ya sabes, por los mundos. Claro, puedes hablarme cuando quieras.

Tocó la empuñadura de la espada con ternura. La única forma en que Alexei expresaba sus sentimientos más intensos. << Suerte, hermano. >> La tranquila luz de la mañana bañó el mundo. Boris permaneció en tu tumba secreta, cubierta por el bosque. Él fue el último de una dinastía de nobles y poderosos, de poder y batallas. Alexei por fin era único, una persona entera, y tenía ahora el trabajo de sentir y vivir por sí mismo. Ya no estaría Boris para compartir el dolor y la pena, ni se encargaría de alegrarse por las pequeñas y múltiples simplicidades de la vida. Alexei ahora estaría realmente solo, sintiendo, viviendo y existiendo, conservando la memoria de lo que hace


tiempo fue tener un alma humana en dos cuerpos idénticamente perfectos. No más Tubarov. No más orgullo añejo de familias en decadencia. La historia de Alexei, su historia propia, apenas comenzaba. Alexei, o Alex T. como ahora se hacia llamar, andaba por aquí y por allá, buscando lugares donde ejercer su oficio. Pensó en ser asesino a sueldo, pero el ser buscado por la ley no era muy atractivo. Además, la paga era pésima. Matón o guardaespaldas, era otra opción, pero los gustos cambian, y de ser un secuaz confiable, podría volverse en alguien que supiera demasiado. Alex no quería nunca mas darle razones a nadie. Así que optó por ser cazarrecompensas. Andaba en aquel asunto apenas unos meses, cuando se enfrascó en el rastreo de un ladrón muy escurridizo. Buscándole la pista en las calles de ese mundo, vio un cartel, pegado en una oficina de gobierno. Decía: “… La Confederación de Sistemas es un organismo intergaláctico, sin fines de lucro o políticos, completamente desligado de algún gobierno en particular, cuyo propósito fundamental es vigilar y regular la interacción entre las diversas razas y culturas de este Universo, para así evitar el predominio de las “súper desarrolladas” sobre las menos evolucionadas, y permitir así la libre evolución de todas las civilizaciones sin interferencias de ningún tipo, además de apoyar, en aquellos planetas que lo soliciten, apoyo de nuestro programas de mejoramiento de vida, tecnologías y justicia…” Alex escupió al cartel. -

Al demonio.

Paso un par de días, y su búsqueda terminó por una corretiza llegando a un condominio abandonado. Alex entró desde el techo, rompiendo una ventana del último piso, mientras el pillo se introdujo por una salida de urgencia, huyendo por las escaleras con rumbo a los demás niveles inferiores. Curiosa y extrañamente, otro individuo, alto, fornido, y fuertemente armado, apareció de repente, atravesando la frágil puerta de uno de los departamentos del fondo. Se miraron fijamente, apuntándose. Quisieron seguir la persecución, pero solo lograron acercarse más los cañones de sus armas. Alex tenía en la sien el frío acero de un revólver, y el cañón de una escopeta rozándole las costillas. -

Apártate – dijo con su tono mas amenazante


-

Soy Thunder. – contestó el otro, apartando un poco el silenciador que se le metía en la mandíbula. - ¿Y tu eres…?

Alex no contestó -

Como sea. Mira, podemos quedarnos aquí a patearnos los traseros hasta desmembrarnos y hacernos picadillo a fuerza de golpes o… - Alex aguzó la mirada, como si sospechara una trampa – podemos ir tras ese bastardo y repartirnos la mitad de la recompensa. Si intentas algo raro…

-

Si tú intentas algo raro…

En un intercambio de pensamientos, Alex partió a correr por las escaleras y el recién presentado Thunder tomó la salida de emergencia. Cuando el tipo pensó que ya la había librado, ya que solo tenía que abrir la puerta y salir a la calle para tomar un vehículo, el balazo por la espalda le destrozó completamente la rodilla -

¡¡Argghh!

-

Quieto. – Alex saltó el último tramo de las escaleras, directo a su presa. Pero este ladrón no estaba desarmado. Sacó una pistola de entre su chaqueta, listo para volarle la cabeza. Pero, otra vez, un tiro en la mano armada le hizo fallar, y por mucho, la puntería. El disparo vino de atrás, por la puerta que sería su futura salida.

-

El tipo dijo “quieto”. Significa que no puedes hacer ni un rajado movimiento.

Thunder acabó así con la misión. Después de recibir la recompensa, le invitó un trago a Alex. -

Anda, no seas afeminado – y Thunder le dio un imprudente puñetazo en el brazo, su forma de ser cortés. Alex trato de no perder los estribos.

-

No, gracias

Alex se dirigió a una gasolinera, a comprar algo de comer. Thunder lo seguía, por la calle, a pocos pasos. -

Aléjate de mi – dijo Alex

-

¡Cálmate hombre! – dijo Thunder, levantando las manos. -Voy al bar que esta junto. Maldición…

Sus caminos por fin se separaron, pero solo por unos momentos, pues el despachador le comunicó a Alex que no vendían nada parecido a víveres, y que si tenía hambre, el tugurio de junto era lo más parecido a un restaurante.


-

Lo siento… señor – dijo el minúsculo empleado, encogiéndose tras el mostrador.

Alex miraba con gesto desaprobatorio el bar a medio bloque de distancia. -

Estúpido planeta de transportistas

-

Estoy de acuerdo con usted, señor

Momentos después… -

¡Así que viniste! – saludo Thunder con cerveza en mano

-

Cierra la boca – saludó Alex.

En la barra Alex ocupó el único asiento libre: junto a Thunder. No les quedo otra opción que conversar -

Vete al demonio – dijo Thunder, entre trago de cerveza y eructo estridente.

-

Púdrete, infeliz – contestó Alex, sin mirarlo siquiera.

El sucio y oloroso cantinero se acercó a Alex -

¿Qué va a querer?

-

Comida – clavó su mirada asesina – Lo que sea, bien cocido.

-

En un momento – y se perdió aterrorizado por la puerta de servicio.

Otra vez solos. Thunder dijo algo que le hizo girar la cabeza a Alex. -

Y bueno… ¿Qué rajados hace un ex mercenario de Nueva Vladivostok por estos rumbos?

Alex estaba listo para saltar sobre Thunder y arrancarle la lengua para hacérsela tragar. -

¡Quieto demonios! ¡Relájate!

-

¿Quién te has creído, entrometido?

-

Ese acento chistoso que te cargas grita a pársecs que eres de Nueva Vladivostok. Arrastras las erres y cada vez que dices algo con “k” parece que escupes una bola de pelo. Lo de ex mercenario, pues, tienes una puntería increíble. Podría afirmar que incluso controlas los latidos del corazón para no alterar el pulso ¿cierto?

Alex continuaba silencioso. El cantinero le trajo un enorme bistec con papas fritas y una cerveza. Continuó ignorando a Thunder, y comió su cena. -

31, 32, 33, 34, 35, …

Golpeó la barra con el puño que tenia el cuchillo. No importaba que estuviera medio oxidado y sin filo. Definitivamente iba a usarlo. -

Una mas y… - dijo amenazadoramente.


-

Eres de buena familia. Das exactamente cuarenta mordidas antes de tragarte lo que tienes en el buche. Una costumbre de ricos, si no me equivoco.

-

Ahora yo voy a decirte lo que descubrí de ti, – replicó Alex - eres un infeliz perdedor que tiene la mala idea de entrometerte en vidas que le no conciernen. Si vuelves a hablarme o siquiera a volver a mirarme más de cinco segundos seguidos, te voy a sacar las tripas con el tenedor y las voy a agregar a mi plato ¿lo entiendes?

Thunder, burlonamente, contestó. -

A la orden, sargento

Alex continuó cenando. Sin embargo, no aguantó hacerle una corrección. -

General

-

¿Qué?

-

Fui general

-

Antes de que el gobierno de tu planeta se fuera al demonio. Creo yo.

-

Algo así ¿de donde sacaste lo de ex mercenario?

-

En estos tiempos la milicia te habrá corrido a patadas. Supongo que por eso habrás entrado al negocio de cazarrecompensas.

-

¿Y tú?

-

Autodidacta

-

¿Nada más?

-

Nada mas

Alex continuó comiendo, pero miraba discretamente como el recién conocido Thunder saboreaba su cerveza y encendía un puro. -

A todo esto, ni nos hemos presentado – dijo el observado Thunder.

-

No, no lo hemos hecho – respondió secamente Alex, con un tonillo que trataba de demostrar falta total de interés. ¿Diría su nombre, ese nombre que lo acompañó desde la cuna hasta su supuesta tumba, guiador de destinos, idolatrado y recordado por miles? Lo pensó con cuidado. Sería mejor no hacerlo - Alex T.

Esperó la reacción. Dejó pasar un bocado. -

Thunder X.

-

Bien.

-

Bien.


Thunder se metió un puño de maní rancio en la boca y se abocó a mirar el partido de blitzball en el holovisor. Alex tuvo una inusitada sensación de libertad. Podía decir cualquier cosa, cualquier mentira, cualquier idiotez, y a ese tipo le importaría un carajo. Por fin halló a alguien a quien no le interesaba el pasado. Un par de individuos tratando de vivir sus vidas en el mayor anonimato posible. Al salir del bar, Alex continuó intentando seguir su propio rumbo, pero Thunder lo acompañó al enorme estacionamiento de naves espaciales compactas. Al ver al RCP – 120, tuvo una loca idea. -

Buena nave

Alex se sintió orgulloso -

Es la mejor – aunque luego, se le enfriaron los ánimos – bueno, lo sería, si lograra repararla. Son pequeños detalles, pero no consigo los materiales ni herramientas.

-

Yo tengo una nave enorme, e igual necesita ajustes. No tengo ni la menor idea de que le pasa, así que te propongo un trato. Puedes llevar tu lata a la mía, y repararla con lo que encuentres dentro, hay tanta basura allí, que algo te ha de servir, y, cuando acabes, le das una checada a la mía.

-

¿Me viste cara de mecánico? – dijo Alex

-

¡Joder, no! Pero admito que en esas cosas tú sabes mucho más que yo ¿Qué opinas?

-

¿Es grande?

-

Muy grande.

Poco después, en un valle alejado de ese mundo… -

¡Rayos!! – exclamó Alex.

-

Si. – dijo Thunder - Te presento a… mi nave. Aun no la bautizo

-

¿Cómo un vago como tu obtuvo una nave nodriza maiar de 18ª generación?

-

Larga historia.

-

¿Mataste a alguien? ¿La robaste?

-

Larga historia.

-

Como gustes. No había subido a una de esas desde hace mucho.


Thunder abrió el enorme hangar para alojar el vehículo preciado de Alex. Adentro, ambos deambularon por lo oscuros pasillos, siguiendo unos cables y cuerdas (porque a menudo se perdía) hasta llegar a la sala de control. Las sorpresas no acababan para Alex. -

¿Y esto?

La sala de control era la casa de Thunder. Ahí había una cama desatendida, comida en latas, cervezas, muchas cervezas, pilas de ropa y números atrasados de “Los cien más buscados por toda la galaxia” -

Mi humilde y hogareño hogar – presentó Thunder.

-

No se dice “hogareño hogar” – dijo Alex

-

Yo digo lo que quiero.

-

Además, “nido de alimañas” es la expresión correcta.

-

Malnacido.

-

¿Qué es lo que…? Pongámosle nombre antes a tu nave. Una nave de esta envergadura siempre tiene que nombrarse.

-

“Black”

-

Muy simple ¿”Deathbird”?

-

¡Deathbird! Vientos. Me lo quedo.

-

Entonces ¿Qué tiene el Deathbird?

-

No arranca

Alex se sentó en las consolas y tecleó algo en ellas. Varias pantallas que según Thunder no servían, prendieron y dieron información del estado general. -

Listo – dijo Alex después de algunos minutos.

-

¿Ya? – preguntó Thunder. - ¿Qué carajos le hiciste?

-

Una de las baterías de materia negra se agotó. Redirigí la energía de otra batería vecina hacia los sistemas eléctricos de arranque. La agotada se recargará pronto.

-

Si, como sea.

Contra las predicciones de Alex, el recién nombrado Deathbird estaba bien diseñado y conservado, lo cual era increíble, considerando el dueño que tenía. -

Cuentas con un cañón de antimateria completamente funcional. Felicitaciones, probablemente eres uno de los últimos en el universo que pueden jactarse de eso.


-

Me quieres ver la cara. Esta nave no tiene armas. La vi de cabo a rabo y no le encontré ninguna. Además, ¡los cañones de antimateria no existen!

Alex continúo tecleando y levanto una pequeña cubierta transparente, donde estaba un redondeado botón azul. Lo aplastó de un puñetazo firme, y, por la ventana se observó como emergía el enorme cilindro con señales de alerta que lanzó un poderoso rayo oscuro fulminando una colina cercana en miles de escombros incandescentes. -

¿Decías?

-

¡Santa rajadura! Eres bueno. A propósito, que le harás a la … tu cosa esa

-

¿Mi nave?

-

¡Esa! ¿Cómo le pusiste?

-

Mmm… no lo había pensado. Apokalipsis. Me gusta como suena.

-

Es tu nave, pero igual no suena mal.

Thunder se apartó y se tiro de bruces en un sillón de hilachas. -

Ponte cómodo.

-

Prefiero empezar a arreglar mi nave ahora mismo

-

Como quieras ¿Una cerveza?

-

No, gracias. ¿Tienes herramientas?

-

En ese armario pero ¡No!...

Alex lo abrió sin previo aviso, y una montaña de chatarra le cayó encima -

Genial.

-

Usa lo que te sirva.

Se quita el chaleco, lo dobla y deja por allí, mientras recogía algo que parecían destornilladores -

Mi nave… es decir, el Deathbird es tan grande que si te quedas un par de semanas ni cuenta me voy a dar.

-

Gracias

-

También he de tener polizontes. Si encuentras alguno, ¿lo matas por mí?

-

Si

Al salir de la sala de navegación… -

¿Por qué las luces siguen apagadas?

-

Problemas técnicos.


-

¿Cómo llego entonces al hangar?

-

Sigue el cable azul.

-

Tienes ocho cables azules.

-

Carajo.

Ya a su lado, entre la maraña de guías, comenzó a guiarlo por el rumbo correcto. -

Hay que hacerle muchos arreglos.

-

A mi me gusta así, además, tu solo estas de paso ¿no?

-

Te recuerdo que pediste ayuda. Es tu nave, pero puedes no ser el capitán. Mientras esté en el Deathbird habrá una cadena de mando.

-

Al carajo tu basura militar.

-

Si es así, me largo y te dejo con tus reactores a punto de explotar.

-

¿Están a punto de explotar?

Alex no contestó, pero le sonrió de una manera muy extraña. Thunder optó por creerle. Las consecuencias serían menores. -

OK, OK, yo capitán, y tu…

-

¿Sabes algo de estrategia? ¿De protocolos interestelares?

-

Púdrete.

-

Lo dejaremos a un volado – Alex sacó una moneda de su pantalón – cara, yo capitán, cruz, tu. ¿Dudas?

-

Tírala de una vez.

Lanzó la arcaica moneda al aire, donde dio varios giros antes de ser interceptada en su caída por la mano de Thunder -

Mierda.

-

Tú serás segundo al mando.

-

¿A quien más podrías poner?

-

Calma. Cuando el Apokalipsis esté a punto todo el Deathbird será para ti

-

Sigue siendo MI nave, aún cuando tú seas el capitán.

-

Si, si, ahora llévame al hangar.

-

¿Podrías echarle un ojo después a los sistemas eléctricos? Es fastidioso usar lámparas cada vez que quiero ir al baño

-

A su momento


-

Espero que no tarde

-

Cállate y muévete

-

Tu no me mandas

-

Pues tú no obedeces. Estamos a mano

Así, discutiendo y alegando, este disparejo dúo se internó en las entrañas metálicas del recién nombrado Deathbird. ¡Ah… el inicio de una entrañable amistad! Si. Seguro…


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