DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com AÑO 14 NÚMERO 89
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AGOSTO 2020
NEIL YOUNG - “HOMEGROWN” (2020)
VIEJOS AMORES Y UN ÁLBUM PERDIDO “Homegrown está aquí. Hace cuarenta y cinco años lo grabé, no lo saqué en ese momento porque pensaba que era demasiado personal y no estaba listo para ello”. Con esta frase, mi tío Neil comienza el unboxing del vinilo de este esperadísimo “álbum perdido”. Saca el disco de su funda, lo lleva al tornamesa y pone en contacto el lado B con la aguja, la blusera ‘We Don’t Smoke It No More’ nos engancha de inmediato y rogamos para que el courier se apresure en traernos el disco a casa. Una semana después, diremos como Neil: “el Homegrown está aquí”, aunque humildemente, en versión CD.
mejor Neil de solo piano y voz, ‘Kansas’, el clásico Neil con guitarra acústica y armónica, y la desconcertante y experimental ‘Florida’, cuyos diálogos se soportan sobre cuerdas de piano y frotaciones de copas de vino. La desprolija ‘White Line’, tiene a Robbie Robertson (The Band) en la primera guitarra, y está grababa de tal forma que parece el ensayo de dos amigos en la habitación de un hotel, los arreglos de Robbie se perciben improvisados, pero es tan buena la canción, que su belleza permanece intacta tanto en esta versión y en la que posteriormente se grabaría para el Ragged Glory (1990), acelerándola y dotándola de distorsión.
Después de escuchar una y otra vez el álbum, además de disfrutar la mayoría de las canciones recordemos que en los setenta Neil Young estaba en el pico de su creatividad y todo lo que tocaba lo convertía en oro- seguimos teniendo la sensación de que “Homegrown” es en su mayoría una buena colección de demos, pocas canciones se muestran acabadas y producidas, solo aquellas que fueron grabadas en diciembre de 1974 con una banda completa y en la que participaron luminarias como Levon Helm (The Band) en la batería y Emmylou Harris en las voces. “Separate Ways”, “Try”, “Homegrown”, la instrumental “We Don’t Smoke It No More” y “Star of Bethlehem” son las delicias que prolongan el placer de sus obras maestras anteriores como el Harverst o el On The Beach.
Volviendo al principio, según su autor, el disco era demasiado personal para que viera la luz. “Homegrown” está atravesado por el fin de su relación con la actriz Carrie Snodgress (Diario de una esposa desesperada, 1970). Quizá Neil Young temía mostrase vulnerable o demasiado afectado, o que la crítica destroce un álbum producto del desamor, o no quería exponerse demasiado en frases como: “No me voy a disculpar. La luz brilló en tus ojos y no se ha ido. Pronto volverá”. “Me gustaría correr el riesgo, pero mierda, Mary, no puedo bailar”. “Cariño, la puerta está abierta a mi corazón y espero que no seas la que luche con la llave... Y trato de lavarme las manos. Y trato de hacer las paces”. “El amor es una rosa, pero es mejor que no la recojas… Un puñado de espinas y sabrás que lo has perdido. Quiero ver lo que nunca se ha visto. Quiero vivir ese viejo
También, me llama la atención el triángulo musical, no equilátero, que se grabó en un mismo día (21 de enero de 1975): ‘Mexico’, el
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sueño. Vamos muchacha, podemos ir juntos. Tomemos lo mejor ahora”. ¡Rayos! Mi tío Neil está que sufre por amor y yo escribo que sus canciones parecen demos. Pero no es por falta de respeto o cariño, él me daría la razón, ya que años después algunas de estas canciones vieron la luz en otros álbumes, compilados o en conciertos, con mejores arreglos y una producción más cuidada.
NOVEDADES DISCOGRÁFICAS
NOVEDADES DISCOGRÁFICAS
BUILT TO SPILL “Plays the songs of Daniel Johnston” Los Built fueron la banda soporte de Daniel Johnston en su gira de 2017, así que no sorprende el que hayan sacado un álbum de covers. Sin embargo, los liderados por Doug Martsch van a lo seguro: escogieron un buen puñado de algunas de las canciones más melódicas y/o mejores arregladas del malogrado artista. Bellezas como “Tell Me Now”, “Honey I Sure Miss You”, “Life in Vain” o “Impossible Love” no suponen ningún riesgo. Hubiera sido retador y llamaría más mi atención si se hubieran atrevido a mezclarse con el ADN lofi, desprolijo y más freaky de sus canciones ochenteras (aunque sea una del Hi How Are You o del Respect). Además, capturar la esencia de Johnston es tarea difícil, habría que ser un desequilibrado mental o un alma atormentada, o ambos como lo fue él. Entonces, una buena opción sería aproximarse a su obra con la personalidad del que rinde el homenaje, pero, este no es el caso. Estamos ante un disco interpretado por una banda básica de bajo, batería y guitarra, y con mejores condiciones de grabación que las canciones originales. Disfrutable. ENRIQUE FLOWERS BOB DYLAN – “Rough and Rowdy Ways” Ocho años sin una nueva canción propia y de repente Dylan, a inicios de la cuarentena, lanza con buen calculo el single ‘Murder Most Foul’. Aquellos extraños y aciagos días de confinamiento fueron propicios para apreciar esta ciclópea y hermosa declamación. Son casi diecisiete minutos en los que Bob se valió de algunas herramientas del crepuscular Leonard Cohen y del discípulo de ambos, Nick Cave, para revisar el asesinato de Kennedy. El segundo single ‘I Contain Multitudes’ sigue la misma línea estética y el hype se incrementa. El tercer single, el blues ‘False Prophet”, nos baja un poco de las nubes, pero el entusiasmo se mantiene por el esperadísimo nuevo álbum. Ya con el disco sonando en nuestra bandeja, llegamos a la conclusión de que no importan
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Dentro de su vasta serie The Neil Young Archives (más de treinta lanzamientos), el “Homegrown” ha venido a completar mi trilogía favorita junto al testimonio potente y eléctrico de “Live at the Fillmore East 1970” y a la desnudez acústica de “Live at Massey Hall 1971”. “Homegrown” tiene de ambos, pero en vez de un auditorio, en el estudio. Gracias de nuevo tío Neil por compartirnos tus viejos amores, tus viejos dolores y tus viejas ‘nuevas’ canciones. HENRY A. FLORES
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las canciones de relleno, las buenas ideas que no prosperaron o que no sobresalieron en su ejecución (vienen a mi mente, por ejemplo, ‘I've Made Up My Mind to Give Myself to You’ o ‘Crossing the Rubicon’), porque gracias a esos temas el trovador de Duluth pudo armar un álbum y así regalarnos esos dos primeros singles, sus dos primeras e incuestionables obras maestras de este siglo. HENRY A. FLORES THE 1975 – “Notes on a Conditional Form” Matt Healy, líder y vocalista del grupo, exageró al decir antes de su lanzamiento que este sería el mejor disco de The 1975. Sus letras hablan de romances, de anhelos, de la soledad de un dormitorio, de apatía, y no es novedad que comiencen con una canción llamada como la banda, lo particular es que cuenta con la activista Greta Thunberg, quien hace una proclama por la conservación del planeta. ‘The End (Music For Cars)’ es un interludio demasiado temprano que, al igual que ‘Streaming’, se fundamenta en un colchón instrumental elaborado con elementos orquestales. Todo se rompe con ‘People’, el corte más cañero: Healy se deja la voz a ritmo de punk/rock hablando del capitalismo, lo digital, el conformismo y el pensamiento millennial. Este adelanto parece desentonar en un primer momento, pero, tras la obertura escuchada, pone las pilas al oyente y le pide que despierte porque, entre otras cosas, aún hay una veintena de tracks que se avecinan. Aquí hay canciones para muchos gustos. Un álbum que no es perfecto, ostentoso y arriesgado por su diversidad de estilos, de sonidos y por su amplia cantidad de pistas. En ocasiones, pareciera poder fragmentarse en varios EPs con producciones diferentes. Pocas canciones harán que alguien se levante del asiento, las hay que inducen a un trance cargado de graves, otras simplemente pretenden ser ágiles, contar una historia y relajar el ambiente, e incluso hay algunas que apuestan por orquestaciones sin razón y necesidades aparentes. Sin duda, y dada su extensión, lo mejor es escucharlo y sacar el puñado que a cada uno más le guste, aunque en algunos casos sea más pesado que en otros. JUAN EGUREN
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VICIOGAMES
LO BUENO, LO MALO Y LO FEO DE:
THE LAST OF US: PART II LO BUENO Una de las cosas que más me gustaron fueron los combates, ya sean tiroteos o zonas plagadas de infectados. Son segmentos geniales, con mucha tensión y emoción. Cada enfrentamiento es variado, intenso y con distintos caminos de solución. Para lograr esto, se ha mejorado sobremanera la inteligencia artificial de los enemigos y de tus acompañantes de turno. Los primeros son inteligentes, coordinados y están muy atentos a su entorno, lo cual hace un reto mayúsculo tratar de pasar desapercibido. Y si la batalla se tiene que solucionar peleando, tus compañeros son diestros con las armas, independientes, se saben mover y cubrirse y te dan buenos avisos en plena batalla. La ambientación del Estados Unidos post apocalíptico es sobrecogedora, atemorizante. Se siente el abandono de las instalaciones, el efecto que ha tenido la pandemia en las ciudades, el poder destructivo de la plaga, pero también el de los propios humanos. Dentro de la ficción, todo se siente terriblemente real, creíble, posible. Esto sería imposible sin un poderoso apartado gráfico. La cantidad de detalles en los escenarios es altísima, los modelados de personajes y enemigos son realistas, la iluminación es protagonista. Todo en este rubro ha sido muy cuidado para presentarnos uno de los espectáculos visuales más impresionantes de la actual generación. Los efectos de sonido han sido muy bien trabajados, reflejando con mucho ‘realismo’ lo que vemos en pantalla. Ingresar a una zona llena de clickers es atemorizante, no solo por su presencia en sí, sino por los espantosos gruñidos que emiten. Además, la banda sonora es magnífica. La música aquí no es mera comparsa, sino tiene su propio protagonismo. En la misma tónica, el trabajo de los actores de voz es monumental. Sin ellos, los diálogos no tendrían el mismo impacto y las cinemáticas no tendrían el peso que tienen. Sobre el argumento, pese a abordar el manido tema de la venganza, hay espacio para la reflexión. El “ojo por ojo y el mundo acabará ciego” se aplica a la perfección. ¿Qué diferencia a los ‘buenos’ de los ‘malos’? La respuesta quedará en cada uno. Pero la historia también aborda tópicos como la aceptación y
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la superación de una pérdida, tratados con crudeza y profundidad. La crudeza de la violencia en “The Last of Us: Part II”, que ya causó polémica en su momento, está justificada, no solo porque muestra lo que el ser humano es capaz de hacer en circunstancias límites, sino también porque sin esta violencia explícita el mensaje que se quiere dar hubiera quedado trunco. LO MALO Creo que se abusó de los recuerdos como recurso narrativo. “The Last of Us: Part II’ es un videojuego en extremo lineal. Se ven pasillos amplios y a veces pareciera que hay más de un camino, pero la realidad es que solo hay una dirección que seguir y el objetivo siempre está claro. Además, me dejó la sensación de que su prioridad en todo momento es mantener el ritmo, que el jugador no ‘pierda’ el tiempo investigando o atorado en un lugar, para que así la historia fluya sin decaer. Incluso, el juego está tan preocupado en que avances y no te atores en puzles (con soluciones demasiados a la vista), que tira por la borda cualquier búsqueda de realismo. Igual pasa con el ‘respawn’ después de morir: el reinicio es casi siempre segundos antes de tu última muerte, incluso en medio de una balacera o enfrentamiento con clickers. Esto es beneficioso para el jugador, pero provoca que se pierda mucha de la inmersión en estos combates. Estas características me incomodaron mucho porque pareciera que se subestima al jugador. LO FEO Desierto. CONCLUSIÓN: “The Last of Us: Part II” es un videojuego muy bueno y magistral por momentos. La historia, cruda y violenta, no dejará indiferente a nadie y Naughty Dog da cátedra en lo referente a la construcción de personajes. ¿Supera a su predecesor? En muchos aspectos, sí, aunque la mayor parte de lo conseguido basa su éxito en el original, así que dejo este debate abierto para el futuro. Estamos ante un producto no perfecto, con pequeñas falencias y ciertos elementos que no terminaron de calzar en la propuesta. No obstante, esto no quita que sea uno de los mejores videojuegos lanzados en la recta final de esta generación.”
FERNANDO CHUQUILLANQUI (Más Consolas blog)
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Directora: Malena Martínez Cabrera / Perú-Austria (2020)
HUGO BLANCO, RÍO PROFUNDO ESCRIBE: ÓSCAR CONTRERAS La primera parte de este documental es estupenda. En términos cinematográficos sorprende por sus soluciones audiovisuales (apela al archivo fotográfico, a la hemeroteca, al fotomontaje, a la voz en off en primera persona, a los planos detalle de larga duración, a los acordes musicales populares y clásicos) con los cuales "pictoriza" la imagen, moviliza la atención del público e instala una temperatura alrededor de los hechos históricos. En términos hipotéticos, “Hugo Blanco, Río Profundo” no es una hagiografía, tampoco una diatriba y menos una apología, expresa o velada, al terrorismo. Porque Hugo Blanco no fue un guerrillero ni un terrorista. La primera parte de la cinta es una suerte de hipótesis abocada a responder a la pregunta si la gesta de Hugo Blanco fue espontánea, subversiva, consecuente, productiva o insignificante. La segunda parte del documental, que es decepcionante en términos cinematográficos, presenta a un Hugo Blanco no sólo extinguido, sino haciendo Las Vegas, después del levantamiento campesino en La Convención en 1961. Los logros cinematográficos de la primera parte se frustran cuando la película baja a la tierra y las joyas dejan de tener alma. Y entonces, el filme deviene en un reportaje convencional, de pretensiones televisivas e indulgentes. El mítico Hugo Blanco es hoy un anciano, lúcido y vigoroso, un ‘has been’, un hombre que sigue huyendo de los liderazgos como de la peste, que promueve el ambientalismo utópico, el colectivismo político, que marca distancia con el terrorismo de los ochenta y que rememora la gesta
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campesina en el valle de La Convención en el Cusco. El mítico Hugo Blanco al que siempre será mejor describir que oírle declarar. Luego de su apresamiento y liberación, Hugo Blanco no tuvo más que decir. Acabó. Fue constituyente, diputado, pero no volvió a gravitar. No quiso o no lo dejaron. O, quizá, no tenía con qué. Cumplió un rol en la historia del Perú. Un rol muy importante: instaló la dignidad y la autoestima en el mundo rural antes de la Reforma Agraria. Es lamentable, sí, que la película haya soslayado la etapa de Blanco en la Argentina, sus antecedentes penales y posterior expulsión; tampoco hay una descripción pormenorizada de los incidentes en la comisaría Pucyura, en la que Blanco asesina a un policía; nada se habla de su exilio en Suecia, de los financiamientos internacionales para sus actividades políticas, de su vida personal, de su labor como constituyente y parlamentario; de sus desencuentros con líderes de la Izquierda (los menciona de manera breve), etc. Un acierto: la intervención de Hugo Neira, el único intelectual convocado en la película, insospechado de militar en la Izquierda peruana, autor del afamado ensayo “Cusco: tierra o muerte”, y quien es el que ubica a Hugo Blanco en su justo lugar en la historia. Estamos ante un filme que debe verse a pesar de sus defectos. Cualquier iniciativa de censura resulta inaceptable.
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JUKEBOX DESDE EL OTRO LADO
ESCRIBE: CONX MOYA
UNA HISTORIA CON MAYÚSCULAS DEL PUNK EN MADRID “Lo que hicimos fue secreto” es un extenso trabajo sobre el punk madrileño y forma parte de la tesis doctoral de su director David Álvarez en la Universidad Complutense de Madrid. El documental se divide en dos etapas. En primer lugar, asistimos a los inicios del punk en Madrid, que de alguna manera entró “como una moda, una cuestión más estética, con cierta connotación política; había detrás un cierto poso de ‘seudo situacionismo’ y anarquismo no articulado” (Álvarez dixit). En la España del 78 la prensa tachaba de punk a Ramoncín. El que fuera “rey del pollo frito” reconoce que, en todo caso, punk eran su actitud y estética (aquel famoso rombo pintado en uno de sus ojos), pero en absoluto lo era su música. En relación a aquellos inicios, bandas como Pegamoides, que “tenían a dos mujeres como líderes, Ana Curra y Alaska, e integrantes homosexuales” fueron, según el director, interesantes desde la perspectiva de género, por su puesta en valor de estos dos colectivos, más allá de la música. El documental retrata a la perfección aquel primer punk del Madrid ochentero de la Edad de Oro, del alcalde Tierno Galván y del Rock Ola, este último, local donde todo el mundo afirmaba haber estado y al que Larsen arrearon cera en ‘Noche de destrucción en Rock-Ola’. Me traslada a mi primera adolescencia, aquella época de teléfonos de disco y cartas, cuando habían dos canales en la tele y nosotros sólo podíamos bajar a Madrid desde Alcorcón acompañados por adultos. Un Madrid maravilloso, provinciano y atrasado, con El Cojo Manteca rompiendo farolas en Banco de España, Antonio Vega y Nacha Pop cantando ‘Relojes en la oscuridad’ en la Bola de Cristal, los soportales de la inacabada Almudena apestando a orines y habitados por yonquis y el metro como una apasionante nave especial. La segunda parte tiene una connotación más política, como lo tuvieron las bandas que fueron surgiendo. La llamada transición a la democracia no se veía ya tan “ideal”. Alarmantes cifras de paro, leyes represoras y un PSOE que había mostrado su verdadera cara pusieron a muchos sobre aviso, aquello no era lo que les habían vendido. El desencanto politiza más al movimiento punk español, en consonancia con lo que sucedía en otros países como los del norte de Europa o Italia.
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“Empezó a conocerse y a tener en cuenta lo que estaba sucediendo afuera y de alguna forma se quiso traer aquí. De ahí surgió la historia de la Calle Amparo y las primeras ‘okupaciones’ madrileñas, y entonces, se desarrolla esta otra escena políticamente articulada que ya tiene un mensaje concreto y unas formas de hacer más políticas. Y allí están, por ejemplo, el grupo Sin Dios, que es además un vehículo de propaganda política” (Aguilar dixit). Minuesa, una antigua imprenta situada en la Ronda de Toledo, sería ‘okupada’ en el verano de 1988, y durante varios años funcionó como Centro Social donde se realizaron todo tipo de actividades culturales y políticas. Su desalojo, en 1994, fue uno de los más violentos en la historia de la ‘okupación’ estatal. Destacan, las incendiarias intervenciones de Manolo Suicidio, quien tuvo un puesto de música en el Rastro, punto neurálgico a mediados de los ochenta, adonde llegaban todas las novedades musicales que iban a buscar a Londres y luego se copiaban y vendían en casetes. “El Rastro era nuestro punto de comunicación, nuestra zona wifi”, afirma José Calvo (Delincuencia Sonora). El Rastro fue un lugar de encuentro, emergencia y efervescencia de gran parte del punk madrileño. Allí se juntaron a finales de los setenta Alaska, Berlanga, Márquez, los Canut, Sierra y todo ese universo que gravitaba en torno a la mítica Bobia y que daría lugar a la Movida. Aquel punk de diseño estaba liderado en gran medida por hijos de la alta burguesía, que se hicieron punks entusiasmados por la corriente que llegaba de Inglaterra, y que podían permitirse viajar a Londres a comprar ropa y música. Contrapuesto al punk hecho por chicos del extrarradio, aquellos que deseaban hacer su propia música para escapar de la mugre de un país que estaba saliendo de cuarenta años de dictadura. No es lo mismo la actitud de unos chicos bien que han salido raritos y les da por la música, que la de chavales de extracción humilde para quienes tocar y el “hazlo tú mismo” fueron la única forma de intentar sacar la cabeza. ¿Qué queda de aquella escena? No hay una respuesta clara. Pero, me quedo con las palabras de Pollo al final del documental. El guitarrista de los míticos Larsen afirma, sin ira, no arrepentirse de nada de lo que hizo en la música, que le dio una vida interesante y enormes satisfacciones. No hay más de qué hablar.
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MARK LANEGAN – “Straight Songs of Sorrow (2020)
CANCIONES TRISTES QUE AYUDAN A RESPIRAR ESCRIBE: JORGE CAÑADA Los tiempos están cambiando. A los setenta y nueve años, Bob Dylan obtiene su primer número uno en Billboard con una canción de casi diecisiete minutos en la que maldice, una y otra vez, el asesinato de John F. Kennedy. Lo llama el asesinato más detestable. En enero de 1964, dos meses después de la muerte de Kennedy, Dylan editaba su tercer larga duración (“The Times They Are a-Changin”). El disco incluía ‘The Lonesome Death of Hattie Carroll’, una canción que narra el asesinato de una mujer afroamericana, a manos de William Zantzinger, dueño de una plantación de tabaco. El hecho había ocurrido un año antes durante una fiesta de etiqueta en un hotel de Baltimore, en la que Zantzinger se dedicó a maltratar a los trabajadores del hotel. El homicida apenas cumplió la mitad de la irrisoria pena de seis meses de cárcel a la que fue sentenciado, y murió apaciblemente muchos años después, durante el gobierno del primer presidente afroamericano de los EEUU. El crimen de Hattie Carroll ocurrió en medio del revuelo causado por el film basado en el libro “To Kill a Mockingbird” (“Matar a un Ruiseñor”) de Harper Lee. En un pueblo ficticio de Alabama, dos niños sufrían prejuicios raciales cuando su padre (Atticus Finch, un abogado blanco) decide defender a un hombre negro inocente, acusado de haber violado a una mujer blanca. El acusado es declarado culpable por el jurado, y luego asesinado durante su traslado a prisión. Está claro que a Dylan nunca le importó demasiado Billboard, ni la duración de sus canciones fue una limitación para expresar su arte. No hay dudas acerca del impacto que la muerte de John F. Kennedy tuvo para su nación. Tampoco parecía haberlas respecto del asesinato de Martín L. King, ocurrido pocos años más tarde. Cada uno de esos magnicidios cargó con el aparente sino de cerrar una era en la que predominaba la creencia de que las ideas podían matarse, o al menos que morían con quienes las defendían. Pero la muerte de Hattie Carroll fue sólo una canción de Bob Dylan. ¿Fue sólo eso? * * * Durante ese mismo 1964, justo a un año de la muerte de Kennedy, nació Mark Lanegan. Uno de los nombres recurrentes a la hora de señalar a los
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fundadores del grunge. Lanegan prefiere achicar la leyenda, y decir que tan sólo formó a los Screaming Trees, porque una banda era lo único que le permitiría costear sus adicciones. Los Screaming Trees iluminaron los últimos lustros del siglo XX. Lo hicieron con la discreta intensidad de esos candiles reservados para los sitios que deben permanecer en penumbras. Cuando lanzaron “Dust”, su glorioso canto de cisne, Lanegan ya llevaba editados un par de discos solistas. El primero de ellos, “The Winding Sheet” (1990), se iniciaba con ‘Mockingbirds’, una canción que apelaba a una alegoría sobre el curioso hábito del canto nocturno del ruiseñor; un silbido crescendo fuerte que sobresale en esas horas taciturnas, pero que en los ambientes urbanos requiere un esfuerzo adicional para elevarse por encima del ruido ambiente. Ese mismo disco rescataba ‘Where Did You Sleep Last Night’, un viejo blues de autor desconocido, otrora popularizado por Leadbelly (el bluesman al que suele atribuírsele el dudoso honor de haber sido el primer negro en dar un concierto para blancos). Kurt Cobain, que participó en el disco, quedó impresionado por la interpretación de su amigo Lanegan y se propuso grabar la versión definitiva (Háganse un favor, escuchen el final del “MTV Unplugged in New York” de Nirvana y presencien los mejores cinco minutos en la historia de esa banda). Además de sus adicciones, desde un día de abril de 1994, a Lanegan lo persigue el eco del teléfono de su casa en Seattle sonando insistentemente. La llamada que no atendió era de Cobain, su “hermano menor”, que ese mismo día se quitaría la vida. * * * Mayo de 2020. Pasaron treinta años desde “The Winding Sheet”, el tiempo suficiente para que la novedad se convierta en recuerdo, y una historia acumule el desgaste y la perspectiva brumosa necesarios para convertirse en leyenda, mal que le pese a Lanegan. Todo lo que quedó atrás moldeó a un hombre erosionado pero entero, con un bagaje de recuerdos que merecen ser contados. Sing backwards and Weep es el libro de memorias que retrata el exorcismo interior de Lanegan, intercalando dolor y emoción, muertes y resurrecciones. Caídas, recaídas y salvatajes. Y pérdidas, muchas pérdidas. Tan es así, que la dedicatoria simplemente reza: “Para Tony y todos mis amigos ausentes”. Tony es el famoso chef Anthony Bourdain, quien lo convenció de escribir el libro, y otro amigo que terminó quitándose la vida. El relato de sus memorias se inicia con la imagen
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de aquel noviembre de 1964, con el cuello de Lanegan rodeado por su cordón umbilical. Una experiencia que también parecía revivir en ‘Undertow’ de The Winding Sheet: “El miedo y la paranoia corren juntos en mis sueños. El agua me aceptará, dame la paz que nunca tuve. Recordando. abrázame, soy tan liviano. Por el aire no puedo respirar…” Sing backwards and Weep no es su primera incursión bibliográfica. Lanegan participó de la serie Sleevenotes, en la que distintos cantautores relatan el proceso creativo detrás de algunas de sus obras más emblemáticas. Antes había publicado I Am the Wolf, una cuidada recopilación de lírica y relato. Definitivamente, un esfuerzo más íntimo y artesanal por recrear su obra. Mayo de 2020, en Mineápolis, George Floyd, un hombre afroamericano acusado de entregar un billete falso de veinte dólares es arrestado. Un policía sujeta con su rodilla el cuello de Floyd durante casi nueve minutos, quien permanece boca abajo en la calle, repitiendo una y otra vez “No puedo respirar”. * * * “Straight Songs of Sorrow” es el disco que reúne las canciones que fueron brotando durante la escritura de Sing Backwards and Weep. No es un soundtrack, pero transmite una densidad que no deja dudas acerca de la gravedad del contenido. Dos piezas que no fueron concebidas como una obra única, pero que en los recodos del devenir creativo fueron acumulando el sedimento aluvional que viajó con las efemérides de Lanegan, hasta quedar unidas de manera casi inescindible. Un libro que puede escucharse y un disco que puede leerse. El recorrido se inicia con ‘I Wouldn't Want to Say’, una puerta de acceso que permite retomar la senda justo allí donde la dejaron los Screaming Trees un par de décadas atrás. Lanegan desgrana un rosario de cuentas pendientes sobre un persistente colchón rítmico, hasta disolverse en un fade out con acople incluido. Lanegan nunca es el mismo, pero en todas sus versiones hay algo de sus encarnaciones anteriores. Por eso, el dúo con su esposa Shelley Brian en ‘This game ol Love’ trae sanas reminiscencias de los discos con Isobel Campbell (Belle & Sebastian), la aparición de Greg Dulli (The Afghan Whigs) es una invitación a repasar las imprescindibles discografías de The Twilight Singers/The Gutter Twins, y los invitados de lujo como Warren Ellis (The Bad Seeds), Mark Norton (Lamb of God) y John Paul Jones (¿es necesario
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completar el nombre que debe ir en este paréntesis?), no hacen más que brindar precisas referencias sobre la topografía musical que Lanegan lleva recorrida. Aún cuando una escucha superficial pueda dar pistas falsas acerca de la falta de rastros de su eterna colaboración con Queens of The Stone Age, lo cierto es que sus aportes son justamente algunos de los giros más inesperados de la banda de Homme. Entonces, habrá que sondear los lugares menos comunes para encontrar guiños sutiles. En la misma veta, ‘Skeleton Key’ se apoya en un loop perpetuo con súbitas y leves interrupciones de cuerdas. La canción que esconde el nombre del disco vuelve a recurrir a la imagen de la respiración como símbolo de lo que nos aferra a la vida. Lanegan afirma que podría prestarnos diez mil lágrimas, y al escucharlo uno cree poder agotarlas todas menos una en los sesenta minutos que dura su descarnada confesión (Dicen que siempre hay que guardar una última lágrima para escuchar a Townes Van Zandt). ‘Ketamine’, quizá la creación central del disco, el Aleph donde confluyen todos los demonios que Lanegan enfrenta, funciona como un mash up entre una nueva revisita a ‘Where Did You Sleep Last Night’ y ‘God´s gonna cut you down’ del último Johnny Cash, aunque con sutiles inflexiones melódicas que en apariencia la tornan menos trágica, pero que en realidad esconden una dramática declaración de principios. A la manera de un Tom Waits de la Generación X, Lanegan parece contarles a sus propios nighthawks las desventuras de un hombre que ha recorrido cada encrucijada penando en busca de un bálsamo que lo hiciera sentir mejor, para poder plantar su bandera en costas distantes, y recorrer toda la Tierra con una mirada de mil millas. Lo hace sin estridencias, como diría Don Atahualpa, con la humildad del que sabe que, levantando la voz, no escuchará su propio canto. * * * “No puedo respirar” repite Floyd por última vez. Durante tres minutos más, continúa inmóvil y sin pulso. Los cuatro agentes que lo retienen no hacen ningún intento por revivirlo. El policía mantiene su rodilla en el cuello de Floyd hasta que llegan los servicios de emergencia, para entonces el hombre ya ha dejado de respirar. Cuando asocian el crimen cometido por la policía en el estado en el que él mismo nació, con el premonitorio título de su nueva canción trepando en el ranking de Billboard (‘Murder Most Foul’), Dylan no puede evitar pensar en uno de los alegatos de Atticus en el libro de H. Lee: “Los ruiseñores no se dedican a otra
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cosa que a cantar para alegrarnos. No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar un ruiseñor”. Quizás la muerte de George Floyd termine siendo sólo una película, o una canción. Pero una canción puede ser la sentencia más dura, y a veces incluso la única condena. Zantzinger, el asesino de Hattie Carroll, vivió maldiciendo a Dylan por “arruinar su reputación”.
LIBROS
John Cale, una de las caras de esa leyenda llamada Velvet Underground, tuvo el gesto de escribir el prefacio para I Am the Wolf. En él trata de describir el origen y la misión de la lírica y la voz de Lanegan, y afirma: “cantar es una forma de iluminar los escombros…Mark tiene esa cualidad en la voz” y los que lo escuchamos “…respiramos mejor mientras escuchamos. Ese es el valor de las canciones. Nos ayudan a respirar”.
LIBROS
CAPRICHO EN AZUL AUTOR: OSWALDO REYNOSO (PERÚ) Primer libro póstumo del gran Reynoso. La muerte lo encontró cuando ya tenía la versión final de este pequeño compilado de crónicas de viaje, memorias, poemas, cuentos y reflexiones. Como en cada obra del arequipeño, siempre hay una búsqueda de la belleza de la palabra plasmada en la prosa y en los versos, aquí, como en la mayor parte de sus relatos, gravitando alrededor del homo erotismo, en el gozo y la exaltación de sus sentidos que le provocaba la contemplación de los hermosos jovencitos. La mayoría de los textos están arropados con una belleza melancólica e inocente, aunque al final nos encontraremos con un escrito delirante, chocante y profano. Incluso después de muerto, el maestro Oswaldo se sigue imponiendo, embelesa y/o provoca rechazo. Ya lo dijo alguna vez: “La vida sin libertad no solo es fea, sino sucia”. TEMPORADA DE CASA PARA EL LEÓN NEGRO AUTOR: TRYNO MALDONADO (MÉXICO) Las pocas más de cien páginas de esta novela “fragmentada” se leen de un tirón. El talentoso mexicano Tryno Maldonado ha logrado mezclar con muy buenos resultados lo ‘queer’ con el llamado “realismo atolondrado”, aquel estilo narrativo que puso de moda el argentino Washington Cucurto hace unos quince años, pero a diferencia de este último, Maldonado sabe sacarle provecho a cada frase vertida, es decir, cada situación por más disparatada, superficial o sin sentido que parezca, juega a favor de la trama. El protagonista Golo es talentoso, sucio, bisexual, drogadicto, alcohólico, fatalista, maníaco depresivo y un largo etcétera, pero al final, se convierte en lo que todo escritor desea para sus personajes: ser entrañable.
LIBROS
MADRUGADA AUTOR: GUSTAVO RODRÍGUEZ (PERÚ) Esta novela trata sobre un fracasado sesentón que se gana la vida cantando clásicos del rock e imitando a sus amados Bee Gees. De repente, en el lapso de un par de meses, la vida lo sorprende con la aparición de una desconocida hija suya, engendrada hace treinta años en la selva del Perú, y la materialización de su ya resignado y olvidado sueño de ser famoso y triunfar a nivel nacional. Estamos ante una historia sobre las ganas de vivir, de triunfar y de no resignarse ante el destino. Una novela escrita con humor, que lamentablemente en varios pasajes abusa de este recurso, llegando incluso a la chabacanería y a situaciones forzadas e impostadas que desdibujan su buena trama. EL INTENSO CALOR DE LA LUNA AUTORA: GIOCONDA BELLI (NICARAGUA)
Una novela muy sensorial que muestra a la etapa de la menopausia, sin morbosidad y evitando por momentos la apología, como el tiempo perfecto para la cima de la realización y la verdadera liberación de la mujer. Nuestra protagonista duda, hace daño, sufre, goza, lucha y pretende alcanzar la plenitud de su vida, así le cueste el matrimonio y su estatus social. Aunque, creo que no era necesario que el marido también fuera infiel. Es como si la autora intentara equilibrar la historia o hacer menos “mala” o “justificar” a su protagonista. Totalmente en vano. Emma es un bólido en llamas, ya nadie la puede parar y no hay tiempo para mirar atrás. Por una cuestión vital: es ella o nadie.
DIRECTOR: HENRY A. FLORES Discos y Otras Pastas no se hace responsable del contenido de los artículos y agradece a sus colaboradores por la exclusividad otorgada.
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