DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com AÑO 14 NÚMERO 90
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OCTUBRE 2020
EDDIE VAN HALEN (1955 - 2020) álbum Goodbye (1969) de Cream. Aunque es fácil ver ahí las raíces de su estilo, es obvio que Eddie era otro paso evolutivo. Al igual que aparecen especies nuevas en la biología, Eddie era una nueva especie dominante en el ecosistema de los guitarristas. No habían transcurrido ni diez años desde el Goodbye, y Eddie ya había adelantado por la izquierda a sus propios ídolos.
Eddie Van Halen era la clase de músico que aparece muy pocas veces. Dentro de la corriente de la guitarra blues rock, podríamos decir que los bluesmen y gente como Chuck Berry fueron el equivalente de los filósofos griegos, fueron quienes sentaron las bases. Jimi Hendrix fue Isaac Newton, el hombre que cambió el paradigma y cuya revolución parecía definitiva. Y Eddie Van Halen fue Albert Einstein, el hombre que, cuando parecía que Hendrix ya se había encargado de dirigir la guitarra eléctrica hacia una dirección, demostró que todavía quedaban caminos por abrir. Esa es, básicamente, la impronta de los genios.
‘Eruption’ y la famosa técnica del tapping trastornaron a toda una generación de muchachos que estaban aprendiendo a tocar por entonces. Van Halen propició el nacimiento de toda una nueva casta de guitarristas: los shredders. Ya saben, muy volcados en la velocidad y las peripecias técnicas. Todos esos guitarristas se han inspirado en él, porque, a partir de 1980, es casi imposible que surgiese un guitarrista de rock medianamente técnico que, queriéndolo o sin querer, no hubiese crecido bajo la influencia directa o indirecta de Eddie Van Halen. Pero Eddie siempre ha sonado diferente y reconocible entre todos sus discípulos porque, para él, la velocidad y la pirotecnia no eran un objetivo, sino el resultado de su pasión y su intensidad, de su manera de aproximarse al instrumento. El amor que sentía por la guitarra eléctrica es algo que puede percibirse en cada nota. Era un guitarrista de una expresividad alucinante, cosa que muchos otros pierden con la velocidad.
Eddie inició su revolución a finales de los años setenta, cuando no había transcurrido ni una década desde la temprana muerte de Hendrix. Desde entonces, ha habido grandes virtuosos, ha habido guitarristas capaces de sorprender con técnicas increíblemente complicadas, pero no ha habido ninguno que haya sido capaz de sacudir los cimientos del instrumento como lo hicieron Hendrix y Van Halen. Ninguno. El peculiar estilo de Eddie era una mutación inesperada de unas influencias que, por sí mismas, nunca hubiesen permitido prever semejante supernova. El gran ídolo de Eddie era Eric Clapton, y Eddie siempre decía que la grabación que más le había influenciado eran las improvisaciones que hacía Clapton en la versión en directo de ‘I’m So Glad’ del
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Uno de mis solos favoritos es el que hizo en ‘Feel Love Your Love Tonight’, que es como una pequeña canción dentro de la canción en sí, con la vocecita de la guitarra contando su propia historia. O qué decir de sus fascinantes guitarras rítmicas; ¿qué decir de sus imaginativos, originales, exquisitos acompañamientos? Por ejemplo, en ‘Top Jimmy’, ¡donde las rítmicas son mucho mejores que el solo! Y tampoco se puede olvidar su faceta como compositor, que, cuando le daba la gana, demostraba que su inspiración iba mucho más allá del hard rock. Todos hemos visto a Eddie sonriendo durante el solo de ‘Jump’, con esa actitud de “eh, mira lo que sé hacer”, como si estuviese en una fiesta con amigos. O haciendo el solo de ‘Hot for Teacher’
mientras camina por una mesa de biblioteca. La clase de cosas que le alegran a uno el día. Pero todo ese desenfado no puede ni debe servir para desdeñar el talento de quien ha sido, sin discusión alguna, uno de los músicos más brillantes de las últimas décadas. La clase de músico que rompe esquemas, cuya impronta, como la de Hendrix, no desaparecerá mientras en algún rincón del planeta haya una guitarra eléctrica conectada a un amplificador, en manos de algún muchacho con ganas de hacer ruido y aprenderse los solos de sus ídolos por el mero placer de aprenderse los solos de sus ídolos. Hablamos de ese nivel de grandeza, de esa clase de influencia. Un hombre que cambia la historia de un instrumento musical es algo que no aparece todos los años, ni todas las décadas. E. DE GORGOT
Director: Theo Court / Chile (2020)
BLANCO EN BLANCO Este filme, me trae a la mente “Del Mismo Barro” (McCabe and Mrs. Miller, 1971) de Robert Altman, por su ensamblaje audiovisual compacto, por su ubicación en un entorno agreste, frío y solitario, y porque el personaje principal, un fotógrafo de nombre Pedro (muy bien Alfredo Castro), es un hombre misterioso, solitario (como el McCabe de Warren Beatty), que en el caso de la película materia de análisis, llega a la Tierra de Fuego en Chile, contratado por un latifundista para prestar servicios, pero queda atrapado en un proyecto execrable de pionerismo y exterminio. DISCOS Y OTRAS PASTAS
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Y “Blanco en Blanco” también me recuerda a “Duelo de Gigantes” (Missouri Breaks, 1976) de Arthur Penn, no por su topografía audiovisual (está en las antípodas), sino porque el filme chileno instala desde temprano una atmósfera inquietante, sórdida y degenerada, que trastoca el orden de la civilización en un territorio bárbaro, donde están permitidas todas las vilezas y pulsiones. En términos audiovisuales y dramáticos, estamos ante una de las mejores películas que se han estrenado en el Festival de Lima de este año. ÓSCAR CONTRERAS OCTUBRE 2020
Director: Henry Vallejo / Perú (2020)
MANCO CAPAC “Manco Cápac” es una de las mejores películas peruanas del año y, quizá, de la década. El extravío de Elisbán (Jesús Luque Colque) en la ciudad de Puno funciona como representación del desamparo, del anonimato, del mercantilismo, de esos pálidos reflejos de solidaridad que todavía asoman en el Perú; y también, como un relato episódico, acumulativo, urbano, cien por ciento cinematográfico, económico, sobre una redención; la del personaje principal en un medio hostil, pre moderno, empobrecido y monetizado, sin que ello implique que Elisbán se traicione o transe.
Este filme es el testimonio de un fracaso republicano y social. Y el triunfo de un joven vulnerable pero entero hasta el final, que paga el desprecio de una sociedad cosificada, con creatividad pura. Así como el director Henry Vallejo desciende al foso del miserabilismo, pero lo trasciende a base de ideas cinematográficas, “Manco Cápac” no necesita de miradas paternalistas ni cómplices, sólo miradas críticas y comprometidas con el cine y la realidad. En partes iguales. Es una radiografía estupenda del Perú urbano que no hay que dejar de ver. ÓSCAR CONTRERAS
Directora: Maite Alberdi / Chile (2020)
EL AGENTE TOPO George Bernard Shaw decía que el problema de la juventud es que sólo la tienen los jóvenes. Y en un mundo de jóvenes, que quieren competir, liderar, ganar, acumular, obtener satisfacción las veinticuatro horas del día, como que las cosas esenciales de la vida quedan refundidas. Hablo del amor, de la familia, de los hijos y de los padres. Retirados, jubilados, soslayados, borrados, olvidados del mundo de los jóvenes y colocados en los asilos de ancianos, como el que se muestra en este notable documental. Una agencia de detectives contrata a un anciano para infiltrarlo como espía en un asilo, por encargo de una clienta que tiene a su madre en dicha institución y quiere saber cuáles son las condiciones en las que se proveen los servicios. Hasta aquí la reseña para los apurados. Un argumento sencillo y DISCOS Y OTRAS PASTAS
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curioso, que pudo dar para un reportaje televisivo o un programa de cámara indiscreta, se convierte en un documental emocionante, en un torrente de aguas calmas, cargadas de sentimientos, próximas a desembocar en un mar de emociones. “El agente topo” no es un documental fresa, tampoco un pretexto para el mercado de lágrimas. Es un filme minimalista, observacional, prudente y sosegado, con sus protagonistas y sus historias. Mantiene una distancia y un respeto adecuados con la materia dramática; guarda fidelidad con la pauta o guion; y dispone con eficacia la presencia y la palabra sanadora de Don Sergio, el Agente Topo del título, interpretado por Sergio Chamy. En este tiempo de pandemia, levanten el teléfono y llamen a sus padres, si no están en casa, díganles cuánto los aman. ÓSCAR CONTRERAS OCTUBRE 2020
VICIOGAMES
LO BUENO, LO MALO Y LO FEO DE: CRASH BANDICOOT 4: IT’S ABOUT TIME LO BUENO Toys for Bob, el estudio a cargo del proyecto, ha sabido replicar las mecánicas jugables de los primeros Crash Bandicoot, mezclando plataformas con distintas perspectivas y enfoques de cámara. El diseño de niveles es un punto sobresaliente, en la mayoría de los casos; con fases extensas y variadas, en las que debemos ser bastante hábiles para entender cómo superar los retos planteados. Se han implementado nuevas e interesantes mecánicas. Estas llegan principalmente a través de las Quantum Masks, unas máscaras de origen místico que nos otorgarán poderes especiales. Sus usos van desde ralentizar el tiempo, hacer aparecer y desaparecer objetos, jugar con la gravedad, hasta darnos poderes especiales para derrotar enemigos específicos y/o recorrer largas distancias. El uso de estas máscaras, lamentablemente, está supeditado a secciones específicas de los niveles, por lo que no tendremos estos poderes siempre. El juego nos ofrece una treintena de misiones, lo cual nos pueden demandar unas diez horas, pero esta duración se multiplica debido al gran incentivo que hay por rejugar estos niveles. No solo tenemos el clásico modo contrarreloj, en el que debemos superar el nivel en el menor tiempo posible; sino que también tenemos modalidades cooperativas offline para repasar una fase con un amigo o compitiendo por hacer un mejor puntaje. Además, llegado a cierto punto de la campaña, se desbloquea un modo invertido, que cambia la perspectiva del nivel y otorga retos extra. Si bien la dificultad del juego es bastante medida, salvo puntuales excepciones, el verdadero reto está en completar los desafíos planteados en los niveles, que van desde destruir todas las cajas o encontrar un diamante oculto. Pero también hay parámetros exigentes, como no morir más de tres veces en toda la fase. El apartado gráfico es sobresaliente, con modelados de personajes soberbios, y animaciones fluidas y muy
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‘naturales’. De igual modo, la ambientación es cambiante y cargada de elementos, tanto en un primer plano como en el fondo. Es todo un goce quedarse parado unos segundos y observar todos los detalles que hay. Todo este despliegue artístico corre en una tasa de fotogramas estable, sin ralentizaciones y sin fallas técnicas. Eso sí, los tiempos de carga los sentí un poco elevados, pero nada grave. También debo resaltar el apartado sonoro: la música, ágil y variada, es constante compañía en las misiones, mientras que los efectos de sonido ya son una suerte de marca de fábrica de la saga. LO MALO Este juego puede ufanarse de tener algunas de las mejores misiones que recuerde en la saga, pero también tiene unas fases planas, cortas y poco explotadas. Además, las mecánicas de los nuevos personajes no terminan de aterrizar, y no alcanzan las cuotas de calidad del set de movimientos del dúo protagonista. Estas misiones tienen un ritmo distinto, más pausado. Esta suerte de irregularidad también se evidencia en los enfrentamientos contra los jefes. Hay enfrentamientos memorables; extensos y retadores. Pero también hay peleas sosas, simplonas y accesibles. En cuanto a su nivel de dificultad, el juego tiene un inicio bastante ‘amigable’, para luego posicionarse en un nivel de dificultad medido, retador, pero no extenuante. Eso sí, hay excepciones a esta regla, con misiones y jefes realmente complicados, pero son picos en el trazado, no una constante. LO FEO Desierto. CONCLUSIÓN: “No diré que Crash Bandicoot 4: It's About Time ha tocado el cielo y el infierno, pero sí creo que sufre de ciertas irregularidades. Tiene niveles simplemente geniales, por los que no tendría reparos en ponerlo como candidato a GOTY. Lo malo es que también hay misiones deslucidas, que -sin ser mediocresdesentonan frente a las antes mencionadas. Lo mismo pasa con el nivel de dificultad, medido por momentos, extenuante en otros. Esto no quita que sea una excelente secuela, digna receptora de la posta del legado de la saga. Estamos ante uno de las mejores plataformas de la temporada.”
FERNANDO CHUQUILLANQUI (Más Consolas blog)
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JUKEBOX DESDE EL OTRO LADO
ESCRIBE: CONX MOYA
ROCKUMENTARY PARA UNA ÉPOCA CONVULSA Siempre he sido una convencida entusiasta de los documentales y películas rock, en especial si están dedicados a mis bandas preferidas y disfrutados en pantalla grande. Pocas cosas hay igual de emocionantes. “Rude Boy” es un semidocumental sobre The Clash, con una parte guionizada y otra de “rockumentary”, con escenas reales de sus conciertos. La historia de ficción tiene como protagonista a un fan del grupo, el completamente perdido Ray Gange, que conoce a los miembros de la banda y les ronda hasta que consigue trabajar como roadie en sus giras. Rodada entre 1978 y 1979, con un guion basado en gran parte en la improvisación, los The Clash no quedaron contentos con el resultado. Lo cierto es que, visto en la actualidad, compone un interesante documento sobre aquellos pirados días. En lo musical “Rude Boy” recoge temas de los discos The Clash UK (1977) y Give 'Em Enough Rope (1978). Así se pueden escuchar a través de actuaciones en directo, en la sala de ensayo y estudio, canciones tan míticas como ‘Remote Control’, ‘White Riot’, ‘London's Burning’, ‘Police & Thieves’, ‘Rudie Can't Fail’, ‘Garageland’, ‘All the Young Punks’, ‘Tommy Gun’ o la preciosa ‘Stay Free’, que introduce una intensa conversación sobre el enorme poder evocador de las canciones en lo que era un tema “demasiado pop para el directo”, como se lamentaba Jones. La cinta muestra la desafección entre algunos fans de la banda por su postura política combativamente de izquierda, antirracista y antifascista. Así lo expresa el protagonista Ray, al que no le gusta la militancia del grupo, en sus charlas con Strummer y Jones (este directamente le avisa con un “te estaré vigilando”). Desavenencias ideológicas que surgieron en la propia banda con el primer batería, Terry Chimes, que aparece en el disco como “Tory Crimes”, algo así como “delitos de conservador”, como respuesta a sus tendencias. Sería sustituido por Topper Headon, aunque la adicción a la heroína de éste llevó a Terry a regresar a The Clash en varias ocasiones. Gran parte del interés del documental reside en el retrato que se hace de unos años convulsos en el país, una época que a mí me fascina, caracterizados por la recesión y el alto desempleo.
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Comienza con las imágenes del encontronazo entre miembros del National Front y una manifestación antirracista, vigilado por unos “bobbies” cándidamente desprotegidos. Londres (que se encontraba burning) se muestra feo y desencantado, a punto de ser tomado por las hordas punk. Aquí aparece la actuación de The Clash en el recordado festival “Rock against racism” en Victoria Park, organizado por la Liga Anti-Nazi del Socialist Workers Party (de orientación trotskista) contra los grupos de ultraderecha del National Front. Recoge las tensiones raciales y finaliza con el triunfo en las elecciones generales de 1979 de la “musa del punk”, la lideresa conservadora Margaret Thatcher, quien gobernó con mano de hierro el Reino Unido entre 1979 y 1990. Los Clash de este filme son los de la primigenia furia punk, justo antes del salto que les llevó a un estrellato sideral, los pre CBS; son los Clash anteriores a un sonido más cuidado y con influencias ska, reggae o rockabilly; los que estaban sin pasta, los que entraban y salían de los juzgados por múltiples encontronazos con la justicia; los de los pelos largos de Mike Jones y el diente podrido de Strummer; los de salas de conciertos pequeñas, hoteles costrosos y las primeras giras por el Reino Unido. Descubrí a la banda tarde, de la mano de mi hermano y maestro de Clash, el zaragozano Noé Felipe, que me guio en los primeros pasos para escucharles y saber sobre ellos. El compromiso político de la banda, su actitud, su extraordinario gusto en el vestir y el amor de Strummer por nuestra adorada Granada, con sus locas anécdotas tan bien contadas por el desaparecido Jesús Arias y su relación con los 091, aumentaron nuestro amor y admiración por The Clash, “the only band that matters”.
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LIBROS
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MEDIO SIGLO CON BORGES AUTOR: MARIO VARGAS LLOSA (PERÚ) Estamos ante un pequeño libro con alto contenido proteicoliterario. Aquí se recopilan las dos entrevistas que el Nobel peruano le hizo al “inaccesible” Borges, realizadas con cierta reverencia, a las que posteriormente Vargas Llosa reconocería como monólogos. También, algunos escritos sobre la relación del argentino con la política, su influencia sobre Juan Carlos Onetti, el homenaje que le hicieron en París por su centenario, sus últimos años como viajero enamorado y, sobre todo, la conferencia “Ficciones de Borges” que es toda una cátedra sobre cómo abordar con conocimiento, respeto y cariño, las virtudes y defectos de la obra del escritor que se admira. En sus memorias, “VHS”, Alberto Fuguet dice que los fans también tienen deberes, porque si algo nos gusta mucho nos sentimos en la “obligación” de promocionarlo, de pasarle la voz a todo el mundo. Bueno, yo soy un fan de Vargas Llosa que ha disfrutado de estos escritos, hechos por un fan de Borges.
OPUS GELBER AUTORA: LEILA GUERRIERO (ARGENTINA) En “Opus Gelber”, Leila elabora un perfil de largo aliento sobre el argentino Bruno Gelber, quien es considerado uno de los mejores pianistas del siglo XX. Durante un año lo visita periódicamente en su vivienda y asiste a algunas de sus presentaciones, y entre cenas opíparas y decenas de entrevistas, a la periodista le cuesta mucho sacarlo de su zona de confort o llegar al momento de la ‘gran revelación’. En ninguno de sus anteriores libros ella se había expuesto tanto como aquí: por momentos optimista, frustrada, desconcertada, expectante, etc. En esta crónica de personaje, Leila además de adentrarnos en un mundo artístico y social vetado para la mayoría y así aproximarnos al modus vivendi de uno de los mejores intérpretes de Beethoven y Rachmaninoff, nos permite conocer un poco más de ella o al menos así lo quiero creer como el admirador que soy.
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MEJOR EL FUEGO AUTOR: JOSÉ CARLOS YRIGOYEN (PERÚ) Esta novela corta parece haber sido escrita en los noventa. Tiene la impronta de ese realismo sucio, urbano y algo light de muchos relatos de aquella década. Es más, los hechos suceden en la Lima del fujimorato. El protagonista es un muchachito homosexual de clase media-alta que sufre un estupro, y a partir de allí su adolescencia y primera juventud ‘pimponea’ entre el hedonismo y la autodestrucción, sin importarle el daño que pueda ocasionar a los demás. Se aplaude la determinación del autor por narrar hechos crudos con un lenguaje sosegado y por momentos poético, que, si bien nos convence, al mismo tiempo, solo nos permite observar y no vivir la historia. Al terminar su lectura, recordé lo que alguna vez un famoso escritor me dijo sobre una de sus novelas: “quizá este libro ya no es para ti, pero sí para un chiquillo”.
NAVAJAS EN EL PALADAR AUTOR: JORGE ESLAVA (PERÚ) Relatos cuyos protagonistas son los “pirañitas” que vivían en las calles del centro histórico de la Lima de los noventa. Este libro de ficción falla estrepitosamente al intentar reproducir el lenguaje callejero de estos muchachos, y a la vez dotarlo de cierta poética. Entonces, asistes a monólogos o diálogos, donde el ‘achorao’ habla con toda la jerga y procacidad inimaginables, y de repente su lenguaje y reflexión cambian como si un Vallejo lo hubiera poseído. Ni siquiera el narrador en tercera persona sale ileso. Además, debido a una obsesión por reproducir todo el vocabulario “piraña”, los siete relatos parecen protagonizados por la misma persona. Hay una última parte, donde el autor comenta sobre el origen del libro, los pormenores de su escritura y algunas situaciones reales que vivió junto a esos muchachos cuando trabajó con ellos en un proyecto relacionado con los derechos del niño. Pues, gracias a esa última parte y a las fotos que la acompañan, podemos darle al libro cierto valor como un documental.
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NOVEDADES DISCOGRÁFICAS
NOVEDADES DISCOGRÁFICAS
FLEET FOXES – “Shore” En ‘Cradling Mother, Cradling Woman’, un Brian Wilson de 24 años comanda a los de Seattle con un clásico “one, two, three, four” (extraído de las sesiones del canónico Pet Sounds), y así, una de las máximas influencias de la banda, bendice al segundo mejor disco de los Fleet Foxes (imposible destronar al epónimo del 2008). “Shore” mantiene la estética de sus predecesores con algunos cambios sutiles: menos arreglos corales a varias voces, reemplazados por una mayor reverberación en la voz solista, y la presencia de sonidos ambientales; esto último nos permite la mejor experiencia cuando disfrutamos del álbum en su versión ‘road movie’, con un filme de una hora que nos muestra paisajes naturales y urbanos del noroeste estadounidense. Así como el “Ram” (1971) de McCartney celebraba los pequeños placeres que nos regala la vida en un tiempo donde la moda era “protestar” contra el mundo, “Shore” se aferra a esa idea por necesidad, para sobrevivir a este tiempo de muerte y encierro. Y así lo reafirma el cantante, guitarrista y líder Robin Pecknold: “Shore, es una celebración de la vida en la cara de la muerte, como un alivio, como tus pies tocando la arena de la playa tras el descenso de la marea”. Un álbum para reconectar. (HENRY A. FLORES)
FUTURE ISLANDS “As Long As You Are” El sexto álbum de la banda canadiense está empapado de sintetizadores. Estos sintetizadores flotan, gruñen y bailan, hacen pequeños ruidos suplicantes como gatitos hambrientos, pero, sobre todo, acechan. Desde la primera canción, ‘Glada’, Gerrit Welrmes marca el tono esperanzado y a la vez melódico del disco. Las letras de este nuevo material, a veces crípticas, oscilan entre finales y comienzos, temas de identidad, auto aceptación y autorrealización; en ‘Plastic Beach’, el narrador ve una imagen en el espejo que está en desacuerdo con su yo real. Por momentos, hay cierta verborrea como en “Waking” (“...mis palabras han sido un escudo durante toda mi vida. Canté un cisne, me dio alas para volar. Y en ausencia de un eco, el ego muere”). La sensación de esperar un futuro incognoscible pero esperanzador, alcanza su apoteosis en la pista final, ‘Hit The Coast’, una canción fantástica sobre empacar todo en el coche y llevarte a un sin rumbo. Su ritmo de conducción evoca un paisaje rodante, la sensación de impulso hacia adelante, pero, también hay tristeza, fragmentos de arrepentimiento pasan. Y los sintetizadores, de nuevo te inundan el ambiente y te absorben. (ÁNGEL SANTILLÁN)
JOE SATRIANI “Shapeshifting” Hay dos claves que explican la inmensa calidad que atesora este álbum: en primer lugar, es un retrato objetivo, preciso y amplio de todo lo que es Satriani como guitarrista y compositor; un compendio de su estilo como músico de estudio. En la otra mano, es al mismo tiempo un trabajo muy innovador, en el que lleva a su terreno lenguajes musicales en el que hasta hace poco resultaba difícil imaginarle. En este disco hay tres tipos de canciones: su típico y potente hard rock – heavy metal (‘Shapeshifting’, ‘Crystal Planet’, ‘Big Distortion’), un segundo bloque con composiciones más relajadas, baladas y medios tiempos, sobre los cuales fluyen sensibilidad, lirismo y sentimiento (‘All For Love’, ‘Teardrops’, ‘Waiting’), y composiciones más experimentales y complejas que van desde el funk metal al rock progresivo (‘Falling Stars’), pasando por el reggae (‘Here The Blue River’) y el folk celta (‘Yesterday’s Yesterday’). Son cuarenta y siete minutos de magia, energía y experimentación. Es el genio creador de Joe Satriani en uno de sus trabajos más completos y originales. (MARIANO MUNIESA)
TRAVIS – “10 Songs” En este noveno álbum de los escoces no hay sorpresas, ni en la temática de sus canciones, ni mucho menos en lo musical; sin embargo, han recuperado la contundencia y la sostenibilidad de sus primeros trabajos. Y es que, desde el arranque, ‘Waving At The Window’, con sus hipnóticas líneas de piano, nos atrapa para no soltarnos más, hasta el final con ‘No Love Lost’. Imposible ser indiferentes ante experiencias como la exquisita ‘The Only Thing’ (cantada a dúo con Sussana Hoffs de The Bangles), la urgente ‘A Ghost’ o la bella ‘Nina’s Song’ (la favorita de Hallie). En un momento del video del single ‘Kissing in the Wind’, el volumen de la canción baja al mínimo, para dar paso a un veinteañero Fran Healy, totalmente eufórico y emocionado por estar en los estudios Abbey Road; mientras señala los lugares que ocupaban McCartney y Ringo, se echa con el oído pegado al suelo y, completamente maravillado, dice: “aún se puede escuchar la batería”. Esos mismos sentires hacia Travis, se han renovado gracias a este disco. (HENRY A. FLORES)
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THE FLAMING LIPS – “American Head” (2020)
UNA MIL MILLONÉSIMA DE MILISEGUNDO EN LA MAÑANA DE UN DOMINGO ESCRIBE: JORGE CAÑADA Promedian los años setenta. El verano más húmedo que se recuerde en Oklahoma City está resignando sus últimas horas. Las luces en el interior del JJ's Alley siguen parpadeando antes de apagarse por completo. Un adolescente Wayne Coyne ya gastó todas sus horas estirando hasta lo imposible su única bebida de la noche de un sábado que ya es historia. Apoya su cabeza sobre un ajado mapa de rutas en el que estuvo rastreando el itinerario de los músicos que rondan el medio oeste de los Estados Unidos. La improvisada almohada de papel sedoso se confunde con su voluminosa cabellera en un trazado de ciudades, pueblos y caminos que recorren cincuenta estados. Aún no perdió la esperanza de filtrar su propia banda en algún lugar de la programación, tratar de impresionar con su maraña de cuerdas distorsionadas, y por fin salir de su tierra natal como furgón de cola de una caravana de artistas en una gira interminable. No ha reparado en la destartalada VW Kombi con placa de Florida que durmió por horas a la sombra del cartel del callejón Bricktown, justo a la salida del JJ's Alley. Levanta la mirada y lee: “lo que creemos que es un gesto de libertad, es un síntoma de la jaula que nos rodea”. Una frase que resuena desde el futuro en un libro sobre la profundidad de los mares amarillos. Justo en ese instante, distraído por la leyenda manuscrita en la pared, no alcanza a ver cómo va descendiendo del vehículo una caterva de melenudos sin rumbo. Nunca sabrá que esos cinco jóvenes pronto recalarán en Tulsa, a una hora de distancia de donde él está sentado en este preciso momento, para registrar ‘Depot Street’, su primer single comercial, una sencilla balada que detrás del tono cándido de un romance adolescente insinúa la fantasía de una relación triangular entre un joven y dos hermanas. Nunca sabrá que esa banda pronto arrojará la toalla, apesadumbrada por el fracaso de ese lanzamiento. Nunca sabrá que el rubio que parece llevar la voz cantante y el morocho de cabello ensortijado seguirán juntos, rompiendo corazones hasta el final del camino. Nunca sabrá que el rubio se codeará con leyendas del rock, y que llegará a formar una banda con Roy Orbison, Bob Dylan y George Harrison. Sólo sabe que él mismo quiere ser parte de ese mundo. Aún no sabe que algún día no tan lejano, lo logrará. * * *
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Si algo atesoraron los primeros Flaming Lips fue un innegable talento para concebir títulos geniales y una capacidad inversamente proporcional a la hora de sintetizar sus influencias musicales. No fue hasta la edición de The Soft Bulletin, en los márgenes del siglo pasado y con cerca de una decena de discos en su haber, que la banda lograría desprenderse del peso que venía lastrando su despegue. Con una naturalidad libre de todo artificio de marketing, se sacudieron los excesos, para descubrir los bordes precisos de un estilo que habitaba bajo innumerables capas de sonido. El propio Coyne, alma indiscutible de la banda, podría parafrasear a Miguel Angel: “Vi el ángel en el mármol y tallé hasta que lo puse en libertad”. Desde 1986, los de Oklahoma City venían grabando discos desparejos que acumulaban infinitos caminos sonoros, cambios de registro vocal, sinfonías de nombres imposibles, interminables guiños a la psicodelia, pesadillas de space opera y constantes referencias a los psicotrópicos, pero en cada intento también sembraron rastros que llevaron invariablemente a este presente, sin descartar claro está, otras posibles realidades que sin dudas conviven en la humanidad de Coyne. ‘One Million Billionth of a Millisecond on a Sunday Morning’, la segunda canción de su segundo disco, condensa esa historia en algo más de nueve minutos.
Todo fue un arrebato de creatividad incontenible y autoindulgente. Laberínticos fárragos de distorsión, mantras en tecnicolor e irreverentes versiones de standards ya canonizados. A mediados de los noventa, después del pequeño salto a la popularidad que significaron Transmissions from the Satellite Hear y Clouds Taste Metallic, Zaireeka llevó la vanguardia al extremo. Cuatro discos, con canciones de títulos idénticos, que deben ser reproducidos simultáneamente si se quieren escuchar las canciones completas, pero que también pueden combinarse escuchando solo algunos de ellos al mismo tiempo. Entonces, después del aquelarre fue The Soft Bulletin. El intento cuadrafónico de Zaireeka había operado como el precepto del gran Samurai Musashi, librarse del yo y fundirse en el vacío que reside en lo más profundo de la existencia y al que todo regresa. Un nuevo comienzo sin final que lo preceda, continuidad sin pasado. The Soft Bulletin,
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ese Pet Sounds de la era moderna, fue todo lo que los Flaming Lips habían sido, y es todo lo que no fueron. Un yin y yang sin principio ni fin. Caos orquestado. Melodías que se apagan a la espera de estribillos que no se repiten. Armonías desencontradas. Afinaciones imposibles. Acordes que no existen.
instrumento o una interpretación. El bosque tapa a todos y cada uno de los árboles que lo forman.
Pero el cambio también puede ser pura ilusión, toda esencia resiste como el rio al que se le quiere modificar su curso natural. Ciertas cosas no han de cambiar, gestos que no pueden desaprenderse. El reconocimiento que vendría a partir de ese disco no los disuadió de continuar experimentando. Vendrían discos demencialmente geniales. Sería el momento del consagratorio Yoyimi battles The Pink Robots y el menos valorado At War with the Mystics, contenedor de una respetuosa versión de ‘Bohemian Rapsody’ y de ‘Pompeii Am Gotterdammerung’, la canción que sublima lo mejor del Pink Floyd que aún no había visto el lado oscuro de la luna. Vendrían discos enteros para homenajear las obras que los inspiraron (The Dark Side of the Moon y With a Little Help from My Fwends) y buenos intentos por seguir sorprendiendo (Embryonic y The Terror), hasta llegar a King's Mouth: Music and Songs en el que junto a Mick Jones (The Clash) cuentan la historia de un rey gigante que hace el máximo esfuerzo por salvar a su ciudad de la amenaza de una avalancha, y al que su pueblo le corta la cabeza para sumergirla en acero, y así preservarla como un eterno monumento a su amor altruista. * * * Sería imposible tratar de entender la llegada de American Head, sin intentar una aproximación previa a su evolución musical, porque su sonoridad aparentemente ligera esconde una complejidad de casi cuatro décadas. Como esos mineros de Ted Chiang que escalan la Torre de Babilonia con la misión de cavar en la bóveda celestial, Coyne & Cia. trascendieron su propia dimensión, perforaron su historia para reiniciar su camino desde un nivel musical superior. Se trata de un álbum lleno de nostalgia, de claro corte retrospectivo y autobiográfico, que logra rescatar, arrastrar a través de los años y traer ileso hasta nuestros días, el sonido de una época que no podríamos precisar, pero que sin duda huele al poder de las flores. De principio a fin, la sensación es la de estar transitando por una única canción que compás tras compás desliza al escucha por un tobogán del que no quisiera bajarse nunca. Es difícil destacar un
American Head es surrealismo musical tratando de dar forma a lo informe y conciencia a lo inconsciente, como en ‘At The Movies On Quaaludes’, donde se insinúa que el sueño americano sólo es posible bajo el efecto de generosas dosis de sedantes, o su contracara ‘Mother I've Taken LSD’, en la que el ácido lejos de evadirte de la realidad se convierte en la única llave que abre las puertas que permiten ver la tristeza a nuestro alrededor. Todo parece redimirse con “My Religión is You”, acaso la declaración de amor más abstracta que jamás se haya escrito, pero dueña de una melodía capaz de hacerte creer que eres el único destinatario de semejante proclama. Todo en American Head parece una búsqueda constante por materializar recuerdos de un pasado entrañable. No menos evocativo es el concepto que Coyne imaginó para entrelazar las canciones, y que parece haber sido inspirada por “Runnin’ Down A Dream”, el documental sobre la carrera de Tom Petty. Así es que imagina a los Mudcrutch, la banda que Petty lideró a mediados de los setenta antes de fomar a the Heartbreakers, demorados en Oklahoma interactuando con una banda local, mientras esperan su turno para entrar a grabar su primer single en el Leon Russell's Tulsa Studio.
* * * The Flaming Lips acaban de dar un concierto en The Criterion, una sala de Oklahoma City, su ciudad de origen. Un show en el que tanto los músicos como el público han estado dentro de una burbuja de plástico individual. Coyne dice estar acostumbrado, no es su primera vez, sólo espera que los fans puedan aceptar las nuevas reglas de juego que impone la pandemia. Cuando le preguntan por el presente dice que por primera vez se reconocen como una banda americana. Ahora está sentado en una mesa del JJ's, al que llegó caminando después la actuación. Afuera lo espera el trailer con el resto de la banda, justo al lado del cartel de la calle que reza “The Flaming Lips Alley”.
DIRECTOR: HENRY A. FLORES Discos y Otras Pastas no se hace responsable del contenido de los artículos y agradece a sus colaboradores por la exclusividad otorgada.
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