DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com AÑO 15 NÚMERO 92
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MARZO 2021
KINGS OF LEON - “WHEN YOU SEE YOURSELF” (2021)
ENVEJECIMIENTO PREMATURO son los escasos buenos resultados de la ya desgastada fórmula. Los demás tracks hay que cogerlos con pinzas porque no llegan a cuajar del todo, y solo nos ofrecen algunos momentos sobresalientes. Mucha de la responsabilidad recae en el productor Markus Dravs (Arcade Fire, Coldplay, Björk). Todo lo destacable que ayudó a conseguir en “Walls”, aquí no logra repetirlo ni mucho menos mejorarlo, por ese empeño suyo en dotarle de muchos efectos a la voz de Caleb (‘Fairytale’, ‘Echoing’, ‘Stormy Weather’), quitándole protagonismo y haciéndole perder esa impronta musculosa y sobrecogedora, que es parte del ADN de la banda junto al bajo protagonista. Incluso, en canciones como ‘A Wave’ o ‘Supermarket’, la voz está casi sepultada bajo capas de teclados, bajo y batería. Quizá ya es tiempo de que vuelvan a trabajar con el productor Ethan Jones o con su mentor Angelo Petraglia.
En tan solo cinco años (2003 2008), los Followill entregaron sus primeros cuatro álbumes, diferentes entre sí, que dejaron clara constancia de su evolución musical y estética. El enorme éxito, artístico y comercial, alcanzado en el cuarto disco (“Only by the Night”), les permitió consolidar su propio sonido, que para bien y para mal, ha configurado sus posteriores trabajos discográficos. “Come Around Sundown”(2010), “Mechanical Bull” (2013) y “Walls” (2016) los muestran muy cómodos y afianzados en esa sonoridad alcanzada. Son álbumes continuistas, pero sobresalientes, en especial “Walls”. Para esta nueva aventura, “When You See Yourself”, los Kings of Leon acuden una vez más a los sonidos y arreglos de siempre, pero ya la fórmula no da buenos resultados, o son escasos. En las entrevistas promocionales, Jared (bajo) insiste en que este es su mejor disco hasta la fecha, y Matthew (primera guitarra) hace hincapié en que han regresado, por momentos, al sonido de sus inicios. Sin embargo, las canciones se encargan de desmentirlos. Estamos ante el álbum menos sorprendente y poco agraciado de los de Nashville.
Ocho álbumes en poco menos de veinte años de trayectoria. Solo el hermano mayor, Nathan (batería), es el cuarentón del grupo (41). Andrés Caicedo solía decir que “nadie quiere a los niños envejecidos”, refiriéndose a aquellos jóvenes de mirada cansada, sin capacidad de emoción y sin ganas por esforzarse. Con “When You See Yourself”, los Kings of Leon están muy cerca de aquella máxima del malogrado escritor caleño. HENRY A. FLORES
Sin titubear, puedo afirmar que las primeras tres canciones son las mejores. ‘When You See Yourself, Are You Far Away’, ‘The Bandit’ y ‘100,000 People’
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VICIOGAMES
LO BUENO, LO MALO Y LO FEO DE: LITTLE NIGHTMARES II LO BUENO Little Nightmares II nos da el control de Mono, un niño que despierta en medio de un bosque junto a un televisor. ¿Qué ha ocurrido? ¿Se trata de un sueño? ¿Una pesadilla? Este es el inicio de nuestra aventura, en la que nos adentraremos en la siniestra Pale City. Durante nuestro recorrido encontraremos a Six, la niña protagonista de la primera entrega, con la que uniremos fuerzas para intentar salir con vida de esta lúgubre urbe. El juego tiene una historia oscura, intrigante y, hasta cierto punto, reflexiva y crítica con la sociedad. El guion logra todo esto sin una sola línea de diálogo. Al igual que la primera entrega, en esta secuela hay mucha carga interpretativa. El apartado jugable se basa en lo experimentado en la primera entrega; pero se agregan comandos y movimientos. Mono puede llamar a Six para que vaya a un lugar específico, también la puede tomar de la mano para caminar juntos. El protagonista, además, puede coger objetos y usarlos como armas en determinados segmentos. A nivel visual, el juego mantiene la estética opresiva con un diseño de escenarios mucho más detallado y profundo, y una buena calidad en las animaciones de los personajes, que se mueven con más soltura y naturalidad. Aquí no solo se utiliza la ambientación para generar tensión e intriga. El desarrollo de las acciones, el planteamiento de los obstáculos, los efectos de sonido, la ausencia de música en grandes pasajes; todo esto se conjuga para transmitirnos soledad, desasosiego y mucha tensión. La música también juega un papel importante. Aparece en pocas ocasiones, para enfatizar los momentos de tensión; pero también como parte de la jugabilidad y tiene un protagonismo por sí sola. LO MALO A nivel jugable, se desaprovechó la posibilidad de incluir un juego cooperativo, teniendo en cuenta que en la mayor parte están presentes Mono y Six. Para suplir esto, Tarsier Studios le dio a Six una inteligencia artificial bastante competente, pero el problema está en que nos ‘spoilea’ la solución de los puzles o el camino a seguir, realizando acciones por sí sola, mientras el jugador apenas
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está divisando el escenario. Little Nightmares II no es un videojuego en extremo complicado, no solo a nivel de reto sino por los sencillos puzles planteados; pero sí morí bastante a lo largo de la aventura. Esto es porque los desarrolladores apelan en demasía al ‘prueba y error’, tal como pasaba en la primera entrega. Un enemigo atacando por sorpresa, trampas ocultas, pisos falsos, etc., son una constante. No es algo malo per se, pero sí creo que se pudo innovar un poco más. El control del personaje es adecuado, pero hay pequeñas imprecisiones que pueden ser corregidas como en los segmentos plataformeros y en el uso de los objetos como armas en contra de los enemigos. Fuera de eso, creo que todo es bastante correcto. Y a lo largo de la campaña, me encontré con pocos ‘glitches’ que me impedían continuar con la aventura, como acciones que no se ejecutaban al realizar los comandos o personajes estancados. LO FEO La campaña tiene una duración demasiado corta. La primera pasada me tomó poco más de cuatro horas. Ya en la segunda pasada, sabiendo las ‘sorpresas’ y ubicación de las trampas, me tomó la mitad de tiempo. Huelga decir que hay un pequeño incentivo para pasar el juego por segunda vez, ya que hay un final secreto si cumplimos ciertos criterios durante la campaña. CONCLUSIÓN: “Little Nightmares II supera en muchos aspectos a su predecesor y se ubica como lo mejor de este 2021 que acaba de empezar. Es un videojuego con una estética opresiva, con una jugabilidad pausada y tensa; y con un argumento que deja mucho para el debate. Me encanta tener este tipo de propuestas únicas dentro de un mercado que, lamentablemente, tiende a reciclarse en demasía. Tal vez su pecado es no innovar demasiado en su apartado jugable con respecto a su predecesor, pero esto podría perdonarse ya que, al menos en consolas, es apenas su segunda entrega. Sin duda, Tarsier Studios deja el listón elevado para la desarrolladora que tome la posta y continúe con la saga.” FERNANDO CHUQUILLANQUI
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Directora: Melina León / Perú (2019)
CANCIÓN SIN NOMBRE ESCRIBE: ÓSCAR CONTRERAS El cine de ficción, en general, es una traición a la realidad, aunque no nos demos cuenta. Y está bien que así sea. Salvo que una película se inscriba en el subgénero del cine denuncia, que es la apuesta de este filme. Entonces, la cosa cambia. Melina León, la directora, coescribió el guion junto al norteamericano Michael J. White. La película se basa, y representa, una investigación periodística conducida en 1981 por el periodista Ismael León (el padre de la directora) desde el diario La República, sobre una red delincuencial de tráfico de niños recién nacidos, que eran negociados con sus madres o simplemente robados de las guarderías para luego colocarlos en hogares del extranjero. La sutileza es que los hechos han sido ubicados en 1988, durante el tramo final del gobierno de Alan García, cuando la ofensiva de Sendero Luminoso era intensa y la anomia envolvente. Aquello no es un detalle menor si consideramos que el principal y único argumento de la película -que divide al mundo en pobres oprimidos y en desalmados burócratases mostrar las sombras abominables de un Estado abusivo, violento, corrupto y burocrático. Que, en realidad, era el Estado del segundo belaundismo, de la primavera democrática de inicios de los ochenta; y que se troca por el Estado ocupado por el inefable primer gobierno de García. Si el papel aguanta todo y el celular también ¿Por qué no el cine? A fin de cuentas, el cine es una representación de la realidad y de la Historia, y responde a la visión y al pensamiento de un autor. No existe una obligación de fidelidad o de certeza. Pero no, así no son las cosas. El problema comienza cuando al inicio se inserta el "basado en hechos reales". Los títulos de crédito están hechos con portadas de periódicos y fotografías que corresponden al primer gobierno de García. Hay una clara intención de situar los acontecimientos, en términos históricos y políticos, de marcar la cancha, de crear condicionamientos en el espectador y contar, administrando, gananciosamente , pecados políticos ajenos, echándole una raya más al tigre. Y,con honestidad, no nos parece.
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Antes que situar temporalmente y narrar, se prefiere el juego político y la oscuridad. En ese momento, “Canción sin nombre” pierde. Al inicio de “La boca del lobo” (1988), la gran película de Francisco Lombardi, se leen unos carteles explicativos que ponen en contexto el terrorismo y la ficción, sin cargar las tintas o atribuir responsabilidades. Este filme no transitaba por el cine denuncia, tampoco era un documental o un instrumento de acción política. Era un drama rural centrado en unos hombres armados, en peligro y rodeados por un enemigo ubicuo. Basada en la matanza de Soccos, ocurrida durante el segundo gobierno de Belaunde, no ponía énfasis en ese detalle, no restregaba la herida dejada por el belaundismo y enfrentó la presión del Comando Conjunto de Alan García antes de su estreno. Pero, ayer y hoy, es una película imparcial, inteligente, no subordinada a ningún interés político. Y los hechos en la ficción pudieron haber ocurrido en el gobierno de García o en el de Belaúnde. No había necesidad de marcarlos, resultaba irrelevante, lo importante era contar la historia y describir el fenómeno. Lo mismo ocurrió en su momento, por ejemplo, con “The Changelling” de Clint Eastwood, una cinta sobre el extravío, secuestro y asesinato de un niño en la Norteamérica de los años veinte. Una película magníficamente contextualizada y sin sesgo. Donde la urgencia política y el drama histórico no apuraron la objetividad, ni la fidelidad. Decimos esto, porque “Canción sin nombre” es un filme que se toma el tiempo necesario y medita alrededor de la fotografía. La composición visual, el trabajo con el blanco y negro para proveer atmósfera y temperatura -un innegable punto a favor del cinematografista Inti Briones- termina siendo inversamente proporcional a la rigurosidad dramática, a la solvencia en la dirección de actores y a la eficiencia en el relato donde se perciben forados y desniveles. La ópera prima de Melina León tiene elementos del cine político de denuncia, también de drama social y hasta de narración homoerótica, al estilo de “Fresa y Chocolate”, gratuita e inconvincente esta última.
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NOVEDADES DISCOGRÁFICAS
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FOO FIGTHERS “Medicine at Midnight” De igual manera que le ocurrió el año pasado a Pearl Jam con “Gigaton”, “Medicine at Midnight” es la búsqueda de Foo Fighters sobre algo que no termina de aparecer. No es un paso en falso, pero no se acerca a sus mejores trabajos. Un disco que se puede definir como entretenido, de escasos treinta y seis minutos, que nos permite disfrutar de la capacidad baterística de Taylor Hawkins. Es digno de alabar el que estas bandas consagradas no se conformen con auto versionarse una y otra vez. Sin embargo, estos intentos de renovación no terminan de cuajar. Aquí los FF se acercan a melodías pop sin perder la esencia roquera innata de Dave Grohl. Un giro similar al que realizaron los Queens of the Stone Age con “Villains” (2017), pero con una resolución bastante menos acertada. Y tras “Sonic Highways” (2014) y “Concrete and Gold” (2017), completan una trilogía que no se sabe muy bien hacía donde apunta. Quizás, “Wasting Light” (2011) fue demasiado bueno y con él quemaron las naves. Lo más innovador de este último trabajo, son los coros que aparecen en varios de sus cortes. Ni siquiera su nueva incorporación, el tecladista Rami Jaffee, tiene una presencia muy perceptible. ‘Shame Shame’ es una de las canciones mejor elaboradas del álbum, bien conducida por un riff muy sutil y la regencia del medio tiempo. Contrasta con ‘Waiting on a War’ que recuerda en exceso a sus éxitos pasados. Haciendo honor a su título, ‘Medicine at Midnight’ es el bálsamo colocado a mitad del disco que va pegando bandazos. Incluso la estrofa puede tener reminiscencias a cierta etapa de Bowie y el solo de guitarra parece imitar los de “Let’s Dance” (1983). Es, sin duda, la canción que mejor han sabido interpretar los músicos y la mejor producida, con cada elemento colocado en el lugar preciso, en el momento adecuado, y con un estribillo marca de la casa Grohl. ‘No Son of Mine’ parece sacada del “Kill ’em All” de Metallica, no es la invención de la pólvora, por mucho coro seudo góspel que le hayan metido. El tramo final lo salva con creces ‘Chasing Birds’, con uno de los mejores trabajos armónicos en la discografía de la banda, es una perla delicada y
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brillante. “Medicine at Midnight” no es un álbum como concepto, es más bien una colección de canciones de todos los colores, para todos los gustos, o para ninguno. Cuesta no pensar que Grohl y compañía han editado ya sus mejores obras, así que tendremos que conformarnos con extraer de cada disco esas dos o tres canciones que no redundan en los mismos recursos y que logran sorprendernos. (MIGUEL HERNÁNDEZ) WEEZER “OK Human” En esta media hora de música, los Weezer parecen homenajear a las grandes obras de pop orquestal. Ni una guitarra eléctrica suena a lo largo de estas doce composiciones que se suceden sin pausa, y en las que el protagonismo se lo llevan el piano y los arreglos orquestales, presentes de principio a fin. Sorprende ver lo bien que funcionan estos elementos, sin sacrificar la esencia del grupo, una formación tan basada en las guitarras. Ni nos damos cuenta de que no están presentes, gracias a los arreglos de cuerda en temas como ‘Grapes of Wrath’ o ‘Screens’, mientras que en otras como ‘Here Comes the Rain’ es el propio piano quién sustituye con soltura a los supuestos riffs. Ustedes me dirán si esto no es puro power pop. Además, se agradece que hayan dejado aquí de lado esos coqueteos con el r’n’b moderno que nunca me terminaron de encajar. Mucho más interesante es la búsqueda de los orígenes por la que ya se movieron en el “White Album” y con el que conectan aquí a través de unos coros que nos vuelven a traer a la mente a los Beach Boys en canciones como ‘Numbers’ o ‘Mirror Image’. Todo ello con unas letras fruto de estos tiempos y en los que Cuomo menciona a Frodo, a Kim Jong-Un o al grupo de K-Pop The Blackpink, mientras nos habla del hastío que le produce un encierro domiciliario del que sólo consigue liberarse a través de su piano (‘Playing My Piano’), del incierto futuro que nos espera con tantos avances tecnológicos (‘Screens’) o del más puro amor y admiración hacía su mujer (‘Mirror Image’). Aunque “Ok Human” sigue lejos de los mejores discos de Weezer, basta con escuchar la inicial ‘All My Favorite Songs’ o la épica y redonda ‘Bird With a Broken Wing’, para saber que están pasando por un buen momento compositivo. (IVÁN DÍAZ).
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1991 – EL PRIMER AÑO DEL RESTO DE NUESTRAS VIDAS / EL RETIRO DE LOS DIOSES – 1994 ESCRIBE: JORGE CAÑADA “…Anclado en 1990, los Dioses no saldaron cuentas…” cantaba Gustavo Cerati desde el Lado A de Canción Animal, el álbum que ponía a Soda Stereo fuera de foco, inalcanzable, alto, cada vez más alto en la cúpula del rock latino. Un comienzo de década que paradójicamente asomaba como el final de muchas cosas. El Muro, la Guerra Fría, el Comunismo soviético, el casete y el walkman, entre otros, se convertían en suvenires del pasado. El tiempo demostraría que nada es para siempre, ni siquiera los finales. Todo vuelve, como fetiche, memorabilia, objeto vintage, o reformulación ideológica. Pero ¿Qué cuentas habían dejado pendientes los años ochenta? La guerra fría comenzaba a disiparse en incontables batallas calientes. Un virus, al que el maniqueísmo del momento tiñó de rosa, ponía en jaque el lema inmortalizado por Ian Dury: Sex and Drugs and Rock’n’Roll. El asesinato de John Lennon, apenas iniciada una década que aún no digería la muerte prematura de Elvis, terminó de plasmar una orfandad de la que nunca nos recuperamos. Para el Rock todo era incertidumbre. Nos fuimos acostumbrando a esa tristeza, mientras mirábamos de qué lado de la mecha estábamos parados. Los noventa llegaron al ritmo parpadeante de unas luces de neón que habían alumbrado mejores noches. Un presagio del adiós a las bandas y solistas que brillaron en los ochenta. Los sobrevivientes harían su último esfuerzo por perdurar. El año 1991, capicúa, principio y fin, comenzó a delinear el perfil de un tiempo que ignoraba la llegada de una revolución musical gestada en el más
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ruidoso silencio. Toda rebelión necesita derribar mitos, y las revueltas del Rock’n’Roll no son la excepción. Hasta ahí, sólo la filosofía se había atrevido a matar dioses. Sin embargo, parafraseando a Tabucci, o más precisamente a su Pereira, la filosofía parece ocuparse de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la música parece ocuparse sólo de fantasías, pero quizá diga la verdad. Aquellos que habían sido encumbrados en la década pasada fueron devueltos a su condición humana. Entonces, con más o menos gracia, intentaron mostrar sus trucos de siempre, y lograron agradar con esa tibieza propia del sol otoñal. Unos Dire Straits que se pasaban de maduros, pero aún conservaban el don suficiente para sonar en cada calle, agotaban el combustible pesado con el que habían recorrido la ruta del telégrafo, y se afanaban por contar cuánto tiempo les quedaba para ganarse su entrada al Olimpo. A pesar de su oficio, Génesis ya no podía ocultar la evidente desaceleración de esa inercial fábrica de hits en la que se habían transformado con sus anteriores discos como trío. Con ‘We Can’t Dance’ confesaban algo que ya todos sabíamos. Conscientes de que no se puede seguir viviendo para siempre, iniciaban un lento camino de desconexión, como esas luces que se desvanecen con languidez, dejando una estela fugaz como inconsciente mueca de resistencia. A Michael Jackson, que parecía retener su título mundial de indiscutible Rey del Pop, los problemas lo acuciaban fuera de la pista de baile, donde había intentado un peligroso equilibrio sin contrapesos para la fama y el ego. Su vano intento por sanar un mundo
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indefectiblemente pintado de blanco o negro, chocaba con demonios propios y ajenos. A él, sólo parecía quedarle por delante: rendición, fe y veinte años de calvario.
otros habían invadido las bateas con una avalancha de creatividad incontenible.
El caso más dramático era el de Queen. Su final les fue anunciado. Sólo les quedaba arriesgar todos los días de sus vidas en la única apuesta posible: ofrecer su disco definitivo (Innuendo) y dejar que el show continúe. Malabaristas de otro mundo, en tiempo de descuento lograron todo lo que se habían propuesto. Hasta los decanos YES vieron ese año la última oportunidad de reunir en un solo disco, previsiblemente llamado Union, a las dos formaciones que se disputaban el nombre de la banda. Todo un gesto de solidaridad generacional frente a la inminencia de un recambio a esa altura inevitable. * * * Una tarde, al final de uno de esos aguaceros que lavan calles, se oyó una música que contagiaba angustias. La cargaban los vientos que arrecian después de los milagros. Llegaba deshilachada, hecha jirones, como el sonido de una retorcida banda escolar atravesada por ráfagas de riffs disonantes, ahogada en solos de textura aulladores y tonalidades extrañas y zumbantes. Sonaba a espíritu adolescente, arrastraba el ímpetu y la arrogancia atropellada del punk. Tenía, en esencia, todo lo que hace falta para escribir la canción decisiva: tres minutos, dos acordes, toda la verdad. Eran los primeros ecos de ese lamento afónico que llegaba desde el extremo noroeste americano, y que entre el verano y el otoño boreal se materializaría con la publicación de tres discos trascendentales: Ten (Pearl Jam), Nervermind (Nirvana), y Badmotorfinger (Soundgarden). Justo un año antes, el Facelift de Alice in Chains había demarcado el primer vértice de un cuadrado poderoso con base en Seattle, pero rodeado de innumerables focos creativos dondequiera que las antenas de radio se orientaran. Antes o después, Faith No More, Red Hot Chili Peppers (su ‘Blood, Sugar, Sex, Magic’ se editaba el mismo día que Nevermind), Pixies, Dinosaur Jr, Uncle Tupelo, The Smashing Pumpkins, Mudhoney y tantos
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Grunge era su nombre de pila, y más allá de las múltiples acepciones que se le pretende atribuir al término, lo cierto es que ese canto nos sonaba a enojo, a ira contenida, pero también a desesperanza y frustración. Una suerte de origami musical con pliegues ininteligibles y una carga emotiva que buscaba mostrase como la antítesis de todo lo que había entretenido a los baby boomers. Nirvana asomó como la banda que lideraría la gesta de la Generación X. Pero el Grunge adolecía de cierto mal congénito que aún estaba por ser descubierto: carecía de un líder capaz de sobrevivir a su propio karma. Kurt Cobain padecía del “Síndrome Monk”. A comienzos de los años setenta, el genial pianista Thelenious Monk abandonó la música para recluirse hasta morir. Todas las especulaciones sobre el motivo de esa decisión se resumían en la pregunta: “Thelonious ¿Qué te pasa?”, a la que él respondía: “Todo, todo el tiempo”. A Cobain le pasaba todo, todo el tiempo. ¿Cómo iluminar ese oscuro paisaje del alma, que como un agujero negro atrapaba todo lo que sucedía en torno a Kurt? Justamente, al amparo de una banda, donde muchos de sus contemporáneos habían encontrado respuesta para lidiar con su propio horizonte de sucesos sombríos, el líder de Nirvana sólo veía otro callejón sin salida. Decía Joan Margarit: “Se pagan caros los intentos de destruir el dolor, porque también está el amor ahí. La inteligencia es salvarlo todo”. Pero Cobain desoyó el precepto hipocrático que manda que “Lo primero es no hacer daño”, en su caso no hacerse daño, y no pudo salvarse ni asimismo en su intento por destruir su dolor. En aquel 1991, R.E.M. dio el salto de popularidad con Out of Time, un puro ejemplar del rock alternativo americano tendía el puente de plata para que el Mainstream se
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camuflara con las notas típicas del Indie. A la vez, la banda de Athens, con espaldas suficientes para conservar su independencia creativa, actuaba de catalizador para un grunge que comenzaba a resultar atractivo para las audiencias masivas pero que aún eran vistos como demasiado crudos para los amantes del pop, y como mocosos imberbes para las huestes del hard rock. * * * Del otro lado del Atlántico, y después de firmar la conquista de América, U2 proyectó su propia llegada a la Luna. El impacto que supuso la metamorfosis encarnada por Acthung Baby en esos tiempos, fue de una dimensión sólo comparable con la “traición” eléctrica de Dylan circa 1966. Pero quien pisa la Luna, quiere llegar a Marte, y los dublineses no resistieron la tentación. Los pasos siguientes (Zooropa y Passengers) los llevaron a un sitio del que les costó regresar. Su obsesión por asomarse al futuro terminó por ponerlos en un lugar incómodo. El primero de marzo de 1994, un mes antes de que Cobain decidiera apagarse en un solo acto, U2 ganó un Grammy al mejor álbum alternativo por Zooropa, relegando a Star (Belly), In Utero (Nirvana), Automatic For The People (R.E.M.) y Siamese Dream (The Smashing Pumpkins). Bono no disimuló su fastidio al recibir el premio, que consideraba insólito en ese contexto, y aprovechó el micrófono para enviar su mensaje a los jóvenes americanos: “Vamos a continuar abusando de nuestra posición y jodiendo al Mainstream”. La venganza de “la industria” no tardaría en llegar. Esa misma noche tuvo lugar otro hecho que aceleraría el cambio de época. A Bono le tocaba dar el discurso homenaje que los organizadores de los Grammy le habían encomendado para Frank Sinatra. MTV exhibe en vivo y en directo un golpe de estado del que el cantante de U2 es involuntario partenaire, y su amigo Sinatra víctima inconsciente. El homenaje se transforma en la patética escenificación de un retiro forzoso. Lo que Sinatra llama “La mejor bienvenida que jamás haya recibido” deviene en una despedida humillante. Frank sale a escena aturdido por la ovación. Bono lo ayuda y DISCOS Y OTRAS PASTAS 7
se retira del escenario. Aún conmovido, un Sinatra frágil como un niño, pero manteniendo intacta la cadencia con la que solía deslindar estrofas, suelta con arte y nitidez lo que brota de su emoción. Se queja amablemente porque no le dejan cantar un par de canciones. Detrás de escena, Bono resiste los embates de los productores que le insisten para que retire a Sinatra del escenario. A los cuatro minutos, el director sube la música y manda abruptamente los comerciales. Sinatra queda solo y confundido en el escenario. Bono se acerca, lo abraza y le murmura: “Hora de irnos, Frank”. Ese día el Rock terminó de quedarse huérfano, porque si bien a Sinatra nunca le gustó el rock and roll, como Bono se encargó de aceptar aquel día, ese no es un sentimiento mutuo. La gente del rock adora a Sinatra porque poseía lo que todos queremos: soberbia y actitud. Actitud seria. Actitud mala. Frank es el presidente de los malos. Este tipo, declara Bono, es el jefe. El jefe de los jefes. El big bang del pop. La prueba viviente de que Dios es católico. Echemos un manto de piedad, y como Borges, creamos que el infierno y el paraíso son desproporcionados, que los actos de los hombres no merecen tanto. Pero he aquí una deuda no saldada. Déjennos creer que en ese instante en que alguien decidió jubilar a Sinatra, a meses de cumplir sus ochenta años, la posta la tomó Bob Dylan, en aquel entonces un joven de 53 años. Tal vez, Dylan esté intentando reparar el daño. Ya se encargó de quitarle sangre al cielo rojo de los U2, siempre dispuestos a exagerar un poco. Desde su Shadows in the Night viene rindiéndole un tributo sin fin a Sinatra. Tres discos y cincuenta y dos canciones dan cuenta de ello. En mayo, cuando cese el diluvio, Bob cumplirá sus ochenta, Por favor, no lo retiren. No es su hora. Aún no oscurece.
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XIMENA DE DOS CAMINOS AUTORA: LAURA RIESCO (PERÚ) Estamos ante una bella novela, o conjunto de relatos, de aprendizaje. Aquí se narran las peripecias, pesquisas, sentires y aventuras de la inquieta, curiosa, y frágil niña Ximena. La escritora peruana Riesco, triunfa al mostrarnos un mundo andino muy sensorial, y a un personaje escindido con un apetito voraz por descubrir el mundo (sus mundos). Ximena es como una bocanada de aire fresco en un ambiente ya saturado de personajes andinos estereotipados por la pluma del malogrado José María Arguedas. Publicada por primera vez a mediados de los noventa, esta novela de culto se ha ganado a pulso su lugar en el canon de la literatura peruana. LIQUIDACIÓN AUTOR: IMRE KERTÉSZ (HUNGRÍA) Novela a dos voces, con algunas partes de teatro. El suicidio de un escritor obsesionará a su amigo editor, quien se dedicará a buscar la obra maestra que habría terminado su autor antes de morir, sin importarle incluso el perturbar un matrimonio. Esta novela no es sobre los horrores de Auschwitz, sino sobre el efecto que tiene o ha tenido sobre sus víctimas y herederos, cuya pérdida de esperanza, apatía por la vida, el no futuro, el pasado que los tiene prisioneros, los lleva a pensar que la rebeldía y/o resistencia está en seguir viviendo, pero al final se rinden o creen ya haber cumplido con su misión, y optan por auto eliminarse.
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DÍAS LABORALES AUTOR: DIEGO OTERO (PERÚ) En esta novela, el protagonista y la ambientación le pertenecen al área de Recursos Humanos de una empresa. La primera parte, tiene humor, situaciones delirantes y una trama que tiene mucho de thriller, sin embargo, a medida que avanzamos, pareciera que el autor pierde el rumbo de la historia, abusando de lo delirante, de lo onírico y de lo alucinatorio, creando situaciones desdibujadas, con la sensación de que son hechos aislados que no aportan a la trama, y que no le permitieron al autor darle el final redondo a esta historia que prometía mucho al principio. EL OLVIDO QUE SEREMOS AUTOR: HÉCTOR ABAD FACIOLINCE (COLOMBIA) El paisa Abad ha escrito uno de los últimos clásicos de la literatura hispanoamericana. “El olvido que seremos” (2006), podría ser una novela de no ficción, unas memorias, o tal vez una inevitable hagiografía. Pero, no hay duda alguna de que es un homenaje a su amado padre, con el objetivo de, a través de la palabra escrita, darle inmortalidad y “vengarse” de sus asesinos. Sin caer en el sentimentalismo ni la autocompasión, la amorosa e incondicional relación entre un padre y su único hijo varón, es recreada por el hijo, ya convertido en padre, que ha necesitado de muchos años para mitigar el dolor, adquirir la distancia necesaria, y así evocarla y darle su justa dimensión. En varios capítulos, tuve la sensación de que, por fin, habían sido exorcizados el Esclavo de “La ciudad y los perros” y el niño Vargas Llosa de “El pez en el agua”.
DIRECTOR: HENRY A. FLORES Discos y Otras Pastas no se hace responsable del contenido de los artículos y agradece a sus colaboradores por la exclusividad otorgada.
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