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CULTURA
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NARRATIVA
MIÉRCOLES 29•JUN•11
Ciencia ficción, fantasía, literatura fantástica
Fantasía peligrosa En su prólogo a Colores peligrosos, el compilado de cuentos de Pablo Dobrinin (1970), Elvio Gandolfo reflexiona sobre las circunstancias del medio editorial local que ocasionaron que el primer libro de este autor se hiciese esperar tanto tiempo. “Estas líneas tendrían que ser, a esta altura, el prólogo al tercer o cuarto libro de Pablo Dobrin”, escribe, y es fácil estar de acuerdo con sus palabras. Porque Dobrinin comenzó a publicar en 1995 en Diaspar (proyecto personal de Roberto Bayeto y Zalozábal originalmente, y luego de Bayeto y Claudio Pastrana), y a lo largo de la década y media transcurrida desde que la revista trató de convertirse en el momento fundacional del género en Uruguay, Dobrinin publicó sus ficciones en revistas y antologías argentinas, españolas, francesas e italianas, en las que su nombre comenzó a resonar como uno de los practicantes más destacados de la ciencia ficción, la fantasía y la literatura fantástica en el Río de la Plata. Que en un contexto local Dobrinin fuese prácticamente desconocido (de hecho alcanzó un nivel más alto de visibilidad a principios de los dosmiles gracias a su participación en el cómic pulp Balazo) podría, de todas formas, no sorprender. Y no sólo por las razones sugeridas por Gandolfo en su prólogo sino, además, por la conocida actitud refractaria a la fantasía a la ciencia ficción (especialmente a la que rehúye los modelos clásicos) por parte de muchas editoriales locales, que todavía parecen incapaces de leer el género sin apoyarse en aparatos anquilosados de validaje como la apelación a lo alegórico, y en este sentido es memorable, por lo miope, el juicio del jurado en ocasión a la entrega del Premio Narradores de la Banda Oriental 2006, que obtuviera Pedro Peña con su compilado de cuentos
Eldor. Es curioso, entonces (o no lo es para nada) que Dobrinin tuviese que publicar su libro en Reina Negra, una editorial de La Plata (Argentina) que trabaja con tiradas reducidas y mantiene una línea combativa e independiente, como si quedara claro que sin un discurso militante en pro de cierta manera de entender la literatura (y especialmente la literatura contemporánea) no pudiese ser viable la publicación de un libro con las características del autor uruguayo. En Colores peligrosos hay ciencia ficción, hay fantasía y hay literatura fantástica –entendiendo a la primera como la literatura de lo especulativo-posible, a la segunda como la de los mundos ajenos al nuestro y a la tercera como la de las irrupciones de lo imposible o ajeno en el ámbito cotidiano–. Pero la ciencia ficción de Dobrinin no se parece, por ejemplo, a la de Asimov, la de Philip K Dick o la de William Gibson, su fantasía tiene poco que ver con Tolkien, LeGuin o Neil Gaiman y su literatura fantástica no sigue las pautas locales, sean felisbertianas o levrerianas, y en ese sentido quizá podría pensarse que se acerca más a la obra de Tarik Carson. Las fuentes de Dobrinin por momentos parecen configurarse alrededor del surrealismo o de cierto surrealismo, más los híbridos de ciencia ficción y fantasía practicados por autores como Gene Wolfe, Roger Zelazny o Lucius Shepard. Una región importante de su escritura, además, se vincula íntimamente al cine de ciencia ficción de los años 70 y 80, al cómic, a la narrativa pulp y al gótico-bizarro, muchas veces filtrado por cierta vocación autoficcional o memorialista, como en el cuento “El regreso del capitán Rayo”, por ejemplo, que se instala en un área intermedia entre la ficción pulp
Imaginación, a secas Tal vez el mejor trabajo de este libro sea “El regreso de los pájaros”, uno de los ejemplos más claros del tratamiento particular que da Dobrinin a lo fantástico entendido como la contaminación de lo real por lo ajeno o incluso maravilloso. Este texto explora un clima gris y asfixiante, al borde del resquebrajamiento gracias a la exploración del mundo perdido de la infancia y a la irrupción en el mundo del protagonista de un extraño artista-perdedor que esconde un secreto deslumbrante o ridículo. El arte parecería obrar como mediador hacia cierta huída o apertura a lo maravilloso, idea que se reitera en “Los árboles de Isaac Levitan”, de construcción más tenue o estilizada. Esa apelación al mundo de la infancia que mencionaba aparece
con toda su potencia en el cuento “Las lombrices”, en el que cierto erotismo kinky o bizarro, latente en casi toda la ficción de Dobrinin, se vuelve más visible. Una lectura de éste podría señalar que su tema es el mundo ficcional que se construye un niño jugando con tierra, lombrices y soldaditos, pero tanto ese mundo como el “real” (representado ante todo por la abuela del chico) conducen a la irrupción (quizá aquí opera otro de los principios de lo fantástico, el choque entre mundos, entre pautas de lo real) de un universo más adulto y no menos inquietante. Dentro del área más plenamente incorporable a la fantasía posiblemente el trabajo más brillante del libro sea “Blue”. Ambientado en un mundo alternativo en el que el planeta está regido por una diosa viviente de miles de kilos de peso (y donde, por tanto, el ideal de belleza femenino es la obesidad), abarca varias vidas de un personaje llamado a comulgar con esa diosa en reiteradas ocasiones. Quizá lo más interesante del relato sea la manera de presentar los detalles de este mundo, con una gran economía de medios, y la facilidad con la que convence al lector de aceptar el paso de los siglos y las vidas diversas del protagonista. El área más “inquietante” u ominosa, además de emerger en “Lombrices”, incluye el cuento “Luces del sur”, construido con una estructura similar a “El regreso de los pájaros”, es decir, con una destrucción de lo real colocada a modo de explosión final o coronación al clima del relato. Los otros textos (con la excepción de “La película de Artaud”, tal vez el relato más flojo del libro) pertenecen al área más asimilable a la fusión entre fantasía y ciencia ficción practicada por el mencionado Roger Zelazny. Un
chieri da una pista paterna acerca de una obsesión que atraviesa gran parte de su obra poética -9,80 de común, por favor (1996) y 42 (2007)-, el amor por los autos, y explica por qué está relacionado con otro de sus temas recurrentes, la numerología. Los muchos que, como el que firma, pudieron subirse a La Cotorra (una camioneta Ford 48 desvencijada) pueden corroborar que lo de Richieri será literario, pero ante todo es un testimonio. Lo otro es amor a secas: Richieri parece describir el ascenso y la caída de cada una de sus relaciones de pareja, así como repasa el camino de ser hijo a volverse padre. La escritura en verso domi-
na las secciones finales del libro, donde lo biográfico cede paso a impresiones y opiniones, creando el efecto -junto con una titulación cronológica que se aproxima al hoy- de que estamos atendiendo a una voz libre situada en el presente. Como al pasar, Richieri cuela en esos últimos tramos lo que escribió ante la muerte de su madre. La historia de este hombre y sus afectos es a la vez íntima y generacional, porque está generosamente ligada a una época fermental de cierto sector de la cultura montevideana (que no se limitó a lo que pasaba en el boliche Juntacadáveres). Ego, sí, pero no egoísmo. ■ JGL
Colores peligrosos, de Pablo Dobrinin. Reina Negra, La Plata, 2011. 252 páginas.
propiamente dicha y una lectura de esa tradición narrativa.
buen ejemplo de esa hibridación es “Los festejos del fin del mundo”, que combina una extraña tecnología destructora de mundos con faunos y mariposas que nacen de las entrañas de las mujeres. Por último, “Colores peligrosos”, la nouvelle que da título al libro, admite un buen número de lecturas, desde una extraña ucronía o mundo paralelo en el que el arte es la mejor de las armas en la revolución hasta un ajuste de cuentas con el mundo de las vanguardias y el arte contemporáneo. Colores peligrosos se instala, entonces, en la difusa historia de la ciencia ficción y la fantasía uruguayas y se convierte en el libro más relevante en nuestro país producido hasta ahora por esos géneros y la fusión entre ambos o los territorios intermedios que Dobrinin diseña con precisión. Pero dicho esto, es cierto también que Colores… no es un libro de ciencia ficción ni un libro de fantasía, sino de la mejor literatura especulativa o de imaginación, a secas. Y en ese sentido, será interesante a la hora de escribir una historia de esos géneros por estas partes del mundo (Dobrinin acometió esa tarea hace unos cuantos años. El resultado puede leerse en la revista online Axxón) hacer notar cómo los escritores que surgieron en la década de los 90 o un poco antes (Dobrinin y Roberto Bayeto serían sin duda los dos más importantes) migraron hacia un enfoque personal, híbrido y en cierto sentido fuera de género. Colores peligrosos –armado seleccionando de un gran corpus de relatos publicados en revistas y antologías, lo cual lo convierte en el equivalente a un Greatest Hits– puede leerse como un testimonio de ese camino. ■ Ramiro Sanchiz
Autobiografía poética
Movida interna Poeta, performer, bolichero: desde hace más de veinte años, Gabriel Richieri es uno de esos pacientes animadores culturales que Montevideo prodiga pero no siempre reconoce. Gravedad es en gran parte una crónica de los años en que las movidas que puso en marcha -la peña grunge de Los Malditos, la disco alternativa Amarillo, el grupo multidisciplinario Moxhelisevitando casi siempre el eje Centro-Pocitos, alcanzaron máxima visibilidad, en ese hiato que hubo entre la explosión del rock nacional posdictadura y la emergencia a fines de los 90 de un circuito de músicos que se separó del amateurismo que caracterizaba a la ma-
yoría de las propuestas artísticas juveniles de la época. Pero eso no es todo. Gravedad es un libro escrito en primerísima persona -aunque a veces pase a la tercera, siempre habla (y se habla de) la misma voz- que pide ser leído como el pensamiento vivo de Gabriel Richieri. La primera sección, titulada “1962” (el año de nacimiento de Richieri) está dedicada a explorar un tema fundamental para todo narrador varón: la relación con su padre. En tono abiertamente confesional, Richieri se descarga contra una figura distante pero con la que logra tender un puente afectivo. Dosificando con humor la carga emocional que describe, Ri-
Gravedad, de Gabriel Richieri. Estuario, Montevideo, 2010. 130 páginas