Entrevista a Laura Meradi

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Laura Meradi

“Publicar es un mal necesario” Por Juan M. Candal

Entrevistar a Laura Meradi es tan sencillo que por momentos puede parecer que se está conversando con una amiga de toda la vida. Para la entrevista me había citado en un café que ya no existe, y tuvimos que conformarnos con el que había ahora en su lugar. Yo la conocía por sus libros, obviamente, por algunos de sus cuentos y ciertas entrevistas que había leído. La primera percepción —inmensa— que se tiene, es que Laura es igual frente a frente que cuando se la lee o se la ve a través de una pantalla. Habla directo, no se guarda las cartas, no tiene estrategias. Cada tanto, ante alguna pregunta, se detendrá y pedirá un minuto para pensar la respuesta. Y se tomará el tiempo que necesite. Pero no está calculando el efecto de lo que va a decir. Está confrontando ideas, busca dar con alguna certeza que pueda responder al dilema planteado.


A sus 28 años, su naturaleza caótica asoma en la charla del mismo modo que aparece en sus libros. Se nota que tiene carácter y que no debe ser recomendable confrontarla enojada. Desde pequeña es un cerebrito a todo motor, pero a la vez, muy sensible y agradable, alguien que no pone distancias, apasionada por aprender de toda experiencia, por seguir queriendo entenderlo todo, por encontrar la palabra que le haga justicia a cada percepción, y entrevistarla en vivo es también ser testigo de ese proceso. Fuerza natural en movimiento, amena y divertida, llena de libros y experiencias su cabeza, esta es –tal y como puedo contarlo—, Laura Meradi.

Uno te imagina escribiendo desde chica, ¿es así? Es así nomás. Si me remonto al principio, a mis primeros recuerdos, me acuerdo estando en preescolar, dibujando cuentos y pensando “las

ventanas del tren son transparentes… ¿qué color es transparente? Y, celeste”, pensaba, por el cielo. Y aunque dibujaba, yo siento que ya ahí estaba narrando. En los colores aparecieron las letras, y por entonces escribía al revés, de derecha a izquierda, en espejo. Usaba la mano derecha y cuando finalmente pasé a la izquierda, comencé a escribir


de izquierda a derecha. Siempre tuve un encuentro con la escritura muy desde el cuerpo. Me acuerdo en primer grado, con mi mejor amiga, nos juntábamos a hacer cuentos. Dibujábamos en hojas largas, como A4 pero apaisadas, y les poníamos globitos con las pocas palabras que sabíamos. Como historietas. Como historietas, sí. Y después yo los abrochaba y se las vendía a mi familia. Ese es el primer recuerdo que tengo de escribir. Pero después, ya desde la lectura me recuerdo siempre, en los recreos, tirada en el piso leyendo. Leyéndoles a mis amigas, con mucho, mucho, placer al poder ponerle sonidos a las palabras, a las letras que había dibujado. Entender que ese dibujito que hacía la “t” con la “o” se leía “to”. Me daba mucho placer encontrar esa correspondencia entre lo que veía escrito y los sonidos. Y desde entonces, a medida que iba aprendiendo a escribir, escribía. En el colegio me la pasaba escribiendo, me olvidaba todo, los cuadernos, los útiles, pero siempre estaba escribiendo. Y sentía que estaba bien lo que estaba haciendo.


¿Tenías de chica algún feedback de la familia, o de tu maestra, sobre lo que escribías? Había un feedback, pero algo que me acuerdo puntual era en segundo grado, con otra mejor amiga, a la que un día la maestra la felicitó por algo que había escrito y le dijo “vos vas a ser escritora” ¡y yo estaba indignada! “¡Yo voy a ser escritora!”, pensaba.

Para fines de la primaria, todas las maestras ya sabían que Laura escribía y que al menos ella se pensaba escritora. Tenía un baúl de mimbre en el que guardaba toda su producción temprana. Escribía a mano y también a máquina. Con el tic-tic-tic-tic-tic de la máquina de escribir me sentía más profesional. Y me acuerdo de una tarde que terminé un cuento y fui a un almacén a comprar galletitas. Cuando me fui, dejé el cuento ahí, sobre una de las latas, a ver si en una de esas, encontraba sus lectores. Es como que ya iba entendiendo el vínculo entre escribir y ser leída, quería ser leída, porque un texto que está escrito y nadie lee es un texto muerto, y algo de eso ya lo entendía desde entonces.


A los once años comenzó su primer taller literario. Sentía la necesidad de una mirada ajena, una devolución. Su primera experiencia no fue buena, se encontró con un hombre demasiado rígido que le decía qué palabras tenía que usar. Laura ya desde chiquita tenía en claro ciertas cosas que no iba a bancarse y le pidió a su madre que le encontrara otro taller. Así dio con el que dictaba Angela Pradelli. El detalle: era un taller para adultos. Y ahí fue genial. Era trabajar las palabras pero también el sentido. Y me quedé tres años. Incluso en una antología del taller publiqué mi primer cuento, “Manuel”, que es el nombre del hermano de la protagonista de “Tu mano izquierda”. ¿Y cómo era leer tus trabajos en un taller para adultos? ¿Sentías que hablabas de igual a igual con tus compañeros? No, no. Tenía mucha vergüenza, pero por otro lado no podía dejar de hacerlo. ¿Y sentías que te trataban como a uno más del taller, o que eran un poco condescendientes?


Y, sí, era un poco esa sensación de que te apretaban los cachetes mientras decían “¡qué linda!”.

Después Angela Pradelli dejó de dictar taller y Laura se pasó un par de años escribiendo para a solas, hasta que volvió a sentir la necesidad de concurrir a un lugar que pudiera darle un marco a lo que hacía. Sentía que por ahí no tenía que escribir, que me hacía sufrir, cosas que aún siento a veces hoy. Y necesitaba un espacio que me contuviera, y encontré un taller acá, en el centro, así que me venía en tren sola, desde Adrogué, para concurrir al taller, y era un movimiento en el espacio que tenía que ver con lo que yo quería hacer.

Laura siguió yendo durante dos años a ese taller hasta que sintió que ya no le servía del mismo modo. Llamó a su antigua maestra, Ángela Pradelli y ella le recomendó el taller de Guillermo Saccomano. Así que le escribió a Saccomano y quedaron en tener una entrevista. Pero el día de la entrevista había una manifestación y –consejo de madre de por medio— le avisó sobre la hora que


no podría asistir. Saccomano se enojó tanto que no volvió a atenderla por meses. Hasta que un día hablamos por teléfono y me preguntó por qué quería escribir, qué era para mí la literatura, toda una serie de cosas que, para mí, ya esa charla era como estar escribiendo. Así que empecé a ir y me quedé siete años.

Cuenta que sólo dejó el taller cuando sintió que necesitaba un poco de silencio. La primera versión de “Tu mano izquierda” fue leída y trabajada en aquel taller. Cuando se le pregunta qué siente que aprendió durante esos siete años, Laura dice que sobre todo aprendió a leer. Aprendió a encontrar una distancia mayor con el texto, a desapegarse lo suficiente para poder trabajarlo. Entre los palos de los demás y los de Saccomano, que es duro (aunque no tanto como otros que me han contado), fui aprendiendo a desenamorarme de lo que escribía. Y en ese sentido, que la distancia me permitiera ser más precisa con lo que quería decir. Y la otra cosa que me aportó es el oficio y la disciplina, porque el hecho de tener que llevar algo todas las semanas me obligaba a no dejarme estar.


El cajón de mimbre con todos los cuentos iniciáticos se perdió. Una hermana lo sacó a la basura junto con cosas viejas por accidente. Quedan perdidos por ahí algunos en esos libritos que vendía a sus familiares. Y, en una de esas, alguien todavía guarde el cuento que dejó en aquél almacén. ¿Cómo fue pasar de los talleres literarios a estudiar Letras? Al principio no quería estudiar Letras porque pensaba que tanta teoría me iba a paralizar a la hora de escribir, y me metí en Filosofía, pero enseguida me di cuenta que me la pasaba leyendo los textos de Letras en vez de los de Filosofía, así que dije, me cambio, y listo. A mí me sirvió porque yo siempre tuve en claro que lo que yo quería era escribir. Por ahí estaba cursando un teórico y yo sacaba el cuaderno y me ponía a escribir. Hacía una burbuja alrededor y no escuchaba más nada y escribía, escribía, escribía. Tuve compañeras que habían dejado de escribir desde que cursaban Letras, y yo me las encontraba y les decía, “pero… ¡vamos!” y volvían a escribir al encontrarse conmigo.


Muchos estudiantes de Letras parece que salieran silenciados de la carrera, como si después de tanta carga sólo pudieran apuntar a ser críticos en vez de escritores. Primero, les pasa que son demasiado críticos consigo mismos. A mí me ayudaba Letras, pero veía que eran mundos diferentes. Ya veía que el mundo de la teoría literaria y la escritura eran dos cosas distintas. Entre los estudiantes de tu generación, sobre todo los que han salido escritores, hay una división insoslayable: los que hablan pestes de la carrera y los que piensan que por ese micromundo pasa todo lo que es realmente literatura. ¿Cuál es tu postura? Creo que hay algo de los teóricos, de las clases, que está bien, que potencia la escritura. Pero en el momento en que hay dar parciales, dar cuenta de qué se aprendió, me parece que eso resulta en el efecto contrario, va contra esa potencia. A mí me pasó de estar en Teoría y Análisis, materia que me partió la cabeza, y cuando fui a rendir me dijeron que el tema que yo había preparado no iba; “algo más simple: prepará formalistas rusos”. Y tuve que volver a prepararla con ese tema, que era 2+2 es 4.


Entonces, los alumnos que empiezan a preocuparse por terminar la carrera, dejan de escribir. Yo tuve que dejar la carrera. La voy a retomar, pero es muy difícil preparar la parte formal de la carrera y a la vez seguir siendo creativo. Todavía no tenés 28 años y ya publicaste dos libros en editoriales importantes, cuentos en revistas y antologías, dictás un taller literario… ¿no te presiona a vos misma haber logrado tantas cosas en lo que va de tu vida? Sí, me presiona. Los dos libros publicados me presionan y me asustan. Es como si me hubieran tapado el camino en cierto sentido, y todavía ahora es como que tengo que correrme y reencontrarme con la potencia de la escritura, porque justamente, el libro escrito te debilita. Pero por otro lado, entiendo que en el mundo práctico en el que vivimos, la publicación es necesaria, y además, es el modo de llegar a los lectores, y a mí me importa que me lean. Y cuanto más llegue, mejor. Que alguien en Tucumán pueda leerme me parece que está genial: que yo escriba algo y que mediante la palabra, alguien que está lejos, pueda leer eso mismo, que nos comuniquemos a esa distancia, eso está bueno. La publicación, en ese sentido, es un mal necesario.


¿Por qué? Porque la publicación no tiene que ver con la escritura, y a la vez, lo que genera la publicación, toda esa cosa de la exposición no se condice con el acto de escribir. Yo necesito silencio para escribir, no tener en la cabeza todo lo que se esté diciendo sobre mi libro. Sí me interesa la opinión de los lectores, pero no la de los críticos. ¿Lees las reseñas de los críticos? Sí, pero después de un tiempo. Igual, después de tantos años de taller literario, yo creo que los textos que escriben los críticos son parte de alguna especie de Gran Libro Imaginario que están pensando en su cabeza. Y en ese sentido, puedo poner distancia y ver cuáles son realmente lecturas y cuales son más un artificio. Hay cosas que son interesantes y otras que son estrategias, y las veo. ¿Te pasó de encontrarte con una lectura de alguno de tus libros que señalara algo que vos no habías descubierto, ya sea una interpretación, una metáfora…? Me acuerdo de una reseña que salió en un blog, una crítica muy larga, que comparaba “Tu


mano izquierda” con “El pasado” de Alan Pauls. Yo por entonces no había leído “El pasado”, y después lo leí y sigo sin entender la relación, pero me pareció interesante que alguien encontrara una relación así, incluso si yo sigo sin verla. ¿Cómo es tu proceso de escritura de un cuento, pongamos de ejemplo “Mariela y papá”, que es el que vamos a publicar en Otro Cielo? Mirá, ese cuento particularmente lo escribí en dos horas en un cibercafé, a la vuelta de la facultad de Letras, antes de ir al Taller de Saccomano, más que nada porque no quería ir al Taller con las manos vacías. No sé de dónde venía la idea. Yo no sabía que ese texto iba a surgir, pero algo ya se estaba elaborando. De hecho, la escena de estar en el auto de mi papá un día de lluvia, yo la había tenido en mi vida, después la reelaboré para el cuento, y ahora ya no me acuerdo la anécdota real, me acuerdo del cuento. Sé qué cosas no sucedieron, pero no sé mucho más. Evidentemente, en cierto nivel, ese cuento está hablando más de ese hecho que sucedió que el hecho mismo. ¿Cómo trabajás las reescrituras?


Antes era de escribir de un tirón. Después, entre los cuentos que fui publicando empecé a encontrar elementos que los relacionaban, grietas, pequeñas comunicaciones y ahora me pasa que no puedo escribir de un tirón porque apenas empiezo me digo no, pero, pará, esto también tiene que ver con esta otra cosa que escribí antes, y encuentro todo el tiempo esas relaciones. Entonces, voy y vuelvo. Ahora, por ejemplo, estoy con un cuento que estoy escribiendo desde febrero. Y voy y vuelvo, y por ahí del medio sale otro cuento nuevo, soy muy desorganizada. Así que en medio de esas idas y vueltas vuelvo y corrijo lo que ya está… y además, soy de escribir mucho a mano, me gusta esa cosa de poder llevarte la escritura con vos, así que siempre ando con un cuaderno, escribiendo. Justamente, me imagino que un volumen de cuentos reuniendo mucho de ese material tuyo desperdigado por revistas y antologías es algo que tenés pensado. Bueno, hay un libro de cuentos armado. Pero para mí todavía le faltan los cuentos que estoy escribiendo ahora. Pero no quiero apurarlo, los cuentos justamente son algo a lo que puedo ir y venir mientras estoy trabajando una novela, por ejemplo.


Habiendo leído algunos cuentos tuyos, tu novela e incluso ciertos aspectos de Alta Rotación, es obvio que hay un núcleo importante en la sexualidad, y sobre todo una mirada diferente sobre la sexualidad —que generalmente juega con elementos que tocan el incesto (el hermano en la novela, el padre en el cuento)—, formas que muchos calificarían de inmoral. ¿Por qué pensás que esta temática reaparece en tu obra una y otra vez, como una pulsión? Eso es algo que estuve pensando, porque es algo que aparece muchísimo en mis primeros cuentos y que ahora sí, sigue apareciendo, pero desde otro lugar. Es como que la sexualidad y el contacto físico es lo más visible de algo que pasa a un nivel más invisible. Y la sexualidad es también, creo, un intercambio de energías. Los personajes, mediante su sexualidad pueden ir definiendo sus contornos, es decir su identidad. Algo que antes no aparecía y recién ahora empiezo a pensar es que no nos conocemos. Hay algo que a mí me mata la cabeza, y es que los personajes no se conozcan a sí mismos, es algo imposible, infinito. Y la sexualidad es donde podemos conocer algo de nosotros, o encontrar los límites. Creo que la sexualidad tiene que ver con los límites y los límites tienen que ver


con la identidad. Hasta donde uno es uno y hasta donde uno es los otros. Hasta donde mi deseo es mi deseo y hasta donde mi deseo es el deseo de los otros. Pero te gusta confrontar la inocencia, el “todo está permitido” de los chicos, con el instinto sexual, que también se manifiesta desde la infancia, y lo hacés de modo tierno y gráfico a la vez. ¿Te gusta jugar con el rechazo del lector? ¿Atraerlo y rechazarlo? Creo que la provocación es una consecuencia de mi escritura. No es mi intención provocar ni jugar con el lector. Yo intento ser lo más verdadera posible con lo que quiero narrar. Cuando iba al Taller y llevaba partes de “Tu mano izquierda”, yo me moría de la vergüenza, pero necesitaba trabajar eso. No pasaba por un lugar de provocación. Sí me pasa ahora que amigos que escriben me dicen que ciertas escenas de “Tu mano izquierda” los incomodaron y a mí me sorprende. Y después digo, ¡claro, por eso mi papá lo leyó y no me dijo nada! ¿Y cómo es eso de enfrentarte a la lectura de tus padres?


Cuando salió “Alta Rotación”, mi papá estaba feliz, lo leyó como tres veces, se lo regaló a todos sus amigos… yo no lo podía creer. Yo creo que él vio en ese libro una parte mía que no conocía, más aventurera. Yo soy la menor de cinco hermanos y mi viejo siempre fue de estimularnos a hacer cosas como subir una montaña, total, decía, lo peor que te puede pasar es que te caigas y te rompas una pierna. Y creo que todo lo que tienen que ver más con un costado sexual lo pasó de largo. Mi mamá en cambio vino y me dio una charla muy seria:

Laura, la verdad es que no te volviste loca de casualidad, no entiendo… explicame por qué hiciste esto, cómo te funciona tu cabeza. Y fue como tratar de tranquilizarla más que nada. Y con “Tu mano izquierda” mi papá no me dijo nada. Mi mamá tampoco. Y entendí que era por eso. “La tapa buenísima”. Claro, y mis hermanos lo mismo, nadie dijo nada. Eso tiene que ser fuerte. Lo que pasa es que la literatura no es para la familia, así que en cierto punto creo que es


bastante sabio: no digan nada y déjenme seguir escribiendo en paz. ¿Qué lecturas encontrás que reflejen estas temáticas, o que la iluminen desde otro lugar? Yo tuve varios libros presentes. Uno, que es de mis libros favoritos, fue “Mientras agonizo” de William Faulkner. Ahí hay una sexualidad en las palabras. Está compuesto por monólogos de los integrantes de la familia y hay una sexualidad en como el menor mira a su familia, y es como si pudiera tocarlos con las palabras. Creo que en la escritura… vos rozás las cosas con una palabra, una palabra es un sonido, y un sonido puede ser como una caricia. Eso tiene que ver con la sexualidad. Y en ese libro, cómo se iba formando la estructura familiar, a través de las voces de cada uno de ellos… para mí fue un libro indispensable mientras estaba escribiendo. Porque también hablaba del horror, o lo abyecto de lo familiar. En “Tu mano izquierda” eso abyecto aparece en lo incestuoso, en eso que no se puede ver, que mejor no ver. Pero por otro lado es tierno, porque es donde uno se va formando, donde uno va teniendo un contorno, donde uno empieza a aprender a rozarse con las cosas del mundo, primero en el hogar, luego en la


escuela, y luego en el mundo. En “Tu mano izquierda” la sexualidad, una vez más, tiene que ver con los límites de esos dos hermanos, hasta donde ella es ella. Si bien contás la historia de cómo te ofrecieron hacer “Alta Rotación” en el prólogo del libro, me gustaría saber cómo llegaste a Tusquets y Alfaguara. En el caso de “Alta Rotación”, yo a Olguín (N. de la R.: director de la colección de crónicas de Tusquets por entonces) lo conocí cuando empezó a publicar mis cuentos en su revista. Así que es probable que tengamos miradas parecidas sobre la literatura. Él siempre me decía que todo lo que yo miraba parecía que podía convertirlo en un cuento. Lo que me sorprendió fue el tema que me propuso. Pero evidentemente él lo entendía mejor que yo, porque me tomé como tres meses para pensarlo y el tema me seguía volviendo una y otra vez, así que cuando finalmente acepté, él desapareció y fue mi libro. Y ese libro te tiene que haber cambiado la perspectiva sobre el mundo laboral. Si a mí, como lector, me pasó, a vos me imagino que mucho más.


A mí me cambió la percepción sobre todo el sistema laboral, sobre las relaciones interpersonales y sobre todas las decisiones que tomo en mi vida, hasta cómo cruzo la calle. Fue muy fuerte todo lo que sucedió narrando ese libro. Porque tenía que estar muy atenta, muy perceptiva a todos los demás: por qué estaban ahí, haciendo esos trabajos, en esos lugares. Fue como afinar una antena que ahora sigue estando ahí, todo el tiempo. Además, la experiencia de estar viviendo lo que uno narra me cambió algo fundamental: antes, cuando escribía, tenía que poner la cabeza en lo que hacía, y ahora siento que tengo que ponerle el cuerpo también. ¿Y cómo surgió lo de Alfaguara con “Tu mano izquierda”? Primero, cuando empezamos a hablar con Alfaguara, la novela tenía partes en primera y en segunda persona. Alguna gente que la leyó me decía, ¿y por qué la primera persona? Y yo en ese momento no estaba del todo segura… creo que le tenía miedo, que sentía que si pasaba todo a la segunda persona podía resultar un poco tediosa. Pero ya para cuando estaba por publicarse, la releí y me hice la misma pregunta: ¿y por qué la primera


persona? Y me di cuenta que el relato pedía esa otra voz. Y la publicación… al principio la presenté en concursos, en uno quedó finalista pero no pasó nada. Y mientras estaba escribiendo el libro de crónicas, decidí que tenía que olvidarme de la publicación, porque me estaba quitando muchas energías… si la novela era buena, tarde o temprano se iba a terminar publicando. Y yo entonces estaba en la etapa del trabajo en el McDonalds (para el libro de crónicas) y recibo un llamado al celular y resulta que una editora de Alfaguara había llamado, que había leído la novela y quería tener un encuentro conmigo. Cuando nos encontramos, apareció con la novela abajo del brazo y tuvimos una charla muy linda, acerca del argumento, del personaje, las voces… y sentí que estaba bien, que si esa persona había logrado conectar con el libro, bueno, que estaba ahí esa síntesis que uno busca entre escritura y lectura, que ese era su lugar. ¿Tenés algún plan de trabajo con alguna de las dos editoriales que te publicaron? No. Las dos están dispuestas a leer material mío llegado el caso, pero me mataría la cabeza tener algún tipo de compromiso antes de terminar de


escribir algo. Escribir para mí es un espacio de libertad, y yo quiero que ese espacio se siga manteniendo así. ¿Te gustaría hacer la experiencia contraria, de publicar en una editorial chica? Digo por el tema de estar trabajando más codo a codo con un editor sobre el material. Sí. A mí, el trabajo artesanal con las palabras, ya sea con un editor, un escritor amigo, o lo que sea, me encanta. Y con Alfaguara fue bastante así, de hecho. Con Tusquets no, porque una vez que tomé el proyecto confiaron bastante ciegamente en mí. ¿Y ahora en qué estás trabajando? Estoy ahí, peleando con una novela… por ahora va para largo. Lo único que puedo decir es que empecé a escribirla mientras estaba con el libro de crónicas. Terminé un borrador en tres meses, la dejé descansar… y no tengo ningún apuro tampoco. En “Alta Rotación” lográs algo fascinante: se lee como una novela, con ese grado de adicción a “los personajes” y “las situaciones”. De hecho, una crónica así sigue siendo un trabajo literario: el personaje-Laura Meradi, por más que esté


basado en tu experiencia, sigue siendo una construcción subjetiva ¿No te resultó difícil no falsear el libro en pos de la narración? La búsqueda que hice es la contraria a la que hago cuando escribo ficción. Cuando escribo ficción lo que hago es buscar las palabras y que las palabras me indiquen qué es lo que quiero contar. Con “Alta Rotación” fue al revés: tratar de narrar la realidad, ya no descubriéndola a través de las palabras, sino que confiaba mucho en los hechos, en que lo que había sucedido iba a dictar lo que podía narrar. Con lo que trabajé fue con la edición: recortar esto, esto otro, como en un documental, en el que uno recorta ciertas cosas para darle un ritmo narrativo, y sí, la Laura Meradi del libro es un personaje, porque yo también estoy editada: me edité. Después había otro factor: yo pensaba que el libro iba a ser de una manera, y terminó siendo de otra. Yo pensaba que cada crónica, cada trabajo, iba a ser unas 20 páginas del libro, o pensaba que iba a empezar con McDonalds y de ahí no me llamaron hasta el final. Pero era todo tan caótico que hasta que no me sentaba a escribirlo, ni siquiera sabía bien yo qué estaba pasando. Pero confiaba en que cuando escribiera iba a poder reconectarme con


esas cosas que veía, y ahí fue apareciendo la estructura, en ese aparente azar. Además, yo tuve compañeros que pasaban por esa cantidad de trabajos en un año, y lo hacían de verdad, no como yo, que era parte de una investigación. Y para ellos, trabajar en McDonalds era peor que trabajar en Italcred, así que esa tensión narrativa que va creciendo en el libro, también la sentían esas personas que yo veía, pero en sus vidas. ¿Hoy en día seguís manteniendo relación con aquellas amigas que hiciste en el pub en el que trabajaste? Sí. Sigo en contacto con ellas. Ahora dictás un Taller de Escritura. ¿Cómo funciona? Hace mucho que tenía ganas de hacerlo. Antes quería dar uno para chicos, porque no estaba segura de tener las herramientas para hacerlo con adultos. Pero cuando me fui del Taller de Saccomano, me seguía viendo con mis ex compañeros y seguíamos comentando lo que escribíamos… Y no sé si el Taller yo lo veo tanto desde el lugar de la enseñanza. Creo que si hay


algo que tengo para dar, es la experiencia. Toda esa experiencia que fui absorbiendo y necesito devolver. Por otro lado, cada vez que tengo que dar una clase, me pregunto si está bien, porque es un trabajo que exige mucha responsabilidad. Por otro lado, siempre me estoy debatiendo: hasta qué punto ser flexible y en qué cosas ponerme más rígida. Y eso lo calibro semana a semana. Trabajo muchísimo en que aprendan a leer sus propios textos, ver qué sirve y qué no sirve. Y que aprendan que la mejor forma de trabajar es escuchar, y saber filtrar lo que les dicen. Además, cada devolución termina hablando en realidad de lo que cada uno quiere escribir, entonces, cuando algo te gustó, yo les digo, eso que te gustó de ese texto, tratá de hacerlo vos cuando escribas. Porque creo que siempre, cuando estás leyendo el texto de otro, estás leyendo también tu propio texto. ¿Vos podés vivir de tu taller, de lo que escribís? Desde el libro de crónicas para acá, me agarró una crisis absoluta, porque no sabía qué quería hacer. Tenía amigas que daban clases de español para extranjeros, y eso me parecía coherente con lo que yo pensaba del sistema laboral, y lo hice hasta


el año pasado. Y este año estoy con los talleres, tengo alumnos particulares, y aparte alquilo un cuarto en mi casa, o sea, tengo un inquilino. Lo genial sería que ese inquilino que tenés estuviera a su vez haciendo una investigación sobre cómo es el mundo de una escritora joven argentina, que estuviera preparando una crónica. Es más, ¡habría que contratarlo ya para que escriba ese libro! Sí, sería merecido.

Nos quedamos un raro más con Laura, hablando de escritores —los de ahora, los de siempre—. En ningún momento deja de ser la misma chica frontal, sin vueltas, sin discursos reciclados para mostrarse inteligente o suspicaz. Nombra como grandes influencias a Clarice Lispector y Marguerite Duras, y me dice, mientras pagamos, algo muy interesante: “Hay cierto ritmo que encuentro en algunos libros escritos por mujeres, algo que tiende al caos, que me parece más realista. Quizás los escritores hombres tienden a ser más estructurados, no sé, muchas veces los leo y me digo: no, pero pará, ¡esto no es así!”


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