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ADIÓS, MAESTRO
Queremos despedirnos de un hombre cuyo pensamiento ha calado en todas las generaciones de alpinistas. Cuyo compromiso con la ética es uno de los referentes más importantes para todos aquellos que adivinan la felicidad en la cima de una montaña. Bonatti falleció a los 81 años de edad, sus hazañas y su filosofía van mucho más allá del tiempo. POR JORGE JIMÉNEZ RÍOS ILUSTRACIONES: CÉSAR LLAGUNO
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Reconocimiento por la Espalda del K2. Al fondo, la cima.
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arry Blanchard, un creativo alpinista americano, decidió un día mostrar sus sentimientos hacia Walter Bonatti. Agarró una roca, la llevó al porche de su casa y en ella talló el siguiente mensaje: Bonatti is God.
La foto de Steve House, otro de los gigantes americanos, posando junto a esa inscripción, se ha quedado en mi memoria desde la primera vez que la vi, cuando para mí el nombre de Bonatti todavía estaba en penumbras durante aquellos mis primeros pasos en esto del periodismo de montaña. Fue a causa de aquella foto que me hice con un ejemplar de “Montañas de una vida”, 250 páginas que volaron en un par de tardes. El siguiente paso era soñar con una entrevista a Bonatti, con estrecharle la mano acaso. Quiero pensar que para todos aquellos que disfrutamos de la naturaleza, pero cuyas capacidades para la escalada son bastante exiguas, la admiración por este personaje va mucho más allá de la dificultad de sus ascensiones. Bonatti es el respeto a una pasión. Bonatti es la forma de hacer las cosas. Un caballero de la montaña, golpeado por ésta en ocasiones, pero tenaz para recomponerse y vivir, algo bastante complicado, como uno elige. Luego, en abril de 2008, Walter vino a Madrid para recibir el premio de la Sociedad Geográfica Española. Participé en la entrevista, le estreché la mano y pudimos llevárnoslo, junto a su mujer Rosanna Podesta, a cenar a una tasca de Antón Martín. Allí estaba también Juanjo San Sebastián, otro de mis ídolos desde que descubrí “Cita con la cumbre”. Mientras ellos hablaban del K2, de cine, de sus días en la revista Época, yo demostré que en algunas ocasiones hice caso a mi padre y actué como me enseñó cuando hombres más sabios que yo están presentes: ver, oír y callar. Nos hicimos unas cuantas fotografías, incluyendo una bastante cómica en la que Walter se calzaba mi sombrero mientras yo permanecía de pie, con cara de póker y absolutamente despeinado. Está colgada en una pared de casa, en blanco y negro. Ahora, con Bonatti desaparecido, la foto adquiere un valor irracional. 110
Alpes desde la cuna Bonatti (1930) vivió sus primeros años en un pueblecito de los Alpes, Vertova di Valseriana, a los pies del monte Alben, que alimentaría las precoces ambiciones aventureras del joven de Bérgamo. Al principio, nutriendo la envidia, Walter se dedicaba a contemplar las cordadas de escaladores que hormigueaban entre riscos y agujas mientras descubría los horizontes que rodeaban su hogar, pero a los dieciocho años le llegó la oportunidad de probarse en una pared de roca. Siempre me asombró este pasaje de su vida, creo que ya demostraba lo que sería Bonatti, un valiente y testarudo montañero, una araña encarnada y lúcida capaz de tejer sueños verticales. Un tipo llamado Elia le sorprendió observando los avances de un par de cordadas en una torre del Grigna, y le propuso intentarlo. Elia iba a escalar de primero, pero fue incapaz de superar el primer escollo, cediendo el testigo a Bonatti, quien ascendería toda la pared liderando la cordada. Era agosto de 1948 cuando alcanzó la cumbre del Campaniletto. Solo un año después había logrado la Directísima del Croz, la norte del Piz Badile, la pared
oeste de la Aiguille Noir de Peuterey, en el Mont Blanc, y la cuarta ascensión del espolón Walker de las Grandes Jorasses en una actividad que le ocupó dos días. En 1951, con veintiún años y acompañado por Luciano Gigho, la escalada de la pared este del Grand Capucin le reportaría la fama y el respeto del mundo alpino, granjeándole una reputación que le colocaría en la lista de integrantes para el intento al K2 de 1954. Antes de eso pasaría quince meses alistado en el Sexto Regimiento A lpino, época que recordaba como una de las más felices de su vida y con la que pudo explorar las montañas de Italia, logrando la norte de la Cima Oeste de Lavaredo, en pleno invierno, por la vía Comici y encordado a su amigo Carlo Mauri.
El K2 y el cambio Tenía Bonatti 23 años cuando, en diciembre de 1953, recibió la llamada para participar en la expedición italiana al segundo coloso del Himalaya, el K2. En su biografía escribe: “De todo lo sucedido en el K2, lo que más profundamente me marcará en los años siguientes
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Miembros de la expedici贸n italiana del 54 al K2. Bonatti, con gafas, es el tercero por la derecha.
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serán los acontecimientos posteriores a la expedición, basados en la calumnia y en la mentira, aceptada después como verdad en la historia oficial de la conquista de aquella cima”. La expedición, liderada por Ardito Desio contaba con la vanguardia de un alpinismo italiano en plena prosperidad. Los Puchoz, Lacedelli y Compagnoni se verían acompañados por un sorprendido joven que jugaría un papel esencial en la conquista de la montaña más abrumadora del planeta. Durante el ataque a cumbre, a finales de julio del 54, encabezado por Lino Lacedelli y Achille Compagnoni, Bonatti y el hunza Mhadi seguían sus pasos transportando sendas botellas de oxígeno (de 20 kilogramos cada una) con la intención de dejarlas en el último campo de altura, a 8.100 metros, como soporte para el embate definitivo. Sin embargo, Bonatti y Mhadi, a los que se les vino la noche encima, se encontraban con que el último campo no estaba en el lugar previsto, habiéndose situado unos 50 metros por encima y fuera de la ruta. Una distancia insalvable. Tras un ininteligible conato de conversación a gritos entre ambas cordadas, apagada por el viento, Bonatti y Mhadi se veían forzados a vivaquear. En el libro de Ardito Desio sobre la ascensión “La conquista del K2”, la dupla de cumbre lo recuerda así: “Hacemos todas las suposiciones imaginables, excepto la exacta. Lo que ha sucedido
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Bonatti, en el centro, junto a César Pérez de Tudela, Miguel A. Herreros, Burillo y J.G. Green.
en realidad no nos parece verosímil: significa que a más de 8.000 metros dos hombres han resistido durante una noche entera, sin estar resguardados, al hielo y al viento”. Aquella noche fue el principio de una dura controversia. Mientras Lacedelli y Compagnoni acusaban a Bonatti de haber consumido el oxígeno con la intención de llegar él a la cima, arriesgando la vida de su porteador, Bonatti les recriminaría el establecer el último campo en otro lugar, abandonándoles a su suerte, probablemente temiendo que se les arrebatase el honor de ser ellos los primeros en pisar la cumbre. La polémica se estiraría durante más de 50 años, aunque la versión oficial sería la de Lacedelli y Compagnoni, hasta que diferentes investigaciones, la aparición de unas fotografías de éstos con el equipo de oxígeno en la cumbre y el tesón de Bonatti lograrían cambiar la historia. El Club Alpino Italiano finalmente oficializaría la información de Walter. Bonatti, que a pesar de todo se sentía orgulloso de su participación en la expedición al K2, cambió para siempre su forma de entender las montañas y el alpinismo. “Tales experiencias dejan una huella indeleble en el alma de un joven y remueven su situación espiritual, aún inmadura”.
FOTO: C.PÉREZ DE TUDELA
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“Una de las mayores gestas de la historia” Tras regresar del Karakorum, Bonatti iniciaría una nueva etapa escogiendo itinerarios con una altísima exposición, normalmente con la intención de establecer sus propias rutas, muchas veces en solitario y renegando de los avances técnicos que facilitaban la progresión por aquellas paredes imposibles con las que gustaba desafiarse. No hay mejor ejemplo que su ascensión al Pilar SO del Dru, el llamado Pilar Bonatti, en agosto de 1955, ya irrepetible a causa de los desprendimientos. Fue una ascensión futurista, impensable, calificada por Ardito Desio como “una de las mayores gestas en la historia del Alpinismo”. Siete días y seis noches en pared, en solitario, para trazar la ruta más osada de la época. Para Bonatti el Dru era “una montaña perfecta a la que le faltaba un itinerario perfecto”. La incertidumbre y el riesgo de aquella escalada de cerca de mil metros de recorrido superaban las capacidades de cualquier alpinista. Casi. “Era como estar en otro planeta, como penetrar en una dimensión desconocida”. Se enfrentó a tales trances durante la ascensión del Dru que se sintió preparado para acometer actividades que a otros todavía no se les habían pasado por la cabeza. Su mayor ambición ahora era escalar de nuevo el K2, en solitario y sin oxígeno, objetivo que tuvo que descartar para cambiarlo por la primera ascensión de una de esas montañas duras y hermosas del Karakorum, el Gasherbrum IV, una mole que coquetea con los ocho mil metros (7.925 m), a cuya cima llegaba el 6 de agosto de 1958 en la fenomenal compañía de su fiel Carlo Mauri.
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Vista del Campamento VII establecido por los italianos en el Chogori.
PARA BONATTI EL DRU ERA “UNA MONTAÑA PERFECTA A LA QUE LE FALTABA UN ITINERARIO PERFECTO”. LA INCERTIDUMBRE Y EL RIESGO DE AQUELLA ESCALADA DE CERCA DE MIL METROS DE RECORRIDO SUPERABAN LAS CAPACIDADES DE CUALQUIER ALPINISTA. CASI. iban a cooperar en la ambición de ascender al Mont Blanc por el mencionado pilar, siendo sorprendidos en plena pared por una tormenta atroz que acabaría con la vida de cuatro alpinistas. Bonatti lograría llegar al refugio con sus últimas fuerzas, consiguiendo ayuda para los otros dos supervivientes, uno de ellos líder de la cordada francesa, Pierre Mazeaud, cuyo testimonio asegurando que Bonatti les salvó la vida le valdría al italiano la Legión de Honor. Su carrera alpinística finalizaría en 1965, hastiado de las polémicas, de la evolución del nuevo alpinismo y del ambiente competitivo que empezaba a desarrollarse. Acabó, eso sí, como debía: dejando un último legado brillante. Abrió una nueva ruta en la cara norte del Cervino en invierno y en solitario, bregando durante cuatro días con la montaña idílica. Entonces se dedicó a viajar y a publicar reportajes, bajo el sueldo de la revista Época, y a enamorarse cada día de su mujer, con la que compartiría sus horas hasta el final.
Quizá este repaso a su trayectoria no muestre totalmente la dimensión que Bonatti alcanzó en las cumbres. Puede que lo hagan mejor unas palabras de Marco A. Ferrari referidas a él: “Sus ojos ven cosas que nadie puede ver”.
FOTO: JORGE JIMÉNEZ
Ese mismo año, antes de partir al GIV, recibió la llamada de un equipo argentino para intentar la escalada del célebre y terrorífico colmillo del Cerro Torre, otra meta a la que renunciaría al enterarse de que habría de bregar con la cordada de Maestri y Egger, con quienes compartía intenciones. Así que marchó a por otra primera, la de la montaña más alta de la Cordillera Patagonica Austral, el Cerro Mariano Moreno. De nuevo con Mauri, se llevaría el gato al agua, añadiendo además la travesía completa de las cinco cumbres del Cordón Adela. Los siguientes años los pasaría desarrollando su estilo propio de escalada con obras de arte como la nueva ruta al espolón Whymper de las Jorasses, con Michel Vaucher. También continuó con su vida asceta en la vertical, firmando entre otras la primera en solitario de La Major al Mont Blanc. En el 61 se vería involucrado en la tragedia del pilar central del Frêney. Una cordada francesa y otra italiana, a la que pertenecía Bonatti,
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