Entrevista villavicencio

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Entrevista

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Arturo Villavicencio El lojano que alcanzó el Premio Nobel

Que es un tipazo, dice mi vecino. Que es neurótico y medio dogmático como los soviéticos, informa una amiga quisquillosa. Que es el espíritu más libre que ha conocido, contradice alguien que trabajó con él. Que es un científico y fue parte del equipo que ganó el Nobel de la Paz de 2007 por sus estudios del cambio climático, recuerdo haber leído en la prensa. Texto pablo cuvi Fotos daniela merino Que el Arturo es tímido, le gusta la música clásica y fuma como chino, chismean más allá. Que estuvo al frente de la primera evaluación de las universidades y terminó fastidiado, fue público y notorio. Que es franco y no tiene pelos en la lengua, oigo por ahí. Con esos matices el personaje pinta muy bien para una entrevista, pero es difícil contactarlo pues no contesta el celular. Finalmente cuadramos en su apartamento quiteño. Resulta ser más flaco de lo que esperaba. Y más amable. Veo en la sala, apilados en orden, The Economist y The Guardian. Veo también, sobre la mesa de la sala, un Borges y un Auster que obviamente me están esperando. Villavicencio me explica que el cambio climático puede alterar la paz mundial. “Se puede prever una ola de refugiados, de conflictos entre los países, especialmente por efecto del agua. Algunas zonas serán invivibles”, dice con voz suave pero enfática. Arrancamos.

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—¿En el siglo XXI las guerras serán por el agua? ¿Se volverá el agua un recurso más escaso y necesitado que el petróleo? —Indudablemente. Y no solo en África y Asia, donde hay zonas pobladas en las que se producen sequías de años. Un estudio decía que si uno puede pensar que alguna vez Estados Unidos se van a separar sería a causa del agua. Parece que entre los estados hay conflictos por el agua y deben hacer trasvases de ríos de otros estados. Entre Canadá y Estados Unidos también se da una muy fuerte discusión, que no sale en la prensa, sobre los problemas del agua. —¿En cuanto al problema del agua, el Ecuador está bien? —Creo que sí. Hay unos estudios del impacto que puede tener el cambio de clima sobre el régimen de lluvias en el país, pero no se han hecho estudios muy detallados porque no tenemos la capacidad para correr esos modelos que requieren computadoras supersofisticadas, un equipo de personas y un conocimiento muy grande. (Como la mayoría de los grandes proyectos hidroeléctricos están bajo el régimen de lluvias de la región oriental, una sequía en esa parte podría ser riesgosa para el país. Le recuerdo que en una entrevista anterior señalaba que parte de la

incoherencia o inexistencia de un proyecto global se debe a que subdividieron el Ministerio en Energía y en Recursos, y cuestionaba el inmenso subsidio que se dará a una energía solar que no será necesaria cuando entren en funcionamiento las centrales). —Lo que pasa es que hemos entrado en una lógica de los proyectos, de los contratos, antes que una planificación un poco más racional; prima esa idea de… —Hacer, hacer, hacer… —Con el agravante de que son proyectos ‘llave en mano’, tecnológicamente eso no representa nada para el país. Es más: estamos desperdiciando una oportunidad de oro; el Gobierno, en la parte energética, ha comprado tecnología por muchos millones de dólares en los últimos siete años, pero donde no hay participación nacional. Se han quejado empresarios, organizaciones gremiales donde se está negando toda participación a cualquier intento de desarrollar la ingeniería nacional. Por ejemplo, en la refinería del Pacífico todas las obras que deben ser bastante complicadas, de preparación del terreno, pero donde había una capacidad para que intervengan empresas nacionales, se le dio a una empresa brasileña. Hubo una protesta muy grande de las empresas constructoras

nacionales donde, por tecnicismos y cuestiones legales que no tenían ningún fundamento, se las margina. —¿Por qué un Gobierno supuestamente nacionalista y que defiende la soberanía y apuesta al desarrollo puede llevar una política que afecta al desarrollo nacional? —Lo que voy a decir puede ser un poco fuerte, pero es realmente lo que yo pienso y la única explicación. Creo que alrededor de eso se ha formado un grupo económico muy grande, muy poderoso, aliado con empresas extrajeras, empresas chinas, brasileñas, rusas, que están siempre tratando de penetrar en el mercado. Creo que ese grupo económico es realmente el que está incidiendo en las decisiones que se están tomando; si no, no me explico por qué todos esos préstamos de China, que son muy onerosos para el país, en condiciones realmente muy desventajosas, se los acepta inmediatamente, y se va por ese lado. Una opción que podríamos llamarla más nacionalista… no digo que el Ecuador vaya a producir las inmensas turbinas que se necesitan para el proyecto Coca Codo Sinclair, pero sí había un espacio, bastante grande, como para empezar todo un proyecto de desarrollo tecnológico en el país.

premio nobel de la paz 2007 Fue conferido al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de la ONU y al exvicepresidente Al Gore (www.takepart. com/an-inconvenient-truth/film) por los esfuerzos para difundir un mayor conocimiento acerca del cambio climático y las medidas para contrarrestarlo. El IPCC, creado en 1988, coordina programas de investigación entre expertos en más de cien países. Arturo Villavicencio formó parte del grupo desde 1992.

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—Si yo fuera un gran empresario, busco hacer un negocio donde tenga réditos rápidamente; el desarrollo industrial de un país puede tomar 20 o 30 años. —Hay empresarios para quienes eso es lo que prima, pero hay otros, por ejemplo, los que tienen las empresas constructoras aquí. Frente a la única empresa de ingeniería que teníamos, que era bastante buena, con proyección a nivel latinoamericano me parece, Santos CMI, una empresa de ingeniería que ya no existe, me dijeron que había sido comprada por los coreanos. ¿Y dónde queda nuestra ingeniería nacional? Estamos viendo, los chinos traen hasta a los capataces para las obras que realizan aquí y nosotros ponemos los obreros, la mano de obra realmente no calificada, con el problema de que, además, no se respetan, como se ha denunciado en la prensa, los derechos elementales de los trabajadores. —¿Nos vamos de un imperialismo pero pasamos a otro? —Creo que ni siquiera nos vamos de un imperialismo. —Decimos que nos vamos. —Exactamente, hay muchas contradicciones en este Gobierno. Por ejemplo, en la cuestión de educación, el presidente lo ha dicho públicamente, las universidades norteamericanas deben ser nuestro ejemplo y eso debemos imitarlo. De ahí que estamos escogiendo un modelo de universidad norteamericana para nuestras universidades. CON EL MUNDO EN LA MIRA (Lojano afincado en Quito, siempre quiso estudiar Matemáticas, pero como no había esa carrera siguió Ingeniería Eléctrica en la Politécnica hasta que consiguió una beca en la Unión Soviética). —Un profesor se había graduado en Matemáticas allá, Rodolfo Bueno, un gran amigo, gran profesor, vino y revolucionó la enseñanza con una visión totalmente nueva de las matemáticas. Le pregunté cómo se hacía para obtener una beca en la Unión So-

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viética. Me dijo: “Escribe una carta al rector de la universidad diciendo que estás interesado en estudiar Matemáticas y que no hay aquí”. Envié la carta, ya me había olvidado de eso y al año, un buen día me llamaron de Air France y me dijeron que tenía un pasaje Quito-París-Moscú, (ríe), al más puro estilo soviético. Supuse que me habían dado la beca y me subí al avión. —Lo clásico era estudiar en la Unión Soviética y venir casado con una rusa. ¿Eso te pasó a ti? —No, me casé con una ecuatoriana. Haciendo los trámites para viajar a la Unión Soviética, conocí a la que fue mi esposa. —¿En qué año estamos? —1972. —La época de Brezhnev, ¿no? ¿Cómo era el ambiente en Moscú en esos años, cuando todavía era la otra potencia frente a Estados Unidos? —Parte del atractivo para ir allá era que tenía mis simpatías por la izquierda, por el socialismo, pero no era afiliado a ningún partido ni movimiento ni nada. Empezaba a leer lo que realmente se convirtió en el catecismo de la juventud en ese tiempo: Los conceptos elementales del materialismo histórico, de Marta Harnecker. Además, me interesaba mucho la teoría de la dependencia, leíamos a Theotonio Dos Santos… —Cardoso, Faleto… ¿Cuántos años te quedaste en la Unión Soviética? —Al poco tiempo de llegado fue un desencanto, no era el socialismo que aspiraba pero me quedé seis años para terminar la carrera. Dije: “Bueno, me voy a olvidar totalmente de esas ideas”, algo que me motivaba muchísimo, “y me voy a dedicar únicamente a las matemáticas”. —¿Qué era lo que menos te gustaba? —La total falta de libertad, no había ningún espacio para ningún debate, todo estaba rígidamente controlado, la doctrina desde arriba era lo único que valía. Era una sociedad totalmente jerarquizada, si bien no había clases sociales, había estratos sociales, a todo nivel, que se aprovechaban de su posi-

ción para obtener ventajas económicas más que todo. (De allí volvió a dar clases en la Politécnica y en la Universidad Central. Se creó el Instituto Nacional de Energía y le llamaron porque querían unos modelos de previsión de demanda de energía. Estuvo un año y medio hasta que se presentó la oportunidad de estudiar Economía de la Energía en Francia. Otra vez volvió pues tenía que devengar la beca). —Al cabo de unos cuatro años, la idea del Instituto de Energía había perdido totalmente fuerza, no había interés, estábamos ya en crisis, no había recursos, me separé y empecé a hacer consultoría fuera del país. —¿Cómo fue esa experiencia, con quién trabajabas? —Empecé una consultoría en África, en uno de los países que nadie conoce, se llama Gibutí y está entre Somalia y Etiopía, un país pequeño que vivía porque los franceses tenían en ese tiempo una gran base militar y una base de la Legión Extranjera, un país de 300 000 habitantes con 10 000 militares franceses que tenían una capacidad de gasto y era de lo que vivía el país. —¿Era la época de las guerras entre Etiopía y Somalia? —Ya había habido una guerra entre Etiopía y Somalia. Además de lo pobre que era Gibutí, como estaba en el medio de esos dos, había un problema de refugiados terrible, un país que no tenía ningún futuro porque no hay recursos ni nada, es un desierto. —¿En qué otros sitios estuviste? —Por América Latina anduve trabajando bastante tiempo, trabajos de un mes, dos meses, en México, Perú, Bolivia; estaba ya en ese mundo. —¿Eran consultorías de temas energéticos? —Sí, pero llegó un momento en que me cansé un poco y se presentó la oportunidad de ir a Dinamarca a un centro de investigación muy grande en el que crearon un grupo de trabajo para sistemas energéticos, no solo con una visión para Europa sino para los países en desarrollo. Me pareció tan interesante

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el ambiente de trabajo que me fui quedando un año más, un año más, catorce años. —¿En Dinamarca es donde entras al Panel del Cambio Climático? —Claro, era 1992, justo el año en el que se celebraba la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, donde salta la agenda internacional de desarrollo y el problema del cambio de clima. El panel lo crean un poquito antes, en 1988, porque llama la atención que el mundo se está calentando por la acumulación de los gases de efecto invernadero. La Asamblea de las Naciones Unidad crea este panel con el objetivo que cada cinco años emita un reporte sobre lo que está pasando, lo que se está haciendo y lo que se puede hacer. —¿Y qué es lo que se puede hacer? —Trabajé ahí y mi percepción fue cambiando. No soy el único: dentro del mismo panel había un grupo de científicos que estaban un poco decepcionados de la manera como se estaban manejando estas cosas. Y en 2009 se produjo la debacle de toda la política del cambio climático; se suponía que iba a entrar en vigencia o por lo menos a formularse otro tratado que sustituyera al Protocolo de Kioto. Terminó la conferencia justo en Copenhague en el año 2009, no hubo ningún acuerdo y todo ese capital político que se había invertido a nivel mundial, especialmente en los países europeos, digamos que no valió de nada. El cambio climático es una condición persistente con la cual tenemos que convivir, podemos hacer algo para manejarlo pero dentro de ciertos límites, es una cuestión muy compleja, en la que interviene la población, la tecnología, los recursos. NO SE QUIERE DEBATIR —¿Cómo pasaste de eso a lo que te hizo conocido en el Ecuador: la evaluación de las universidades? —En 2004 empecé a trabajar en un proyecto muy interesante de Naciones Unidas en Galápagos. Había perdido los contactos, pero conservaba, aunque no lo había visto

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mucho tiempo, una amistad con Alberto Acosta, porque él también estaba metido en el tema de energía en los años ochenta. Luego triunfó la revolución ciudadana, pero yo estaba ajeno a todo eso. —¿No participaste? —De ninguna manera. Vino Alberto de ministro, me sorprendió su llamada para que colaborara con él. Respondí que sí porque compartía y comparto muchísimas de las posiciones de Alberto sobre el asunto energético. Le dije que debíamos hacer un programa energético para el Gobierno, rápido, porque la situación energética era catastrófica en el país, todos los años vivíamos racionamiento eléctrico; lo de hidrocarburos también estaba un poco en soletas, la refinería de Esmeraldas funcionaba y no funcionaba, no se había invertido. Planteamos una agenda energética, una cosa pragmática que salió el día que Alberto anunciaba su renuncia y que lógicamente archivaron. Me reintegré a mi proyecto en Galápagos pero al poco tiempo unos amigos me dijeron que habían pensando en mí para que fuera al Conea como uno más de los vocales. Dije que no conocía la problemática de la educación superior en el Ecuador, no sabía de las leyes, pero me insistieron Fander Falconí y Carlos Arcos. (Aceptó ser vocal y fue nombrado presidente de la institución que debía evaluar el desempeño institucional de todas las universidades. Entonces, se dio cuenta de que la evaluación era un problema de una nueva rama de las matemáticas formada a partir de los años setenta por los problemas ambientales). —Lo que se llama problemas multicriteriales; es decir, qué hacer con un problema de decisión cuando se tienen muchos criterios que pueden ser contradictorios y no se pueden expresar en un lenguaje común, no se pueden reducir a una medida común. Entonces, ¿cómo tomar las decisiones? Como la evaluación era un problema de ese tipo, empecé a trabajar. Lamentablemente el informe de las universidades fue bastante duro y la conclusión fue definitiva: había 26 universidades que tenían que ser depuradas y a

unas 12 más había que darles un tiempo y ver qué es lo que se hacía. Pero cuando entregué el informe dije, y lo escribí, que corríamos el riesgo de desembocar en una suerte de policía académica, y no se trataba de eso pues era un ejercicio único que se hizo porque el sistema universitario era un caos, funcionaba sin regulaciones ni leyes; había que crear un organismo que gradualmente fuera construyendo universidades de calidad, mejorando la calidad de la educación. —Sabemos lo que pasó, se cerraron las universidades, a otras les dieron espacio. Haciendo un balance, ¿te parece que funcionó bien? —Yo me quedé unos tres meses más para absolver todos los reclamos. La pelota estaba ya en la cancha de la Asamblea y lógicamente la controversia, pero el informe era muy claro: depurar, porque eso decía el Mandato 14, depurar 26 universidades, eso significa suprimirlas o qué sé yo. También el informe decía: cerrar las extensiones universitarias salvo el caso de unas dos o tres que podían haber subsistido. En la Asamblea se discutía también la Ley de Educación Superior en ese momento, se dejó pasar mucho tiempo y después salió con esta solución de que a estas 26 universidades había que evaluarlas nuevamente, pero yo ya me había retirado. —¿Adónde? —Me fui del país porque había sido un año de mucha tensión. Tenía una propuesta para ir a trabajar en los Emiratos Árabes en temas de energía y medioambiente, que la había venido posponiendo. —¿Cómo es la vida en los Emiratos, nadan en dólares? —Más que nadar se ahogan, es increíble. El único problema es el clima, salvo unos tres meses al año, el resto del año es una temperatura invivible. —¿Qué temperatura promedio hay en esos meses invivibles? —Hay épocas del año, especialmente julio, agosto, septiembre, en que marca

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sobre 45 ⁰C. A veces yo salía de la oficina al patio, fuera del edificio, a fumar un cigarrillo y no podía terminarlo, yo que soy tan amante del cigarrillo, porque el calor era insoportable. En Dubái hay algunas playas que tienen aire acondicionado, deben ser máquinas que botan un poco de aire frío. Al año me regresé. —¿Y ahí entraste al Instituto de Altos Estudios? —Ahí estaba Carlos Arcos como rector y me habló, él tenía un proyecto muy interesante: formar una universidad de posgrado del Estado, no del Gobierno. Le dije que quería dedicarme exclusivamente a hacer trabajos de investigación. Como el país está muy enfocado en el cortísimo plazo, propuse pensar en qué puede pasar en este país en el largo plazo, hacia dónde vamos realmente. Estábamos en 2010 y propuse la Agenda 2030, como en muchos países en los que he trabajado: pensar en el futuro energético. Carlos dijo que me dedicara a eso, pero al poco tiempo creo que sentía ya muchas presiones de los que en el Gobierno confundían lo que podía ser una universidad de posgrado del Estado, con una institución del Gobierno. (Arcos renunció pero le pidió que se quedara para dar continuidad al proyecto. Villa-

vicencio aceptó el encargo por un tiempo pues estaba muy metido en el asunto). —Pero ahí empecé a sentir realmente las presiones del Gobierno, la Secretaría de la Administración creía que el instituto era una dependencia más, también la Secretaría de Educación Superior y el Ministerio de Relaciones Laborales. Además, había una seria intención de convertir el IAEN en un centro de formación política que sea muy conveniente para todo este proyecto. Empecé a tener discrepancias y roces porque se suscitó una fiebre de capacitación del funcionario público. Se hizo una labor inmensa en el año 2012. Además, había maestrías en temas académicos de formación de los funcionarios, en gestión pública y relaciones internacionales porque había el compromiso de formar una academia diplomática, pero todo el mundo quería meter mano, creían que era una institución realmente del Gobierno. Pedí una reunión con el presidente de la República para explicarle en qué consistía el proyecto, no me consiguieron la entrevista, me dijeron que su agenda era muy ocupada, muy ocupada, se pospuso. Una de las ideas que tenía era hacer del IAEN un foro de discusión de los grandes problemas nacionales,

Foto: El Comercio.

Arturo en una conferencia con Alberto Acosta con quien comparte posiciones sobre el asunto energético. Por eso colaboró con él en el Ministerio de Energía.

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que me parece que no se discuten, no hay un foro en el que realmente se debatan visiones contrapuestas. —¿Eso no es la Flacso? —Hummm… no creo. Yo ya había escrito un working paper sobre educación superior que no estaba de acuerdo con la política del Gobierno. Quería empezar este debate de los grandes problemas nacionales con la educación superior. Organicé un primer debate, invité al rector de la Politécnica Nacional, al de la Espol y al secretario de Educación Superior, pero el secretario no fue… —¿Ese era René Ramírez? —Sí, y me di cuenta de que había un boicot a esa iniciativa, no se quería debatir las cosas. Renuncié. UN PROYECTO DESMESURADO —¿Cómo empata en este panorama el proyecto del Yachay, de la Ciudad del Conocimiento? —Desde hace algún tiempo el presidente de la República, y luego, en repetidas ocasiones, a través de René Ramírez, me propusieron y me insistieron que me haciera cargo del proyecto Yachay. Cuando pregunté en qué consistía, me dijeron que se iba a crear un gran polo tecnológico, todavía no sabían dónde, una especie de Silicon Valley donde esté una universidad de excelencia con empresas de altísima tecnología y que serían las que salvarían al país. Dije que no estaba de acuerdo con eso e insistí en la posibilidad de cambiar el enfoque porque eso es absurdo. Me dijeron: “No, el presidente de la República ha decidido”. Dije: “En esas circunstancias no acepto”. —O sea que la idea original era del presidente de la República y eso era lo que había que aplicar. —Exactamente. —¿Y de dónde lo habrá tomado? —Yo creo que se fue a Corea y ahí visitó este gran polo tecnológico que no me acuerdo cómo se llama.

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—Sí, salieron las fotos. —Las fotos dándole la mano a un robot. Y porque el presidente estaba convencido del modelo universitario norteamericano, que eso hay que hacer en el país. A mí me apenaba mucho que fueran tan inflexibles, porque dirigir un proyecto de esa magnitud, no solo por las condiciones económicas, era una cosa muy atractiva. Pero desde el comienzo estuve convencido de que eso no se podía, eso iba a ir al fracaso; por ahí no pasa cuando se empieza a mezclar todo el asunto de la educación superior con este proyecto y con la parte del desarrollo tecnológico del país; o sea, ¡nuestro país es subdesarrollado porque no tiene universidades de categoría mundial! (Cuenta que se dedicó a investigar sobre el papel que juegan las universidades en el desarrollo tecnológico de los países. Y empezó a escribir un libro sobre el tema. Comento que Wilhelm von Humboldt, hermano de Alexander, fue el creador de la universidad moderna, basada en la investigación. Ese modelo va a pegar luego en Estados Unidos, pero es un plan que lleva adelante una sociedad durante cien años, que lo integra todo, es un cambio cultural. “Sí, el padre de la universidad moderna es Humboldt”, dice, levantándose a encender un cigarrillo). —Leí una crónica sobre los logros del Gobierno en la educación superior y realmente están invirtiendo hartísimo dinero. Nunca se ha dado tanto para becas de profesores, becas de estudiantes, dinero para traer profesores de afuera, pero eso se está haciendo sin ningún objetivo… —¿Sin ningún plan, aunque no te guste la palabra? —Claro, sin ningún plan y no hay una idea a dónde se quiere ir, qué es lo que se quiere hacer. Para ponerte en palabras de los economistas: la calidad de gasto. He dicho públicamente que se está desperdiciando una oportunidad de oro para hacer muchas cosas pero con una visión más a largo plazo. Leí una entrevista en la revista Líderes al gerente de Yachay, que decía que en los próxi-

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mos tres años se van a invertir 1 100 millones de dólares en la Universidad Yachay, estamos desperdiciando como Emiratos Árabes. ¿Qué puede aportar esta universidad que no puedan aportar las universidades del país, pongamos el ejemplo de las dos politécnicas, ¿no hubiera sido muchísimo más barato y más productivo fortalecer a estas y otras universidades que están trabajando en estos temas? La idea que yo tenía de la Ciudad del Conocimiento era fortalecer las universidades y crear redes, integrar a las universidades en trabajos, proyectos, temas que se consideren prioritarios en el país. —En algún lado decías que el presidente está repitiendo lo que hizo García Moreno y que los ‘prometeos’ de ahora son los jesuitas del siglo XIX. Me hizo gracia. ¿Eso se refiere solo a la educación o se amplía la comparación? —Esta idea me la sugirió un amigo historiador, decía que este presidente se parecía más a García Moreno que a Eloy Alfaro; García Moreno con esa idea de modernizar, de transformar. García Moreno cerró la Universidad Central, dijo que ya no necesitábamos ni doctores ni filósofos y creó la Politécnica. Bueno, el presidente no va a cerrar la Universidad Central ni el resto de universidades, pero dice: aquí se necesita eso. —Tú señalas que es una cosa de élite, cerrada. Pero lo más contradictorio para mí es que eso es el capitalismo de punta, lo más alto del capitalismo es Silicon Valley, no puedes coger eso e implantarle en un país que quieres que sea socialista del siglo XXI. —Además, la idea es completamente naif. ¿Qué nos hace creer que las grandes empresas o las empresas de punta van a venir a poner centros de investigación aquí y con la inseguridad jurídica que tenemos? Desde el punto de vista práctico, ¿qué sacarían las empresas?... Si fuéramos la China donde tienen un mercado de mil millones de personas, dirían: “Sí, aquí nos conviene”. —Leía que lo han intentado en China, en Rusia, en Francia y que no ha funciona-

do; todos con la idea de Silicon Valley, pero que tú no puedes trasladar la cultura, ni siquiera norteamericana sino californiana, esta forma de vida y de pensamiento donde el individualismo, la competitividad y el afán de lucro es lo que manda. —Has tocado el tema muy importante de la cultura. Se ha escrito bastante sobre Silicon Valley y uno de los factores que hacen esa explosión del Silicon Valley es la cultura contestaria de toda esa generación de los años sesenta, cuando se rebelaron contra las grandes empresas multinacionales y cada uno quiso desarrollarse al margen de todo eso. —Silicon Valley está muy cerca de San Francisco, de hecho ya se está integrando. Es otra la visión del mundo que hay ahí, de la sociedad, el individuo, la creación. Steve Jobs se metía alucinógenos, LSD, marihuana, era otra cosa. —Era la explosión de creatividad de finales de los sesenta. Además, como tú dices, es un área donde hay una concentración de siete u ocho millones de habitantes, hay unas diez universidades de primera, no solo Stanford; están Berkeley, UCLA, Santa Clara, Santa Bárbara, la Universidad de San Francisco... (Le planteo que la tecnología no es inocente, que no se puede comprar una computadora y creer que viene incontaminada. Ya en los años sesenta McLuhan afirmó que “the medium is the message”, pero esa ilusión es común en los países subdesarrollados: creer que puedes apropiarte de una cosa y cambiar su mensaje. Villavicencio asiente, luego anota la frase de McLuhan que le ha tocado alguna tecla y señala que quienes están hablando tanto de la excelencia académica deberían ser los primeros en tener claridad en las ideas y en lo que están haciendo. Rematamos hablando de sus aficiones. Dice que le gusta mucho Bach y la música clásica de finales del siglo XIX. Y le gusta el jazz de cámara. Luego habla de Auster y de Borges, dice que no asistió a la entrega del Premio Nobel y termina confesando que a los diecinueve años lo que él realmente quería hacer era… ¡cine!).

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