La vida que Jesús quiere darte, por el camino de la “Confianza”, es completamente nueva. Dios es siempre mayor que todas tus limitaciones y miserias. Que al concluir esta lectura puedas decir con tu vida: “¡Jesús, confío en ti!”.
DR. JUAN LLADÓ SANTACREU Los tres grandes motivos de nuestra confianza
Solo un corazón que “confía” en capaz de grandes cosas. Un corazón desconfiado y desanimado todo lo empequeñece, no sale del cerco estrecho de sus limitaciones y miserias.
¡ Confía !
ste libro ha sido escrito, para atraer las almas a Dios por medio de la “Confianza”. Reconocer lo que somos y podemos de nosotros mismos: nada, impotencia, fragilidad, inconstancia, insolvencia… Solo así puede el amor del Corazón de Jesús, “triunfar en la humildad”, y abrir camino en nosotros a la esperanza.
¡Confía!
Los tres grandes motivos de nuestra confianza Prólogo de Mons. Ramón Del Hoyo, Obispo de Jaén
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ISBN 978-84-86866-43-3
Dr. Juan Lladó Santacreu, Pbro. © 2013 TESTIMONIO® pedidos@testimonio.net • www.testimonio.net C/ Marqués Vdo. de Pontejos, 3 • 28012 Madrid Tel: (34) 91 521 70 33 - 93 285 11 10
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788486 866433
TESTIMONIO de Autores Católicos Escogidos®
¡Confía! Los tres grandes motivos de nuestra confianza por el Dr. Juan Lladó Santacreu, Pbro.
¡Confía!
Agradecimiento
Agradecimiento
A Nuestra Señora del Encuentro con Dios, Patrona príncipe de la Unión Lumen Dei, que con su amorosa y maternal Providencia haSeñora hecho posible la publicación estas que páginas gloria de A Nuestra del Encuentro condeDios, conpara su amorosa su Divino Hijo y salvación de muchas almas. y maternal Providencia ha hecho posible la publicación de A Ella se la dedicamos como un homenaje y se la confiamos como estas páginas parapara gloria de sua todos Divino Hijo y salvación instrumento llevarnos al encuentro con Dios. de
muchas almas. A Ella se la dedicamos como un homenaje y se la confiamos como instrumento para llevarnos a todos al Omnis Terra Gloria Dei encuentro con Dios.
¡Confía!
Plan General de esta obra
PRIMERA PARTE NUESTROS PECADOS A muchos les parecerá extraño el enunciado de esta primera parte del libro. Y, no obstante, es así: Nuestros pecados son el primer motivo de nuestra confianza. Para comprenderlo empezaremos por estudiar las condiciones para que haya verdadero pecado. Después distinguiremos las faltas o imperfecciones del verdadero pecado. Seguiremos luego con las tentaciones, inquietudes y escrúpulos para entrar, finalmente, en lo que constituye propiamente la materia de esta primera parte del libro. Y al considerar las ventajas que proporcionan los pecados cometidos a aquellos que de veras los detestan, sentiremos abrirse nuestros corazones a una confianza ilimitada. Es imposible que al reflexionar cómo no debemos extrañarnos, ni turbarnos, ni desalentarnos por nuestros pecados; al considerar que nos hacen practicar las virtudes del agradecimiento, de la obediencia, de la mansedumbre, de la caridad, de la humildad y de la esperanza; al ver que nos sirven para satisfacer a la Divina Justicia; que nos hacen más fervorosos, nos afirman en la perseverancia, y, finalmente, nos aumentan la devoción a la Virgen Santísima; es imposible, digo, que no nos sintamos tentados a exclamar: “¡Oh feliz culpa!” Veámoslo.
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PRIMERA PARTE
CAPÍTULO II Nuestras Miserias I Las Imperfecciones. II Los defectos. III Las distracciones en la oración.
I Para cometer un pecado venial se necesita voluntad, por lo tanto, donde no haya voluntad de disgustar a Dios, aunque sea en una cosa mínima, no hay pecado ya sea deliberado, sino falta o imperfección. No confundamos, pues, el pecado venial, que no se puede cometer –aunque por un imposible pudiésemos salvar con él todos los infieles de la tierra y todos los condenados del infierno–, con las imperfecciones, las cuales son el sello o la marca de fábrica de nuestra alma miserable. Estas faltas, detestadas, no nos impiden amar a Dios, sino que excitan su compasión. “Como un padre se compadece de sus hijos, así se ha compadecido el Señor de los que le temen: Porque conoce bien Él la fragilidad de nuestro ser. Tiene muy presente que somos polvo”1.
1.
Sal 102, 13-14
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PRIMERA PARTE
CAPÍTULO III Las Tentaciones I Su origen. II Sus bienes. III Sus remedios.
I «La tentación –dice Spirago– es un interior estímulo al pecado, producido ya por la mala inclinación de nuestra naturaleza corrompida, ya por la operación del mal espíritu»1. Por efecto del pecado original, hay en nuestra naturaleza, dice San Juan, tres malas inclinaciones: la soberbia, la concupiscencia de la carne y la concupiscencia de los ojos, o avaricia2; además en la Sagrada Escritura3 llama al diablo el Tentador. He aquí el origen de nuestras tentaciones. Si somos tentados es señal de que somos amados de Dios. Dijo el ángel a Tobías: “Por cuanto fuiste acepto a Dios, fue necesario que te probase la tentación”4. Por esto todos los santos tuvieron fuertes tentaciones. San Hugo, obispo de Grenoble, fue mucho 3. 4. 1. 2.
Catecismo Popular Explanado. nº 1.102 1Jn 2, 16 Mt 4,3 Tb 12,13
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tiempo molestado de pensamientos de blasfemia; San Francisco de Sales, obispo de Ginebra, del pensamiento de que estaría reprobado por Dios; San Benito, de representaciones deshonestas; las cuales echó de sí revolcándose sobre ortigas y espinas; Santa Catalina, de pensamientos horribles e impuros, que la hacían sufrir enormemente; San Francisco Javier echó sangre por la boca, resistiendo a una tentación contra la pureza, y Santa Teresita del Niño Jesús se vio molestada por pensamientos horrorosos contra la fe. Los perros, dice San Juan Crisóstomo, no ladran a la gente de casa, sino sólo a los extraños. Si vivieses hasta el fin del mundo, hasta entonces serías tentado, porque el demonio vivirá eternamente; pero cuanto más tiempo dure la tentación, más cierto puedes estar de que no has consentido. Cuando el demonio insiste en llamar a las puertas de vuestro corazón señal es de que aún no ha entrado. No te preocupes, pues, por las tentaciones. Si fueses la persona más tentada del mundo, serías seguramente la más rica en méritos.
II A tres pueden reducirse los bienes de las tentaciones: 1º Nos purifican. Para el alma que ama de veras a Jesucristo, no existe tormento mayor que las tentaciones, pues lo exponen a separarse de Dios. Estas pruebas como todo sufrimiento, son para las almas un crisol que purifica y perfecciona. Las tentaciones, dice San Francisco de Sales, vienen del demonio y del infierno; mas la aflicción que causan, viene de Dios y del cielo. Las madres son de Babilonia; pero las hijas, de Jerusalén. Despreciemos, pues, la tentación y abracemos la amargura con que Dios purifica nuestras almas para darle a su tiempo la corona prometida al que luche. 2º Nos humillan. El Señor permite que las almas más tiernamente amadas por Él sufran violentas tentaciones, para que sean humildes. “Se me ha dado, dice San Pablo, el estímulo o aguijón de
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PRIMERA PARTE
mi carne, que es como un ángel de Satanás, para que me abofetee”5. El agua estancada se corrompe; el alma, sin tentaciones, está expuesta a perderse, por alguna vana complacencia en sus propios méritos. Por esto San Alfonso Mª de Ligorio aconseja al alma tentada que diga humildemente resignado: «Señor, bien merezco en castigo de mis pasadas culpas el verme abandonado a semejante tentación; mas, por vuestra gracia, socorredme, y no permitáis que yo sucumba a ella»6. 3º Nos unen con Dios. Las tentaciones nos desprenden de las cosas de la tierra y nos hacen suspirar por el cielo. Las almas buenas, al verse tentadas, exclaman: “¡Ay de mí, que mi destierro se ha prolongado!” 7 y suspiran por la hora en que podrán decir: “fue roto el lazo y nosotros quedamos libres”8 . Luego que un niño descubre el lobo, dice san Francisco de Sales, corre a arrojarse a los brazos de su padre o de su madre, y allí se cree seguro. Imitémosle.
III Los medios para vencer las tentaciones pueden reducirse, a cuatro: 1º La paciencia: El que en la tentación se impacienta, prueba que confía poco en Dios, y, en castigo, es más atormentado del demonio. Al que pierde la paz en la tentación, le acontece, dice San Francisco de Sales, lo que al avecilla que se ve presa en la red: cuanto con más fuerza procura desasirse de ella, tanto más se enreda. Por esto el Salvador nos dice: “En vuestra paciencia poseeréis vuestras almas”9. 2º La lucha indirecta: En las tentaciones contra la fe o contra la castidad, debemos rechazar la tentación indirectamente haciendo 2Co 12,7
5.
7. 8. 6.
9.
Práctica del Amor a Jesucristo. Cap XVII, nº 1.102 Sal 109, 5 Sal 123, 7 Lc 21, 19
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actos de amor o de contrición y ocupándonos en alguna cosa indiferente que pueda distraer el ánimo, ya que la ociosidad es un foco de tentaciones; pues si emprendiésemos una lucha directa contra la tentación, ésta tomaría cuerpo. El demonio es muy soberbio y el desprecio pone furibundo al orgulloso. Cuando el caminante, dice San Juan Crisóstomo, no mira al perro, pronto deja éste de ladrar. Al que está quieto cerca de una colmena, observa San Francisco de Sales, no le pican las abejas, pero al que las sacude le acometen. No te turbes, ni contestes al enemigo, y permanecerás tranquilo. 3º La manifestación de las tentaciones al director espiritual. El abrir el corazón cuando está intranquilo, dice San Francisco de Sales, produce desde luego alivio, como el abrir un tumor o el sangrar a un enfermo. Y San Félipe Neri asegura que el que descubre sus malos pensamientos a su confesor, tiene ya medio vencida la tentación. Probémoslo y experimentaremos su eficacia. 4º La oración. Es el más necesario y el más seguro de los medios, según San Alfonso María de Ligorio. ¿Cómo habremos de temer no ser socorridos por Jesucristo cuando Él ha dicho: “Venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que Yo os aliviaré”10. “Invocaré al Señor con alabanzas, dice David, y me veré libre de mis enemigos”11. Si siempre se invocase a Dios en las tentaciones, no se pecaría jamás. “Invócame, dice el Señor, y Yo te oiré benigno”12. “Velad, y orad para que no caigáis en la tentación”13 Cuando venga pues, la tentación, distráete en seguida con algo que te exalte la fantasía más que la tentación, invoca los nombres de Jesús y de María y podrás decir a la tentación con San Antonio Abad: “Veo, pero no miro”.
12. 10. 11.
13.
Mt 11, 28 Sal 23, 4 Jr 33, 2 Mc 14, 38
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