La diosa flamigera

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La diosa flamígera Taller de Lectura de la UAM

LA DIOSA FLAMÍGERA REVISTA DEL TALLER DE LECTURA “MUJERES ESCRITORAS” COORDINADO POR PABLO NACACH

Oficina de Actividades Culturales Vicerrectorado de Cooperación y Extensión Universitaria Universidad Autónoma de Madrid Octubre–diciembre de 2016


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¡GRACIAS, DEB, POR LA ILUSTRACIÓN DE PORTADA! Miércoles de diamantes y palomas Por Irene A pesar de que la lluvia inundaba los paisajes ofrecidos por la universidad Autóno-­‐ ma de Madrid, el aula C del rectorado brillaba con la luz de Mercé Rodoreda, sus per-­‐ sonajes, y su Plaza del Diamante. Era el primero de mis días dentro de un club de lec-­‐ tura universitario y los nervios amenazaban con roerme por dentro. Llevando tan solo un libro en la mochila, y muchas ganas de empezar, entré junto con mi compañera Paula en el aula, con decisión. Allí conocimos a Pablo y sus chistes sobre Groucho Marx, que alimentaron la ilusión que ya llevábamos en ese momento. El club dio comienzo al fin, y se habló de calendarios de lecturas, visitas a bibliote-­‐ cas, y se fueron presentando todos nuestros compañeros lectores que iban llegando poco a poco siempre acompañados por los chistes y las palabras de Pablo. La ilusión cada vez latía más fuerte dentro de nosotras, dejando ya los nervios a un lado. Una vez resueltos todos los asuntos formales del club, dieron comienzo dos horas de conversación literaria e imaginaria con nuestra autora del día, Mercé Rodoreda. La charla se inició con un documental, emitido por RTVE, titulado: “ La Plaça del Diamant” el cual agradecimos que estuviese en castellano, pues así nos ahorramos el intérprete mental que nos haría falta para entender los entresijos y el lenguaje de nuestra autora catalana. El documental nos dio algo de información sobre la novela, sobre Rodoreda, sobre la vida de los personajes en esa época tan dura que tuvieron que vivir, las distin-­‐ tas ediciones del libro, y la influencia de este en la vida barcelonesa de hoy en día. Aun así, vimos trazos de ideología de RTVE y nos dimos cuenta de que solo nos daba una visión muy general con una aparición estelar de Rosario Flores y algún que otro actor conocido que había interpretado a la protagonista del libro, para darnos su visión del personaje. El documental acabó, y fuimos nosotros ahora los que empezamos a discutir la no-­‐ vela. Empezamos con las típicas “primeras impresiones”: ¿Nos ha gustado el libro? ¿Qué es lo que nos ha llamado la atención de este? Pusimos en común algunas ideas, como la estructura del libro, basada en la temporalidad. Hablando del tiempo, que no de la lluvia que caía ese día, sino del tiempo en nuestra novela a comentar, nos dimos cuenta de que, a todos los presentes en el club, nos había parecido que el libro tenía un comienzo lento, y que no era hasta la página 80, más o menos, cuando la cosa empezaba a ponerse algo más interesante. Quizás el tiempo pasase lento a la hora de leer a Rodoreda y sus personajes, pero las horas en el club de lectura pasaban a la velocidad de la luz, tan rápidas que apenas nos estábamos dando cuenta de que nos quedaba solo la mitad del taller de ese día. Justo entonces surgió uno de los símbolos y temas más importantes de la novela: las palo-­‐ mas. Hay un momento en la novela en la que nuestra protagonista, Colometa, se en-­‐ frenta a una casi plaga de palomas en un palomar que hay en las escaleras de su casa,

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unas palomas que, según el análisis de Pablo y de mis compañeros, estaban cargadas de simbología. Se dieron unos minutos en el taller para expresar qué creíamos que significaban estas palomas, y se comentaron posibles significados como la libertad, la represión, las ganas de salir de la situación en la que estaba la protagonista, encerra-­‐ da en una vida de esclavitud y sumisión ante su marido. Entre Palomas, símbolos y distintas opiniones, nuestra compañera Andrea nos sorprendió con una increíble pre-­‐ sentación acerca de la autora de la novela, y de los distintos símbolos y paisajes que contenía su historia. Después de algunos comentarios más, siempre adornados de chistes y palabras de Pablo; y la lectura de un fragmento en su idioma original, por nuestra compañera Pau-­‐ la, dimos por finalizado el taller. Fijamos en el calendario qué leeríamos para el próxi-­‐ mo día, y hablamos de la visita a la biblioteca Cortázar que realizaríamos el siguiente miércoles. Los finales siempre son amargos y las despedidas son un cúmulo de emociones que nunca acabas de soltar, pero nuestro taller sigue adelante con El papel amarillo de Charlotte Perkins Gilman, que será nuestro próximo sol en un día de lluvia. Descortazando “Un cuarto propio” de Virginia Woolf Recopilado por María Capítulo I: Ana y Eli – “No se admiten a las señoras en la biblioteca”. “Me encontré andando con extrema rapidez por un cuadro de hierba. Irguiose en el acto la silueta de un hombre para interceptarme el paso. Y al principio no comprendí que las gesticulaciones de un objeto de aspecto curioso, vestido de chaqué y camisa de etiqueta, iban dirigidas a mí. Su cara expresaba horror e indignación. El instinto, más que la razón, acudió en mi ayuda: era un bedel; yo era una mujer. Esto era el césped; allí estaba el sendero. Sólo los «fellows» y los «scholars» pueden pisar el césped; la grava era el lugar que me correspondía”. “¿Echaremos las culpas a la guerra? Cuando se dispararon las armas en agosto de 1914, ¿se encontraron los hombres y las mujeres tan feos los unos a los otros que mu-­‐ rió la fantasía?”. “Pero, sea de quien fuere la culpa, échese a quien se quiera, la ilusión que inspiró a Tennyson y Christina Rossetti y les hizo cantar tan apasionadamente la venida de sus amores es ahora menos frecuente que entonces. Basta leer, mirar, escuchar, recordar. Pero ¿por qué decir «culpa»? Si era una ilusión, ¿por qué no celebrar la catástrofe, fuese cual fuese, que destruyó la ilusión y puso la verdad en su lugar?”. “(…) prorrumpimos en ironías sobre la pobreza reprensible de nuestro sexo. ¿Qué habían estado haciendo nuestras madres para no tener bienes que dejarnos? ¿Empol-­‐ varse la nariz? ¿Mirar los escaparates? ¿Lucirse al sol en Montecarlo?”. (…) y pensé en el órgano que bramaba en la capilla y en las puertas cerradas de la biblioteca; y pensé en lo desagradable que era que le dejaran a uno fuera; y pensé que quizás era peor que le encerraran a uno dentro; y tras pensar en la seguridad y la prosperidad de que disfrutaba un sexo y la pobreza y la inseguridad que achacaban al

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otro y en el efecto en la mente del escritor de la tradición y la falta de tradición, pensé finalmente que iba siendo hora de arrollar la piel arrugada del día, con sus razona-­‐ mientos y sus impresiones, su cólera y su risa, y de echarla en el seto”. Capítulo II: Amparo y Natalia – La mujer como mitad para que el hombre pueda verse como doble. “¿Por qué los hombres bebían vino y las mujeres agua?”. “¿Tenéis alguna noción de cuántos libros se escriben al año sobre las mujeres? ¿Tenéis alguna noción de cuántos están escritos por hombres? ¿Os dais cuenta de que sois quizás el animal más discutido del universo?”. “Hombres sin más calificación que la de no ser mujeres”. “No necesito odiar a ningún hombre; no puede herirme. No necesito halagar a ningún hombre; no tiene nada que darme.” Capítulo III: Lu y María – “Eran legión los hombres que opinaban que, intelectualmente, no podía esperarse nada de las mujeres”. “En el terreno de la imaginación, (la mujer) tiene la mayor importancia; en la prácti-­‐ ca, es totalmente insignificante”. “Pero lo que encuentro deplorable, proseguí pasando de nuevo revista por los es-­‐ tantes, es que no se sepa nada de la mujer antes del siglo dieciocho”. “La anonimidad corre por sus venas. El deseo de ir veladas todavía las posee. Ni siquiera ahora las preocupa tanto como a los hombres la salud de su fama (…)”. “Era desde luego un monstruo extraño lo que resultaba de la lectura de los historia-­‐ dores primero y de los poetas después: un gusano con alas de águila, el espíritu de la vida y la belleza en una cocina cortando sebo”. Capítulo IV: Julia, Emma y Vic – “Escribían como las mujeres escriben, no como los hombres” “En 1828 una joven hubiera tenido que ser muy valiente para no prestar atención a estos desdenes, estas repulsas y estas promesas. Hubiera tenido que ser un elemento algo rebelde para decirse a sí misma: Oh, pero no podéis comprar hasta la literatura. La literatura está abierta a todos. No te permitiré, por más bedel que seas, que me apartes de la hierba. Cierra con llave tus bibliotecas, si quieres, pero no hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.” Comentarios del Taller TM al relato “Desaparición II” de J. Winterson Recopilado por Luis Empezó hablando Irene que no supo que decir (en el momento) y se le pasó el tur-­‐ no a Paula, la cual dijo que para ella el tema del texto podría ser la Vejez. A continua-­‐ ción intervino Claudia que dijo como título La habitación, y también añadió que la his-­‐

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toria le había recordado muchísimo a El papel del tapiz amarillo de Charlotte Perkins, pero que «en vez de ser le narrador el de fuera que ve algo dentro de la pared, es el de la pared que nos narra cómo se ve todo desde dentro». Después de Claudia vino Susa-­‐ na que dijo como tema el Tiempo, pero de un modo especial: no el paso del tiempo, sino la ausencia de este. Irene (ahora sí) dijo como título (o tema, la verdad es que en este no puse lo que era) "La antigüedad, el hogar y el pasado". María diría para finali-­‐ zar que para ella el tema principal del texto era la Soledad en su conjunto; y yo, tam-­‐ bién en la línea de María, añadí que también había algo de olvido dentro de la obra. Cadáver exquisito del Taller TT alrededor de “Conejos blancos” de L. Carrington Se le desprendieron los dedos y cayeron al suelo como estrellas Fugaces perdices escabechadas volaron en torno a su despótico amo, Rupert, que observaba con exagerada emoción cómo un par de patos se peleaba por las Migajas rancias, esas son las que el hombre bajito se comió, mientras Reía a carcajada limpia mientras se miraba al Espejo reflejaba la luz que entraba por la ventana y le cegó Momentáneamente los pasos se detuvieron, un chirrido como de animal acorralado, Atropellado, abrumado, envenenado corría por la calle sin mirar a Ningún Lado para esconderse de este terrible dolor que no me deja respirar. Papel(es) pintado(s) de amarillo(s) Descripciones del dibujo de El papel pintado amarillo de Ch. Perkins Gilman Amparo: “Amarillo huevo” Mostraba un color amarillo huevo, más arrojado que pintado sobre la pared. Había sido arrancado en algunas zonas y mostraba las huellas del antiguo destino infantil de la habitación. Las criaturas se habían entretenido dibujando rayajos, corazones y de-­‐ jando impresas sus manos, como habitantes primitivos y gozosos de una cueva. El papel producía una nausea que se derivaba solo en parte de sus imágenes. Éstas recordaban a batracios de ojos saltones y oscuros, encogidos pero alertas y prestos a saltar sobre los intrusos que perturbaran el sueño de la casa. El color amarillo se mezclaba con estas figuras y desprendía un olor a fango y descomposición igualmente repugnante. No podía entender cómo la mujer que habitaba allí, y cuya silueta se translucía en la parte superior de la pared próxima al techo, era capaz de respirar en esta atmósfera y no asfixiarse. Ana: “Indulto” Mi papel pintado amarillo, liberador; quiero mirar dentro del mismo y buscar en sus pliegues, en sus arrugas, lo que esconde en las sombras, todo lo que no podía ver des-­‐

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de aquella ventana enrejada por mucho que presionase mi carrillo contra el barrote, por mucho que extendiera mis brazos al exterior con el afán imposible de acariciar la caída de las hojas; detrás de aquella ventana el vuelo de los pájaros no me pertenecía. Así que, desde el momento en que renuncié a vivir atrapada, contemplo y me contem-­‐ plo en mi papel, amarillo hoy, tal vez no mañana. Sé que me voy a fundir, a escribir mi propia historia desde dentro, o desde fuera quizá, ¿a quién le importa?; matizaré som-­‐ bras y luces… Me perderé, igual que la mujer sin nombre entre líneas y colores. Dicen que es peligroso, pero también dicen que es peligroso pensar o disentir; dicen que conduce a la demencia, pero ¿acaso el barrote no es ya locura? Irene En un punto concreto de la habitación, confluye el color marrón de la pintura de la pared con los trozos aún no arrancados del tapiz amarillo. Entre sus líneas difusas que pintan formas barrocas y dibujan curvas que parecen sacadas del más puro estilo ro-­‐ cocó, creo ver una silueta ennegrecida por las sombras que proyectan los rayos del sol al traspasar el cristal de la pequeña ventana y chocar con sus barrotes. La silueta pare-­‐ ce mirar a todos los puntos de la habitación. No puedes esconderte de ella. No puedes esconderte de las curvas de sus ojos, o de las líneas que forman su cabeza. Estés en el lugar que estés de la habitación, su mirada se cruzará con la tuya en un intento deses-­‐ perado de que te des cuenta de que no puedes ni podrás escapar de ella. Julia Ojos, en todos los rotos del papel, no paran de mirarme. Petrificada, no puedo avanzar los barrotes me lo impiden. Los ojos parpadean al unísono. Siento su mirada clavada en mí. Quiero escapar, colarme entre los barrotes que me tienen atrapada. Entro en cólera y comienzo arrancar el papel amarillo. La ira me invade, descuartizo el papel hasta que no queda rastro de las curvas y los adornos asimétricos, he roto con toda posible continuidad. Sin embargo, ¿por qué sigo encerrada en este muro? Quiero salir, salir de mi misma. No soporto escuchar el eco de tu presencia, sé qué estas allí. Siento la presión de tu ser omnisciente. No me llega el aire, el olor condesa-­‐ do a amarillo ha penetrado en mí y me aplasta. Emma En la casa donde el corazón delator palpitaba, los armarios quejumbrosos burlábanse de sus plañidos. -­‐¡Recién enterraron tu alma bajo el suelo, nosotras cargamos con el peso de los d(años) de la multitud que decidió apartarnos aquí! Ya ni la rosa que, imberbe, retorna a la vida sin remordi-­‐ miento, podría abrir de nuevo nuestros corazones. Si clamas por el amor perdido, ¡sufre al contemplar un pecho sin corazón!

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En ese preciso instante, de las puertas de la cómoda apareció un espectro que, anunciando su pecho desnudo y esquelético, mostraba una cavidad oscurísima de la que emanaba un humo negro que ascendía hasta calcinar los techos. Una vez allí posada su mirada, se dio cuenta de que el techo era, en sí mismo, un rastro de almas abandonadas bajo el hilillo negro que perseguidas allá donde fueran. Natalia: “Cárcel amarilla” Barreras. Obsesión. Déjame salir o me meto dentro. Es una cárcel amarilla que es libertad cuando desde fuera me obligan a mirar. Postrada en la cama. Solo necesito vengarme con aquello de lo que me obligan a huir. Es un empapelado amarillo. Lleno de grietas, de todas las que intentaron salir. María: “Quinto derecha” Llevábamos toda la mañana mirando apartamentos. Hasta el momento, vivíamos en mi antiguo piso de estudiante, que solía compartir con una compañera de la facultad hasta que encontró trabajo fuera de Madrid y se marchó. Pablo se instaló allí cuando todavía estaba terminando la carrera para ayudarme a pagar el alquiler que en ningún caso podía afrontar sola. Fue un alivio, la verdad. Pero ahora decía que se nos había quedado pequeño y tan pronto como esa idea salió de su boca comenzó a buscar con ansia los anuncios de las inmobiliarias. Llegamos al enésimo edificio, y subimos en ascensor hasta la quinta planta. Allí nos estaba esperando el conserje, que tenía autorización de los propietarios para enseñar-­‐ nos el piso. La luz del medio día inundaba el cuarto principal, al que se accedía direc-­‐ tamente desde la puerta de entrada. A la derecha, la cocina estaba al descubierto y solo se mantenía separada del salón por la presencia de una enorme mesa de comedor, exagerada para los dos. Los dormitorios estaban situados a ambos lados de un pasillo, a la izquierda de la puerta principal. Al fondo, un cuarto de baño. Había plantas en todas las ventanas y el suelo de madera crujía un poco en ciertos puntos. Pablo se paseaba con aire crítico por el salón mientras yo recorría el pasillo en bus-­‐ ca de las habitaciones. Al entrar en la primera, me sorprendió el cálido tono amarillo del papel de las paredes. Era como si al entrar la temperatura se hubiese elevado un par de grados. Lo que a principio era una sensación agradable pronto se tornó sofocan-­‐ te y tuve que quitarme el jersey para atármelo a la cintura y observar, con los brazos en jarras, las líneas casi imperceptibles que se repartían a lo largo y ancho de las paredes. Parecían marcas provocadas por la superposición de las distintas láminas de papel, sin embargo, no resultaban apreciables al tacto, y, acercando un poco la cara, pude com-­‐ probar que el color era distinto, más oscuro. Pensé que podrían ser restos de un papel o pintura anterior, tal vez manchas de humedad. En cualquier caso, el calor comenzaba a resultar insoportable y las marcas en la pared parecían multiplicarse. Traté de imagi-­‐ nar el trabajo que llevaría quitar todo ese papel, más el que podría haber debajo. Tal vez incluso había más de una capa de papel debajo. Y si era humedad no sabría cómo limpiarla. Podría haber incluso siete capas de papel y dos de pintura debajo de aquel

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espantoso color amarillo. Incluso debajo de todo eso podría haber más papel amarillo. Después de un rato mirando solo era capaz de ver las líneas. Parecían moverse como lombrices cuando conducía la mirada desde el techo hasta el suelo de la habitación. Definitivamente, la casa no merecía aquel trabajo. Ni siquiera había mirado con aten-­‐ ción el resto de estancias, pero sabía que no merecería la pena. Aquel papel era sufi-­‐ ciente para decidir. Empecé a sudar y traté de abrir la ventana. Estaba encajada por culpa de una especie de mecanismo de seguridad para niños. Miré hacia atrás y vi la puerta cerrada. Estaba tan concentrada en la pared que no lo había notado. Oía las voces distorsionadas de Pablo y del conserje a través de la puerta. El tiempo que pasé en el cuarto fue suficiente para decidir. Agarré con la mano aún sudorosa el pomo de la puerta para trasmitirle a Pablo mi decisión cuando el hizo lo mismo desde el otro lado mientras decía: “¿Lucía? Nos la quedamos”. Un final diferente Textos alrededor del relato “Dilema doméstico” de C. McCullers “El cuarto estaba oscuro, menos la rendija de luz de la puerta entreabierta del cuarto de baño. Martin se desnudó en silencio…” Amparo: “La verdad nos salvará” Su mujer dormía plácidamente, como era usual en tiempos pasados. En la penumbra Martin comenzó a recordar su vida anterior. Emily se mostraba entonces como una mujer vital y afectuosa con él y con su prole. Amaba cuidar el jardín y la lectura. Inclu-­‐ so había pensado, si ahorraban lo suficiente, en abrir una pequeña tienda de libros usados ya que su barrio no contaba con ninguna. En las conversaciones de la pareja se mezclaban la preocupación por las rosas, que tardaban en abrir, la satisfacción por la llegada de la bebé y la búsqueda de un local para la librería. Todo esto cambió abrup-­‐ tamente y el pasado dichoso se desmoronó para dar lugar a este sombrío presente. Martin se había preguntado muchas veces qué originó esa transformación en sus vi-­‐ das. Nunca lo relacionó con su doble vida sentimental. Nunca sospechó que Emily lo sabía y que el alcohol era solo un refugio frente a la mentira. Martin volvió al presente, se desnudó y se metió despacio en la cama para no despertar a su adorada esposa. Ana: “Rodó bajo la cama” … Justamente en la línea marcada por la luz pudo ver caída y vacía la botella de je-­‐ rez. Avanzó un paso temeroso anticipando la desgracia y golpeó con el pie derecho un pequeño bote que rodó bajo la cama. Unas cuantas pastillas pequeñas y blancas que-­‐ daron esparcidas por el suelo. El cuerpo de su mujer yacía pálido y desmadejado sobre la cama. Se quedó paralizado intentando comprender lo que había sucedido. Sus ojos finalmente se acomodaron a las sombras y la rabia se instaló de nuevo en su corazón abatido y torturado. Martin rodeó el lecho con calma tensa y se tumbó desolado a es-­‐

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perar la mañana, dándole la espalda al cuerpo de Emily, tal como venía ocurriendo desde hacía tanto tiempo. Ya no era capaz de recordar su tacto ni su olor. María: “Peor que la rabia, el aburrimiento” Mientras Martin contemplaba el sueño tranquilo de su mujer, el fantasma de la vieja ira se desvaneció. Todos los pensamientos de reproche o enfado estaban ahora lejos de él. Esa noche, la indiferencia comenzaba a cubrir el cuerpo que yacía dormido en la cama, difuminando todas las mujeres que había sido, y convirtiéndose en algo menos que una desconocida. Martin sintió, a través de una punzada de doloroso alivio, como Emily trascendía a otro plano de su realidad. Su silueta se fundía con la oscuri-­‐ dad del cuarto mientras el amor, el odio, abrían paso al aburrimiento y dejaban sobre ella el desprecio mayor de no saberse siquiera sin importancia. Julia La puerta del cuarto estaba entornada. Entró sigilosamente para no despertar a su mujer, acostada en el borde de la cama. A oscuras, Martín se desvistió mientras su mente seguía vagando entre desdichas. Ya no era rabia ni furia lo que sentía sino tris-­‐ teza. Añoraba su vida en Alabama. La nostalgia no le permitía reconciliar el sueño. Años atrás, aguardaba con ímpetu el momento en que se apagaban las luces. Los niños estaban dormidos y en la casa reinaba el silencio. Se acurrucaba junto a su mujer y ambos se cubrían con la manta para resguardarse del frío. Ahora, en cambio, no era capaz de reconocer en Emily a la chica de la que se había enamorado. Se había conver-­‐ tido en un trapo pesado, que deambulaba por los pasillos. La bebida se había llevado a su mujer y con ella había encerrado a su familia en una botella. Natalia: ”No eran dos colchones”. El cuarto estaba oscuro, menos la rendija de luz de la puerta entreabierta del cuarto de baño. Llevaba mucho tiempo realizando el mismo camino. Sin embargo esta vez prestó atención a la distribución del cuarto. Una cama grande para dos, no eran dos colchones. Emily le había dicho una vez que necesitaba sentir el movimiento del otro, que dos colchones juntos representaban una mentira, una convención, una unión dis-­‐ frazada de nada. Recordó la importancia que le daba ella a sentir sus malas noches. Cuando comenzaron a vivir juntos, ella imploraba cada mañana sobre las razones de sus movimientos nocturnos, de forma que, si Martin no recordaba la pesadilla que le hizo temblar, debía inventársela y ella con eso se divertía, decía que así se sentía útil, que no por poder dormir renunciaría a conocer los motivos. Mientras recordaba se metió en la cama vestido, reconocía a la figura que yacía a su lado. La misma boca, la misma piel, los mismos ojos cuando estaba en calma. La figura pequeña y delicada que tantas veces había tocado. Recordó el odio de hace unos instantes. Recordó a Marian-­‐ ne y recordó a Andy. Recordó el peso sórdido en su pecho, y las pesadillas reales que tuvo que contarle a Emily. Y todas las noches que él la sintió moverse, sobre todo en

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esta última época. Y el odio ahora no era odio, el peso ahora no era rabia. Y perplejo, antes de cerrar los ojos, se dio cuenta de que él no conocía ni una sola pesadilla suya. Puente y puerta Ejercicio de escritura alrededor del relato “Desaparición II” de C. McCullers (y pen-­‐ sando en G. Simmel) Susana: “Segundo movimiento” Ojalá hubiera habido un puente. Entonces estaría fuera, y no dentro, aprisionada, res-­‐ pirando un aire viciado por el paso de los siglos. Pero nadie tiende puentes en espacios cerrados. Ni siquiera cuando son necesarios. Elena La casa me había rodeado con sus brazos. Las puertas se estrechaban en torno a mí y me impedían salir. Los picaportes no giraban, a pesar de estar descorridos los pesti-­‐ llos. No me quise mover del sillón porque desde ahí podía contemplar la ventana, se-­‐ gura e inmóvil, aunque siempre supe que nunca podría salir por ella. No había un puente por el que escapar. Claudia La casa me había rodeado con sus brazos, me había atrapado, asfixiado dejándome en una habitación atrapado. Había una puerta pero no había puente. No podía salir ni tampoco ver lo que había al otro lado. ¡HASTA LA PRÓXIMA EDICIÓN!

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Taller de Lectura “Mujeres escritoras” El papel pintado amarillo Dibujos al texto de Charlotte Perkins Gilman Catálogo de artistas

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Amparo: “Amarillo huevo”

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Ana: “Indulto”

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Claudia: “Procedimiento de gestión”

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Emma: “Reflejos”

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Lucía: “Alienación”

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Natalia: “Cárcel amarilla”

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