“La Armada me torturó hasta hacerme perder… 1973, se fue a vivir al campamento Camilo Torres, en contra de la voluntad de su madre que, aunque Allendista, no creía que ese era un lugar para su niña. Haydeé, sin embargo, era feliz. El día del golpe estaba a punto de dar a luz a su primera hija, Ewa. Inmediatamente, Haydeé se dio a la tarea de mantener articuladas a las organizaciones sociales, de esconder a los dirigentes “más viejos”, que apenas sobrepasaban los 30 años. “Yo pensaba, ingenuamente, que el embarazo me protegía. No estaba muy consciente de la magnitud de lo que pasaba. Pensaba que esto era sólo una asonada y creía en esas fantasías que corrían entre nosotros, eso de que el Ejército se mantenía leal, que venían hombres marchando por el sur, que Allende estaba vivo esperando retomar sus funciones”. En cuanto lo permitía el toque de queda, Haydeé se paseaba por Viña y Valparaíso visitando gente, tratando de ayudar a sacar dirigentes al extranjero, sin imaginar los riesgos a los que se exponía. Su primera hija nació a comienzos de 1974, mientras uno a uno caían sus amigos y camaradas. Pronto Haydeé se convirtió en una peligrosa extremista buscada por toda la ciudad. El Mapu la trajo a Santiago y la escondió por un tiempo. Su madre, se quedó en Valparaíso con Ewa. Pero los oficiales de la inteligencia naval la encontraron y a golpes y culatazos la sacaron de la casa en que se escondía en Quinta Normal. Su “compañero” era un dirigente regional y también había caído. Era noviembre de 1975 y Haydeé estaba en el cuarto mes de su segundo embarazo. PESADILLA BLANCA Cuatro hombres armados le vendaron los LUIS HIDALGO
ojos y la arrastraron a un vehículo blanco, elegante, toda una joya para una época en que las mejores familias se contentaban con un Peugeot 404. Ella gritó pidiendo auxilio, pidió que le avisaran a su familia. Los vecinos cerraron las cortinas. Mientras viajaban a Viña, sus captores la golpearon, la apuntaron con bala pasada y la insultaron. “¡Cómo era posible que una mujer como ella se metiera con los sucios upelientos”! “¡Puta!”. Su única arma de defensa era gritarles que estaba embarazada, que se “iba a hacer pipí” en el auto si no la dejaban pasar a un baño. Sirvió. Dos veces la dejaron entrar en boliches en los que se detuvieron para comer y comprar cigarros. En el baño encontró un palito quemado y en un pedazo de papel escribió su nombre y dirección. Se lo entregó a un aterrado cliente que lo único que quería era que ella se alejara. Con gestos, intentaba decirles a los hombres armados que él no tenía nada que ver, que no la conocía. Los oficiales de inteligencia naval la llevaron al cuartel Silva Palma que la Armada tiene hasta hiy en la subida Torquemada, en Valparaíso. Al llegar, la dejaron enterarse de que también estaban allí su compañero, su madre y su hijita. “Si no hablas, te vamos a traer el dedo de tu hija… ¿Ves este mechón de pelos? Se lo sacamos a tu madre”. RATONERA Sólo cuando decidió entregar su testimonio ante la Comisión Valech, Haydeé logró reconstruir con el testimonio de una
vecina lo que había sucedido a su madre y a su hija en esos días. Haydeé Umazabal murió hace unos años y nunca quiso contarle demasiados detalles, pues le parecía que suficientes sufrimientos había tenido su hija como para sobrecargarla con los suyos. En los mismos días en que la inteligencia naval buscaba a Haydeé en Santiago, un grupo de marinos se instaló a vivir en la casa de su madre a esperar que ella apareciera. “Mi hija era algo alta para el año y medio que tenía. Intentaron interrogarla sobre mi paradero, pero mi hija sólo podía decir:
ʻMamá no táʼ. Uno de ellos, enfurecido, le pegó un culatazo en la cara”. Los hostiles moradores mantuvieron secuestradas a la niña y su abuela durante unos 15 días. “Había una colección de lujo con las obras de Lenin, pero no la tocaron. En cambio, se llevaron una colección de discos que mi mamá tenía de Lucho Gatica, los adornitos que ponía sobre los muebles, y los aritos de recién nacida de mi hija”. Qué vejámenes sufrió su madre, Haydeé no la sabrá nunca, porque ella se llevó el secreto a la tumba. Sin embargo, sí conocía el
Susana Burgueño:
“Ví en la tele a mi torturador” Susana Burgueño tiene un temple firme, acerado por la adversidad, pero el otro día, cuando miraba en Televisión Nacional el especial sobre el Infome Valech, comenzó a temblar y a llorar sin control. El hombre que aparecía en las pantallas de televisión admitiendo su por la CNI y pidiendo perdón fue su torturador, cuando ella esperaba, en el segundo mes, a su primer y único hijo. Susana no ha olvidado el rostro de ese hombre identificado como Ricardo Guerrero Becerra, ni la cicatriz que tiene sobre el labio, porque fue lo primero que vio el 8 de mayo de 1986, cuando un centenar de carabineros, detectives y agentes de la CNI rodearon su casa y su barrio, y la esperaron en calles y techos para arrestrarla. “Yo era miembro del Frente Patriótico y ellos consideraban que yo era una importante jefa de un grupo de compañeros que había caído en Maipú”, cuenta. El agente Guerrero sacó a Susana del
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vehículo en que llegaba a la casa con su madre, y la arrastró de los cabellos hasta su casa, ubicada en un segundo piso en le barrio Balmaceda, en Santiago. “De entrada, me encuentro con mi sobrino de 8 años sangrando por las narices. Mi abuela, de más de 80, estaba bañada en sangre. La casa estaba toda destruida y patas paʼ arriba. En mi dormitorio, habían apilado un cerro de armas y explosivos. Me golpearon delante de mi mami, pasaban bala y me apuntaban diciendo que me iban a matar. Antes de llegar a la escalera me hicieron una zancadilla y rodé 15 escalones hasta el suelo. Llegué abajo inconsciente”. Susana fue vendada y trasladada en un auto negro al cuartel de la CNI en Borgoño, en le barrio Independencia. En el trayecto, ella gritaba que estaba embarazada, “pero no me pescaron. ¿Y qué nos importa a nosotros?, me decían, mientras me pateaban y me apretaban los pezones. Justo yo acababa de darle la noticia a mi mamá. Ella estaba feliz
Jueves 2 de diciembre de 2004
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porque iba a ser abuela”. EL LIBRO DE PETETE Susana, hoy de 45 años, recuerda que en el cuartel le cambiaron la ropa por un buzo hediondo y unos zapatos muchas tallas más grandes que la suya. Con algo contundente le golpearon la cabeza. “Es como si te pegaran con el libro gordo de Petete”. Después, la mojaron y la ataron a un camarote, donde le aplicaron corriente. Era la temida “parrilla”. “Me pusieron corriente en la vagina, en los pezones, detrás de la oreja. Era como si agarraran unos cables pelados de una plancha y me los metieran”, cuenta Susana. De improviso, como si no se diera cuenta, comienza a sollozar. Ella sabe, porque reconoció su voz, que entre los hombres que la torturaban con más entusiasmo estaba Becerra. “De repente aparecía un supuesto doctor que me revisaba y les decía: ʻElla está bien. Sigan no másʼ”. Ese médico no se interesó en constatar si era cierto que