5 minute read
Amarte a ti mismo para amar a tu prójimo
Por Stephen Mayer
Dónde ha ido el año? Sé que todavía nos quedan algunas semanas antes de que expiren esas resoluciones de Año Nuevo. Tal vez te has decepcionado a ti mismo al no mantener muchas ¿de ellas. Tal vez decidiste perder peso, hacer ejercicio regularmente, diezmar, mantenerte dentro de un presupuesto, mantenerte en contacto con tu familia o tomar unas vacaciones de Facebook durante una semana. O tal vez tus resoluciones tenían que ver con el trabajo o tu vida espiritual. ¡O tal vez eres como uno de mis compañeros de trabajo, resolviste no tomar una resolución! Ahora ya nos estamos acercando al Día de Acción de Gracias. Es hora de pensar por lo que estamos agradecidos. El momento de reunirse con familiares y amigos para una comida y mostrar agradecimiento. Pero en realidad, cualquier mes del año, cualquier semana del año, cualquier día del año, es un buen momento para pensar en la acción de gracias, para apreciar cómo el Señor nos ha guiado hasta ahora, por cómo hemos sido bendecidos. Muchos de nosotros podemos mirar hacia atrás
Amarte a ti mismo para amar a tu prójimo
Amarte a ti mismo para amar a tu prójimo
en nuestras experiencias diarias y estar agradecidos simplemente por el hecho de que tenemos una familia amorosa. Todos los días se nos da la oportunidad de amar y mostrar amor a quienes nos rodean, tanto a los que están dentro como a los que están fuera de nuestra familia inmediata. Al darnos cuenta de que una de nuestras necesidades más grandes es amar y ser amados, también debemos darnos cuenta de que todos tenemos una necesidad de autoaceptación genuina y un sentido de regocijo en nosotros mismos. Podemos estar agradecidos por nuestros logros como individuos y como miembros de una comunidad.
A menudo escuchamos las palabras de Jesús citadas a diestra y siniestra de que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:39). Pero, ¿cómo nos amamos a nosotros mismos? ¿Somos capaces de amar a los demás si carecemos de amor hacia nosotros mismos? Hay una necesidad dentro de todos nosotros de hacer precisamente eso. Debemos satisfacer adecuadamente la necesidad de aceptar quiénes somos y amar a la criatura única creada a imagen de Dios que somos. Necesitamos resolver ser capaces de decir: «Estoy contento de ser quien soy. Soy único. Soy un tesoro de Dios. ¡Hay una razón para mi ser, un plan que me incluye!»
Quiero aventurar que amarnos a nosotros mismos es solo el primer paso. Sólo amándonos a nosotros mismos somos capaces de amar a nuestro prójimo. El segundo paso está estrechamente relacionado. Tenemos que respetar quién somos. Necesitamos desarrollar un sentido de respeto propio. Hubo un meme hace algún tiempo que decía algo como: «Sé que soy importante porque Dios no hace basura». Tal vez el lenguaje utilizado en ese meme fue bastante crudo, pero su mensaje es lo que importa. ¡Dios te hizo, y Él no hace basura! Es solo cuando nos respetamos a nosotros mismos que Dios puede usarnos para ayudar a desarrollar el respeto propio en los demás. «Si deseamos hacer el bien a las almas, nuestro éxito con esas almas será proporcional a su creencia en nuestra creencia y aprecio por ellas. El respeto mostrado al alma humana que lucha es el medio seguro a través de Cristo Jesús de la restauración del respeto propio que el hombre ha perdido» (Ellen G. White, Fundamentals of Christian Education, p. 281).
Con lo que luchamos es con el arraigado concepto judeocristiano de que ponernos a nosotros mismos en primer lugar —¡amarnos a nosotros mismos!— es ególatra, egoísta, arrogante y muestra una falta de verdadero carácter cristiano. Nos sentimos culpables cuando pensamos primero en nosotros mismos. Eso, a su vez, nos lleva a considerarnos indignos y de poco mérito. Estamos en conflicto por nuestra necesidad interna de sentirnos amados y la petición de amar primero a nuestro prójimo.
Pero espera, ¿dijo Jesús que ames a tu prójimo primero? ¿Dijo que no debes amarte a ti mismo? No creo. Considera lo que Ellen G. White también escribió: «El gran plan de misericordia desde el principio de los tiempos es que toda alma afligida confíe en su amor. Tu seguridad en el momento presente, cuando tu mente está torturada por la duda, no es confiar en el sentimiento, sino en el Dios vivo. Todo lo que te pide es que pongas tu confianza en Él, reconociéndolo como tu fiel Salvador, que te ama y te ha perdonado todos tus errores y equivocaciones» (Letters and Manuscripts, vol. 19, Carta 299, 1904).
El Dios viviente es en quien debemos poner nuestra confianza, no en nuestros sentimientos de que no lo merecemos. Si Jesús me ama —y si esto lo sé— ¿por qué me resisto a amarme a mí mismo? Jesús quiere que me ame a mí mismo, pero no de una manera egocéntrica, no de una manera jac-
tanciosa, no de una manera de «primero yo y después qué más da». No, Él quiere que me ame a mí mismo de la manera como Él me ama, para que yo a su vez pueda mostrar amor por mi prójimo. Para que pueda ver a mi prójimo a través de los ojos de Jesús y mostrar el mismo amor que está dispuesto a poner sus intereses primero. Y, si es necesario, para que pueda estar dispuesto a seguir el consejo de Jesús mostrando «la mejor manera de amar. Arriesgar tu vida por tus amigos» (Juan 15:13, The Message).
Para concluir, oro para que puedas decir: «Estoy agradecido de estar vivo; estoy agradecido de ser único; estoy agradecido de ser atesorado por Dios. Hay una razón para mi existencia. Estoy agradecido por ser quien soy. Estoy agradecido por tener la oportunidad de amar a mi prójimo como me amo a mí mismo». Ruego que seamos capaces de mirar a nuestros vecinos, independientemente de las formas en que difieran, especialmente en relación con su raza, su origen étnico, su idioma o su sexo, y decir con el amor de Cristo: «¡Estoy agradecido de que tú seas tú! ¡Estoy agradecido de yo ser yo! ¡Somos hijos de Dios!» ¡Eso es algo por lo que estar agradecido!
Steve Mayer es el tesorero de la Pacific Union Conference.